LA BIBLIOTECA DE ALONSO QUIJANO
Reseñas
BERTA VIAS MAHOU. UNA VIDA PRESTADA (Lumen, Barcelona, 2018) por ANTONIO MEROÑO Descubrí a Vivian Maier en un magnífico documental, Finding Vivian Maier, que vi en la plataforma Filmin hace un tiempo. Lo han descolgado, y lo siento, pues me gustaría revisarlo. Berta Vias recoge ahora en una breve pero intensa novela la tragedia de esta enigmática mujer, fotógrafa inédita, de madre francesa, nacida en USA, de vuelta a Francia de muy niña, de nuevo a USA, marginal, misántropa, que incluso puede que sufriera algún tipo de trastorno autista que le impidió relacionarse sanamente con sus semejantes.
Siempre se dedicó a cuidar niños de familias acomodadas, lo que le permitió despreocuparse de muchas de las labores diarias que a todos nos atañen y salir así a las calles en busca de gente anónima a la que disparar con su cámara, que siempre llevaba colgada al cuello. Berta Vias, apoyada en la escasa información que sobre esta curiosa mujer tenemos y tirando de imaginación, nos regala un repaso en segunda persona por la vida de esta artista que, por algún motivo, quiso permanecer en el anonimato, retratando a sus niños y niñas, a lecheros, mendigos, repartidores de periódicos, negros, homeless… Nos encontramos en la América de los cincuenta y sesenta, en medio de la eclosión de los movimientos pro derechos civiles, la breve presidencia de Kennedy, los disturbios... No sabemos hasta qué punto todo esto motivó o interesó a nuestra Vivian, ella misma una marginal, entregada a su arte y a sobrevivir. Sabemos que viajó bastante y aprovechó así para ampliar su archivo. Prácticamente huérfana, sin relación con sus padres, vivió sola y así murió, mientras Obama llegaba a la presidencia. Fue una emigrada en un país tradicionalmente de acogida que hoy, como tantos, opta por cerrarse a otras gentes y otras culturas, con el empobrecimiento que ello conlleva. La autora madrileña, sin duda, empatiza con su personaje y nos regala a la vez un estudio sobre el arte y sus misterios. Gracias a la fotografía tenemos testimonios de Ana Frank y todo el horror de la Shoah, de nuestra guerra civil, del genocidio en Ruanda… Esta breve obra, con párrafos muy cortos y la buena prosa que caracteriza a nuestra autora, no da respiro al lector y es un buen testimonio de esta fotógrafa investigadora, cuya obra, tras su muerte, se ha revalorizado muchísimo. En espera de estudios eruditos y extensos, podemos abrir boca con esta gran novela.
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JOAQUÍN CALDERÓN. SOY COMO PUEDO (Renacimiento, Sevilla, 2018) por SERGIO M. MORENO Con el tiempo se aprende que un lugar no son sólo las piedras que lo forman. Los sitios son también esas personas con las que compartimos amistad. Es por esa razón que regresar a una ciudad, a veces, nos trastoca. Porque las piedras permanecen solas, pero muchos amigos ya no están. Todas las calles siguen donde estaban, pero nos falta un beso en cada esquina, un desamor, una aventura, un sueño. Tenemos más historias que palabras, por eso utilizamos los poemas, para guardarlo todo en el recuerdo. Parece que algo parecido le sucede al autor de Soy como puedo. El reconocido músico sevillano Joaquín Calderón, referente para los cantautores del momento, nos regala el diario en verso de sus andanzas cotidianas. En sus composiciones, de extensión variable, relata, con lenguaje directo y sencillo, estampas costumbristas de nuestro tiempo. Es delicioso verle hablar con cariño de su hijo, de su padre y de sus perros, o dedicarle una oda a las llaves de la casa o al café de la mañana. A nivel emocional, su punto fuerte hace patente, en cada línea, el bagaje que atesora su maleta de músico trotamundos, la cifra incalculable de su cuentakilómetros, las largas noches de hotel y la distancia. Con cada palabra, derrama sobre el papel verdades sin procesar, descargando a bocajarro sus sentimientos, frustraciones y ansiedades.
Técnicamente Joaquín se aleja de la complejidad de lo lírico, lo que es de agradecer, en cierto modo, a la hora de comprender sus intenciones comunicativas, pero que, a su vez, deja entrever ciertas carencias. En ocasiones, se extraña un cierto orden compositivo y un poco de atención hacia la rima que, aun siendo libre, tiende a caer en la asonancia. En cualquier caso, errores perdonables para quien se enfrenta, por vez primera, al reto intelectual de la poesía. Estamos ante la semilla de un árbol que crecerá tanto como su autor quiera, siempre que, además del nutriente esencial del sentimiento, se aventure a utilizar las siempre necesarias herramientas de la poda. Soy como puedo calará especialmente entre los jóvenes, complaciendo a esos lectores que anden buscando una escritura fresca y natural, de corte canalla y callejero y fondo melancólico, reflejo poético de esas canciones tan “anfibióticas” a las que el autor nos tiene acostumbrados. MILA VILLANUEVA. EL VIENTO SOBRE EL LAGO (Lastura, Ocaña, 2016) por GREGORIO MUELAS BERMÚDEZ La escritora gallega afincada en Valencia Milagros Pérez Villanueva, conocida en el ámbito literario como Mila Villanueva, publica su nuevo poemario, El viento sobre el lago, un bello título, que es el resultado de las varias lecturas y meditaciones que la autora ha realizado sobre el libro del I Ching, antiguo oráculo chino cuyos primeros textos se remontan hacia el 1200 a. C. Presidenta de la asociación cultural Concilyarte, Mila Villanueva es una gran animadora de la vida literaria en la ciudad del Turia, donde ha organizado numerosas presentaciones, recitales y exposiciones. Además, es una verdadera experta en poesía oriental, dedicándose en especial al ejercicio del haiku. A la estrofa japonesa ha dedicado varios poemarios, como Na Distancia (Taller del Poeta, 2010), La luz de agosto (Concilyarte, 2011), en coautoría con Orlando Jorge Figueiredo, y A la luna de Valencia (Lastura, 2014), amén de participar en la antología de haiku contemporáneo en español Un viejo estanque (Comares, 2014), edición de Susana Benet y Frutos Soriano. Lo primero que podemos constatar es que Mila Villanueva ha dado a la imprenta un hermoso libro, no sólo por la intrínseca belleza de los versos que lo componen, sino también por la de las ilustraciones que los acompañan, realizadas por Enriqueta Hueso con su característico estilo abstracto. El poemario, que ha sido traducido al chino por Daniel Barat de Llanos, viene introducido por un prólogo de Antonio Méndez Rubio, que bajo el significativo título ‘Entre azar y milagro’ elogia esa rara virtud que la autora atesora en cada una de sus creaciones, esa lucidez y serenidad que imprime en cada poemario y que le permite reescribir textos milenarios, como fue el caso de Bajo la luna de Kislev (Lastura, 2015) y los Evangelios, y ahora se corrobora con esta personal versión de otro texto fundacional, el I Ching. La escritura de Mila Villanueva rema a contracorriente, pues en un tiempo tan vertiginoso y convulso como el actual decide apostar por el ejercicio sosegado de unos versos de una belleza grácil, serena, como «las golondrinas adornan los tejados». El libro se compone de sesenta y cinco poemas, por lo general breves, siguiendo la tradición china, precedidos por un poema inicial traído del propio I Ching, que marca la senda, donde Mila Villanueva plantea los temas con unos versos de situación, estacional, espacial o emocional, que culminan en versos sintéticos de una sencillez conmovedora. Parece que la autora persigue la esencia como el perfume a la rosa; por ello, para ser fiel a la tradición que le sirve de guía, adapta motivos característicos de la cultura oriental: dragones, pájaros, tigres, caballos, praderas, dando lugar a un sincretismo de austera belleza y hondo calado. Mila Villanueva no necesita más para transmitir una emoción en estado puro, los versos se posan con suavidad sobre el sustrato de la memoria en un delicado juego de contrastes donde «la paz, como un ejército / va cubriendo los campos de mijo». Una palabra china en caracteres occidentales precede al título de los poemas en castellano, “Xian. Unión” entre dos culturas aparentemente dispares que Mila Villanueva consigue aunar con elegancia y precisión. Son muchos los poemas que destilan una sabiduría oriental que, sin embargo, se aleja del tópico por la humildad y el respeto que la autora alcanza a imprimir en sus versos; unos versos, por otro lado, cargados de sensualidad y delicadeza. He aquí un bello ejemplo, ‘Inconcluso’, que pone el broche de oro a todo el conjunto:
Más allá del río se encienden las hogueras. Las inquietudes desaparecen. Reconozco el tiempo del preludio y en él reposo. Pronto llegará el día de volver a ver los crisantemos. En definitiva, nos hallamos ante un poemario de emoción contenida y sobrios destellos que pone el acento en los momentos sentidos, aquellos que dejan un poso reflexivo superando el instante en que fueron vividos. De ahí la vocación de permanencia que tiene este libro, tras los pasos marcados por la obra canónica que le sirve de referencia, a sabiendas, parafraseando el I Ching, de que la incertidumbre nos asalta día tras día. ANTONIO MUÑOZ MOLINA. UN ANDAR SOLITARIO ENTRE LA GENTE (Seix Barral, Barcelona, 2018) por PEDRO GARCÍA CUETO El libro es un monólogo del autor sobre un mundo moderno que parece haber perdido todo sentido, donde los seres humanos van caminando con sus móviles como autómatas, como si estuviésemos ya en la presencia del Gran Hermano de Orwell. El libro es el testimonio de un solitario que se entretiene mirando a los demás, observando cómo ha cambiado todo, sea en Nueva York o en Madrid. Estamos lejos de ese Taxi driver de Scorsese, donde Travis va contemplando cómo se descompone la ciudad; ahora, un ser humano que pasea por la calle va en metro, se fija en todo lo que le rodea y saca conclusiones de un mundo despiadado e indiferente a todo rasgo humano: A lo Mejor No Nos Ves pero Estamos Aquí. Dondequiera que vayas y en cualquier parte que estés en la ciudad te habla con una voz o voces variables que se dirigen precisamente a ti. Se trata de una voz que da instrucciones, que ofrece o sugiere aquello que puede gustarte porque estamos ante un libro donde todo es publicidad, un mundo donde todo se vende, una sociedad capitalista que va ofreciendo siempre su mercancía, el ser humano se convierte entonces en un simple voyeur, que mira atraído por lo que le rodea, ensimismado con su móvil, con los letreros luminosos de la ciudad, siempre pendiente de aquello que se hace mercancía: Aunque no te des cuenta estamos siempre cerca de ti. Nuestro mejor regalo es conocerte. Hacemos tu compra más fácil. Todo lo que aporta la sociedad va creando el motivo del libro, un hombre fagocitado por la publicidad erótica, los anuncios de clubs o salas de masaje, vive en un caparazón donde va observando como un Peeping Tom (recordemos la película de Schrader, Hardcore, un mundo oculto) el mundo real, ahora ya maquillado por todo tipo de ofertas. No solo es el voyeur que mira, sino también el que escucha, en un mundo que ha perdido la intimidad, todo se banaliza, escuchamos las conversaciones de los otros que no nos importan, pero que nos hacen salir de nuestro vacío, que nos envuelven en un mundo al que vamos desnudando poco a poco: La gente habla muy alto por teléfono y no piensa que puede ser escuchada, espiada. He de poner varias veces seguidas ese monólogo para no perderme ninguna palabra. Este Travis contemporáneo que ve la ciudad y sus habitantes en un mundo tecnológico, que está siendo siempre seducido por el sexo de pago, es un personaje extraño, solitario, pero muy real, en él se mimetiza Antonio Muñoz Molina, y habla de Poe, de Benjamin, porque el escritor andaluz está imbuido de la cultura que le ha perseguido toda su vida, sin la que no ha sabido vivir.
En cada apartado del libro aparecen en negrita ofertas, anuncios que obligan al escritor a disertar sobre un tema, en un mundo que se deshace continuamente, mundo ficticio que quiere ser real, pero que esconde solo la ciénaga de un espacio maquillado y en perpetua transformación. Con títulos como “Mujer Nicaragüense Quemada Viva en una Hoguera” va narrando sucesos, hechos terribles del mundo contemporáneo. En realidad el libro es un caleidoscopio de mundos que se suceden sin tregua, en la mirada del anónimo hombre de la ciudad todo va cobrando relevancia, letreros en mayúsculas para que impresionen más, el libro va dejando su reguero de soledades, su eco de nostalgia, parece que tras toda la exposición del mundo moderno el escritor echara de menos otro tiempo, donde no había anuncios que nos convirtieran en mercancías como ahora. Aparecen lugares amados y odiados, es todo un pentagrama de ciudades como Madrid y Nueva York. Ya dejó el escritor de Jaén un magnífico libro sobre Nueva York en Ventanas en Manhattan, ahora vuelve la ciudad moderna, sus rascacielos, sus callejones sucios, la nieve en las aceras, nubes de soledad que inclementes pasan por el paseante que es Muñoz Molina, atareado en la contemplación del mundo. Este homo viator es el protagonista de un libro apasionante, porque todo confidencia en este Travis moderno; vemos la tristeza infinita de un hombre que ya no entiende el mundo, condenado a vivir en él. MANUEL PUJANTE. LA ZARZA Y LA CENIZA (Balduque, Cartagena, 2018) por JOSÉ ÓSCAR LÓPEZ Donde todo es un desastre y todo es milagroso, ahí sucede la poesía de Manuel Pujante. En el lugar de una bestia condenada a vagar entre los árboles silenciosos del bosque, para encontrar su camino sobre la ceniza a la que está abocado todo bosque, todas esas alturas. Con el desastre que nos acompaña allí donde vayamos. Es un camino que se nos describe una y otra vez con una voz poética que ya desembarcaba madura y poderosa, hace muy pocos años, en poemas sueltos en fanzines y en algún certamen del Creajoven de Murcia, así como en una plaquette publicada por ad minimum, Los afluentes del frío (2014). Una voz que se confirma ahora original y a la vez clásica, y fascinante, en La zarza y la ceniza, su primer libro. ¿Qué hay en este libro? Hay bosques de ciervos, hay la simetría y lo lejano, el invierno y el frío. Que lo que ata al “nosotros”, dice el autor, sea un viejo potro de tortura. Así dispara esta poesía, en todas direcciones. No hay mapa, solo esta diabólica simetría que acaso los árboles conozcan, y cerca de la ceniza donde nosotros temblamos disímiles de nosotros mismos. Llevamos nuestra imposible simetría a cuesta con nosotros, no hay otro remedio. El simétrico y terrible tigre de William Blake que hace tiempo nos devoró ha crecido y ya no lo buscamos entre la brillante espesura que también ardió. Es el destino de la ceniza, pero ¿acaso los árboles no proceden también de la altura que alguna vez alcanzaron? Nos fascinan los bosques y los ciervos acaso porque en sus alturas, en las simetrías de sus cornamentas, no hay espacio para la culpa. Y el ser humano, desde la tradición que nos funda, se halla constituido sobre todo por la culpa. Nos funda nuestro desasosiego. Nos funda nuestra culpa. Entre la altura y lo podrido, rodeados de las polillas del bosque y sus metamorfosis. Y todos esos ciclos, esa repetición se encuentra en todas partes. Crecer, crecer en medio de todas esas repeticiones. El crecimiento de los ciervos, la embestida de los ciervos. Uno piensa en la belleza de los ciervos, en su delicadeza. Pero Manuel Pujante destaca su dureza en ellos. Y lo hace con una voz, con el caminar de una voz que mientras habla hace lucidez la grieta vertical del camino del bosque que atraviesa, la herida incesante, siempre a punto de ocurrir, de la ceniza. Un camino de lucidez y una ceguera, la incógnita perpetua. Fuerza y enigma son los aliados requeridos. Círculos de luz en la mañana, como nudos. Lo enredado y lo desenredado, las propias palabras del poeta mezcladas con la interpretación que uno trata de haceros ahora de ellas, a golpe de insuficiente paráfrasis, para señalar en todo caso las sombras de una luz, la luz que reside en la poesía de Manuel Pujante, que es verdadera y es explosiva. Como toda buena poesía, no puede reducirse a comentario: hay que experimentarla. Allí donde residen la quiebra y el alojamiento del nosotros, perpetuo mientras vivamos porque ellos, ese alejamiento y esa quiebra, lo fundan, nos fundan. Todo abrazo es una fundición. Las luces, las personas. Los nombres y los prismas. El barro del origen y el diluvio. Y entonces Manuel ciega al ciervo y hace ceniza el bosque, en sus poemas. Después del bosque solo hay un camino de ceniza y de zarzas ancianas.
Es la memoria del tiempo, es la medida del tiempo. No sé hablar de este libro sin usar sus propias palabras, reducirlas como hacía el terrible Brainiac con las ciudades que coleccionaba, antes de meterlas en una botella. Manuel es dueño de una ciudad dolorosa y fascinante. La gente se ahoga en ellas, como en la realidad. Las cortinas y los muertos. Arder a oscuras, y después buscar el mar, los pájaros. Todo ello se dice aquí, en este libro. Y yo ahora no llevo dicho ni un cinco por ciento de este libro. A la hora de afrontar una lectura razonada de un libro de poemas, para ponerla por escrito, uno se enfrenta a la dicotomía de dejarse llevar por las emociones que el texto le provoca mientras, al mismo tiempo, trata de construir su propio texto, uno que dé cuenta del texto previo, del texto a comentar, para hacerle justicia a la vez que le sirva de suerte de espejo. Y así uno anota todos los cabos susceptibles de ser desarrollados, un desarrollo que explique tanto sus propias impresiones como lo que el poeta ha tratado de decir, o uno cree que el poeta ha tratado de decir. Y dar cuenta, por ejemplo, de la red de símbolos que el autor ha ido tejiendo en sus poemas. Los ciervos y los bosques, la ceniza y la zarza, el padre y el dolor, el aislamiento y el tiempo, la luz y lo podrido, lo fúnebre y la oscuridad, la lluvia y la herida, la culpa y la fatiga, la bestia que volveremos a ser. Y la imparable sucesión de versos memorables: «El sótano del sótano del sótano», «El olor a muerte del jabón en los ancianos». Y este poema, por ejemplo: Así se extiende lento, difuso en sus contornos, con calma de vapor en sus ascensión tranquila, así se extiende y crece este cansancio claro: igual que un charco al sol se dirige a un océano. O esto otro, el penúltimo del libro. Que la poesía de Manuel Pujante hable por sí misma: Dichosos los que enfrentan la noche con los ojos cerrados pues es suya y no de afuera la oscuridad que abrazan. VICENTE VELASCO. CON TODO ESTE RUIDO DE FONDO O EL IMPERIO DE LAS LUCIÉRNAGAS (Chamán, Albacete, 2018) por CARMEN PIQUERAS Yo he visto cosas que vosotros no creeríais. Naves de guerra ardiendo más allá de Orión. He visto rayos-c resplandecer en la oscuridad, cerca de la puerta de Tannhäuser. Todos esos momentos se perderán en el tiempo, como lágrimas en la lluvia. Ridley Scott Blade Runner Leo el primer poema del libro que tengo entre las manos y, de inmediato, en mi cabeza surgen dos visiones que son, en realidad, la misma: el cuadro de Hopper, Nigthhawks, donde en la barra de un bar triste aparece sentado —y esta es la segunda imagen— un detective sin fe, un cazador jubilado, el blade runner Vicente “Deckard” Velasco, una suerte de antihéroe que, como mandan los cánones, envuelto en su gabardina, bebe whisky, fuma y, sobre todo, observa. Fuera llueve sobre una ciudad tan oscura, confusa y moralmente ambigua como un poema noir, una lluvia ácida que moja las páginas de este libro y cala al lector hasta los huesos. Observador y lluvia persistente, personajes en un paisaje que exuda contaminación, pérdida de identidad, de tiempo, de reconocimiento… Observa el poeta al relojero que descuartiza el tiempo, ese hacedor de tragedias. Y el tiempo se representa como un todo, no hay devenir; en la memoria del poeta coexiste el fulgor de la infancia con la vacuidad del presente y la imposibilidad del futuro, reflexiona sobre lo que supone para nosotros la memoria y la certeza de la muerte y construye el andamiaje del libro sobre tres pilares: la historia del ser humano, el arte, en este caso la Literatura, y el símbolo o la escatología (bajo sus dos acepciones); y por debajo, o por encima, o alrededor un ruido de fondo que imagino como el que emite una televisión sin señal de antena, actuando como opiáceo que adormece cualquier atisbo de rebelión, con la cooperación inestimable de la presencia del dios de neón: la inmensa pantalla publicitaria que sirve de guía espiritual a la humanidad desorientada que somos y nos conduce en el acceso al mundo de los verdaderos hombres que proclama una sombría colmena iluminada por inquietantes [luciérnagas] en eterno vuelo. (1) Hago aquí mía una reflexión de Fernando Savater sobre Blade Runner que me viene como anillo al dedo para hablarles de Con todo este ruido de fondo o el imperio de las luciérnagas; ambas, como tantas obras universales, presididas por el tema del tiempo y el olvido. “La Ciudad del futuro se muestra ya vieja, gastada, pasada (incluso pasada por agua). A los replicantes se les inventa la falsa memoria de un pasado que nunca existió (pero ¿ha existido alguna vez lo pasado?): esa memoria sirve para identificarles en la ilusión y denunciarles en la realidad. En la Ciudad siempre es de noche, hora de sombras y luces chillonas más allá del crepúsculo. El detective afronta su último caso, vuelve hacia la tarea pasada que abandonó y la reemprende por última vez. Los replicantes [“más humanos que los humanos” reza el subtítulo, en los que nos vemos tan reconocidos] vuelven a su origen en busca de su creador, obsesionados por el breve plazo de tiempo que éste les ha concedido. Quieren más tiempo, quieren todo el tiempo, quieren que el tiempo no pase por ellos. Al líder de los replicantes se le va acabando el plazo concedido antes de lograr concluir la misión que se ha encomendado a sí mismo (rescatarse del tiempo). Finalmente sólo el amor (y al final desvelaré cual es el que mueve a Vicente) se revela como capaz de un presente que no necesita pasado y se desentiende del futuro, fragilidad sin excusa y por ello mismo invulnerable. (2) Y dónde hallar refugio, hacia dónde dirigirá el poeta sus pasos para guarecerse de tal calamidad, esa retaguardia donde disponer de un lapso que le permita establecer la estrategia de su batalla por recuperar tiempo y sombras amadas sino hacia la significativa dirección del Callejón del Destierro donde un rótulo desvencijado que indica Librería lo invita a penetrar como quien, aunque sea en un sueño, regresa a sí mismo. Y en ese gueto de olor antiguo, humedad y tinta seca permanecerá hasta el amanecer cuando con el cuerpo dolorido y la mente totalmente despierta, deje de mirar y vea realmente; donde el poder salvífico, la virtud de un libro le ayude a admitir la posibilidad de que Aún hay héroes, (y para el autor ese héroe es, ojo, un niño) que saben aceptar su suerte aunque todo en la vida sólo dure lo que un instante de soledad con un libro. Y, sin embargo, más adelante, nuestro agotado investigador es tentado de nuevo por la advertencia del Ministerio (de cuál es indiferente, su sola mención ya hace que nos recorra un escalofrío): No acumules libros en las estanterías, no los pierdas bajo la almohada, y no releas nunca más ni Fausto ni Macbeth. Nunca más. No recomiendes aquel título, no hables de aquel autor, aléjate de todos aquellos que lo hagan. Nada de esto te conviene. A cambio de ello, la felicidad. La felicidad del vacío. Sin embargo, como afirmaba Ray Bradbury, maestro de la distopía, con sus relatos no pretendía anticipar el futuro sino más bien evitarlo y, así, Vicente denuncia un presente que, como anteriormente afirmé, abarca el tiempo todo, con la clarividencia que, al contrario del chamán corriente, se adquiere al despertar. Ciertamente no es una visión alegre, nada prometedora en realidad, produce pavor, ganas de abandonar y, con todo, el poeta reza: por perder la amnesia y poder vocalizar los nombres de todas las cosas, el hambre, los infanticidas, los genocidios, los guetos, vejaciones, los miedos, los infaustos oráculos que son la verdad de nuestra especie. Quiere nombrar para dar la voz a los olvidados, para despertar y despertarnos.
El observador entra en acción cuando el dios le amenaza: O la muerte te alcanzará con los pulmones repletos de nieve y la boca rebosante de luz. con los ojos totalmente abiertos como un libro. Amenaza que en lugar de amedrentar es la promesa de una redención, el lugar de la esperanza y la señal para la insurrección porque, aunque un dios loco habite entre nosotros, nos ofrezca la flor del loto y un cielo de vacuidad, qué empresa, qué desafío, qué lucha no emprenderá un poeta —y cada uno de nosotros, si aún nos queda algo de esa inmensa humanidad replicante— que dedica su libro, y aquí queda desvelada esa fragilidad sin excusa y por tanto invulnerable a la que me referí antes, a Dante, su amor, su fortaleza, la memoria de su sangre, su pequeño hijo. ————-- (1) Visiones del futuro. Guzmán Ullero, TheCult.es. (2) Blade Runner, Cuadernos ínfimos, Tusquets, 1988. |
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