MANUEL FABIÁN TRIGOS BAENA. RAMBLA (Tigres de papel, Madrid, 2019) por VÍCTOR ALMEDA ESTRADA EL ASOMBRO OCURRE Dice Manuel Fabián en su primer poemario, Rambla, que las hojas secas / viajan al fondo del / lago inquieto. También nosotros viajamos, de su mano, al fondo de las imágenes que inician su ronda en la medianoche, al fondo de la secreta esencia del epigrama y de la oscura cantidad que mueve el laberinto de las hojas. Y todo ello provoca dos reacciones. Una, que preludia la espesura de la noche. Otra, saltando ya, es como atravesar una luz enviada por un insecto que vuela bajo la luna. Porque ahí, en el fondo del lago inquieto, hay algo que no se cansa de mirarnos. Y así queda el secreto sin revelarse.
Se interroga el autor sobre lo accidental y precario de los símbolos de nuestro destino, sobre la embriaguez oscura del alma y las burguesas premoniciones que parece que vienen hacia nosotros. Y aunque algunas respuestas se dejan presentir o indicar, en realidad no las hay, porque las respuestas no agotan nunca su contenido. ¿Qué principio regirá sobre las entrañas del tiempo que nos derrota en el intento de comprenderlo? De ahí podemos establecer que estos poemas van más allá de su finalidad. Me refiero para establecer más precisión que, por las páginas de este libro, el fuego alumbra de otro modo, porque ya se ha vuelto luz primera o regalo impenetrable de las imágenes que bailan sus propias danzas bajo el sueño. Danzas de una fiesta innombrable; danzas de la fatalidad de la belleza que de noche velan hasta el fin; danzas de las furias tempranas que nos han herido para siempre. Un mirlo llora hacia el norte lejano. Las hojas huyen del pantano de esta orilla tan desierta Y descubrimos, también, que el humo se vuelve y transforma en luz frecuente, que inunda el vacío —lugar condigno— de una cámara secreta. El humo es páramo resurrección que siempre se niega Se teje profundo como el olvido Y aún en la noche, allí donde la luna entreabre lo que nos sale al paso, se nos hace visible una niña dormida en medio de los hielos. Niña argentina de palabra ácida de voz inocente y rebelde Es, pues, un poemario que establece una frontera extraña donde los hombres no se separan y cuya primera visible consecuencia es que, a medida que avanzamos, aumenta su caudal. No obstante, como lector, agradezco a Fabián el rechazo de lo declamatorio que ha impuesto en su libro, pues sabe él que a las palabras (tan profanadoras de todo) como a las cosas, las entorpece el abuso. Nadie más debería callarnos Bástenos subrayar, por ahora, que este libro es como ese tremendo pez que rompe todas las redes del inconsciente; el eterno reverso enigmático que nos señala, una y otra vez, que el asombro ocurre.
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BEATRIZ RUSSO. NOCTURNO INSECTO (Tigres de Papel, Madrid, 2014) por PEDRO GARCÍA CUETO El nuevo libro de Beatriz Russo, gran poeta y mujer de gran capacidad imaginativa, es un acercamiento al mundo de los sueños, un espejismo donde la belleza del poema cobra resonancias. Habla de los espacios interiores, donde los seres cobran vida, tan pequeños como los insectos, meticuloso acercamiento a la vida y sus criaturas, desde la mirada de la mujer que reflexiona sobre su lugar en el mundo. Para la poeta la niñez es un lugar edénico donde vivió el entusiasmo de la vida, la distancia en la cual se vertebra el paso del tiempo, como el poema que abre el libro, donde la mujer y la niña se conjugan, son espacios que vuelven, de arena y vidrio, como si el tiempo fuese un reloj de arena y un espejo, donde la vida nos envuelve, en mil prismas: Entre la mujer y la primera niña hay un espacio de arena y vidrio. Gira el tiempo en su moción irreverente como un diábolo de esquirlas. Me incomoda su simetría. La vida nos hace nadar en sus espejos, esos ángulos simétricos donde nos vemos y desaparecemos, como si fuésemos olas del mar, para la poeta, la vida es un círculo, lugar de inicio y de fin, que vuelve, como en el eterno retorno de Nietzsche a su comienzo, la mujer que fue niña vuelve a ser niña cuando va siendo mayor, simbiosis de la vida, principio y fin unidos. Pero la poeta en este libro va más lejos, va trazando un horizonte de imágenes, va conjugando con hilo fino el tapiz del cuadro, va esmerándose por enfrentarse al mundo onírico que late dentro de ella, el de la niña-mujer que sigue viviendo en ella. Poemas como el IV, cuando dice: Se abre la puerta, cede la cerradura al ímpetu de la llave. / La madera tiene el brillo de mi desnudez. / El insecto se mece sobre mi piel pausada con su muñón / de gloria. / Me duelen las comisuras de los labios y apenas / me he reído. Niña que se ve en el espejo del tiempo, la madera que nos envuelve a todos ante la muerte, el ataúd donde descansa el cuerpo y el insecto que roe nuestros restos, parecen los presagios de ese futuro que vive en la mirada, la presencia de la muerte, desde la plenitud de la vida, una sombra que vive y descansa en la mirada de Russo. En el libro late el cuerpo, siempre herido ante la madera, el viento, el acero, todo aquello que va provocando el asombro del tacto, el poemario es sumamente táctil, los poemas se tocan, son como cuerpos que nos seducen desde el deseo y la decepción, son como rostros y restos de esos rostros, invitan a amar y a sentirnos desolados tras el estupor y el asombro de los cuerpos tras el acto amoroso.
Si la primera parte, ‘Las hormigas furiosas’, es un paseo por el amor y la muerte, parafraseando al famoso título de la película de Huston. En ‘Grueso ojo de facetas’ late en poemas en prosa la búsqueda de los cinco sentidos, para culminar en el tercero, ‘Entre la planta y el pájaro’, a través de poemas cortos, esta sinfonía que es el libro, donde se pueden ver diferentes movimientos, los poemas extensos para hablar del tacto, la mirada, el lento escuchar y rumor del mundo, a unos últimos poemas que expresan esos consejos que son confesión, como abrazos que penan, sombras que duelen, amores que se consuelan en la soledad del cuarto vacío. Destaco el poema IV, cuando dice: No temas la soledad del mirlo. / Breve es el vuelo de quien se aferra al sustento. / El grano crece en los campos de tierras airadas / por donde transitan los rayos de luz y brisa. Sin duda, ese vuelo es de la poeta que ya sabe, como el mirlo, que si soledad es viaje, que es conocimiento, volar es la única forma de soportar la vida, de ir más lejos de lo visible, allá donde late la gran imaginación de esta gran poeta. Bello libro que aúna tres movimientos, el de la vida y la muerte, la niñez y la madurez, en su primera parte, el de la vida, a través del goce y de sus sentidos, en la segunda y ese último movimiento orquestal, como unos violines que expresan la soledad de la mujer que sabe que sin el sueño y la imaginación, la vida no vale nada. Beatriz Russo logra en este libro una cartografía vital que nos llena de emoción y de preguntas, las cuales solo podemos contestar a través de la hondura de sus versos. ANDREA AGUIRRE. EL MAPA DE LA EXISTENCIA (Tigres de Papel, Madrid, 2015) por DIEGO SÁNCHEZ AGUILAR Andrea Aguirre, de cuyo anterior poemario ya hablamos aquí, (http://elcoloquiodelosperros.weebly.com/la-biblioteca-de-alonso-quijano/la-infancia-suicida-de-veronica-que) acaba de publicar en la editorial Tigres de Papel su último libro, titulado El mapa de la existencia. Si lo comparamos con el anterior, se aprecia un cierto apaciguamiento en su voz poética. Donde en La infancia suicida de Verónica Qué había desesperación, surrealismo, y una composición sinfónica de poema único, de largo aullido visionario e introspectivo, aquí hay más orden, más reposo. Este proceso de madurez se concreta, a nivel formal, en un paso de la abstracción a la figuración, una vuelta al poema “con tema”, de extensión más breve. También se abandona el versículo y el poema en prosa para usar un verso libre de ritmo más pausado. El “mapa” que Andrea Aguirre nos invita a recorrer divide su territorio en tres grandes regiones: “El lenguaje y la luz”, “La intimidad de la lluvia” y “El secreto de los pájaros”. La primera parte (“El lenguaje de la luz”) está dominada por una idea general de desamparo, de desahucio, de abandono y de orfandad. Es un territorio inhóspito del mapa, pero es completamente nuestro. El primer poema de esta sección se titula ‘Linaje’, apuntalando ya desde el principio esa idea de que la voz poética se considera hija y heredera de la ausencia y del dolor; se sabe también huérfana y descendiente de la muerte: Existe un dolor inexplicable cercano a los relojes / y a las mantas de lana. (…) Todos los dioses se marcharon / hace siglos: somos niños en ayunas, / y así continuamos la existencia / muriendo en pañales. En este “páramo” del mapa, la voz poética habita profundamente el desamparo, con un tono que evita el dramatismo pero que no rehúye el dolor, sino que lo hace propio y esencial, hermano de la palabra y memoria, asumiendo el abismo como sustento: No hay suelo sobre el que sostenerse / en este cieno profundo, recordando incluso en su visión oscura al Lorca de Poeta en Nueva York, en versos como: Hay un naufragio consumado / en todos los amaneceres. // Ya nadie podrá nunca resarcir / al animal más triste de la Tierra. Los habitantes de esta inhóspita región, tan cercana a la muerte, son, por supuesto, hermanos de los fantasmas: Así descorren las cortinas los fantasmas / para observar los aviones desde el limbo. El título del poema del que se han extraído los versos anteriores es ‘Desahucio’ (otra vuelta al 27, ahora es inevitable pensar en el poema de idéntico título de Sobre los ángeles de Alberti). Y esa sensación de haber perdido el hogar (si es que alguna vez se tuvo) es constante en esta parte del libro, en esta oscura región del mapa. El gran logro Andrea Aguirre es conseguir que esa oscuridad no aparezca como lamento estéril, sino como reconocimiento de un ser esencial. Es nuestra región natal, la luz en la que aparece nuestro ser, la del lenguaje, legítima herencia de la ausencia: Los muertos nos ofrecen la existencia / en un pacto sagrado y ancestral / entre el tiempo, la palabra / y la memoria. La segunda parte, “La intimidad de la lluvia”, es la región luminosa de este mapa. Frente al desahucio y el abandono, aquí hay “refugio”; frente al páramo y el desierto, aquí hay lluvia, una lluvia que riega el árido territorio anterior y lo hace fértil, habitable. Se trata de la región del amor y el encuentro en el presente. Aquí el cuerpo, la sangre, la piel, dan pie a un nuevo lenguaje, hecho de amor y de presencia y que deviene refugio frente a toda esa desolación anterior. Abunda, como es habitual en toda poesía amorosa, el nosotros y el tú. Esta región amorosa es también la estación del presente, la estación de la lluvia y de todo aquello que es vida: la sangre, el cuerpo, todo lo que existe en el instante y está vivo: Esta lluvia intacta es el camino, / y así te amo, / como aquello que devuelve a la mirada / la alegría de ser alguien que vive. La lluvia se convierte en símbolo que recorre todos los poemas entregando su carácter de acontecimiento cercano y presente, frente a la ausencia que en la parte anterior caracterizaba todo lo que se ha buscado como sustento para el ser del hombre y su lenguaje: Pero el amor no es un asunto de dioses, / sino de entrañas y lluvias. Además, el amor cumple también una esencial función de expiación y absolución de culpas: Yo seré la voz clemente que te absuelva / y te demuestre la certeza de la lluvia. Como si tanto el “yo” poético, como el “tú” amoroso se hubieran encontrado en algún punto desolado de este mapa, donde el amor, y la lluvia (un nombre del amor en este libro) se convierten en aquello que lava la suciedad y la memoria, la culpa y el pecado: Lavaré tus pies desnudos con mis ojos / y de nuevo dormiremos sobre una tierra íntegra / sin dios, sin pena / y sin culpables. La lluvia y las lágrimas pueden fundirse en una sola imagen salvadora. El perdón es la aceptación necesaria para poder habitar el presente, y ese perdón necesita ser ofrecido por otra voz: Cargaré tu culpa antigua a través de los tiempos (…) / Cargaré tu culpa antigua. Borraré / tus huidas, tus fracasos y tus lágrimas. (…) Cargaré tu culpa antigua con mi llanto, / será el agua que te escueza en las heridas / y sabrás que nada hay imperdonable. // Cargarás mi confianza en tus bolsillos / y serás de nuevo libre para amarnos / bajo el peso de los años y de los muertos. La pareja se convierte, tras aceptar las culpas y el pasado, en un presente divino, inmortal: Mirar las estrellas no es lo mismo / desde que somos tan inmortales. […] Tú y yo seremos aquello / que dios quiso crear en un principio. La tercera parte, “El secreto de los pájaros”, levanta el vuelo sobre el mapa. Hay una tentación que nos llevaría a interpretar la primera parte como un pasado del yo poético, la segunda parte como un presente amoroso del yo poético más un tú, lo que casi nos obligaría a considerar que la tercera parte, por imperativo lingüístico, sería la región del mapa correspondiente al futuro. Sin embargo, esta tercera parte no tiene la unidad que mostraban las dos anteriores, y consiste más bien en una mirada general sobre el mapa de la existencia. Se celebra la conquista de ese espacio (Esta es la casa que quiero para nosotros. / Los cantos de las madrugadas. / Tus dioses en sus refugios. / Mis añejas lágrimas. / Los ritos del despertar. / Nuestra desordenada risa.), pero también aparecen sombras, dudas, inquietudes: Lo que más me da miedo es no saber / si la traición, en realidad, / es una trampa / o una derrota. Hay aquí una poesía más reflexiva, con una mirada en parte hacia el futuro y también hacia el pasado. Se trata de una mirada situada en un espacio poético, desde el que valora y sopesa la vida, la existencia y la posibilidad.
Destaca en esta última parte la idea de lo posible: la nostalgia del pasado vivido y del no vivido, la muerte, la mirada sobre el mundo como un mapa sin coordenadas que se va desarrollando y ofreciendo cosas que son o que no son, se viven o no se viven. En este sentido, el poema titulado ‘Mapa’, central de toda esta última parte, es la mirada al exterior, al mundo entendido como mapa de todas las posibilidades, con una anáfora (En todos los lugares…) a la que siguen unas imágenes, preferentemente duras, visionarias, que pintan un mapa de dolor y de injusticia: En todos los lugares una madre llora por un hijo muerto / y teje flores secas para su cama desierta / donde ella habita ausente desde entonces. (…) En todos los lugares un amor es derrotado y se desgaja. / Y una planta palidece en un salón insípido / o en la mesa desahuciada de la cocina. ‘Universal’ y ‘Planeo’, los dos poemas que cierran el libro, ejercen esa responsabilidad con solvencia y maestría, ofreciendo en el primero una mirada que sobrevuela el mapa, el mundo, llenándose, tanto la mirada como el lector que terminan el recorrido, más de preguntas que de certezas: preguntarás / para qué hemos venido / tristes cantos tantas tardes / en los rincones de los viejos sitios / que nos rompían los ancestros / somos carne de pájaros / carne de todo aquello que sobrevuela (…) somos nada más que nada / en esa nada nuestra esa nada / y para qué / para qué hemos venido. ‘Planeo’, el último poema, se atreve a revelarnos “El secreto de los pájaros”, que es al mismo tiempo una poética y una metafísica. Hay en estos versos una misma forma de entender la vida y la poesía: la de alguien que ha recorrido el mapa desde el desierto de los dioses y el abandono de todo fundamento hasta la presencia cierta y palpitante del amor. A ese amor se agarra, aceptando una entrega al otro, al mundo, al vacío donde es posible el vuelo: Toda la angustia del mundo se concentra en nuestro abrazo, / sedante que nos salva de todas las quemas. (…) Vivimos desplegando nuestras alas azules / y confiamos a ciegas en que el viento sople siempre / en cualquier dirección. / Este es el preciado secreto de los pájaros. |
LA BIBLIOTE
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