MIGUEL DALMAU. PASOLINI, EL ÚLTIMO PROFETA (Tusquets, Barcelona, 2022) por PEDRO GARCÍA CUETO Miguel Dalmau nos pasea por todos los rincones de la vida de Pasolini y entendemos entonces que el gran cineasta, poeta, crítico y tantas otras cosas sigue ocupando un lugar importante en nuestra memoria. Este libro ha ganado el XXXIV Premio Comillas de Historia, Biografía y Memorias.
Silvestra Marinello en Cátedra, signo e imagen, comentó que el lenguaje es fundamental en Pasolini, porque sus imágenes son lenguaje traducido a secuencias, hay un afán de construir el tiempo de nuevo, de volver a crear el mundo. Para Pasolini, dada su pasión por la poesía, el lenguaje no ha de estar pervertido por la costumbre, sino que es un lenguaje adánico, incipiente, primerizo. Son los hombres seres que han de inventar la palabra para cambiar el rumbo de un mundo ya en plena corrupción. El libro de Dalmau es rico en detalles, ya que no solo es un investigador del mundo del cine, sino que traduce a palabras la luz cenital del genial italiano: «Evidentemente hay que ser un poeta mayor para explicarlo todo en pocas palabras, y Pasolini es un poeta mayor. Se diría que ese olor del abrigo materno viene a ser como la magdalena proustiana, un portal hacia el pasado, que en su caso nos habla del amor absoluto, no solo de una tierna ensoñación de la infancia magníficamente recobrada, como en el caso de Proust». En el Pórtico que abre el libro y que cuenta su trágico asesinato, el investigador español confiesa su afán de claridad, su deseo de hacer cristalina la mirada a un poeta del siglo XX como pocos. Frente a Godard o Truffaut, la idea del lenguaje prevalece, Pasolini entiende el arte fílmico como una traslación de su universo de palabras inaugurales. Como si amaneciera en un mundo nuevo, sus películas rompen el neorrealismo o el universo distinguido de Visconti, son pura orfebrería que se tejen a mano para que el director pula con el lenguaje la sensación de la imagen y sus destellos. Con Dalmau recorremos la infancia del poeta y director, su pasión por la madre, por el fútbol, por el cine, por los hombres, su amor por Ninnetto Davoli. Todo ese cosmos que es el libro convierte a la figura de Pasolini en un prisma lleno de referencias, donde sus películas son traducciones de un hombre que hizo del arte revolución y del lenguaje llama en su universo. También confiesa Dalmau que la soledad persiguió a un hombre que buscaba a veces a jóvenes prostitutos, que se había codeado con la gran intelectualidad italiana, con escritores tan amigos como Alberto Moravia; que Pasolini sabía que la soledad es destino y él, habiendo presagiado tantas veces la muerte, la encontraría de la forma más violenta: «Pier Paolo Pasolini se siente abrumadoramente solo, pero con el tiempo establece un pacto con la soledad, que al fin y al cabo siempre fue su silenciosa y ansiada compañera». Aprendemos con el libro acerca del rodaje de sus películas, pero también llegamos al hombre y al alma de un creador que sabía que su sacrificio era el del revolucionario. Había provocado demasiado a los fascistas y ello le costó la vida. Dalmau ha escrito un gran libro, donde vuelve un artista que no ha muerto nunca, porque siempre resucita en su cine, en su poesía y en la memoria de los que entendemos que la creación ha de superar lo establecido. La vida de Pasolini lo fue y, como un profeta, nos ha dejado su enseñanza que se resume en el goce de la vida, a sabiendas de lo duro que es ser honesto en tiempos de miseria moral.
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GREGORIO MUELAS & HEBERTO DE SYSMO. LA SOLEDAD ENCENDIDA (Ultramarina, Madrid, 2021) por PEDRO GARCÍA CUETO EL HAIKU COMO RESPLANDOR Con una preciosa edición bilingüe en alemán y en castellano, Gregorio Muelas y Heberto de Sysmo, que no es otro que José Antonio Olmedo López Amor, ambos poetas y además dos de los directores de la revista Crátera de poesía, iluminan este libro de haikus con destellos que abren todo un universo de connotaciones. En el prólogo de Ricardo Virtanen vemos ya que el esfuerzo de los dos poetas es también abrir una ventana al lector a través de la complicidad del haiku, que es fulgor en la niebla de la vida: «En La soledad encendida se impone un modelo de haiku de una gran plasticidad, estampas que buscan irremediablemente la complicidad del lector, quien debe darle sentido al poema que, en sí, no detalla nada extraordinario». Y Ricardo Virtanen, gran especialista, da la clave del haiku, que consiste en el acto de mirar, donde el haijin mira y atisba un suceso donde otros no ven nada. Para todo ello hace falta esa soledad encendida del título, alejarnos del mundo y sus distracciones y enfrentarnos a la naturaleza, al milagro que crece cada día delante de nosotros sin que lo veamos. El haijin es un observador que contempla la belleza del mundo, como cuando dice: «la lluvia toca / pétalos a la delgada / luna creciente». En este haiku podemos apreciar la delicadeza con que el haijin crea a través de la mirada un universo. Y de qué forma el haiku ahonda en la soledad del mirlo cuando dice: «un mirlo canta / sobre un alambre de espino / abandonado». ¿Hay mayor belleza que el esplendor del mirlo en un espacio de soledad, precisamente en ese alambre, donde el mirlo no sabe que baila en la cuerda floja? O esa tarde cansina y calurosa donde el viento esparce su fuerza: «tarde plomiza / el viento agita flores / sobre las tumbas». Al haiku no hay que explicarlo, sino danzar con él, no hay que interpretarlo, sino escuchar su eco. Al igual que la naturaleza que brilla por sí solo, el haiku no contiene la metáfora complicada, sino ese baile con el lenguaje, donde danzan versos que al final son remanso. También el haiku es imagen que parece pintada, es un trazo impresionista sobre el papel que invita a la imaginación. Vemos a través del haiku un cuadro, pero también sabemos que más allá de las palabras vive el silencio, la soledad que dejan los versos, como si fueran remanso al acto agotador de crear. Entiendo el haiku no como una creación elaborada, sino como lo espontáneo, lo que parece fácil, pero esconde complejidad, porque nos hace pensar e imaginar la imagen de lo creado. Vemos un pueblo andaluz cuando dice: «viento del sur; / las aves sobrevuelan / el pueblo blanco».
La danza de las palabras crea la imagen y esas aves son haces de luz sobre la blancura de los tejados de un pueblo andaluz que mira el cielo. Y la antítesis que palpita en el juego de palabras, cuando dice: «la luna parte / en negro claro y oscuro / el cielo y el mar». Aquí la luna con su claridad vive en la noche, pero es fulgor que abre un puente entre ese cielo oscuro y un mar azul. Imágenes portentosas que se recrean como dos bailarines en la pista de baile. Las palabras danzan, enamoradas de su propia imagen. Sin duda alguna, este libro es hermoso. Los dos poetas, como dos creadores en el que no identificamos la autoría de cada poema, van tejiendo el tapiz de estos haikus que resplandecen en un universo que ya no mira a su alrededor. Dos haijines que convierten el acto de crear en un acto de amor, conscientes de la importancia del lenguaje, pero, por encima de todo, de saber mirar el mundo, en tiempos donde apenas miramos a nuestro entorno. Este acto de fe al universo de la creación es también un homenaje a la poesía, no como brevedad, sino como fulgor, porque no es cantidad y sí intensidad lo que estos haikus desvelan y de los que nos vamos enamorando en la lectura de este libro. RAFAEL CHIRBES. DIARIOS (Anagrama, Barcelona, 2021) por PEDRO GARCÍA CUETO Rafael Chirbes fue un gran novelista, un hombre que supo mirar a su tiempo con la luz de aquellos que saben que todo es derrota, al fin y al cabo. Su crítica al capitalismo en Crematorio ha quedado para la historia de la literatura. Ahora llegan sus Diarios, editados por Anagrama, con un prólogo luminoso de Marta Sanz, que expresa muy bien el universo Chirbes, porque logra hallar en las claves de su obra la importancia del proceso, el ir creando, porque todo libro nace de un paisaje previo que lo alumbra: «A Chirbes claramente le interesa más el proceso que el resultado, la búsqueda que la concreción sucia, el miedo a no poder más que los logros y el acomodamiento». Era Chirbes un hombre que se fustigaba en el proceso literario, que sufría la demonización de su creación. Era también un buscador de sensaciones, un hombre cuyo espejo estaba siempre manchado por la duda y por las sombras que deja la alegría en el interior. En sus diarios escuchamos la respiración de Chirbes, oímos su lirismo, sentimos su penar. Nos habla de los amores clandestinos, no escatima ninguna descripción de lo sexual, de las escenas de coito o de felaciones, todo está permitido en este sincero paisaje de un hombre melancólico que quiso trazar su luz en la ventana, fulgurante quizá, pero resplandeciente a veces, efímero transeúnte de un mundo en el que no creía. Todo es literatura en los Diarios, porque él, en la línea de Genet, derrocha belleza desde su mundo, su pensamiento, sus estados de ánimo: «El tiempo perdido. Se escaparon los días sin dejar apenas huella (parece más triste así, en indefinido, ya solo narración: tiempo de cosas concluidas, de tiempos cerrados). Melancolía que, en algunos momentos, se vuelve angustia: como cuando el actor descubre que, por mucho que se esfuerce, el público que asiste a la representación permanece frío, indiferente a su empeño». El escritor va pulsando el tiempo, encuentra en su afán de escribir una forma de estar vivo, pero atraviesan los diarios muchas lecturas, muchas impresiones. La canallesca de la vida nocturna, de los garitos de noche donde los amantes furtivos se buscan va encontrando un paisaje de dolor y éxtasis, de huellas que quedan para siempre en los labios cansados de besar a desconocidos. Hay mucha historia de amor en estos diarios: el amor por François, que morirá de sida, o la pérdida de los amigos, en un universo de alcohol y drogas. Pero también el amor por los libros, que va abriendo un nuevo diario, el que se piensa y el que se escribe, obra en marcha en definitiva siempre. Rafael Chirbes habla mucho del cuerpo, de sus dolores, de todo lo que nos hace humanos, pero luego se enreda en lo ficticio para huir de la vida y ver en los libros ese remanso, ese refugio que lo devuelva a la niñez asombrada y feliz. Su amistad por Carmen Martín Gaite, el deterioro físico de su madre, sus impresiones sobre cine, todo cabe en este testimonio sincero, donde no hay artificio alguno. Creo que Chirbes amaba escribir al igual que la vivencia de una noche eterna de amor. Creía en lo fugaz, en la chispa que enciende la palabra, como si el mundo terminase y acabase en otro cuerpo o en una página escrita.
Y París, que está siempre presente, ciudad amada que va dejando una huella en cada página. Cuando Chirbes describe París parece besar el labio de una amante. Hay mucha ternura y luz ahí: «En la ventanilla vuelve a aparecer el Sena entre los árboles y bajo la lluvia, gris, tristón. Como si París descansara de representarse, apagara las luces de las candilejas y fuera ella misma viviendo en una casa modesta». Hallamos poesía en estas páginas, mucha verdad, que irradia en una prosa limpia y exenta de formalismos. Respira el narrador en ese viaje interior, donde conocemos mejor a un hombre que vivía por y para la literatura. Como he dicho, el proceso de creación es más importante que lo creado. Así fue en este novelista que, después de recibir las buenas críticas por algunos de sus libros, creía que todo era realmente fracaso. Ardía en él el hombre pensativo, cuya literatura verdadera es la que no está escrita, cuyo verdadero rostro es el que no aparecía en ninguna parte. El afán de ser otro le llevó a vivir intensamente. Leyéndolo le conocemos, le seguimos y le comprendemos. Nos colamos en su intimidad y sufrimos con él, porque vivir es siempre volver a empezar. Un libro necesario para conocer a un escritor irrepetible. MANUEL VILAS. LOS BESOS (Planeta, Barcelona, 2021) por PEDRO GARCÍA CUETO Después de los éxitos de Ordesa y Alegría, Manuel Vilas vuelve a una narrativa entrañable de un ser que mira el tiempo y la vida con extrañeza, porque en la retina de este escritor late una forma de ver que lo hace singular y que da a la novela la textura necesaria para atraparnos. Los besos es nos cuenta la historia de Salvador, un hombre que, al inicio de la pandemia, decide irse a un pueblo. Es un profesor ya jubilado, cuya falta de comunicación con sus alumnos le llevó a un ensimismamiento que sigue presente en él. Esa falta de sociabilidad con otros seres le hace aislarse y contemplar la pandemia como si todo un mundo hubiese caído en desgracia. Pero es precisamente su afán de detenerse en detalles que otros no percibirían lo que dota a Salvador de particularidad. Su encuentro en el supermercado con una mujer, Montserrat, quince años menor que él, sirve de puente para expresar su pasión ante la idea del amor y su total devoción a ella, llegando a considerar el amor como el único eslabón que nos puede salvar de la locura. Con estos mimbres, Vilas avanza en una especie de diario donde encontramos una oda a la naturaleza, al paisaje del campo, a su pasión por comprar verduras o a esa tensión que supone robar en el supermercado. Los besos es un acto narrativo de reflexión, una especie de confesionario donde late el espíritu de un hombre impar. Hay muchos párrafos donde Vilas se detiene con maestría en lo cotidiano, como si el virus no fuera lo más importante, sino su reacción ante lo que le rodea. Otro aspecto es la lectura de la novela El Quijote de Cervantes, a través de la cual está interpretando el mundo. Al llamar a la chica Altisidora, está reafirmando su deseo de huir de la realidad, de construir un universo alternativo, un espacio totalmente cerrado a lo que ocurre en el exterior, para aislarse, a través del sexo, de una sociedad destruida. Cito algunas líneas de la novela, como ese canto al medio natural: Oh, viento, oh, carne, oh cuerpo humano, y el bosque al lado de mi casa, donde los virus no están, donde la luna y el sol se alternan sin escrúpulos políticos, donde la belleza persevera porque no sabe que es belleza... Se trata de un caballero sin fotos en la cartera, porque todo es hondura, los rostros se confunden y él mira el tiempo como si fuese contemplado por primera vez. En el capítulo 35 podemos ver cómo penetra el escritor en el ser que ama, cómo se convierte en el amanuense que la descifra, porque este nuevo libro de Vilas es, en el fondo, un viaje a nuestro propio cuerpo: Ha sido al notar su aliento, la carnosidad de la lengua, cuando he accedido a la parte invisible de Montserrat/Altisidora, al lugar en que ella habla consigo misma. Y veo lo que es. La veo por dentro.
Los comentarios sobre personajes políticos o sucesos de nuestra España, como el 23 F, van dotando a la novela de un tempo, van arraigando la historia a una época. Pero lo que importa no es todo eso, sino ese descenso a los infiernos de uno mismo y a los del ser amado, como si volviera Dante montado en su famosa Comedia. Porque comedia es en realidad la vida y Manuel Vilas lo sabe muy bien. Y no elude lo escatológico (hay un instante decisivo, que no revelo, que conduce al desengaño amoroso), porque Vilas contempla el cuerpo y lo disecciona como si realizase una radiografía del ser amado: aparecen piernas, labios, bocas, brazos, todo ese cosmos que va conformando el paisaje corporal. No elude tampoco, como he dicho, la naturaleza: los árboles, los pájaros... Porque sabe Vilas que todo se reduce a un encuentro entre dos seres en la inmensidad del planeta, que permanece pese a nosotros, tan perecederos. Sin duda, nos hallamos ante una novela intimista. Una pandemia ha detenido el tiempo y ahora todo es un afán de regresar a la niñez y encontrar en los besos la única luz de la existencia. Una gran novela. CELIA CARRASCO GIL. ENTRE TEMPORAL Y FRENTE (Olifante, Zaragoza, 2020) por PEDRO GARCÍA CUETO Celia Carrasco es una joven poeta nacida en Tudela que estudia actualmente Filología Hispánica en Zaragoza.
Entre temporal y frente está dedicado a su padre. A lo largo de cincuenta y dos poemas podemos ver la hondura que refleja el paso del tiempo, desde la infancia hasta la juventud, como un sendero cuyo tránsito va embelleciendo la voz poética de Celia. En el poema ‘Boomerang’ nos dice: «Tal vez ya no recuerdes el sonido de la lluvia / limpiando la sangre derramada / a las puertas de septiembre. / Tal vez ya no recuerdes las manchas de barro, / ni tampoco los parches de tela / en las rodillas de tu peto vaquero». El tiempo va dejando su eco en la mujer actual que fue niña, mientras la lluvia iba cayendo sobre el cuerpo, tejiendo una piel de experiencia y desencanto. Todo lo envuelve el tiempo en el poemario. Las dedicatorias a Miguel Hernández tamizan un libro que está tejido con esmero, con delicadeza, con encantamiento. En ‘Frente del noroeste’ convive la niña con la mujer. Si a aquella le gustaba sentir «la presión de los fluidos sobre mi cabeza», esta de ahora sabe que todo lo horada el tiempo, va dejando briznas donde hubo fuego, cenizas donde hubo llama: «Pero hoy / los dinamismos atmosféricos desarman / mis topografías idílicas». Celia es consciente de la grieta que va dejando la vida y de que la gracia que supone la niñez ya se ha rasgado. En esa búsqueda del ser que fue y ya no es dirá en el poema ‘La espera’: «Quisiera, cual voz de náufrago desintegrada. / disfrazarme con tu esencia cada noche / y enterrar mis rodillas en la arena, / sola y a tu lado». Ese afán de entrega al otro o a sí misma se convierte en una quimera, volver a enterrar las rodillas como si la infancia retornara de ese espejismo que supone vivir. Queda aún más claro su fijación temporal en el poema ‘Anclada en el tiempo’, donde la poeta vive en ese espacio de luz y sombra que trae la noche, anunciadora del insomnio o del sueño vital: «Las horas / son noches en vela acumuladas / bajo una mirada rutinaria. / furibunda, de atisbo vacío, / en una fugaz estepa». Hay una gradación en este poema desde el silencio al vacío tras la disolución, y hacia la nada. La ecuación que supone el recorrido por el mundo va despejando una certeza: somos seres que vacilan ante el furor de la tormenta y, al final, perdemos siempre nuestro vuelo para no ser nada. Y la sensualidad está presente en el libro. Celia Carrasco es soñadora, vive en la aurora del mundo y conoce el deslumbramiento de la Naturaleza en todo lo que toca y en su propio respirar, así lo muestra en su poema ‘Cromatismos de una vida’: «Hoy he soñado con amapolas / en las lindes de mis sábanas. / Las aproximaba contra mi cuerpo / y sentía su calor perforar mis sienes, / y su savia bañar mi estómago, / y el opio queriendo / que me acercara un poco más a ellas». Entre temporal y frente está lleno de destellos, de luz que va dejando en el verso fulgores. Con el bello azul de la portada, que parece un mar al alba, el libro es un tesoro que abrimos y que produce embrujo, nos hace meditar y nos envuelve en la palabra transida de eternidad. OLGA NOVO. FELIZIDAD (Olifante, Tarazona, 2020) por PEDRO GARCÍA CUETO EL PAIS EMOCIONAL DE OLGA NOVO Olga Novo expresa en Felizidad todo lo que le une a la vida, a sus seres queridos, todo el nexo que va tejiendo al mundo de los sentimientos, porque es una poeta que, al crear, nos hace ver el terruño gallego a la vez que nuestro interior, nuestro propio cuerpo, por donde hilos de sangre nos unen a nuestros antecesores.
Ya desde el comienzo de Felizidad la emoción está presente en la carta a su hija Lúa, la figura del abuelo y del padre, todo un cosmos de impresiones que va a estar respirando en el libro, el eco de una mujer que sabe que la maternidad es un milagro y que el hecho de que un esperma anide en un óvulo es magia, porque de esa conjunción nace el hijo o la hija. En ‘Poesía polinizada’ Novo expresa esa herencia que lleva. En la mujer que es anidan todas las mujeres que han sido: «Aquel día / donde la niña alucinada y la mujer de la aldea / se fundieron en una / sentí / que me atravesaba la extensa línea del pasado / como si yo fuese una puerta abierta de par en par en el bucle / del tiempo». En la poeta vive el tiempo. Las mujeres que le han sucedido antes son eslabones que la unen como un tejido fuerte a una costumbre, a un transitar. Consciente de esa fuerza, la poeta va tejiendo una cartografía de sensaciones donde los que fueron y los que son se encuentran en el milagro de existir. Dedicado a su hija, le dice en el poema ‘En la llegada de la primera locomotora’ que un cuerpo se anida en otro cuerpo, que la hija se hace ella misma, como si se miraran en un espejo y encontraran sus cuerpos entrelazados: «Del mismo modo siento tu azada en mi carne / abriendo paso entre capas calcolíticas de nervios / perforando a ciegas el espacio noche a noche / sin temor a la pizarra ni al estrecho pasadizo de la vida». La hija navega antes del nacimiento por el cuerpo de la madre, por su corazón, sus pulmones, su vientre, ya está surcando ese túnel donde los cuerpos se encuentran y reciben la misma savia. En el poema ‘El poder no puede’, Novo expresa la protección de un ser a otro ser antes del nacimiento, el milagro que rompe cualquier ecuación, cualquier amenaza: «El poder no puede / mi niña / el poder no puede / rozar siquiera la órbita en la que giras con treinta semanas / imaginar tan solo la bóveda de costillas que te protege de todo / mal». Las alusiones al cuerpo son constantes, da la impresión de que une los órganos con el paisaje gallego, porque hay una fusión entre lo orgánico y lo emocional; el paisaje también se vuelve corpóreo, existe, tiene miembros vitales. Todo el poema es un organismo, compuesto de manos, pies, pechos. La poeta dice en ‘En mí en todas’: «En algún poema me subió la leche a los pechos / como asciende la palabra hasta el cerebro / trepando como un gato en un bosque de glándulas / y fui todas las madres que son madres de mis hijos». Olga Novo se convierte en la mujer que es todas las mujeres. No solo las de su familia, las que han ido conformando su cuerpo, sino las que respiran en los campos, las que sufrieron en la posguerra. Todas ellas vuelven con el eco del verso. En el poema ‘Existencia’ vemos que el existir es un don que nadie sabe ver en toda su dimensión, porque en la poesía de Olga Novo hay ecos de la sensualidad de D. H. Lawrence, de Wallace Stevens, de Saint John Perse; esas voces están presentes, son imágenes portentosas que trazan el poema que es un cuadro de seres que se desplazan por la vida, conscientes del milagro de vivir. La cita de Pasolini da al poema su luz: «Yo pensaba que respiraba con los pulmones / pero el mundo veía mis branquias / de dinamita dulcísima / Y se apartan de mi piel / como si fuese a explotar en cualquier momento / y contaminar su pureza de dióxido de carbono». Es, sin duda, la mujer que es Naturaleza, tiene branquias como los peces; mujer que es el cosmos personificado, que vive en todos los rincones, que sabe que en ella respira el mundo y se encarna en voces dispares pero unidas en una misma meta: la existencia. La idea de la muerte también está, cómo no, presente en el libro, como si los seres idos volvieran y al regresar iniciaran un diálogo con los vivos, en un encuentro que es hallazgo de luz entre las tinieblas de la idea del morir. Así lo expresa en ‘La valkiria de las vacas’: «Soñé que estabas viva / aunque de pronto tú / en silencio / me formulabas la pregunta eterna: / ¿Es cierto que estoy muerta? / ¿Esta que soy / soy yo?». La vida y la muerte como espejos donde los que han muerto pueden estar en nuestra mirada. En ‘Brasas’ la mujer que se sabe humana, pero que a veces se siente espíritu y alma, expresa esa comunicación con lo que no está presente: «Oigo voces que no soy yo / me desplazo sin moverme / como el sonido de la lira / voy donde ya estuviste / y encuentro / una luciérnaga que dejó en la hierba tu aura desnuda». Como si todos los que se han ido se hallasen en la naturaleza, se encarnasen en ella, la poeta reclama a través de la creación esa luz que resucite lo que ya no está, pero se presiente, vive todavía dentro y aparece en los seres de la tierra. Cuando acabamos el libro, ya sabemos que la comunicación de Olga Novo con su padre, con su hija, son su base y su simiente; es en ese fluido de cuerpos que se conectan donde nace una mujer que se siente extraña a sí misma, porque está conectada con todo, cuyo cuerpo es el de todas las mujeres y cuya mirada es la de la tierra que siempre devuelve al mundo a los que no están. Todo ello conforma Felizidad como expresión del hecho de existir, un libro de una poeta que sabe dejar su luz en la tierra e ilumina las palabras para que estas sean el mundo y su misterio. MAURICIO WIESENTHAL. ORIENT-EXPRESS (EL TREN DE EUROPA) (Acantilado, Barcelona, 2020) por PEDRO GARCÍA CUETO COMO UN ECO DEL AYER De la mano de Mauricio Wiesenthal, autor de obras tan valoradas como El esnobismo de las golondrinas o Libro de réquiems, sin olvidar su gran libro sobre Rilke, al que tanto ha admirado, nos adentramos en el mundo de los trenes. Hay un incansable mirar, una forma de ver el mundo, donde la elegancia ha sido un sello de distinción.
Wiesenthal ha sido profesor de Historia de la Cultura, conferenciante en muchas universidades, además de diplomático y viajero empedernido. En su contemplación late un mundo que ya va desapareciendo. Para él la vida está tejida con los hilos de la cultura, que nos llena en tiempos tan baldíos. Su universo se nutre de esa luz que han dejado en él los más diversos paisajes culturales. Algunos los ha conocido, otros han quedado impregnados en las letras que ha leído. En este libro el recuerdo se trenza con el presente, pero lo que palpita es la melancolía de aquellos trenes que conoció cuando era joven, como en el párrafo que evoca los trenes de la Compañía internacional de Wagon-Lits: «Casi todos ellos habían sido construidos en la Belle Époque, que fue el tiempo de esplendor y glamour del Orient-Express». El Orient-Express, mucho más allá de un espacio que le sirvió a Agatha Christie para su famosa novela, era también el lugar donde convivían turcos, indios, funcionarios, maestros... En esa belleza que llevaba inserta la luz del tren muchos seres humanos dejaron su huella. Pero también se levanta la voz crítica a un tiempo que ya carece de la distinción de antes, un siglo XXI envenado por pandemias, malos modos, violencia absurda, personajes mediocres. Pese a que el siglo XX fue también un siglo atroz, se encuentran perfiles de gente que conservaba al caminar el porte de un mundo aún no mancillado por la estupidez: «Esas mujeres y hombres a los que conocía todavía activos, aguerridos y luchadores en su juventud, ya no están para juzgar la vergüenza de este tiempo irresponsable y ocioso, y pocos se acuerdan de aquellas vidas que fueron a parar a las vías muertas de todo lo que la injusticia va destruyendo». Asistimos al relato sobre reyes, escritores, gente de la moda, como Coco Chanel, a la que conoció personalmente y le que contaba los viajes que había hecho en el famoso tren. En todo momento hay evocación: en los personajes idos que se desdibujan; en el aroma de desayuno, de mujeres elegantes que escondían terribles historias de amor; en ese vagón restaurante donde se cenaba con un repertorio de música clásica donde uno sentía, al escuchar a Mahler o a Strauss, cómo el tiempo se iba cerrando como los visillos de una habitación al anochecer. Mientras el tren nos va dejando, oímos las voces aún no dormidas de tantos que durmieron en sus camas y que han sido admirados por su arte. Cuando uno acaba de leer el libro, parece que todos esos personajes han sido nuestros, en un diálogo hermoso que ahora parece quedar arrinconado por la tecnología. Sentimos que hemos viajado en el Orient-Express, cuando la vida era un acto de delicadeza y la imaginación era más poderosa que la realidad. Aquellos tiempos vuelven de nuevo, gracias a un hombre de otro tiempo, Mauricio Wiesenthal. WOODY ALLEN. A PROPÓSITO DE NADA (Alianza, Madrid, 2020) por PEDRO GARCÍA CUETO TANTO TODO PARA NADA Cuando uno lee las memorias de Woody Allen con el sugerente título de A propósito de nada me da por pensar en el final del poema de Pepe Hierro ‘Tanto todo para nada’, porque el linchamiento público al que se ha sometido al genial cómico americano, que no es solo uno de los más ingeniosos del cine moderno como director, sino un actor atribulado que representa a un ser intelectual que ve la realidad desde otra mirada, es intolerable.
En estas memorias, Woody vuelve a dar muestra de su talento, con un estilo llano y fácil de leer, que nos envuelve en su niñez, con una madre autoritaria y un padre despreocupado, con aquella juventud donde ya escribía y donde empezó a despuntar en clubes nocturnos para disfrute de los espectadores. La mirada de Woody a la vida es la de un hombre que solo disfruta escribiendo, rodando películas, que detesta ensayar y ese afán de meticulosidad de algunos directores que repiten escenas interminablemente. Hay en Woody un director que sabe ver lo bueno (admirable el repaso de actores y actrices que admira el director y los adjetivos, todos loables, que les dedica) en los actores. Como hombre descreído de la enorme vanidad de otros, no le interesa asistir a la ceremonia de los Oscars, aunque pueda ganar una película suya; prefiere tocar el clarinete con sus amigos. Tampoco le gusta ver sus propias películas, porque ya son pasado. Es Woody también un hombre descreído de Dios, que se pregunta el sentido de la existencia y que disfruta con Soon-Yi, esa mujer frágil maltratada por la psicópata que es Mia Farrow en toda la biografía. Woody también hace cine y escribe guiones y sostiene que sin un buen guión no hay una buena película. El tejido de su cine está hecho de esos maravillosos diálogos, que lucen por sí solos. La creación es lo importante, porque Woody sabe que el creador se convierte en inmortal cuando escribe o filma y que la vida real solo es un simulacro de esa maravillosa ficción donde los personajes pueden vivir plenamente. ¿Acaso hacemos eso en la monótona realidad? Cómo no, el libro es un repaso a muchas películas, todas tocadas por el estado de gracia de un genio que, a veces, no ha sido tan brillante, pero que siempre ha tenido toques de ingenio y de genialidad, películas dramáticas como Interiores o Maridos y mujeres, comedias como Toma el dinero y corre, Sueños de un seductor, La última noche de Boris Grushenko, la maravillosa Annie Hall y muchas otras, como una de sus preferidas: Misterioso asesinato en Manhattan. Su predilección por Días de radio o por la mujer que mira la pantalla embobada porque quiere adentrarse en el mundo del cine (nada menos que Mia Farrow, su pesadilla viviente) nos hace ver que Woody siempre ha sido el soñador que cree en el cine como una forma de redención ante la vida, tan poco interesante, y la ficción, donde todo es posible y uno puede vivir eternamente. Además, el libro es un canto admirativo a Tennessee Williams y sus maravillosas obras, como Un tranvía llamado deseo, donde, sobre todo en la película, se culmina la obra de arte. Considera Woody a Vivien Leigh como una mujer más real en la ficción que muchas que ha conocido en la vida y a Brando como un poema viviente. También nos gusta saber su admiración por Arthur Miller, con el que pudo cenar en alguna ocasión. El libro va tejiendo películas y anécdotas, como en la que nos hace ver que Cary Grant admiraba a Allen y fue a un club a escuchar al maestro de la comedia. También nos interesa todo lo que nos cuenta sobre sus queridas Diane Keaton, Diane West o Louis Lasser, con las que guarda una gran amistad, y cómo ensalza a Emma Stone, ya que la considera una de las pocas con la que se ha pasado largas horas charlando durante el transcurso del rodaje de una película. También su admiración por Javier Bardem o Penélope Cruz. Pero llega entonces lo escabroso: ¿qué pasó realmente con Dylan?, ¿hubo abuso sexual por parte de Woody? La defensa a ultranza de su inocencia y la calificación de Mia Farrow como una desequilibrada que ya había abusado psicológicamente de otros hijos adoptivos pesa en el libro, es una losa que cuando la lees te das cuenta de la herida que ha producido en el genio. Ni los premios, ni las críticas, ni los aduladores han podido conmoverlo, pero este tema sí. El desprecio que han ido tejiendo los que levantan las voces, muchas veces sin pruebas, contra actores o cantantes por abusos, le afecta, palpita en las páginas del libro. El desprecio de Dylan hacia él, el de su hermano Ronan, la huida de Moses de ese circo y el apoyo a su padre, son temas que va hilando el libro y piensas: ¿por qué todo esto? ¿Por qué un genio de la comedia, un hombre que ha hecho soñar con su cine a tantas generaciones, puede ser un monstruo? Queda la sombra de la duda. Para Woody es como una caza de brujas, pero no tan grave, porque él sigue con su estabilidad emocional y con sus hábitos de ver partidos en televisión y haciendo cine. Tengo una sensación agridulce al terminar las memorias. Todo lo que cuenta con ingenio me divierte, pero todo lo que pasó me entristece. Si fue mentira, por la herida perenne que ha dejado en él; si fue verdad, por la mancha en un hombre de su talla. Me quedo con su cine, con sus palabras cerca del final del libro: «No tengo nada que ofrecer a los estudiantes de cine». Precisamente, él mismo se acusa de ser indisciplinado y perezoso, pero si sabes leer el fondo de sus palabras, ya sabes la clave de su verdad: Woody está por encima de ortodoxias, de pedanterías, sabe que la vida es poca cosa, pese a haberla vivido intensamente, y solo en la creación uno es alguien de verdad. Destinado, como todos, a la muerte, Woody necesita sentirse vivo en lo que hace, sin mirar atrás, salvo en estas páginas en forma de libro, porque su vida es escribir, filmar... «Tanto todo para nada...», comenzaba este texto, porque muchos lo derriban todo sin saber lo que ha costado crearlo. Al final, uno sabe que lo que quedará será su cine y lo demás lo moverán otros escándalos, otras verdades u otras mentiras. Gracias, Woody, por tu cine, que es lo que nos importa. LILIÁN PALLARES. BESTIAL (Olifante, Zaragoza, 2019) por PEDRO GARCÍA CUETO Lilián lleva ya una larga trayectoria como poeta, donde ha demostrado su capacidad para crear imágenes llenas de gran sensualidad. Lilián es colombiana y esa herencia está presente en su poesía. Me la imagino escuchando relatos orales desde niña donde laten los ancestros y una tierra cuya espesura cobra altura.
Bestial es un libro en formato pequeño, cuidado, como un regalo a nuestras manos, que esconde grandes tesoros. Escucho en los versos de Lilián el tiempo, su eco, parece que oigo la llamada de una tierra fecunda, poderosa, que abre senderos al amor y a la sensualidad entre los cuerpos que se encuentran en la noche y que se reconocen piel a piel. La insaciable mirada de una mujer nacida para el amor se percibe en el poema ‘Aguardiente’ cuando dice: Quiero llamar a cada uno de mis amantes, / invitarles a mi casa, que vengan en fila india / con las palabras no dichas y los besos no / dados. La poeta quiere evocar a todos, que estén ahí de nuevo porque sabe que el tiempo es una trampa y pone obstáculos a la felicidad. A través del poema se concita el acto de volver a tener a los seres que amó para beber aguardiente y volver al tiempo de los besos y las caricias perdidas. En Lilián vive una niña también que sufrió el miedo, como refleja el poema ‘Compasión’, ese padre que, borracho, escucha rancheras, esa madre que se irá, esa familia que se destroza. Lilián demuestra en el libro ese afán de ser libre, de amar donde y a quien quiera, ese deseo de dejar de ser la mordilona, la niña de la boca grande, ahora una boca hecha para el beso y la caricia, cuando antes fue fruto de burla de los otros niños, crueles siempre con el diferente. En el poema ‘Libre’ no elude el lenguaje explícito, el que concita el deseo: «Sé que mi coño es una papaya jugosa y fresca», porque también es el espacio de una ciudad donde un borracho le grita sudaca y a los negros que venden mercancía les piden papeles los policías. Lilián es esa hondura, es ese cuerpo que se hace fuego, como dice al final del poema: «Soy tierra que tiembla en la soledad de la / noche». Todo el libro es un deseo de desnudar a la mejor mujer, la más verdadera, de quitarse la ropa de la hipocresía, de sacar la verdad, de manifestar a un ser que ama de veras, sin concesiones ni condiciones, una mujer libre hasta el tuétano. Sin duda alguna, nos hallamos ante el libro más auténtico de Lilián, al menos en el que el lenguaje es más explícito, también donde ahonda en los sentimientos de esa niña herida que después de haber sido despreciada, quiere ser amada. La poeta que anida en Lilián ama desesperadamente la vida, hasta en el mismo instante. Se entrega a la verdad de las cosas, a los seres que no mienten, lo que me recuerda a la sinceridad que recorren los versos de los grandes poetas como Cernuda o Miguel Hernández. En Lilián también hay una sombra como dice el poema ‘Mi ataúd’: «Mi ataúd y yo somos inseparables / nos une el vacío». En mi opinión, Lilián vive intensamente porque sabe que todo acaba y aunque la sombra le persiga, una vitalidad impresionante vive en estos versos, por ello titula el libro Bestial, como cuando va al zoológico y contempla a un mono que la mira con lujuria. Qué importa, al fin, quiénes somos si no vivimos en realidad. En este libro nos enseña a vivir cada momento como si fuera el último. Toda una lección de vida y de buena poesía. FRANCISCO CÁNOVAS SÁNCHEZ. BÉNITO PÉREZ GALDÓS. VIDA, OBRA Y COMPROMISO (Alianza, Madrid, 2019) por PEDRO GARCÍA CUETO Benito Pérez Galdós sigue siendo un descubrimiento porque su lectura siempre es un placer, su narrativa va hilando tramas, creando personajes, logra que el lector se adentre en la llama de la trama, quede iluminado por la fuerza de sus miradas al mundo.
Bénito Pérez Galdos. Vida, obra y compromiso es el libro escrito por un historiador, otra vuelta a un gran escritor, después de la mirada que impregnó Pedro Ortiz Armengol, un diplomático que nos contó amenamente las vicisitudes del gran Galdós. No es empresa fácil narrar la vida de un hombre que creó tantos personajes, tan prolífico, además que decidió comprometerse con el partido republicano, provocó un notable escándalo en Madrid con su Electra, obra de teatro que encendió las iras de muchos, aunque fue defendido por los grandes escritores del 98. Cánovas Sánchez va contando la vida de Don Benito envuelto en la madeja de escritores, políticos; a veces simplifica, porque no quiere ahondar demasiado, pese a las quinientas páginas del libro, quizá porque se necesitarían muchas más si se detiene en lo minucioso, en cada relación, en cada obra. Cánovas prefiere centrarse en lo que Galdós tiene de gran novelista, de figura señera. Indica, con mucho tino, cómo creó personajes femeninos de gran hondura, como Fortunata, Jacinta, Marianela y tantas otros. Ese espíritu prevalece en el libro, el amor por el arte y la música, su opinión sobre el caciquismo, sobre la religión. Todo ello es desentrañado con habilidad porque Galdós fue un hombre que, sin la vena exaltada de Unamuno, fue abriendo senderos, despertando conciencias, y en sus novelas fue dejando pinceladas muy jugosas sobre el mundo de la cultura. Sigue Galdós la sombra de Cervantes, el eco que este dejó en la narrativa española, esa facilidad para crear personajes que sobreviven, se convierten ya en inmortales y quedan para siempre en la memoria. Cánovas Sánchez hace hincapié en ese esfuerzo, porque la narrativa del siglo XIX, siglo en el que es experto el historiador, fue una de las más integradoras, ya que logró aunar siglos anteriores y presagió ya lo que sería el XX, que rompería todos los hilos, porque se explica sobre las guerras y sobre el absurdo de un ser humano que ya carece de personalidad, como nos expresó Musil en su famoso El hombre sin atributos. Para Cánovas, el siglo de Galdós aún respira el aroma de otros tiempos, donde los personajes se tejen con una madeja que los personaliza, pero ya anticipamos un desdoblamiento, se puede ver en esos seres que dudan de sí mismos, como ocurre en Nazarín, novela a la que luego Buñuel imprimiría su especial sello. Nos hallamos ante un libro que dibuja a un Galdós siempre activo, donde podemos ver su pensamiento, oírlo respirar, lo vemos en sus personajes, en su afán de hacer del siglo una novela extensa y llena de lecturas e interpretaciones. En 2020 se cumplirá un siglo de la muerte de Galdós. Este libro abre ventanas para saber mirar a un escritor que supera siglos y perspectivas, que, al igual que Cervantes, nos asombrará siempre, con su hondura para crear personajes que son más reales que la propia vida, seres que son ya atemporales y que nos hablan con una luz especial, una llama que nos alumbra en tiempos de tinieblas. |
LA BIBLIOTE
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