LA BIBLIOTECA DE ALONSO QUIJANO
Reseñas
TATI SOLARI BOSCH. CASI, YO (Barnacle, Buenos Aires, 2023) por PABLO QUERALT VIVIR EN LO IMPRECISO Construir una arquitectura de la trama que cuenta el mundo de los sentidos y sentimientos de la vida que se vive, es el arte de Tati Solari Bosch en el transcurrir de Casi, yo. La amistad, la hermandad, salen a la luz en casi escenas que son realidad, un viaje, una road movie en definitiva una bonanza de lo que sucede más allá de golpes y tragedias, un encontrarse en el transcurrir por Madrid, Mar del Plata, Buenos Aires, en la sensualidad de los cuerpos llenando un vacío, el de existir y de qué hacer con la existencia. Una novela de amor está en la existencia de este relato, de vivir en lo impreciso y de la toma de decisiones, todo ese proceso que vive la protagonista, también su capacidad de dejar los pensamientos negativos para llevar una vida intensa de un fuego intenso que no se puede dejar de mirar y a su vez enciende. Así somos protagonistas en la lectura como testigos de lo íntimo que sucede. En definitiva, nos hace cómplices de que escribir es un viaje que puede llegar a cualquier destino. Eso nos propone la autora: el asunto es la imaginación con que lo encaramos, una actitud presente en todo movimiento. Al fin, una novela de amor por debajo de todo en una realidad permanente. Una cadencia de relatos, y sucesión de acontecimientos, existencias de personas que no hacen diferencia entre el relato natural y la novela en esa transparencia de vida y de verdad de las cosas que se han vivido y otras que se han visto y oído que van y vienen entre pensamientos y observaciones que se prolongan en un infinito sembrado. Una visión de la felicidad del presente acunada en las sombras del pasado.
Como muestra, este fragmento: (...) Miro mi vida, lo que ayer fui y lo que transité hasta aquí. Logré salir de mí, transformarme, disolver esa esencia, juntar las partes y aceptar mi nuevo entramado. Estoy entera, me aglutino, me encuentro. Me reconozco conforme con lo que veo. Quedó atrás ese tiempo en el que fui otra. Llegué a casa un par de horas después de escuchar el mensaje. Su llamado me había llegado en plena calle. Abrí la puerta y Teo vino a saludarme ladrando, feliz de verme, incondicional. Ya era muy tarde, no tenía fuerzas ni ganas de empezar una conversación. Decidí devolver el llamado en otro momento, o a lo mejor, nunca.
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ANA ARZOUMANIAN. NADA DE LIRISMO (Barnacle, Buenos Aires, 2023) por PABLO ATILIO SIERRA CÓMO SERÁ MI SABOR Nada de lirismo va y viene entre tres vértices, tres campos de batalla: el peronismo, la tierra prometida con sus montes de muertos, y el sexo. El sexo es violencia, opresión, canibalismo ritual. Pero es también (o tal vez por eso mismo) placer desenfrenado. «Busco su sangre. Ahí donde la retiene. Ahí donde la sangre se endurece». Policías de la moral y la cordura, abstenerse por favor.
Un relato que deviene poesía o una poesía que se estira en un relato. Prosa poética le dicen, pero es otra cosa. Es revancha, es tristeza que alimenta un fuego, un himno marcial para asaltar el cielo o inmolarse para no sentir: «El papel de forro araña ocultando un libro sobre Ulrike. Ella, de sobrenombre Anna. No la chica yo: Ana. Ella, disponiendo su acto preparatorio, escribe con su vida que la política llega desde el arma. Y yo midiendo mi propia tumba. Midiendo mi propia tumba, callada». Una prosa política que no da respiro, no tiene capítulos, descansos. Quiere romper al lector de tanto no darle tregua. Si está buscando distraerse, no lea a Ana Arzoumanian, la armenia desgarrada. Girones de su vida salpican su escritura, la tiñen de rojo. Alerta. No hay postura cómoda para leer estos versos: el papel es tierra minada, cuerpo amado que hace daño. Ana escribe sobre su derecho a olvidar, ese derecho imposible de ejercer: la letra muerta del olvido que cae sobre el papel amarillo como lágrimas, sangre, gotas de semen: «Nombraré cada cosa. Diré todo. Escribiré sobre la fábrica, sobre Padre y los negros de mierda. Escribiré sobre los restos quemados del desierto de Siria para olvidar los restos». Es mejor que no la leas. Te podés calentar leyendo que la chica yo no se depila las piernas porque un hombre le dijo que el cuero con pelos es más delicioso («pienso en cómo será mi sabor»), o que se queda muda ante el carnicero que le prepara la picada para el chikefte y se la muestra, igual que el otro, el que no se nombra, le muestra su carne en el espejo cuando se la saca. «No quiero que sobrevivamos a esto». Leé otra cosa que no te caliente, que no te aniquile en el sol del desierto, tan lejos de un hogar donde también empiezan a apilarse los muertos sin nombres, sin tumbas: «Padre hacía silencio solemne cuando escuchaba que habían abatido a un guerrillero. No pensábamos, ni él ni yo, que las canciones que cantábamos todos los sábados por la tarde, alabando a los fedaí con los puños en alto y alzando la voz, eran dar las vivas por un subversivo en… otra lengua». Olvidar es un esfuerzo destinado a caer en saco roto, en escroto desvencijado. Escribir, una forma de modelar el dolor como belleza. De acariciar con ternura el cuerpo (masculino) del caníbal filicida. Ana Arzoumanian se anima a desgarrarnos los párpados con detonaciones brutales de poesía, nos recuerda lo humanos que son nuestros cuerpos abiertos como flores violetas, cadáveres bajo el sol marchando. EMILIANO SCARICACIOTTOLI. GUSANOS (Barnacle, Buenos Aires, 2023) por MARCOS HERRERA EL ALEPH RABIOSO Los clásicos de la literatura argentina del siglo XIX fundaron una gran línea temática que atraviesa, en mayor o menor medida, hasta hoy, todas las obras que se producen: civilización y barbarie. Sarmiento, Echeverría y, con su estilo elegante, Mansilla instalan esto como motor narrativo inagotable.
Hay que decir que la barbarie fascina con la potencia de “lo otro”, lo extraño que siempre es una amenaza. Yendo a Freud: lo siniestro: lo familiar que se vuelve extraño y peligroso. De entrada, en Gusanos, Emiliano Scaricaciottoli presenta tópicos aberrantes, fascinantes y muy conocidos: fascismo (antisemitismo), prostitución, contrabando, droga, pedofilia, barras bravas («La negra aprovechó, como todas estas inmigrantes inmorales y traicioneras, para escaparse con barra brava de All Boys que ya le había prometido asilo, una comida al día y dos o tres clientes de Floresta»). El mal. Sus brillos y su negrura. (Se podría decir que sin oscuridad no existen los brillos). Ahora, quisiera destacar el estilo. Es fluido, muy plástico. Con imágenes que desfilan como lo hacían por las pupilas del jefe drogo de La naranja mecánica cuando lo reeducaban obligándolo a ver. Esto en consonancia con una combinación rítmica que combina oraciones cortas o más largas. Siempre precisas. Controladas como con un estetoscopio y cortadas con un bisturí. Por último, la estructura. Siete capítulos (¿las siete plagas?) de cuatro hojas cada uno, salvo el sétimo, de cinco. Cada uno titulado con el nombre propio de los personajes protagonistas: 1) Juan José Wolff, 2) Quimey “Rully” André, 3) Vicente Viloni, 4) Maite Becker, 5) Juan de Dios Inmaculado, 6) Jefferson “Granizo” Molinas, 7) Sheyla Ly Arana. Como Vemos Dios está en el 5 y no en el séptimo descansando. Ah, y los nombres propios: Guillermo Moreno, Seineldín, Gómez Centurión, Sarlo (o sea Walter Benjamin explicado por Sarlo), Santiago Maldonado. Y, encima, la palabra “todes”. Y la ministra Eloísa Basualdo, a cargo del Instituto contra la Transfobia y la Violencia de Género de la provincia de San Juan, la primera burócrata trans de nuestro país. Gusanos es un Aleph y también un crisol. En el sentido en el que se usa este término en filosofía: el lugar donde interactúan y se unen diferentes ideas, personas, nacionalidades y culturas dando lugar a una síntesis de todas ellas. ¡Y qué síntesis! ALBERTO CISNERO. LOS DADOS DE LA MUERTE (Barnacle, Buenos Aires, 2021) por JORGE AULICINO PADRE, TU EPITAFIO SOY Para ser el contraluz de Rubén Darío no basta con haber visto una osamenta. La vista debe de haberse cansando de ver huesos que conservan, en el viento y el polvo, un cierto afán de orden natural. Alineaciones, como versos heteróclitos, con o sin rima sonante o asonante. Exprofeso, Alberto Cisnero usa y abusa —el abuso es una estrategia— de la no puntuación. Al punto aparte o seguido, siguen minúsculas. Se diría que quiere simular una ordenada marcha de hormigas o el acomodo en filas más o menos parejas de unas vértebras ínfimas de animales. El contraluz de Darío somos todos aquellos que escribimos desde los 40 o menos. Antes, no se trataba de contraluz sino de disputa de paisajes; de ansiedad canalizada en la competencia: dichoso el árbol [...] apenas sensitivo. Pero Cisnero es, se diría, el contraluz más ajustado a su función, por el momento. Poesía proletaria. ¿Cuántos crímenes se cometieron en tu nombre? Una nueva cultura no se forma sino con el armazón, incluso los modos, de la anterior. No es tampoco un paisaje incrustado a braguetazos, a golpes sanguíneos y sanguinolentos en la “otra”. Porque la “otra” no necesariamente está muerta ni necesita nuestro sudor, lágrimas u otro fluido para revivir o transformarse. Poesía proletaria es apropiación y expropiación de un campo simulado, como estas estrofas visualmente cuadradas de cada poema. Pero es poesía que no ignora el desconcierto, el desconocimiento, el silencio de la herramienta. Es por eso que le escribe a un padre que no sabe si conoció y, en valiente analogía, lo equipara a la página en blanco sobre la que esparcirá sus huesos. Es por esta herencia, por esta gravitación del padre ignoto, admirable e incomprensible —por este vacío que la palabra debe recorrer— que la poesía de Alberto Cisnero es escueta, con resonancia arcaica y criolla, esencialmente fronteriza, suburbio de pasto amarillo y chaperío. Una poesía collar de huesos para invocar la deidad. O para llevarla como reliquia, astillas de una cruz. Cisnero deviene el fantasma de su padre. Este libro revela precisamente los ancestros y motivos de su estrategia. Es la clave de toda su poesía, prolífica y decidora de silencio, valga la contradicción creadora. Esta contradicción es su nudo. Y este nudo emite la escala musical de su obra.
PAOLA ESCOBAR. LAS COSAS TAL Y COMO SON (Barnacle, Buenos Aires, 2022) por RODOLFO EDWARDS NOMBRAR LO INVISIBLE Un antiguo refrán rezaba: «al pan, pan, y al vino, vino», no dejando lugar a la vacilación hermenéutica. Paola Escobar construye sus poemas con un procedimiento similar: llama a las cosas por su nombre, tal y como son, prescindiendo del truco de la metáfora, en pos de la honestidad de la transparencia. Con una lupa de gran aumento, Escobar logra percibir hasta las moléculas esparcidas por el aire, percibe el aura de los elementos que nos rodean (¿amenazan?) en el trajín cotidiano, armando coreografías inquietantes. Sólo la verdadera poesía tiene la llave para descubrir esos pequeños milagros, esas minucias que están ahí, oscurecidas por la rutina. Se requiere de una mirada muy atenta y de una enorme sensibilidad para percatarse de los movimientos casi imperceptibles que hacen los árboles, los perros, los seres anónimos que conviven con nosotros y con los que tal vez nunca crucemos palabra, pero están ahí como parte de nuestra vida, fondo, trasfondo, pasillo, corredor por donde caminamos incesantemente, tratando de vivir.
ALBERTO CISNERO. EL MOVIMIENTO OBRERO GRANIZADO (Barnacle, Buenos Aires, 2019) por DIEGO L. GARCÍA EL MOVIMIENTO CONTRARIO Escribir para dar cuenta, para decir un sujeto en un lugar y en un momento, para decir la voz de éste, el pensamiento, un modo de ver. Escribir todo eso junto, en un ritmo sintético y notar que ese yo ya no es. Que no es pero está. Una huella posible requiere (en una instancia a la que no asistimos) un léxico fuera del tono de espera de la época y por ello mismo capaz de interpelar lo que está dicho. Volvemos, entonces, a poner en duda el comienzo: ¿escribe, Cisnero, para dar cuenta? En todo caso, con los mecanismos expuestos el dar cuenta no puede referir a una cámara televisiva sino a una interferencia en el discurso de los acontecimientos. El movimiento obrero granizado tensa lo que post 2001 grafiteaba el aire del conurbano, las pantallas de TV y el zumbido de las esquinas. Digo tensa porque absorbe, desubica y organiza en un granizado espeso que no es reproducción. Cisnero no es el-jugador-del-pueblo que arenga una voz compartida para ascender al texto y a la impresión (impresión, también en este otro sentido, de parecer y compartida pero tanto, saturada, tanto, que se vuelve su propia parodia). Lo que hace este libro está más cerca de la acción que del espectáculo.
no hay prisa. allí permanece. todo iba a ser saqueado, destruido, incendiado. y a partir de cuando ya no sabés qué profiere una palabra simplemente quedate chito contemplando el tizne a través de un candil. Así empieza el libro. ¿Qué profiere una palabra? Proferir, de proferre, echar fuera, qué reparte las cartas de la literatura en medio del temblor. Una pregunta otra vez actual, otra vez desordenadora de lo-poético que pudo asentarse en años mejores. Chispas de un sujeto que profiere sus palabras sin ser el yo que solo da cuenta: en la inestabilidad de un ambiente que empieza a retroceder en sus partículas, a desintegrarse en esquirlas de un disparo que es copia fiel de otras tragedias ya vividas, lo que puede ser proferido como identidad hace el movimiento contrario y se reafirma. Se reconstituye para recuperar sus características y desde ese agujero distópico deviene discurso. En una tierra sin ley, el lenguaje es la principal arma a disposición. 27- cisnero, sin ese, un chacal. sabe qué elegir, hacia qué dirección. y cada vez más cercano, menos vulnerable, da en pensar que no morirá de tifus ni acceder pretende al cieno. aún. y encantado muy de conocerse la jeta; en el remedo de algo ocurrido hace muchos años, en la vía de la enmienda o con la negra idea del perjurio. como todos, proviene de lo que el pasado instauró y está hecho de la materia de los yerros. alude que escribir incluye equivocarse para siempre y que la mierda no se toca con la mano. léase premisas sociales, helenajes. el precio de su plato se llama el único atajo admisible es la yugular. “cisnero”, una huella que intefiere, que se incrusta en la cadena nacional del desastre. Todo su bagaje forma una coraza y se planta. Quién o qué dice, qué bestia profiere y nosotrxs ante el candil... Hablar por hablar, escribir por escribir, puede ser la elección de un bando. Y por lo general, el más fácil, es el que destruye trocando vacío por figuritas del Pato Donald. El buen saqueado; el manso ante el candil que escucha las balas y se toma el pulso. No hay otrxs, no hay territorio ahí. Eso es justamente lo que pienso por identidad, un barro compartido e irrenunciable. Cisnero sabe que es todo lo que puede juntar en un bolsito de mano. Salir luego para aguantar los palos. El club del trueque. Las disputas por el objetivismo en la mesa de Mirtha Legrand. 2004 y 2019, en el medio una obra dialéctica en pos de ciertos pliegues sin premio. En cada texto de Alberto Cisnero hay alguien que se arma y alguien que se desarma; interlocutores poco avispados que colorean fuera del dibujo, pulsos conformes con seguir el contorno de los acontecimientos, la línea punteada de pertenecer. Desarmar esas posturas (no pocas veces escrituras) no es una batalla sino una consecuencia, digna de cierta pasividad activa de un zen bonaerense, de un armado propio. Estoy cerca de escribir la palabra ética. La pienso como una afirmación del proyecto personal cuando no deja de lado lo colectivo y la justicia de abarcar sus correspondencias. No es una escritura social porque eso no existe. El compromiso está en no proferir cuando no se sabe desde dónde. Desde dónde viene el viento que empuja, el viento que retrasa, el viento que derriba. Hay alguien escribiendo por vos tu desayuno de ciudadano, no te olvides empapelarte el pecho antes de salir. RAQUEL JADUSZLIWER. ÁNGEL DE LA ENUNCIACIÓN (Barnacle, Buenos Aires, 2020) por LUCAS MARGARIT TODO PERTENECE A LA SOMBRA Cuando enunciar se vuelve una creación de la imagen nace una pregunta: ¿cómo representar el olvido y el origen? Una visión que atraviesa cada una de las palabras y crea orificios para espiar siempre ese otro lado, allí donde la naturaleza se vuelve oscura. Ver las cosas invertidas y ver cada objeto como una piedra nueva donde la sensibilidad se explaya entre la distancia y lo que no puede ser sacrificado.
El nuevo libro de Raquel Jaduszliwer se asoma siempre por esos barrancos a través de los que las impresiones se abisman y se transforman. Hay árboles, muchos árboles que estuvieron en el centro y en el origen en cada una de las creencias, pero también en los márgenes de todo Paraíso. El árbol que fue centro en ese Edén desarmado y en ruinas, un cielo aniquilado que continúa entre las sombras múltiples de las palabras. Por ello se produce la búsqueda a través de la enunciación que nos lleva por un camino con árboles diferentes y semejantes. allá donde los árboles prefieren no haber nacido árboles ni morir como árboles (p.7) las cabezas más altas que son las de los árboles lloran por los perdidos pensamientos (p.51) Los árboles que son así centro y margen a la vez de cada experiencia y de cada susurro. Árboles que atraviesan este libro para guiar a los ángeles y poder saber cuál es la palabra que los llama por su nombre. Cada cosa es necesaria para poder enunciar, aunque sea un nombre, para que ese ángel que se acerca como se acerca el silencio enuncie otra vez. Ya no puede anunciar porque no hay sucesos ni primicias... Tiene la vista dirigida hacia un pasado remoto, el pasado de la caída. ¿qué, acaso no sabías que en el origen nos atraviesa un rayo y nos perfora un orificio al centro? (p.12) Este volumen de poemas es también un libro de preguntas y cada afirmación se da no como respuesta, sino como una presencia o experiencia física, experiencia corporal, de cada imagen que se desliza frente a los ojos, como una epifanía: «aparición eterna y fugitiva / pasa un ángel de agua / resplandece», imagen que, como un haiku, se retrotrae al hábito y al fracaso de querer conocer lo eterno. Por ello los árboles son parte ineludible de la presencia que regula la eternidad. Por eso son necesarios para la palabra. Ángel de la enunciación es también un libro que expone una serie de pasajes y paisajes oscuros. Es en esta serie de oscuridades donde vemos cada una de las apariciones y donde brillan más descaradamente las enunciaciones de los declives y aciertos. Todo está dispuesto fuera del Paraíso. Todo se construye como la imagen que Caravaggio quiso recuperar del pasado y de la oscuridad: Caravaggio, que no conocía la hora ni la fecha ni circunstancia alguna de su futura muerte lo registraba todo en la tiniebla lugar de donde emergen las apariciones (p. 22) Y hablar en las oscuridades es también preguntar por cada una de las palabras que son dichas en cada verso y en cada poema. Donde no hay repetición, sino “alumbramientos” y perseverancia. ¿Quién enuncia cuando habla el ángel que se disemina como un bosque o un cadáver? Y volvemos nuevamente a pensar en aquello que tiene un nombre impronunciable, no porque no podamos decirlo, sino simplemente porque fue olvidado. Y siempre recordamos otra cosa, otra palabra, otra intuición. Así la diáspora se presenta también como el signo de que hemos dejado atrás un territorio y un lenguaje que no nos correspondían. y ese rumor larguísimo impronunciable como el nombre de dios le va dando a las cosas un aire lento de funeral antiguo (p. 51) Y así se construye un tono de tristeza que nace de girar la cabeza y observar cada paraíso y todas las herencias que se han perdido, que como cosas lejanas no dejan ni siquiera un eco donde apoyar la voz. Un nuevo credo que nace con nuevos atributos y rituales. Todo pertenece a la sombra porque ya no hay jardines, por eso Jaduszliwer recrea en diferentes tonos de luz cada palabra que se ha incendiado o cada palabra que se ha ahogado. Una enunciación y una catábasis donde nos reconocemos en los intersticios y en las grietas cubiertas del oro que ya no brilla, que se ha guardado su resplandor para observar una vez más el jardín del que se aleja. Tristeza, nostalgia y noche se entrecruzan y se juntan como rebaños en un campo desolado. Eso es lo que nos declara. En estos poemas se nos habla como huérfanos que podemos comprender ese páramo que acumula imágenes y palabras. Enunciar es esperar un eco o ver cómo cada verso se proyecta en este desierto que nos propone la poeta. De la noche es que emergen los restos de la infancia un eslabón perdido atado a lo perdido de avanzar en su agua vería el surgimiento vería salir a flote el cuerpo de la criatura ah, verla salir así brillante a la superficie reanimada fabuloso animal de las inmensidades y el olvido. (p.74) Y encontrar cómo decir es encontrar otras palabras, las que desconocemos y vamos aprendiendo en cada verso, las que están dirigidas a los callados y a las cosas que guardan el instante de la enunciación y guardan sus nombres bajo el sello de los que ya no hablan: Y era como si hablara en lenguas; no, era más bien como si hablara en una lengua muerta una lengua olvidada que se habla a sí misma o como se le habla a un huérfano o quien sabe como si nada aconteciera entre palabras sino lejos de ellas, en el mundo de las cosas lejanas las perdidas galaxias la sombra de los existentes. (p.28) El libro de Raquel Jaduzsliwer es un recorrido por aquellas zonas y círculos secretos que recuperan la voz del ángel, el que sobrevive. El mensajero que alumbra y crea sombras. Pero también es una reflexión sobre cada una de las palabras que se dispone sobre el papel, sobre cada sentido que las cosas oscurecen y olvidan. Hay una historia detrás de cada poema que resguarda el valor de la memoria y del fragmento y que busca una palabra que pueda sorprender. Una historia que nos devuelven esos “animales fabulosos” que lejos de tener o ser una palabra nos invaden como señales de una poesía en lo deshabitado y en lo nuevo. El ángel de la enunciación es un libro donde se recrean los mitos, las herencias en un teatro de sombras y en la sombra; que limita cada imagen con el sonido impreciso del mar y del murmullo. Un libro para imaginar durante la noche. |
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