LA BIBLIOTECA DE ALONSO QUIJANO
Reseñas
JOSÉ MARÍA ÁLVAREZ. SBATAISSO (ESCENAS DE VENECIA) (MurciaLibro, Murcia, 2024) por JUAN C. LOZANO FELICES EL ADAGIO VÉNETO DE JOSÉ MARÍA ÁLVAREZ TRISTE, TRISTE, TRISTE... ...Álvarez é morto. Aunque sabía de su salud crítica en las últimas semanas, no ha dejado de sobrecogerme la noticia. La noche del domingo, sin saber de su muerte, vi su último libro sobre la mesa del despacho con multitud de pósits sobresaliendo de sus páginas y pensé que no podía demorar más mi reseña de este hermoso corpus de textos alvarecianos sobre su amada Venezia, Sbataisso, prologado y seleccionado por el poeta Alfredo Rodríguez. Quizás por coger el tono, había tomado de la estantería el ejemplar de Museo de cera de la Editora Regional de Murcia. Ahora pienso, o quiero pensar, que esa vuelta al origen, a aquel añejo volumen del Museo fue, sin ser consciente de ello, una manera de acompañarle en su tránsito. A la mañana siguiente, la triste noticia me hizo evocar las palabras de Verdi cuando supo que Richard Wagner había muerto en el Palazzo Vendramín, en Venecia. Antes de continuar, permítaseme hacer un breve elogio al poeta y la persona, tal como acostumbraban en tiempos antiguos. José María era un hombre libre, y era libre porque era inteligente, cultísimo y especialmente dotado para celebrar el Arte y la belleza. Porque concebía éstos como una experiencia transformadora y elemento civilizador que levanta defensas contra el caos. Libre porque era ajeno a modas y banderías e insobornablemente refractario al pensamiento correcto. El propio Álvarez no dudó en plantear su poemario Seek to know no more como un libro de resistencia; de enfrentamiento radical contra todo lo que representa el mundo actual, contra todo lo que tiene de repulsivo y terrible. Libre porque vivió una vida intensa, gozosamente y con elegancia, porque admiraba aquello que merece la pena ser admirado. Libre porque despreciaba los fanatismos de cualquier signo. Libre porque fue poeta, de la estirpe de Byron, de Shelley, de Hölderlin, de Rilke, de Pound y de Borges. Libre porque, en sí mismo, fue una manera de entender la vida y el arte. Libre porque había decidido exiliarse en el Arte, porque sabía que ya no tenemos remedio, que estamos asistiendo al ocaso de la civilización tal como la hemos conocido. Que esperamos la última acometida de los bárbaros. Libre porque fue como el crepuscular príncipe de Salina, espectador de un mundo que desaparece bajo la losa del acomodo, la baratería, el fraude político, el buenismo suicida y la mediocridad en todos los ámbitos. Nos queda su Summa Artis poética reunida bajo el título Museo de cera. Nos queda Sbataisso, su último libro publicado en vida, que quedará como su testamento espiritual, ideológico y artístico; y como una lección de vida. LA OBRA EN PROSA DE ÁLVAREZ Cuando me detengo ante una reflexión del poeta contenida en Los decorados del olvido o en sus libros de conversaciones, me viene a la memoria aquella frase que le dijo Wilde a Gide en Argelia, «He puesto todo mi genio en la vida; en mis obras sólo he puesto mi talento». La prosa de José María Álvarez, siendo una prolongación de su poesía, es capítulo aparte y para nada desdeñable dentro de una obra tan extensa y poliédrica. Podría ser dividida ésta en tres grandes apartados. En el primero entraría la obra de ficción, con las novelas con elementos eróticos La caza del zorro y La esclava instruida, y sus dos libros de memorias apócrifas de Lawrence de Arabia y de Talleyrand. En el segundo, sus colecciones y antologías de reseñas, artículos y conferencias en Desolada grandeza, Naturalezas muertas, Tigres en el crepúsculo, La insoportable levedad de la libertad y el monográfico Sobre Shakespeare. Y, por último, todo su inmenso legado memorialístico, agrupado en los tomos La sombra de la memoria (Diarios) y Los decorados del olvido (Memorias), y los cuatro gruesos tomos de conversaciones en París y Venezia con Alfredo Rodríguez. Si juntásemos los cuatro libros de conversaciones, tendríamos un grueso volumen que superaría en extensión las mil páginas del libro de Conversaciones con Goethe de Eckermann, que quizás sea el modelo sobre el que se asientan las de Alfredo Rodríguez con el maestro Álvarez, de cuyas características esenciales yo resaltaría la espontaneidad, una encantadora complicidad y la dispersión artística e intelectual. A todo ello, añadiremos a título conclusivo, este hermoso volumen: Sbataisso. Pero tampoco podemos olvidar la labor de Álvarez como traductor. A modo de ejemplo en esta parcela, lejanas ya en el tiempo, las referenciales traducciones de la poesía de Kavafis, los Sonetos de Shakespeare, la poesía de Villon, los Poemas de la locura de Hölderlin, de The Waste Land de Eliot (1) y de la poesía y parte de la narrativa de Stevenson. Renacimiento también publicó hace unos años su traducción de King Lear. DESEO MÁS VENEZIA Así dice Álvarez en su Elegía romana. En este libro veremos (leeremos) que el Maestro dijo alguna vez que París era como una esposa, alguien más o menos afín, que a veces no entiendes, pero con quien quieres convivir y envejecer, pero Venezia era su amante. En otra parte leemos que Istanbul y Venezia son las dos ciudades más seductoras que ha levantado el hombre. Venezia es una constante en la obra de Álvarez. Alfredo Rodríguez lo sabe muy bien y ha editado tres libros alvarecianos que tienen como fondo los canales, las iglesias, los palacios, los museos y los restaurantes y cafeterías de la ciudad adriática. A saber, la antología poética El vaho de Dios (Poemas venezianos), el libro de conversaciones Antesalas del olvido (Conversaciones en Venezia) y el que nos ocupa, Sbataisso. Y, por encima de todo ello, la palabra de Álvarez, la mirada de Álvarez siempre lúcida y reveladora. La mejor imagen poética de Venezia, la más hermosa, la ha dado también el propio Álvarez cuando habla de una mañana en que «los palacios se reflejaban en el Gran Canal / como joyas tiradas en una sábana de seda». Bastan estos dos versos del magnífico Tósigo ardento para trasladarnos a la ciudad de los canales. Pero Venezia, pese a su luz primordial y única, tiene también un componente crepuscular, de conclusión, de despedida. Se diría que una sombra de fatalidad se cierne sobre ella. Otro “enfermo de Venezia”, Luis Antonio de Villena, ha dicho que está «asentada en su belleza y en su fracaso», y que hay una civilità véneta basada en lo decadente, porque Venezia sabe que es una ciudad condenada a muerte, a su hundimiento, pero que «se complace en ello». Como ciudad condenada, Venezia tiene también valor de metáfora. Incluso Álvarez, como abstracción, imaginó una muerte estética, viscontiana, frente al esplendor de San Marcos, viendo pasar a los japoneses y a las adolescentes bellísimas, viendo desdibujarse las columnas y apagándose las cúpulas y la música, mientras los somníferos hicieran su efecto. Sbataisso, con el subtítulo Escenas de Venezia, como he dicho antes, es el último libro de Álvarez publicado en vida, editado por MurciaLibro en abril de 2024. Viene precedido por un prólogo del poeta Alfredo Rodríguez, cuya amistad y gran afinidad con Álvarez es de sobra conocida. Con toda seguridad, Alfredo Rodríguez es la persona que más ha hecho en los últimos años por difundir la obra y el pensamiento alvareciano en sus diversas entregas de conversaciones y antologías. Y es quien nos presenta este volumen, Sbataisso, que por su carácter cuasi póstumo tiene carácter testamentario. Alfredo nos entrega en su prólogo, bajo el título La Venezia de José María Álvarez, una de la claves de lectura de este hermoso libro, y por extensión de toda la obra alvareciana: «Es este por tanto un libro vivo, un libro mosaico que nos da una idea de los mundos y obsesiones de un poeta cuya poesía tiene valor de verdad fuera de cualquier limitación temporal y supone muchas veces un acto radical de libertad, un gran tesoro literario». Al singularizar, Alfredo Rodríguez parece indicarnos, a contrario sensu, que la Venezia actual, la Venezia de los turistas de cruceros que desembarcan por unas horas, «manadas desarrapadas intelectualmente», no es su Venezia. Venezia es, en muchos aspectos, los vestigios de un mundo ido del que aún puede llegarnos algún resplandor, a quien sabe ver. Este libro nos descubrirá un buen montón de lugares y de pequeños detalles que nos ayudarán a ver ese resplandor. Lo primero que llama la atención en este libro es su título, Sbataisso, a mí por lo menos me lo llamó cuando Alfredo me anunció que me mandaba el libro. Ni siquiera internet supo dar cumplida satisfacción a mi demanda de saber qué demonios quería decir aquello. Quizás un capricho estético, pensé. Hasta que me llegó el libro. Ya en su prólogo, Alfredo nos revela el origen véneto de la expresión, sin equivalente posible en castellano a menos que acudamos a una breve elucidación. Según el propio Álvarez por boca de Alfredo, la palabra evoca el chapoteo nocturno de las góndolas en sus fondeaderos y, si hay luna, la imagen se refuerza. El libro tiene una estructura tripartita como si fueran los tres actos de una ópera representada en La Fenice o los tres movimientos de un concierto barroco de los que sonaron en tiempos de Vivaldi, en el Ospedale della Pietà. La primera parte, Venezia triunfante, son fragmentos extraídos del libro de memorias de Álvarez Los decorados del olvido; la segunda, Venezia opiácea son fragmentos de sus libros diarísticos, reunidos en el volumen La sombra de la memoria; la tercera parte, Venezia del amor es miscelánea, con extractos de distintos libros. Uno hará bien de adentrarse en Sbataisso con un cuadernillo a mano, para ir tomando notas o poniendo cruces en un mapa. No hay mejor guía para visitar Venezia que hacerlo de la mano de Álvarez. ¿Con quién se iría uno a Venezia si no? No es lo mismo, eso lo sabe muy bien Alfredo, pero en cada una de estas páginas nos habla Álvarez. Sólo hay que saber escuchar. Hay escasas referencias cronológicas. Lo que importa aquí son las impresiones, la emoción, y las cruces con que iremos marcando los lugares más acordes a nuestro interés. En San Sebastiano, las pinturas del Veronés, en San Zaccaria La adoración de los magos de Bambini, y en I Frari, esa Madonna de Tiziano, y así un larguísimo etcétera. En todo ello hay un carácter muy sensitivo. Casi podríamos decir que las páginas de Sbataisso desprenden sensaciones visuales, táctiles y auditivas. Con él descubriremos que Venezia es inagotable. Que es allí donde hay que leer a Casanova; que las obras de arte deben estar ubicadas allí para donde fueron creadas por Bellini o Tiziano, en las iglesias y en los palacios, donde se tuvo en cuenta la luz del lugar; que Byron ocupó el Palazzo Mocenigo y se tiraba desde el balcón para nadar por el Canal; que Gautier alababa las nucas de las venecianas; que, al atardecer, con la luz cambiante, una fachada puede transfigurarse; que San Marco da para toda una vida, que uno puede estar durante semanas contemplando los círculos concéntricos de la cúpula de la Creación del mundo, para comenzar a darse cuenta de cómo está hecha, de lo que significa; que Venezia tiene días Guardi y días Canaletto; y que en la Venezia del XVI había miles de cortesanas, que eran cultas y elegantes y eran libres de elegir a sus amantes y clientes. Y también, que al atardecer la luz del sol puede broncear el verdeazulcasiobscuro de las aguas del Canal. Y así mil y un detalles que nos guiarán a través de los canales, los puentes, los callejones, las iglesias y los palacios. Adiós, Maestro. En las pocas veces que lo vi siempre me trató con cariño y generosidad. Sé que su magisterio me acompañará siempre, desde aquellos primeros poemas que leí en la vieja edición de la Editora Regional de Murcia. La emoción que me embarga, como diletante, ante determinadas páginas de Montaigne o de Casanova o al leer un soneto de Shakespeare o un poema de Kavafis, al evocar unos versos de La Iliada, al escuchar un madrigal de Monteverdi o un Largo de Vivaldi es, con seguridad, deudora de la impronta alvareciana. Yo creo que la obra de José María se fue estructurando para las posteriores generaciones en una suerte de educación sentimental que nos ha abierto las puertas a muchas cosas y tengo el convencimiento pleno de haber aprendido de él mucho más de lo que ahora mismo soy consciente. (1) La menciona en el libro (pag. 32). Salvo error u omisión solo se ha publicado en la revista Barcarola y en el número monográfico de la revista Renacimiento (nº 59-60) de homenaje de T. S. Eliot (2008).
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JOSÉ MARÍA ÁLVAREZ. PUERTAS DE ORO (Ars Poetica, Oviedo, 2020) por JUAN LOZANO FELICES VIGENCIA, ENFOQUE Y PERSPECTIVA DE LA OBRA POÉTICA DE JOSÉ MARÍA ÁLVAREZ. UN RÉQUIEM POR LA BELLEZA. Lo he contado alguna vez. Estaría dispuesto a jurar que, joven e impresionable como era entonces, cuando cayó en mis manos aquel añejo ejemplar de Museo de cera de la Editora Regional de Murcia, algunos de sus poemas me produjeron palpitaciones, vértigos y otros síntomas cercanos al síndrome de Stendhal, tal como si acabase de salir de la Santa Croce. Al explorar por primera vez la extensísima producción literaria de José María Álvarez, se puede constatar que la experiencia artística, como numen de su obra, no deja de estar presente en uno solo de sus libros. El arte y la experiencia individual, sensorial y transformadora de su contemplación es un aspecto troncal de su obra, que se ramifica hacia la historia, la anécdota personal, el deseo, el sexo, la literatura, la belleza, la impronta de ciertas ciudades... En cualquier caso, el acercamiento meramente intelectual a su obra resulta insuficiente y hasta desatinado, ya que, a su propio decir, «el arte es emoción y encanto». Poesía celebratoria de la belleza, de la inteligencia y del arte, como suerte de ingénita trinidad que se funde con la propia vida. Una vida que Álvarez decidió vivir «gozosamente y con elegancia»; lo que, por otra parte, implica una independencia absoluta, ajena a modas y banderías. Por ello, tampoco andan desatinados aquellos que mantienen que la propia vida de José María Álvarez es su mejor obra. A la vez que su obra se nutre y sustenta en el arte, Álvarez ha hecho de vivir un arte. Mientras que, por lo general, un poeta sólo tiene tal condición cuando está escribiendo, estoy convencido de que Álvarez es también poeta cuando arregla su jardín de Villa Gracia, cuando escucha Le nozze di Figaro, cuando se sienta en un café del boulevard Saint Germain o al pasear por Venezia, cuando ya ha partido el último vaporetto. Si uno se dedica a indagar sobre nuestro autor al albur de Google, a buen seguro le llegará, en curiosa y confusa miscelánea, todo un tropel de epítetos, algunos contrapuestos, adjudicados a él o a su obra: culturalista, elitista, pagano, esteta, reaccionario, anarquista, liberal, dandy, radical, hedonista, procaz, aristocratizante, vitalista, aventurero del placer, alquímico, venecianista, erotómano, decadente... Si se quiere saber sobre él, lo mejor es ir directamente a los poemas, ellos hablan por sí mismos, y a los libros de conversaciones con Alfredo Rodríguez, que son una delicia y aportan claves decisivas sobre su obra y nos alumbran. Yo veo, leo ahora a Álvarez, como si fuera un renovado y crepuscular príncipe de Salina, como espectador de un mundo que desaparece bajo la losa del acomodo, la baratería, el fraude político y la mediocridad en todos los ámbitos. Nadie mejor que él mismo lo ha explicado en palabras de Flaubert: Estamos entrando en un mundo horrible donde las personas como nosotros ya no tienen su razón de ser. (1) La poesía de Álvarez no ha dejado de tener vigencia en todo este tiempo, ni siquiera cuando la poesía ochentera de la experiencia vino a hacer tabula rasa sobre la diversidad poética imperante hasta ese momento y pese al ninguneo a que el poeta se ha visto sometido por las instituciones de cualquier signo político. Supongo que es el precio que pagar en la lucha por mantener uno su independencia artística y personal y el llamar a las cosas por su nombre. La poesía de José María Álvarez, pese a sus detractores, está más presente y cobra más actualidad que nunca. Cada nuevo libro suyo es para sus seguidores, un carnero sacrificado que nos convierte en aurúspices. Antes de ocuparnos de la novedad que supone la antología de reciente aparición Puertas de oro bajo edición del poeta navarro Alfredo Rodríguez, repasemos someramente la trayectoria poética alvareziana, que servirá también para contextualizar el panorama poético en que se mueve nuestro autor. Aunque ya hay muestras de su poesía a mediados de los años sesenta con Libro de las nuevas herramientas (El bardo, 1964), no será hasta su inclusión en la antología de Castellet Nueve novísimos poetas españoles (Barral, 1970) cuando Álvarez adquiera un amplificado eco crítico. La aparición de la mediática y controvertida antología de Castellet y de otras coetáneas marcará un punto de inflexión en la poesía española y nos sirve para datar un relevo generacional con poetas como el propio Álvarez, Pere Gimferrer, Guillermo Carnero, Luis Antonio de Villena, Antonio Colinas, Luis Alberto de Cuenca, Jaime Siles, Jenaro Talens... Un año después saldría a la luz 87 poemas, selección de la obra poética inédita hasta ese momento: los libros Museo de cera (Manual de exploradores 1960-1969) y Lectura de la consumación (Oh, hazme una máscara 1969-1971). Se considera este 87 poemas como proto-edición de Museo de cera; a la que, en una suerte de suma y sigue, seguirán otras ediciones ya bajo ese título genérico e integrador (La Gaya Ciencia, 1974; Ediciones Peralta-Libros Hiperion, 1978; Editora Regional de Murcia, 1984 y 1990; Visor, 1984; Renacimiento, 2002 y 2016). Por si fuera necesario, aclaro que Museo de cera, recoge, desde la hora fundacional de su poesía y a modo de work in progress, toda su obra posterior, trasvasándola desde sus libros individuales y con un orden que no es cronológico sino temático y sentimental, hasta 1999: La edad de oro (Editora Regional de Murcia, 1980), Nocturnos (1983), El escudo de Aquiles (1987), Tosigo Ardento (1985), Signifying nothing (1999), El botín del mundo (1994), La serpiente de bronce (1996) y La lágrima de Ahab (1999). Ya entrado el siglo XXI, consolidada su relación editorial con la sevillana Renacimiento, nos legará una serie de poemarios fuera del ámbito de Museo de cera. Estos poemarios son Sobre la delicadeza de gusto y pasión (2006), Bebiendo al claro de Luna sobre las ruinas (2008), Los obscuros leopardos de la Luna (2010), Como la luz de la Luna en un Martini (2013), Seek to know no more (2015) y Una desamparada hermosura (2018), por ahora su última entrega poética, además de la mencionada nueva edición, hasta ahora definitiva, de Museo de cera (2016). El poeta ha declarado en alguna entrevista su intención de que, al final, toda su obra poética pase a formar parte de este libro, a modo de Summa Artis. Aclaro de nuevo que hablamos sólo de su trayectoria poética, dejando a un lado por esta vez, su obra narrativa, ensayística, diarística y memorialística y su contribución como traductor, en nada desdeñable. A modo de ejemplo en esta parcela, lejanas ya en el tiempo referenciales traducciones de la poesía de Kavafis, de los Sonetos de Shakespeare o de la poesía y parte de la narrativa de Stevenson, Renacimiento ha lanzado recientemente su traducción de King Lear. En los últimos años, José María Álvarez ha sido objeto de un especial y renovado interés por parte de los lectores. En muy poco tiempo, han visto la luz tres antologías monográficas, dos a cargo de Noelia Illán, El oro de los tigres (Balduque, 2015) dedicada a las ciudades que ama el poeta, y La mirada de la esfinge (Olé, 2019) que centra el foco en el amor sensual. En una vuelta de tuerca, Alfredo Rodríguez nos ofrecerá una antología dedicada a los poemas venezianos bajo el título El vaho de Dios (Renacimiento, 2017). Así mismo, en 2019, de nuevo la cartagenera editorial Balduque, y prologado por Alfredo Rodríguez, nos ofrecerá un grueso tomo de más de un millar de páginas donde se agrupan los diarios del poeta, desde 1992 a 2015. Por último, la siempre exquisita editorial Nausícaä editó también el pasado año el ensayo La insoportable levedad de la libertad, en el que se contiene su testamento ideológico. Por si esto fuera poco, acaba de salir esta amplísima antología poética, bellamente editada por la ovetense Ars Poetica en su colección Beatus ille. Ars Poetica, bajo la exquisita dirección de Ilia Galán, se ha convertido por derecho propio en una de las propuestas editoriales más sugestivas del panorama literario en España. La colección Beatus Ille, donde se incardina la antología de Álvarez, cuenta ya con espléndidas ediciones de clásicos de nuestro tiempo, tanto en obras recuperadas como en obras inéditas, de autores castellanos o extranjeros vertidos a nuestro idioma en traducciones de toda solvencia. La antología recogida en Puertas de oro, como ya hemos comentado, está a cargo del poeta navarro Alfredo Rodríguez, gran especialista en la obra de Álvarez y que ha llevado a cabo también, hasta ahora, tres volúmenes de conversaciones, editados en Renacimiento; a saber: Exiliado en el arte. Conversaciones en París (2013), La pasión de la libertad. Nuevas conversaciones en París (2015) y Nebelglanz. Últimas conversaciones en París (2019). Y digo bien hasta ahora, porque, en una reciente entrevista, Alfredo Rodríguez anuncia un cuarto volumen de conversaciones llevadas a cabo en Venezia bajo el título Antesalas del olvido. Puertas de oro, que cuenta con más de 350 páginas, encabezada por un amplio estudio preliminar a cargo del propio antólogo bajo el título El sueño de la cultura. Este texto, dividido en cuatro partes (Vida de un poeta verdadero; Entradas para el Museo de cera; En las alas y galerías del museo; Después de cerrar el museo) se articula como una completa introducción sobre la vida de Álvarez, las fuentes y naturaleza de su obra y un recorrido por ésta. El texto se complementa con una bibliografía esencial utilizada para confeccionar el prólogo y en la que me honro en aparecer con dos textos publicados en su día en la extinta revista digital La galla ciencia. Poco ni mejor se puede decir tras estas sugestivas páginas de Alfredo Rodríguez, preñadas de interesantes y lúcidas reflexiones sobre la obra del maestro. Una antología total como la que realiza Alfredo Rodríguez es, quizás, sin restarle interés a las mencionadas antologías temáticas, la mejor forma de acercarnos a una obra pensada y concebida como una totalidad. Salvo error por mi parte, creo que no existe una antología alvareziana de estas características. Constituye, sin duda, una inmejorable y extraordinaria puerta de entrada a la obra de José María Álvarez, como suerte de versión reducida de Museo de cera y de su obra poética posterior hasta hoy. El título de la antología, Puertas de oro, se corresponde con el título de un poema de Álvarez sobre la caída de Constantinopla. El asedio final a la ciudad por los turcos terminó con el último vestigio del Imperio Romano de Oriente y con el fin del mundo tal como era conocido. Por aquellas puertas también se abrieron las puertas a la expansión del imperio otomano, frenado a las mismas puertas de Viena. El título escogido por Alfredo Rodríguez para su antología cobra, a la vista de la situación en Europa, valor exegético, pues también ahora, Occidente afronta su propio derrumbe. Volviendo al principio de este texto, en aquel tiempo en que me acompañó aquel ejemplar de Museo de cera como libro de cabecera, pensé que me encontraba ante una poética hímnica, celebratoria de la belleza, y así debía ser. Sin embargo, con los años ha variado mi perspectiva sobre la obra de Álvarez y la encuentro elegíaca. Ya no sé si hemos llegado al término del día, si aquello que contemplamos en la juventud como un amanecer ha llegado al crepúsculo o si, en realidad, fue un hermoso ocaso que confundimos con un amanecer. Si toda la obra de Álvarez no será un gran réquiem por la belleza y el goce que nos ha dado el Arte a lo largo de los siglos, un réquiem por el derrumbe de occidente. Si la belleza será capaz esta vez de salvarnos o si nos hundiremos con ella y sus ruinas. Si la Civilización podrá existir sin la conexión que la une a una tradición que nos ha legado la catedral de Notre Dame y la Capilla Sixtina, a Homero, a Praxíteles, al autor anónimo del Cantar de Mio Cid, a Shakespeare, a Bach, a Mozart, a Miguel de Cervantes y a Tiziano. Esta recapitulación de la obra poética de José María Álvarez, previa a la aparición de su último poemario a punto de ver la luz, Música para el funeral de la libertad y el anunciado libro de conversaciones en Venezia, me hacen pensar en una trilogía testamentaria. Como si el crepúsculo veneciano, incendiando sus cúpulas, fuese a ser el escenario de una despedida anunciada. Después de todo, los bárbaros ya están legislando. (1) Prólogo de José María Álvarez a La pasión de la libertad (Nuevas conversaciones en París), Alfredo Rodríguez, Renacimiento, Sevilla 2015.
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