ENRIQUE CABEZÓN. SÍLABAS TRABADAS (La cabaña del loco, Logroño, 2018) por MARÍA DEL PILAR GORRICHO «¿No estaba el atman dentro de él? Y aquella fuente primordial, ¿no fluía acaso en su propio corazón? ¡Habrá que encontrarla, descubrir ese manantial en el propio Yo y poseerlo! Todo lo demás no era sino búsqueda vana, extravío, confusión. […] Poco a poco fue floreciendo y madurando en Siddharta la idea, la noción de lo que realmente era la sabiduría, el objeto final de su larga búsqueda». Siddartha. Herman Hesse. Sílabas trabadas, el nuevo libro de Enrique Cabezón (Logroño, 1976), es una hoja de ruta por la cual transita la perspectiva de viajar en perfecta sincronía con ese acontecer diario donde la memoria se impregna de momentos únicos e insondables. «Los turistas no saben dónde han estado, los viajeros no saben hacia dónde están yendo». Con esta frase de Paul Theroux podemos atestiguar que todo lo que rodea al escritor en este viaje, tanto interior como exterior, cala hondo en el alma y da lugar a una bella cronología sanadora por el efecto catártico del encuentro entre lo deseado y la realidad. Con un lenguaje ceñido en la intemperie del círculo que conforma lo que somos, con los planteamientos que llegan a través del exterior, este escritor de amplia trayectoria crea una amalgama de vivencias y cuestiones que aborda con gran pericia. Porque consigue con su prosa un ritmo certero; basculando entre la narrativa y el ensayo, es fácil adentrarse en esa «movilidad discursiva» de encabalgamientos históricos con hondas reflexiones sobre el mundo del arte, de la poesía y su decadente brillo en una ciudad de provincias; de la política, de la música, del amor como obra maestra; de la guerra y su semejanza en el vértice de las ciudades; y de todo aquello que para el observador es importante, pues no en vano estamos ante un artista multidisplinar que hace de la curiosidad y el aprendizaje baluarte, tal y como señala en este párrafo: Me da miedo la gente que no se hace preguntas, que no duda nunca, sin esa posibilidad de duda no existe la autocrítica ni la mejora. Enrique Cabezón muestra una mirada retrospectiva y crítica del mundo poético intercalando anécdotas de su labor como editor, revelándonos cómo es por dentro ese discurrir de la escritura donde es importante señalar que, además de evocaciones y referencias a hechos ubicados en el pasado histórico o personal, la narración se centra, sobre todo, en el tiempo presente, y en la conquista de los recuerdos más próximos a la experiencia del viajero. Hoy la lírica se transforma y abandona sus tradicionales ítems: de la pluma o el boli Bic al teclado del Mac, del tacto del papel al intangible formato blogger, de lo improbable de ver publicado un poema en periódicos a colgar estrofas en los perfiles de la red. De ahí los cambios de registro y las oscilaciones entre narración y argumentación a causa de un giro autorreflexivo que otorga a la autofiguración, entendida como autorretrato probable, una orientación textual y estética más que subjetiva o personalista. Cobran vital importancia a lo largo de este libro, que trascurre desde el año 2014 a la actualidad, los tuits, tanto de carácter personal como los de poetas y amigos escritores, cuyo punto de vista es primordial para este autor de clara e innata curiosidad. Asimismo, las citas filosóficas y de grandes literatos, junto a artículos de opinión sobre la actualidad y noticias, conforman este libro de lectura amena, sin pretensiones de convencer al lector, donde la verdad desnuda del que escribe desde el «yo» más sincero y profundo repasa en un exhaustivo análisis esas otras caras de la moneda. Cuando la narración se interroga sobre la verdad y la certeza proyectándola sobre el pasado del sujeto mismo, en su capacidad de percepción de los demás fermenta el maridaje perfecto, que, si bien no ha de servir para cambiar el mundo, sí es útil para hacernos conscientes de que el mejor viaje es hacia dentro. Lo dijera o no Albert Einstein lo cierto es que la cita no tiene desperdicio: «Cualquier tonto inteligente puede hacer las cosas más grandes, más complejas y más violentas, pero se requiere un toque de genialidad para moverse en la dirección opuesta». Creo que la clave está en la palabra «moverse»; lo sencillo, lo cómodo, lo colaboracionista es el cinismo que nos inmoviliza y la permanente inacción ambiental. Para un artista, el contrapeso de la exultante creatividad es la frustración que suele acarrearle el resultado concreto de ésta. Anna Adell ilustra la idea de que quizá el arte exista como modo de exorcizar culpas e hipocresías sociales, y que responde a la antigua y tradicional vocación humana de encontrar un chivo expiatorio que pague por los pecados de todos. En este sentido apunta Enrique Cabezón a lo largo de todo el libro esa especie de vacuidad, manifestando ser todos y ninguno. Y, a pesar de que no le guste hablar de él, cuando habla de los demás en cierto modo ya se está mostrando. El lector agradecerá, como yo, esta apertura a corazón despejado donde la identificación es la nota dominante. Escribir constituye para Enrique Cabezón un ensayo interminable. El libro acabado, y no digamos ya publicado, es como un estreno prematuro que adolece de los defectos propios de una obra inmadura, siempre necesitada de más ensayos. El escritor nunca da por concluido un texto. Simplemente lo interrumpe y olvida para embarcarse en otro. El olvido lo libera de una asfixiante dependencia. No obstante, puede que el texto abandonado le persiga aun cuando esté trabajando en otro nuevo. La palabra, hablada o escrita, normalmente desencadena una interpretación en quien la percibe o la lee, en un proceso muchas veces inconsciente y automático. La posibilidad de concebir el impacto de los rasgos del léxico sobre la combinatoria sintáctica depende tanto de una concepción acerca de la relación entre lenguaje y pensamiento como de una concepción acerca de la clase de relación entre lenguaje y realidad, y de la innovación permanente de la que nos hace partícipes Enrique Cabezón al optar por nuevas formas gramaticales: La sintaxis es la disciplina gramatical que estudia cómo coordinar, combinar y unir las palabras para formar oraciones y sintagmas. Pienso ahora en el escritor como un camarero que dedica las horas a crear nuevos cócteles, se puede limitar a repetir las mismas combinaciones de alcoholes con jugos, frutas, mieles, cremas, leche, bebidas carbónicas, refrescos y especias e incluso desarrollar una verdadera maestría en ello. O puede buscar combinaciones innovadoras. «La misión del poeta no es salvar al hombre sino salvar al mundo: nombrarlo», nos dice Octavio Paz, y esta posibilidad que tiene el poeta de etiquetar, bautizar la realidad, es por el carácter lapidario de sus expresiones. Así, al poeta no le sucede lo que al hombre común, quien continuamente se queda a mitad de camino al nombrar la realidad; a veces lo deja quieto para asumir el mundo con la radicalidad del que todo lo puede.
En los momentos más desgarradores de la existencia está precisamente la poesía, la que anima, consuela y devuelve a la existencia esa extraña sensación de levedad; pero también en esos momentos de felicidad extrema se hace presente para precisar el estado pasajero de ésta y la necesidad de salir nuevamente a su encuentro. MIRANDO LA TAZA: en la penumbra arreglando el mundo, y reconfortando el aterido cuerpo con café caliente, confundimos, ilusos y patéticos poetas provincianos, el chispazo accidental con el mismísimo Fénix. Con el tiempo, negrura herviente y cuerpo erosionado fueron uno en el fracaso, uno a pequeños sorbos, a torpes envites. Sombra apenas, borrosa seguridad de lo que soñamos ser en múltiples alas vomitadas. Cuánto fracaso han visto estas paredes, cuánto tiempo de espera mirando la taza, llenándonos la boca de tinta, emborronándonos. Prosigue el libro en la misma línea de aunar pretérito con presente, con las grandes hazañas del hombre, que al cabo nos son otras que la vida abriéndose paso. Y en lo que da en llamar con gran acierto «El Evangelio según Helena» y «El Evangelio según Adriana» nos acerca al momento en el que sus hijas ven la luz por vez primera (la buena nueva) en unas páginas conmovedoras. Me emociona poderosamente el hecho de poder conocer más de cerca a este autor tan querido y conocido por su labor enaltecedora de la cultura (a menudo tan denostada), y sobre todo le agradezco, y a buen seguro que todos los lectores de estas Sílabas trabadas, esta apertura cabal, sincera y enriquecedora con la que nos obsequia y que les recomiendo encarecidamente.
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SONIA SAN ROMÁN. DE LA PALABRA HACIA ATRÁS. ANTOLOGÍA PERSONAL 2004-2017 (La cabaña del loco, Logroño, 2018) por PILAR GORRICHO De la palabra hacia atrás es una antología personal cuya selección ha corrido por parte de la propia autora desde una doble lectura: la de aquellos textos que la poeta ha considerado mejores, con los que más se identifica o han sobrevivido con mayor solvencia al paso del tiempo; y la de su propio punto de vista sobre la literatura, el arte y la creación poética. Así es como Sonia San Román nos explica, en una nota introductoria, la trayectoria seguida para la compilación de los versos que dan forma a este poemario y cómo, inspirándose en José Ángel Valente (De la palabra hacia atrás me llamaste, ¿con qué?), puso título a la obra. Porque la construcción de un libro implica siempre una introspección, un desplazamiento que va más allá de la palabra, y un viaje atrás en la palabra es precisamente este libro, en el que encontraremos una dialéctica impecable, nutrida de la experiencia y trascendiendo la existencia, para palpar las cosas que pasan en ella. Roberto Juarroz piensa que «la única manera de recibir una creación es crearla de nuevo; tal vez, crearse con ella», y esta premisa es la que sigue la autora en toda su producción. Ese viaje (nos sigue narrando en la nota introductoria) revela su andadura por el mundo poético desde que en el año 2002 se deshace del purismo académico sopesando otras lecturas, con las que se gestó el germen de la editorial Agosto Clandestino, y dando lugar, en el año 2004, a la publicación de su libro de poesía De tripas, corazón. Ya dijo Hölderlin que la poesía es «inocente-peligrosa-comunicante». Es «apariencia lúcida», lugar privilegiado de visión que vuelve comprensible lo que muchas veces en la vida cotidiana se nos presenta en forma confusa. (Y para quienes todo tiene el mismo olor/ el mismo sabor/ la misma forma/ les daría el frasco vacío/ como su vida…). El lenguaje es un bien que actúa a favor del poeta, y de esto sabe mucho Sonia San Román, que soslaya la palabra con la precisión que el estudio de la Filología le ha otorgado, unido esto a un profundo conocimiento del arte poético que impregna de magia lo cotidiano. San Román maneja el verbo con la contundencia de quien aproxima al lector a una fotografía manuscrita, explorando la condición humana desde el más puro existencialismo a la permeabilidad de lo reflexivo. Así, en Planeta de poliuterano se proclama vencedora de lo tedioso en esa difícil tarea que es el amor: Dejamos de citarnos en el parque/ para acabar viéndonos cada atardecer / empujando un carrito de la compra / entre estanterías repletas de lechugas. (...) Aún no sé si hemos ganado / o si seguimos jugando cada viernes / a comprar el cupón por si nos toca / el premio gordo de la convivencia. Un punto de fuga es un lugar impropio situado en el infinito, y existen tantos puntos de fuga como direcciones en el espacio. A ese punto de fuga recurre la poeta en su libro del mismo título, donde recorre la geografía del viaje en la honda inspiración de plasmar en el papel aquello invisible a los ojos que marcará la referencia. Y, puesto que viajar es lo más parecido a soñar, la poesía lucha contra el olvido. Boris Pasternack también confirma que «la poesía es la musicalidad de las cosas que discurre a ondas para recrear con la palabra imágenes visuales». Y es que la poesía aspira, igual que la fotografía, a conocer, sólo que con otras estrategias y recursos. En ésta se produce un escondido trabajo con la musicalidad de la expresión. También precisa imágenes y escenarios: la materialidad de la escritura y de la palabra lo exige. Y no existe palabra ni escritura que no se encarnen en la materialidad del discurso o del diálogo, o del texto literario. Por eso, más allá del viaje interior o la catarsis, la poeta recorre con nosotros su propio Punto de fuga, porque siempre estamos en el umbral, en la puerta entreabierta entre dos mundos, observando de reojo lo que pasa al otro lado de la puerta sin verlo bien, sin entenderlo del todo, hasta que el alma unificada reclama la hoja en blanco: Praga se inundaba aquella tarde / El Moldava se sobraba entre los adoquines de la Ciudad Vieja / Tú y yo, ajenos a todo / estalactica y estalagmita / derramando entre nosotros/ las gotas de un futuro/ clavado como una estaca / en el centro del vientre / Una voz en off en checo / anunciaba el Teatro nacional. Seguimos transitando por el libro, por el cosmos vital y el crecimiento de esta poeta que construye en su historia familiar su lugar en el mundo. Ser hija, ser madre, ser mujer, en Anillos de Saturno, posiciona y consolida a esta escritora como hacedora del verbo donde todos nos reconocemos. San Román encuentra en la poesía la posibilidad de comunión entre el género y la idea, ya que es allí donde se manifiesta el pensamiento. La expresión dentro de la obra poética tiene como propósito entablar un diálogo con el lector, en este caso el sapiencial, el lenguaje poético. Un lenguaje poético acorde a su tiempo, con imágenes contundentes. Mis dedos laten insomnes / mientras arañan briznas de sol que regalarte / Luz que calme la humedad reseca de los días caducos / Brillo que limpie el polvo injusto de los inútiles y soberbios. Las realidades más altas pueden ser expresadas de la forma más sencilla. Si no, ni son elevadas ni quien las transmite las ha alcanzado, y tan solo es apariencia lo que del poema se desprende; aparente sabiduría, aparente hondura. «La poeta es, al mismo tiempo, el objeto y el sujeto de la creación poética: es la oreja que escucha y la mano que escribe lo que dicta su propia voz. ‘Soñar y no soñar simultáneamente: operación del genio’. Y del mismo modo: la pasividad receptora exige una actividad en la que se sustenta esa pasividad». Así, y partiendo de un verso de André Bretón y plagado de metáforas e imágenes surrealistas, nace el poemario Nosotros, los pájaros. Nosotros los pájaros / no tenemos el habla / pero sí la vista / las huellas / y el vuelo alto/ Desde aquí se hermanan río y serpiente / montaña / fruto y pecho / jabalí y cazador / prostituta y sacerdote /nido caldera y barro. Esta antología que nos ocupa avanza por la realidad y la mirada de la poeta, a quien nada le es ajeno, hasta llegar a La barrera del frío; ese parapeto fragmentario del yo donde convergen las otras mujeres que la precedieron, tratadas injustamente. En este libro, aunando diversas disciplinas (como la fotografía y las obras pictóricas), indaga sobre el simbolismo y el surrealismo en un posicionamiento abiertamente feminista en los veintiún textos y veinte fotografías que lo componen, pues el feminismo no es simplemente una postura ideológica: es también una forma de vida. En otro orden de cosas, la literatura es concebida por la escritora como un acto de comunicación social en el que las prácticas discursivas tanto de producción y emisión del discurso como de su recepción y decodificación están inscritas en determinadas coordenadas históricas y sociales. Se trata de una actividad intersubjetiva, a través de la mediación del signo, del texto, del objeto discursivo, porque sus opciones han sido pocas: o emular la identidad femenina literaria heredada, o comenzar a cambiar las pautas tradicionales. Lo interesante es ver cómo la poeta ha negociado con la tradición, con frecuencia desafiando los modelos impuestos sobre su propia identidad, advirtiendo de cómo la poesía es un deporte extremo para la mujer. La poesía es un deporte extremo para una mujer que se atreve a atravesar el alambre de los funambulistas con niños en los brazos y años en la melena (...) y cuando llegue nadie apreciará su esfuerzo / sólo le dirán que dónde estaba, que llega tarde y lleva el pelo hecho un desastre. Estamos ante una poeta que deja de ser sujeto frente a los objetos, que deja de diseccionar la realidad con el escalpelo de la razón, que deja de fragmentarla para expoliarla. Una poeta que vuelve a dar palabras a las «cosas» en tanto cosas y no «objetos» haciéndose eco, en su nombrarlas, de la viviente y elocuente vibración del Ser en el temblor que las constituye, del eco del silencio del que están henchidas.
Szymborska dice que «la inspiración no es privilegio de los poetas o de los artistas», y es cierto que todos experimentamos la exaltación o la tristeza ante lo que nos pasa; mas es muy distinto sentirlo a decirlo o a saber transmitir aquello que padecemos o disfrutamos. Al leer un poema, ese poema que el azar, la curiosidad o la suerte han puesto en nuestras manos, sentimos que quien lo escribió nos conoce, que adivina ese específico sentimiento que vivimos. Y es justamente eso lo que se experimenta al leer la poesía de la riojana Sonia San Román, que finaliza este compendio con una serie de poemas inéditos o publicados en revistas. Alcanzar lo nuevo requiere de una observación poliédrica y de la aprehensión de un vasto vocabulario, y créanme que para esta escritora el milagro de la poesía es un trabajo mágico que engalana la vida en estas páginas por las que los invito a caminar en la captura de lo vivo. |
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