LA BIBLIOTECA DE ALONSO QUIJANO
Reseñas
GIOVANNA RIVERO. TIERRA FRESCA DE SU TUMBA (Candaya, Barcelona, 2021) por CARMEN Mª PUJANTE SEGURA Si nos atrevemos a franquear el umbral en el que reina un manso buitre apostado sobre el montón de tierra fresca de una tumba entre tumbas y mirarlo además a contraluz con el sol cayendo, nos adentraremos en un libro firmado y editado por valientes (la escritora Giovanna Rivero para la editorial Candaya en el año 2021) y escrito para valientes. Tierra fresca de su tumba es su título, que de manera sublime entra en correspondencia con la imagen de la cubierta, una portada en tonos amarronados en la que se contraponen el cielo y el suelo, un cielo nublado y un suelo terroso unidos y ocupados por aquel buitre: lo miramos irremediablemente aunque él no nos mire, desdeñoso y peligroso como el mismo sol de frente (¿la propia verdad de frente?), esa luz que crea el aura del animal, la misma aura que se apoderará de los cuentos reunidos en el libro (‘La mansedumbre’, ‘Pez, tortuga, buitre’, ‘Cuando llueve parece humano’, ‘Socorro’, ‘Piel de asno’ y ‘Hermano ciervo’). Aunque cuando llueva, todo pueda parecer humano, en ciertos momentos de su lectura darán ganas de pedir socorro, sobre todo cuando nos acechen las dudas sobre lo que es realmente lo animal, lo manso, lo vivo, lo oscuro. Las seis historias nos mantendrán en esa temeraria posición, flanqueada por dos abismos que no son sino la completud: el de lo humano y lo animal, lo luminoso y lo oscuro, lo vivo y lo muerto, lo materno y lo paterno, en los más diversos cuerpos sobre la tierra. La tierra servirá para cubrir gritos (pág. 28) en ‘La mansedumbre’, la historia de una «anunciación bastarda» (pág. 19). Pero la tierra también es el lugar que marca a quien procede y, en no pocas ocasiones, huye de ella, en este caso, Manitoba, donde se halla instalada una colonia menonita que habla plautdietsch. En ese primer cuento del libro lo dual se manifiesta de muchas formas, pero sobre todo a través de la conversación entre dos personajes alternando las voces (las suyas —pensadas o verbalizadas— en cursiva, pero también la de la voz narradora, en redonda). El diálogo (que no la comunicación) será entre el Pastor Jacob y Elise, en quien fue depositada una semilla de varón aquella misma noche en la que unos jóvenes fueron «poseídos por el diablo» (hecho que realmente sucedió en esa zona de Bolivia). Pero entrará en juego la imprescindible figura paterna: a través de ese personaje, junto a la voz narradora, podremos realmente acceder a las palabras puesto que Elise, a sus quince años, no es capaz, no entiende casi nada, ni del idioma español ni del de los adultos, pero sí del lenguaje y los sentimientos de los animales, en especial los de Carolina, la vaca; pero también a través de él como ha de consumarse la venganza, igual que sucederá con otros progenitores de los cuentos de Rivero. De mano de la madre se intentará llevar a cabo la venganza en la historia siguiente, ‘Pez, tortuga, buitre’. Los dos primeros animales ya anuncian un cuento “acuático” (el elemento del agua es relevante en el resto de historias también), en el que también goza de protagonismo un buitre leonado (como en la portada), el que se apostaba en la proa del barco del joven Coronado y el viejo Amador. Estos protagonistas son los dos «hermanos de naufragio» (pág. 47) que tiene lugar bajo el augurio de las nubes y la poca luz (también marcado por la imagen de la portada del libro): «Las nubes se habían desintegrado en hilachas ridículas. El sol era una purga constante» (pág. 42). El joven estaba convencido de que se trataba de esa especie animal, mientras que el otro tripulante albergaba sus dudas, no tanto sobre la especie ni tampoco sobre la elegancia de tan agorera ave, sino sobre la cordura de aquel, el único acompañante después de demasiados días a la deriva con mucha hambre y mucha sed. Pero es que las dudas también se apoderan del lector, pues esta historia también se construye sobre dos planos: el del relato de lo sucedido durante aquel naufragio (en el que el mayor bebe y come de lo menos pensado, de lo más repugnante, y, por lo tanto, sobrevive) y el del diálogo posterior entre el único superviviente y la madre del fallecido. Durante esa irónica conversación ella no parará de ofrecer comida y él no parará de comer (pecado presente en otros cuentos de la autora y también de una no corta tradición literaria), incluso cuando ya esté en sobre aviso de que algún bocado puede no ser tan bueno y sí mortal. El tercero también es un cuento lleno de agua, ‘Cuando llueve parece humano’, un título poético pues, en efecto, procede de unas «poesías cortitas» (pág. 60). Esos textos le encantan a la señora Keiko, tan protagonista de la historia como lo es su jardín, una tierra fértil removida por ella con la ayuda, no de su hija, sino de otra joven, Emma, que vive en su casa mientras cumple con sus estudios de literatura (si es que eso se puede estudiar, tal como se pregunta la casera; de hecho, ese detalle puede ofrecer una clave metaliteraria para lectura de este relato). Forman parte de otra comunidad singular, la de Santa Cruz, en la que la familia de Keiko se instaló procedente de un lugar cercano, la Colonia Okinawa (también en Bolivia), al igual que otras familias japonesas después de pasar por Brasil y Perú a mediados del siglo XX. En este cuento de protagonistas femeninas también tiene gran importancia la comida y el cuerpo, la memoria y la imaginación, la revelación y el tiempo, la oscuridad y la luz. Y es que de las semillas vegetales nacen bellos y humanizados jardines, así como de las semillas humanas nacen bellas y extrañas jóvenes que, ciertamente, bien podrían ser hermanas (de un padre tan ausente y sospechoso como otros en los cuentos de Rivero).
A diferencia de los lugares de aquellas historias en las que no se sabe bien en qué momento se vive y se cuenta, en el siguiente cuento, sobre «dinámicas afectivas» (pág. 88) y sobre «traumas y nostalgias» (pág. 88), se concreta un tiempo, el nuestro (por ejemplo, a través de drones y de bótox). Esa proximidad casi concreta se consigue por medio de la voz narradora de un yo, la que, apenas iniciada la historia, se hará presente y contrastará con aquella persona que, no obstante, será la primera en hablar y llevará por nombre ‘Socorro’ (coincidente con el título). Todo es irrupción en este cuento, como la propia conversación inicial: Socorro le está diciendo a su sobrina que, a su juicio (¿y el del lector?), sus hijos gemelos no son realmente de su marido. Estallan de nuevo, pues, extrañas relaciones familiares, sospechosas herencias neuróticas, aquí reflejadas en raros espejos personales, pero también en flores y pájaros. Aquí, además, la cuestión de la identidad viene remarcada también respecto a los chilenos a propósito del problema causado por el agua: la escasez de agua puede marcar las relaciones entre países (hermanos), del mismo modo como la ausencia que convierte en protagonista a todo lo que toca como, de hecho, sucede en esta historia con ese extraño familiar en una suerte de historia paralela oculta, la del “ahorcadito”. Al final, son los ausentes, son los muertos, los que reinan en las historias. De hecho, los que han muerto y también los que van a morir marcarán el siguiente cuento, ‘Piel de asno’, en el que vuelve a hacer acto de presencia la primera persona narradora, en este caso, la de Nadine Ayotchow, que comparte cierto protagonismo con un hermano, Dani (y el nombre ya es como un espejo). Entonces iremos sabiendo qué ha pasado para que ella en ese mismo momento esté contando su historia ante el público de una Asamblea (con el Preacher Jeremy a la cabeza) que considera su curación de interés médico, para que ella ahora sea una cantante de góspel en el Tempo Niágara (Estados Unidos). Ese lugar es el que le ha sido «deparado por el Señor» y al que ha llegado después de haber vivido en Manitoba con su madre (ahora fallecida) y en Canadá con su tía materna (que también tiene un huerto), en concreto, en una (otra) comunidad, la de los métis (cuyo idioma es el “michif”). En ella habían conseguido hacer amigos (espejo) y se habían iniciado en el sexo y las sustancias y la libertad: la fiesta, de hecho, será el inicio del fin. Por otro lado, la enfermedad mental aquí vendrá asociada con otra cuestión, con la de «ser boliviano» (pág. 111), del mismo modo como el castigo y la culpa parecen venir de la glándula pineal. Más olores, más auras, más enfermedades y dudas mentales se apoderan del último relato, ‘Hermano ciervo’, el animal con el que logra haber comunicación, aunque sea sin palabras, aunque sea únicamente con la imaginación. Posibles hijos, posibles animales, posibles muertes, todo ello alberga un cuento en el que otra voz femenina narra una singular vivencia con su marido, Joaquín, un investigador que se está sometiendo a extrañas pruebas médicas a cambio de un sueldo y en pos de la ciencia y el progreso (¿o no?). Así, en Tierra fresca de su tumba nos perderemos en comunidades relegadas perdidas y en laberintos familiares, entre predicadores (y) prevaricadores y entre creencias y augurios. Solo podríamos salvarnos de la mano de una escritora con experiencia, audacia y talento, una escritora en movimiento (nacida boliviana y ciudadana norteamericana) y con conocimiento (como escritora y como estudiosa de la literatura). Pero no por ello hay que perder cuidado, con la tierra y el agua, con la palabra y la fe, con la venganza y el diablo. Cuidado con las dudas: ¿Qué siente un hombre que dice que es agua, que es tortuga? ¿Qué es lo que parece humano cuando llueve? ¿Qué es ser boliviano, o español, o migrante? ¿En qué momento se abandona la infancia? Para valientes son estos cuentos, diferentes pero hermanos, de seres o cuerpos anfibios, de respiración contenida, de digestión lenta, de epifanías suspendidas, de bocado desagradablemente exquisito. ¿Y tú, lector, eres manso o fiero, valiente o cobarde, animal o humano?
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MARCOS-RICARDO BARNATÁN. ANTOLOGÍA DE LA «BEAT GENERATION» (Chamán, Albacete, 2021) por ANTONIO GÓMEZ RIBELLES Habitualmente los grafitis no ocupan mucho de nuestra memoria ni de nuestro imaginario. Visto y no visto se acercan mucho. Apenas un segundo se calcula que es el tiempo dedicado a un anuncio en la calle, menos a un grafiti. Muy pocos son los que te llaman la atención y quedan como aportaciones verdaderamente interesantes. Los demás pasan: firmas, frases de tipo amoroso u obsceno, insultos, todavía algún lema político que queda anticuado, o un no future. Pero todavía surgen algunos que llaman a ir contra la sociedad y las normas, todavía alguno de melancólicos principios anarquistas y todavía algunos que llaman a usar tu inteligencia. En este ámbito me sorprendió hace unos días encontrarme con uno que ya debía estar ahí hace tiempo, en una caja de luz de un cruce, sobre un pequeño jardín, pero en el que no me había fijado, un grafiti de pura acción poética, sólo una palabra: BEAT. Siempre que me empiezo a ocupar de un tema en mi trabajo artístico y mis lecturas (ambas cosas suelen ir muy unidas), creo que algún libro, un disco, una película, un documental, o varias cosas a la vez, o todas, me han llevado a profundizar en ese tema, como si fuera algo personal. Somos a veces inocentes, y otras sabemos que lo hacemos porque algo flota en los ambientes que acostumbramos a habitar. Y este es el caso de la Generación Beat, que desde hace unos años está apareciendo en medios poéticos y culturales como una manera de revisitar la literatura y una forma de vida de un grupo que se encontró en unos años muy concretos, el final de la II Guerra Mundial, en un territorio complejo y en una sociedad, la estadounidense, plagada de normas políticas y morales que asfixiaban y controlaban el librepensamiento. La aparición de Ginsberg en la película The Rolling Thunder Revue (Martin Scorsese, 2019) un falso documental sobre la gira de Bob Dylan, Joan Baez, vestido con traje y corbata, con su aspecto cándido y “beatífico”, leyendo poemas o soportando que se le recortaran los minutos en el escenario. Tal vez la escena en la que Dylan y Ginsberg visitan la tumba de Kerouac en Lowell, con lectura de poema y canción incluida, fuera el punto inicial en mi caso para recuperar Aullido y empezar a leer más poesía beat. Era fácil, porque se une a la película la aparición en varias editoriales de obras de poetas de la Generación Beat, algunos no del grupo inicial, estudios como Female Beatness de Isabel Castelao-Gómez y Natatalia Carbajosa y la recuperación de textos canónicos de la generación. Las películas On the road o Howl, también están ahí. Se une ahora Chamán ediciones con la acertada reedición de este libro, Antología de la «Beat Generation», el origen de las publicaciones de la generación beat en España, una antología que el poeta argentino Marcos-Ricardo Barnatán publicó en 1970, haciéndose cargo de la selección y de la traducción, y que contó con cuatro reediciones hasta 1977 en Plaza y Janés. Este es un libro histórico al ser la primera muestra editada en España, con cuatro de los cinco seleccionados vivos y muy en activo (Kerouac había fallecido un año antes) y que se nos puede quedar corta ahora, de una literatura que mostraba una cultura y una forma de vida muy distinta, incluso para su país de origen. Pero hay que verla con perspectiva. Llega en 1970, no muy tarde si lo pensamos para aquellas décadas de dictadura, pero quizás demasiado para el gran éxito que tuvieron en Estados Unidos y su conocimiento en Europa, a veces en confusión con los existencialistas. Y el camino de llegada a España fue vía Latinoamérica, donde sí se habían publicado algunas antologías y donde se conoció con más rapidez un “fenómeno” cultural que se extendía a muchos aspectos de la vida. Pedro Gascón, en su introducción ‘Al lector’, explica bien el camino de esta publicación y la figura entonces de un joven Marcos-Ricardo Barnatán, que tanto ha dado después a la literatura y el arte. La traducción es la misma que se publicó en 1970, por expreso deseo del autor y tiene todo el sentido que así sea, a pesar de que podríamos considerar hacer correcciones, acortar algunos versos en castellano, pero al ser edición bilingüe, tan importante para captar el uso de vocales y ritmos del poema beat, es bastante fácil adaptarse y como dice el antólogo hacer nuestros los poemas. Porque se trata solo de poesía, solo poemas y de cinco autores: Gregory Corso, Lawrence Ferlinguetti, Allen Ginsberg, Jack Kerouac y Philip Lamantia. Faltan autores beat, sí, pero es la selección original de 1970. Hacer otras correcciones, nuevas inclusiones, acabaría con el sentido de esta edición en Chamán ante el fuego. El caso de la anulación de las mujeres escritoras y artistas, de este y otros grupos y corrientes, no por ir de la mano de una época tiene un pase. Los mismos miembros varones de la generación caían en ponerlas en ese plano secundario (basta leer En el camino). Ocurrió lo mismo con las escritoras y artistas mujeres de la Escuela de Nueva York. La edición de Chamán hace un gesto incluyendo en la bibliografía el libro de Annalisa Marí Pegrum Beat attitude. Antología de mujeres poetas de la Generación Beat, de 2015, y yo añadiría el trabajo del que ya hemos hablado: Female Beatness; algo parece querer corregirse.
Sí podemos hablar de la selección escogida, con un Gregory Corso brillante en ‘Vuelta al lugar natal’ o ‘Pero yo necesito la bondad (Pero, ¿qué es la Bondad? He matado a la Bondad/ Pero, ¿qué es?)’. Aparece también el editor de City Lights, Lawrence Ferlinghetti, que aparte de ser el responsable de muchas de las publicaciones del grupo, fue escritor y poeta y destacaría ‘He’ (Él es uno de los melenudos profetas regresados / Tenía barba en el Antiguo Testamento / pero se la afeitó en Paterson) un poema-retrato de Allen Ginsberg, el mayor representante de la generación por el éxito de Aullido y otros poemas (ha vendido casi un millón de ejemplares en City Lights Books, su editora original), el juicio que se llevó a cabo contra la edición por obscenidad, y por el carácter del propio autor, que llegó a ser reconocido en todo el mundo como uno de los grandes poetas estadounidenses. De él se recogen más poemas que de los otros cuatro, merecidamente: de Aullido, fragmentos, extensos, eso sí, también fragmentos del monumental poema Kaddish, una versión de la oración del huérfano judía, despedida del familiar fallecido, en este caso un enorme poema a su madre, fallecida en 1956. (Es extraño que ahora piense en ti, lejos sin corsé ni ojos, mientras camino por el soleado pavimento de Greenwich Village). Jack Kerouac, poeta del jazz, como él quería ser reconocido, aparece representado con varios de sus chorus del libro Mexico City blues, libro que merecería ser también reeditado. Aquí aparecen cuatro de los 242 chorus que escribió en un lapso de tres semanas de 1955, acompañado de Wiliam Borroughs. (Glen Miller y yo fuimos héroes / cuando se descubrió / que yo era el más hermoso / muchacho de mi generación). Y por último Philip Lamantia, uno de los poetas más cercanos al surrealismo y a lo visionario, surrealismo que está latente en toda la generación cultural desde los años 40, ligado todo a la improvisación del jazz, a la apertura de los sentidos y a la libertad individual. Todo un acierto de Chamán el reeditar esta antología y en este momento. Tal vez cause el mismo interés que medio siglo antes provocó, por razones ahora más íntimas en muchos de nosotros y con la lectura calma de lo ya estudiado, cribado y limpio de tópicos despectivos como fue en su momento el mismo término beatnik (hasta en Los Simpsons; pero, ¿qué no aparece en Los Simpsons?). Escucho a Thelonius Monk y John Coltrane mientras escribo, en una grabación de 1957, el año que se publica On the road de Kerouac y un año después de la publicación de Howl (Aullido y otros poemas) de Ginsberg. El jazz fue la banda sonora y el modelo de ese beat, ese ritmo cambiante, «una unidad respiratoria», «la articulación rítmica de la emoción» (Ginsberg), ese fraseo que cambiaría la manera de ver la literatura y la cultura, y todo, que iluminó a los beat y que nos abriría la capacidad de observar el mundo desde abajo y desde dentro. Se planteaba Barnatán en su prólogo de 1969, incluido en esta edición, lo siguiente: «Juzgar una explosión tan compleja, como la que ellos significan es prematuro, sobre todo cuando las llamas aún arden; y es difícil calibrar si los frutos son tan permanentes como aparentan». Pues parece que 51 años después, ahora con todos los autores fallecidos, el último Lawrence Ferlinguetti este mismo año con 101 años de edad, ya no es prematuro afirmar que los frutos han sido permanentes, y que mucho quedó cuando alguien joven decide escribir sobre un transformador en 2021 un grito BEAT con letras de grafiti. No debe desconocer de lo que está hablando ni de sus intenciones, no es nada vacío. LUISA PASTOR. LAS ROSAS TERMINAN (Auralaria, Orihuela, 2021) por ANTONIO AGUILAR RODRÍGUEZ Siempre es una buena noticia la aparición de un nuevo sello editorial, como en este caso es Auralaria Ediciones. El proyecto editorial es nuevo, pero Auralaria no. Auralaria, como dice su blog auralaria.blogspot.com es «el placer de cultivar la poesía hecha voz, hecha vida. Auralaria es la tierra donde reside la voz de la poesía y donde esta se convierte en escena, música e imagen» y en esa voz de la poesía, de la escena, de la música y de la imagen, Luisa Pastor tiene una presencia destacada. Así que estamos ante un proyecto doble de la poeta oriolana, como autora y como editora junto al también poeta Álvaro Giménez, su compañero en estas cosas de la vida. Luisa no es en realidad una autora novel, pese a que Las rosas terminan sea su primer libro. Ya había sido antologada en 2013 en Voces nuevas (Torremozas), también en 2019 en Encuentros con la poesía en la Casa natal de Miguel Hernández, coordinada por el poeta José Luis Zerón Huguet y publicada por la fundación Cultural Miguel Hernández, y especialmente en Nueva poesía alicantina (2000-2015) de Manuel Valero y publicada por el Instituto de Cultura Juan Gil-Albert, en 2017, que incluye a poetas destacados como Luis Bagué, Joaquín Juan Penalva, Mª Paz Moreno, Manuel Valero o Álvaro Giménez. Las rosas terminan es un diálogo, entre otras muchas cosas. Un diálogo que ya se observa en el primer texto que abre el libro, no ya una cita, sino un interlocutor, se trata del poema ‘Dialogue with an artist del poeta Matthew Sweeney’, en su lengua original, para incluir inmediatamente, en la hoja enfrentada, la versión castellana realizada por la propia autora. La traducción no es una traición, especialmente en una situación como esta, donde el texto abre un libro de poemas que deberían ser poemas de otro. En este poema del escritor irlandés aparece una coda final, ‘Nota a Lowry’, que ha guiado mi lectura: Estabas en lo cierto. Hay seres grotescos que desprenden una tenebrosa luz que nos atrae como en su día las sirenas atrajeron a Odiseo, y sí, tal vez nosotros nos hallemos entre esos monstruos, pero hay otros tantos seres bellos que, con suerte, tal vez nos salven de nosotros mismos haciéndonos ver la amabilidad del sol, e incluso, quién sabe, la de la luna... Aquí está la soledad entre la multitud y la incomprensión de la que solo nos salvarán la constatación de los «seres bellos», de ahí la necesidad de dialogar con ellos. Además, aparece ese sesgo femenino que crece y se reivindica a lo largo de todo el poemario.
El segundo diálogo lo encontramos en las siguientes páginas, donde a propósito de la rosa dialoga con Charlotte Mew, Leonard Cohen y Georg Trakl, y reescribe las citas en un poema propio donde fija el sentido metafórico de esa rosa en declive a la que alude el poemario. Y a este diálogo se une Lady Winchelsea con esa rosa inimitable que guiará como propósito este libro que pese a los referentes literarios no busca la mímesis, sino su identidad propia en esa actitud dinámica propia de los textos dialogados. La autora crece mirándose en referentes como Sylvia Plath y sus «rosas acabadas», Wislawa Szymborska, donde con su cita «nada dos veces» da entrada a un mundo acuático donde empieza a configurarse la voz femenina de este poemario que cambia desde el Odiseo del poema inicial de M. Sweeney, que además ya introducía la imagen de la luna enfrentada al sol, a esta voz que también surca las aguas pero desde una perspectiva de género nueva. Asume su identidad solitaria pero acompañada por las lecturas, femenina, única, y abraza sus circunstancias también para definirse, como la maternidad, la condición de hija, la inquietud por encontrar, como Robert Frost, el camino menos transitado, el que convierte la vida en aventura. Sin esa mujer «no hay edificio, no hay construcción», no existiría «el milagro de una pequeña obra irreparable». La intertextualidad me gusta como lector, me apasiona, además de que autores como Szymborska, Pavese, Stevens, que como Dickinson sobre todos, me despiertan verdadera inquietud y fascinación, pese a lo difícil de sus obras, o Louise Glück (no tanto la de Visor, que de momento está publicando su obra menor, como sí la de Pre-Textos, al menos hasta el día de hoy), son autores que en algún momento o en todos de mi vida me han alumbrado o desquiciado o desnudado o lo que sea que un buen libro de poemas, también como este, haga con sus lectores. Por tanto, imagino que a los que la conocen, no les habrá sorprendido el libro de Luisa Pastor. Pero sí puedo decir que, si me incluyo en ese grupo de amigos previos, lo que me ha sorprendido es que sea el primer libro de una poeta. Hay templanza y fuerza en estos poemas, con un uso del lenguaje poderoso y maduro, muy lejos de los ensayos titubeantes de las obras iniciales. Y atrevimiento en el diálogo que establece con esos compañeros de aventura a los que expone su palabra, y el riesgo, porque es un libro que se va haciendo en el diálogo, que acepta esa aventura de intentar ver en «los seres bellos» la belleza tal vez del sol y con seguridad la de la luna. En definitiva, un libro que el lector no se arrepentirá de leer. Además, nos permite descubrir un nuevo proyecto editorial que ya está trabajando en los próximos títulos. RAIMUNDO MARTÍN. CARGAS FAMILIARES (Sar Alejandría, Castellón, 2021) por RUBÉN LÓPEZ F. JUEGA MAL, PERO JUEGA RÁPIDO La primera novela de Raimundo Martín me recuerda a algunos de los mejores títulos del cine de criminales, pero pasados por el tamiz del esperpento. En ella, un abogado cincuentón, con sobrepeso y sin cualidades para la violencia, acaba de salir de la cárcel por motivos que no viene al caso detallar —baste saber que ha sido inhabilitado para el ejercicio de su profesión—, y lo hace con la intención de dejar atrás los callejones y las clientelas que lo metieron allí. Pero los tejemanejes de su familia tienen otros planes para él: su hermano ha desaparecido y su padre moribundo le pide que lo encuentre. Un cargamento de cocaína escamoteado tiene la culpa, y la fuerza antagonista es un enjambre de italianos afincados en la Costa Blanca, prestamistas sin escrúpulos, guardaespaldas gitanescos y funcionarios de dudosa honestidad que van convertir su rutina en un thriller. Pese a todo lo aquí descrito, el autor huye de los lugares comunes del género para transformarlos en un mundo cutre y divertido por momentos. Estoy pensando en Atrapado por su pasado, en La jungla de asfalto o en el cinismo de Philip Marlowe, pero que al reflejo de los espejos del Callejón del Gato se han convertido en un antihéroe que deambula por prostíbulos, bares en decadencia, camareras a las que les huele el aliento a Ducados, despachos de abogados desvalijados hasta el tuétano durante los peores años de la crisis económica, y el calor estival de la ciudad de Alicante transpirando en cada página.
Se trata, pues, de una narración en la que Raimundo Martín se pasa lo políticamente correcto por el arco del triunfo, lo cual, en los tiempos que corren, ya es una virtud en sí misma. Si le tengo que afear algo es la teatralidad de algunos de sus diálogos, cosa que se le disculpa porque los rocía todos con un cinismo que roza la genialidad y no por ello dejan de resultar creíbles la mayor parte del tiempo. Por último, quiero resaltar un acierto sobre todos los demás: la generación de la atmósfera. El calor húmedo al que se ve expuesto el protagonista en el momento más decisivo de su vida lo impregna todo hasta convertirse en un personaje más. Me ha hecho pasar calor, y nunca me había pasado eso leyendo una novela. JAVIER CASTILLO. EL JUEGO DEL ALMA (Suma de Letras, Barcelona, 2021) por JAVIER ÚBEDA IBÁÑEZ Javier Castillo, a sus treinta y tres años de edad, fue en 2020 el tercer escritor más vendido de España. Terminó su primera novela, El día que se perdió la cordura, a los veintisiete años, con menos de dos horas al día, el tiempo libre que le dejaba su profesión como consultor, pero orgulloso de ella. Entonces, contactó por primera vez con más de una decena de editoriales que nunca llegaron a responderle, por lo que optó por autopublicarse en la plataforma de venta online Amazon al precio de tres euros. Dos semanas después, El día que se perdió la cordura era ya número uno en España y el nombre del autor aparecía junto al de Ken Follet y Pérez-Reverte. Hoy, dicha novela espera la trigésimo cuarta edición y las otras tres que ha publicado desde aquella, ya de la mano de Suma de Letras, han conocido todas ellas el primer puesto en ventas durante más de ocho semanas consecutivas. A pesar de este fenómeno, Javier Castillo no ha sido un autor especialmente aclamado por la crítica. Su obra general se ha descrito como «consumo rápido», un entretenimiento algo falto de maestría y arte, lo cual, en contraste con su éxito, no parece ser meritorio de una atención literaria, ni en el buen sentido, ni en el malo. Ante esta situación, aunque inicialmente Castillo se mostró algo decepcionado por no haber logrado despertar el interés de sus colegas, dice, en mi opinión algo soberbio, estar «feliz» por poder ceder la publicidad que la crítica suele ofrecer «a otros autores que lo necesitan más», en sus propias palabras, en lugar de asumir con humildad que su éxito tan popular podría deberse más a su estilo ameno y ligero y no tanto a una verdadera destreza literaria, igual más suculenta para la crítica. Con este breve e inicial inciso sobre el autor, podríamos decir que ya nos hacemos una idea del perfil al que nos enfrentamos una vez abrimos alguna de sus novelas. Javier Castillo es un autor con sus más y sus menos, quien, a pesar de haber superado el millón de ejemplares en ventas, levanta opiniones muy contradictorias con cada una de sus novelas, ausentes en el frente literario, y dispares entre los lectores. Se abre el debate acerca de la verdadera naturaleza de sus obras, si son, hoy por hoy, ya un mero producto comercial o si pueden considerarse arte literario. El juego del alma es una de ellas. La crítica generalizada presentará contrastes y no es difícil comprender ambos puntos de vista. En mi opinión el regusto es bueno, no excelente, pero merece la pena por el escaso tiempo que consume su lectura. La sinopsis, sin spoilers, tal y como la venden, presenta a través de cuarenta y nueve capítulos a una chica de quince años crucificada a las afueras de Nueva York en el año 2011 y a Miren Triggs, periodista de investigación del Manhattan Press, quien recibe una misteriosa carta con una fotografía de otra adolescente maniatada y amordazada con una anotación: «Gina Pebbles, 2002». La trama se desplegará con Miren Triggs y Jim Schmoer, su antiguo profesor de periodismo, quienes tratarán de resolver el misterio entorno a la chica crucificada y a la foto, qué les sucedió, quién envía la foto y si ambas historias están relacionadas, adentrándose en una institución religiosa en la que todo son secretos. Esta trama, de primeras, resulta tan intrigante como tópica y plantea de salida una serie de reparos que no se ven decrecentados por el esfuerzo comercial invertido en su publicidad, pero una vez dentro, sorprende gratamente, no en exceso, pero lo suficiente.
El inicio de la lectura resulta algo complejo debido a una serie de saltos, en el tiempo y entre personajes, no demasiado intuitivos, pero el lector enseguida comprende por el desarrollo de los acontecimientos que realmente es la mejor forma de seguirlos, y le atribuye una estética peliculera que a muchos gustará y a otros les producirá el efecto opuesto. Del mismo modo, Castillo emplea un cambio de persona en la narrativa, entre tercera y primera recurrentemente que acompaña la lectura de forma armoniosa y dinámica, y que, en mi opinión, sí está más lograda. En cuanto a la madurez de la obra, comienza a notarse la experiencia más pulida del autor, quien teje una trama detallada que gira sobre los acontecimientos más de lo esperado y que libera con gracia una serie de pistas para implicar al lector cuyo control requiere de unas habilidades literarias que solo un autor con dicha experiencia podría manejar. Sin embargo, los habrá seguramente quienes crean que abusa de los recursos a falta de una calidad real, y es que el resultado final, aunque no malo, es flojo. En este sentido, entendería que quien no guste detenerse demasiado a analizar el trasfondo, encuentre en esta pieza algo de lo más elemental y plano. Con relación al ritmo, tan bien manejado por otros autores de thriller mencionados entre estas reseñas, no es el punto fuerte de Castillo, pero tampoco entorpece la lectura, más lento al principio, mejor llevado en la segunda mitad, manteniendo el vilo necesario, aunque sin conducir al lector a ese punto angustiante de no retorno. Lo más destacable, en el sentido positivo, de esta obra serían los personajes. Jim representa esa dualidad tan humana del hombre demasiado serio que en realidad lo daría todo por lo que ama, en este caso ellas, su compañera y su profesión. Miren Triggs, por otra parte, y quien aparentemente ya protagoniza otra obra del autor que todavía no he tenido el placer de leer, sufre una evolución propia del ser más humano, como mujer, amante, madre... Como persona en definitiva y como periodista e investigadora, capaz de vencer cada pena para superarse a sí misma y continuar con la vista al frente, dejándose llevar. La relación entre ambos personajes es además fascinantemente natural y entregada, inspiradora incluso, y Castillo no se queda corto con el resto del elenco, contribuyendo a sumar carga emocional a través de sus misteriosas personalidades. Aunque, por añadir otro pero, igual abusa en exceso de algún drama forzado. En conclusión, podríamos decir que El juego del alma es una obra correcta, que, a pesar de caer en más de un tópico y no resultar sobresaliente en prácticamente ningún aspecto, sí ofrece un rato de lectura entretenido y ligero amenizado por unos personajes contundentes y una trama que entremezcla abiertamente la condición humana con la religión, la fe y el amor. Castillo, a pesar de no ser un Autor, con mayúscula, de esos a quienes merece la pena estudiar en profundidad en su arte al completo, no es tampoco poco meritorio de su éxito comercial y se convierte, a través de ella, en un digno director del cine escrito. RAFAEL CHIRBES. DIARIOS (Anagrama, Barcelona, 2021) por PEDRO GARCÍA CUETO Rafael Chirbes fue un gran novelista, un hombre que supo mirar a su tiempo con la luz de aquellos que saben que todo es derrota, al fin y al cabo. Su crítica al capitalismo en Crematorio ha quedado para la historia de la literatura. Ahora llegan sus Diarios, editados por Anagrama, con un prólogo luminoso de Marta Sanz, que expresa muy bien el universo Chirbes, porque logra hallar en las claves de su obra la importancia del proceso, el ir creando, porque todo libro nace de un paisaje previo que lo alumbra: «A Chirbes claramente le interesa más el proceso que el resultado, la búsqueda que la concreción sucia, el miedo a no poder más que los logros y el acomodamiento». Era Chirbes un hombre que se fustigaba en el proceso literario, que sufría la demonización de su creación. Era también un buscador de sensaciones, un hombre cuyo espejo estaba siempre manchado por la duda y por las sombras que deja la alegría en el interior. En sus diarios escuchamos la respiración de Chirbes, oímos su lirismo, sentimos su penar. Nos habla de los amores clandestinos, no escatima ninguna descripción de lo sexual, de las escenas de coito o de felaciones, todo está permitido en este sincero paisaje de un hombre melancólico que quiso trazar su luz en la ventana, fulgurante quizá, pero resplandeciente a veces, efímero transeúnte de un mundo en el que no creía. Todo es literatura en los Diarios, porque él, en la línea de Genet, derrocha belleza desde su mundo, su pensamiento, sus estados de ánimo: «El tiempo perdido. Se escaparon los días sin dejar apenas huella (parece más triste así, en indefinido, ya solo narración: tiempo de cosas concluidas, de tiempos cerrados). Melancolía que, en algunos momentos, se vuelve angustia: como cuando el actor descubre que, por mucho que se esfuerce, el público que asiste a la representación permanece frío, indiferente a su empeño». El escritor va pulsando el tiempo, encuentra en su afán de escribir una forma de estar vivo, pero atraviesan los diarios muchas lecturas, muchas impresiones. La canallesca de la vida nocturna, de los garitos de noche donde los amantes furtivos se buscan va encontrando un paisaje de dolor y éxtasis, de huellas que quedan para siempre en los labios cansados de besar a desconocidos. Hay mucha historia de amor en estos diarios: el amor por François, que morirá de sida, o la pérdida de los amigos, en un universo de alcohol y drogas. Pero también el amor por los libros, que va abriendo un nuevo diario, el que se piensa y el que se escribe, obra en marcha en definitiva siempre. Rafael Chirbes habla mucho del cuerpo, de sus dolores, de todo lo que nos hace humanos, pero luego se enreda en lo ficticio para huir de la vida y ver en los libros ese remanso, ese refugio que lo devuelva a la niñez asombrada y feliz. Su amistad por Carmen Martín Gaite, el deterioro físico de su madre, sus impresiones sobre cine, todo cabe en este testimonio sincero, donde no hay artificio alguno. Creo que Chirbes amaba escribir al igual que la vivencia de una noche eterna de amor. Creía en lo fugaz, en la chispa que enciende la palabra, como si el mundo terminase y acabase en otro cuerpo o en una página escrita.
Y París, que está siempre presente, ciudad amada que va dejando una huella en cada página. Cuando Chirbes describe París parece besar el labio de una amante. Hay mucha ternura y luz ahí: «En la ventanilla vuelve a aparecer el Sena entre los árboles y bajo la lluvia, gris, tristón. Como si París descansara de representarse, apagara las luces de las candilejas y fuera ella misma viviendo en una casa modesta». Hallamos poesía en estas páginas, mucha verdad, que irradia en una prosa limpia y exenta de formalismos. Respira el narrador en ese viaje interior, donde conocemos mejor a un hombre que vivía por y para la literatura. Como he dicho, el proceso de creación es más importante que lo creado. Así fue en este novelista que, después de recibir las buenas críticas por algunos de sus libros, creía que todo era realmente fracaso. Ardía en él el hombre pensativo, cuya literatura verdadera es la que no está escrita, cuyo verdadero rostro es el que no aparecía en ninguna parte. El afán de ser otro le llevó a vivir intensamente. Leyéndolo le conocemos, le seguimos y le comprendemos. Nos colamos en su intimidad y sufrimos con él, porque vivir es siempre volver a empezar. Un libro necesario para conocer a un escritor irrepetible. |
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