V.V.A.A. EN LEGÍTIMA DEFENSA. POETAS EN TIEMPOS DE CRISIS (Bartleby, Madrid, 2014) por CRISTINA MORANO NO-ANTOLOGÍA ![]() Dedicada “con nulo afecto” a los gestores de la crisis, En legítima defensa, poetas en tiempos de crisis es la no-antología por excelencia. No se trata de un libro de la corriente de la poesía social, neo-social, ni de la poesía de la conciencia crítica, ni de ningún otro estilo, sino que se trata de un libro que acoge en sus 350 páginas a más de 200 autores de todas las estéticas, edades, géneros y calidades que puedan encontrarse hoy día escribiendo en castellano. Antología o no-antología, En legítima defensa es una instantánea del momento concreto que se vive en Europa en 2014. Quizás ese sea su mejor mérito: esa foto de familia, ese retrato del panorama poético de la crisis. Dentro de muchos años, cuando queramos saber qué hacían los escritores en esta crisis económica que aún no tiene nombre, deberemos consultar este libro. Cuando queramos saber qué pensaban del momento tendremos que consultar este libro. Y no sólo por los poemas recogidos en él, sino también por la clase de textos entregados al editor: así, sabremos quién entregó un texto inédito escrito para la ocasión, quién lo tenía ya escrito desde el principio de los malos tiempos, quién dio sólo un poema ya publicado, incluso antiguo, etc. Esta no es la primera recopilación de textos poéticos sobre la crisis llevada a cabo en España, ya lo hizo Visor hace casi dos años, lo que las diferencia son el modo de recogida de los textos: Bartleby Editores ha preferido lanzar un llamamiento a través de las redes sociales y publicar lo obtenido sin filtro. Todos los textos han sido incluidos. Su orden es el alfabético según el apellido primero del autor. Otra virtud de este libro es su actualidad, ‘periodísticamente’ hablando. Muchas veces se ha criticado la atemporalidad de la poesía en castellano, su falta de reflejos para “ponerse al día”, lo antiguo de sus temas que parecían no poder salir de la juventud perdida, el amor y la clase media. Esta vez no, esta vez se publica (a nivel nacional y con buena distribución) algo que está hecho con la pura actualidad, casi con el informativo de las nueve. En legítima defensa tiene un pequeño patrocinio de la asociación Vallecas Todo Cultura para su primera edición. Esta asociación privada también acogió una de sus primeras presentaciones en Madrid. ENFRENTADOS A LA CRISIS ![]() Me detengo en algunos poemas: María Solís Munuera aporta a la antología una revisión del cuento de Pulgarcito (pp. 305-306). La maldad de los corruptos, de los fascistas es trasladada al ogro: «Los niños se abandonan en el bosque / vaciado / de piedras». Los esfuerzos por sobrevivir de Pulgarcito perdido en el bosque son en vano: «Todo será alimento de los pájaros. / El pasto de los lirios (…) El bosque / —dijeron cuando el niño fue encontrado— / siempre tiene razón». Hasta que se revuelva el niño contra los represores: «Padre, no nos deje la tierra en nuestra almohada / (…) Padre, no tenga miedo. / Mate, por nosotros, al último gigante». Miguel Ángel Serrano escribe en ‘La copa de agraz’ (pp. 299) una elegía por el ¿futuro? «como animales en flor los tiempos de recuerdo» y un recuento breve y exacto de lo que ha pasado: «el daño en lo que fuimos y el secuestro de lo que íbamos a ser». El aire se desliza muy leve por el poema, un aire triste: «un desánimo de siglos, pasar quedo en puntillas. / Y lo peor, clama un sedicente, es que ni siquiera sabes / por qué se tuerce el hueso y te da la espalda el dios / de las cosas que importan». Una cierta ternura levanta y anima el texto en su final, convocándonos a todos: «completud de los días que pasemos escuchándonos». Marta Sanz, periodista y novelista que también ha publicado varios libros de poesía en Bartleby, responde con un poema (pp. 296) lacónico, moderno, construido con pequeñas frases que describen lo que podría ser un país en bancarrota: «Casas herméticamente cerradas con cinta aislante. / Tiendas sin luces, / y un cartel de ‘se alquila’ / en el escaparate». La miseria avanza y casi podríamos estar en la posguerra: «Criaturas que nacen / con hierros en las piernas / para ayudarse a andar». La ansiedad: «El miedo / a una vejez / pobre» determina el poema: «La reticencia a levantarse de la cama. / Las ganas de dormir». La gran Fanny Rubio nos regala un poema inédito (pp. 280) donde habla de: «Ellos, la mano de la cambiante historia». Situando así, de un solo golpe, a los jóvenes en el centro de la praxis política, cosa que ya estábamos olvidando. Un grupo de estos Ellos se divierte en la fiesta: «Asediados por tantas renuncias / mordisqueados por el tiempo dorado que ganar / están aquí, aquietados para el dulce festejo». Sutilmente, Fanny les invita a la revolución: «La tarde podría ser luz sobre los puños». Javier Rodríguez Marcos, periodista y crítico en Babelia —gracias a él descubrí a Agotha Kristof y ¡a él lo admiraba la Moix!—, recoge en un breve escrito (pp. 274) sus resueltas dudas: «Si ni siquiera sé de qué bando estoy. / De los que dan la mano / de los que cortan la mano». Representa al ciudadano normal, al que no tiene herramientas para tomar partido o para conocer la verdad, al que constantemente pregunta y duda hasta de sí mismo: «me pregunto si acaso / soy uno de los nuestros». Este final de poema recuerda a Camus: «si existiera un partido de los que no están seguros de tener razón, yo estaría en él». Jorge Riechmann, indispensable en este En legítima defensa, publica (pp. 270) una reflexión sobre la lucha de los pueblos. El autor, descorazonado y harto, se pregunta si algún día podremos dedicarnos a pensar lo que importa: «la finitud humana, / el rompecabezas del sufrimiento, / el desamparo infinito / de nuestro tener que morir». Pero no podemos «como si no lleváramos / doscientos mil años en la Tierra» porque otra vez tenemos que luchar por «qué comer mañana, (…) tramas financieras / fraude fiscal / conservar el empleo». Riechmann no le perdona al Poder «Todo nuestro tiempo malgastado / con tal primitivismo». Esa es su queja y su grito, ese círculo vicioso en que la humanidad está metida desde el comienzo de su historia ‘gracias’ a los tiranos. A base de paralelismos «La fruta y los mendigos / maduran rápido / envueltos en periódico», Javier Moreno (pp. 221-222), traza el relato de un día completo dentro de una vida común y corriente: «Recuerdo la tarde de compras. / Te gustó aquel anillo barato. Cada primavera compro / uno nuevo, dijiste». Empleado y Naturaleza se encuentran en la mañana: «De camino, en el coche, he tropezado / una carroña en medio de la carretera y / alrededor de ella, un puñado de grajos». Se reencuentran en la noche, la carroña ha sido consumida por los pájaros, el hombre ha dado sus clases en el instituto local, el poeta concluye: «los grajos y yo / cumpliendo nuestro trabajo». Como si ambas especies fueran empleados, trabajadores inscritos en la misma lista de funciones y horarios con nómina. ![]() Debemos anotar que a pesar de ser poemas en tiempos de crisis, no todos llaman a la lucha o atestiguan una protesta contra el sistema. Solo un puñado de ellos son, en puridad, poemas revolucionarios, tal y como los entendemos. Por ejemplo, entre otros, María Eloy-García (pp. 104), Teresa Domingo (pp. 101), Alberto García Teresa (pp. 126), Antonio Jiménez Paz (pp. 163), Ángel Fernández Fernández (pp. 108), Matías Escalera (pp.105), Juan Vázquez (pp.326-327) o Eva Vaz (pp. 323-324). En otra forma de lucha Antonio Orihuela (pp. 238-239) trata de advertirnos de lo parecido de nuestros tiempos con los de los nazis: «A falta de rojos, el neofascismo populista / arremetió contra médicos, profesores, administrativos (…) De ahí a la exclusión solo hay un paso / y de ahí a Auschwitz el camino está despejado». Y Ana Pérez Cañamares (pp. 247) nos propone ganar la guerra con nuestras armas inmediatas, nuestro modo de vida; sus instrucciones son: «Permitir la soledad a quien la elija. / Adoptar perros y recién llegados» pues así «Llegará el enemigo / y no entenderá nuestro lenguaje». Hay mucho en este libro de testimonio y empatía con los despojados, con las vidas alienadas de la gente común, de (como diría Miguel Espinosa) los que trabajan y aun así no ganan para el desayuno. El libro está poblado por esos hombres y mujeres decentes que cumplen con su deber (como los grajos), a los que el poeta rescata y dota de entidad contra el olvido. Así Julia Uceda con los muertos en un incendio (pp. 316), Manuel Rico con las calles de su infancia (pp. 268-269), Julio Más Alcaraz con una chica despedida (pp.195), David González con una pareja cuyo amor sucumbe bajo los malos tiempos (pp. 146-147), Guadalupe Grande anotando el sufrimiento de perros y hombres hambrientos, Juan de Dios García (pp. 123) contando la historia (en el futuro) de un anciano que guarda un terrible secreto de su infancia, Inma Luna (pp. 182) rescatándose a sí misma como sujeto de derechos tras ver atropellada su dignidad («la que nada trae, la que anda vale, la que no os sirve ya»), etc. Podría parecer inane re-dignificar a estas personas, pero no olvidemos que para el fascio los enfermos, los parias, incluso los feos son perseguibles («Toda la hez de los fracasos: los torpes, los enfermos, los feos, el mundo inferior», Madrid de corte a checa, Agustín de Foxá). Otros poemas interesantes: La rabia contenida vierte en el poema de José Mª García Martín, donde aparece el ciudadano medio cansado, que no puede más con su vida y que somos cualquiera: «Quien no ha mirado alguna vez los muros de la propia casa / pensando atravesarlos», romper algo, hacerse daño o hacer explotar algo: «quién no ha pensado en derramar la sangre», pero se reprime: «Pero / mantengamos la calma, no perdamos el juicio». Como nos ha ordenado el Poder. Emilia Conejo expone en su poema (pp. 86-87) a una mujer musulmana, Hadiya, que debe someterse a un raspado, tras un aborto porque «el feto ya ha desistido de crecer, de palpitar». Hadiya es una emigrante, su caso es el caso de muchas compatriotas suyas que calladamente hacen su trabajo sin obtener a cambio más que el estricto salario: «Quizás seis, quizás diez años ya en España. / Pueblos de sierra / donde ahora solo ellas trabajan / solo ellas hablan la lengua, / solo ellas pagan el tabaco de sus maridos / que las esperan durante el día». La autora hace hablar a su personaje, su dignidad defiende sola: «Ya soy mayor, tengo náuseas. / Con Jasmine fue igual. / Faltan el brillo, la energía, / la tarjeta sanitaria. / Si voy a urgencias aquí, me cobran». El colectivo de los emigrantes (llamados inmigrantes desde la perspectiva del país de llegada o Amo) aparece en otros autores como Bernardo Santos (pp. 293-294, usando el título del programa Españoles por el mundo) o Antonio Mª García Castillo (pp. 129). El atque amemus de Catulo es recordado en En legítima defensa como base de vida, como parapeto frente a la injusticia social: ¿cabe el amor en cuanto que plenitud y felicidad como asidero y resistencia durante la crisis?: «Amémonos como si llegase hoy / la gran melancolía / la última escena abierta» dice Alejandro Castell (pp.79). Porque «Es terrible vivir en este tiempo / mientras viene, callémonos amando» como aseguran Rafael Fombellida (pp.111-112) y José Antonio Martínez Muñoz: «justo cuando el mundo se precipita / a la barbarie, aunque no vistas de azul / ellos sí llevan trajes oscuros», pues, cómo no, estos tiempos son también los de los mitos (el Bogart de Casablanca en este caso). En este poema (pp.192-193), Martínez Muñoz expone claramente sus prioridades: primero «tus brazos y tus labios», después «el torpe sollozo del mundo». Aunque el poeta reconoce que «los años de vigor y entusiasmo se han ido / rezumando de una vasija mal sellada», todavía comprende que es posible una cierta vida plena basada en nuestro particular proyecto de vida, «mientras el mundo se va al carajo». A esta esperanza en lo propio, contrapone Héctor Castilla (pp. 78) el desamparo: mientras «todos tienen / un puñado de cosas / a las que llaman su vida», al poeta solo le queda encontrar «un edificio con la puerta abierta» para poder dormir. «La claridad o el ruido / ya me despertarán por la mañana». No la esperanza o el deber: nada más que la claridad le empuja; el nombre popular de la luz. Marta López Vilar (pp. 177), tras una fantástica cita de Yorgos Seferis, su Vaya donde vaya, Grecia me hiere, resucita a Teseo como habitante de una Grecia desolada por los recortes: «Atenas ya no existe / —herida fría, abierta de pobreza—. / Otros reyes ocuparon el trono de mi padre». Como en Homero, en Marta López Vilar el mar y los pájaros de la Hélade son signos: «Solo existía el mar, / su negrura tan honda no me enturbió / lo que veía (…) Así me lo anunciaron las aves de la costa». Aventurero, chulo (de Ariadna, principalmente) y viajero antes de fundar Atenas, Teseo vuelve al mar como emigrante. La incertidumbre de este Teseo se desliza en otros poemas, «Bienvenido a la tristeza / de los almacenes» dice Jordi Doce (pp. 100), «En medio de la guerra cotidiana / mantengo la esperanza en pocas cosas» nos advierte José Daniel Espejo (pp. 106), pero sus hijos le mueven, le hacen cantar en medio de «un suelo movedizo / que el pánico quebraba todo el rato y que gente / valiente y generosa sujetaba a su favor». Y aventura quedarse en su recuerdo con ese canto: «Y ese enigma tan leve le acompañe / e ilumine alguna parte de su vida». ESTA EDICIÓN Cuando entregue esta reseña, la segunda edición, corregida y aumentada, estará saliendo de máquinas. Muchos de los deslices que anoto aquí estarán, seguramente, subsanados. A En legítima defensa le falta un poco de unificación ortotipográfica de todos los textos (mayúsculas —o no—, de principio de verso, sangrías, etc.), aunque entendemos que esta labor se ha visto entorpecida por la amplia nómina de autores recogidos (229 en la primera edición, 233 en la segunda!) y la imposibilidad de realizar una correcta revisión de galeradas por parte de todos ellos. Lo más grave, quizás sea que los poemas sin título no llevan ningún diacrítico que anuncie su primer verso (aunque en los textos de Sergio Gaspar y de Eduardo Moga se ha extraído el primer verso y se ha colocado, tipográficamente y entre corchetes, como título). Por esta razón, nunca sabes si estás comenzando un texto nuevo o viene de la página anterior (esto es especialmente cruel en el caso de Ana Vega y Recaredo Veredas, pues el corto nombre de la autora casi desaparece en el lomo del libro). En el poema de Gamoneda no está señalado que se trate de un fragmento, cosa que sí se señala en el poema de Félix Grande. Los mismos parámetros de las citas (cuerpo menor, alienación derecha y cursiva) se le aplica a las dedicatorias o a las indicaciones de autor, aunque hay citas con comillas y otras sin ellas. El índice de la primera edición (sólo hay uno) era un absoluto caos donde títulos, primeros versos y nombres de autores se sucedían sin diferenciación, componiendo curiosidades como el “Pródigo Pablo García Casado” o la “Carta del francotirador suicida a su hija Luis Ingelmo”. Esto sí se ha corregido en la segunda edición.
0 Comentarios
Deja una respuesta. |
LA BIBLIOTE
|