LA BIBLIOTECA DE ALONSO QUIJANO
Reseñas
ANTONIO CRUZ CASADO. José María «El Tempranillo» y otros bandoleros andaluces (Ánfora Nova, Rute, 2021) por MANUEL GUERRERO CABRERA Es un motivo de alegría que Antonio Cruz Casado publique sus estudios en papel. Aunque es fácil encontrar sus extraordinarios artículos en Internet, desde los blogs que llevan su firma hasta Dialnet y la Biblioteca Cervantes Virtual, es difícil deslindar el nombre de Cruz Casado del de la Literatura del Siglo de Oro, la del XVIII, la del XIX… y, por ello, con una literatura que la mayoría ha leído en papel. Dejando aparte esta última reflexión, que no aporta nada relevante a este trabajo, comentaba que don Antonio Cruz, doctor en Filología Hispánica por la Universidad Complutense de Madrid, ha sumado un libro más a las más de 350 publicaciones (entre libros, ediciones, monográficos, artículos, etc.), cifra que se dice pronto. En esta ocasión, nos brinda una selección de sus trabajos sobre otro de los temas que ha trabajado en múltiples ocasiones: el bandolerismo en Andalucía, con el título de José María «El Tempranillo» y otros bandoleros andaluces (Ánfora Nova, 2021). La obra consta de una breve introducción y cuatro estudios sobre la temática mencionada. La introducción tiene el clarificador título de «Notas personales sobre el bandolerismo andaluz: vivencias y recuerdos» es una maravillosa invitación a las páginas siguientes desde la experiencia del autor con el motivo de la tradición oral y la literatura sobre los bandoleros que había conocido desde la infancia.
Será el lucentino Francisco Esteban de Castro el bandolero protagonista del primer trabajo de Cruz Casado. Se trata de un estudio que avisa de que no se poseen datos veraces sobre el bandolero («parece como si un vendaval selectivo hubiese arramblado con todos los restos documentales del matón Francisco Esteban, de tal manera que no hemos encontrado datos fidedignos») y que lo más cercano a su vida ha de encontrarse en pliegos de cordel fechados hacia 1730, pliegos que, por ejemplo, sitúan la fecha de la muerte de Francisco Esteban hacia 1705. Seguidamente, Cruz Casado analiza otros datos que se extraen de obras literarias posteriores, por ejemplo, una novela portuguesa titulada Historia nova e verdadeira, em que se trata da vida e valerosas façanhas do mais valente Andaluz, Francisco Estevam de Castro, natural da cidade de Lucena, que tiene fecha de 1651 (como indica Cruz Casado, es errónea, pues en el interior se lee que Esteban murió en 1705) y atribuida en castellano a Miguel de Cervantes (lo que es imposible, porque Cervantes falleció antes de que naciera el bandolero). Así, tras recoger información de todas las fuentes fundamentalmente literarias, don Antonio Cruz Casado consigue trazar la trayectoria vital de Francisco Esteban de Castro, sin obviar la visión que el pueblo, o el público, tenían de él: «su figura representa un arquetipo, un mito, de libertad y de marginalidad profundamente atractivo para un amplio sector de la población». Los dos siguientes trabajos se centran en el jaujeño El Tempranillo: «La leyenda de José María El Tempranillo (Raíces literarias)» y «El mito romántico del bandolero andaluz: Los viajeros románticos y José María El Tempranillo». Ambos se complementan. Por un lado, en el primero, se explora el nombre del Tempranillo en diversas obras literarias de los siglos XIX y XX (por ejemplo, la obra teatral José María de Zumel, la novela José María El Tempranillo. Historia de un buen mozo de Manuel Fernández y González o el teatro La duquesa de Benamejí de Antonio y Manuel Machado, entre otras); por otro, «El mito romántico del bandolero andaluz…» comienza con la reproducción de la conversación entre el gobernador de Córdoba, Julián de Zugasti y el bandolero Garibaldino, hacia 1870, en que este conoce el drama Los bandidos del autor romántico alemán Friedich von Schiller ante la sorpresa del gobernador quien atribuye algunos delitos del bandolero a la fatalidad de su destino, algo que también se relaciona con el Romanticismo. Algo más adelante, en este mismo artículo, hallamos las palabras con las que varios autores extranjeros han contribuido al mito del bandolero, en especial, las de Prosper Merimée, que las publicó aún en vida del Tempranillo. No menos interesante es el último trabajo del libro, «Del trabuco a la pluma: autobiografías de bandoleros andaluces», que rompe con la idea de que el bandolero era una persona que no sabía escribir y que carecía de formación, aunque esto mismamente fuera lo habitual. Este último ensayo analiza las autobiografías de los bandoleros Juan Caballero El Lero y de Joaquín Camargo, el Vivillo; ambos de Estepa (Sevilla) y que, al parecer, pudieron llegar a conocerse, ya que, como indica Cruz Casado, «Camargo se siente muy atraído por la figura del contrabandista, del bandolero, y pretende emularlos». Lo más llamativo es el análisis del estilo de ambas publicaciones: la de Caballero es de un hombre poco letrado, con coloquialismos, frases cortas, «poco hábil en el manejo de la lengua»; mientras que la de Camargo poseen «un estilo literario muy cuidado, en ocasiones de alta calidad evocativa». ¿Quién diría que el siguiente párrafo había sido escrito por un bandolero?
Antonio Cruz Casado escribe en la introducción que los cuatro estudios del libro se relacionan con sus aficiones de la infancia y juventud, «ahora ya pasadas por el tamiz de la reflexión serena y crítica de las lejanas historias». El investigador consigue transmitirnos el afecto por dichas aficiones, así como que aprendamos aspectos atractivos del bandolerismo. Por todo esto y porque siempre se encuentra algo nuevo en una relectura, es motivo de alegría que don Antonio Cruz Casado publique su obra, fundamental para conocer mejor la Literatura, en un volumen como este José María «El Tempranillo» y otros bandoleros andaluces.
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ANDREA LÓPEZ KOSAK. ANIMALES DE COSTUMBRES (Pre-Textos, Valencia, 2021) III Premio Internacional de Poesía Juan Rejano-Puente Genil por DIEGO SÁNCHEZ AGUILAR Animales de costumbres es el primer libro que leo de la poeta argentina Andrea López Kosak, aunque tiene ya siete libros publicados en editoriales de Argentina, Chile y México. Ahora, con su publicación en Pre-Textos de la mano del Premio Internacional de Poesía Juan Rejano-Puente Genil, espero que su nombre empiece a resultar más conocido entre los lectores españoles porque, sin duda, es una excelente escritora. El libro tiene dos partes. La primera, “Hambre y amor”, es la más extensa (ocupa tres cuartas partes del poemario) y en ella crea un universo poético fascinante con una notable reducción de elementos. El paisaje humano está compuesto casi exclusivamente por la voz poética y una hija pequeña, a los que se suman recuerdos de la madre y el padre. Junto a estos personajes, está el campo, la naturaleza, un desolado llano argentino poblado de animales domésticos y salvajes que se convierten en una presencia constante. ¿El campo o la naturaleza o tal vez otra cosa? Esta pregunta de aparentemente triviales matices semánticos es, sin embargo, esencial para entender la belleza y la originalidad de Animales de costumbres. Una de las funciones esenciales de la poesía es, en mi opinión, expandir la experiencia humana, sacarla de las convenciones lingüísticas y estéticas a través de la que traducimos o experimentamos la realidad. Y, cuando pensamos en poesía (o en literatura) y en “el campo”, es inevitable que presupongamos que vamos a encontrar algo así como alguna variante más o menos actualizada del tópico de desprecio de corte y alabanza de aldea, o con una visión nostálgica de lo primitivo y lo sencillo (antes todo esto era campo) o, por el contrario, con escenas tremendistas de violencia y supervivencia. Nada de eso hay en “el campo” de Animales de costumbres. Por otro lado, la palabra “naturaleza”, nos puede hacer pensar en lo sublime, en la pequeñez y soledad del hombre frente a su grandeza, en Shelley en el Mont Blanc, o en El mar de nubes de Friedrich, o en cualquiera de las infinitas formas en que tendemos a idealizar la naturaleza, a convertir en algo místico y de resonancias divinas la contemplación de un paisaje no urbanizado. Obviamente, todo lo anterior es una reducción un poco burda, pero creo que la idea está clara: no es fácil construir una mirada original, crear algo de tanta belleza y con ese aliento de verdad que Andrea López Kosak consigue en este libro al tratar el tema de la naturaleza, sobre todo, porque no lo trata como tema. La naturaleza de Animales de costumbres no está idealizada, y tampoco está dominada o domesticada. La autora renuncia a la metáfora cuando mira hacia afuera, hacia el llano, y pasa la lechuza, la liebre, el puma, la zorra, la gata, el perro. No están humanizados esos animales y no busca definirlos con imágenes, metáforas, con una inteligencia que les dé sentido. Los animales son nombrados, mirados de forma indicativa. No los viste, ni los acecha con la red de la metáfora. Los nombra porque están ahí, son otras criaturas del llano como ella y como su hija, que respiran y palpitan bajo el signo de la intemperie y el miedo, la muerte y el hambre: «A la madrugada / gritan los gatos / placer y horror / en el mismo tono. // Al amanecer, los loros / chillan al salir de las barrancas: / la ciudad es de sal entre el rojo / de la piedra propensa al derrumbe. // Al atardecer vuelven del monte, / vuelan sobre la autopista. / Amarillos, verdes y azules se alinean / en cables de alta tensión. // A la noche nos advierte / la lechuza: quien mire su nido / abandonado por otro animal se destina / a la melancolía. // Yo escucho desde adentro, / en mi lengua: una cueva / para esta especie / de desconcierto». En este libro, el yo escucha y mira. El ser humano es una especie de desconcierto. Y la lengua es una cueva, una guarida, es el refugio que nos hace humanos pero no nos salva de la intemperie. El mayor acierto de este libro es la forma en que esa voz poética, desde ese asombro ante lo animal y ante todo lo que carece de lenguaje, renuncia a imponer su pensamiento, sus teorías, y deja en cambio que reine el silencio en la mirada: «En la ausencia de sentido, terror. / En la palma de la mano, / una plumita. // El gorrión parpadea / entre los dientes de la gata, / que me mira // a mí, / que no tengo cómo / hacerme entender».
En ese silencio hay un respeto frente a lo que no es humano que, de una forma paradójica, consigue una mayor comprensión; no solo de lo otro, sino también de sí misma, de su voz y de su lugar en el mundo. Es una comprensión que incluye, o que no excluye, el temblor, el desamparo de ser animal en la misma intemperie de esos animales sencillos e inescrutables: «Como la zorra / que a deshora / con restos en la boca / se deja ver / mirando para atrás / porque la sigue / el silencio feroz del llano, // mi ansia /cruza el campo erizado, / las púas del alambre / para masticar a gusto / su parte de intemperie». La voz poética y su hija aparecen como dos criaturas inmersas en ese mundo natural de miedo y de necesidad, de hambre y noche, de cuerpos que comen y son comidos sin palabras. Pero no se trata de una animalización del ser humano, como no hay tampoco humanización de los animales. La polisemia de “lengua” está empleada varias veces a lo largo del libro y ese rasgo de estilo responde a una cuestión esencial: la lengua como órgano animal y como código lingüístico esencialmente humano; el ser humano como animal de carne y hambre y miedo y desconcierto pero también como algo distinto, separado de ese silencio animal por el refugio y la herencia de su lenguaje: «Hija: te cuento cuentos / porque no sé / tejerte abrigos. // Mi lengua / te lame como un animal a su cría / te limpia de lo animal». Esa dualidad, ese doble linaje de la palabra y la carne como una herencia en la que no solo está su hija también se extiende hacia atrás, hacia la madre: «Te como cruda / decía mi madre, / que en cada animal veía / su posibilidad de ser / carne, cuerpo abierto con huesos /(...) Yo dejaba que me comieran / sus palabras / me deglutiera la lengua que es / mi herencia (...)». La segunda parte del libro, “Guaridas”, es mucho más breve y en ella se abandona lo animal para centrarse, precisamente, en la herencia de la familia, es decir, recuerdos, escenas de infancia, lugares y palabras de abuelos, de padres, de todo lo que constituye su identidad: «La vida es un cuento / contando en la infancia, // en la repetición / va cobrando matices». El conjunto de las dos partes forma un impresionante cuadro que tiene esa cualidad de la gran poesía: transmitir una impresión de verdad a través de la extrañeza y del misterio. El mundo y el ser humano aparecen como un misterio; pero no es un misterio ahondado de misticismo: es el misterio de lo que está dentro y más cerca, aunque inaccesible, el misterio de lo humano: «Si fuéramos gatas /ronronearíamos / ahora, // las cabezas juntas / una contra otra / u otra en una, // mi hija y yo, / gratas y confiadas / en este humano misterio». JOSÉ MARÍA ÁLVAREZ. TIGRES EN EL CREPÚSCULO. PROSAS REUNIDAS (Universidad de Valladolid, 2021) por JOSÉ ANTONIO SÁEZ FERNÁNDEZ En los últimos años, el poeta navarro Alfredo Rodríguez ha dedicado parte de su ya considerable labor literaria a publicar varios volúmenes con las esclarecedoras conversaciones mantenidas con su maestro, el vate novísimo José María Álvarez, así como a realizar ediciones antológicas de la obra del poeta de Cartagena y, con no menor trascendencia o significación a la, en buena medida, poesía épica de Julio Martínez Mesanza. A ellos hemos de añadir, últimamente, la de Antonio Colinas, de quien también ha publicado un libro de entrevistas recopiladas por el mismo poeta navarro. Sus ediciones de estos autores huyen, en general, de lo que se entiende estrictamente por academicismo, aunque a menudo sus páginas vienen acompañadas de notas vinculadas directamente al caso, más con valor aclarativo concreto que de otro tipo. Se intuye, pues, que estos volúmenes a que aludo van dirigidos más al gran público interesado y deseoso de conocer la obra de los autores citados que a los ámbitos estrictamente académicos, sin que por ello hayamos de excluir a estos últimos. Todo lo contrario. Entiendo que las editoriales y las colecciones que han publicados los volúmenes mencionados deben haber valorado estas posibilidades y ya tomaron su decisión en su momento. Trabajador infatigable, Alfredo Rodríguez nos sorprende nuevamente con una obra que compendia, en buena medida, los textos en prosa de José María Álvarez, estimando que era esta una parte de su escritura poco accesible al lector y al estudioso interesado en la obra del autor de Museo de cera. Con el entusiasmo que le caracteriza en cuantos objetivos se propone, realiza su cometido de acopio, estructuración y ordenamiento de los materiales, desvelándonos no pocos entresijos y detalles que nos ayudan a entender mejor la obra del poeta novísimo en su conjunto, así como su personalidad y no pocos aspectos de su biografía. Vida, obra y personalidad van de la mano en estos textos esclarecedores que nos acercan a un escritor que defiende la aristocracia de la cultura y la belleza, desdeña el acceso masivo a ellas y rechaza el igualitarismo, en ocasiones, con posiciones próximas al diletantismo, al dandismo y hasta el malditismo. De pocos aspectos de su existencia parece arrepentirse el escritor y, entre los principales, el haber militado en su juventud en las filas del marxismo, de cuya ideología abomina al presente como liberal convencido y desde una postura ética que aglutina sus más firmes convicciones, quien en el prólogo a La vida equivocada dejó escrito que no había nada más valioso que la libertad y la conciencia. José María Álvarez es un escritor que busca la provocación, quizás por aquello de épater le bourgeois, haciendo uso de la ironía y el sarcasmo, del humor o la bronca más o menos airada, en ocasiones. Y es además un escritor que cuida su imagen pública y que, a mi entender, no está exento de un cierto culto a la personalidad. El volumen se estructura en cinco partes bien delimitadas por el autor de la edición. La primera lleva el título de “Fragmentarium (Prólogos y crítica literaria)”, por la que vemos desfilar a Kavafis, Hölderlin, Stevenson, Thakeray, Poe, Shakespeare, François Villon, Maiakovski, Baudelaire, Eliot y hasta Unamuno. Todos ellos prólogos a sus ediciones y traducciones y alguna colaboración en revistas literarias, tal como la entrevista que contesta a la revista bilbaína Sarrico, en su número de homenaje a don Miguel de Unamuno, donde se muestra disconforme con el excesivo valor que, a su juicio, se da a la poesía del escritor vasco.
Desconcierta un tanto al lector de estos textos de José María Álvarez el contraste entre su vitalismo, su joie de vivre, sobre todo en cuanto concierne a la libertad individual, de la que es acérrimo defensor, su disfrute de la cultura (libros, pintura, escultura, música, viajes, ciudades singulares..., así como la sensorialidad o sensualidad en la degustación de los placeres cotidianos), con respecto a su pesimismo político y social, su falta de fe en el presente y el futuro de la humanidad y su asidero en los valores egregios del pensamiento mundial que alimentan sus más firmes convicciones, en las que fundamenta su profundidad y hondura como lector de muy amplios conocimientos. La segunda parte, “Fractales (Artículos de prensa, revistas literarias y programas de radio)” comprende textos aparecidos en la prensa nacional, como Diario 16, en cuyo suplemento cultural “Disidencias” colaboró entre 1980 y 1982, siempre con una voz libre y discrepante de lo políticamente correcto; una entrevista o guion radiofónico emitido por Radio Nacional de España sobre la guerra civil norteamericana (1984), así como otros aparecidos en las revistas Barcarola y Salamandria. Ya en la tercera parte, “El hilo de Ariadna (Algunas conferencias)”, se advierte en nota de que el grueso de este tipo de textos en prosa se encuentra publicado en Naturalezas muertas (1997) y La insoportable levedad de la libertad (2007 y 2019), donde destacan sus intervenciones sobre Borges, Cernuda, Cavafis, la poesía española de posguerra y la generación novísima a la que el autor pertenece, apreciándose su displicencia con respecto a la poesía social. Destaco aquí el ensayo titulado ‘El despacho del escritor como universo (Sobre lo que significa un Estudio, ese misterioso refugio, o “sagrado”, de algunos escritores)’, conferencia pronunciada en el Instituto Cervantes de París en 2014. El apartado cuarto lleva por título “La aristocracia del espíritu (Algunas entrevistas)” y aquí se recogen las realizadas por Jimmy Giménez Arnau en la revista Interviú (1983), Maricel Mayor Marsán en Baquiana (2002), la de Fernando Sánchez Dragó en el programa televisivo Negro sobre blanco (2003), la también televisiva de Rosa Belmonte (2004) y la de Antonio Otero García-Tornel en el suplemento literario Pérgola de la Cultura (2006), todas ellas muy esclarecedoras respecto a la personalidad y la obra del poeta de Cartagena. Cierra la quinta parte del libro un inédito “Diario del confinamiento (15 de marzo - 11 de mayo de 2020)”, donde el escritor va anotando, en una prosa fluida y efectiva, las impresiones sociales y políticas, pero también las vivencias personales y familiares que provocaron en él los días en que los españoles vivieron estrictamente confinados en sus domicilios debido a la pandemia que aún nos acosa. En el “Epílogo”, firmado por José María Álvarez en Villa Gracia, el 13 de abril de 2021, el escritor muestra sus reticencias iniciales a la propuesta de Alfredo Rodríguez de recoger este tipo de textos con vistas a su publicación. Pero el rigor mostrado por el navarro en sus cuatro entregas precedentes sobre conversaciones mantenidas en París y Venecia, así como la entrega y amistad vinculadas a su obra y a su persona, sobradamente demostradas, le terminaron de disuadir una vez recibido el libro y a la vista del resultado. ALEŠ ŠTEGER. EL LIBRO DE LAS COSAS Y LOS CUERPOS (Arlequín, México, 2014) por CRISTINA MEZA OLIVARES
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