LA BIBLIOTECA DE ALONSO QUIJANO
Reseñas
FRANCISCO CÁNOVAS SÁNCHEZ. BÉNITO PÉREZ GALDÓS. VIDA, OBRA Y COMPROMISO (Alianza, Madrid, 2019) por PEDRO GARCÍA CUETO Benito Pérez Galdós sigue siendo un descubrimiento porque su lectura siempre es un placer, su narrativa va hilando tramas, creando personajes, logra que el lector se adentre en la llama de la trama, quede iluminado por la fuerza de sus miradas al mundo.
Bénito Pérez Galdos. Vida, obra y compromiso es el libro escrito por un historiador, otra vuelta a un gran escritor, después de la mirada que impregnó Pedro Ortiz Armengol, un diplomático que nos contó amenamente las vicisitudes del gran Galdós. No es empresa fácil narrar la vida de un hombre que creó tantos personajes, tan prolífico, además que decidió comprometerse con el partido republicano, provocó un notable escándalo en Madrid con su Electra, obra de teatro que encendió las iras de muchos, aunque fue defendido por los grandes escritores del 98. Cánovas Sánchez va contando la vida de Don Benito envuelto en la madeja de escritores, políticos; a veces simplifica, porque no quiere ahondar demasiado, pese a las quinientas páginas del libro, quizá porque se necesitarían muchas más si se detiene en lo minucioso, en cada relación, en cada obra. Cánovas prefiere centrarse en lo que Galdós tiene de gran novelista, de figura señera. Indica, con mucho tino, cómo creó personajes femeninos de gran hondura, como Fortunata, Jacinta, Marianela y tantas otros. Ese espíritu prevalece en el libro, el amor por el arte y la música, su opinión sobre el caciquismo, sobre la religión. Todo ello es desentrañado con habilidad porque Galdós fue un hombre que, sin la vena exaltada de Unamuno, fue abriendo senderos, despertando conciencias, y en sus novelas fue dejando pinceladas muy jugosas sobre el mundo de la cultura. Sigue Galdós la sombra de Cervantes, el eco que este dejó en la narrativa española, esa facilidad para crear personajes que sobreviven, se convierten ya en inmortales y quedan para siempre en la memoria. Cánovas Sánchez hace hincapié en ese esfuerzo, porque la narrativa del siglo XIX, siglo en el que es experto el historiador, fue una de las más integradoras, ya que logró aunar siglos anteriores y presagió ya lo que sería el XX, que rompería todos los hilos, porque se explica sobre las guerras y sobre el absurdo de un ser humano que ya carece de personalidad, como nos expresó Musil en su famoso El hombre sin atributos. Para Cánovas, el siglo de Galdós aún respira el aroma de otros tiempos, donde los personajes se tejen con una madeja que los personaliza, pero ya anticipamos un desdoblamiento, se puede ver en esos seres que dudan de sí mismos, como ocurre en Nazarín, novela a la que luego Buñuel imprimiría su especial sello. Nos hallamos ante un libro que dibuja a un Galdós siempre activo, donde podemos ver su pensamiento, oírlo respirar, lo vemos en sus personajes, en su afán de hacer del siglo una novela extensa y llena de lecturas e interpretaciones. En 2020 se cumplirá un siglo de la muerte de Galdós. Este libro abre ventanas para saber mirar a un escritor que supera siglos y perspectivas, que, al igual que Cervantes, nos asombrará siempre, con su hondura para crear personajes que son más reales que la propia vida, seres que son ya atemporales y que nos hablan con una luz especial, una llama que nos alumbra en tiempos de tinieblas.
1 Comentario
FÁTIMA BELTRÁN. BIENALADOS (Libros Indie, 2019) por LORENA MOLINA La infelicidad de los personajes es el eje central de Bienalados, una novela que profundiza en las relaciones familiares con consecuencias trágicas derivadas de las normas impuestas dentro de una sociedad arcaica y machista. Estrambótica y con excentricidades, Fátima Beltrán Curto, en su opera prima logra crear una historia con cientos de matices, exaltando los conflictos internos del ser humano abocado a un destino no deseado. Sus personajes deben hacer frente a una vida repleta de dramas, sin poder tomar sus propias decisiones por las reglas establecidas en los siglos XIX y XX. Por ello van a sufrir situaciones que los sumergen en la soledad y en la insatisfacción más absoluta.
El protagonista de Bienalados, Leopoldo, es poeta de un pueblo llamado Arrielo que estudia una carrera universitaria en Madrid, cuyo sueño es alcanzar la gloria transmitiendo románticos versos. Sin embargo, de forma inesperada, debe regresar a su lugar de origen para contraer matrimonio con Margarita, novia de su hermano Evaristo, al quedarse la muchacha en estado de buena esperanza. El patriarca de los Bienalados no ve con buenos ojos que su primogénito, máximo heredero de su legado, deba emparentarse con una joven que pertenece a una familia con una pésima reputación. Así pues, Margarita Tresflores y Evaristo, enamorados hasta los huesos, se ven obligados a romper el vínculo que les une desde la infancia. Evaristo pone distancia de por medio. Tanta que se traslada a la isla de Macaya, en plena revolución, por lo que paulatinamente se integra como soldado. No obstante, el joven mantiene la esperanza de que en un futuro pueda volver a Arrielo para continuar su malogrado romance con Margarita. En el pueblo se quedan Leopoldo y Margarita, resignados pero tristes, transcurriendo el camino que les ha tocado vivir con amargura. El poeta hará todo lo posible por mejorar la situación tan desastrosa que les ha tocado en la lotería del azar, así notaremos una evolución en los protagonistas muy significativa. En otra línea temporal, ya a mediados del siglo XX, la protagonista es Doña Mabelina, hija de Leopoldo y Margarita. Es una mujer que posee un carácter tremendamente complicado y que atraviesa por un mal momento en su matrimonio con Don Zacarías, pese a haber dado a luz a María Desahogos, no conoce el instinto maternal y se hace cargo de la criatura la anciana sirvienta de toda la vida, Doña Rigoberta Tresflores. Y para echar más leña al fuego, empezará a sentirse fascinada por otro hombre. Así pues, este personaje hará lo que esté en su alcance para conseguir una felicidad que anhela a toda costa. Bienalados es una novela donde hay una dualidad muy marcada en sus personajes, los roles de bueno y malo están bien desarrollados en ellos. La ambigüedad de sus personalidades no pasa desapercibida, les viene como anillo al dedo aquello de “ni los buenos son tan buenos, ni los malos son tan malos”. Conoceremos las dos caras de la moneda, un factor para no ganarse nuestra confianza completa ni la desconfianza. La novela tiene una estructura un tanto compleja, emotiva, melancólica y su autora muestra con astucia esas relaciones dentro del clan. Nos sorprende con giros en los personajes que llena de emoción su lectura, con altibajos que no se pueden esperar. Además nos cautiva con su prosa elegante y bien cuidada. Bienalados es una obra divertida que hay que saber saborear para encontrar el punto cómico tras la miseria y la infelicidad de sus personajes, la sombra de sus actos y sus insatisfechas existencias. Más allá de la tragedia, es una oportunidad para reflexionar sobre el comportamiento humano y las consecuencias que conlleva no tener el poder de manejar tus pasos. Se apuesta por la originalidad, utilizando el recurso del realismo mágico en todo su esplendor e incluyendo poemas de una belleza sublime. El lector hallará situaciones inverosímiles y variopintas para pasar un rato muy entretenido que culminará con un desenlace de lo más peculiar e impactante. Es un libro que desborda imaginación y brilla con un broche inesperado para cerrar una historia que no deja indiferente. PEJK MALINOVSKI. POETAS (Chamán, Albacete, 2019) Traducción de Daniel Sancosmed por ANTONIO GÓMEZ RIBELLES La voz de Jim Jarmush suena grave. Detenido ante una vivienda habla de un o de una poeta, alguien que vivió allí, que escribió allí. Se oye en una grabación original la voz del poeta, lee algún fragmento. Pejk Malinovski ideó y produjo en 2012 un mapa en audio de un recorrido a pie por la poesía de Nueva York desde los 50 hasta hoy, en el East Village: Passing Stranger - The East Village Poetry Walk. El resultado es una aproximación no lineal a la poesía desde fuera, por medio de pequeñas paradas ante cada espacio-tiempo del poeta. Una opción en vídeo muestra en cámara fija la sucesión de escenarios ligados a cada poeta.
Estamos ahora, 2012 también, en una pequeña comunidad llamada Poetry, en Texas. Pejk Malinovski la visita, se sienta en un banco y produce un podcast preguntando a sus habitantes qué es Poetry. Naturalmente la respuesta de los habitantes lleva a la dualidad, a la ambivalencia de la palabra poesía convertida en pueblo, qué es la poesía y qué es su comunidad. Pregunta por las dos cosas o cada uno la entiende con el sentido que le interesa. Material cotidiano, el resultado es un mosaico, todos dan respuestas, todos son parte del interrogante, todo es dar un sentido ambivalente o contradictorio. Quizás todo sea cotidiano, las voces, los ambientes, el pueblo y la poesía. Al comienzo de este podcast, el propio Pejk Malinovski reconoce su relación familiar con la poesía: «Soy Pejk Malinovski, soy poeta, mi abuelo fue poeta, mi madre es poeta, y yo púbico libros de poesía en mi lengua, el danés». Iván Malinowski es el abuelo de Pejk, luchador contra la ocupación nazi, exiliado a Suecia, declarado luchador anticapitalista, y cuando se consiguiera acabar con el capitalismo, declarado anarquista. Nina Malinovski es su hija y la madre de Pejk, también poeta. Se publica ahora en la colección Chamán ante el fuego de Chamán ediciones el poemario Digterne/Poetas. Relaciono los dos documentos anteriores porque quizás nos ayuden a entender el planteamiento del libro, que no es un poemario al uso. Podríamos verlo-leerlo-escucharlo como una manera de estar sentado ante una comunidad de poetas y verlos pasar y preguntarles qué es la poesía, qué es el poeta, qué eres. Y a la vez ir anotando a sus espaldas todo aquello que de extravagante nos enseñan, algunas bajezas, vanidades. El I remember de Joe Brainard, el origen del Je me souviens de Perec, es el modelo de partida en su aspecto formal y nos podría llevar a pensar en un formato que nos encamina a la autobiografía o a las memorias. Pero pronto nos enfrentamos al hecho obvio de que el conocimiento que Pejk Malinovski tiene de lo que escribe es por momentos muy real, pero que en otros se vuelve introspectivo, imaginario, pura invención, o es una pura reflexión sobre el hecho del poeta. Su conocimiento del mundo de los poetas es evidente, por sus relaciones familiares y por su entorno danés y neoyorkino. El yo poético no es uno sino múltiple, y a la vez unido; el poeta y la poeta, así, en tercera persona, con los que empiezan la mayoría de los fragmentos, hacen que el personaje bascule entre el observador agudo que cuenta lo que ve y ha vivido, con el asombro y la ironía, a veces cruel, de lo que ha conocido; el relator con el que el lector fácilmente se vincula por lo conocido por él, (yo también estaba allí, yo vi lo mismo, yo sé, yo también conozco el resplandor); y el propio autor en ejercicio autobiográfico. Los poetas que prefieren textos en los que el yo, si lo hay, es fluido. Un yo que puede ocupar todas las posiciones, masculino, femenino, joven, viejo, persona, animal, brizna de hierba, placa tectónica (a turnos o al mismo tiempo). Un yo que duda, busca, aspira. Un yo furioso, tranquilo, expectante. ¿Es entonces un retrato del “poeta” en conjunto, como se puede intuir por la elección del método? No, por la manera de desarrollar el libro desde ese punto de partida. Si bien Pejk Malinovski compone y distribuye sus reflexiones como recuerdos, como si fueran audios o imágenes, pronto nos damos cuenta de que abandona necesariamente el recurso de la memoria personal para enlazar en sucesión de unas ideas a otras, de unas reflexiones a otras en un continuo con mucho de improvisación pero con excelente técnica para pasar a lo imaginado, a lo posible, y a lo conocido por otros medios, sean directos o indirectos. Un libro sin secciones que fluye en un relato encadenado de fragmentos que llevan de uno al otro, como fluye el pensamiento del autor. ¿Es un autorretrato a través de los otros, de las experiencias en un mundo de poetas? Todo lo que se fija en la memoria duele y ocupa, por lo que todo lo que hacemos aparecer en un poemario, todo lo leído también, tendrá que ser al menos un reflejo, un autorretrato en espejo convexo (Ashbery) o un multirreflejo de caseta de feria. Es el bosque conocido donde sin embargo a veces te pierdes. El libro está lleno, como no puede ser de otro modo, de referencias a poetas de todos los tiempos, incluida su familia. Así aparecen poetas de distintas épocas que conocemos como lectores a los que se liga por el tema desarrollado en un continuo. a veces sin nombrarlos, otras sí, el tópico de los poetas suicidas, la poesía flarf y su mundo google, las actitudes y poses de jóvenes o viejos poetas, a veces solo enunciados y otras no exentos de crítica mordaz, símbolos, metáforas... Su decisión es no hablar tanto de la poesía como del poeta. La ironía invade mucho de los fragmentos, y en otros se viste de seriedad y auténtica reflexión. Y en otros se vuelven párrafos que son proyectos de instalación, incluso contando sus producciones, como el ya citado arriba Poetry, y otros posibles, en un proceso que identifica la poesía con sus actividades artísticas y de documentalista. La palabra da unidad a toda la obra de Pejk Malinovski, es la palabra la que otorga una textura uniforme a su trabajo en radio, en video o poesía. Todo se compromete: Pejk Malinovski es multidisciplinar, documentalista y productor de radio independiente, videoartista, con obras que han sido exhibidas en museos, traductor (Gimferrer, Carson, Ashbery) y poeta, con otros dos libros publicados. Tal vez, y esto es una reflexión personal, el tono uniforme de su creación venga dado por el exilio, el saberte fuera y no llegar a dominar el mundo nuevo, y eso dé unas maneras de ver determinadas por una limitada capacidad de adaptación, un ser emigrante siempre, un acento extranjero. El poeta emigrante se da cuenta tras muchos años en el nuevo país de que la ciudad de la que se enamoró ha desaparecido. Tiene que volver a enamorarse o volver a casa. Como si fuéramos partículas de prueba en la realidad (Fernández Mallo) lanzadas a ser interferencia y leer las que provocamos a veces con un poema, es Digterne/Poetas un libro excelente en la frescura y novedad que propone, en el desarrollo que te arrastra como si de un poema épico relatado por un aedo se tratara, sin decaer, y en el ingenio y originalidad de sus planteamientos. Muy oportuna la traducción de esta obra y este autor. Chamán se está convirtiendo en una editorial imprescindible, con una selección cuidada y sumamente interesante, con mucho trabajo en el cuidado de la edición. Por lo mucho que me interesa personalmente, es de agradecer a las editoriales, Chamán siempre lo ha hecho, la atención a los diseños de portada y la elección de las imágenes de las mismas, que en este caso es una excelente obra de María José López Cerro, una habitual de Chamán. La traducción es de Daniel Sancosmed y la edición, naturalmente bilingüe. ARIADNA G. GARCÍA. CIUDAD SUMERGIDA (Hiperión, Madrid, 2018) por PEDRO GARCÍA CUETO La ya prestigiosa Ariadna G. García nos deslumbra con una poesía serena y hermosa donde conviven paisajes, miradas, afectos y nostalgias.
El libro está dedicado a sus hijos, pero también hay un claro homenaje a sus abuelos, a quienes dedica ‘Devenir’: «Para protegernos de las ausencias / encendemos un fuego en medio de la nieve. / La familia es resguardo, / memoria compartida, / temblor que en el silencio abre ventanas». Ese fuego es el poso que alumbra esta mirada, la de la herencia. Si está en medio de la nieve aún significa más, es lumbre y llama en medio de una blancura fría, es calor en medio del tiempo yerto. Que la familia sea memoria compartida es cierto, porque es en ese espacio donde nombramos a los que hemos querido. Cuando acaba el poema dedicado a su abuela Concha, ya sabemos que los hilos del corazón resisten a las embestidas del tiempo: «Las ráfagas de nieve dan brochazos / feroces. / Aúlla el viento. / Pero el fuego / resiste». Para Ariadna ese fuego poderoso del amor se convierte en incendio que vuelve ante la oquedad de la vida, ante la frialdad de las cosas, ante ese dolor que arrasa todo a su paso. En “Memoria” vuelve esa herencia, cuando le dice a su abuelo Jesús que todo es legado, somos eslabones que permanecen: «Voy siguiendo tus pasos / por el bosque nevado, / hundo mis botas / dentro de mis huellas. Miro hacia atrás: / No hay nadie. / Pero sé que algún día / otras piernas menudas, / sin esfuerzo, / me seguirán el paso». El tiempo que no muere, que nos pertenece, ese con el que convivimos, ese pasado que se hace presente cuando lo evocamos y ese futuro que se intuye y que unirá a los que ya no están con aquellos que nos seguirán. Hay en los poemas de Ariadna una serenidad, una calma, una búsqueda de ese eslabón que nos une en la cadena del tiempo. La nieve, de nuevo, clara metáfora de esa vida que es como una página en blanco que debemos de llenar, como nos recordaba Jaime Siles en Pasos en la nieve. En “Origen” hay una invocación, cuando dice a sus seres queridos: «Sé que os hablo y me oís. Necesito creerlo / En este abismo helado que nos acecha, insomne. / No lo puedo evitar. Late en mí la certeza / de que ya estáis viajando al ser que seréis». Esa transformación de lo que ya no es cuerpo en materia, esa forma de invocar a los seres idos, envueltos ya en un paisaje nuevo, lejos ya del «abismo helado que nos acecha», ese tiempo que nos anula, el sinsentido de una vida que conduce al morir. Y en el apartado “Tierra” me conmueve el poema número VI, cuando la poeta sabe que somos, existimos, dejamos una estela en el firmamento, una huella en la playa, un destello en las sombras que nos persiguen: «encarnamos un ser. / Existimos / Y nuestro amor es posible / pese a las sotanas que enlodan el suelo, / pese a la publicidad que solo arroja luz / hacia un calvero del bosque, / pese al gusano de la intransigencia, / y al malecón del odio». Todo es adversidad, enemigos latentes que nos persiguen, pero poderosos, como una llama, alumbramos con nuestra fe en el hecho de estar en el mundo. Hay tantos que censuran, que niegan, que odian y envenenan todo que la existencia puede ser un calvario, aunque resistimos, como dice Ariadna, el envite de la maldad. Un día no estaremos, pero habrá algo que queda, nuestros hijos; estos serán un espejo nuestro: «Este cielo de luz suave / nos conoce / y cuando ya no estemos / distinguirá en la tierra a nuestros hijos. / Somos parte de ellos, y al revés». Vivimos en una ciudad sumergida, donde veremos a los seres que hemos amado, siendo ya ellos y nosotros todo un ser para la eternidad. FLORA JORDÁN. EL MAL HÁBITO DE SER CUATRO MANOS (Maremágnum, Oviedo, 2019) por SANDRA BENITO FERNÁNDEZ “Solo los dedos eclipsados de carne / saben nombrar las estrellas”. Ese fue el primer poema que leí de Flora Jordán cuando mi compañero y amigo Dionisio López Fernández me regaló este poemario allá por el mes de septiembre. Ni que decir tiene que la metáfora, por su surrealismo, me fascinó desde un primer momento. Abrir un libro al azar como suelo hacer en librerías conocidas o desconocidas y encontrarme con esos versos impresos sin duda alguna hubiera supuesto una segura venta. Pero esta vez, además, era un regalo. Yo entonces no sabía ni que iba a conocer a Flora Jordán tan pronto ni mucho menos que iba a presentarla en tierras extremeñas acompañada del artífice del regalo y sin duda alguna es para mí un verdadero reto enfrentarme a un poemario que poco a poco he ido descubriendo, releyendo y tomando notas para bosquejar una presentación que no revelase ni mi inexperiencia ni mi juventud. Sin embargo, cuando uno se enfrenta a lo que se debe decir de un poemario ajeno siente que hay elementos que debe destacar y que deben ser conocidos por los demás y esos conceptos parten de una lectura íntima y honesta.
Así, parto de estos versos con los que he empezado: “solo los dedos eclipsados de carne / saben nombrar las estrellas”. Esos “dedos eclipsados de carne”, que “saben nombrar las estrellas” son para mí, fundamentalmente, una declaración poética: solamente cuando sabemos nombrar lo propio, lo cercano, “la carne”, cuando la carne ya “eclipsa los dedos”, podemos nombrar lo que hasta entonces parece tan lejano: las estrellas. Esos “dedos eclipsados de carne” y ese nombramiento de un elemento tan aparentemente inasible como son las estrellas no son más que, desde mi punto de vista, una declaración de intenciones del poemario, que se mueve en torno a dos ejes particularmente difíciles de unir pero que sin duda alguna Flora logra equilibrar de manera infalible en su poemario: lo cercano -la carne, lo familiar, la experiencia o el contenido vital- y lo lejano, representado en “Un cementerio Inglés”, en “Mosaicos de Santa Sofía” o en “Campos de trabajo”. ¿Y qué es lo más eminentemente nuestro, lo carne que podemos sentir y tocar en los primeros segundos de nuestras vidas? Sin duda alguna, la madre. Pero me refiero a la madre como me refiero a la abuela o a la bisabuela retratadas de manera suave pero certera en el poema que abre el poemario, Alma máter. Quizás esa primera carne se resume en estos versos: “la herencia de besar a quienes importan”. Ellas, la presencia de la madre, de la mujer y de su condición de serlo, están presentes en los primeros poemas del poemario, pero no solo la lectura de la condición de mujer se percibe en estas líneas, sino también figuras venerables como las del abuelo paterno en “Murió Mazzantini y el mito” con ese emocionante “¿Dónde te quedas, abuelo?” dirigido a un personaje mítico que ya no existe (¿o sí?). Estos primeros poemas, que se encuadrarían dentro de lo que me he empeñado en nombrar como “el eclipse de la carne” revelan una especial necesidad del recuerdo constante de elementos que diseñan y marcan la vida de un individuo, en este caso de la poeta, que gira sobre sí misma después de recordar estas presencias tan cercanas a ella y acaba su poema titulado “Club mediterráneo” con esa “niña que miraba frente al mar, / en mis ojos, de nuevo”. Esa niña que ya es mujer, que ya ha recordado las figuras de la carne, de las que mana ese manantial sereno pero perpetuo, parece estar ya preparada para conectar ese mundo tangible, cercano, íntimo (no hay nada más íntimo que un abuelo, una madre, una bisabuela), con el mundo de más allá, el que está fuera de esa carne eclipsada. Esa “herida de tiempo” que ella apunta en “Haiku” ya va a empezar a conectar con una serie de momentos o de escenas mucho más cercanas al yo poético ubicados en un entorno todavía familiar, cercano, como en “La fundición” (el barrio de santa cruz, Sevilla), o el cielo encapotado de Barcelona en “Oda a la mediocridad”. Así, desde lo anterior, desde el tiempo pretérito que ella misma recuerda levemente se han construido una serie de recuerdos más cercanos temporalmente al yo lírico (“Cementerio inglés”, “El poeta”, “Hoy”) donde el yo lírico reflexiona sobre el desamor, sobre la soledad o sobre el matrimonio y va conformando una identidad propia en la que va calando, a modo de lluvia fina, ese espacio exterior que se fusiona poco a poco con “esa carne eclipsada”. Así, en “Cataclismo” las niñas chinas son el eje del poema mientras que en “Tregua” ese protagonismo se desplaza a los soldados caídos en la Primera Guerra Mundial. Es ahora cuando estamos preparados, una vez que hemos recorrido lo anterior al yo lírico -la madre, los abuelos- y lo conformado por él mismo –Sevilla, Barcelona, Ronda- para subir y nombrar las estrellas. Esas estrellas son los soldados caídos, las niñas chinas, los sin techo en” Homeless” o las fosas comunes en “Santa Amalia, Badajoz”. Una vez que el yo lírico se ha construido a sí mismo a través del pasado y del presente, ahora puede construirse con los demás en una estupenda comunión en el que no se diluye su sentimiento, sino que se funde con los otros y mantiene esa capacidad para extender esa intimidad a lo externo, creando un vínculo especial que culmina en “Los mosaicos de Santa Sofía siempre me parecerán tristes” en el que el tú, el yo y el mundo visible (Estambul, la Torre Gálata) conforman una ruina “que podría ser cualquiera de nosotros”. Flora Jordán logra fundir y equilibrar de manera muy clara todos estos elementos en un poemario que a mí me parece deslumbrador. El mal hábito de ser cuatro manos cuenta las ruinas que fueron otros, la carne eclipsada que somos y el anhelo de todos por nombrar las estrellas que se funden siempre en nuestras manos. EMILY DICKINSON. PREFERIRÍA SER AMADA (Nórdica, Madrid, 2018) Traducción: Abraham Gragera por HÉCTOR TARANCÓN ROYO EL AGUA SE APRENDE POR LA SED El mito de Emily Dickinson, como el de Pessoa o Kafka, superó hace tiempo la realidad y se concentra en una serie de clichés que la encumbran, la hacen fácilmente entendible, y subrayan su carácter creativo en el anonimato. En lugar de profundizar, o de ir más allá de esa superficialidad, resulta mucho más sencillo leer así a los grandes genios cada año. Su arrebato romántico siempre queda constatado, y así es como la literatura, y el mundo de la cultura en general, despliega una realidad siempre difuminada, a medias: casi directamente falsa. Mientras tanto, dejando siempre que cada cual se engañe como mejor pueda, antologías como Preferiría ser amada ayudan a ampliar los límites con los que, a veces, aparecen dotados los creadores del pasado. Porque Dickinson, como otros muchos autores, es una figura que sobrepasa cualquier interpretación. Requiere una visión múltiple desde distintas perspectivas, que tenga en cuenta, a su vez, la relación y las fuertes contradicciones que fueron guiando su vida. En contra de lo que se pueda pensar, el mundo de Emily, y así lo corroboran las distintas ediciones de sus cartas, tenía una riqueza solo equiparable a la trascendencia de sus palabras. En ese preciso espacio, donde la palabra adquiere tal altura que su caída puede ser fatal, se puede constatar la fragilidad del lenguaje y la urgente necesidad de conectar con otras personas mediante los sentimientos, que es al fin y al cabo lo más natural, e íntimo, que puede tener el ser humano en toda su vida. En su reverso, el lenguaje también evoca, contiene pequeños mundos, y deja huellas: y es ahí también donde Emily crea atmósferas llenas de homenajes a la Biblia, a la poesía, etc. Sus constantes referencias culturales producen también reacciones en sus destinatarios, y juntos, muchas veces, van comentando las creencias religiosas, o los asuntos familiares, en una correspondencia que, como pocas, examina la condición humana. Cada nombre, adjetivo y verbo vibra, duele, hace que el cuerpo se sacuda. Este sangra, por supuesto, pero, asumiendo ese sufrimiento, lo transforma en un torrente energético y bello que va más allá de la patética fisicidad, o así lo pudo ver la propia Dickinson, de la vida humana. Solo así, incluso ante la pérdida de su padre, o de su mejor amiga, Emily pudo conservar esa delicadeza y belleza lingüística, que siempre destinó un temor reverencial hacia cualquier forma de afecto. Creó un mundo lleno de generosidad y curiosidad en el que siempre cabía cualquier posibilidad, ya que cada frase, a menudo, apuntaba hacia un sentido distinto, pero fue, sobre todo, la oportunidad de hablar, de estrechar al calor de una conversación las emociones, lo que reforzó su principal creencia en el poder del lenguaje, que fue tanto su victoria como su condena, y que la recompensó, ya en vida, con la eternidad. Preferiría ser amada ofrece una muestra de ese constante estallido a través de unas pocas cartas, y los envelope poems o poemas de correspondencia escritos en los propios sobres, que se complementan con las divinas, cercanas e íntimas ilustraciones de Elia Mervi haciendo, de nuevo, un producto único que combina poesía e ilustración, poesía gráfica, al modo también especial e intuitivo de Nórdica. Tú no vayas, Susie, no con ellos, vente conmigo esta mañana a la iglesia de nuestros corazones, donde las campanas no dejan nunca de sonar y el pastor, que Amor se llama - rogará por nosotros […]Gracias por llenarla de amor para mí, y de pensamientos de oro y sentimientos como gemas, ¡pues me parecía recogerlos en cestos repletos de perlas! Sue - puedes irte o quedarte - Solo hay una opción - Últimamente discrepamos a menudo y esta vez debe ser la definitiva. No temas dejarme sola, estoy acostumbrada a desprenderme de cosas que imagino haber amado - a veces hasta la tumba, y a veces hasta un olvido más amargo aún que la muerte - Mi corazón, por tanto, sangra con tanta frecuencia que la hemorragia no ha de importarme, y lo único que hago es añadir agonía a las anteriores, y al final del día me digo: ¡estalló una burbuja! Una carta se me antoja siempre parecida a la inmortalidad, porque la mente está sola, sin compañero corpóreo. Deudores como somos en nuestras conversaciones de la actitud y la entonación, parece como si el pensamiento que camina solo tuviera una especie de halo espectral - Quisiera darle las gracias por su inmensa bondad, pero intento no aupar nunca las palabras que no puedo sostener. Se percató usted de que vivo en soledad - Para un Emigrante, un País está vacío salvo si es el suyo.
JAVIER MORENO. NULL ISLAND (Candaya, Barcelona, 2019) por DIEGO SÁNCHEZ AGUILAR Hay dos tipos de narradores: los que dicen “voy a escribir una novela”, y los que dicen “voy a escribir, en una novela”. El complemento directo de los verbos transitivos contiene una carga semántica que muchas veces se convierte en el verdadero foco significativo de la oración: “una novela” es lo importante, más que la acción verbal, que queda ensombrecida hasta el punto de ser sustituible en la oración (voy a armar/construir/desarrollar/ una novela). El complemento circunstancial, en cambio, es una información prescindible, que no puede rivalizar en importancia con el verbo intransitivo: “escribir”. Javier Moreno pertenece, claramente, a este segundo grupo. La escritura, para Javier Moreno, no es un medio para crear un producto que encaje en el género novela: es un fin en sí mismo que se justifica más allá de que el producto final se corresponda con lo que cierta tradición inmovilista, conservadora o reaccionaria, espere encontrar bajo la etiqueta “novela”. Pierre Michon, Pascal Quignard, Don DeLillo, Manuel Vilas, Luis Rodríguez, Agustín Fernández-Mallo, Eduard Levé, Mario Cuenca Sandoval, Ben Lerner... Son solamente algunos de los nombres que de una forma más evidente compondrían el segundo grupo y que se pueden considerar cercanas influencias o compañeros de equipo de Javier Moreno. Null Island es una muestra de escritura en estado puro: a diferencia de una novela convencional, en la que el narrador camina o corre con paso más o menos decidido para llevar al lector hacia un destino concreto, el desenlace de la acción. Aquí la voz narrativa se pasea sobre el vacío como un funambulista: avanza y retrocede, tiembla o se tambalea para no caer, se permite también piruetas que asombran al lector, que no cuenta con la intriga de saber a qué destino va a llegar, sino que comparte con el narrador-funambulista la apertura de un tiempo suspendido en el que la realidad se concentra y condensa en cada pequeño movimiento o temblor de ese cuerpo dividido entre el cielo y el abismo. Es el tiempo de la escritura, siempre, blanchotianamente, un tiempo de la posibilidad infinita y, por lo tanto, un tiempo del fracaso, de la impotencia: «Hay una belleza en el germen, en la semilla, en aquello que podría ser y que todavía no es o (tal vez) nunca será». La escritura de Javier Moreno siempre ha gozado de estas características, pero en esta novela las lleva un paso más allá. Siguiendo con la analogía: en Null Island ha decidido jugar sin red, o ha elegido el alambre más estrecho; pues renuncia, a diferencia de sus novelas anteriores, al concepto más tradicional de ficción (personajes, trama…) y hace que el narrador-protagonista de esta novela sea un escritor (fácilmente asimilable al propio autor) que se enfrenta a la tarea de escribir una novela sin personajes. Las reflexiones del narrador sobre ese reto narrativo que se ha autoimpuesto conforman la verdadera trama de la novela, en la que, por lo tanto, el elemento metaliterario es esencial. En paralelo a la trama metaliteraria se desarrolla una “trama” (cualquier terminología metaliteraria debe quedar entrecomillada al comentar una novela como esta, en la que dichas categorías son continuamente puestas en cuestión tanto explícita como implícitamente) relativa a la vida sentimental del narrador cuyo centro es un episodio de impotencia sexual. He dicho “en paralelo” por una inercia de comentarista, de forma irreflexiva y convencional; porque, obviamente, no se trata de tramas paralelas estricta o geométricamente hablando. El acontecimiento del “gatillazo” actúa como un generador de significados, como un objeto que el narrador inspecciona, analiza, sobre el que poetiza desde una variedad casi infinita de perspectivas que, de una forma esencial, implícita y explícita, se imbrica con la cuestión metanarrativa: «Pienso que la flaccidez de mi polla tiene que ver con la tesitura en la que me encuentro en relación a la escritura. En mi dimisión de los personajes. Se me aparece con toda claridad que un protagonista es una polla, del mismo modo en que la polla es el gran personaje que se esconde en todas y cada una de las peripecias de una trama y, por ende, de la gran trama que es la Historia». Durante toda la primera parte de la novela asistimos, por lo tanto, a un proyecto de escritura basado en la observación, la comparación, la yuxtaposición de elementos, de “cosas” que, puestas a jugar en el tiempo (o en el espacio) de la escritura, generan una cantidad prácticamente infinita de significados, de posibilidades. Es una operación (muy “moreniana”) de escritura en la que lo poético, lo ensayístico y lo narrativo se dan la mano de una forma absolutamente natural para producir en el lector ese asombro y ese placer estético que se deriva de la aparición de una “realidad aumentada” que se superpone sobre la limitada y empobrecida visión de la realidad que el lenguaje convencional estereotipado nos ofrece en la vida cotidiana y en la mala literatura. Si bien esa escritura ha definido desde hace años el estilo de Javier Moreno, en Null Island se intensifica y se justifica teóricamente gracias a la carga metaliteraria que en obras anteriores tenía menor peso o directamente no existía. En cierto modo, esta novela (especialmente su primera parte, “Falacia”) incorpora también una “poética” en la que Javier Moreno describe su narrativa de forma casi explícita, como puede observarse en esta clasificación “sexual” de la novela: «La aplazada expectativa del lector de lograr el clímax a través de la resolución de un misterio o del hallazgo del último eslabón de una cadena causal. Así cabría concebir la novela sexual como generalidad, contrapunteada por sus dos posibles excepciones: 1.-La novela onanista, autosuficiente, aquella que no necesita un prójimo sino que se satisface a sí misma a través de una sucesión ininterrumpida de intensidades, y 2.- La novela fláccida, la novela que es una sucesión de tentativas, que quiere y no puede y que precisamente hace de su no poder su justificación y su nobleza». El empeño del narrador de Null Island es, por lo tanto, construir una novela sin personajes, cuyo foco de atención no sean entes psicológicos de ficción envueltos en acciones causales y sentimentales, sino “las cosas”. Se rebela el narrador contra la consideración del “objeto” sometido siempre, desde su nombre, a esa distancia opaca que lo aleja del “sujeto” y lo inmoviliza bajo la etiqueta de un nombre que lo define y hace transparente, es decir, invisible: «Me levanto de la cama para darme una ducha. Bajo el agua me digo que hay que ser un escritor muy perezoso para despacharse así. Darse una ducha. Como si darse una ducha no fuera un acto maravilloso digno de ocupar cien o doscientas páginas de una novela». Poniendo el foco (un foco de lente caleidoscópica o cuántica) sobre ellos, es decir, desenfocándolos para recuperar su espesor, su irreductibilidad al nombre y al uso dado por el sujeto/personaje, el autor reclama la infinita posibilidad y la infinita (in)significancia del universo. Pero, para conseguir esto, debe hacer una operación más radical, lastrada por la imposibilidad, que solo puede intuirse o practicarse en “el espacio literario”: renunciar a ser sujeto o adelgazar su dominio, que viene a ser renunciar al significado: «Es la literatura la que nos permite situarnos junto al objeto sin dejar de ser sujetos, ubicados en ese punto de vista que es la tangencia que esos territorios comparten con lo humano». La renuncia del narrador a escribir una novela con trama y con personajes, para centrarse en una novela sin personajes, que se limite a dejar todo el espacio a “las cosas”, entra de lleno en esa línea blanchotiana de la escritura como espacio de desaparición del yo y de la realidad para dejar que sea la misma escritura la que revele un espacio original de la infinita posibilidad y el infinito fracaso. En Null Island la flaccidez del pene se corresponde con la atenuación o desaparición del sujeto (el que posee al otro, al objeto): «En realidad la impotencia puede abrir un universo de posibilidades hasta ahora inéditas. Una manera más serena de contemplar la belleza, sin el acuciante e irreprimible deseo de apropiársela». Todo lo dicho anteriormente responde fundamentalmente a la lectura de la primera parte de la novela, titulada “Falacia”, pues la novela tiene otras dos partes: “Segovia” y “Null Island”, que incorporan importantes variaciones sobre la primera. “Falacia” culmina con la definitiva conversión del sujeto en objeto a través de la narración de la esposa, que lo convierte en personaje/objeto. Por otro lado, las dos partes finales pueden considerarse dos relatos en los que Javier Moreno parece querer dar al lector un “orgasmo”, es decir, un relato en el que sí hay personajes y acciones. No obstante, los dos relatos finales funcionan, como dos tiradas de dados, también como dos propuestas en las que el objeto (la chica deseable, el objeto de deseo), que intenta ser poseído por el sujeto, se hace inapresable y huidizo en dos variantes (narrativas y argumentales) que tampoco me parece oportuno desvelar aquí. O tal vez sí, pero lo haré de una forma enigmática que solo quienes ya hayan leído la novela podrán descifrar. Además, lo haré a través de una cita de Blanchot, lo cual siempre garantiza un punto de oscuridad y misterio. Decía Blanchot: «Leer, escribir, tal como se vive bajo la vigilancia del desastre: expuesto a la pasividad fuera de la pasión. La exaltación del olvido. No eres tú quien hablará; deja que el desastre hable en ti, aunque sea por olvido o por silencio». Esta máxima parece estar grabada a fuego bajo cada una de las páginas de Null Island, en la que el desastre de la impotencia es aprovechado como espacio de creación literaria y de reflexión, en lugar de convertirse en previsible narración apasionada o sentimental. Y serán precisamente, como quería Blanchot, el olvido y el silencio los sustantivos más importantes en el desenlace de los dos relatos que cierran esta maravillosa novela. Null Island (nombre que se le da al espacio de 0 grados latitud y 0 grados longitud) es, en definitiva, una novela que hace disfrutar al lector desde la primera hasta la última página. Una fiesta de la inteligencia y la observación, cuyo lema parece ser siempre la intensidad: apenas hay “prosa circunstancial”: cada frase, cada párrafo y cada página están creando imágenes, comparaciones, relatos, comentarios que convierten la experiencia lectora en una experiencia estética e intelectual en la que el autor de Alma vuelve a triunfar sobre la mediocridad o la previsibilidad. Sobre Javier Moreno decía Agustín Fernández Mallo (con quien comparte muchísimos planteamientos estéticos) lo siguiente, que suscribo palabra por palabra para terminar mi recomendación de lectura: «De cada tres frases podría hacerse un poemario entero o una novela entera, concatenación de intuiciones audaces, exigentemente poéticas, inteligentes».
MANUEL VILAS. ALEGRÍA (Planeta, Barcelona, 2019) por ANTONIO MEROÑO A esta magnífica novela del escritor de moda le viene al pelo la cita de Tolstoi, esa de que todas las familias felices se parecen y las infelices lo son cada una a su manera. Vilas perdió a su padre en 2005 y a su madre en 2014, y eso le llevó a escribir la exitosa Ordesa, que trata esas muertes y su proceso de duelo. Y ahora aparece Alegría, que no habla exactamente de cómo murieron sus padres, ahorrándonos detalles escabrosos, pero que es un lamento por su pérdida y una apología de sus virtudes, sobre todo de las de su padre.
Perder a los seres queridos es lo más jodido de la vida; perder a tus padres, por mucho que sea ley de vida, siempre te deja al borde del camino, solo, enfrentado a tus fantasmas, sin pasado y con un futuro que tú te debes construir ya huérfano y con pocos referentes. Es lo que se llama ser adulto, pero no tiene maldita la gracia. Lo que hace aquí Manuel Vilas es narrar su día a día durante más o menos un año, a raíz de su éxito novelístico anterior. En ese peregrinar por ciudades y hoteles coge su portátil e intenta ordenar su vida de huérfano recordando a sus progenitores, recordando su infancia, haciendo recuento de su pasado, de sus años junto a ellos. Así, aparecen sus años de colegio, la España de los setenta, de un niño aplicado en los estudios y en los deportes, de una familia de clase media-baja de la España de fines del franquismo, de un niño que adora a su padre, que para él ha sido un modelo, alguien intachable. Ahora, divorciado y vuelto a casar con una norteamericana, tiene a su vez dos hijos veinteañeros a los que ve poco pero adora, e intenta ser un buen padre, como el suyo lo fue con él. Es, por lo tanto, todo un recorrido sentimental por la España de los últimos cincuenta años que toca profundamente a todos los lectores de la misma generación de Vilas. Tiene muchas obsesiones, muchas manías, mucha nostalgia y mucho miedo, miedo a la muerte y miedo a la vida. Alegría es un gran libro de lo que ahora está tan en boga, la autoficción, escrito con agilidad y con una lectura apasionada. No se nota demasiado que es un encargo. |
LABIBLIOTeca
|