LA BIBLIOTECA DE ALONSO QUIJANO
Reseñas
ALFREDO RODRÍGUEZ. ALQUIMIA HA DE SER (Renacimiento, Sevilla, 2014) por JOSÉ ALFONSO PÉREZ MARTÍNEZ Entre los saberes pre-científicos destacó la alquimia. Intentaban sus practicantes transmutar en oro otros metales menos nobles —el plomo, el mercurio—. La poesía, según Alfredo Rodríguez, debe hacer lo mismo: transmutar en aurea dicta el idioma. Y a fe que lo consigue. Decía Frank McCourt que cuando descubrió a Shakespeare se le llenaba de joyas la boca al leerlo en voz alta. Es eso, es eso, el cómo se dice ha de importar tanto como el qué. Cuidado en la expresión, elección precisa de las palabras con la belleza en mente. La poesía, que salvó la vida de Alfredo, es una dama de alta cuna, y no una vulgar cortesana. Si no está bellamente adornada no es poesía. Si vamos, poetas, a escribir como hablamos, ¿para qué escribir? Hay que construir con palabras un edificio ideal, bello, humano, para consolar al hombre de la fea e inhumana realidad. Hay en este poemario ecos orientales —mandalas, chakras—, se busca el «oro espiritual», la «vida hermosa», la «playa protegida», el hermanamiento o la armonía de los contrarios, del espíritu y de la materia. El poeta es guerrero con grebas de bronce, alquimista errabundo, mensajero alado. Se celebra el cuerpo tanto como el alma, se avisa sobre la importancia de «distinguir lo fingido de lo verdadero», se aspira a una existencia “plácida y libresca”, se quiere escribir sólo si se hace bellamente («el poema será en su doradura»), como deberíamos, en un mundo ideal, hacer todas las cosas. Séptimo poemario de Alfredo Rodríguez. A veces difícil, oscuro, este libro engendra, en quien se esfuerza en adentrarse por sus meandros, destellos de conocimiento, y de reconocimiento también: sabemos que debemos ser, que en alguna parte dentro de nosotros somos ese alquimista-guerrero con grebas de bronce que vive en belleza y en armonía con las cosas. Como un ave del paraíso: en perfección o si no, nada.
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TONINO ALBALATTO. CON TODO EL BARRO DE LA VIDA (Raspabook, Murcia, 2014) por ANTONIO GÓMEZ RIBELLES La aparición de este supuesto autor italiano llamado Tonino Albalatto, nacido del bautismo de Soren Peñalver y explicada su presencia de manos del mismo Soren, Ángel Paniagua (presunto traductor) y Juan Cartagena, viene unida a Antonio Marín Albalate, o como quiera que se quiera llamar en otro momento. Heterónimo o no, los que hemos asistido al nacimiento de este nombre y su poesía, rodeado de cierto humor, no esperábamos un poemario como el que nos hemos encontrado. La parte lúdica que podíamos esperar en todo juego se convierte a la vuelta de unas páginas en algo tan personal y confesional que nos duele. Magnífico y atormentado. El heterónimo ha existido siempre como propuesta, no tanto creativa sino más bien como una manera de sujetar yoes poéticos que pudieran dar capacidad a las divergentes intenciones y personas del poeta, no como meros ejercicios creativos o retóricos, sino como necesidad de sustento a formas diversas de reflexión. Pero, ¿para qué le sirve un heterónimo, otro, a Antonio Marín Albalate? Podríamos responder que para adoptar una personalidad que, siendo suya, no sea la dominante; o para disfrazarse, para mentir protegido, relativamente, por un yo distinto, y reírse; o para ponerse máscaras de barro que se deshacen con el tiempo y las lágrimas y hablar de lo íntimo doloroso y muy cercano. Éste último es el caso ante el que nos encontramos. Sirve el sentido del barro como material de erosión y depósito, arcillas y materiales arrastrados por la actividad humana en este caso, por la vida, que cargan con un sentido de suciedad y a la vez con el sentido de lo vivido, de las cenizas que quedan tras el fuego. Pero este barro no deja de ser un deseo tras la lectura del libro. Queda claro en el epígrafe que abre el libro del poeta Leopoldo María Panero, tan querido y admirado por Antonio Marín Albalate, del que toma prestado el título: No es tu sexo lo que en tu sexo busco sino ensuciar tu alma: desflorar con todo el barro de la vida lo que aún no ha vivido. Bien usada, pues, la imagen de la máscara que utiliza Domingo Llor en la portada del libro, barro, mujer y deterioro. No podemos pensar que la aparición de Tonino Albalatto cumpla con la literalidad de la heteronimia; más bien es una máscara para contar la verdad de forma autobiográfica reservada desde hace tiempo. Surge Tonino de un limo retenido en los cajones —qué tópico éste de los cajones de los escritores, pero qué cierto en este caso, por el tiempo transcurrido—. Es una excusa propicia. Creo que Albalate ha encontrado en Albalatto la ocasión que buscaba para usar un nombre que no le protege ni le esconde, pero sí le da la excusa que a nivel personal necesitaba para sacar a la luz los poemas de los días de la ira, el material escondido que necesitaba alumbrar, y que suponemos tan o más verdadero que cuando la firma es otra. No hay variaciones estilísticas ni estéticas entre Albalatto y Albalate, como bien dice Soren Peñalver en el prólogo: «forma un conjunto más unitario de lo que en principio sospechamos». Así que las variaciones no son de ese tipo, y de hecho nos encontramos con un Antonio Marín en estado puro, con la noche, el barro, el sexo, y sus obsesiones de siempre, como la nieve, tópicos que son señales de vuelo que utiliza de manera recurrente y coherente. En este poemario se unen a la soledad, las cuatro de la madrugada, la ira y el abandono. Las variaciones son, pues, argumentales, poemas nacidos «en días de ira y tempestad». Parece que la verdad aflora del dolor que a veces cuesta dominar. Si alguien esperaba encontrar aquí algo más erótico, pornográfico incluso, se encuentra sorprendido con un libro duro, de inmersión en un yo sangrante que no se permite ni una broma, si acaso la ironía amarga, atrapado en un espacio circular de ira, soledad y angustia ante lo perdido, un abandonado en presencia de quien le abandonó y que se sentirá a su vez abandonada. ¿Qué lleva al poeta a la confesión que no pide absolución ni entendimiento, ni comprensión, porque por momentos todo se vuelve incomprensible, como la cerrazón, la violencia soterrada, la entrega al dolor de estar solo? Podríamos contestar con la cita de Verlaine que usa Juan Cartagena y que ilumina el poemario: «El arte es ser uno mismo del modo más absoluto». La necesidad de publicarlo hace creer en la verdad del artista, en la pureza de unas intenciones que se agradecen en su sinceridad desde la absoluta libertad y experiencia que le dan los años y los poemarios publicados. Abrir el dolor más personal e íntimo a la lectura de los otros no es una pose que podemos encontrar en cierta poesía dolida, no es dado este poeta a esas tonterías ni a ninguna cuando escribe, sino arte, aunque esté formado por cenizas y posos de arcilla sucia. Y hacerlo además con el convencimiento de que la escritura es el camino «para no perderse» (impresionante ‘Por donde rompe la soledad’, pág.45). No hay secciones en el libro, no hay capítulos que nos marquen el paso del tiempo, el libro es un contínuum que podría volverse un bucle perfecto, el eterno retorno de la soledad. Un gran acierto que construye el libro como unidad. No hay escenarios narrados y sin embargo entendemos el contexto de la casa, de lo doméstico, como envoltorio común a la familia, a la pareja. Pero se diría que es una casa dibujada en un suelo de asfalto, casi imaginamos a Lars Von Triers dibujando el escenario de algunas de sus películas, o como una rayuela en círculo. Es una obra de teatro que se desarrolla en una caja negra, escenario de la noche, en la que dos personas se dan la espalda, y uno de ellos habla mientras el conjunto da vueltas lentamente, echando en cara al otro, la otra, la pérdida de lo que hubo, la ausencia en compañía, la soledad en pareja y el abandono, y solo de vez en cuando apareciera algún rastro de otros personajes, los hijos, que salen y entran rápidamente, la poesía como refugio, y de fondo un reloj que marcara siempre una hora en torno a las cuatro de la madrugada, la hora más triste, «la hora de arena de un reloj parado», en la que todo acaba y vuelve a empezar. La voz que habla es, lógicamente, la del poeta (‘Ira’, pag. 41), pero teniendo a la pareja como reflejo anamórfico, «somos dos sombras apenas equidistantes / una de otra y, sin embargo, tan lejanas» el yo que es ante la otra, con la que habla, a la que reprocha, en la que se refleja, «en tus propias lágrimas me busco» (‘Como tú’, pág. 20); y cómo no, también presentes la casa y los hijos. No se habla, porque no hay que hacerlo, de las razones que llevan a estos sentimientos; la confesión no llega a tanto y se queda en una narración del sufrimiento creado, se habla de la situación provocada, no de la culpa. Antonio Marín Albalate es un poeta que nos han mostrado siempre el dominio ágil de la palabra, del ritmo y de la imagen. Y que también sabía subir a cielos y bajar a infiernos de tristeza y dolor. Pero este libro es un pozo oscuro que no deja ni un breve atisbo de salida posible, si acaso un breve reconocimiento de lo que fue y de lo que queda (‘Te escribo’, pág. 53). Los dos poemas finales muestran una intención de cierre que, sin embargo, también queda en el aire, un deseo que no se cumple, una aceptación cansada, y de nuevo la escritura; y el verso final en interrogante, duda que muestra la circularidad a la que he hecho referencia: Tranquilo, en silencio, tan solo escribiendo sentado en mi sitio: te miraré quizás un instante desde el cansancio de mi pluma. Empezaré, seguramente, a pensar en otra. ¿Daré, al fin, por concluido tu… mi libro? Seguiremos hablando de Antonio Marín Albalate porque no puede dejar de escribir aunque le duela, lo cómodo y lo incómodo, ni de tener en mente proyectos nuevos o retomar antiguos. Veremos también a Tonino Albalatto, seguro, porque tiene una entidad reflexiva poderosa. Albalate le da el poder de la palabra dominada, brillante, Albalatto pondrá una vida, a su manera y en su momento. Vale. MUSHIN AL-RAMLI. DORMIDA ENTRE SOLDADOS (Sanabel, El Cairo, 2013) por ALBERT TORÉS GARCÍA Sin lugar a dudas, la escritura de Muhsin Al-Ramli y de modo concreto, su poesía, pueden considerarse como un movimiento inmarcesible a la belleza, testimonio además de una existencia volcada a la literatura. Como norma general la obra del poeta iraquí muestra altas dosis de madurez, gran capacidad de observación y análisis certero de las rápidas transformaciones que se van sucediendo en nuestra sociedad. Pero además se da una profunda imbricación entre la creación actual y la revisión de sus tradiciones o historia. No puede permanecer la poesía ajena al dolor de la humanidad. Por ello, ha de implicarse en la historia. Irak es eje constructivo esencial pese a la cruel deconstrucción sufrida. Como explica en su novela Dedos de dátiles (El tercer nombre, 2013), trata sobre el enfrentamiento entre Oriente y Occidente, la dictadura y la democracia, la religiosidad más exacerbada frente al laicismo, la modernidad y la defensa acérrima de los valores más tradicionales, el amor y el sentimiento de venganza, lo colectivo y lo individual, lo íntimo y lo histórico. Es decir, en esas premisas hemos de enmarcar gran parte de su obra, creativa y crítica. En la novela, la dedicatoria es la que sigue: A Irak, mi cuna y la de las civilizaciones. A España, mi estación de paz después de un largo camino de guerras. Pero en el poema inicial de Dormida entre soldados, el texto titulado ‘Portada’ no deja lugar a la duda: Aparta la portada / rasca la piel de mis palabras. / Encontrarás que sus huesos; son tres / y todo lo que he escrito / fue por y para vosotros: / Tú, la muerte e Irak. Siendo, pues, el paralelismo manifiesto, en el poemario de Mushin Al-Ramli se nos propone una revisión crítica de la historia reciente de su país, una mirada planteada en términos de recuperación de la memoria, a partir de fragmentos vitales y símbolos de gran carga expresiva, entrelazándose con la esperanza universal del amor. Cierto es que la reflexión sobre la identidad y el amor no sólo van de la mano sino que constituye el punto de partida y a la vez de llegada de este magistral poemario. De hecho, son 60 composiciones, en español y árabe, que conforman un genuino relato de amor que se nutre de otras pasiones y avatares, planteando respuestas e interrogantes, basado todo en el conjunto en una perspectiva de alteridad. El poeta iraquí forma parte de lo que viene llamándose el humanismo solidario que se registra en el discurso sobre el cuerpo y la identidad que serán a la sazón medios simbólicos de denuncia y de afirmación. Las muestras son numerosas, pero el poema ‘Adiós’, emocionante, turbador y de gran belleza, cerrando el libro, conformaría una suerte de inventario poético: Adiós a una historia, / un sueño, / a un amor que hemos enterrado vivo con nuestro egoísmo / lo hemos enterrado en el cementerio de las luces de los anuncios / Adiós dicen nuestras lenguas / ...adiós a la gracia del dormir / adiós a la paz / porque ya han vuelto los soldados. El poemario Dormida entre soldados acaba de ser publicado en El Cairo por la Editorial Hispano-Egipcia Sanabel. Quisiera resaltar con especial insistencia los dos cuadros de la cubierta pintados por la pintora, poetisa y periodista iraquí Rana Jafer Yasin, reforzando ese concepto de humanismo solidario donde las raíces y la tradición completan su círculo en la aportación de la modernidad. Por otro lado, sobre su propio poemario, Muhsin Al-Ramli explicó que se trataba de «una selección de decenas de textos que había escrito sobre recortes de papeles, servilletas de cafeterías y cajas de cigarrillos a lo largo de los tres años que duró una verdadera historia de amor en la que a veces anotaba mis reflexiones y mis reacciones frente a diferentes momentos. Algunos fueron escritos en árabe, otros en español, más tarde los traduje de un idioma a otro». «Prefiero denominarlos textos, ya que no sé el alcance de su poeticidad, aunque sé con certeza el de su sinceridad, una sinceridad sobre la que cuento siempre en mi creación y en mi vida», señaló Al-Ramli antes de revelar: «Siempre anhelé escribir una novela sobre el amor, pero me encontré terminando este escrito antes de realizar el sueño de la novela. Quizá se trate en cierto modo de una escapatoria de la novela». En todo caso, sí constituye una declaración de amor en toda regla, que, dependiendo del soporte donde se escribía, se va a dirigir a la mujer amada por el empleo pronominal “tú” y también “ella”, cuando no con un sugerente “mujer”. También la unidad de unidad aparece a través de “nosotros”, a través de un léxico idealizado en ocasiones, combativo en otro, directo al corazón la mayoría de las veces. En cualquier caso, hay una renuncia expresa a la metáfora de los astros y aunque registra el uso de giros enfáticos, con el imperativo y los adjetivos posesivos, el poema se inscribe en una vertiente tan sugerente como palpable: Oh, mujer cansada de la búsqueda del amor único / y sigues sola / Toma mi corazón, una almohada / para tu corazón, que han cansado / Toma mi corazón, un cuaderno / para tu corazón, que no han entendido. Sin embargo, aunque a primera vista pudiera inscribirse esta poesía amorosa en el marco previsible de la tradición, con una naturaleza acogedora y un espacio propicio para el amor, en la línea de Baudelaire introduce una superación de esta apariencia no tanto con la intensidad adverbial de la fealdad, sino de la contradicción, la reflexión y el amor o muerte por la patria. Aludíamos al breve poema ‘Portada’ que corroboraba nuestra consideración, pero igualmente señalamos el poema central que lleva el título del poemario, ‘Dormida entre soldados’. Podría decirse que la modernidad poética reside precisamente en esa mutación de la concepción del sujeto lírico, incluso en un desdoblamiento consciente donde la alteridad, las raíces y el amor más envolvente fundamentan el campo sensual y el campo filosófico, una poesía concebida como expresión de la subjetividad pero a la vez con la voluntad sustancial de comunicar los valores universales de la tierra, la historia en definitiva. Pero en cualquier caso, «acaso no es suficiente» que el poeta despliegue un mundo de imágenes soñadas y vividas expresado por una sonoridad musical fuera de toda duda, por una inversión de términos y sentimientos, o si se quiere por una reinvención, ya que al contrario de lo que marcaría la poesía moderna, que no sería sino la cuestión de la inmediatez Muhsin Al-Ramli se detiene en la interrogación con cierta ironía y anuncia lenguaje, historia, saber, libertad restaurando en cierta manera el sujeto lírico romántico. En el poema ‘Fragmentos de estados fragmentados’, el duodécimo nos lo expresa con toda nitidez: Acaso no es suficiente que soy iraquí / para ser tan triste hasta este punto / Acaso no es suficiente que soy español / para sufrir la burocracia hasta este punto / Acaso no es suficiente que te quiero / para rechazar la superficialidad hasta este punto / Acaso no es suficiente...no es suficiente...acaso... Dormida entre soldados es el relato versal del amor de un humanista solidario a zaga de las huellas de Irak, de lo que ya no es y con la obligación moral de volver a lo que fue. No es un lenguaje digital el que aquí figura, sino la analogía de la palabra inmediata y que además se quiere racional. Una poesía inscrita en el tiempo que se lanza a la dinámica crítica y reflexiva pero con la conciencia y la certeza del poder de las palabras, con la necesidad de la soledad y las inquietudes del silencio. En el poema ‘Su silencio’: Los dos estamos solos en el bar / como si estuviera sentado sobre una mina / su silencio me inquieta más que sus palabras. Anteriormente, en el poema ‘Mi silencio’ escribía: Mi silencio no pertenece a nadie / mi silencio no es soledad / mi silencio no es un silencio / porque mi corazón y yo / hablamos de ella / y a ella, sin parar. Poesía que precisa el roce, el tacto de la piel, casi diríamos poesía que habla contra las palabras, buscando luz en el deseo, acción en el consejo, sentido en la imagen. Poemario que merece nuestra atenta lectura y que como lector quiere agradecer.
DOMINGO LÓPEZ. LLEGAR HASTA AQUÍ (Origami, Jerez, 2014) por JUANJO VÉLEZ En los poemas de Llegar hasta aquí aparecen unos cuantos hombres alojados, ya sin remedio, en la impiedad de los márgenes. Se diría que todos han tenido alguna oportunidad, pero todos la han perdido. Trenes de la fortuna que pudieron pasar fugaces, que de haber estado atentos les hubieran recompuesto la mueca despectiva, pero estaban los protagonistas de este poemario mirándose a sí mismos, bebiéndose la angustia en las tabernas, desertando de las cautelas que hacen la vida cómoda, quizá no feliz, pero algo menos horrible. Y para colmo si alguno de los hombres que aparecen en este libro consigue cierta paz, cierto sosiego, el poeta considera las migajas y se las lanza al que se creía salvado a la cara; un trabajo estable, una familia, una casa. ¿Esta era la estación de llegada? Familia, trabajo, casa, parentela (un hijo que ya me ignora). Nada de eso aliviará, en este caso al autor, que no se reconoce en ninguna de las componendas con que trata de mitigar la vida esa insoportable angustia del existencialista. Parecería, contado así, que vamos a salir de Llegar hasta aquí muy heridos, pero no, la habilidad de Domingo López como poeta y como audaz narrador, nos reconforta cuando tras alguno de sus poemas nos duele un poco al tragar. Así, de pronto anta la fatalidad de uno de sus vencidos, escribe un verso lleno de sinceridad, de ingenuidad y de hermosura --qué bien que no tenga porvenir, / se dijo, / qué bueno que el futuro / no exista— esos paréntesis de humor, de un humor sombrío en el que, por ejemplo, un solitario festeja que haya todavía gente que se equivoque al marcar y así suene el teléfono equivocado nos permiten esbozar la media sonrisa de la comprensión unas veces, de la analogía, otras. Nos acordamos de esos personajes de Samuel Beckett en muchos de los escalofríos del libro. Y la aridez del estilo, desnudo de metáforas recurrentes y de artificios, viene a subrayar el dolor de algunos de los poemas que funcionan como fotografías fijas en las que casi siempre nos parece que hay un hombre, sentando en una silla de enea, o del más humilde de los materiales, sosteniendo entre sus dos manos el peso de su cabeza y tapando con las palmas sus ojos, como en el cuadro aquel de Van Gogh, tan estremecedor. El uso insistente de la tercera persona, con lo que el autor procura —y consigue— cierta distancia, cierta elegancia frente al paisaje de derrota que ha querido mostrarnos, dan al poemario una entidad distinta, lejana de la queja que trae, como sabemos desde Gracián, el descrédito. Y sitúan a los poemas más cerca de la crónica, incluso de la crónica fotográfica, por lo hábiles que resultan al lector las estampas dibujadas a base de versos por Domingo López en este Llegar hasta aquí. En tres ocasiones, esto es en tres poemas, Domingo López se permite el lujo de barbarizarse un poco con los sentimientos; en el que evoca revoluciones y habla de una tea ardiendo y de pasar con ella toda la noche quemando lo viejo, en el que homenajea a su dilecto Roque Dalton, donde parece llenarse de esperanza al evocarlo y el poema que dedica a un amigo suyo, donde con muy pocos versos cuenta una historia de amistad, juventud y, tal vez, de alegría que es en todo caso una alegría estupefacta. Llegar hasta aquí es un libro que leeremos muy deprisa, pero que no pondremos tan rápido en la balda de nuestra biblioteca, porque nada más acabar de saludar la poesía de Domingo López, sabemos que muy pronto, con o sin motivos, volveremos a visitar esta música de blues por donde se mecen o zozobran estos hombres solos. O tal vez estos hombres solitarios, que no es lo mismo, pero es igual.
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