LA BIBLIOTECA DE ALONSO QUIJANO
Reseñas
FERNANDO GARCÍN. LOS PIES EN EL CIELO (Balduque, Cartagena, 2014) por JESÚS MAESTRO El nuevo libro de Fernando Garcín se define como un «dietario caleidoscópico cinematográfico» y resulta ser dicho dietario el adecuado para darse el banquete, un caleidoscopio de lentes precisas, una película de velocidades variables, entre la sustentación del blanco y negro francés y un vídeo acelerando su huella magnéticamente. Y es que, como dice Garcín: «Los libros son objetos insólitos entre la silicona y el cristal sintético». Sí, resulta un retrato acertado, sobre todo en estos tiempos en los que muchas veces parece que el “libro” es más el objeto físico de papel que las ideas que contiene. Así, vivimos el triunfo del libro como objeto, como continente, en contraposición con el libro como contenido. Las estanterías que mezclan tomos con merchandising y memorabilia y sets y boxes se convierten en las pretendidas defensoras de nuestra literatura frente a las persianas insólitamente cerradas de librerías centenarias cuya condena ha sido no saber “vender el producto”. Adviértase el contraste: Los pies en el cielo se reserva el derecho de admisión, sólo para locos, como el lobo estepario, alejándose de esos fast book con complejo de película blockbuster, destinados a hacer caja, pues la escritura de Garcín es el otro lado de la moneda, con reminiscencias de Peter Handke, Godard, la filosofía y la música europeas. Pero para tratar de papeles simplemente descriptivos y estéticos ya están los manuales de papiroflexia. Por suerte, a mí me toca señalar unas páginas entregadas al más trascendente de los propósitos de un escritor: acunar al lector hasta despertarlo. Como apunta Fernando Garcín en boca de su personaje: Hablo bajo porque todo el mundo emite alto sin razón, dejando caer, en ese susurro, que su literatura invita a aguzar el oído, una oportunidad para pasar de lecturas de laboratorio, esas que se reservan un lugar fresco y seguro como los calmantes artificiales, y asomar los pies al otro lado del espejo. Silenciada la platea, asoma tras el telón el personaje de Masha Mendes, entregándose con el lector a un salto ingenioso, marcando un cuatro por cuatro bluesero, cuarto y mitad de ritmo salvaje, el resto carne de corazón y otras piezas nobles. Un texto que nos acompaña y se desliza, que nos abraza y baila, ahora con nosotros y ahora para nosotros; una narración que discurre como azúcar en el café solo, desapareciendo para aportar su sabor a noche. Todo ello conformado con delicadeza en la colección de narrativa de la editorial Balduque. Dicho sin rodeos, leer Los pies en el cielo es un atrevimiento placentero: Hágalo.
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IGNACIO FERRANDO. LA OSCURIDAD (Menoscuarto, Palencia, 2014) por PEDRO PUJANTE De vez en cuando nos acercamos por instinto a una obra, de cuyo autor no hemos leído nada, y disfrutamos de un hallazgo (permítanme el pleonasmo) inesperado. Ignacio Ferrando (Asturias, 1972) ya ha ganado varios certámenes literarios —El Setenil de cuento o el Premio Ojo Crítico, entre ellos—, ha publicado otra novela, Un centímetro de mar (Alberdania, 2011), y cuatro antologías de relatos. La oscuridad es su segunda novela. Endre Solberg, es un director de cine de escaso éxito que acaba de perder a Liv, su esposa. Vive en un oscuro pueblo noruego llamado Storborg. Tras la celebración, algo turbulenta, del entierro de su mujer vuelve a su casa. Y su sorpresa será mayúscula al encontrarla pedaleando en la bicicleta estática. ¿Qué está sucediendo? ¿No estaba muerta? ¿Es un fantasma, su doble, una farsante, una imitadora, la propia Liv que sigue viva, un espejismo, una broma macabra? A partir de este momento crucial y sorprendente asistimos a una historia de confusión, visiones, apariencias, duplicidades, interpretaciones, suplantaciones, diferentes y contradictorias versiones de los hechos. Una trama sutil, bien enhebrada que mantendrá al lector amarrado al libro como si de ello dependiera su vida. Mentiras, secretos y oscuras pulsiones que nos irán conduciendo lentamente por los recovecos inextricables de una historia intrigante. La oscuridad nos aboca una y otra vez a un abismo de incertidumbre inusitado. Su lectura, con un ritmo perfecto nos subyuga y nos atrapa. Las ambientaciones nos remiten en muchos casos al cine de Lars Von Trier, de Bergman o de C. Theodor Dreyer. El clímax general de la novela está bien logrado, y nos transporta a esos escenarios tenues, vibrantes y llenos de significados de los cineastas escandinavos. Además, la prosa de Ferrando, ágil, a ratos poética, cautivadora y muy cuidada nos arrastra, como ya hemos indicado, y nos involucra en el propio tejido narrativo de la historia. Dos de los platos fuertes de esta novela, además del lenguaje y la acertada elección del argumento, son la perfecta construcción de escenas (cinematográficas, visuales, de textura compacta) y la profundidad de sus personajes. Estos evolucionan, se conectan entre sí y establecen una red de relaciones que esta modesta reseña no pretende desentrañar. La manera con la que Ferrando se aproxima a las psiques de sus criaturas es digna de un Freud o de un Hitchcock. Alcanza a registrar magistralmente sus pensamientos y sus angustias, y disecciona con pulso de cirujano todo ese inframundo que es el alma. Hay un momento de la novela en que, citando a Stanislavski, nos dice el narrador: interpretar era vivir la realidad de un modo distinto al que vivimos la realidad. Y, ciertamente, la novela funciona como una teoría de la interpretación actoral. A menudo, el autor (también su narrador y protagonista) recurre a metáforas del mundo del celuloide para recalcar ese paralelismo entre vida e interpretación, entre realidad y ficción, entre casualidad y actuación. Los personajes, a pesar de su verismo, son en muchos casos actuantes conscientes de su condición. Actúan para adaptarse a las exigencias del guión de la propia vida, viven sometidos a la tiranía de una cotidianidad que les viene impuesta por las circunstancias. Celos, infidelidad, violencia, soledad, el destino. Las razones que los impulsan a dejar de ser ellos mismos son múltiples. Pero nunca están del todo claras, siempre permanecen esa oscuridad a la que alude el título.
Consciente de que la vida es una sucesión de escenas del gran teatro del mundo, Endre no tiene otra salida que hacer realidad su sueño: rodar su propia parcela de vida, montar su propio plató existencial. El azar le ha devuelto a su difunta esposa. Quizá las segundas partes sí que sean posibles, quién sabe. Espléndido planteamiento y desenlace para una novela que no dejará impasible a quien a ella se aproxime. MILENA BUSQUETS. TAMBIÉN ESTO PASARÁ (Anagrama, Barcelona, 2015) por PEDRO GARCÍA CUETO Con este libro Milena Busquets se adentra en una novela intimista, donde todo comienza con la muerte de la madre, la famosa editora Ester Tusquets, fallecida en el año 2012. Con los mimbres de la voz interior y el monólogo, la hija expresa a la madre su dolor, el desgarro vital que queda tras la pérdida de un ser querido, de una persona que ha cimentado su vida, donde late un profundo desarraigo por la incomunicación entre dos seres que vivieron entre dos roles que se deshicieron con el tiempo. El de la madre era el de la cultura, donde esa absorbente vocación deja a la hija lastrada por la ausencia; también el de la independencia de la que esta goza, sin el arrullo de esa madre que siempre ha vivido ocupada, dejando que los hilos del corazón se deshagan como si de un tapiz se tratase, roto el lienzo para siempre. La madre condiciona el presente de esta mujer que dialoga con ella, la hija que ha penetrado en el don del lenguaje desde la infancia, en la prosa rica de su madre, donde los escritores convivían entre sí, en largas reuniones, un mundo estético y refinado, pero también impostado, el de la alta cultura burguesa catalana. En esa lucha entre un mundo seductor y el escaparate que presenta, Milena Busquets se desnuda interiormente, afronta, a través de una prosa lírica, sin caer en el excesivo sentimentalismo, lo que ha lastrado su vida, esa herida donde su piel ha quedado despojada de la caricia de la madre, del tacto suave del afecto, convirtiendo su vida en un paisaje que se colma en el amor y el sexo, donde la infidelidad ya no es una sombra, sino una reafirmación vital, por ello, Blanca, el personaje, el alter ego de Milena Busquets dice, en uno de las reflexiones del libro, como si la necesidad de ser ligero explicase la felicidad y toda cultura, toda complejidad, su reverso: La ligereza es una forma de elegancia. Vivir con alegría y ligereza es dificilísimo. La escritora parece rendir cuentas con la madre por esa libertad que es deuda. El sexo es entonces un paraíso donde se puede eludir al fantasma de la muerte, la joven que, lejos de intelectualizar su vida, la aborda desde los sentidos, como si fuese una respuesta a la madre que la llenó de una cultura que queda devastada ante la presencia de su cuerpo yacente.
Con una clara implicación por la vida, desde el amor y el sexo, en oposición al mundo utópico de los libros, la autora sabe que la muerte es una vuelta al inicio de todo, una conversación sorda con el ser que se va y una despedida a un paisaje amado, el cual ha quedado sin explorar, borrando sus contornos para siempre. Si Ester Tusquets, además de su importante labor editorial, también escribió Carta a la madre y otras novelas, su hija prolonga el vacío que queda entre dos espacios del tiempo, donde vivió la creación. Son laberintos donde alienta la tristeza y el adiós definitivo, pesimista, pero anclado en el deseo de lo físico para salvar la banalidad de todo lo vital. Nos hallamos ante una novela nada pretenciosa, sino exploradora de lo esencial de la vida, los afectos, donde lo no dicho cobra tanta importancia como aquello que se dijo, donde el desencanto vital no excluye un compromiso con la vida, para perpetuar así la ausencia de su madre, escribiendo acerca de lo que no se dijo en vida, aquello que el lenguaje, en su afán de recipiente para entender el mundo, negó. La comunicación post mortem es dolorosa, nos llega al corazón y se nos hace nuestra. Nos invita, sin duda, a replantearnos aquello que debemos decir o hacer ante los que aún viven y queremos, antes de que sea demasiado tarde. Hay un desgarro, una sombra poderosa al leer la novela, es la mirada de una hija ante la madre muerta, donde lo que queda es el paisaje vivido, sencillo como el nacer, tan simple como el morir. Lo que queda de tanta cultura que cimentó su vida desteje el lienzo, porque toda vida es un proyecto y todo resultado su acabamiento, recordando a Kundera cuando nos decía que la vida es un boceto que solo hace el cuadro cuando dejamos de existir. Gran lección de humildad esta novela que debemos leer, porque no esconde imposturas, sino verdades, las que explican lo que somos en realidad. RAE ARMANTROUT. POEMAS 2004-2014 (Universitat de València, Col. Javier Coy d’estudis Nord-Americans, 2014) por ANTONIO GÓMEZ RIBELLES Rae Armantrout es una de las poetas estadounidenses más relevantes actualmente, y sin embargo, como tantos otros, no traducida hasta ahora al castellano; su trayectoria es reconocida con más de una docena de libros, el prestigioso premio Pulitzer por su obra Versed en 2010, el Premio Nacional de la Crítica (2009) y finalista del Premio Nacional ese mismo año. Es profesora en la Universidad de California. La evolución del ambiente artístico de los Estados Unidos desde la posguerra mundial pasa por un interés generalizado, casi una necesidad, por convertirse no solo en el poder económico sino también cultural del mundo occidental, desbancando de ese papel a Europa y París como capital. La aparición del expresionismo abstracto como movimiento genuinamente americano toma el relevo de las vanguardias artísticas europeas. Después aparecerían otros, conceptuales, pop art, los nuevos realismos, en los que, si bien Europa consigue recuperar su papel, siempre estarán presentes los artistas norteamericanos, más interesados por la experimentación en los procesos lingüísticos, que en un proyecto de transformación de lo real de los europeos. Pero eso son diferencias que no suponen problema ni para unos ni para otros. En la poesía americana se ven movimientos paralelos y que en muchos casos van unidos a una multidisciplinaridad en el arte en centros y escuelas artísticas como la Black Mountain College, donde se unen pintores y poetas de reconocido prestigio como profesores y como alumnos; también la Escuela de Nueva York es un lugar de relación común a poetas y pintores. The American poetry, publicada por Donald Allen en 1960, sitúa la escena poética estadounidense en su lugar, y presenta a la nueva poesía nacida contra el discurso dominante e intransigente anterior a los 50. Black Mountain, Renacimiento de San Francisco, Beats y Escuela de Nueva York son los grupos poéticos clasificados en esa antología, que pone a muchos poetas en el candelero, en las editoriales y en el mercado. Una poesía que gana su sitio y es puesta en lo más alto en las universidades, con cursos de escritura creativa, escuelas, y crea después una tendencia basada en las formas autobiográficas, en el yo como tema, igual que ocurrió con la pintura y su agotamiento esteticista y solipsista del yo enfrentado al mundo de los mismos años. La reacción ante el exceso de estas formas poéticas genera el surgimiento del movimiento Language (L=A=N=G=U=A=G=E, como el título de la revista que le da nombre), que intenta recuperar la autocrítica, la ambición intelectual y devolver al lenguaje su condición central para la poesía a través de la experimentación lingüística. Es aquí donde enlazamos con Rae Armantrout, nacida en 1947 en Vallejo, California, y que ha vivido estos movimientos desde sus años de formación, influida por Williams Carlos Williams y Emily Dickinson, si bien siempre al margen de grupos cerrados y desde la costa Oeste, pero en contacto con los Poetas del Lenguaje y sus presupuestos, sobre todo los antes referidos y la función social de la poesía y el feminismo. El libro es una antología de los volúmenes publicados por la poeta estadounidense desde 2004, cinco libros que incluyen Versed, premiado con el Premio Pulitzer en 2010. También se incluyen poemas de un libro en proceso de publicación Itself y termina con seis poemas de otro inédito, New York. La lectura de una antología que abarca los últimos diez años de una poeta muestra una gran unidad estilística, una continuidad en el lenguaje y método ya experimentado, interiorizado y aprobado, efectivo para sus intereses. Si bien la poesía de Rae Armantrout es a veces de difícil interpretación, no es intención de ella que lo sea, pero sí que quede abierta a posibles lecturas. Su método de escritura, lo que ella llama “Poética de Chesire”, consiste en estar abierta a captar conversaciones, fragmentos de discursos, frases al vuelo de los medios, que después se enlazan en el poema por relaciones internas, sensaciones, sentimientos y movimientos del pensamiento, y que nos lleva por un camino y su contrario al mismo tiempo. Eso construye una realidad del poeta que no existe como tal en lo que nos venden como real y que es solo un simulacro, una ficción. La introducción del lenguaje dominante en la cultura de masas, lenguaje basura, cumple con una nueva retórica que centra su atención en las influencias de la actualidad, incluido el caos que en ocasiones provoca. «Las preocupaciones que adquieren mayor profundidad son la degradación del lenguaje por parte de los medios de comunicación; la presencia inestable de los sueños interviniendo en la realidad; la necesidad (y dificultad) de comunicación, la trascendencia que, en su caso, presenta afinidades con la ciencia; la exploración de las relaciones de poder (político, familiar, sexual); entre otros». (Carbajosa, en la introducción). Poemas que no son muy extensos y que requieren por eso mismo que cada palabra esté estudiada para dotarla de una significación máxima, donde conviven el doble sentido, la ironía, la crítica contra el canon dominante, la ruptura y los espacios en blanco. Y aquí estriba la complejidad de la traducción que tan bien realiza Natalia Carbajosa. Ya conocemos su excelente trabajo como poeta y traductora, ya reseñado en esta revista, que en el caso de Armantrout requiere de un gran esfuerzo para evitar que se pierda (lost in traslation) toda esa estructura de significación de sus versos. Se completa la traducción con el trabajo de edición en esta antología que incluye una introducción en profundidad sobre los contextos culturales, teóricos y sociales de la poeta, su formación, su poesía en relación a los movimientos con los que se relaciona, y un estudio que ayuda a la interpretación de sus poemas, enmarcados en los libros a los que pertenecen, estudio que, no siendo exigible, es de gran valor para la contextualización de una poética compleja en ocasiones, y que es extrapolable al conocimiento de la poesía estadounidense contemporánea a Armantrout. La propia autora se declara agradecida y sorprendida por el trabajo y la entrega de Natalia Carbajosa al estudio, comprensión y contextualización de su obra. No es mucho el conocimiento que se tiene de la poesía estadounidense desde los años 80. Nada extraño, por otra parte, cuando allí mismo la poesía cayó en la irrelevancia pública desde esos años, pero que se puede ir solucionando gracias a trabajos como éste, sostenido por la Biblioteca Javier Coy d’estudis nord-americans de la Universidad de Valencia. Para terminar, un fragmento del poema Scale/Escala
ANIBAL GARCÍA RODRÍGUEZ. PEQUEÑOS DESNUDOS (Diputación Provincial de Granada, Granada, 2014) por JOSÉ FRANCISCO DÍAZ ALONSO Aníbal García Rodríguez (Huércal Overa, Almería, 1972), autor de los poemarios Poemas bastardos (Lulú, 2011) y Saetas de Almería (Instituto de Estudios Almerienses, 2012), ha dado también a la luz este último libro de versos Pequeños desnudos (2014), Premio Andaluz de Poesía Villa de Peligros (Granada), de 2013. Si las creaciones de su primer libro apuntan su talento y habilidades con el lenguaje, a la par que experimenta con las estructuras métricas, en éste se aprecia un poeta maduro y con voz propia, que viene a encuadrarse en la poesía de la experiencia. Fácil de discernir pues, como orientación, escoge algunas citas y referencias de sus poetas predilectos como Luis García Montero o Ángel González, entre otros. Autores que en algunos casos glosa, acertadamente, y cuyos versos aliñan los de este poeta almeriense. Puede decirse que con evidente maestría digiere y regurgita la esencia de los poemas de sus maestros, pero con matices propios, marcados por la definición de imágenes singulares. Imágenes nítidas, atrevidas, pero contorsionadas en su origen para engendrar un insólito y fresco significante. Este libro, con cada uno de sus elementos, forma un magnífico conjunto, una cuidada edición que no precisa de elementos decorativos externos. Pequeños desnudos se sustenta en materiales sobrios, de colores cálidos, pero de notable calidad. Esta particularidad nos persuade de cuál es su prioridad: el contenido, en una clara muestra de austeridad y humildad que nos permite adentrarnos sin prejuicios, libremente, y sin guía, al texto, a la poesía; la poesía como texto literario es la protagonista. Esta circunstancia no tendría importancia si no es porque esas cualidades, tanto del texto como de la edición, se corresponden, combinan de manera impecable. El título engloba y justifica el contenido. Pequeños desnudos nos anticipa la simetría, el equilibrio de una obra compuesta metódicamente, pues se presenta en dos palabras de exactamente ocho letras cada una. Un título que recoge, en dieciocho poemas, fragmentos de una vida; como estampas o escenas de un paisaje vital, aparentemente frágiles y sin importancia, tapizadas de honestidad. Las de una persona que aprecia los pequeños detalles; minuciosas observaciones revestidas de franqueza. No guarda las apariencias ni se esconde tras un disfraz, disimulando sus intenciones a la sombra de un lenguaje enrevesado o falaz. De ahí que salten a la vista las palabras soledad o soledades, incluidas en tres de sus títulos y en uno de sus poemas. Libro, al fin y al cabo, de recuerdos, de reflexiones íntimas acerca de lo más agudo de la memoria, de aquel entonces, porque todo pasaba en blanco y negro. Intuyo que dedica un tierno homenaje a una o más generaciones. Volumen muy lineal, pues el tono general del libro se mantiene, desde el comienzo hasta el final. Esta circunstancia le confiere una imagen de unidad. Tampoco hay saltos o caídas, ni diferencias de intensidad; menos aún poemas que interfieran en el ritmo de la obra a modo de un acordeón que retuerce su fuelle. No hay poemas que desentonen por su extensión, muy similar, por cierto, en todos ellos. Continuando con la faceta formal, sus versos carecen de rima, recurso superado por la métrica, con base en el endecasílabo, y el ritmo de los versos blancos, que le conceden libertad a la expresión, a la par que apoyo o conjunción a la idea que pretende comunicarnos. Está escrito en un lenguaje sereno, sin estridencias, cuidando con mimo el ritmo, la métrica y los recursos literarios. Esta conjunción de factores da lugar a su dominio del verso, al igual que origina una poesía de suma frescura y por esto se lee con agrado. En algunos casos las dedicatorias auguran un diálogo íntimo con la persona homenajeada. Otras veces las citas son fuentes de su numen, ejemplo útil y práctico, del que se sirve gracias a una aparente, y seguramente, verdadera compenetración. No precisa, en esos casos, transformar, sorber de la propia experiencia, sino que la obra de estos autores parece sugestionarle, para identificarse, unas veces real, otras ficcionalmente. Ha glosado a algunos de los poetas que provocan su inspiración y sirven de letanía a sus intrincados relatos. Y digo relatos porque narra de manera perfectamente estructurada una historia, hecho o circunstancia, clave en cualquier ser humano, erigiéndose en un humanista del verso y la palabra, dejándonos como premio y fruto de su reflexión, que ocupa el largo y ancho del poema, una solución a un conflicto, a una duda, a un enigma o a una decisión. Sus glosas sirven para dilatar el sentido de los versos de los que se apropia y utiliza a los poetas de procedencia como fieles padrinos de su jerga. El libro es una colección de poemas que aspiran a ser un espacio público donde lector y escritor establezcan un diálogo y aprendan a comprenderse. Poemas que hablan del amor, del inescrutable paso del tiempo, de la soledad, ya sea física o como estado de ánimo, de pérdidas, de situaciones cotidianas, en definitiva. Aníbal trata al lector como si estuviera presente, cercano en el trato y preocupado de nuestros sentimientos y nos ofrece la oportunidad / de conocernos a nosotros mismos. Su habilidad con el lenguaje, el vocabulario, deja paso a la profunda síntesis de las escenas, frecuentes, habituales, corrientes. Acierta eligiendo las imágenes a las que después dedica una original estampación. No han sido dejadas a la probabilidad que otorga la fortuna. Es un libro compacto, de un tono coloquial, cercano o familiar, que prescinde de vulgaridades, que se nutre de un lenguaje destacadamente sencillo y que ayuda a atraer a habituales u ocasionales lectores de poesía, un libro para todos los públicos; lo vemos en el verso nadie juega en la placeta. Esa sencillez no alcanza a lo paupérrimo pues, tras el mensaje, nos conduce a una reflexión sucinta, la de cada uno, y tal vez en eso radique su mayor atractivo, pues nos lanza una idea, un mensaje que indefectiblemente trasladamos a nuestro subconsciente y le provoca una reflexión surgida de la propia experiencia del lector, tal y como apunta en ‘Soledad, la señora del primero’: Una medalla cuelga de su cuello, / así sabe que no morirá sola. Las páginas del poemario derrochan melancolía, como tono general, aunque dan paso a la ausencia de rencor, unas veces, y resabio, en otras, al fin y al cabo señas de identidad del paso del tiempo y de la madurez; consciente de lo efímero de la vida y, sin embargo, de lo significativamente importante. Lo que tiene mayor relieve no siempre, ni con frecuencia, es lo habitual, a lo que prestamos normalmente atención. Transmite tranquilidad y sosiego, tal vez se deba a la cadencia, al ritmo, porque los temas planteados, tal y como los expone, nos conmueven. Melancolía y tristeza, sí, aunque también algunos buenos recuerdos. Otros con amargura, y resquemor, que se truecan en leve ironía: No olvides sonreír a los espejos / recuerda que se vuelven en tu contra / cuando ya no los miras. Consciente de su pesadumbre, en algún momento, no quiere alcanzarnos con su emotividad y por eso dice ya termino, / son estos versos tristes […]. En poemas como ‘A ciegas’ aparece la desesperación, a la par que el deseo o la esperanza, siempre hay algo de incertidumbre, y al final se crea desconcierto e inseguridad ante lo desconocido: salvo que no nos conocemos, pero sin temor. Hay momentos en que la ternura y belleza brillan, solo con el ánimo de agradar, de desahogo místico, no porque sea realmente necesaria una retahíla decorativa. Está presente, igualmente, la ternura; la ternura puede ser una forma de rebeldía, dados los tiempos en que vivimos.
En la narración no emplea un adjetivo, una imagen convencional, sino que se vale de metáforas y prosopopeyas o personificaciones muy acertadas para conducirnos a su sano objetivo de seducirnos: la casa ha entrado en coma irreversible, o ahora veo los molinos viejos / como un cadáver triste y solitario / con los ojos manchados de nostalgia / y un corazón de piedra y de presente / que a duras penas logra remover / las palas del olvido. De la misma forma esculpe, relata con detalle, cuidando su rico vocabulario, de ahí que para cada imagen o situación no emplee un término convencional: Entonces el espejo / mercenario incorrupto de la vida, […]; nos conduce, a lo largo del poema, sin nosotros advertirlo. Aníbal García nos recuerda lo cerca que está la realidad de la poesía. De la experiencia cotidiana emergen momentos de verdadero estremecimiento gracias a que es, en esencia, sensitiva y reflexiva. A esto ayuda que es fácil identificarse con una poesía a veces aparente superficialidad. Aquí y allá, en las calles, donde asiste la monotonía, la calle es una hipocresía, una apariencia. En la intimidad es donde realmente nos desenvolvemos, y en esa vitalidad pasmosa, que nos acongoja y avergüenza se repiten las escenas de nuestra vida como la de un filme, donde las secuencias son acontecimientos frágiles, vagabundos, pero hay que tener en cuenta que las grandes experiencias no ocurren a diario. La vida, aunque complicada, puede ser sencilla de contar. Ha dicho nuestro autor, imitando a Joan Margarit: Tú ya sabes que hoy, la soledad, es la última forma del amor, de ahí, tal vez, sea por lo que Aníbal García provoque con sus soledades, desnudos, aunque pequeños, afectos que impela, incita y estimula, improntas de ternura que anima nuestra voluntad. Para leer este libro de Aníbal García, poeta que habremos de tener en cuenta en lo sucesivo, hay que acomodarse, cobijarse y buscar refugio en el rincón de nuestros amores; expuesto, resueltamente, a recapacitar sobre la vida misma, la propia, que no dista, en absoluto, de la que nos presenta. |
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