SONIA SAN ROMÁN. DE LA PALABRA HACIA ATRÁS. ANTOLOGÍA PERSONAL 2004-2017 (La cabaña del loco, Logroño, 2018) por PILAR GORRICHO De la palabra hacia atrás es una antología personal cuya selección ha corrido por parte de la propia autora desde una doble lectura: la de aquellos textos que la poeta ha considerado mejores, con los que más se identifica o han sobrevivido con mayor solvencia al paso del tiempo; y la de su propio punto de vista sobre la literatura, el arte y la creación poética. Así es como Sonia San Román nos explica, en una nota introductoria, la trayectoria seguida para la compilación de los versos que dan forma a este poemario y cómo, inspirándose en José Ángel Valente (De la palabra hacia atrás me llamaste, ¿con qué?), puso título a la obra. Porque la construcción de un libro implica siempre una introspección, un desplazamiento que va más allá de la palabra, y un viaje atrás en la palabra es precisamente este libro, en el que encontraremos una dialéctica impecable, nutrida de la experiencia y trascendiendo la existencia, para palpar las cosas que pasan en ella. Roberto Juarroz piensa que «la única manera de recibir una creación es crearla de nuevo; tal vez, crearse con ella», y esta premisa es la que sigue la autora en toda su producción. Ese viaje (nos sigue narrando en la nota introductoria) revela su andadura por el mundo poético desde que en el año 2002 se deshace del purismo académico sopesando otras lecturas, con las que se gestó el germen de la editorial Agosto Clandestino, y dando lugar, en el año 2004, a la publicación de su libro de poesía De tripas, corazón. Ya dijo Hölderlin que la poesía es «inocente-peligrosa-comunicante». Es «apariencia lúcida», lugar privilegiado de visión que vuelve comprensible lo que muchas veces en la vida cotidiana se nos presenta en forma confusa. (Y para quienes todo tiene el mismo olor/ el mismo sabor/ la misma forma/ les daría el frasco vacío/ como su vida…). El lenguaje es un bien que actúa a favor del poeta, y de esto sabe mucho Sonia San Román, que soslaya la palabra con la precisión que el estudio de la Filología le ha otorgado, unido esto a un profundo conocimiento del arte poético que impregna de magia lo cotidiano. San Román maneja el verbo con la contundencia de quien aproxima al lector a una fotografía manuscrita, explorando la condición humana desde el más puro existencialismo a la permeabilidad de lo reflexivo. Así, en Planeta de poliuterano se proclama vencedora de lo tedioso en esa difícil tarea que es el amor: Dejamos de citarnos en el parque/ para acabar viéndonos cada atardecer / empujando un carrito de la compra / entre estanterías repletas de lechugas. (...) Aún no sé si hemos ganado / o si seguimos jugando cada viernes / a comprar el cupón por si nos toca / el premio gordo de la convivencia. Un punto de fuga es un lugar impropio situado en el infinito, y existen tantos puntos de fuga como direcciones en el espacio. A ese punto de fuga recurre la poeta en su libro del mismo título, donde recorre la geografía del viaje en la honda inspiración de plasmar en el papel aquello invisible a los ojos que marcará la referencia. Y, puesto que viajar es lo más parecido a soñar, la poesía lucha contra el olvido. Boris Pasternack también confirma que «la poesía es la musicalidad de las cosas que discurre a ondas para recrear con la palabra imágenes visuales». Y es que la poesía aspira, igual que la fotografía, a conocer, sólo que con otras estrategias y recursos. En ésta se produce un escondido trabajo con la musicalidad de la expresión. También precisa imágenes y escenarios: la materialidad de la escritura y de la palabra lo exige. Y no existe palabra ni escritura que no se encarnen en la materialidad del discurso o del diálogo, o del texto literario. Por eso, más allá del viaje interior o la catarsis, la poeta recorre con nosotros su propio Punto de fuga, porque siempre estamos en el umbral, en la puerta entreabierta entre dos mundos, observando de reojo lo que pasa al otro lado de la puerta sin verlo bien, sin entenderlo del todo, hasta que el alma unificada reclama la hoja en blanco: Praga se inundaba aquella tarde / El Moldava se sobraba entre los adoquines de la Ciudad Vieja / Tú y yo, ajenos a todo / estalactica y estalagmita / derramando entre nosotros/ las gotas de un futuro/ clavado como una estaca / en el centro del vientre / Una voz en off en checo / anunciaba el Teatro nacional. Seguimos transitando por el libro, por el cosmos vital y el crecimiento de esta poeta que construye en su historia familiar su lugar en el mundo. Ser hija, ser madre, ser mujer, en Anillos de Saturno, posiciona y consolida a esta escritora como hacedora del verbo donde todos nos reconocemos. San Román encuentra en la poesía la posibilidad de comunión entre el género y la idea, ya que es allí donde se manifiesta el pensamiento. La expresión dentro de la obra poética tiene como propósito entablar un diálogo con el lector, en este caso el sapiencial, el lenguaje poético. Un lenguaje poético acorde a su tiempo, con imágenes contundentes. Mis dedos laten insomnes / mientras arañan briznas de sol que regalarte / Luz que calme la humedad reseca de los días caducos / Brillo que limpie el polvo injusto de los inútiles y soberbios. Las realidades más altas pueden ser expresadas de la forma más sencilla. Si no, ni son elevadas ni quien las transmite las ha alcanzado, y tan solo es apariencia lo que del poema se desprende; aparente sabiduría, aparente hondura. «La poeta es, al mismo tiempo, el objeto y el sujeto de la creación poética: es la oreja que escucha y la mano que escribe lo que dicta su propia voz. ‘Soñar y no soñar simultáneamente: operación del genio’. Y del mismo modo: la pasividad receptora exige una actividad en la que se sustenta esa pasividad». Así, y partiendo de un verso de André Bretón y plagado de metáforas e imágenes surrealistas, nace el poemario Nosotros, los pájaros. Nosotros los pájaros / no tenemos el habla / pero sí la vista / las huellas / y el vuelo alto/ Desde aquí se hermanan río y serpiente / montaña / fruto y pecho / jabalí y cazador / prostituta y sacerdote /nido caldera y barro. Esta antología que nos ocupa avanza por la realidad y la mirada de la poeta, a quien nada le es ajeno, hasta llegar a La barrera del frío; ese parapeto fragmentario del yo donde convergen las otras mujeres que la precedieron, tratadas injustamente. En este libro, aunando diversas disciplinas (como la fotografía y las obras pictóricas), indaga sobre el simbolismo y el surrealismo en un posicionamiento abiertamente feminista en los veintiún textos y veinte fotografías que lo componen, pues el feminismo no es simplemente una postura ideológica: es también una forma de vida. En otro orden de cosas, la literatura es concebida por la escritora como un acto de comunicación social en el que las prácticas discursivas tanto de producción y emisión del discurso como de su recepción y decodificación están inscritas en determinadas coordenadas históricas y sociales. Se trata de una actividad intersubjetiva, a través de la mediación del signo, del texto, del objeto discursivo, porque sus opciones han sido pocas: o emular la identidad femenina literaria heredada, o comenzar a cambiar las pautas tradicionales. Lo interesante es ver cómo la poeta ha negociado con la tradición, con frecuencia desafiando los modelos impuestos sobre su propia identidad, advirtiendo de cómo la poesía es un deporte extremo para la mujer. La poesía es un deporte extremo para una mujer que se atreve a atravesar el alambre de los funambulistas con niños en los brazos y años en la melena (...) y cuando llegue nadie apreciará su esfuerzo / sólo le dirán que dónde estaba, que llega tarde y lleva el pelo hecho un desastre. Estamos ante una poeta que deja de ser sujeto frente a los objetos, que deja de diseccionar la realidad con el escalpelo de la razón, que deja de fragmentarla para expoliarla. Una poeta que vuelve a dar palabras a las «cosas» en tanto cosas y no «objetos» haciéndose eco, en su nombrarlas, de la viviente y elocuente vibración del Ser en el temblor que las constituye, del eco del silencio del que están henchidas.
Szymborska dice que «la inspiración no es privilegio de los poetas o de los artistas», y es cierto que todos experimentamos la exaltación o la tristeza ante lo que nos pasa; mas es muy distinto sentirlo a decirlo o a saber transmitir aquello que padecemos o disfrutamos. Al leer un poema, ese poema que el azar, la curiosidad o la suerte han puesto en nuestras manos, sentimos que quien lo escribió nos conoce, que adivina ese específico sentimiento que vivimos. Y es justamente eso lo que se experimenta al leer la poesía de la riojana Sonia San Román, que finaliza este compendio con una serie de poemas inéditos o publicados en revistas. Alcanzar lo nuevo requiere de una observación poliédrica y de la aprehensión de un vasto vocabulario, y créanme que para esta escritora el milagro de la poesía es un trabajo mágico que engalana la vida en estas páginas por las que los invito a caminar en la captura de lo vivo.
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SONIA SAN ROMÁN. LA BARRERA DEL FRÍO (Suburbia, Gijón, 2017) por JESÚS CÁRDENAS CONSTRUIR LA IDENTIDAD Trazar el camino entre la razón y la memoria y esforzarse por alcanzar la propia identidad es la tarea a la que se enfrenta Sonia San Román en una entrega donde veintiún textos conviven en alianza con veinte fotografías en blanco y negro. La autora logroñesa no se resiste a realizarse continuamente. Su andadura poética transita por varias editoriales independientes de nuestro país. Así, iniciaba su trayectoria poética con el cuadernillo De tripas, corazón (Ediciones del 4 de agosto), al que le siguieron los libros Planeta de poliuretano (Crecida, 2005), Punto de fuga (Eclipsados, 2008), Anillos de Saturno (Baile de sol, 2014), Nosotros, los pájaros (Gabriel Viñals) y ahora La barrera del frío. A pesar de ello, su voz aparece en multitud de antologías poéticas. Además de creadora, San Román es profesora, editora y correctora para Ediciones del 4 de agosto. Mientras algunos sueñan, Sonia se dedica a recoger toda la tensión e intensidad que le propone la vida. Mirar la vida no como acopio o mera constatación sino como un modo de tensión, como un mecanismo que nos remueve, por eso necesitamos comunicarnos con el mayor brío posible. La forma de mirarse adentro y mostrarse a los demás es su forma de concebir el discurso poético desde la moral, la solidaridad y la ternura. El título de este libro se origina, realmente, fruto de un juego textual rico, a base de fragmentar la realidad y desdoblarse en pos de descubrir su yo, en el poema ‘Sonja’: Mi padre las llama la barrera del frío. Y son también frontera entre él y yo. Son frontera entre Sonja y yo. Son frontera entre ellos y nosotras. El discurso poético de San Román reside en la contemplación perpleja de mirar la realidad. Ella no es solo ella sino el compendio de muchas otras mujeres, como se deja entrever: «Maestra constructora de murallas internas que mira al suelo y excava precipicios. […] Como cualquier mujer. / Como tú, por ejemplo». Antes de que el lector se lleve a engaños, la poeta logroñesa declara su poética: «La poesía es un deporte extremo para una mujer que se atreve a recorrer el alambre de los funambulistas con niños en los brazos y años en la melena». De este modo, y con motivo del desfase del trato que se incurrió en nuestro país, Sonia cruza la línea, esa barrera orgánica, al dar cuenta del trato dispensado a la mujer, siempre laboriosa y siempre tachada de culpable ante la daga herrumbrosa de los usos y costumbres de una época anterior. Con el deseo de formular su yo, nos adentramos sin tapujos a través de varios títulos a reivindicar la perspectiva femenina (‘Mujer ante el espejo’, ‘Las brujas duendinas’ o ‘La bebedora de absenta’) y en el interior de una madre, que se niega a dejar de sentir, como puede leerse en varios poemas, ‘La autómata’ o ‘El paseo en barca’, entre otros. La distancia entre la infancia y el tiempo presente que vive «separa a la mujer de los chiquillos» (en ‘Hallowen’) y «me alejo de la que fui / o de la que esperaba ser» (en ‘El paseo en barca’). Temor tras temor los humanos construimos capas que, en ocasiones, sirven para distanciarnos de la realidad más chapucera; pero, en ocasiones, nos pone un límite invisible que cuesta atravesar donde los miedos no se fingen («Nadie dijo que crecer no dolería», en el poema ‘Mujer marcada’). Horadar cada capa hasta destruirla no es tarea fácil, no sin temblor, no sin dudar… La primera es la interior («Dentro: un soplo que cruje, zozobra y espectros», en el poema «Halloween»), la más reveladora, la que se conecta en secreto con lo natural. Pero todo tiene un coste: la ruptura con la inocencia, la resistencia de la culpa, el dolor, como se deduce del poema ‘Las niñas de las lunas encendidas’: Con catorce años una niña no distingue un bote repleto de pastillas de caramelos balsámicos, pero ya sabe de dolores e intuye en la muerte una puerta abierta a la anestesia. Nunca dolería tanto el desamor. El lenguaje está enriquecido por imágenes y metáforas, pero eso no supone ninguna complicación en su entendimiento, incluso cuando toma el tema bíblico de Judit, en el poema ‘Judit decapitando a Holofernes’. Cuando más lirismo percibimos y mayor consecución del ritmo apreciamos es en ‘Las estaciones’, mediante versos largos nominales consigue imágenes visuales que nos conmueven, como ocurre al nombrar la primavera: «la receta de las torrijas entre las notas de un poema». También la poeta se permite la ironía, los juegos de palabras, la crítica moral: un modo de provocar al lector como el que entra en la dialéctica de los argumentos y refutaciones. Escribía Charles Simic en Una mosca en la sopa:
hay una verdad que se percibe con los ojos abiertos, y otros a la que se accede con los ojos cerrados, y a veces estas dos verdades no se reconocen cuando se cruzan por la calle. De ahí que enfrentarse a lo que tenemos delante e imaginar otro mundo sean momentos paralelos, espacios que se bifurcan en los que resulta complicado transitar. Despertar y hacerse un hueco no es para gente que contempla, sino que hace porque suceda por numerosas zonas de sombra que puedan existir. Ese es el desafío: mirar cara a cara sin salir huyendo. En suma, la poesía de Sonia San Román hace de La barrera del frío uno de esos libros que no puede pasar por alto, porque nos ofrece un espacio para encontrar y encontrarnos; un poemario de la intuición y del asombro ante el que cabe construir una identidad para, después, desvelarla. En cada poema el lector hallará una clave, una señal, alguna explicación acerca del pasado y de su destino. |
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