LA BIBLIOTECA DE ALONSO QUIJANO
Reseñas
OLGA NOVO. FELIZIDAD (Olifante, Tarazona, 2020) por PEDRO GARCÍA CUETO EL PAIS EMOCIONAL DE OLGA NOVO Olga Novo expresa en Felizidad todo lo que le une a la vida, a sus seres queridos, todo el nexo que va tejiendo al mundo de los sentimientos, porque es una poeta que, al crear, nos hace ver el terruño gallego a la vez que nuestro interior, nuestro propio cuerpo, por donde hilos de sangre nos unen a nuestros antecesores.
Ya desde el comienzo de Felizidad la emoción está presente en la carta a su hija Lúa, la figura del abuelo y del padre, todo un cosmos de impresiones que va a estar respirando en el libro, el eco de una mujer que sabe que la maternidad es un milagro y que el hecho de que un esperma anide en un óvulo es magia, porque de esa conjunción nace el hijo o la hija. En ‘Poesía polinizada’ Novo expresa esa herencia que lleva. En la mujer que es anidan todas las mujeres que han sido: «Aquel día / donde la niña alucinada y la mujer de la aldea / se fundieron en una / sentí / que me atravesaba la extensa línea del pasado / como si yo fuese una puerta abierta de par en par en el bucle / del tiempo». En la poeta vive el tiempo. Las mujeres que le han sucedido antes son eslabones que la unen como un tejido fuerte a una costumbre, a un transitar. Consciente de esa fuerza, la poeta va tejiendo una cartografía de sensaciones donde los que fueron y los que son se encuentran en el milagro de existir. Dedicado a su hija, le dice en el poema ‘En la llegada de la primera locomotora’ que un cuerpo se anida en otro cuerpo, que la hija se hace ella misma, como si se miraran en un espejo y encontraran sus cuerpos entrelazados: «Del mismo modo siento tu azada en mi carne / abriendo paso entre capas calcolíticas de nervios / perforando a ciegas el espacio noche a noche / sin temor a la pizarra ni al estrecho pasadizo de la vida». La hija navega antes del nacimiento por el cuerpo de la madre, por su corazón, sus pulmones, su vientre, ya está surcando ese túnel donde los cuerpos se encuentran y reciben la misma savia. En el poema ‘El poder no puede’, Novo expresa la protección de un ser a otro ser antes del nacimiento, el milagro que rompe cualquier ecuación, cualquier amenaza: «El poder no puede / mi niña / el poder no puede / rozar siquiera la órbita en la que giras con treinta semanas / imaginar tan solo la bóveda de costillas que te protege de todo / mal». Las alusiones al cuerpo son constantes, da la impresión de que une los órganos con el paisaje gallego, porque hay una fusión entre lo orgánico y lo emocional; el paisaje también se vuelve corpóreo, existe, tiene miembros vitales. Todo el poema es un organismo, compuesto de manos, pies, pechos. La poeta dice en ‘En mí en todas’: «En algún poema me subió la leche a los pechos / como asciende la palabra hasta el cerebro / trepando como un gato en un bosque de glándulas / y fui todas las madres que son madres de mis hijos». Olga Novo se convierte en la mujer que es todas las mujeres. No solo las de su familia, las que han ido conformando su cuerpo, sino las que respiran en los campos, las que sufrieron en la posguerra. Todas ellas vuelven con el eco del verso. En el poema ‘Existencia’ vemos que el existir es un don que nadie sabe ver en toda su dimensión, porque en la poesía de Olga Novo hay ecos de la sensualidad de D. H. Lawrence, de Wallace Stevens, de Saint John Perse; esas voces están presentes, son imágenes portentosas que trazan el poema que es un cuadro de seres que se desplazan por la vida, conscientes del milagro de vivir. La cita de Pasolini da al poema su luz: «Yo pensaba que respiraba con los pulmones / pero el mundo veía mis branquias / de dinamita dulcísima / Y se apartan de mi piel / como si fuese a explotar en cualquier momento / y contaminar su pureza de dióxido de carbono». Es, sin duda, la mujer que es Naturaleza, tiene branquias como los peces; mujer que es el cosmos personificado, que vive en todos los rincones, que sabe que en ella respira el mundo y se encarna en voces dispares pero unidas en una misma meta: la existencia. La idea de la muerte también está, cómo no, presente en el libro, como si los seres idos volvieran y al regresar iniciaran un diálogo con los vivos, en un encuentro que es hallazgo de luz entre las tinieblas de la idea del morir. Así lo expresa en ‘La valkiria de las vacas’: «Soñé que estabas viva / aunque de pronto tú / en silencio / me formulabas la pregunta eterna: / ¿Es cierto que estoy muerta? / ¿Esta que soy / soy yo?». La vida y la muerte como espejos donde los que han muerto pueden estar en nuestra mirada. En ‘Brasas’ la mujer que se sabe humana, pero que a veces se siente espíritu y alma, expresa esa comunicación con lo que no está presente: «Oigo voces que no soy yo / me desplazo sin moverme / como el sonido de la lira / voy donde ya estuviste / y encuentro / una luciérnaga que dejó en la hierba tu aura desnuda». Como si todos los que se han ido se hallasen en la naturaleza, se encarnasen en ella, la poeta reclama a través de la creación esa luz que resucite lo que ya no está, pero se presiente, vive todavía dentro y aparece en los seres de la tierra. Cuando acabamos el libro, ya sabemos que la comunicación de Olga Novo con su padre, con su hija, son su base y su simiente; es en ese fluido de cuerpos que se conectan donde nace una mujer que se siente extraña a sí misma, porque está conectada con todo, cuyo cuerpo es el de todas las mujeres y cuya mirada es la de la tierra que siempre devuelve al mundo a los que no están. Todo ello conforma Felizidad como expresión del hecho de existir, un libro de una poeta que sabe dejar su luz en la tierra e ilumina las palabras para que estas sean el mundo y su misterio.
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TERESA PASCUAL. REBELIÓN DE LA SAL (La Garúa, Barcelona, 2020) Traducción y prólogo de Lola Andrés por ANTONIO GÓMEZ RIBELLES «Hemos llegado incluso a oír» es el primer verso del libro, una expresión que nos coloca desde el principio en la situación extraordinaria, a pesar de lo, como sabemos, ordinario de la ausencia, del dolor de ausencia, de enfrentarse al acontecimiento casi sin instrumentos que nos preparen para nuestros pensamientos a partir de ahora. lo hemos podido decir, detallar, explicar, contar, a qué horas qué luz … Son los pensamientos turbulentos y dolidos que se han hecho palabra, pero que ahora ya no será hacia los demás sino hacia uno mismo, el yo que debe pasar de la voz a la poesía. Todo parece nacer de la inmersión del cuerpo en un tanque de privación sensorial, donde todo lo que ahora pueda surgir del acontecimiento será solo suyo, la mayor forma del conocimiento volcada en el hacer poético, una capacidad mayor de pensamiento, desde el pensamiento sigiloso, desde la caja del silencio a la que se ve abocada. ¿Qué guarda el interior de los silencios que incluso llegamos a oír? En los tres primeros poemas surgen las palabras-conceptos que marcarán el libro: el silencio, el frío, la sal. La ausencia de la madre, a la que se dedica el libro, provoca que el sentimiento se transforme o se quiera transformar en reacciones físicas e incluso en algo casi objetual, imágenes de lo que se ve y te invade e imágenes de lo que no se ve. Del silencio se pasa al frío del posible olvido, a la sal en la sangre, como una necesidad de marcar las señales, los conceptos por los que se va a transitar para enfrentarse a la ausencia. Teresa Pascual utiliza las palabras como hitos que van llenando el puzzle de ese camino del pensamiento por o hacia algo no querido, no deseado, pero tampoco evitable, algo que contrariamente a lo que expresa la idea de camino, es capaz de detener la vida, el futuro aplazado que todo hace presente. Nos detenemos en uno de los escalones y la escalera puede parecer infinita. Sin comprender la lógica del tiempo dejamos la vida en vilo como si aún la vida fuera un futuro aplazado. … La contradicción entre lo que es un tiempo detenido y la tempestad del mundo interior en el que se intenta nombrar lo que apenas si somos capaces de colocar entre lo físico y lo mental, como si nadie lo hubiera percibido nunca, entre lo visible y lo no visible, habita todos los poemas, pero para ser superada cuando por fin todo lo conquista la palabra. Es el proceso completo, desde el acontecimiento, pasando por la turbulencia, el orden, el nombre, y el acontecimiento poético, lo que queda en este poemario. Y el camino del libro y el andar de los pensamientos de Teresa Pascual bien podría estar señalizado por estas palabras que dirigen sus pasos:
Y, así, con ellas, los poemas van quedando perfectamente tejidos, el libro es una sucesión muy bien hilvanada de uno a otro, a veces con el enlace del concepto repetido en ellos, la aparición cíclica de la sal, del silencio, del agua o el frío, que nos marcan un ritmo muy suave, muy bello a pesar de la pena y el dolor, o bello por ello. Los poemas derivan hacia la imagen (láminas, dice Lola Andrés), breves la mayoría de ellos, adecuados como golpes de luz, imagen compartida entre el nosotros, el tú y el yo. La sal es lo que queda, es el resto visible, lo que deja el mar en sus orillas como cercos que amurallan, lo que convierte el mar en un mar muerto, un lago en el desierto de sal, las salinas un mar espesado de silencio. Pero también es un acto de reacción, sea cual sea, rebelión, ante la sustancia en la que se da forma a la vida y a la muerte inseparable. Pero el libro no habla de la muerte, no es el tema, apenas aparece en un poema y es para situar la frontera: y se abría el espacio/ hasta ahora inexpresable/ de la muerte. «Ella, la sal, es el denso conductor del libro. Su sustancia se reubica en el concepto y se diluye en los versos, como lo hace en el agua de los océanos y de los cuerpos. También en la palabra que asiste, contumaz, aunque voluble —y no sabemos si con la precisión deseada—, a la voz que intenta decir lo que, tal vez, no se consiga decir». (Lola Andrés)
Y al final, como la otra barca, la de Caronte, las barcas de luz que crean el perfecto final:
Rebel-lió de la sal fue publicado por primera vez en 2008, en catalán, y fue merecedor entonces del Premio Nacional de la Crítica Catalana. La Garúa lo edita ahora en edición bilingüe muy cuidada, como siempre cuida la edición esta editorial, con una traducción de Lola Andrés, que se encarga también del prólogo. Tengo que reconocer el placer que me ha supuesto el leer hoy un libro en la lengua que escuché hablar a mi abuela valenciana y que sé que mi madre usó, lengua con la que yo conviví un tiempo, el suficiente para leerla. Las palabras me resuenan y los versos perfectos de Teresa Pascual, que tanto se pegan a la matria, me han llevado a territorios hermosos en su lengua original. Ahí está la precisa traducción de Lola Andrés, a la que se agradece también ese estudio en forma de prólogo. Cómo se agradecen los análisis de los traductores y las buenas ediciones.
Teresa Pascual (Grau de Gandía 1952), poeta y traductora ha publicado nueve poemarios y ha recibido numerosos premios. El más reciente Vertical (2019) ha sido premiado con el Ausiàs March de poesía. Para conocer y seguir. JOSÉ MARÍA ÁLVAREZ. PUERTAS DE ORO (Ars Poetica, Oviedo, 2020) por JUAN LOZANO FELICES VIGENCIA, ENFOQUE Y PERSPECTIVA DE LA OBRA POÉTICA DE JOSÉ MARÍA ÁLVAREZ. UN RÉQUIEM POR LA BELLEZA. Lo he contado alguna vez. Estaría dispuesto a jurar que, joven e impresionable como era entonces, cuando cayó en mis manos aquel añejo ejemplar de Museo de cera de la Editora Regional de Murcia, algunos de sus poemas me produjeron palpitaciones, vértigos y otros síntomas cercanos al síndrome de Stendhal, tal como si acabase de salir de la Santa Croce. Al explorar por primera vez la extensísima producción literaria de José María Álvarez, se puede constatar que la experiencia artística, como numen de su obra, no deja de estar presente en uno solo de sus libros. El arte y la experiencia individual, sensorial y transformadora de su contemplación es un aspecto troncal de su obra, que se ramifica hacia la historia, la anécdota personal, el deseo, el sexo, la literatura, la belleza, la impronta de ciertas ciudades... En cualquier caso, el acercamiento meramente intelectual a su obra resulta insuficiente y hasta desatinado, ya que, a su propio decir, «el arte es emoción y encanto». Poesía celebratoria de la belleza, de la inteligencia y del arte, como suerte de ingénita trinidad que se funde con la propia vida. Una vida que Álvarez decidió vivir «gozosamente y con elegancia»; lo que, por otra parte, implica una independencia absoluta, ajena a modas y banderías. Por ello, tampoco andan desatinados aquellos que mantienen que la propia vida de José María Álvarez es su mejor obra. A la vez que su obra se nutre y sustenta en el arte, Álvarez ha hecho de vivir un arte. Mientras que, por lo general, un poeta sólo tiene tal condición cuando está escribiendo, estoy convencido de que Álvarez es también poeta cuando arregla su jardín de Villa Gracia, cuando escucha Le nozze di Figaro, cuando se sienta en un café del boulevard Saint Germain o al pasear por Venezia, cuando ya ha partido el último vaporetto. Si uno se dedica a indagar sobre nuestro autor al albur de Google, a buen seguro le llegará, en curiosa y confusa miscelánea, todo un tropel de epítetos, algunos contrapuestos, adjudicados a él o a su obra: culturalista, elitista, pagano, esteta, reaccionario, anarquista, liberal, dandy, radical, hedonista, procaz, aristocratizante, vitalista, aventurero del placer, alquímico, venecianista, erotómano, decadente... Si se quiere saber sobre él, lo mejor es ir directamente a los poemas, ellos hablan por sí mismos, y a los libros de conversaciones con Alfredo Rodríguez, que son una delicia y aportan claves decisivas sobre su obra y nos alumbran. Yo veo, leo ahora a Álvarez, como si fuera un renovado y crepuscular príncipe de Salina, como espectador de un mundo que desaparece bajo la losa del acomodo, la baratería, el fraude político y la mediocridad en todos los ámbitos. Nadie mejor que él mismo lo ha explicado en palabras de Flaubert: Estamos entrando en un mundo horrible donde las personas como nosotros ya no tienen su razón de ser. (1) La poesía de Álvarez no ha dejado de tener vigencia en todo este tiempo, ni siquiera cuando la poesía ochentera de la experiencia vino a hacer tabula rasa sobre la diversidad poética imperante hasta ese momento y pese al ninguneo a que el poeta se ha visto sometido por las instituciones de cualquier signo político. Supongo que es el precio que pagar en la lucha por mantener uno su independencia artística y personal y el llamar a las cosas por su nombre. La poesía de José María Álvarez, pese a sus detractores, está más presente y cobra más actualidad que nunca. Cada nuevo libro suyo es para sus seguidores, un carnero sacrificado que nos convierte en aurúspices. Antes de ocuparnos de la novedad que supone la antología de reciente aparición Puertas de oro bajo edición del poeta navarro Alfredo Rodríguez, repasemos someramente la trayectoria poética alvareziana, que servirá también para contextualizar el panorama poético en que se mueve nuestro autor. Aunque ya hay muestras de su poesía a mediados de los años sesenta con Libro de las nuevas herramientas (El bardo, 1964), no será hasta su inclusión en la antología de Castellet Nueve novísimos poetas españoles (Barral, 1970) cuando Álvarez adquiera un amplificado eco crítico. La aparición de la mediática y controvertida antología de Castellet y de otras coetáneas marcará un punto de inflexión en la poesía española y nos sirve para datar un relevo generacional con poetas como el propio Álvarez, Pere Gimferrer, Guillermo Carnero, Luis Antonio de Villena, Antonio Colinas, Luis Alberto de Cuenca, Jaime Siles, Jenaro Talens... Un año después saldría a la luz 87 poemas, selección de la obra poética inédita hasta ese momento: los libros Museo de cera (Manual de exploradores 1960-1969) y Lectura de la consumación (Oh, hazme una máscara 1969-1971). Se considera este 87 poemas como proto-edición de Museo de cera; a la que, en una suerte de suma y sigue, seguirán otras ediciones ya bajo ese título genérico e integrador (La Gaya Ciencia, 1974; Ediciones Peralta-Libros Hiperion, 1978; Editora Regional de Murcia, 1984 y 1990; Visor, 1984; Renacimiento, 2002 y 2016). Por si fuera necesario, aclaro que Museo de cera, recoge, desde la hora fundacional de su poesía y a modo de work in progress, toda su obra posterior, trasvasándola desde sus libros individuales y con un orden que no es cronológico sino temático y sentimental, hasta 1999: La edad de oro (Editora Regional de Murcia, 1980), Nocturnos (1983), El escudo de Aquiles (1987), Tosigo Ardento (1985), Signifying nothing (1999), El botín del mundo (1994), La serpiente de bronce (1996) y La lágrima de Ahab (1999). Ya entrado el siglo XXI, consolidada su relación editorial con la sevillana Renacimiento, nos legará una serie de poemarios fuera del ámbito de Museo de cera. Estos poemarios son Sobre la delicadeza de gusto y pasión (2006), Bebiendo al claro de Luna sobre las ruinas (2008), Los obscuros leopardos de la Luna (2010), Como la luz de la Luna en un Martini (2013), Seek to know no more (2015) y Una desamparada hermosura (2018), por ahora su última entrega poética, además de la mencionada nueva edición, hasta ahora definitiva, de Museo de cera (2016). El poeta ha declarado en alguna entrevista su intención de que, al final, toda su obra poética pase a formar parte de este libro, a modo de Summa Artis. Aclaro de nuevo que hablamos sólo de su trayectoria poética, dejando a un lado por esta vez, su obra narrativa, ensayística, diarística y memorialística y su contribución como traductor, en nada desdeñable. A modo de ejemplo en esta parcela, lejanas ya en el tiempo referenciales traducciones de la poesía de Kavafis, de los Sonetos de Shakespeare o de la poesía y parte de la narrativa de Stevenson, Renacimiento ha lanzado recientemente su traducción de King Lear. En los últimos años, José María Álvarez ha sido objeto de un especial y renovado interés por parte de los lectores. En muy poco tiempo, han visto la luz tres antologías monográficas, dos a cargo de Noelia Illán, El oro de los tigres (Balduque, 2015) dedicada a las ciudades que ama el poeta, y La mirada de la esfinge (Olé, 2019) que centra el foco en el amor sensual. En una vuelta de tuerca, Alfredo Rodríguez nos ofrecerá una antología dedicada a los poemas venezianos bajo el título El vaho de Dios (Renacimiento, 2017). Así mismo, en 2019, de nuevo la cartagenera editorial Balduque, y prologado por Alfredo Rodríguez, nos ofrecerá un grueso tomo de más de un millar de páginas donde se agrupan los diarios del poeta, desde 1992 a 2015. Por último, la siempre exquisita editorial Nausícaä editó también el pasado año el ensayo La insoportable levedad de la libertad, en el que se contiene su testamento ideológico. Por si esto fuera poco, acaba de salir esta amplísima antología poética, bellamente editada por la ovetense Ars Poetica en su colección Beatus ille. Ars Poetica, bajo la exquisita dirección de Ilia Galán, se ha convertido por derecho propio en una de las propuestas editoriales más sugestivas del panorama literario en España. La colección Beatus Ille, donde se incardina la antología de Álvarez, cuenta ya con espléndidas ediciones de clásicos de nuestro tiempo, tanto en obras recuperadas como en obras inéditas, de autores castellanos o extranjeros vertidos a nuestro idioma en traducciones de toda solvencia. La antología recogida en Puertas de oro, como ya hemos comentado, está a cargo del poeta navarro Alfredo Rodríguez, gran especialista en la obra de Álvarez y que ha llevado a cabo también, hasta ahora, tres volúmenes de conversaciones, editados en Renacimiento; a saber: Exiliado en el arte. Conversaciones en París (2013), La pasión de la libertad. Nuevas conversaciones en París (2015) y Nebelglanz. Últimas conversaciones en París (2019). Y digo bien hasta ahora, porque, en una reciente entrevista, Alfredo Rodríguez anuncia un cuarto volumen de conversaciones llevadas a cabo en Venezia bajo el título Antesalas del olvido. Puertas de oro, que cuenta con más de 350 páginas, encabezada por un amplio estudio preliminar a cargo del propio antólogo bajo el título El sueño de la cultura. Este texto, dividido en cuatro partes (Vida de un poeta verdadero; Entradas para el Museo de cera; En las alas y galerías del museo; Después de cerrar el museo) se articula como una completa introducción sobre la vida de Álvarez, las fuentes y naturaleza de su obra y un recorrido por ésta. El texto se complementa con una bibliografía esencial utilizada para confeccionar el prólogo y en la que me honro en aparecer con dos textos publicados en su día en la extinta revista digital La galla ciencia. Poco ni mejor se puede decir tras estas sugestivas páginas de Alfredo Rodríguez, preñadas de interesantes y lúcidas reflexiones sobre la obra del maestro. Una antología total como la que realiza Alfredo Rodríguez es, quizás, sin restarle interés a las mencionadas antologías temáticas, la mejor forma de acercarnos a una obra pensada y concebida como una totalidad. Salvo error por mi parte, creo que no existe una antología alvareziana de estas características. Constituye, sin duda, una inmejorable y extraordinaria puerta de entrada a la obra de José María Álvarez, como suerte de versión reducida de Museo de cera y de su obra poética posterior hasta hoy. El título de la antología, Puertas de oro, se corresponde con el título de un poema de Álvarez sobre la caída de Constantinopla. El asedio final a la ciudad por los turcos terminó con el último vestigio del Imperio Romano de Oriente y con el fin del mundo tal como era conocido. Por aquellas puertas también se abrieron las puertas a la expansión del imperio otomano, frenado a las mismas puertas de Viena. El título escogido por Alfredo Rodríguez para su antología cobra, a la vista de la situación en Europa, valor exegético, pues también ahora, Occidente afronta su propio derrumbe. Volviendo al principio de este texto, en aquel tiempo en que me acompañó aquel ejemplar de Museo de cera como libro de cabecera, pensé que me encontraba ante una poética hímnica, celebratoria de la belleza, y así debía ser. Sin embargo, con los años ha variado mi perspectiva sobre la obra de Álvarez y la encuentro elegíaca. Ya no sé si hemos llegado al término del día, si aquello que contemplamos en la juventud como un amanecer ha llegado al crepúsculo o si, en realidad, fue un hermoso ocaso que confundimos con un amanecer. Si toda la obra de Álvarez no será un gran réquiem por la belleza y el goce que nos ha dado el Arte a lo largo de los siglos, un réquiem por el derrumbe de occidente. Si la belleza será capaz esta vez de salvarnos o si nos hundiremos con ella y sus ruinas. Si la Civilización podrá existir sin la conexión que la une a una tradición que nos ha legado la catedral de Notre Dame y la Capilla Sixtina, a Homero, a Praxíteles, al autor anónimo del Cantar de Mio Cid, a Shakespeare, a Bach, a Mozart, a Miguel de Cervantes y a Tiziano. Esta recapitulación de la obra poética de José María Álvarez, previa a la aparición de su último poemario a punto de ver la luz, Música para el funeral de la libertad y el anunciado libro de conversaciones en Venezia, me hacen pensar en una trilogía testamentaria. Como si el crepúsculo veneciano, incendiando sus cúpulas, fuese a ser el escenario de una despedida anunciada. Después de todo, los bárbaros ya están legislando. (1) Prólogo de José María Álvarez a La pasión de la libertad (Nuevas conversaciones en París), Alfredo Rodríguez, Renacimiento, Sevilla 2015.
ÁNGEL CERVIÑO. LA EXPLOTACIÓN INDUSTRIAL DEL GUSANO DE LA SEDA (RIL, Santiago de Chile/Granollers, 2019) por DIEGO L. GARCÍA UNA POÉTICA POST MORTEM Píramo fueron y Tisbe, los que en verso hizo culto el licenciado Nasón... Luis de Góngora EN EL TANTRA DE LAS FORMAS / me corresponde la
figura del Sarnoso Perro Sagrado / rebaños de sátiros pastoreados por acentos / vello imantado con analogías / Curva Casadera afloja el dogal / en la calle reconozco gente que nunca antes. La Parte primera explota la contorsión de los cuerpos y las palabras. La labor amorosa del gusano es una lengua que para producir se retuerce y se incrusta en notas al pie para ensayar un desvío. Con barras el ritmo encadena un pulso híbrido entre lírico y narrativo (dentro del concepto poema); un ritmo que conjuga saturación y minimalismo en dosis de contradicciones sin culpa. Por momentos, el tejido se abre para la emergencia de un tsunami conceptual hasta que de pronto la página abandona su crisálida y flota en un blanco sosegado y preciso. La Parte segunda ensaya una variación de Hamlet y otras piezas dramáticas. En una de ellas dialogan ‘Asunto del poema’ y ‘Musa de la conveniencia’, donde la ironía y la reflexión sobre el acto de escritura dejan ver algunas intenciones que sobrevuelan todo el libro. La explotación industrial de las musas es lo que quiere subvertirse: «explorador siempre a punto de servir de alimento a sus porteadores / crees seguir un rastro y caminas sobre el molde de tus propias huellas en el barro», dice la Musa. Explorar o explotar, es la cuestión. Perderse o perder el rastro de un “asunto”, un código tributario que trastoca el dominio sobre lo creado. En la Parte tercera, los ‘Recuerdos de mi autopsia’ entrelazan las preguntas de la Muerte con el devenir condenado de la palabra. No creo que sea posible hablar de fragmentos; cada tramo ejerce su peso propio en la órbita de la escritura. Todo lo que sé de poesía / ratifica de pe a pa / lo que las olas saben del viento. Todo lo que sé de la muerte / ratifica de pe a pa / que desde su altura no se divisa sima ni cumbre / que todo ladera / que la disponibilidad del rocío viene de su reserva / que a destiempo carga el cuerpo con la fatiga del alma / que otro otoño no es suficiente / que el dispositivo de esperar apuntala el alba / parteluz de ocasiones / un desollarse que se espacia en cuandos / que / hozadora / la mirada abastece de neorrealismo a ráfagas (...) ¿Qué ocurre con la superposición entre poesía y muerte? La de idea de pensar ambos eventos como un saber resulta una cuestión tan paradójica como seductora. ¿Qué puede conocerse de lo que no tiene continuidad? O mejor dicho, ¿qué puede conocerse cuando no hay yo después de ese saber? Se sabe el movimiento (las olas, el viento, el sol y el traspaso de la seda a la palabra), se sabe que no hay más voz que la que ya ha presenciado su propia autopsia. Todo lo posible, lo corporal, ha sido no solo superado sino diseccionado y examinado para abrir un espacio posterior a toda ética y estética. Un punto de ruinas y al mismo tiempo de libertad. Lo poético (una poética post mortem) emergiendo desde la fiesta terminada, desde el desperdicio, el olvido, la extinción de toda religión conceptual como un vuelo de mariposa. Con esto último pienso en la moral del sentido (no, en el sentido de la moral, que sería otra cosa bien diferente). No hay ya morada, en un después del sentido y sus límites. No hay ya costumbre que subjetive las tareas de la explotación (entre ellas, escribir y leer). La Musa nos advertía de un camino inútil en el que la conveniencia radicaba en empujar la piedra por la colina, sonrientes y confiados de cumplir. Huellas sobre huellas en el barro de un realismo sin realidades. Por ello, el desplazamiento de Cerviño hacia el estudio de sus propios cadáveres. Intensa aventura la de dialogar con lo que de sí ya nada reclama. ADRIENNE RICH. RESCATE A MEDIANOCHE (Vaso Roto, Madrid, 2020) Traducción de Natalia Carbajosa por HÉCTOR TARANCÓN ROYO YO SOY MI ARTE A lo largo de su historia, una de las cosas más apreciadas en el arte ha sido su capacidad para innovar. En el lado contrario, y fuera de la teoría y la visión abstracta de los acontecimientos, los mecenas y el público siempre han apreciado la “firma del artista”, es decir, su capacidad para generar variaciones dentro de un mismo estilo. En esa constante tensión, que libera y aprisiona la capacidad creativa del creador, Rescate a medianoche supone un sublime y explosivo conjunto de ejercicios de estilo que nombran, y atrapan la vida, para luego escaparse con la misma facilidad con la que llegaron. Los versos juegan con la longitud, pero también con la repetición de palabras, la voz “toda hacia delante sin pausas”, y algunos elementos de puntuación, como los dos puntos, que estructuran algunos poemas (y cuyo antecedente bien podría estar en uso que le da Emily Dickinson al guion). Su visión es la de alguien que, desde arriba, puede abarcar cualquier espacio, e incluso cualquier situación (sea pasada o futura, como si Rich fuera el dios bifronte Jano, capaz de ver, al mismo tiempo, el origen y el fin de los tiempos), a modo de rápidos planos o fogonazos. Explosiones, fogonazos, llamaradas... Esta descripción de los poemas de la poeta estadounidense no es casual: es capaz de ofrecernos, en medio de todo el caos urbano, casi road movie, una potente y terrible belleza en algunas líneas («Una vida se arrastra calle arriba / entre el vapor brumoso de la escarcha / lame la lengua del sol / hoja tras hoja hasta licuarlas en dolor»). Así, hay sufrimiento, uno descontrolado y deslocalizado, como parte común de varias generaciones, y otro más personal, a una “amada” o alguien en concreto. Ahí reside, de hecho, uno de los grandes aciertos de Rescate a medianoche: intercambiando continuamente los puntos de vista personales con los sociales, Rich nos hace ver que nuestras preocupaciones son las mismas que las de los demás porque, al fin y al cabo, ¿quién no ha sufrido por sus semejantes o por amor? (la pregunta parece banal, pero es el núcleo). Englobando los poemas que van desde 1995 a 1998, el sufrimiento nos lleva a otro movimiento: la rabia. Rich, conocedora de que el espejo refleja la realidad, no obstante, decide golpearlo audazmente para recoger sus esquirlas, que se cuelan por su garganta, por cada una de las líneas hasta el lector, e intensifica la fragmentación y decidida ruptura con el lenguaje. Esto hace que nos encontremos ante un conjunto complicado que requiere paciencia, que no se puede leer en un par de horas, y que demanda varias lecturas para ir profundizando en las distintas capas (simbólicas y lingüísticas) que ha superpuesto (y que merecen, por la fluidez, sentido y uso de todas las referencias un elogio a la traductora). En realidad, la poeta estadounidense, con la primera frase de la cita que abre Rescate a medianoche, nos dice claramente cuál es su objetivo: «No sé cómo medir la felicidad». Visto desde esta perspectiva, se podría decir que el espejismo está montado, que nos ha dado una pista, pero que lo que oculta es que, desde ese momento, va a rodear la felicidad para inscribirla en el cuerpo, frágil y única certeza, descuartizarla y negarla y afirmarla tanto que, al final, quedarán algunas sospechas, apenas un par de respuestas a las numerosas preguntas, algunas de ellas retóricas, que minan los poemas. Sin embargo, bien podríamos olvidarnos de todo lo anterior, con el evidente riesgo de perder los matices, ante el verdadero objetivo de Rich en Rescate a medianoche: la llamada a la acción política. La poeta estadounidense hace confluir todo el teatro de voces, con sus experimentaciones dentro del lenguaje y los puntos de vista, en ‘Una larga conversación’, el último y más extenso poema del libro, que contiene fragmentos de Ossip Mandelstam, de Che Guevara y del Manifiesto del Partido Comunista (1848), entre otras fuentes citadas, y, por tanto, la lectura se “difumina” en tanto que se “politiza”. Como señaló Dana Gioia en 1999 en San Francisco Magazine (fecha de publicación original del libro): Alrededor de 1970, a mitad de su compromiso con el feminismo, la poesía de Rich cambió. Creció o disminuyó, dependiendo del punto de vista del lector, abriéndose y declarándose más ideológica [...] Pero la radical redefinición que hizo de sí misma atrajo a muchos nuevos lectores fuera de los grupitos de la poesía contemporánea. Se convirtió en la poeta más controvertida y probablemente en la más influyente, aunque irónicamente su impacto raramente se vio en otros poetas [la traducción es mía]. Teniendo esto en mente, el último conjunto de poemas (sobre todo de 1997-98) retrata de una forma más directa las consecuencias de la guerra, algunas de las inevitables perversiones del poder del dinero, y el verdadero trabajo del artista («El arte no lleva la contabilidad / aunque los artistas / hacen lo que deben // para seguir vivos / y atienden a su trabajo / el arte es un registro de la luz»), a cambio de un estilo más pausado y, quizá, más nostálgico. El último poema, antes mencionado, sacrifica el ritmo y la poesía, como tal, para volverse prosa y ejercer una crítica frontal contra la exclusión social y el capitalismo. A veces en forma de diálogo, otras en poemas quebrados, o impresiones de situaciones y paisajes, Rich funde los tiempos y las injusticias que ha vivido, que ha visto con sus propios ojos cada día, y nos las arroja para seguir su legado, no sin antes proclamar: «Yo soy mi arte: lo hago desde mi cuerpo y los cuerpos que produjeron el mío». EL ARTE DE TRADUCIR (3) Pero imagina que estamos en cuclillas como niñas sobre un revoltijo de canicas, chapas, papel plata, viejas monedas extranjeras -los primeros tesoros de verdad. Ganchos oxidados, cristales-. Imagina que yo viera primero el pendiente pero tú lo quisieras. luego querrías las palabras que yo había encontrado. Te daría el pendiente, el lapislázuli aplastado si hubiera, me quedaría mirando los cristales de la playa y el interior astillado de la bombilla. Observando en tu mano el perfil obsoleto del cobre, el ojo de gato, el lapislázuli. Cual ladrón negaría las palabras, negaría su existencia, que fueran pronunciadas o pudieran pronunciarse, cual ladrón las enterraría y recordaría dónde. RESCATE A MEDIANOCHE (5) Al comer y beber la liberación caminé un día del brazo de alguien que dijo que tenía algo que enseñarme Era la avenida y los que allí moraban libres de hogar : sin techo : : mujeres sin ollas que fregar ni camas que hacer ni peines que pasar por el cabello ni agua caliente para quitar la grasa ni latas que abrir ni jabón que aplicar como se suele en las axilas luego bajo el pecho luego por los muslos Se encendían bidones bajo la autopista y se cogían botellas de los palés de cartón ondulado y montones de objetos perdidos y encontrados para el trueque y buscaban los cuerpos cobijo del viento Me llevó por todo esto : : Y dijo Mi nombre es Liberación y vengo de aquí ¿De qué tienes miedo? Nos quedamos hasta tarde en los bares cual murciélagos con un beso nos dijimos adiós en el semáforo, ¿creíste que vestía esta ciudad sin que doliera? ¿creíste que no tenía familia? UNA LARGA CONVERSACIÓN [FRAGMENTO]
Alguien: —La tecnología está cambiando las formas más comunes de contacto humano, ¿quién no lo ve en su propia vida? —Pero la tecnología no es nada más que un medio. —Pongamos que alguien amasa una fortuna con la guerra. Tú: -Te lo he dicho, ése es el motor que impulsa el libre mercado. No es la información, sino la militarización. Arsenales que engendran riqueza. Otra mujer: —¿Pero, entonces, la clave es el nacionalismo patriarcal? |
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