LA BIBLIOTECA DE ALONSO QUIJANO
Reseñas
CURTIS BAUER. SELFI AMERICANO (Vaso Roto, Madrid, 2022) Traducción: Natalia Carbajosa por ANTONIO GÓMEZ RIBELLES Pensar en imágenes, pensar en palabras, écfrasis, descripción, observación dentro, dolor, tiempo, espacio, autorretrato, imagistas... Hace tiempo que me planteé el pensamiento en imágenes o el pensamiento en palabras, en conversaciones entre artistas y poetas, y aunque no pretenda cambiar las cosas imposibles de cambiar, sí me planteo cómo articular eso como pintor y poeta. Sigo pensando en ello admitiendo mi total predisposición hacia las imágenes en la construcción del pensamiento. Me consta que es así en muchos de los que usamos las imágenes como creadores, y que es más normal el uso del pensamiento verbal en los poetas. Pero el uso en estos de la descripción, de la creación de imágenes poéticas a partir de la imagen visual no es nada extraño. Un artículo de Natalia Carbajosa, brillante traductora del libro del que hablamos, sobre La écfrasis en la obra de Luis Javier Moreno me devuelve a un planteamiento más técnico y francamente interesante. Fue precisamente cuando recibí el libro de Curtis Bauer Selfi americano de su mano. Hablamos de muchas cosas, de la dificultad de traducir un lenguaje dominado por monosílabos y sonidos vocálicos (Kerouac, Kerouac) al nuestro, de la longitud de los versos en castellano y sus pegas, y de lo contrario en alemán, de Brueghel. Y surgieron temas que aparecerán aquí. Pienso de nuevo en todo eso cuando empiezo a leer el último libro de Curtis Bauer, de título muy explícito en intenciones, Selfi americano, pero que lejos de lo peyorativo que nos pueda resultar el término por el abuso que desarrollan las redes, acoge en este mundo pequeño pero grande de la poesía toda la hondura que le puede dar la maravilla que es partir de la imagen para llegar a la palabra. En un artículo publicado por el autor en North America Review, “Mirando detrás del poema”, en el que habla de un poema, ‘Río Manzanares’, recogido en este libro, y de las circunstancias que rodearon su escritura y que le ayudaron a conformar la poesía reunida en este libro, Bauer establece una posición clara: «...escribir un poema puede llevarnos a un lugar que no creíamos posible imaginar y puede permitirnos ver experiencias y visualizar emociones que de otro modo parecerían imposibles». Curtis Bauer se mueve entre la realidad y la visión, no la mirada sino la visión, esa que se llena de la experiencia personal de la mirada y de los caminos y bifurcaciones a las que el pensamiento crítico le lleva, un lugar pensado pero a veces inesperado. Lo que queda de surrealismo en esa visión lo detectamos formalmente en los desvíos, en las imágenes y frases subordinadas que llenan los poemas, los lugares que nacen casi del automatismo pero que a diferencia de este sí están filtradas y sabiamente enlazadas, y sí sirven para crear tanto el espacio común al autor como a sus pensamientos. Pasa lo mismo con el tiempo, que crece con el poema y que circula entre la realidad y los recuerdos para la consecución de esas experiencias y emociones que solo así son posibles. Del “no ideas but in things” de Carlos Williams subyace la presencia de la cosa, esa cosa que se somete a un proceso de descripción que se transforma en algo que puede llegar a ser lo que él necesita. La observación para no perder nada y para modificarlo. Solo se escribe sobre aquello que nos obsesiona, que es imagen en muchas ocasiones, que se mezcla con otras imágenes, que en un proceso ecfrástico sobre la propia imaginación se traslada al poema. El poema ‘Si Brueghel hubiera pintado un paisaje de Iowa’ nos relaciona con William Carlos Williams y sus Cuadros de Brueghel y es un perfecto ejemplo del proceso creativo de Bauer, de la relación con su paisaje de nacimiento, de la interpretación del método, de la manera genial de regresar a un pasado que no se debe olvidar (por eso se escribe) pero que de todos modos es imposible a través de la actualización de la pintura de un Brueghel moderno y de la écfrasis sobre un cuadro inexistente, salvo en la imaginación del poeta y después en la del lector. Un fragmento: SI BRUEGHEL HUBIERA PINTADO UN PAISAJE DE IOWA Ahora se centraría en las luces urbanas de la noche todas rojas, cada una retenida en su espera. Nada que imitara el brillo de las estrellas ni cómo los cuervos reunidos en los árboles en torno a la biblioteca en medio de la ciudad se acicalan, observan, se acicalan. Un graznido a punto de rasgar la noche, y un tañer de campanas, y un ¡pum! sordo a punto de sonar tras un cobertizo. El dueño de una tienda de barrio se sacude un poco de soledad con cada refresco Big Gulp y cada litro de gasolina. El olor es libre pero difícil de pintar.
SELFI AMERICANO Quién es el hombre, pues solo puedo imaginar un hombre, que tocaría a una niña, que desnudaría a esa niña, que la haría agacharse y la penetraría y a él y a él Combina, pues, lo elegíaco con lo descriptivo, lo familiar con el dolor, el paisaje con la imaginación, la ternura con la dureza, la memoria con el trauma. Y no deja de sentirse extranjero pero capaz de adaptarse, como en ‘Exile’ o ‘HappyTX’: «pero rescato lo que he perdido al regresar, enraízo los pies en la tierra, me aferro a un lugar, me convierto en parte del terreno».
La cuidada edición bilingüe de Vaso Roto, como siempre, (esas portadas de Víctor Ramírez) y la excelente traducción de Natalia Carbajosa nos introducen de manera muy apreciable en la poesía de este autor, también profesor de escritura creativa, y que se dedica a la traducción del español al inglés (Jeannette Clariond, Luis Muñoz, Juan Antonio González Iglesias, Fabio Morábito...) y del que había solo una pequeña obra en castellano: Cuaderno en español - España en dibujos (Ediciones en Huida). Sus dos poemarios anteriores quedan pendientes, Fence line y The real cause for your absence.
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FERNANDO DE VILLENA. LOS NUEVE CÍRCULOS (Carena, Barcelona, 2021) por JOSÉ ANTONIO SÁEZ
Fernando de Villena hace un balance de todo ello a través del niño, el muchacho y el joven que fue, contado por Arturo como si fuese un alter ego del autor. A mi entender, las partes del relato narradas por este personaje resultan quizás más creíbles, ricas y enjundiosas que las que atribuye a Margarita; quizás también menos argumentadas, como por otro lado pudiera parecer lógico, en lo que respecta a su visión de los acontecimientos políticos partidistas, frente a los que se esfuerza en mostrarse equidistante y opinar con absoluta independencia de criterio. Afirma así, explícitamente, que el escritor o intelectual han de situarse siempre en oposición frente al poder. Crítico riguroso ante a los gobernantes del país y los tejemanejes de los políticos locales o autonómicos, no le duelen prendas en expresar todo aquello que siente y piensa a este respecto y se duele del desastroso cambio urbanístico a que los sucesivos alcaldes de su ciudad la condujeron en los años de la transición y la democracia. Hay que valorar, pues, esa valiente actitud de denuncia que inspira al escritor en estos temas, aunque, como resulta lógico, habrá lectores que disientan de su visión de los acontecimientos en el cambio y desarrollo vivido por su ciudad en las últimas décadas, así como en el país. El narrador no repara en audacia a la hora de diseccionar, en su análisis, el clasismo de la sociedad granadina y las desigualdades sociales y hasta entre sexos, ya entrados los años sesenta. Muestra cierto resentimiento por ello a través de las ideas plasmadas por Margarita, que actúa casi como adelantada de la clase trabajadora a la que representa y quien va escalando socialmente, gracias al esfuerzo, el sacrificio, las oportunidades del acceso a la educación y los apoyos de la clase política o de los sindicatos a sus afiliados. Tampoco el gobierno autonómico escapa a su afilado estilete ni queda a salvo de su inequívoca crítica, ni determinados aspectos de la política internacional como la guerra del Golfo, la sombra del dominio económico judío en el mundo, la represión del pueblo palestino o la guerra de Siria. Tras dar cumplida cuenta de un país que vivió durante décadas por encima de sus posibilidades, la realidad de la vida y los acontecimientos devuelven a cada cual, con mayor o peor fortuna, a su situación perentoria, aquella que en verdad los constituye. Ella lleva a Arturo y a Margarita, ya adentrados en los sesenta de su edad, a la antesala de un hospital en la epidemia del coronavirus que aún padecemos y al personal sanitario que los atiende ante la diatriba de elegir a cuál de ellos, en opción con un tercero de mayor influencia social y política, habrán de intentar salvar.
El título de la novela está tomado de la Divina Comedia de Dante, donde aparecen los nueve círculos vinculados al Infierno: limbo, lujuria, gula, avaricia y prodigalidad, ira y pereza, herejía, violencia, fraude y traición. Resulta ya proverbial la agilidad narrativa de Fernando de Villena, su capacidad para dotar de frescura y ligereza al discurso, de manera que el lector se ve atrapado en él y no descansa hasta haber concluido su lectura. Una virtud que el narrador posee y el lector agradece en este ameno “paseo” de 250 páginas. RAY BENZAL MARTÍNEZ. MARGARITAS DE AZUL Y PLATA (Valparaíso, Granada, 2021) por JOTA SANTATECLA Ray Benzal ha logrado construir una obra sólida en la que se entrelazan la temporalidad y la frescura contemporánea. El autor se sirve del lenguaje para crear imágenes, nuevos planos que surgen a partir de otros ya existentes. Dice con elocuencia: «Entre mis recuerdos, la paz violenta / de un ayer usurpado / a la razón, bautismo / que devora sensaciones / inconclusas». En poesía, este proceso de comprensión alude a un comienzo, a un estado naciente que surge desde unas emociones que se exploran y se reconocen como propias. Es una forma de comunicar más allá del propio lenguaje. De convertir la palabra en un espacio habitable para el lector.
Margaritas de azul y plata se postula como un libro donde la cotidianidad y la lírica se desarrollan desde un profundo respeto a la tradición. Con una diversidad de lecturas que pasan por Nicanor Parra, Carmen Jodra, García Lorca, Rafael Alberti, Pablo Neruda, Walt Whitman o Luis Rosales (entre otros), el autor evidencia su conocimiento literario y hace notable la herencia poética en las tres etapas que componen la obra. La primera parte se inicia desde una búsqueda introspectiva hacia la memoria, anuncia un camino de regreso donde «Más vale oír música que sopesar / las palabras de la historia». Ray Benzal, sin dejar de centrarse en los patrones metafóricos, indaga en conceptos más abstractos, como el paso del tiempo, o la forma en la que se retienen los recuerdos; en esta segunda etapa medita y construye su propia identidad, un recorrido que funciona como una sucesión de instantáneas. Sin embargo, es en el último bloque de poemas donde finalmente refleja una vida nueva cimentada en el descubrimiento personal que nos ocupa, un fondo deslumbrante tras la envoltura estética que adorna la fuerza de sus versos: «Háblame / si el mar no llega; sea tu voz / mi batir de olas, / porque de tu sola voz / podré descolgarme / del mundo». La madurez es una mirada ya aprendida, la rotundidad de los poemas contenidos en Margaritas de azul y plata son propios de un poeta que conoce bien los matices de la vida, lo que hay que desaprender para volver a tener unos ojos inocentes, pero educados en los andares, en los desvíos, en las pérdidas y en los hallazgos. Ray Benzal es exigente, diseña la cámara para que sea otro quien la coja y vivencie lo que observa. La atemporalidad desde donde crea su propio tiempo, la historia fragmentada que a su vez contiene las historias de todos, la búsqueda del yo poético desde la infancia, la identidad, el amor, el futuro. En todo momento hay un equilibrio donde situar la mirada, donde poder habitar el instante. Unos poemas que son resistencia, aceptación y salida hacia un nuevo encuadre. JUAN MARQUÉS. EL HOMBRE QUE ORDENABA BIBLIOTECAS (Pre-Textos, Valencia, 2021) por MARÍA ANTONIA GARCÍA CARO El hombre que ordenaba bibliotecas es la primera novela del crítico literario Juan Marqués (Zaragoza, 1980). El autor nos plantea su obra como un juego cervantino: es un escritor que no se considera escritor ni tiene ambición de serlo, aunque haya publicado cinco poemarios y esta novela. Afirma incluso que este libro «podría no haber sucedido». A pesar del título, Marqués insiste en que esta novela no trata de libros, pero El hombre que ordenaba bibliotecas está repleto de referencias literarias. La labor de crítico literario y el oficio de poeta del autor están muy presentes en la obra, aunque esta novela es más que una obra sobre libros. Esa es la excusa, la trampa para hacer un pequeño tratado de crítica literaria, para reflexionar sobre la literatura, sobre la relación de esta con la vida, y para plantearnos los límites entre la realidad y la ficción. La vida del crítico zaragozano guarda ciertas semejanzas con la del protagonista de la novela y en muchos momentos confundimos a la persona con el personaje. «Es imposible que las novelas no hablen de sus autores», se dice en la obra. El protagonista, sin nombre, es un pluriempleado editorial mal pagado, que sufre una crisis cuando va a cumplir cuarenta años. Es un personaje desorientado que no se siente libre y necesita «cambiar de ritmo». Tras un viaje a Toulusse, en el que conoce a un extraño personaje, se ofrece para ordenar bibliotecas, que es una forma de vivir en ellas y así, de algún modo, organizar también su vida. Cuando se convierte en el hombre que ordenaba bibliotecas, Marqués nos ofrece un catálogo de individuos estrafalarios cuyas actitudes probablemente respondan a desórdenes psiquiátricos. Sus males surgieron «a partir de un texto, todos sus daños o complejos tienen orígenes literarios». Estos personajes quieren ordenar sus bibliotecas de las formas más peregrinas y el protagonista recorre distintas ciudades ordenando sus bibliotecas para hablarnos, en apenas veinte páginas, de lo que los lectores esperamos de la novela por su título. El protagonista afirma: «Podría contar todo acerca de todas las bibliotecas que visité y asesoré, pero es que no es eso lo que quiero contar». Esta afirmación parece toda una declaración de intenciones del autor. Quizás con el propósito de captar el favor del público, como buen conocedor de las técnicas utilizadas por los clásicos, Marqués nos relata algunas historias de bibliotecas para llevarnos después a una reflexión más profunda: sobre la literatura, sobre cómo la vida está invadida por la literatura. Pero El hombre que ordenaba bibliotecas no habla solo de literatura; la política, lo francés, Goya, los mileuristas, los autónomos o los chalecos amarillos están presentes en la obra. Esta novela se podría calificar como generacional, ya que su protagonista sufre los problemas de la sociedad española del momento. El personaje principal es un tipo con pocas habilidades sociales, que se ha pasado toda la vida leyendo. Está viviendo una mala racha y no acierta ni siquiera en la elección de la comida que pide en los restaurantes. «Últimamente todo es rarísimo a mi alrededor», dice. Probablemente lo más raro que le sucede son los encuentros con un español afrancesado, muy culto, con quien establece una relación intelectual y una sociedad secreta, que le da cierta intriga a la novela.
Este libro, escrito en primera persona, está construido sobre conversaciones. Unos diálogos que a veces se convierten en monólogos. A pesar del uso de estas técnicas y la autodefinición del relato del protagonista como «esta verdadera historia», no podemos considerar esta novela plenamente realista. La presencia del azar, la búsqueda de la extrañeza y los sueños la vinculan con el surrealismo y con Buñuel. En la obra se hace referencia al director aragonés y el final del libro guarda ciertas semejanzas con Ese oscuro objeto de deseo. Aunque uno de los objetivos que se planteó Marqués con esta novela fue proporcionar al lector menos de una hora y media de entretenimiento, El hombre que ordenaba bibliotecas no es una comedia. Pero el humor es una de las virtudes de la novela; es un humor absurdo, incisivo en algunas ocasiones. Quizás Juan Marqués, como Miguel Mihura, usa el absurdo como contrapartida de la realidad. Y nosotros, como lectores, pasamos de la realidad, de la vida, a la fantasía, a la ficción. Y ya dudamos de si esas palabras del señor de Santander que solo quería las óperas primas en su biblioteca forman parte de ese juego cervantino y nos las está diciendo Juan a los lectores de su primera novela: «Me motiva mucho esa literatura de estreno, de tanteo. Es lo que más me complace... Yo sé leer todo eso, aunque no esté escrito. Y en el caso de los debutantes es maravilloso, pura ingenuidad, un jardín de las delicias». HILARIO J. RODRÍGUEZ. LAS DESAPARICIONES (Newcastle, Murcia, 2022) por ANTONIO GÓMEZ RIBELLES Hace un tiempo descubrí en una caja de fotografías dos sobres con las copias de dos carretes completos, en los que identifiqué a mis abuelos y al hermano de mi abuela y su mujer. Por las anotaciones en el reverso y por los monumentos era fácil situar el viaje por la costa azul francesa y por Italia, un viaje en coche que recorría grandes ciudades hasta llegar a Nápoles. Le pregunté a mi padre, y su asombro fue mayúsculo, no recordaba que sus padres hubieran viajado fuera de España juntos y menos hasta Roma y Nápoles. Debió ser un viaje largo como para que no le contaran nada. Para él ese fue el momento de enfrentarse con una desaparición, con una pérdida. Sí recordaba el coche de su tío, y fue por su matrícula como situamos el año del viaje, fue el viaje inaugural. Pero su sorpresa ante ese desconocimiento era la muestra clara de un vacío que había provocado el tiempo, una desaparición de un viaje y de esas fotos, porque nada quedaba de ella. Con su investigación y lectura atenta de lo que veíamos decidí utilizar algunas de esas fotografías, que parecía que nadie había tocado en muchos años, en una obra plástica que recogía la parte italiana manipuladas con recortes y ampliaciones en el camino de un descubrimiento, lo que fue para mí una aparición y un relato. Toda esta anécdota personal viene muy a cuento del nuevo libro de Hilario J. Rodríguez en la editorial Newcastle, Las desapariciones, porque me colocó en la misma posición que pudo tener el autor ante los casos que contaba y su actitud e implicación personal con cada uno de ellos. El libro es un ensayo que no pretende elaborar tesis que clarifiquen nada sino una narración que va de una a otra desaparición-aparición en modo relato pensamiento, dejando entre una y otra algunos huecos como fragmentos incompletos que te obliga a desarrollar. Los mismos que él se planteó ante algunos de estos casos y que intenta completar para que no sean ruina. Desapariciones relacionadas siempre, aunque en origen no lo sea, con el mundo de la creación artística, bien por la obra de arte o por la creación artística y literaria a partir de la desaparición. Para Giorgio Agamben, todo relato se fundamenta en la conciencia de una pérdida, por eso sitúa la historia de la literatura (y del pensamiento) en una red de pérdidas sucesivas. Esa frase en el libro de Hilario Rodríguez sea quizás la marca del destino al que nos vemos abocados. Los sucesivos relatos sobre la idea de una desaparición llevan indefectiblemente a la aparición. Nos enfrentamos a los protagonistas, a personas y a su vida y su actividad oculta, a actos no explicados, a textos complejos de muy difícil interpretación, a imágenes desaparecidas o a desapariciones que aparecen. Y vidas que desaparecen como tales para convertirse en procesos creativos. Hilario nos plantea durante todo el libro que la manera de enfrentarse a estas historias, que nos obsesionaron o nos obsesionan al encontrarlas, es a la manera de un viaje, de un antiguo viaje en el que todo el traslado suponía un esfuerzo y una conciencia del tiempo y el espacio, esos que nos dominan y que intentamos dominar sin ser capaces de hacer apenas nada más que “mapas incompletos”. Hacer ese viaje supone pasar de ser un espectador-lector pasivo a ser activo, a hacer que sus historias (de ellos, los protagonistas) puedan convertirse en nuestra historia. Pero no a la manera de una noticia anecdótica o sensacionalista que pueda acabarse en sí misma, sino con la mentalidad creativa que nos hace buscar el enlace con otras apariciones. Naturalmente, como mito artístico que es, aparece el caso del robo de la Gioconda, su desaparición durante dos años y el efecto social y la fama que le produjo, en el que a fuerza de no ver el cuadro su imagen apareció en todas partes, al contrario de lo que puede ocurrir a diario, en que a fuerza de ver una imagen, esta desaparezca. Que existan casos bastante conocidos en el libro no aparta el interés por la lectura, porque siempre aparece algo más, ese punto de implicación personal y de investigación que se puede suplir por una recreación personal, una invención, y cómo no, porque es común en libros anteriores del autor, la aproximación a la memoria personal y a los relatos de familia.
El libro presenta, además de los textos, las reproducciones de gran número de imágenes, que en unos casos ilustra pero en muchos no. Pinturas, fotografías, documentos. En ninguna de ellas hay créditos, ni autor, ni título, ni año (también son desapariciones), que funcionan como apariciones en el libro, siempre relacionadas, aunque no sea directamente, y muy bien reproducidas en esta bella y pequeña edición. Brillante la idea de romperte los esquemas, de provocar la atención, y, aunque sean conocidas, de pretender que puedas reconstruir su historia con una búsqueda. Tampoco hay prólogo, ni justificación del ensayo, ni pistas sobre su interpretación, y sería ilógico que así fuera, dado que lo que queda en evidencia, lo que a mí más me apasiona y ocupa, es el método de trabajo sobre imágenes y textos, método de recuperación, de ampliación, de campo expandido, de apropiación en el sentido de hacer nuestras las historias y convertirnos de espectadores a receptores y finalmente transmisores. Suelen hablar algunos autores del tópico de que un libro solo lo es cuando hay lector. No siempre estoy de acuerdo con defender el libro por el espectador, o más bien me molesta que se hable de esa evidencia; pero el caso de Darger, el outsider, y de su novela de más de 15000 páginas encerrada en su habitación junto a sus dibujos y collages, nos pueden dar otra idea de la creación literaria y artística. En todos los protagonistas se pueden dar interpretaciones de sus actos, pero muchas veces todo queda en la incógnita, en la aproximación, en la suposición de sus razones, en su construcción mental. Darger, el anarquista Martial Bourdin y sus textos indescifrables, James Ellroy, Mirtha Dermisache y sus indescifrables páginas... De esta última, mostrándonos el modo de viajar, dice Hilario: «Para protegerme de aquella biblioteca insensata y no acabar convertido en un Quijote de pacotilla, le inventé a Mirtha una historia de juventud con la que su obra encontraba una justificación cabal». Siempre me han gustado los libros que te llevan a otros autores, otros artistas, a otros libros en fin, en viajes con múltiples desvíos (término este, desvío, que por cierto utiliza Hilario Rodríguez a modo de camino en la estructura del ensayo). Y este es uno de ellos por lo que cuenta en apoyo de la teoría que sobrevuela todo: la reconstrucción de las ruinas que pueden ser con los relatos que son. Quizás lo que describe Las desapariciones es la lucha de las imágenes y el texto para no convertirse en las ruinas de nuestro presente, donde ya nada parece custodiar la memoria, donde el tiempo no se acumula, ruinas desde su nacimiento, reclamando una historia que están a punto de perder. (solapa) |
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