IVO ANDRIĆ. GOYA (Acantilado, Barcelona, 2019) Traducción: Miguel Rodríguez por HÉCTOR TARANCÓN ROYO
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MAURICIO WIESENTHAL. ORIENT-EXPRESS (EL TREN DE EUROPA) (Acantilado, Barcelona, 2020) por PEDRO GARCÍA CUETO COMO UN ECO DEL AYER De la mano de Mauricio Wiesenthal, autor de obras tan valoradas como El esnobismo de las golondrinas o Libro de réquiems, sin olvidar su gran libro sobre Rilke, al que tanto ha admirado, nos adentramos en el mundo de los trenes. Hay un incansable mirar, una forma de ver el mundo, donde la elegancia ha sido un sello de distinción.
Wiesenthal ha sido profesor de Historia de la Cultura, conferenciante en muchas universidades, además de diplomático y viajero empedernido. En su contemplación late un mundo que ya va desapareciendo. Para él la vida está tejida con los hilos de la cultura, que nos llena en tiempos tan baldíos. Su universo se nutre de esa luz que han dejado en él los más diversos paisajes culturales. Algunos los ha conocido, otros han quedado impregnados en las letras que ha leído. En este libro el recuerdo se trenza con el presente, pero lo que palpita es la melancolía de aquellos trenes que conoció cuando era joven, como en el párrafo que evoca los trenes de la Compañía internacional de Wagon-Lits: «Casi todos ellos habían sido construidos en la Belle Époque, que fue el tiempo de esplendor y glamour del Orient-Express». El Orient-Express, mucho más allá de un espacio que le sirvió a Agatha Christie para su famosa novela, era también el lugar donde convivían turcos, indios, funcionarios, maestros... En esa belleza que llevaba inserta la luz del tren muchos seres humanos dejaron su huella. Pero también se levanta la voz crítica a un tiempo que ya carece de la distinción de antes, un siglo XXI envenado por pandemias, malos modos, violencia absurda, personajes mediocres. Pese a que el siglo XX fue también un siglo atroz, se encuentran perfiles de gente que conservaba al caminar el porte de un mundo aún no mancillado por la estupidez: «Esas mujeres y hombres a los que conocía todavía activos, aguerridos y luchadores en su juventud, ya no están para juzgar la vergüenza de este tiempo irresponsable y ocioso, y pocos se acuerdan de aquellas vidas que fueron a parar a las vías muertas de todo lo que la injusticia va destruyendo». Asistimos al relato sobre reyes, escritores, gente de la moda, como Coco Chanel, a la que conoció personalmente y le que contaba los viajes que había hecho en el famoso tren. En todo momento hay evocación: en los personajes idos que se desdibujan; en el aroma de desayuno, de mujeres elegantes que escondían terribles historias de amor; en ese vagón restaurante donde se cenaba con un repertorio de música clásica donde uno sentía, al escuchar a Mahler o a Strauss, cómo el tiempo se iba cerrando como los visillos de una habitación al anochecer. Mientras el tren nos va dejando, oímos las voces aún no dormidas de tantos que durmieron en sus camas y que han sido admirados por su arte. Cuando uno acaba de leer el libro, parece que todos esos personajes han sido nuestros, en un diálogo hermoso que ahora parece quedar arrinconado por la tecnología. Sentimos que hemos viajado en el Orient-Express, cuando la vida era un acto de delicadeza y la imaginación era más poderosa que la realidad. Aquellos tiempos vuelven de nuevo, gracias a un hombre de otro tiempo, Mauricio Wiesenthal. OSCAR TUSQUETS. PASANDO A LIMPIO (Acantilado, Barcelona, 2019) por ELENA TRINIDAD GÓMEZ El concepto pasar a limpio, tan asimilado por la mayoría de mortales, es concebido como un modo de poner orden a nuestras ideas. Organizar y clasificar cuarenta años de reflexiones que habían divagado por su mente es la tarea que ha llevado a cabo Oscar Tusquets en Pasando a limpio.
Por un lado, tenemos la recopilación de ideas del veterano arquitecto, pintor y diseñador barcelonés; y por el otro, capítulos compuestos exclusivamente por citas de diversos artistas (como Oscar Wilde, Andy Warhol y su admirado Dalí) y suyas. Esto es lo que hace que sea una atrevida publicación por parte de la editorial. «El arte no es lo que ves, sino lo que haces ver a los demás». Con esta cita de Edgar Degas hace referencia, casi al principio del libro, a su concepción del arte. Nos enseña que no aprendemos a ver hasta que el artista no muestra aquello que ha sabido captar. El arte hace que valoremos aquello que tenemos a nuestro alrededor, que miremos con ojos otros ojos, unos más sensibles. Como Tusquets resume en una de sus citas: «Hasta que Edward Hopper no pasó a limpio su interés por los suburbios de las ciudades estadounidenses no los valoramos». Su lucidez es palpable en capítulos exclusivamente de temática pictórica como ‘Entender Las Meninas’. Con un estilo fluido nos habla de las peculiaridades de interpretación arquitectónica y de la incorporación del espectador en el cuadro por parte de Velázquez, donde se deja ver por qué es una de las mayores obras de arte de la historia. También aprovecha para rechazar la ambiciosa interpretación foucaultiana de la obra, que defiende la idea de que lo que se refleja en el espejo no es otra cosa que el retrato del pintor a los reyes, teoría que Tusquets cuestiona exponiendo que, en tal caso, se aparecería reflejada la espalda del pintor. Se trata de uno de los puntos fuertes del libro. Mientras tanto, en Innovación arquitectónica trata con acierto el falso mito de que la tecnología revolucionaria trae consigo innovación arquitectónica. Entre otras cosas, analiza la balanza que en su momento estuvo inclinada a favor del barroquismo, una etapa recargada y ostentosa que ahora tiende a la apariencia pobre, mínima. ¿Adónde nos llevará esa influencia de la Bauhaus en la arquitectura? Pone sobre la mesa diversas cuestiones, pero hay que decir que nos ofrece pocas respuestas. En el capítulo de Gran Benidorm destruye con un acertado análisis, apoyado por citas de reconocidos sociólogos y arquitectos, la idea del Benidorm de la especulación, enseñando las bondades ecológicas de los rascacielos y lo que ha beneficiado al litoral mediterráneo. Esos edificios que permiten la visibilidad del mar estés donde estés, paseos inmensos a pie de playa, y la posibilidad de ir andando a cualquier lugar, lo que evita el uso de transporte. Es una ciudad barata, muy barata, un lugar ideal para el trabajador medio con vacaciones pagadas. Tusquets es un burgués (como se autodenomina) encantado con el veraneo proletario, del guiri borracho en cualquiera de los cientos de garitos de la ciudad a las cuatro de la mañana. Un burgués fascinado por la innovación y eficiencia de la ciudad más sostenible del Mediterráneo. El análisis arquitectónico es uno de los puntos fuertes que sostiene el libro. Resulta revelador para el buen lector que hará del recorrido por una catedral una experiencia más consciente, percatándose que iluminación y adaptabilidad son pilares esenciales en la arquitectura. Tusquets critica el modo de iluminación artificial tan extendido en el mundo, donde la ausencia de luz natural hace que la experiencia casi sacra de visitar monumentos se convierta en algo un tanto superficial. En realidad, la iluminación se convierte en una tema recurrente a lo largo del libro, no deja de recordar la necesidad de espacios luminosos donde la luz artificial sea casi anecdótica. Hacia el final del libro utiliza un extenso capítulo sólo para nombrar todo aquello que le molesta. Como no podía ser de otro modo, como si se tratara, en ciertas ocasiones, del típico cuñado enfadado que viene a darte lecciones, da soluciones a gran parte de los problemas que plantea: los puentes venecianos, lo políticamente correcto, el transporte aéreo... Se trata de una obra que, aunque en muchos casos sea anecdótica, también resulta esclarecedora. Un libro lleno de intervenciones y referencias a la búsqueda de la elegancia y la eficiencia, donde también hay espacio para una concepción del arte innovadora, se echa en falta la intervención de voces femeninas. Por desgracia, las creadoras son totalmente olvidadas en este diario reflexivo. NATALIA GINZBURG. Y ESO FUE LO QUE PASÓ (Acantilado, Barcelona, 2016) Traducción: Andrés Barba por HÉCTOR TARANCÓN ROYO A TIENTAS EN LA OSCURIDAD Cuando el sufrimiento amoroso atenaza, lo normal es leer un aburrido, sonoro y cursi lamento por lo que se puede perder. Medir la intensidad del sentimiento es imprescindible, y en ese proceso muchos escritores han demostrado ser sordos. Por exceso más que por defecto, la tradición se ha llenado de proclamas y comentarios típicos, poco originales y redundantes. Esa es la razón principal de ser de, por ejemplo, la mayoría de la poesía actual, a la vez que su fracaso. Quizá, entonces, ya no sean necesarias la nostalgia y la alienación, sino visiones que vayan más allá, o que pongan en tensión la visión ordinaria de la realidad. En ese campo tiene experiencia Natalia Ginzburg, quien tensa con gran maestría el ánimo y los objetivos de los protagonistas de Y eso fue lo que pasó. No hay victorias ni derrotas, sino una angustiosa culpa inmerecida por existir y comprobar que la búsqueda de la verdad es tan apasionante como inútil. Concretos y universales al mismo tiempo, vagan por un camino que, con mayores o menos aciertos, los acaba reconduciendo hacia ellos mismos. En ese punto, prácticamente omnipresente en todo el desarrollo, cuando el resurgimiento de las inseguridades va acompañado de las certezas, la ternura se abraza con la desesperación. También, enjuiciados por ellos mismos, someten a su visión todo lo que ocurre y se odian y aman a la vez. La protagonista, anónima e intimista, con un pulso vivo y fluido que recuerda a Carta de una desconocida de Stefan Zweig, espera en muchas partes. Se recuesta, con ese afán, en su habitación y mira los detalles. Incluso, se recuerda posteriormente esperando, y ese instante la devuelve al mundo real, que la va desgajando poco a poco. Esa espera, hoy inconcebible y triturada por la inmediatez con la que nos lanzamos a las cosas, es otro de los pilares en los que Ginzburg conecta y expone el alma humana. Con un lenguaje sencillo, apresurado, y extremadamente cercano, extrae causas y consecuencias y, cuanto más exagera, más vital y deslumbrante se vuelve. Al tocarse los extremos, el deseo se vuelve patético, y su consumación no lleva a otra cosa que a volver a perder. NOTA (Fragmento)
Escribí esta historia para sentirme un poco menos infeliz. Me equivoqué. No debemos buscar nunca un consuelo en la escritura. No debemos perseguir un objetivo. Si hay algo seguro es que es necesario escribir sin un objetivo […] Me gustaría añadir aquí que a veces nos vemos inclinados a escribir no sólo libros que nos gustan mucho, sino también otros que no nos gustan en absoluto. Son ésos los que acaban llevándonos por calles oscuras, los que nos hacen tocar acordes secretos, colmándonos de lágrimas y conmociones a veces innobles y vulgares, pero esas conmociones y esas lágrimas, que surgen de nosotros a pesar de que nuestra mente es hostil a ellas, son las que nos dan el impulso de la escritura […] Aunque para llegar a ese punto es necesario que la infelicidad no sea en nosotros una pregunta lacrimosa y llena de ansiedad, sino una conciencia absoluta, inexorable y mortal. |
LA BIBLIOTE
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