LA BIBLIOTECA DE ALONSO QUIJANO
Reseñas
PURIFICACIÓN GIL. TRASPASAR EL SILENCIO (MurciaLibro, Murcia, 2025) por ANA CÁRCELES ALEMÁN Traspasar el silencio... ¿Qué hay tras el silencio? La soledad, la reflexión, la introspección; un espacio de reflexión y búsqueda. Tras el silencio está la escritura, el poema. Como significativo indicio, los cincuenta y cuatro poemas de esta cuidada edición, con portada de Carmen Molina Cantabella, van precedidos de citas de Eloy Sánchez Rosillo: «Para hallar y ordenar unas pocas palabras / que con su propia música una emoción expresen, / hice de mi vivir una extraña aventura / de búsqueda perpetua y tantas soledades»; de Francisco Brines: «Aquí, en este lugar, supo mi infancia, / que era eterna la vida, y el engaño / da a mis ojos amor»; y de Clara Janés: «Silencio y línea, y el aire aportará significado». Las tres citas orientan al lector. La vida y la escritura. Soledad y silencio. La infancia, siempre. Misterio, sutileza, verdad. Hemos de pensar entonces que Purificación Gil nos hace esta propuesta en Traspasar el silencio. La poesía como compañera del vivir, y la sinceridad de las emociones como herramienta para llegar al poema. La trama que enlaza los poemas es el tiempo --cronos y kairós—, son los días en sucesión y el disfrute de un presente que va libando en momentos recobrados de otro tiempo de placeres, juventud, deseos, dudas o confianza... El presente es la atalaya de la voz poética y también ofrece al sujeto lírico breves instantes de gozo y deseos a menudo unidos a la frustración, la añoranza y la soledad... Sobre todo, el presente le recuerda el privilegio de experimentar la vida irrepetible, la savia del instante y su luz, una luz poderosa y mediterránea que despierta anhelos y ahuyenta toda monotonía. Los títulos de los poemas son muy significativos. El poemario se abre con el poema ‘Alivio’: «Sabes con certeza que estos momentos / de luz y dicha pasarán. / Es abril y miras entretenida / los árboles y las rosas. / Cuánto alivio bajo el arce. // Sabes que todo se irá. / Nada temes. / La primavera te muestra el secreto de la vida. / Y quieres guardar aquí cuanto resucitar pretendes». Este último verso, «Y quieres guardar aquí cuanto resucitar pretendes», nos permite deducir el aire elegíaco del poemario propio de la reflexión, de la mirada al entorno, de la lección cíclica de la naturaleza, de la memoria persistente, de las pérdidas y el dolor, de los deseos incumplidos y aún urgentes... Estos versos del poema ‘Edades’ nos dan cuenta del desaliento del diario vivir: «[...] / En ocasiones me rindo / y caigo a los pies de la vida. / La eternidad se parece un poco a este verso, / a este canto que llora, como en todas las batallas. / [...] / Los días consisten en unir espíritu y vida, / pero no todas las horas son receptivas para cobijar tal deseo». Sus poemas inciden en la vida cotidiana y sus rutinas. Las inquietudes íntimas se anudan a las circunstancias del vivir y a la dolorosa constatación de la soledad, la caducidad y la muerte; sin embargo, también encontraremos el contraste del consuelo y la alegría, el valor del instante, la gracia de la rememoración y la serena contemplación de la naturaleza, imagen de renovación y trascendencia. Ya en A la luz del agua apreciamos esta temática. En este contexto, la tierra natal se convierte en sustrato lírico de la poeta, no por ser el tema, sino por conformar su mundo interior, su sensibilidad. Hemos de decir que la poesía de Purificación Gil se revela poema a poema, ofreciendo consistencia y sentido de unidad, como nutrida planta bien enraizada que se eleva y crece con el aire y la luz de su entorno. Con sencillez, la lectura de Traspasar el silencio nos conduce a poetas que se inspiran en la naturaleza —sencilla y conocida o abundosa y sobrecogedora— interiorizada como compañera lírica, como atmósfera. Recordamos poetas para los que la tierra, el mar, la luz, los árboles y los frutos, las llanuras o las sierras son el fondo necesario donde suceden los momentos de reconocimiento, de introspección, de emoción... Nos vienen de inmediato clásicos y modernos en un amplísimo recorrido temporal. Y me gustaría recordar las voces líricas de Rosalía de Castro, Gabriela Mistral, Carmen Conde; recordar a María Cegarra, Josefina Soria, María Teresa Cervantes, Dionisia García..., poetas tan cercanas para quienes la naturaleza es savia nutricia, hogar, refugio, espejo y maestra. Así le ocurre a Purificación Gil. Traspasar el silencio no es un poemario bucólico o eglógico, aunque por momentos lo sea; es un poemario intimista, lírico y sensitivo donde la realidad —identificada con el momento, el lugar, la circunstancia vivida y el recuerdo— se percibe siempre a través del filtro de las emociones. Los elementos de la naturaleza no son protagonistas, aunque aportan valores sinestésicos y simbólicos al poema; serán, sin duda, un código de comunicación con los lectores, darán color al lenguaje propio de la voz poética formando imágenes de significado hondo, espiritual. Y en este sentido, resulta interesante su modo de mirar. La mirada y la luz son los sustantivos más repetidos en el poemario y es una de las claves que subrayan su actitud sensitiva y lírica. Sus imágenes resultan sencillas, casi espontáneas y la naturaleza —fondo o correlato objetivo de los poemas— aporta su belleza genuina, cercana, familiar, belleza al alcance de su mano. Sin embargo, las metáforas, metonimias, personificaciones, elipsis..., se suceden sin enmascarar el sentido último del poema. El poema ‘Mirar es el encargo’, con cita de Dionisia García («Mirar es el encargo, y nuestra vida, breve») apoya esta idea: «Si todo se quema bajo este sol de julio, / y este conceder a la mañana la palabra. // Si estos días dejan oropeles como señales, / no puedo hacer nada; / solo plantarme ante la Naturaleza, / como me planto ante el espejo, / ambos me hablan del paso del tiempo. // Ando más cansada, / dejo fluir el agua entre mis dedos... / Horas de entrega al placer de la vida. / Mirar es el encargo». El poema ‘Despensa para el invierno’, con cita sugerente de Ginés Aniorte, expresa bien esta conjunción de tiempo, afectos, recuerdos y naturaleza: «Cómo podemos decir que los días son nuestros... / No son las estaciones, la carne, ni los abrazos; / tampoco las miradas. // Mientras giran las horas de julio con su claro azul, / mientras las rosas se tuestan bajo este sol; / mientras las tardes se deshacen y se alargan con pasos rutinarios, / aspiro a retener instantes, voces, palabras, gestos... / con los que combatir las jornadas venideras de frío. // Cuanto vivo, llevo. / Cuanto dejo, olvido». El tiempo es fundamento de Traspasar el silencio. No será el tiempo temible que conduce a la vejez y a la muerte; será el tiempo causante del olvido, la nostalgia y la pérdida. También será el instante y su gozo. Para el yo poético la emoción del tiempo no requiere tanta distinción, antes bien prefiere la amalgama compleja del tiempo íntimo y vivido; así nostalgia, sueños incumplidos, pérdidas y memoria se entretejen con la atención al instante presente, como en ‘Danza del tiempo’: «Confieso haber perdido el tiempo. / Entretenida buscando ese otro tiempo... / Hoy es miércoles; este cielo / junto a algunos trastos innecesarios / que acostumbro a tener cerca / dictan que regrese al festín de días incendiados. / [...] // Mientras contemplo esta luz, / juego con la quietud de aquel paisaje, / donde todo podía haber sido, / cuando todo pudo ser más fácil, / donde la ternura de la piel se rendía al silencio. // Así, a esa desnudez primera, / que convertimos en eternidad junto al mar nuestro, / voy en esta tarde de miércoles, y única. / Como únicos y fugaces fueron aquellos azules. / Hoy retengo momentos, / entre tanto se visten de lila algunas calles de la ciudad, / la voz de Joan Manuel sigue girando, / y sigiloso el sol se retira». ‘Anillo de Atlante’ es un poema significativo donde la rutina cotidiana se une a motivos de inquietud y acaba por ofrecernos la conjunción anímica entre el entorno natural y el espíritu de la poeta: el sentimiento consolador que los renacentistas hallaron en la naturaleza y los románticos en el paisaje. Son las nubes, tan simbólicas, las que le ayudan a dispersar la íntima inquietud del presente y las circunstancias de una realidad potenciada en ese anillo y en el café cotidiano, cuando el amanecer muestra luces tenues: «En los primeros días de primavera / las ventanas son órdenes; / y con sigilo mira quien se asoma, / con la taza que aguarda. / Mientras tanto, descubre claridades. // Observa que el café se ha derramado, / y trata de limpiar el anillo de Atlante que la protege, / desde el dedo anular. // Terminado el afán, la mirada se dirige a las nubes, / y se dispersa como ellas, / con la serenidad de haber llegado.
En Traspasar el silencio, algunos poemas son más extensos y desarrollan una anécdota sutil; otros son sólo el chispazo emocional de un momento. Color, luz y oscuridad —fundamentalmente— se combinan para aportar sensaciones visuales y cierto halo romántico a poemas como ‘Desasosiego’: [...] «Oculto anda el desasosiego / en el umbral de esta noche; / la misma que rodea el paisaje, que ya no deja ver». O como ‘Dadme la noche’: «Qué ha quedado en las cenizas, / tras la ceremonia. [...] Para qué tantos sueños. / Para qué tanta noche». O como ‘Nocturno en Budapest’. Otras veces el contraste levemente sugerido crea la emoción lírica: «Este día en la ciudad se salva por la luz que amanece / y el recuerdo que guardo de ayer bajo la celinda. / Sus ramas más altas rozaron mis cabellos; / hoy hacen que merezca la pena caminar sobre el asfalto». (‘Suficiente’). También la escritura del poema está unida a los conceptos y motivos de la temporalidad. Las metáforas de ‘Apenas nada’ nos hablan de esa correspondencia entre vida y poesía: «En las manos sostengo los días ya pasados. / Son más frías las horas / y la luz no se detiene. // Mi vida pliego en los astros, / sin ser yo, ni nadie; / apenas nada. / Mas cómo dejar de lado todo el tiempo. / ¿Ya no es mío? / ¿A quién pertenece? / La ceguera presente me conduce al fondo del poema». Esta misma idea agrupa los poemas que evocan y homenajean a poetas: ‘Estos días azules’, ‘En casa de Miguel Hernández’, ‘San Nicolás 13’, ‘Mirar es el encargo’, ‘La música de unos versos’ o la cita final de José Luis Martínez Valero. Los motivos y subtemas son muy variados en Traspasar el silencio, y el resultado es muy rico, así en ‘Todo luz’ naturaleza y tiempo, mar y sueños se cruzan en juegos metafóricos, en ‘Boceto para una tarde de mayo’, interesa la perspectiva parcial de la voz poética y los efectos cinematográficos, en ‘Ruido de ciudad’ encontramos el poema urbano con nostalgia de la huerta idílica, su silencio, su delicado despertar con sonidos de agua y pájaros..., en ‘Jugar con el tiempo’ se logra el bucolismo sobre la anécdota del atraso de la hora y el oscurecimiento de la tarde. En el poema ‘Octubre, y ya no estás’, encontramos el ritmo logrado a partir del léxico pues los sustantivos que marcan tiempo y luz imponen un mundo de sensaciones: rosales, primavera, octubre, tarde, noche, casa; y los adjetivos encendidos, oscura, apagada, fría, extraña, con el resultado de canto elegíaco. También aparece la trascendencia y la duda en ‘Dímelo con palabras’: [...] «¿Y de nosotros? / Qué sabemos aun viendo. ¿Qué sabemos del pájaro y su vuelo? / ¿De la luz que ilumina nuestros ojos? / Las palabras ayudan, / abracemos con paz este misterio». Traspasar el silencio está escrito en versos libres. La lectura en voz alta resulta armoniosa y serena; los versos libres encuentran su armonía en la selección del léxico, en las isotopías del tiempo, la naturaleza, el silencio y la soledad, en la eufonía de las palabras, en la mesura de las imágenes, en la sintaxis clara y ordenada, en el ritmo de pausas y acentos. Observamos que los poemas se acortan y adensan según avanzamos en la lectura. Lo anecdótico se diluye, se lamina la sutil narración y queda solo la sensación última y su emoción, y junto a la emoción, el conocimiento preciso y fundamental, es decir, lo vivido y su huella en la memoria. Así, el último poema de tres versos, ‘Epílogo’, se asemeja a las sentencias que recogen el poso de un proceso de conocimiento interior, verdadera sustancia de Traspasar el silencio: «Hay noches oscuras en las que el alma está sola. / además, es dueña de dicha soledad. / Me fío de ella y espero...». Purificación Gil se muestra dueña de un lenguaje personal, dúctil y cuidado, capaz de sugerir formas más íntimas y sensitivas de abordar la realidad y la memoria del tiempo, esto es, la vida misma. Serenidad, gratitud y delicadeza están muy presentes formalmente en Traspasar el silencio. Este segundo poemario nos muestra una poeta segura, con un mundo lírico personal. Traspasar el silencio no parece un segundo libro sino la consolidación de una voz lírica interesante, con una trayectoria ya afirmada y por continuar, esto nos permite esperar de la poeta obras futuras en la que podrá mantener los rasgos diferenciadores que la identifican.
0 Comentarios
JOSÉ MARÍA ÁLVAREZ. SBATAISSO (ESCENAS DE VENECIA) (MurciaLibro, Murcia, 2024) por JUAN C. LOZANO FELICES EL ADAGIO VÉNETO DE JOSÉ MARÍA ÁLVAREZ TRISTE, TRISTE, TRISTE... ...Álvarez é morto. Aunque sabía de su salud crítica en las últimas semanas, no ha dejado de sobrecogerme la noticia. La noche del domingo, sin saber de su muerte, vi su último libro sobre la mesa del despacho con multitud de pósits sobresaliendo de sus páginas y pensé que no podía demorar más mi reseña de este hermoso corpus de textos alvarecianos sobre su amada Venezia, Sbataisso, prologado y seleccionado por el poeta Alfredo Rodríguez. Quizás por coger el tono, había tomado de la estantería el ejemplar de Museo de cera de la Editora Regional de Murcia. Ahora pienso, o quiero pensar, que esa vuelta al origen, a aquel añejo volumen del Museo fue, sin ser consciente de ello, una manera de acompañarle en su tránsito. A la mañana siguiente, la triste noticia me hizo evocar las palabras de Verdi cuando supo que Richard Wagner había muerto en el Palazzo Vendramín, en Venecia. Antes de continuar, permítaseme hacer un breve elogio al poeta y la persona, tal como acostumbraban en tiempos antiguos. José María era un hombre libre, y era libre porque era inteligente, cultísimo y especialmente dotado para celebrar el Arte y la belleza. Porque concebía éstos como una experiencia transformadora y elemento civilizador que levanta defensas contra el caos. Libre porque era ajeno a modas y banderías e insobornablemente refractario al pensamiento correcto. El propio Álvarez no dudó en plantear su poemario Seek to know no more como un libro de resistencia; de enfrentamiento radical contra todo lo que representa el mundo actual, contra todo lo que tiene de repulsivo y terrible. Libre porque vivió una vida intensa, gozosamente y con elegancia, porque admiraba aquello que merece la pena ser admirado. Libre porque despreciaba los fanatismos de cualquier signo. Libre porque fue poeta, de la estirpe de Byron, de Shelley, de Hölderlin, de Rilke, de Pound y de Borges. Libre porque, en sí mismo, fue una manera de entender la vida y el arte. Libre porque había decidido exiliarse en el Arte, porque sabía que ya no tenemos remedio, que estamos asistiendo al ocaso de la civilización tal como la hemos conocido. Que esperamos la última acometida de los bárbaros. Libre porque fue como el crepuscular príncipe de Salina, espectador de un mundo que desaparece bajo la losa del acomodo, la baratería, el fraude político, el buenismo suicida y la mediocridad en todos los ámbitos. Nos queda su Summa Artis poética reunida bajo el título Museo de cera. Nos queda Sbataisso, su último libro publicado en vida, que quedará como su testamento espiritual, ideológico y artístico; y como una lección de vida. LA OBRA EN PROSA DE ÁLVAREZ Cuando me detengo ante una reflexión del poeta contenida en Los decorados del olvido o en sus libros de conversaciones, me viene a la memoria aquella frase que le dijo Wilde a Gide en Argelia, «He puesto todo mi genio en la vida; en mis obras sólo he puesto mi talento». La prosa de José María Álvarez, siendo una prolongación de su poesía, es capítulo aparte y para nada desdeñable dentro de una obra tan extensa y poliédrica. Podría ser dividida ésta en tres grandes apartados. En el primero entraría la obra de ficción, con las novelas con elementos eróticos La caza del zorro y La esclava instruida, y sus dos libros de memorias apócrifas de Lawrence de Arabia y de Talleyrand. En el segundo, sus colecciones y antologías de reseñas, artículos y conferencias en Desolada grandeza, Naturalezas muertas, Tigres en el crepúsculo, La insoportable levedad de la libertad y el monográfico Sobre Shakespeare. Y, por último, todo su inmenso legado memorialístico, agrupado en los tomos La sombra de la memoria (Diarios) y Los decorados del olvido (Memorias), y los cuatro gruesos tomos de conversaciones en París y Venezia con Alfredo Rodríguez. Si juntásemos los cuatro libros de conversaciones, tendríamos un grueso volumen que superaría en extensión las mil páginas del libro de Conversaciones con Goethe de Eckermann, que quizás sea el modelo sobre el que se asientan las de Alfredo Rodríguez con el maestro Álvarez, de cuyas características esenciales yo resaltaría la espontaneidad, una encantadora complicidad y la dispersión artística e intelectual. A todo ello, añadiremos a título conclusivo, este hermoso volumen: Sbataisso. Pero tampoco podemos olvidar la labor de Álvarez como traductor. A modo de ejemplo en esta parcela, lejanas ya en el tiempo, las referenciales traducciones de la poesía de Kavafis, los Sonetos de Shakespeare, la poesía de Villon, los Poemas de la locura de Hölderlin, de The Waste Land de Eliot (1) y de la poesía y parte de la narrativa de Stevenson. Renacimiento también publicó hace unos años su traducción de King Lear. DESEO MÁS VENEZIA Así dice Álvarez en su Elegía romana. En este libro veremos (leeremos) que el Maestro dijo alguna vez que París era como una esposa, alguien más o menos afín, que a veces no entiendes, pero con quien quieres convivir y envejecer, pero Venezia era su amante. En otra parte leemos que Istanbul y Venezia son las dos ciudades más seductoras que ha levantado el hombre. Venezia es una constante en la obra de Álvarez. Alfredo Rodríguez lo sabe muy bien y ha editado tres libros alvarecianos que tienen como fondo los canales, las iglesias, los palacios, los museos y los restaurantes y cafeterías de la ciudad adriática. A saber, la antología poética El vaho de Dios (Poemas venezianos), el libro de conversaciones Antesalas del olvido (Conversaciones en Venezia) y el que nos ocupa, Sbataisso. Y, por encima de todo ello, la palabra de Álvarez, la mirada de Álvarez siempre lúcida y reveladora. La mejor imagen poética de Venezia, la más hermosa, la ha dado también el propio Álvarez cuando habla de una mañana en que «los palacios se reflejaban en el Gran Canal / como joyas tiradas en una sábana de seda». Bastan estos dos versos del magnífico Tósigo ardento para trasladarnos a la ciudad de los canales. Pero Venezia, pese a su luz primordial y única, tiene también un componente crepuscular, de conclusión, de despedida. Se diría que una sombra de fatalidad se cierne sobre ella. Otro “enfermo de Venezia”, Luis Antonio de Villena, ha dicho que está «asentada en su belleza y en su fracaso», y que hay una civilità véneta basada en lo decadente, porque Venezia sabe que es una ciudad condenada a muerte, a su hundimiento, pero que «se complace en ello». Como ciudad condenada, Venezia tiene también valor de metáfora. Incluso Álvarez, como abstracción, imaginó una muerte estética, viscontiana, frente al esplendor de San Marcos, viendo pasar a los japoneses y a las adolescentes bellísimas, viendo desdibujarse las columnas y apagándose las cúpulas y la música, mientras los somníferos hicieran su efecto. Sbataisso, con el subtítulo Escenas de Venezia, como he dicho antes, es el último libro de Álvarez publicado en vida, editado por MurciaLibro en abril de 2024. Viene precedido por un prólogo del poeta Alfredo Rodríguez, cuya amistad y gran afinidad con Álvarez es de sobra conocida. Con toda seguridad, Alfredo Rodríguez es la persona que más ha hecho en los últimos años por difundir la obra y el pensamiento alvareciano en sus diversas entregas de conversaciones y antologías. Y es quien nos presenta este volumen, Sbataisso, que por su carácter cuasi póstumo tiene carácter testamentario. Alfredo nos entrega en su prólogo, bajo el título La Venezia de José María Álvarez, una de la claves de lectura de este hermoso libro, y por extensión de toda la obra alvareciana: «Es este por tanto un libro vivo, un libro mosaico que nos da una idea de los mundos y obsesiones de un poeta cuya poesía tiene valor de verdad fuera de cualquier limitación temporal y supone muchas veces un acto radical de libertad, un gran tesoro literario». Al singularizar, Alfredo Rodríguez parece indicarnos, a contrario sensu, que la Venezia actual, la Venezia de los turistas de cruceros que desembarcan por unas horas, «manadas desarrapadas intelectualmente», no es su Venezia. Venezia es, en muchos aspectos, los vestigios de un mundo ido del que aún puede llegarnos algún resplandor, a quien sabe ver. Este libro nos descubrirá un buen montón de lugares y de pequeños detalles que nos ayudarán a ver ese resplandor. Lo primero que llama la atención en este libro es su título, Sbataisso, a mí por lo menos me lo llamó cuando Alfredo me anunció que me mandaba el libro. Ni siquiera internet supo dar cumplida satisfacción a mi demanda de saber qué demonios quería decir aquello. Quizás un capricho estético, pensé. Hasta que me llegó el libro. Ya en su prólogo, Alfredo nos revela el origen véneto de la expresión, sin equivalente posible en castellano a menos que acudamos a una breve elucidación. Según el propio Álvarez por boca de Alfredo, la palabra evoca el chapoteo nocturno de las góndolas en sus fondeaderos y, si hay luna, la imagen se refuerza. El libro tiene una estructura tripartita como si fueran los tres actos de una ópera representada en La Fenice o los tres movimientos de un concierto barroco de los que sonaron en tiempos de Vivaldi, en el Ospedale della Pietà. La primera parte, Venezia triunfante, son fragmentos extraídos del libro de memorias de Álvarez Los decorados del olvido; la segunda, Venezia opiácea son fragmentos de sus libros diarísticos, reunidos en el volumen La sombra de la memoria; la tercera parte, Venezia del amor es miscelánea, con extractos de distintos libros. Uno hará bien de adentrarse en Sbataisso con un cuadernillo a mano, para ir tomando notas o poniendo cruces en un mapa. No hay mejor guía para visitar Venezia que hacerlo de la mano de Álvarez. ¿Con quién se iría uno a Venezia si no? No es lo mismo, eso lo sabe muy bien Alfredo, pero en cada una de estas páginas nos habla Álvarez. Sólo hay que saber escuchar. Hay escasas referencias cronológicas. Lo que importa aquí son las impresiones, la emoción, y las cruces con que iremos marcando los lugares más acordes a nuestro interés. En San Sebastiano, las pinturas del Veronés, en San Zaccaria La adoración de los magos de Bambini, y en I Frari, esa Madonna de Tiziano, y así un larguísimo etcétera. En todo ello hay un carácter muy sensitivo. Casi podríamos decir que las páginas de Sbataisso desprenden sensaciones visuales, táctiles y auditivas. Con él descubriremos que Venezia es inagotable. Que es allí donde hay que leer a Casanova; que las obras de arte deben estar ubicadas allí para donde fueron creadas por Bellini o Tiziano, en las iglesias y en los palacios, donde se tuvo en cuenta la luz del lugar; que Byron ocupó el Palazzo Mocenigo y se tiraba desde el balcón para nadar por el Canal; que Gautier alababa las nucas de las venecianas; que, al atardecer, con la luz cambiante, una fachada puede transfigurarse; que San Marco da para toda una vida, que uno puede estar durante semanas contemplando los círculos concéntricos de la cúpula de la Creación del mundo, para comenzar a darse cuenta de cómo está hecha, de lo que significa; que Venezia tiene días Guardi y días Canaletto; y que en la Venezia del XVI había miles de cortesanas, que eran cultas y elegantes y eran libres de elegir a sus amantes y clientes. Y también, que al atardecer la luz del sol puede broncear el verdeazulcasiobscuro de las aguas del Canal. Y así mil y un detalles que nos guiarán a través de los canales, los puentes, los callejones, las iglesias y los palacios. Adiós, Maestro. En las pocas veces que lo vi siempre me trató con cariño y generosidad. Sé que su magisterio me acompañará siempre, desde aquellos primeros poemas que leí en la vieja edición de la Editora Regional de Murcia. La emoción que me embarga, como diletante, ante determinadas páginas de Montaigne o de Casanova o al leer un soneto de Shakespeare o un poema de Kavafis, al evocar unos versos de La Iliada, al escuchar un madrigal de Monteverdi o un Largo de Vivaldi es, con seguridad, deudora de la impronta alvareciana. Yo creo que la obra de José María se fue estructurando para las posteriores generaciones en una suerte de educación sentimental que nos ha abierto las puertas a muchas cosas y tengo el convencimiento pleno de haber aprendido de él mucho más de lo que ahora mismo soy consciente. (1) La menciona en el libro (pag. 32). Salvo error u omisión solo se ha publicado en la revista Barcarola y en el número monográfico de la revista Renacimiento (nº 59-60) de homenaje de T. S. Eliot (2008).
|
LABIBLIOTeca
|