LA BIBLIOTECA DE ALONSO QUIJANO
Reseñas
BASILIO PUJANTE. EL PESO DEL HIELO (Boria, Murcia, 2020) por ANTONIO CANDELORO RELATOS QUE RIMAN ENTRE SÍ Tras Receta para astronautas (Balduque, 2016), Basilio Pujante vuelve al género del relato (del que ya nos ofrecía unas pruebas excelentes en la parte final del libro citado) con los once textos de su nueva recopilación, El peso del hielo. Se trata de textos que riman entre sí: si, por un lado, ‘Verde botella’, ‘Es como volar’ y ‘Pelé’ encarnan el punto de vista del niño o del adolescente o del adulto que rememora su propio pasado a partir, precisamente, de esas edades tan impactantes y determinantes para la configuración de la identidad de uno mismo, por el otro, ‘Jimbocho’, ‘Elogio de la cordura’ y ‘El hombre que lee’ representan el eje central de los textos de temática literaria y, también, metaliteraria. Se trata de relatos en los que quien narra es o aspira a ser o acaba de ser escritor: alguien que, guiado por la obsesión por la literatura, vive su propia vida en función de la palabra escrita y, de paso, nos deja entrar en el laboratorio de escritura de quien mira la realidad a través del filtro literario. En particular, el último texto citado nos remite a la fascinación que produce el mismo acto de la lectura en el momento en el que un personaje misterioso aparece como una especie de fantasma en un pueblo también fantasmagórico con un libro entre las manos. En una atmósfera que podría recordar los ambientes sombríos de El llano en llamas o Pedro Páramo de Juan Rulfo (obras y autor citados en ‘Elogio de la cordura’, pág. 37), la algarabía que produce entre los niños del pueblo el gesto de alguien que mueve las páginas de ese artefacto tan antiguo y, al mismo tiempo, tan moderno que es un libro, y que, encima, se ofrece a leer en voz alta ante el público embelesado, será el motor desencadenante para una nueva percepción de la realidad externa. El libro (que, por lo menos por su título —constituido por cuatro cifras— y por la imagen de su portada —«una chica que, enigmáticamente, se sentaba de espaldas sobre una tierra marrón», pág. 162— parece evocar un clásico de la contemporaneidad como es 2666 de Roberto Bolaño) se convierte, entonces, en la herramienta que podrá rescatar el sentido de unas existencias vividas en la periferia del mundo y sin una conciencia plena de las potencialidades que cada uno de los niños podría desarrollar. Junto a estos dos, hay también un tercer bloque de relatos que podemos citar: me refiero a ‘FAV’, ‘La duda o la rabia’ y ‘Quemado’, textos que obligan al lector a tomar partido desde el punto de vista del mensaje moral (o ético e ideológico) que se quiere transmitir. Son algunos de los mejores relatos de la recopilación, precisamente porque nos interrogan y, al mismo tiempo, nos llevan a poner en duda nuestros convencimientos personales. Si en ‘FAV’ el relato escenifica de forma incluso cinematográfica cómo la vida de un tranquilo profesor de Lengua Castellana y Literatura puede convertirse en una pesadilla por culpa de un alumno que rechaza y critica un suspenso (y que consigue manipular la realidad y la interpretación de la misma con el uso atento y maquiavélico de las redes sociales), en ‘La duda o la rabia’ asistimos a la congoja del testigo ocular de un presunto delito de acoso sexual en el ámbito de unas rutinarias clases de natación en una piscina de una ciudad de provincias. Tras la superficie ambigua del agua, ¿fue o no fue real lo que los ojos registraron?, ¿lo que se rumorea y que unos padres sospechan en relación con un monitor a lo mejor demasiado cariñoso con sus propios hijos? La duda (y, paralelamente, la rabia) que la pregunta provoca se mantiene hasta el final de la trama, cuando el lector ya ha sido manchado metafóricamente por el delito del que el narrador acusa al presunto culpable. ‘Quemado’ es otro ejemplo elocuente y significativo de cómo Basilio Pujante crea voces que invitan a la reflexión y a la duda constante: un narrador externo y en tercera persona de singular reconstruye en varios apartados la historia de un grupo de jóvenes publicitarios dispuestos a todo con tal de alcanzar el éxito junto con su jefe, Fran, líder de una agencia de publicidad que responde al nombre (altisonante y hablante) de La Carnicería. El rectángulo que conforman los cuatro amigos protagonistas se verá mermado para siempre por las artimañas de Fran, emblema de cierto capitalismo ultraliberal (y salvaje) que no se arresta ni siquiera delante de la muerte (por suicidio) de uno de los miembros del club selecto. Toda la narración de la así llamada “experiencia Burning Man” (en el desierto de Nevada) podría interpretarse como la descripción hiperbólica y grotesca (o incluso esperpéntica) de un modo de entender el trabajo y las relaciones laborales muy cercano (desgraciadamente, añadimos en passant) al mundo real y a la sociedad en la que vivimos: el hombre que se quema o “quemado” es el emblema perfecto de cierto tipo de trabajador actual que, sin derechos ni posibilidad de salvación, se inmola ante un altar en el que Don Dinero sigue siendo un Caballero imbatible.
Broma macabra y rememoración implícita del 11-S es el relato ‘Puerta de embarque’; relato de corte clásico y que bien podría evocar la trama de El amor en los tiempos del cólera de García Márquez es ‘Historia matrimonial’: se trata de otros tantos ejemplos de cómo Basilio Pujante alterna estilos y tramas que nos involucran en el acto de la lectura. Si el polo “literario” nos ofrece también unas descripciones satíricas del mundo (o, más bien, del “mundillo”) literario y editorial, y, al mismo tiempo, nos permite vislumbrar un futuro en el que un “hombre que lee” es todavía rescoldo para una hipotética salvación moral del derrumbe cultural contemporáneo, el polo de los relatos sobre (y desde) la adolescencia nos permite volver con la memoria (y el cariño) a una época vital en la que todo estaba (y está siempre) por venir; finalmente, el ámbito que dibujan los relatos “morales” nos obliga a posicionarnos, a cuestionar nuestros convencimientos éticos, a preguntarnos, en definitiva, sobre qué actitudes y comportamientos humanos pueden salvarnos del derrumbe definitivo y del colapso contemporáneo. El peso del hielo abarca de forma siempre interesante y sugerente estos tres aspectos y nos demuestra que Basilio Pujante sigue ejerciendo encomiablemente su dominio del arte de contar.
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SAÚL LOZANO BELANDO. MADE IN: LA BESTIA (Boria, Cartagena, 2017) por DIEGO SÁNCHEZ AGUILAR Saúl Lozano tiene veintidós años y, según se lee en la solapa, canta en «la banda de punk llamada BETOVEN IN YEYO». Con esto quiero decir que es fácil, casi obligatorio, viendo la portada, leyendo esa solapa en la que se autodefine de forma paródica, grotesca, punk («Aficionado a la masturbación, muy aficionado»); es fácil, decía, caer en el prejuicio (positivo o negativo, da igual, según las simpatías o fobias de cada uno) de decir: “Ah, vale, un libro punk, rompedor, joven, irreverente”. Y yo también caeré, porque yo he crecido con Lou Reed y con Iggy Pop y porque casi le doblo la edad a Saúl Lozano, y hay una tentación muy grande de ser condescendiente y ser paternal; y si no consigo evitarla pido perdón de antemano, antes de empezar a hablar de poesía, porque de eso se trata, claro. Y sé que me va a costar separar poesía y vida, poesía y biografía, poesía y personaje, y creo que eso ya está diciendo algo de este libro y de este poeta. Porque los poemas de Made in: la Bestia son un canto a la exaltación, a la intensidad, a la juventud (1) entendida como caos, como amor infinito y doloroso, como locura. Y es difícil separar la literatura de la vida y del personaje porque todo el libro consiste en la creación de un personaje, de un Saúl que está presente en todas las páginas, como un ser angelical y demoníaco que deambula por las calles de la ciudad amando todo lo que ve y sufriendo con todo lo que ve. Los poemas están hechos con trozos de vida, con anécdotas de bares, con conversaciones oídas en la calle, y todo resuena en ese personaje que se llama Saúl y que quiere ser un Jesucristo ebrio y perdido en un mundo que no puede entender, porque la esquizofrenia capitalista no da opciones a la razón, solamente a la celebración, a la locura, a la ebriedad: de mí solo conocéis las ruinas / 21 años 8010 días como 8010 meteoros impactando contra el suelo / lo siento tanto, / te saludo muy lento aunque me alegre de verte / te beso el cráneo y quiero invitarte a cosas / si estoy bien de dinero / de mí solo conoceréis las ruinas / 21 años 8010 días como 8010 hachazos / no soy revolucionario / o soy el mayor revolucionario / por estos puñetazos en la cara interior de la carne / de mí solo conocéis las ruinas / y esta tristeza matemática / que es como una combustión una potencia interior / que me pone un pie delante del otro / que me mantiene atento / a ti y al número y a la línea vertical / que va desde el núcleo de la tierra a mi cráneo / y baja por la línea del nervio a la línea de la losa / y llega a la vertical de la farola hasta la bombilla / y entonces la luz impacta en la materia que confieso ser / dejando caer mi sombra en cualquier ángulo. Hay tres poemas encabezados por citas de Manuel Vilas. Hay un poema encabezado por una cita de Bukowski. Ellos son los dos padres espirituales de este libro, de una forma muy clara, especialmente la paternidad de Vilas es muy patente: la exaltación, la construcción de un personaje que se convierte en el núcleo del poema, la continua aparición del amor, de la santidad, de la ebriedad, de la sociedad de consumo hacen imposible no pensar en Manuel Vilas mientras se lee este libro. Vilas y Bukowski. Ambos han hecho de su vida su literatura, convirtiéndose en personajes. Ambos han intentado saltar el muro vida/literatura de esa manera, y Saúl Lozano ha tomado nota de esa maniobra y la ha aplicado a conciencia, con talento, con una energía contagiosa, con una cantidad de aciertos poéticos (mirar el brillo del plástico es un dolor moderno un dolor / que no es dolor) que superan en mucho los inevitables defectos de un primer libro de un jovencísimo poeta. Pero es casi inútil hablar de defectos cuando el libro se ha planteado de esa manera excesiva y torrencial. Es la tentación paternalista y condescendiente del poeta adulto que intenta guiar al joven poeta, y ese es un papel que no voy a encarnar en estar líneas. Dejemos que el gran himno de “la Bestia” siga su canto, que nos lleve y nos eleve en su vilasiana santidad. Brindemos con Saúl y con Vilas y con Bukowski: disfrutemos del canto y del dolor. Ya sé que no estoy siendo crítico, analítico, como debería ser. Solo estoy recomendando un libro que se puede disfrutar mucho: Mamá besa vírgenes y cruces / pidiendo la salvación familiar / la redención / con el metal de la fábrica en su carne / yo beso a las muchachas como queriendo redimirme / salvarme / del hachazo continuo. // Debe haber un lugar donde corran los ciervos / los brillantes ciervos los brillantes ciervos y la pureza. // Cuántas veces hemos hundido la cabeza en la bebida y lo sintético / como queriendo redimirnos / salvarnos / del hachazo continuo / destrozos inmaculados // yo sé del fondo antiguo del lago antiguo / el lodo santo y el agua / el agua el agua / quiero estar ahí desnudo y puro y ligero / donde el agua donde el agua donde la carne de pez. // Hace años había un loro en casa / en las antiguas broncas familiares / en la cocina // yo me quedaba junto al loro y su jaula y me sentía mejor casi / fui el primero en verlo muerto / sus alas estaban extendidas y el pico lo tenía enganchado a los barrotes / lo mató el frío la congestión la presión interior / murió intentando escapar el loro aquel. // Cuántas veces arañamos esto cada día el cemento el óxido el número / buscando la pureza cristalina buscando / cristalina desnuda. // Debe haber un lugar donde corran los ciervos / los brillantes ciervos los brillantes ciervos y la pureza. // Todos nosotros tenemos derecho a salvarnos / bien lo sé / todos nosotros tenemos derecho a salvarnos / a salvarnos / todos nosotros / bien lo sé. ————--
(1) Bueno, vale, ya he caído. Quiten “juventud” y pongan “vida”. HUGO ARGÜELLES. CUENTOS GRISES (Boria, Cartagena, 2017) por DIEGO SÁNCHEZ AGUILAR Cuentos grises es una colección de diez relatos distribuidos en 90 páginas. Cinco de los nueve relatos están escritos en primera persona y los otros cuatro optan por la tercera. Estos cambios de voz suponen en cierto modo una especie de dualidad en este libro. Por un lado, los relatos en primera persona remiten a un mismo mundo, un mismo personaje, una especie de apuntes de autoficción (pese a que el nombre del narrador protagonista no aparezca explícito). Los relatos en tercera persona, en cambio, aportan la ficción “tradicional” basada en personajes y acciones inventados. En los relatos de “autoficción” encontramos un personaje, una técnica, voz y estilo muy similares: son relatos basados en la anotación, en la observación, en los que la trama casi no existe, ni la acción. Toda la actividad se resume en el paseo (hay muchos paseos, es una especie de Walser triste y existencialista) y el comentario, la anotación, la breve descripción tanto de lo que ve como de su propia mirada. Esa unidad en la falta de acción, en el tipo de comentarios y de actitud vital de los personajes-narradores de estos cinco relatos hace pensar en un mismo personaje que, excepto en el último relato (‘Smart T.V.’, en el que habla de su mujer e hijos) es un joven/maduro que vive solo, que escribe no profesionalmente, que viaja en solitario (hay muchos viajes, muchos relatos parecen notas de cuaderno íntimo de viajero: Dublín, Cartagena, Pirineos, Arlés...), que no encuentra modo de encajar en una sociedad que parece no tener hueco para su individualidad depresiva y artística. Hay también una visión irónica sobre sí mismo, sobre su inadaptación. A pesar de que, en esencia, ese personaje encarna a la perfección en el modelo de artista existencialista inadaptado en una sociedad vulgar y mercantil dominada por la mediocridad y la vulgaridad, el narrador/protagonista evita caer en el patetismo de sentirse gratificado por encarnar ese personaje y juega a la frialdad consigo mismo, a la distancia en los juicios sobre su vida y sobre la de aquellos a quienes observa: Hay parejas de todas las edades paseando por Arlés. Son turistas que miran las fachadas verticales de color. Sólo pienso en las parejas que se aburren como ostras en los viajes porque estoy solo. Estoy aburriéndome a solas, masturbándome en la habitación del hotel o desayunando un cruasán. Decidí hacer este viaje solo porque no tenía a nadie que me acompañara. Los días transcurren lentos con sus invariables ritos alimenticios. No tengo ni idea sobre qué podría visitar o hacer. Cuando entro en unas ruinas lo hago solo mientras el resto camina en grupo. Los miro desde la distancia y no cruzo palabra con nadie. Podría regresar a casa, pero no doy el paso, aunque la situación de viajero fatídico es cada día más insoportable. No es una demostración o una prueba. Tampoco masoquismo. Es una cuestión de adaptabilidad. Soy joven y estoy cansado, pero quiero ser infeliz aquí y allí. [de ‘El viajero experto recorre la Provenza’] El aburrimiento, la soledad, la búsqueda del contacto humano ( a través de la amistad y del sexo, siempre negados, siempre vistos como un imposible, como una realidad paralela a la cual él nunca tiene acceso) la ausencia de horizonte, de expectativa vital más allá de una adaptación a algo que ya sabe que le defraudará de antemano (pareja, trabajo estable, etc.) y que, sin embargo, también le es negada, son los ejes semánticos de estos relatos impresionistas/existencialistas en primera persona, que también juegan a veces a introducir el hecho de la escritura del propio relato, a destacar la distancia entre el yo que escribe y el yo que protagoniza la escritura. La ausencia de trama, de “fábula” en el sentido tradicional del término, lo apuesta todo a la baza de la voz, del tono de ese narrador, de lo acertado de sus observaciones, lo cual es siempre un riesgo que Hugo Argüelles salva con nota, consiguiendo crear un ambiente de desolación y soledad, pero evitando siempre lo cargado, lo sentimental, lo autocompasivo. La rutina y la cotidianeidad vacía de nuestra sociedad aparecen fríamente analizadas, pegadas al corcho del relato con una aguja precisa que no muestra la sangre, pero sí el dolor del pinchazo.
De los relatos en tercera persona, destaca especialmente ‘Sólo leen novelas’. En cierto modo, es el más tradicional, porque hay personajes y una trama, pero es también el que consigue un efecto más poderoso sobre el lector, el que desnuda unos personajes y unos ritos sociales con más dureza y más precisión que los apuntes de observador de los relatos en primera persona. Es uno de esos relatos brutales y perfectos que justifica él solo todo el libro: contundente, preciso, como muestra simplemente el inicio del mismo: El matrimonio Palomeque no tuvo hijos. Habían vivido juntos. Se habían querido el uno al otro. Ella tomaba la píldora. A veces él se desmenuzaba entre sábanas y pieles. No sintieron la llamada del gen. Eran muy tranquilos para todo, y así querían continuar sus vidas. Su boda fue oficiada por una notaria. Eran jóvenes. Hubo pocos testigos. No llamaron a sus padres. Sólo porque les creaba tensión, y ese día era para pasarlo bien. O al menos para sentirse seguros. Estuvo la hermana de Elisa. Tenían el mismo perfil larguirucho, pero en el caso de su hermana éste se acentuaba por una ristra de dientes salientes, que remataban su imagen como un instrumento musical por el que se debía soplar para emitir notas. También les acompañó Carmen. Era una amiga de Elisa que había conocido cuando ambas iban a la guardería. A pesar de lo precoz del encuentro, habían mantenido el contacto y las conversaciones. No se lo contaban todo. Sólo lo más evidente. Su relación era como la lectura de los titulares de un periódico. En el resto de relatos en tercera persona observamos mayor variedad. ‘Radio Song’ es, como el anterior, un relato de corte más tradicional, con personajes y trama. Pese a que es un relato correcto, triste, onettiano, no consigue la altura de ‘Sólo leen novelas’. ‘Juande’ es un híbrido, un relato de comienzo humorístico que termina llevando al personaje a encarnar la figura del perdedor de la que nadie de este libro es capaz de escapar, mientras que ‘Neutralidad benevolente’ es, pese a estar en tercera persona, una especie de variación de la técnica de los relatos en primera persona: es pura observación, desaparece el personaje, que es solo una tercera persona de los verbos, que es una mirada, unas piernas que pasean y registran, sin intentar encontrar significado, sin juzgar, sin comentar, porque es esa idea existencialista de la ausencia la que domina todo el libro, la que sirve de final a ese relato: No se avista nada en la montaña. El sol no se oculta tras ella. Faltan las aves sobrevolando la cúspide. Está muy cerca, sin transmitir nada. Cuentos grises es, en definitiva, un libro recomendable, cuya dualidad de estilos deja buenas sensaciones y ganas de más en ambos. Como libro de “autoficción”, hay muchos aciertos en el tono y la observación de la sociedad y del propio observador; como libro de “fábulas”, con relatos como ‘Sólo leen novelas’, nos deja con ganas de más de esas ficciones frías, brutales, objetivas y un poco crueles que abandonan el “yo”. Y nos hacen también preguntarnos hacia dónde, hacia cuál de esas dos vertientes de la narrativa (ficción o autoficción) se encaminará el siguiente libro de Hugo Argüelles. LUJO BERNER. HOME (Boria, Cartagena, 2017) por JOSÉ HERNÁNDEZ MARTÍNEZ Home es un adverbio de negación. Quizá esta clasificación no aparezca en los tradicionales libros de gramática, pero casi con seguridad, esté recogida en algún libro de metafísica o catecismo apócrifo. Y es que la contradicción como brújula es lo que nos propone Lujo Berner en su primer poemario. Busca dar salida a esos versos apuntados en el cuentakilómetros “de la mente”: Home es la extensión del anhelo beat en su versión 2.0 y de la búsqueda como experiencia fundamental humana. A partir del poema ‘Home I’ll never be’ de Jack Kerouac y de su musical versión posterior a cargo de Tom Waits, Lujo Berner encuentra una fantástica excusa para abandonar a su familia y recorrer un imaginado imaginario americano. Sin salir de la oficina, claro está. Porque de eso nos habla Home, de la esclavitud desde una mesa de trabajo, pero con una ventana al mundo. Una pantalla propiedad de Google, diáfana e infinita, que muestra todo lo que nunca haremos: gasolina para el desconsuelo. Pero Lujo Berner es algo más sencillo que un anti-Ulises o una sofisticada némesis de éste: simplemente no es Ulises. Y tampoco viaja, al menos, en su concepción tradicional, y tal vez ni siquiera escriba. Su única verdad es la ola. Y es que una ola para los que no lo sepáis es como juntar un crucifijo y un orgasmo todos los dioses del mundo y un manual de ebanistería Con esa única referencia en su horizonte, emprende un viaje en furgoneta (el gasóleo corre por cuenta de un santo) que comienza a prepararse en la primera parte del libro. Así, en la Intro encontramos poemas como ‘Traba’, playa-deidad de Galicia —antípoda existencial— a la que encomendarse antes de la partida: como un santuario de ballenas para el espíritu o un dipolo magnético que ponga en marcha tu naturaleza ahogada un polo sur de tu salvajismo O ‘Lisboa’ —declaración de amor y oda a la decadencia—, donde se nos presenta una excepción a la deriva peninsular gracias a la devoción atlántica: Soñadores habitantes de mugre si apartáis la mirada del océano probablemente caigáis desorientados Ya en Home, parte central que presta título al poemario, comienza el recorrido que propone los versos de Kerouac. Rode to Opelousas, rode to Wounded Knee Rode to Ogallala, home I’ll never be Rode to Oklahoma, rode to El Cajon Rode to old Tehatchapi, rode to San Antone Un viaje en el más puro sentido kavafiano, donde lo que menos importa es llegar, y en el que el itinerario es el verdadero hogar. Una vana odisea donde la música de Tom Waits, The Clash, o Creedence Clearwater Revival, entre otros, son los únicos compañeros, y cuyo combustible es la repetición del mantra “Home I’ll never be”. Bajo una apariencia sencilla, Lujo Berner nos propone un juego de hipervínculos escondidos, de manera que Home, además de dibujar un mapa territorial, propone un divertido juego de referentes con una profundidad asombrosa. Así, en ‘Wounded Knee’ no solo hay crítica a la masacre de indios lakota en 1890, sino que además se reivindica y actualiza ese primitivo espíritu libre como advertencia y antídoto contra el capitalismo del nuevo séptimo de caballería. quieren tu tierra, tu casa, tu sangre y la obediencia esclava de tus hijos O la inequívoca alusión al escritor O. Henry en San Antonio, Texas. “I’ve been a bad girl, Sudie” said Johnsy I fight off the snow I fight off the hail soy la última hoja del árbol Un recorrido en el que el autor se permite abandonar el plan inicial y explorar lugares ajenos al itinerario beat, como Ortello Cementery, Nebraska (y que tal dejarse ir rendirse por tiempo un ¿?) o Lodi, California, distopía surf de un mundo sin olas, y por tanto sin esperanza. Es una enfermedad negra que te socava por dentro Como una termita que se va alimentando de tu razón Pero si hay un poema central en este libro, es sin duda ‘Oklahoma’. En él se suman todas las reivindicaciones del alma del autor, que bien pudieran ser las nuestras, y que constituyen un amargo canto contra aquello en lo que nos hemos convertido.
Oklahoma es la imagen que proyectas en las redes sociales es la caricia que te guardas es la vida sexual de un honrado padre de familia la ola que rompe solitaria justo cuando acabas de salirte Una denuncia contra un espíritu consumista que no cesa desde los días del landrush y que se emite en primera persona Somos indios que ya no queremos ser indios Somos colonos que ya no volveremos a ser colonos Realmente somos indios que se creen colonos pero que también puede ser el principio de una esperanza, aunque sea de poliéster y recuerdos, y un espejo en el que mirarse y salir huyendo. cerrar la playa para no volver más —aun sabiendo que el regreso es obligado-- en el próximo Gran Miércoles de la tristeza cerrarla y partir meter un buen puñado de tablas e hijas en la furgo atar una estrella en la baca y partir La tercera parte del libro, “Bonustracks”, es la zona más autobiográfica, a pesar de que el autor siga jugando al despiste. Aparecen así nuevos heterónimos, como Charles Hermite, matemático real francés a quien Lujo Berner roba su tragedia e identidad. De esta manera, en ‘París, Año 1869 (Polinomios de Hermite)’ se insiste en el lado perverso del surf (y, por extensión, del windsurf) que no es otro que su ausencia y la melancolía (casi saudade) que ésta produce. y que si hubiera nacido en Hawái o en el siglo siguiente cuando Zanuck, Viertel y sus tablas llegaron a Francia otro gallo hubiera cantado en pulcro francés O Luis Bernardeau, personaje del que apenas sabemos nada, pero que comparte una terrible historia sobre el aborto, la deshumanización y la vida --ante todo-- en ‘Canción de Navidad’. Lo entiendo, es el triunfo de la hiper-feminidad El último baluarte matriarcal Ante el avance del nacionalcatolicismo Lo entiendo y me someto Estamos en el Pequeño Reino de la Doctora cariño El libro se cierra con “(Leitmotiv, Sampleos y Otros)” que, en realidad, son unas instrucciones de supervivencia para el viaje o una concesión a la mala conciencia del autor. Incluso comparte una de sus herramientas de trabajo, en forma de lista de Spotify. En definitiva, Lujo Berner nos propone el movimiento como principio vital y excelente mecanismo de defensa. A través de brillantes imágenes, robadas de la periferia poética, y gracias a un dispensario musical cultivado con mimo durante años, se genera una respuesta a la existencia en forma de hipertexto, no exenta de crítica y sentido y que permite entrever un delicado universo creativo, que seguro dará para muchos otros libros. Esperamos. JAVIER TORTOSA. TRAZOS EN FALSO (Boria, Cartagena, 2017) por DIEGO SÁNCHEZ AGUILAR Trazos en falso es un libro de relatos de la recién nacida editorial Boria, que viene a sumarse, con este segundo título de su catálogo, a la efervescencia editorial que la Región de Murcia está viviendo en este nuevo milenio. Como siempre ocurre con las cuestiones de género, podemos decir que es un “libro de relatos” y seguir hablando de otras cosas, o podemos detenernos sobre esta cuestión un poco más, porque no es un libro de relatos “al uso”. No encontramos aquí un conjunto de relatos heterogéneo que se han imprimido juntos bajo un mismo título. La otra opción sería, pues, que se tratara de un libro de relatos unidos por una temática común. Y algo de eso hay. Pero tampoco así podríamos explicar al lector qué es Trazos en falso. Porque no está compuesto íntegramente por “relatos”, si nos ceñimos a la definición más tradicional del género. Lo que encontramos aquí es un espacio común a todo el material narrativo (el pueblo Albert Lee, de Minnesota) y unos personajes que también reaparecen constantemente (especialmente Harvey Townshend) a lo largo del libro. Como su título parece indicar, se trata, más bien, de una especie de novela a medio armar o, mejor, de los trazos en falso con los que se podría haber armado una novela. Es en nosotros, en los lectores, donde esa unidad (suponiendo que la “unidad” sea la característica esencial de la novela, algo muy discutible también, pero vamos a jugar a que nos entendemos así) debe rearmarse, y donde esos trazos en falso que Javier Tortosa ha dibujado deben unirse, formar un dibujo, una historia, una imagen de Albert Lee, de la vida de la gente de Albert Lee. Porque, además de algunos relatos más convencionales (‘Cuento de Navidad’, ‘Mardou’, ‘Shakopee’, ‘Una cortina de gafas oscuras’…), el resto de este libro está formado por una serie de materiales narrativos “menores”: fragmentos, voces, escenas que apenas aparecen y se desvanecen, personajes que asoman la cabeza, dicen unas frases y se esfuman. Y es esta originalidad compositiva, esa manera de crear un mundo narrativo a través de fragmentos, de relatos, de escenas, uno de los mayores aciertos de este (si no me equivoco) debut editorial de Javier Tortosa. Por otro lado, hay otra cosa muy particular en este libro, algo que me ha acompañado desde que empecé su lectura y que imagino que le sucederá a cualquier lector que se acerque a él. ¿Por qué Albert Lee? ¿Por qué la Norteamérica profunda, pueblerina? Hasta donde yo sé (información de la solapa), Javier Tortosa nace en Alcoy y vive en Murcia. ¿Qué lleva a un escritor a sufrir esa colonización cultural tan radical, como para crear un mundo total y exclusivamente norteamericano? Creo que quienes no compartan la fascinación del autor por la cultura norteamericana se verán expulsados de este libro. Quiero decir, que se encontrarán con el inconveniente de cierto aire de “falsedad” en el, por otra parte, bien construido mundo narrativo de Trazos en falso. Porque, en cierto modo, esta obra puede considerarse literatura de género. Podríamos llamarla “literatura blues” (y aquí extiendo el género a todos sus hijos más o menos bastardos: rock and roll, americana, etc.). Porque las historias y los personajes que encontramos parecen vivir en una canción blues: personajes solitarios, derrotados, alcohólicos, que cuentan sus penas de manera lacónica y resignada, casi orgullosa, en la barra del bar de Austin. Personajes conscientes de la destrucción, personajes de rock and roll, autodestructivos, fugaces, del “club de los 27”, aunque tengan 54. Ese es el verdadero género de este libro: el blues. La tristeza de un lugar, de la gente de un lugar, ante los golpes de la vida, y su manera de recibir esos golpes, en silencio, casi siempre; en el bar, casi siempre. Entre fragmento y fragmento, como para afianzar esa idea, el autor intercala citas, todas ellas de canciones: Neil Young, Wilco, The Jayhawks, Bob Dylan, Rocky Votolato, Tom Waits, Bruce Springsteen, 091…
Y creo que ahí, en esas canciones, está la clave de este libro, lo que Javier Tortosa quería contar: el mundo de una canción de Springsteen, un mundo americano de trabajadores y de perdedores, y cómo no, de balas perdidas, de borrachos de Tom Waits; un mundo en el que también pueden aparecer escritores (sin guitarra) como Bukowski y como Kerouac, escritores que contaron América o, al menos, cierta América, y lo hicieron con esa actitud de rock and roll con la que han quedado marcados, pese a pertenecer ellos al jazz (pero es que lo que significaba jazz en los 50 no tiene nada que ver con lo que significa ahora, por eso es más fácil entenderlos como rock and roll.). Y eso puede ser lo mejor y lo peor de este libro, y eso dependerá mucho de las filias y las fobias del lector. Apostar por ese mundo conlleva el riesgo del cliché, de provocar la sospecha, de hacer saltar la barrera de la inverosimilitud. Javier Tortosa nos propone un pacto que hemos de aceptar. ¿Queremos entrar en ese mundo americano, legendario, mítico, musical? ¿Queremos que suenen de fondo Neil Young y Sprinsteen mientras leemos? Los lectores que acepten ese pacto previo, disfrutarán con un mundo que se va haciendo sólido conforme se avanza en la lectura y Albert Lee y sus habitantes, sus vidas, sus derrotas y su compasión van acumulándose en el tiempo de la lectura. No obstante, siempre queda ahí esa sensación de estar en un mundo que, pese a tratar temas universales (tiempo, derrota, destino, amistad...), es el mundo de una canción, de una película, de una literatura. Podemos poner un disco de Tom Waits y dejarnos llevar, y disfrutar del viaje, sin hacernos demasiadas preguntas: «La cuestión no es perder. Es el modo de hacerlo. De ser capaz de mantener el tipo. De apretar los dientes. Hará un par de días escuché una canción de un songwriter, no recuerdo su nombre. Decía algo como que la clave está en ser capaz de encajar directos sin dar opción a que se te vayan las costuras. De encender un cigarrillo mientras todo arde a tu alrededor. De perder, sí. Pero con dignidad». |
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