LA BIBLIOTECA DE ALONSO QUIJANO
Reseñas
VEGA CEREZO. LOS PRIMEROS FRÍOS (Páramo, Valladolid, 2024) por Mª ÁNGELES CARNACEA Vega Cerezo. La primera vez que oí su nombre imaginé un bosque. Un nombre y su resonancia. Un nombre y la naturaleza. La naturaleza guardada en un nombre. Una poeta que nombra a los árboles, los animales, sus perros, los perros que abandonan, las morsas de la Antártida. Nos conocimos en 2017, el año que se publicó Lo salvaje, uno de los libros de poesía que más he regalado y recomendado. Y nos conocimos en un centro penitenciario, gracias al programa de Cultura en prisiones en el que trabajo en la ONG Solidarios para el Desarrollo, donde Vega viene aportando tanto desde entonces y hasta hoy. Una mujer que deja la ciudad y elige vivir en la naturaleza entre 407 árboles y todas las vidas que pueden albergar cada uno de ellos. Una casa, otra casa diferente a la de la infancia, que nombra en este libro. Y su familia, su Juan, su Iván, su Rocío, su Darija, su Kira y todos los seres que ya no están, animales no humanos y animales humanos, y la abuela Antonia a la que dedica el libro, por enseñarla a amar. Celebro a Vega Cerezo, a la poeta, a la lectora, a la feminista, a la mujer que milita por la justicia social, por la igualdad, por los derechos de todas las personas, a la que se conmueve con el dolor de los demás, a la amiga. La celebro y le canto: Tiene mi Tarara un vestido blanco / que no se lo pone ni en el jueves santo, / ay Tarara sí, ay Tarara no, / ay Tarara niña de mi corazón. La abuela de Vega canta ‘La Tarara’ en la cocina, ella tiene 6 años, es invierno y es una fotografía que la niña ya guarda para siempre. En el poema ‘El primer frío’ la poeta conoce la ternura en un gesto, en ese planeta que es la cocina en la que la abuela canta y la besa con los labios y las manos, tras secárselas en el mandil. Yo también conocí ese planeta. Por eso lo celebro y lo canto. Este poema como principio de todo. Y su resonancia. Subrayo estos versos del libro: Escribo para salvaguardar la desobediencia y no enloquecer. Cierran el poema en que habla de su escritura (p. 54). Siento que escribe para la reparación. El daño, nombrar el daño, es recurrente en su obra y en este libro. El poeta Yorgos Seferis en los años 70 decía en sus cuadernos que «la poesía tiene la fuerza suficiente para ayudar». Y es entonces, añado, cuando su capacidad de reparación se hace patente. Vega es rotunda, y dice también en el poema citado que la literatura no nos salva de nada, pero hay que contar. Gracias por contar, Vega, porque cuando cuentas nos cuentas a todas, a todos. Por contar lo que desaparece, tus escalofríos... «Es un oficio durísimo el de contar, te dejas la vida en ello», escribe Vega. Y nombrar, qué difícil es hacerlo cuando se siente frío. Porque el frío de Vega, sus fríos, son el principio y son también el final. Con su poesía, con su mirada y su voz tan reconocibles y auténticas, Vega inaugura un mundo en el que cabemos todas las que creemos que las palabras son campo de batalla, espacio de resistencia y de consuelo. Hay poemas en este libro que son como kintsugi. Vega señala y nombra la herida, su cicatriz. Ella la destaca, la acaricia y le pone esa resina mezclada con polvo de oro. Ese hilo de oro nos permite no olvidar y reconocer que en la rotura también habita la belleza. No la oculta, la hace bella en su poesía. Cuando una pieza se quiebra, se rompe, en Japón, ver sus cicatrices marcadas en hilo dorado es una forma de reparar la rotura, el daño y de no olvidar que ese daño nos constituye. Así reparan en Japón las piezas que se rompen, así restauran su vida y su memoria. Vega no es japonesa, pero podría serlo, podría ser de cualquier lugar del mundo. Su poesía transciende la historia personal y alcanza eso que destacamos tanto y repetimos tanto, la universalidad. Esos rotos, esas fracturas de la infancia, de la adolescencia y de la edad adulta, esos fríos que parecen quedar descolgados en la memoria pero que no se borran nunca, todo eso que nos constituye se mueve en las páginas de este libro de belleza conmovedora y asombrosa. Vega y el asombro. En la conmoción de esa belleza una puede cantar y bailar también. La memoria de los fríos, el kintsugi que hace Vega cuando escribe sobre ellos es motivo de celebración. Mirando desde el presente y haciendo balance de esos fríos de la infancia, de la adolescencia, acude la ternura, esa abuela que canta y la besa. Este libro conoce bien el significado de esta palabra, ternura: sentimiento de cariño entrañable, requiebro.
El kintsugi es el arte de querer nuestras cicatrices, de celebrar la historia de cada objeto poniendo énfasis en sus fracturas en lugar de ocultarlas o disimularlas. Kintsugi en japonés quiere decir «reparar con oro» y eso es este libro, oro. Oro para las lectoras y lectores que admiramos la poesía de Vega Cerezo. Hay tres palabras, intimidad, fragilidad y vulnerabilidad, muy presentes en la lectura del libro y en la poesía de Vega. «Los lugares de la intimidad tienen una resistencia propia, su fragilidad es su punto fuerte: nadie puede quitarnos la vulnerabilidad. Nadie puede quitárnosla», escribe la artista visual Laía Argüelles Folch en un libro delicioso, Breve ensayo sobre la carta (Temporal, 2021). Y cierro con Mary Oliver, poeta por la que compartimos querencia: «Observar el mundo fue una parte importantísima de mi vida, y eso fue lo que hice», Nuestro mundo (Comisura 2024). Eso es lo que hace Vega, observar el mundo, el de afuera y el de adentro, y contarlo, porque «hay que contar», ella misma lo escribe con énfasis. Si como escribe Mary Oliver en uno de los ensayos del libro La escritura indómita, «lleva unas setenta horas arrastrar un poema hasta la luz», puedo imaginar el largo número de horas que Vega ha dedicado a construir Los primeros fríos. Algunas veces la poesía se empaña y no deja entrar la luz. En este conjunto de poemas la luz vence. Este libro, Los primeros fríos, es una gramática de la belleza.
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MARISA LÓPEZ SORIA. EN CONSIDERACIÓN TE ESCRIBO (Difácil, Valladolid, 2023) por ANA CÁRCELES ALEMÁN No es necesario ponderar la obra de Marisa López Soria, tampoco es necesario resaltar que sus lectores forman una gruesa línea continua y trasversal, pues recorre todas las edades: los niños que juegan a imaginar y leer con la magia de sus hermosos álbumes ilustrados, los jóvenes que se sumergen en las aventuras de sus peculiares héroes y heroínas y los adultos, que disfrutan su narrativa y su poesía. Su obra literaria, con el sello de importantes editoriales, es traducida y reconocida con premios nacionales como el Premio Lazarillo. Abordar casi todos los géneros le ha permitido a Marisa componer su amplia obra como un prisma de múltiples caras que configuran un cuerpo unitario de rigurosa identidad y fondo esencialmente poético. Aunque su narrativa tiene gran peso específico, yo diría que MLS siempre ha estado escribiendo a la manera poética, porque no ha renunciado nunca a la sublimación de las emociones y los sentimientos, no ha renunciado nunca a esos contrastes, de efectos tan inspirados, entre la rebeldía y la candidez, entre la decepción y el entusiasmo, entre la realidad y la magia. No ha renunciado tampoco a mostrar el amor, el dolor y la rabia, aunque estos últimos aparezcan bien revestidos de sugerente ironía y, sobre todo, MLS siempre se esfuerza por trabajar la palabra, su sonoridad y su sentido íntimo, desplazándola de la frase hecha, de la expresión empobrecida, acuñada, común, y así encuentra la metáfora aguda, la imagen lúdica, el humor... Y eso que ha venido haciendo con maestría es una constante tanto en su literatura infantil y juvenil como en su obra lírica. Es un rasgo identitario que atraviesa toda su escritura. En consideración te escribo, así como Muy señores míos, es la renovada edición del poemario que en 1995 mereció el Premio Fundación Emma Egea. La autora aclara esta circunstancia en una página de agradecimientos final. MLS ha incidido en el proceso constructivo y ha introducido leves variaciones en los poemas e incluso aporta nuevos poemas a esta edición. El resultado es un todo orgánico, como un edificio en el que importan tanto los materiales como el proceso y resultado final. Ya decía Jorge Guillén, a quien le gustaba publicar variantes de sus poemas en sucesivas ediciones, que el poema no se termina nunca y el autor tiende, si lo cree pertinente, a mejorarlo en cualquier otro momento. Es una suerte que Marisa haya querido entregarnos En consideración te escribo de 2023, epístola vital sobre el eje temático de vicisitudes amorosas que hoy aparece renovada. La edición lleva portada —magnífica, con mensaje— firmada por el fotógrafo artístico Frédéric Volkringer. Rosa Regás afirma en el prólogo: «El rostro picasiano de Marisa no es más que una reproducción del alma que tiende a expresarse desde las distintas perspectivas del sentimiento, uniéndolas para convertir en cordura la contradicción, en orden el caos, en transparencia la extravagancia o el enigma». Así mismo, Pilar Adón expone en la contraportada: «Los poemas se suceden intimistas y, a la vez, subversivos; secretos y, al tiempo, dados a la extroversión. Libérrimos. Tiernos e insolentes. Valiéndose de la naturaleza y el descaro para hablar de un desamor que viene seguido de libertad». El libro, que consta de 67 poemas, está divido en tres apartados. El primero se titula “Poemas en consideración”: son 37 textos de diferente extensión, con tendencia a la brevedad, algunos tan breves como un disparo emocional. El segundo es “Poemas de ira y escarnio”, con 27 poemas. El tercero, “Ex/ordio”, tiene sólo tres poemas. Curiosamente el exordio está al final, quizá aludiendo a su raíz “urdimbre” (ordire) o a «orden, disposición de las cosas en el lugar que les corresponde». La cita de Yourcenar que preside el primer apartado nos pone sobre aviso: «No hay amores estériles, y es inútil tomar precauciones. Cuando te dejo, llevo dentro de mí el dolor como una especie de hijo horrible» (Fuegos). La segunda parte lleva citas de Rilke (Elegías de Duino): «Todo ángel es terrible / habla, proclama», y de Ana Ajmátova: «Por mi boca gritan muchas gentes». Mientras que el breve Exordio lleva cita de Delmira Agustini: «Ven, oye, yo te evoco. / Extraño amado de mi musa extraña». Tal como las citas prometen, la intensidad de las emociones se acentúa, también las llamadas de atención y las reivindicaciones de libertad según avanzamos en la lectura, de manera que resulta una trama afilada que espolea como agudo acicate la conciencia del lector. La autora ha creado una voz lírica segura de sí misma que se dirige a un “tú” desamorado, exponente torpe de la cara oscura del amor que ya no merece ser amado. Y esta voz femenina que se expresa como una nueva heroida, aporta ideas fundamentales respecto a fortaleza de espíritu, libertad y dignidad; la voz lírica defiende su planteamiento argumental con un lenguaje rico, claro y jugoso; a ratos áspero, punzante, atrevido en justa correspondencia con el asunto. Los poemas mantienen una expresión sorpresiva que obliga a los lectores a reflexionar, porque las palabras aparecen hilvanadas en un régimen de libertad que les devuelve plena significación denotativa y, a la vez, textual. Abundan los hipérbatos, los juegos de palabras, las repeticiones obsesivas o las elipsis y la contención, pero todos los recursos están al servicio de la idea comunicativa directa, de la caracterización, de la gran carga emocional también. Es interesante el trabajo realizado con la entonación y las pausas, la prosodia. Sustituye la mayor parte de los signos de puntuación por espacios blancos para que la respiración del lector —emotiva, no solo sintáctica— marque la cadencia y la intencionalidad. Así, la lectura se impregna de emoción. Magnífico es ‘Éxodo al Mal Menor’, que se lee con el contagio emocional de la voz lírica: «Desecho los olivos asomados a la carretera / desecho la tierra rasurada y los ocres baldíos / ásperos secos / desecho los dedos desmayados de la palmera...». La enumeración de metáforas bellísimas es la base de la estructura del poema, y la progresión, con final irónico: «Por montera el mundo / desechándote». Muy presente está la belleza que, imprescindible, salpica o bien domina imágenes, versos y poemas: «Dafne proclamada / habla hoy / rechazando tu flecha de oro» en ‘Resonancias’. O la dura contundencia del tiempo, presencia muda impasible al dolor, como en el poema ‘Autoría’, esculpido con lenguaje impecable: «Atentado en parsimonia / gota a gota / perversamente / a diario». O ese golpe rotundo de reafirmación personal en ‘Eh, tú’: «Tú ya no me conciernes». Un poema de desamor completo en solo cinco palabras: el tú, el yo, el adverbio temporal y la negación del verbo concernir, aquí con significado amoroso. O las alusiones metaliterarias, como los primeros versos de ‘Clamor’: «Ya ves que apenas si me quejo / hipar innecesario / tejiendo estoy jamases para ti / a Dios pongo por testigo». Notamos que la visión deformada (por el humor, la ironía, el sarcasmo) de lo trágico y doloroso produce un impacto en el lector que, de inmediato, empatiza con esta voz poética que sabe poner la pizca de sal y pimienta en la circunstancia amorosa menos deseable. Porque En consideración te escribo es un poemario de amor roto, frustrado, de desamor. Y veremos que esta voz femenina no se conduele, antes bien se yergue sobre las circunstancias gracias a una fuerza sanadora que brota de su conciencia. Veamos el poema ‘Acto reflejo’: «Trataré de explicarlo / (seguramente es algo así como un acto reflejo) / de piedra o de una pieza inerte desmayada / me quedo quieta inmóvil / para dar la impresión de que no hay nadie. / Mas cierta desazón / saber que estoy columpiando el silencio / con el desasosiego de no encontrarme luego... / No puedo comprobarlo en términos científicos / —tan frágil trance— / pero el recogimiento generalmente / me favorece. / No estoy y no me duele».
En los poemas parece que la acción y la reflexión —siempre en ese orden— cautericen las heridas emocionales y los sentimientos superen lo elegíaco y queden a salvo de la amargura mortal y la rabia. Marisa López Soria ha creado un yo poético que recorre el amplio espectro que va del amor y la ternura al desamor y la deslealtad. La insensibilidad del otro revela el valor del sentimiento más puro. Con franqueza el yo lírico reivindica su independencia de ese tú aniquilador, un tú casi pretexto, receptor de los reproches de un yo con superioridad moral. La superioridad de esta voz poética reivindica la dignidad del amor, la sinceridad, la presencia, la ternura... No solo la seducción. Y es ahí, al expresar esas convicciones, donde los poemas muestran su intensidad lírica persuasiva y el resultado feliz de su trabajo con la palabra, con la morfología, con la sintaxis, con la modalidad oracional, hasta extraer la máxima expresividad y belleza. En consideración te escribo es una obra rica, original en sus planteamientos estilísticos y temáticos, moral, rotundamente lograda. Marisa López Soria nos entrega un poemario lírico imprescindible, audaz y nuevamente actual. MARIO PÉREZ ANTOLÍN. VIDA DE ERMITAÑO (Páramo, Valladolid, 2023) por ESTER BUENO PALACIOS CÓMO VOLVER A LOS ORÍGENES Cuando tienes entre las manos Vida de ermitaño, se te antoja la idea de que, al adentrarte en sus páginas, volverás al pasado romántico de unos seres casi mitológicos que, de manera voluntaria y absolutamente filosófica, buscaban en el sentido cartesiano un conjunto de saberes para establecer, de forma racional, los principios más generales que organizan y orientan el conocimiento de la realidad, así como el sentido del obrar humano. Y todo ello, abordado desde un punto de vista apreciablemente evocador y pretérito. Pero nada más lejos de lo que realmente sugiere la lectura de esta ópera prima novelística del afamado poeta y aforista de raíces castellanas y alma de mar. El ermitaño, que se embarca en situaciones y aventuras comparables con las de los antiguos libros de caballerías, podría situarse en cualquier época de la historia, en cualquier rincón de cualquier ciudad de cualquier país. Podría ser blanco o negro, o indio, o chino, e incluso practicar cualquier religión, porque la atemporalidad de sus vivencias y la universalidad de sus pensamientos y de sus sentimientos son de imposible encasillamiento o catalogación en una circunscripción concreta. Mario Pérez Antolín tiene la habilidad de extraer, para imbuir después a su personaje, las entrañas de lo que nos mueve como personas, a todos y cada uno de nosotros: la envidia, la curiosidad, el amor, la atracción, la codicia, el ser lo que no quieres ser, el traspasar los límites. Así, con una mezcla de dolor y de satisfacción que se va reflejando en el carácter de este eremita posmoderno, se da un debate entre el deseo de soledad y la imposibilidad de concebirla, sumido irremediablemente en las alegrías y adversidades que se va encontrando en el tortuoso camino por el que le lleva la pluma del escritor. La reflexión mayor a la que llama la lectura de Vida de ermitaño poco tiene que ver con la soledad y mucho con los encontronazos constantes que nos depara la imprevisibilidad de lo llamado vida. La alegoría al sentimiento permanente de pérdida y de constante búsqueda se reúnen en un punto intermedio, en el que el protagonista trata de mantener el equilibrio, siempre pivotando alrededor del bien y del mal, de lo correcto y lo deseado, de lo que debería ser y lo que realmente se manifiesta como realidad. Una evocación de la naturaleza como madre protectora y modelo de la perfección, de la necesidad de silencio y meditación, se entremezclan con la imposibilidad de ser ajeno a lo que acontece alrededor, a las pequeñas cuitas de los que se encuentra en el camino, y también a los propios deseos y pulsiones, difíciles de controlar en una personalidad fundamentalmente intuitiva como la de el ermitaño de la novela. Esa dicotomía entre la realidad y lo onírico se explicita a lo largo del libro en distintos pasajes que, por su brevedad, concisión y cierre, podrían leerse casi como piezas separadas, como microrrelatos que marcan enseñanzas puntuales según van sucediéndose los acontecimientos en la vida de ese hombre al que Pérez Antolín no pone nombre propio, como si se tratara de cualquiera, de cada uno de los lectores. Los diálogos que el ermitaño va entablando a lo largo de la novela marcan también los tempos que se alternan entre asuntos cotidianos, pero también más íntimos y esotéricos. ¿Es posible hablar con los pájaros? Las palabras se confunden con la intangibilidad del tiempo aéreo de las aves. ¿Se puede conversar con los muertos? Todos hemos evocado a los que ya no están con nosotros y los rememoramos en una suerte de diálogos íntimos que nos acercan a ellos, a los que se fueron y pueden hacerse presentes sin estarlo. ¿Es posible la introspección de contestarse por dentro sin que nadie a tu alrededor sepa de los pensamientos que te invaden y te desasosiegan o que te piden una respuesta a algo que está sucediendo? Efectivamente, cada uno lleva consigo una voz interior como la de este ermitaño, cuyo error primero es escucharse a veces y el segundo no hacer caso de lo que le sugiere su otro yo interno.
No falta tampoco lo cómico, lo que invita a la risa, siempre desde una perspectiva satírica que en ocasiones recuerda a las aventuras del Lazarillo, porque ese toque de personaje pícaro también lo tiene este ermitaño, deseoso de pasar por la vida sin ser visto y sin embargo obligado, contra su voluntad, a estar presente en asuntos del todo infortunados, como es un fallido intento de seducción, por ejemplo, del que, como de casi todo sale perdiendo, pero indemne. Esto es así porque en esa picaresca reconcentrada se establece también el sentimiento de que lo que ha de pasar va a ocurrir, esa certeza de pensamiento inexorable que cada creencia tiene en su ideario, da igual de dónde venga o a qué dios rinda pleitesía. Y si está presente esta vis divertida y presta a hacer sonreír al lector, también hallamos la otra cara de la moneda. Crudeza y desaliento cuando lo que ocurre a nuestro alrededor se nos escapa de la racionalidad. Ese punto de no poder manejar cada parcela de nuestra vida y percibir que son otros los que llevan las riendas. La lucha íntima de querer ser uno mismo por encima de cualquier influencia y la imposibilidad de serlo en el choque inevitable con nosotros, o con los demás, lo que otros piensan y deciden, lo que nos afecta sin haberlo decidido porque es la colectividad la que toma la iniciativa y no el individuo, la contraposición entre el “yo” y el “nosotros”. Vida de ermitaño es un paseo consciente, en la mayoría de los casos divertido y siempre evocador, de lo que nos podría suceder a cualquiera de nosotros si un día decidimos apartarnos del mundo y quisiéramos intentar evadirnos de lo que somos en realidad. Un ejercicio de introspección a la vez que un divertido transitar por lugares imaginarios e imposibles. Esa dicotomía que es vivir. JORGE TAMARGO. LOS ARGUMENTOS DEL TRÁNSITO (Difácil, Valladolid, 2020) por FERNANDO DEL VAL PALABRA QUE CULTIVA EL HUERTO Celebrar la existencia no es conducta evasiva. Los que no sostienen la mirada a la muerte o no afrontan las penalidades de la vida no la celebran. Todos somos incompletos, pero, si acaso, ellos más: parecen incluso nacidos de una costilla. Ni los suicidas vocacionales son felices cuando afrontan el acto que los salvará de sí mismos. Dice Julian Barnes que sólo la palabra vieja sirve: muerte, congoja, tristeza, pesar, sufrimiento. «Nada modernamente evasivo o medicinal». Pero de la oscuridad de esas palabras nace una luz de asunción que permite, constelada, sobrellevar el día a día, y celebrarlo. En un libro tan gozoso como el de Jorge Tamargo hay mucha consciencia de finitud. Sin ella, no hay celebración: hay espasmo. Los argumentos del tránsito (2020) es un libro celebratorio con el fundamento de la autoconsciencia. Y Jorge celebra la vida midiendo el verso, inserto en la tradición, sin temer el presente y, diría, sin miedo al futuro. Pocos versos hay que leer para advertir su tono dispuesto a la batalla de la vida. «Porque memorizas, piensas y temes, el viaje / no es un paseo». Es decir, a la imaginación y a la inteligencia se superpone la memoria. Y el olvido —sin olvido—: «(…) Quise ser todo cuanto / pudo aliviarte. Estoy contigo. Ya no / soy. No existo. Pero en ti todavía canto / para ti». Jaque a la reina, que es la muerte. Qué más se puede pedir. Tamargo no escribe pensando en el lector. Tampoco ejerce el solipsismo. Tamargo es un autor que escribe desde dentro del lenguaje. Tamargo exprime la potencia creadora del idioma y nos ofrece su néctar desconcertante. Da igual si lees: «(…) donde / el trallazo de dios, ya curva matemática, / ensaya la agrimensura del tiempo» y fantaseas con la aparición del personaje de Kafka en mitad del primer segmento del libro: el maravilloso agrimensor de En la colonia penitenciaria, tan condenado y poca cosa que conduce a la sonrisa, casi a la felicidad. Y da igual porque detenerse de forma exclusiva en las resonancias directas, indirectas, o imaginadas, de Tamargo es caminar un sendero fidedigno, pero incompleto. Hacerlo transforma las migas de pan en trampas que desvían del destino. A las sugerencias de Tamargo debemos añadir el reconocimiento de una labor creadora que parecería surgiera de la nada, si no supiéramos ya demasiado, nunca es demasiado, y si no lo supiéramos, a él, a Jorge, inserto en la tradición. Una de las cosas mejores suyas es que nos hace desaprender, olvidar lo leído, y nos permite zambullirnos en el lenguaje sin otro objeto que el lenguaje. Tarea tan inútil como trascendente, ya que, en el mejor de los casos, somos seres para el placer estético. Pero abandonarse a él requiere de esfuerzo receptor y de materia prima sobre la que efectuar el abandono, siendo esto segundo, obvio, lo más complicado. Bien. Pues Jorge Tamargo es un poeta tan musical, o sea, tan poeta, que otorga al lector la posibilidad lujosa de despojarse del entendimiento y de abandonarse a la lectura sensitiva. Acunado o zarandeado por un ritmo que no excluye acordes ni sonido melódico. El ritmo significa. Y la forma que deja el sonido en el espacio, también: «(…) aprendes a nombrarlo casi todo. No lo conoces, / pero lo nombras». Si un poeta no es visionario, no es poeta. Pero si sólo es visión, tampoco es poeta. Son la cultura y el pensamiento la inteligencia que ejerce de contrapeso a la imaginación: así, de lejos, el caballo va desbocado, pero, si la cámara gira y mete zoom, observaremos que las manos de Jorge aprietan las riendas. «Es la imaginación / tu último baluarte, el sexo / de tu inteligencia, el verdadero aguijón / de tu memoria». Los argumentos del tránsito es un libro lleno de palabra vieja —la que consuela— y de palabra nueva —la que invita a la esperanza—. Es un libro nuevo que es viejo; y que se convertirá en antiguo. Todos debemos darle las gracias.
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