LA BIBLIOTECA DE ALONSO QUIJANO
Reseñas
ANTONIO GUERRERO. APUNTES DE FILOSOFÍA MORAL (Playa de Ákaba, Almería, 2018) por ANTONIO MUNDO ¿Son lo mismo el bien, el mal propio y el común? ¿Cuáles son los conceptos más importantes en filosofía moral? ¿Significa lo mismo ética que moral? ¿Qué es la filosofía moral? Este libro no solo pretende responder a estar preguntas sino que aspira también a ofrecer un manual de consulta a los lectores sobre las cuestiones éticas clásicas, pues aún están vigentes. Arrancando con los presupuestos del Génesis se hace un recorrido histórico por la filosofía clásica y contemporánea, estableciendo los pilares básicos de la filosofía moral. La forma que reviste el libro puede parecerse a la iconología de Cesare Ripa, basada en las alegorías morales. Y de igual manera este libro pretende que el lector lo use como manual de consulta para lo personal. Centrándonos en la ética, aparece como la rama de la filosofía que estudia lo correcto o no del comportamiento humano: esto es la virtud, el deber, la felicidad y etc. En realidad, la ética, tiene como centro de atención las acciones humanas y las características de las mismas. Por eso existen muchas digresiones sobre la relación entre libertad y felicidad, o entre libertad y justicia: foco de diferentes planteamientos éticos de donde resulta el concepto de dignidad y otros como el de responsabilidad, o incluso el de bien común. Por otro lado la moral, ‘lo relativo a los usos y las costumbres’ es un conjunto de normas, valores, costumbres e incluso creencias, que funcionan como directrices en la sociedad. Gracias a su carácter normativo es posible distinguir qué es lo bueno y lo malo, sus hechos, cuales son las acciones correctas y cuáles son las incorrectas. Recordemos que la ética era una reflexión filosófica, de ahí lo de filosofía moral. Separar una de otra supone situar a la ética en el nivel de la propuesta sobre lo correcto en las acciones humanas y a la moral en el nivel de la codificación: códigos de comportamiento concretos. No obstante cuando se mantiene un comportamiento moral no suele pensarse, en principio, en estos conceptos. Por lo general actuamos de manera muy intuitiva y emocional, amén de establecer una reflexión posterior al respecto. Además gran parte de nuestro comportamiento está determinado por la cultura donde vivimos. En el caso concreto de el bien y el mal, existe una vinculación plena con la cultura (no solo religión) cristiana de la formamos parte. Ese fue el punto de inicio de la moral en nuestra cultura y de donde siempre extraemos referencias sobre el bien y el mal hasta llegar a lo justo y lo injusto. Pero esa idea de base se ha ido modulando a lo largo de la historia y tal modulación ha sido de orden conceptual. Para desarrollar esta idea es justo aclarar que si bien es cierto que la ética surgió en diferentes culturas, fue en la occidental donde la disciplina adquirió talante filosófico, siendo Aristóteles el iniciador formal con sus ideas sobre las virtudes (antes hubo más filósofos aunque no trataron formalmente a la disciplina, amén de sus reflexiones: Sócrates, que trató la ética individual, Platón, la idea del bien, y el elenco de presocráticos al mismo tiempo). Tras Aristóteles, el cristianismo fundido con el neoplatonismo, llevó la idea de el bien y el mal, el árbol del conocimiento, y la teoría de las virtudes platónicas, al mundo que conocemos. A partir del renacimiento y hasta el siglo XVIII surgieron modulaciones nuevas: en lugar de primarse el deber anclado en la tradición y en los dogmas religiosos comenzó a darse importancia el deber subjetivo, basado en la razón como única arma para la creación moral. Kant formuló un deber desde la libertad individual y el intelecto frente al determinismo de la naturaleza. Desde ahí surgieron teorías sobre cuál era la naturaleza ética humana, como las de Hobbes, Rousseau, los utilitaristas y etc.
En España existe una gran tradición ética, desde Séneca hasta la actualidad. Son muchos los éticos aparecidos en este país. Acortando la cronología acabaré con José L. Aranguren y su idea de la ética de la responsabilidad. A la ética subjetiva, surgida a partir del renacimiento y sobre todo en el siglo XVIII, él le encontró defectos. La ética debía tener relación con la sociedad por eso una ética basada solo en la razón y la libertad individual no podía ser completa. La ética debía ser social y desarrollar la idea de responsabilidad, de ahí su idea de la ética de la responsabilidad. Esta consideración llevaba implícita otra: el estado de justicia, donde el ente público se implicara moralmente con sus ciudadanos a través de una moral aplicada (el derecho, las instituciones) y garantizara el bien común. A raíz de lo dicho, con las modulaciones sobre la idea de el bien y el mal establecidas en nuestra cultura, sería muy interesante tejer un mapa conceptual ético de las grandes preocupaciones del hombre de nuestro tiempo para detectar en ellas dichas modulaciones. Eso es lo que aparece en el libro. Dichas preocupaciones describen quiénes somos y cómo es nuestra existencia actual. Al mismo tiempo pueden servir de guía interior para el descubrimiento personal de la ética y de cómo aplicarla a lo cotidiano. Ese pretende ser el objetivo de este libro.
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SONIA SAN ROMÁN. DE LA PALABRA HACIA ATRÁS. ANTOLOGÍA PERSONAL 2004-2017 (La cabaña del loco, Logroño, 2018) por PILAR GORRICHO De la palabra hacia atrás es una antología personal cuya selección ha corrido por parte de la propia autora desde una doble lectura: la de aquellos textos que la poeta ha considerado mejores, con los que más se identifica o han sobrevivido con mayor solvencia al paso del tiempo; y la de su propio punto de vista sobre la literatura, el arte y la creación poética. Así es como Sonia San Román nos explica, en una nota introductoria, la trayectoria seguida para la compilación de los versos que dan forma a este poemario y cómo, inspirándose en José Ángel Valente (De la palabra hacia atrás me llamaste, ¿con qué?), puso título a la obra. Porque la construcción de un libro implica siempre una introspección, un desplazamiento que va más allá de la palabra, y un viaje atrás en la palabra es precisamente este libro, en el que encontraremos una dialéctica impecable, nutrida de la experiencia y trascendiendo la existencia, para palpar las cosas que pasan en ella. Roberto Juarroz piensa que «la única manera de recibir una creación es crearla de nuevo; tal vez, crearse con ella», y esta premisa es la que sigue la autora en toda su producción. Ese viaje (nos sigue narrando en la nota introductoria) revela su andadura por el mundo poético desde que en el año 2002 se deshace del purismo académico sopesando otras lecturas, con las que se gestó el germen de la editorial Agosto Clandestino, y dando lugar, en el año 2004, a la publicación de su libro de poesía De tripas, corazón. Ya dijo Hölderlin que la poesía es «inocente-peligrosa-comunicante». Es «apariencia lúcida», lugar privilegiado de visión que vuelve comprensible lo que muchas veces en la vida cotidiana se nos presenta en forma confusa. (Y para quienes todo tiene el mismo olor/ el mismo sabor/ la misma forma/ les daría el frasco vacío/ como su vida…). El lenguaje es un bien que actúa a favor del poeta, y de esto sabe mucho Sonia San Román, que soslaya la palabra con la precisión que el estudio de la Filología le ha otorgado, unido esto a un profundo conocimiento del arte poético que impregna de magia lo cotidiano. San Román maneja el verbo con la contundencia de quien aproxima al lector a una fotografía manuscrita, explorando la condición humana desde el más puro existencialismo a la permeabilidad de lo reflexivo. Así, en Planeta de poliuterano se proclama vencedora de lo tedioso en esa difícil tarea que es el amor: Dejamos de citarnos en el parque/ para acabar viéndonos cada atardecer / empujando un carrito de la compra / entre estanterías repletas de lechugas. (...) Aún no sé si hemos ganado / o si seguimos jugando cada viernes / a comprar el cupón por si nos toca / el premio gordo de la convivencia. Un punto de fuga es un lugar impropio situado en el infinito, y existen tantos puntos de fuga como direcciones en el espacio. A ese punto de fuga recurre la poeta en su libro del mismo título, donde recorre la geografía del viaje en la honda inspiración de plasmar en el papel aquello invisible a los ojos que marcará la referencia. Y, puesto que viajar es lo más parecido a soñar, la poesía lucha contra el olvido. Boris Pasternack también confirma que «la poesía es la musicalidad de las cosas que discurre a ondas para recrear con la palabra imágenes visuales». Y es que la poesía aspira, igual que la fotografía, a conocer, sólo que con otras estrategias y recursos. En ésta se produce un escondido trabajo con la musicalidad de la expresión. También precisa imágenes y escenarios: la materialidad de la escritura y de la palabra lo exige. Y no existe palabra ni escritura que no se encarnen en la materialidad del discurso o del diálogo, o del texto literario. Por eso, más allá del viaje interior o la catarsis, la poeta recorre con nosotros su propio Punto de fuga, porque siempre estamos en el umbral, en la puerta entreabierta entre dos mundos, observando de reojo lo que pasa al otro lado de la puerta sin verlo bien, sin entenderlo del todo, hasta que el alma unificada reclama la hoja en blanco: Praga se inundaba aquella tarde / El Moldava se sobraba entre los adoquines de la Ciudad Vieja / Tú y yo, ajenos a todo / estalactica y estalagmita / derramando entre nosotros/ las gotas de un futuro/ clavado como una estaca / en el centro del vientre / Una voz en off en checo / anunciaba el Teatro nacional. Seguimos transitando por el libro, por el cosmos vital y el crecimiento de esta poeta que construye en su historia familiar su lugar en el mundo. Ser hija, ser madre, ser mujer, en Anillos de Saturno, posiciona y consolida a esta escritora como hacedora del verbo donde todos nos reconocemos. San Román encuentra en la poesía la posibilidad de comunión entre el género y la idea, ya que es allí donde se manifiesta el pensamiento. La expresión dentro de la obra poética tiene como propósito entablar un diálogo con el lector, en este caso el sapiencial, el lenguaje poético. Un lenguaje poético acorde a su tiempo, con imágenes contundentes. Mis dedos laten insomnes / mientras arañan briznas de sol que regalarte / Luz que calme la humedad reseca de los días caducos / Brillo que limpie el polvo injusto de los inútiles y soberbios. Las realidades más altas pueden ser expresadas de la forma más sencilla. Si no, ni son elevadas ni quien las transmite las ha alcanzado, y tan solo es apariencia lo que del poema se desprende; aparente sabiduría, aparente hondura. «La poeta es, al mismo tiempo, el objeto y el sujeto de la creación poética: es la oreja que escucha y la mano que escribe lo que dicta su propia voz. ‘Soñar y no soñar simultáneamente: operación del genio’. Y del mismo modo: la pasividad receptora exige una actividad en la que se sustenta esa pasividad». Así, y partiendo de un verso de André Bretón y plagado de metáforas e imágenes surrealistas, nace el poemario Nosotros, los pájaros. Nosotros los pájaros / no tenemos el habla / pero sí la vista / las huellas / y el vuelo alto/ Desde aquí se hermanan río y serpiente / montaña / fruto y pecho / jabalí y cazador / prostituta y sacerdote /nido caldera y barro. Esta antología que nos ocupa avanza por la realidad y la mirada de la poeta, a quien nada le es ajeno, hasta llegar a La barrera del frío; ese parapeto fragmentario del yo donde convergen las otras mujeres que la precedieron, tratadas injustamente. En este libro, aunando diversas disciplinas (como la fotografía y las obras pictóricas), indaga sobre el simbolismo y el surrealismo en un posicionamiento abiertamente feminista en los veintiún textos y veinte fotografías que lo componen, pues el feminismo no es simplemente una postura ideológica: es también una forma de vida. En otro orden de cosas, la literatura es concebida por la escritora como un acto de comunicación social en el que las prácticas discursivas tanto de producción y emisión del discurso como de su recepción y decodificación están inscritas en determinadas coordenadas históricas y sociales. Se trata de una actividad intersubjetiva, a través de la mediación del signo, del texto, del objeto discursivo, porque sus opciones han sido pocas: o emular la identidad femenina literaria heredada, o comenzar a cambiar las pautas tradicionales. Lo interesante es ver cómo la poeta ha negociado con la tradición, con frecuencia desafiando los modelos impuestos sobre su propia identidad, advirtiendo de cómo la poesía es un deporte extremo para la mujer. La poesía es un deporte extremo para una mujer que se atreve a atravesar el alambre de los funambulistas con niños en los brazos y años en la melena (...) y cuando llegue nadie apreciará su esfuerzo / sólo le dirán que dónde estaba, que llega tarde y lleva el pelo hecho un desastre. Estamos ante una poeta que deja de ser sujeto frente a los objetos, que deja de diseccionar la realidad con el escalpelo de la razón, que deja de fragmentarla para expoliarla. Una poeta que vuelve a dar palabras a las «cosas» en tanto cosas y no «objetos» haciéndose eco, en su nombrarlas, de la viviente y elocuente vibración del Ser en el temblor que las constituye, del eco del silencio del que están henchidas.
Szymborska dice que «la inspiración no es privilegio de los poetas o de los artistas», y es cierto que todos experimentamos la exaltación o la tristeza ante lo que nos pasa; mas es muy distinto sentirlo a decirlo o a saber transmitir aquello que padecemos o disfrutamos. Al leer un poema, ese poema que el azar, la curiosidad o la suerte han puesto en nuestras manos, sentimos que quien lo escribió nos conoce, que adivina ese específico sentimiento que vivimos. Y es justamente eso lo que se experimenta al leer la poesía de la riojana Sonia San Román, que finaliza este compendio con una serie de poemas inéditos o publicados en revistas. Alcanzar lo nuevo requiere de una observación poliédrica y de la aprehensión de un vasto vocabulario, y créanme que para esta escritora el milagro de la poesía es un trabajo mágico que engalana la vida en estas páginas por las que los invito a caminar en la captura de lo vivo. ANTONIO J. SÁNCHEZ. BUSCANDO A VELÁZQUEZ (Ediciones en Huida, Sevilla, 2018) por MANUEL GUERRERO CABRERA SEVILLA, ARTE Y LITERATURA La película Perfectos desconocidos (Álex de la Iglesia, 2017) trata de cómo durante una cena unas parejas amigas y un soltero deciden jugar a leer en voz alta los mensajes que les llegan al móvil y atender las llamadas en altavoz. A medida que avanza la noche y comparten los mensajes, se percatan de que, pese a la amistad, ni se conocen tanto ni cuentan todo lo que les pasa. En esta misma situación me encuentro con Antonio J. Sánchez (Sevilla, 1971), que se trasladó a la capital española por amor, donde trabaja de gestor económico, poeta de Balance de situación (Guadalturia, 2011), Leyenda urbana (Origami, 2012), Tebeos (Voces de tinta, 2014) y Libro de horas (Lastura, 2017), ganador del Premio «Saigón» de Literatura en 2008 y el Premio de Poesía Miguel Baón en 2015; una persona muy comprometida con lo cultural y a quien siempre le estaré agradecido de las palabras que dedicó a mi hija al poco de nacer y que utilicé como improvisado epílogo en uno de mis libros. Y toda esta información la he escrito de memoria, doy mi palabra (escrita aquí), además de otras cosas demasiado personales que me callo, porque no hay que contar aquí. Por lo que el día que supe de la novela Buscando a Velázquez, me sentí como uno de los personajes de la película antes mencionada: ¿Antonio J. Sánchez, de Sevilla, novelista? ¿Cómo pudo ser? ¿Desde cuándo? Buscando a Velázquez (Ediciones En Huida, 2018) trata de Lorenzo Castilla, un becario de Historia del Arte, oriundo de un pueblo de Segovia, que llega a Sevilla en 1997 y encuentra por azar una pista sobre dos cuadros desconocidos de Velázquez, lo que hará que den con ellos y se realice una subasta. La novela pasa por distintas fases de género, de la novela de misterio o intriga, en la búsqueda de los cuadros de Velázquez y la organización de la subasta, a la neocostumbrista-social con una buena relación o descripción de situaciones de un protagonista foráneo con la ciudad de acogida, Sevilla, pasando por la humorística y la amorosa o sentimental. La acción se divide en tres partes muy claras: la primera es la búsqueda y localización de los cuadros, la segunda confiere de lo relativo a la subasta, y la tercera actúa a modo de epílogo, para cerrar tramas secundarias. En el tratamiento de los personajes, Lorenzo Castilla lleva el peso fundamental de las tramas y de la novela en general. Es el personaje principal y el más completo, de cual se nos ofrece una imagen terminada: confiado, sincero, íntegro, serio y apasionado en Historia del Arte; su personalidad deja en evidente contraste la de los demás personajes, con Lucas (su guía por Sevilla, una suerte de Virgilio fiel e inteligente) en que este es burlón, con Luis Carlos (presidente de la asociación APTA) en que este es oportunista y deshonesto, o con Yolanda en que esta es decidida y resolutiva. Por lo tanto, no hay aspecto que no pase por él, pero el autor puede estar tranquilo, porque Lorenzo es un personaje sólido, incluso en los momentos de humor, como en su breve experiencia en el camino del Rocío. Tan sólido como Sevilla, pero esta ya tiene valor y fuerza de por sí. Por esto último, uno de los aspectos más interesantes de la novela es la expresión y representación de la sociedad sevillana, que no tiene reparos en mostrar amor por su ciudad, no solamente lugares conocidos de la ciudad (la catedral, la Casa de Pilatos, la Alameda…), sino también bares (también reales: el Tremendo y Casa Morales); su gente (destacamos la descripción de las distintas «tribus urbanas» en el segundo capítulo); y, en especial, sus costumbres, como la atención dada a la Semana Santa en uno de los mejores capítulos de la obra y el modo de asumirla como algo antropológico y social, junto con lo religioso.
Sevilla es una ciudad tradicional, muy aferrada a su pasado, para lo bueno y para lo malo. Y nada hay más tradicional que las devociones religiosas. Además, las hermandades tienen aquí un peso enorme, que va más allá de lo religioso, y se instala en lo cultural y en lo social. Esto nos lleva al gran motivo de la obra, que parece oculto, pero que está muy presente y se nos pasa: la defensa de la cultura y del arte, que lo perdido en estos ámbitos es irrecuperable. Valga como muestra la indignación de Lorenzo al conocer el derribo de la casa solariega del siglo XVIII de los Acosta de Villablanca, o el modo en el que Lucas le informa de cómo ha cambiado la Plaza del Duque en menos de cincuenta años que, de estar rodeada por palacetes nobles, ha pasado a estar llena de edificios modernos de grandes almacenes sin valor artístico. Es esta tesis la que da sentido al final de la obra que, evidentemente, no describiremos aquí. Quizá, en el futuro, exista una sociedad mejor preparada, sin tanto ánimo en lo lucrativo y más en lo artístico, para comprender el valor del hallazgo de un Velázquez o de la obra de otro gran artista. Dijo Rilke que la patria es la infancia y con Buscando a Velázquez conoceremos la de Antonio J. Sánchez. Como dice Lucas en la novela: «Es que saber de arte no es aprenderse de memoria un montón de fechas y nombres, sino conocer el mensaje que quiere transmitir cada obra». Y la suya transmite amor y admiración por Sevilla, la literatura y la cultura. CARMEN BELTRÁN. LA METEORÓLOGA DE SÍ MISMA (La cabaña del loco, Logroño, 2018) por PILAR GORRICHO La meteoróloga de sí misma, antología personal de Carmen Beltrán Falces, nos ofrece la oportunidad de sumergirnos en un compendio estudiado y calibrado de sus cuatro libros anteriores: Prohibido jugar (Celya, 2004), Pecado original (Ediciones del 4 de Agosto, 2007), Cuaderno de sal (Los libros del señor James, 2010) y Ser como el pan (Poética y peatonal, Ejemplar Único, 2014). Ya el título es significativo y muy especial y he de confesar que me llamó poderosamente la atención desde el principio. Ser meteoróloga de una misma. Apoderarse por un instante de los tiempos. Cuidarlos marcando las necesidades. Saber dónde convergen los vientos favorables. Y nadie mejor que la propia poeta para introducir este florilegio relatando certera y cercanamente cómo se gestó, los tiempos en que germinó cada verso, su pasión por la poesía, así como por el proceso evolutivo que conlleva sacar un poemario a la luz, el reencuentro con los primeros escritos, el misticismo del papel en blanco. Con una sencillez digna de elogio y un lenguaje de tú a tú nos va adentrando en su mundo; ese mundo que no es otro que su relación directa o indirecta con todo lo poético, su maternidad como acto primordial antepuesto a cualquier otra condición, su relación con los libros, con otros poetas. Relaciones que navegan entre lo personal y lo profesional. Pero quien conoce a Carmen Beltrán sabe que no es necesario que escriba poesía para que la construya en todo momento a través del contacto piel con piel que mantiene con el mejor de sus poemas: sus dos hijas. No obstante, la disección de la mujer poeta y de la madre sólo es posible a través de esa hoja en blanco que los que amamos la buena literaria esperamos que ella encare. La exactitud y la concentración expresiva definen el hacer poético de Carmen Beltrán, quien, sin grandes artificios, consciente de que más es siempre menos, descubre nuestra naturaleza en un mundo cada vez más desdibujado, mistificado, espurio e «irreal». Carmen entiende que no hay literatura sin esencia, sin expresión del ser. Que, definitivamente, sólo el amor puede generar el espacio fértil propicio para la comprensión de la obra. El amor con mayúsculas. Eso y la aceptación inexorable del paso del tiempo, la lucha por permanecer dentro del territorio del respeto más allá de la pasión primera. Ese amor de hemorragia y ancestral que encontramos en el poema «Sangre» de Pecado original. No hagáis daño a los míos / mi sangre arde con el ímpetu que le regalan milenios de Historia. O el amor de pareja en «Esos aprendizajes»: de su desdén aprendí que mi amar es como el musgo/ y hasta en las piedras más frías puedo echar raíz. Nadie puede negar la excelencia y el brío de estas imágenes, y déjenme que prosiga con la palabra «precisión» y señalando el proceso evolutivo y personal por el que transita Carmen Beltrán en esta antología, pues es ella la que define el verso claro donde todos nos identificamos con la mujer, la poeta, la madre.
Por mediación del escritor la palabra se libera de todas las rémoras, limitaciones y malentendidos que le impone el uso común, el convencionalismo social. Y, en efecto, la palabra deja de ser, en manos de la escritora Carmen Beltrán, lo «codificado», lo «unidireccional», lo aceptable para la masa, el lenguaje del poder; y se torna vibración y resonancia mágicas en los terrenos del ser. El acto poético resulta, pues, profundamente liberador, deviene el ejercicio de una conciencia enfrentada a la problemática del mundo real, la práctica de la lucidez que reconocemos en estos versos de Cuaderno de sal: Saber no cura, pero nos aplicamos a ello / por miedo / por curiosidad, por orgullo/ Porque siempre queremos ser más de los que somos / ignoramos que no habrá nada tan doloroso como conocer todas las respuestas. Porque a los hombres nos rige no sólo nuestra vida reflexiva, la fuerza del pensamiento y de la razón, sino también, y no en menor grado de importancia, la brumosa verdad de los sueños, lo desconocido, oscuro e innombrado presente en ellos, la otra cara de la realidad, la rica materia de la cual los poetas y los artistas extraen la inexorabilidad de la experiencia. Lo que ocurre es que esa experiencia se trastoca cuando topamos con una nueva vida que cuidar y proteger en la cercanía y la fragilidad con la que se palpa la nueva condición, se sondean las posibilidades, se acuña el término «amor» en toda la extensión tal como nos los sigue ofreciendo en función convocatoria en Ser como el pan, ese pan que se reparte cada día pues no sabe de amor quien se siente entero. «El hombre sólo es él mismo cuando descansa», dice Erich Fromm en su estudio sobre el sentido del shabbat en la cultura judía. La poesía es ese descanso: un descanso abismal, una suspensión del tiempo, una extrema ofuscación del espacio donde el ser se reencuentra con su forma original y lo sublima: Estarás a la intemperie que es lo que queda lejos del poder y de sus focos / solo ahí se es libre y también desgraciado (no conozco yo aún premio sin herida) / contigo crecerán tus cicatrices/ ámalas/ cuídalas / porque serán el mapa que te explica / en ellas florecerá la luz/ de quien te quiera. El acto poético no deja de ser un milagro. Un milagro creativo en el que una palabra particular, fuera del circuito de la comunicación, tomada en su materialidad, deja de ser un medio para ser un fin en sí misma. Así Sartre, emparentándola con la música y con la pintura, dirá sobre este arte que el poeta «no se sirve de las palabras, sino que las sirve». Pero ¿qué sería del lenguaje del poema sin ese lector que lo hace suyo? Por ello, entre otras muchas razones, les pido que hagan suya esta antología de Carmen Beltrán, que transiten por ese clima del que es legítima dueña para hacernos partícipes de la heredad. |
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