LA BIBLIOTECA DE ALONSO QUIJANO
Reseñas
HEBERTO DE SYSMO. MALDITO Y BIENAMADO BIBELOT (Baile del Sol, Tenerife, 2017) por MANUEL GUERRERO CABRERA Heberto de Sysmo (seudónimo del valenciano José Antonio Olmedo López-Amor), autor de los poemarios Luces de antimonio (2011), El testamento de la rosa (2014), La soledad encendida (2015) y La flor de la vida (2016), ofrece en Maldito y bienamado Bibelot cómo el lenguaje es expresado, desde su concepción hasta su plasmación. La obra se divide en cuatro partes: Physis, Mathesis, Mimesis y Semiosis; cuatro visiones complementarias de la relación de la palabra con quien la usa y le otorga existencia. En la primera, y desde el primer poema ('Dicotomía sausseriana'), el autor nos hace reflexionar sobre su pertenencia: Esta modo de creer que somos y decimos. Este acopio de signos sin ternura ¿es mi lenguaje? No emplearlo recuerda al hombre que es animal ('La fuerza de la Naturaleza'), aunque a veces sea partidario de la mentira ('Atavío': «Si en algo aprecias la sinceridad, / ¿por qué sigues leyendo?»), pero que es voluntad determinada por el tiempo lo que hace que se crea en ella ('Palabra'): Tu cuerpo azotado por el tiempo, lo eterno en ti, fugaz, te magnifica; avatar de la esencia que escombras a tu paso la fe de los indignos. Mathesis, la segunda parte, ahonda en lo anterior con el añadido del encuentro, de hacerlo de cada uno, como un aprendizaje: «nacer en ti, vivir, morir cantando» dirá en 'Ergógrafo del alma'. Y, así, va surgiendo ('Dicterio': «una delgada línea limita / la carne del vacío») y aspira a ser algo más, como expresa uno de los mejores poemas del conjunto, 'El encuentro':
Atrapado en la hora de papel palpita un verso; espera estremecer un corazón, deslumbrar una mente, desarbolar una conciencia… Para ser Poesía. Poesía con pe mayúscula que se hace nuestra, que consigue darle sentido a lo que declara… Esta es la intención de la tercera parte, Mímesis, en cada uno de sus breves poemas, algunos tan intensos como este 'Epifenómeno': Sentir: impulso ágrafo que escribe heridas. O la declaración de este sentimiento en 'Isocronía del dolor y la escritura', en el que se afirma que «Estamos vivos […] / por eso escribimos». El dolor se plasma en la palabra, adquiere relieve y relevancia; lo que nos lleva a la cuarta y última parte, Semiosis, la identificación de la palabra y su expresión con ese ser que siente y vive ('Células comunicantes'): Quien está muerto, calla; quien está vivo, expresa. El lenguaje es la vida, yo mismo soy lenguaje. La dicción es lo que nos entrega la vida, con la que se pueden crear otras formas de vida y de expresión. Este Maldito y bienamado Bibelot es un manifiesto ontológico de la palabra, un deseo alentado de ser mediante la palabra, unida a la vida para siempre: Decir para vivir, vivir para decir, y después de haber dicho volver a desdecirse.
1 Comentario
JORGE ORTIZ ROBLA. PRESBICIA (Baile del Sol, Tenerife, 2016) por GREGORIO MUELAS BERMÚDEZ Presbicia es el significativo título con el que Jorge Ortiz Robla (Las Palmas de Gran Canaria, 1980) publica su nueva entrega poética, tras el éxito de su opera prima La simetría de los insectos (Lastura, 2014). No podía elegir mejor título su autor, pues la presbicia, también denominada vista cansada, se debe a una anomalía o defecto del ojo que imposibilita ver con claridad los objetos cercanos. En efecto, ese es el sentido de este poemario, donde se nos invita a reflexionar sobre las cosas cotidianas, aquellas que vemos día a día y que la mayoría de las veces, de estar tan cerca, apenas reparamos o nos detenemos en ellas. Es en estas cosas donde el poeta, como muy bien señala David Trashumante en el comentario que firma en la contraportada, es «el que ve, el que mira, el que enfoca desde lo múltiple» la vida, pero con la debida distancia para observar con actitud crítica y compromiso social. Es esta una de las señas de identidad del estilo del poeta canario afincado en Catarroja. Otra, tal vez la más definitoria, es el lenguaje que emplea, caracterizado por una envidiable sencillez tras la que se vislumbra un intenso trabajo de depuración. Las dos citas que encabezan el libro, de Fernando Pessoa y Pablo Neruda, señalan los puntos de vista que guiarán el contenido del poemario y la necesidad de cambiar el mundo que nos rodea. Como dos son los ejes, o partes, sobre los que se articula: “La tierra es circular”, que agrupa diez poemas breves, y “Presbicia”, bajo cuyo epígrafe se reúnen veintidós poemas. De lúcida podemos calificar la palabra de Jorge Ortiz, pues es su realidad y su desnudez, liberada de prejuicios, la que le permite decir con voz clara y precisa lo que nuestros ojos, los del lector activo, inquieto, necesitan. Sin más título que el cardinal que los ordena, los diez poemas que constituyen la primera parte indagan, o más bien reflexionan, sobre el otro lado, que se extiende sobre «la grieta sucia, casi opaca» porque «la tierra es circular / como los puntos de vista». En la segunda parte es donde lo lírico y lo social se imbrican para poner de relieve la intrínseca ceguera de una sociedad decadente. Así reza en el poema paradigma: La economía sufre presbicia. La religión sufre presbicia. La política sufre presbicia. La sociedad sufre presbicia. Hay que cambiar la lente, hay que volver a aprender hay que enseñar a enfocar. Pero Jorge Ortiz también echa mano de las nuevas tecnologías, que no son más que una ilusión de libertad, como el pájaro enjaulado que no aprende a volar.
El ojo es la metáfora, a través de él enfoca el “punto próximo” y “el punto remoto” para decir lo que no queremos escuchar, y lo hace con un lirismo conciliador, que pone el acento en la necesidad de desvelar lo aparentemente rutinario, como el fin, cuyo sonido nos acompaña desde el inicio, parafraseando un verso de Agustín Fernández Mayo, referente del autor; o la capacidad de amar, algo relativo y temporal, que es lo que nos hace precisamente humanos, sobre una anécdota de Stephen Hawking. Los versos de Jorge Ortiz ponen en solfa esa moral que permanece impasible ante el drama de aquellos que buscan una nueva vida desde el otro lado del océano, porque como dice en el poema ‘Borges’: Era la nieve la que moraba dentro de sus pupilas. Y es que, en definitiva, Jorge Ortiz nos habla de cerca para decirnos con voz lírica lo que nuestros ojos, cansados de promesas, no ven o prefieren no mirar. Ese es el mensaje del poeta: miren y lean y, sobre todo, actúen sobre la realidad. DAVID PÉREZ VEGA. KOUNDARA (Baile del Sol, Tenerife, 2016) por DIEGO SÁNCHEZ AGUILAR Este libro de relatos engaña al lector con su título y su portada. No hay exotismo, no hay aventuras en estas historias realistas, cotidianas, con las que David Pérez Vega nos cuenta la España de la clase (que fue, o se creyó, o se cree) “media”. Son siete relatos largos, de unas treinta páginas, una amplitud que permite que los personajes se desarrollen, que los ambientes se enriquezcan, que los elementos sociales, económicos, o laborales no sean un mero fondo desenfocado sino parte esencial del relato. Una amplitud que, también, sirve para alejarse del relato más convencional, de ese concepto de relato “canónico” en el que “no ha de sobrar ni una palabra”. Además de esa extensión, otro factor que ayuda a que Koundara se convierta en un perfecto análisis de nuestra sociedad es la gran unidad que encontramos en los siete relatos. Por un lado, en la elección de personajes, parece que David Pérez Vega ha querido hacer un retrato no sólo social y espacial (España), sino también generacional. Todos los personajes son “jóvenes adultos”, en torno a los treinta años y, pese a que el libro se divide en dos partes (los tres primeros relatos suceden fuera de España, en viajes realizados por protagonistas españoles; los cuatro restantes se sitúan en España), la unidad es total: la vida cotidiana de personas, de parejas, de familias, que no viven grandes aventuras ni situaciones extraordinarias. Son pequeños dramas, de esos que se viven en silencio, imperceptibles para casi todo el mundo, pero reveladores de una forma de ser, tanto individual como social. Por otro lado, esa unidad temática viene acompañada de una unidad formal y de tono. Si bien se alterna el uso de la primera y la tercera persona en los relatos, se trata siempre de narraciones que buscan un tono desapasionado, una mirada analítica y sin estridencias sobre los acontecimientos narrados y, sobre todo, con una ausencia total de subrayados innecesarios. No busca nunca el autor construir el cuento con un final “en alto”, ya sea por una sobrecarga emocional o por un giro inesperado de la narración. Suelen ser cuentos que terminan como empezaron, en silencio, en actos cotidianos que, una vez que se ha desarrollado el relato, se cargan de un sentido: el de la vida del personaje en cuestión, con todas sus pequeñas miserias y miedos y ternuras. Otra cosa que me ha gustado de Koundara es que se habla de dinero y se habla, mucho, de trabajo. No es necesariamente un libro de la crisis, ni sobre la crisis. Cuando digo que se habla de dinero y de trabajo quiero decir que son partes indisolubles de la trama, de la construcción de los personajes. Parece una obviedad, pero no es tan frecuente esa inclusión tan natural de estas cuestiones, especialmente la cuestión laboral, en la narrativa española que, o bien ha obviado el tema o, algunas veces, lo ha incluido de una forma demasiado forzada, antinatural, como diciendo: “Mira, soy un novelista realista y social, mira cómo hago que este personaje sufra por su economía”. En Koundara, en cambio, el trabajo, las condiciones laborales, las remuneraciones, las posibilidades de ganar o de perder dinero, de ganar o de perder calidad de vida en relación con las horas de trabajo, todo aquello a lo que gran parte de nosotros dedicamos gran parte de nuestros pensamientos y nuestras conversaciones (y que, luego, generalmente, no consideramos “apropiado” para construir narraciones, literatura), está siempre en primer plano: forma parte de los personajes y es, en gran medida, lo que los define. Me interesa mucho ese intento de neutralizar o matizar o cuestionar el mito del “ser especial”, del “individuo excepcional” con el que se ha forjado nuestra educación sentimental y artística y que, de una forma tan perniciosa, ha utilizado el Neoliberalismo para convencernos de que todos somos únicos, emprendedores, potenciales millonarios, genios, todo, cualquier cosa, menos un grupo, una clase, una colectividad. Libros como este ayudan a contarnos nuestras vidas, en las que (sí, vale, todos somos especiales, todos somos “nosotros mismos”, claro, qué otra cosa podemos ser) el héroe, el protagonista, es su trabajo, su pareja, su dinero, su familia, su barrio, su intento de hacerse una vida con los elementos que tiene a mano. Pero que nadie se asuste. No es este un libro político, explícitamente político al menos. No hay ni una sola palabra sobre el tema, ni en los relatos en primera persona ni en los que usan un narrador omnisciente. El tono, como he dicho, es siempre objetivo, descriptivo, poco dado a análisis políticos de las situaciones narradas, responsabilidad que recae sobre el lector.
Si le tuviera que poner una pega a Koundara, tendría que advertir de que es una debilidad o manía personal, que me ha granjeado muchas discusiones o conflictos con amigos “letrados”. Quiero decir, que los referentes estéticos en la manera de narrar de David Pérez Vega se sitúan en La Gran Novela Americana. Y, aunque esto sea un libro de cuentos, esa unidad de la que he hablado le otorga en cierto modo esa intención de retratar una sociedad, una generación, un momento de la Historia a través de la observación detallada de la vida de algunos personajes. El problema al que me refería es el mismo que tengo con esos grandes narradores norteamericanos como Philp Roth, Saul Bellow, Franzen, etc, y es esa tendencia a relatar cada uno de los aspectos de la vida de los personajes, de su pasado, de su infancia, renunciando casi por completo a la elipsis, abarcando unos arcos temporales muy amplios que, indudablemente, favorecen la creación del personaje, pero a mí siempre me hacen preguntarme si son necesarios, si no hubiera bastado con centrarse en el presente de la narración. No es algo que me haya pasado en todos los relatos, claro, pero sí que es algo que he advertido en algunas ocasiones. En cualquier caso, es una lectura absolutamente recomendable y una muestra de que el realismo está muy vivo también en el género del relato, tan frecuentemente colonizado por lo fantástico. Y es una muestra también de que realismo no tiene por qué ser rutina, género literario, ejercicio de estilo sobre un esquema dado e inamovible. El realismo, como tendencia literaria por la que los elementos sociales e individuales se convierten en el material narrativo esencial es polimorfo, cambiante, evoluciona continuamente. Porque contarnos a nosotros mismos, mirarnos como seres sociales en un tiempo y un espacio concretos, seguirá siendo una de las funciones elementales del relato, de la literatura. INAXIO GOLDARACENA. ANESTESIA (Baile del Sol, Tenerife, 2016) por GREGORIO MUELAS BERMÚDEZ Anestesia es el título del primer poemario publicado de Inaxio Goldaracena. A pesar de ser la primera obra que envía a imprenta, el autor navarro ya posee una interesante trayectoria poética, pues ha sido incluido en diversas antologías, como Cosmopoética (Cosmoanónimos, 2015), En legítima defensa (Bartleby, 2014) o Diva de mierda (Liliputienses, 2014), además de haber sido premiado por dos poemarios inéditos: el Premio Elvira Castañón, 2009, por Laberinto de sueños; y el Premio NajiNaaman, Beirut, 2010, por Piel sin fronteras. Actualmente modera la tertulia de poesía “La casa roja” en la librería Katakrak de su ciudad natal, Pamplona. Isabel Bono firma un breve y lírico prólogo que bajo el título ‘Los lobos no comen manzanas’ sitúa al autor en «el camino hacia el lobo» que «es el fruto de los poetas». El poemario se compone de treinta y un poemas repartidos en cinco apartados, con títulos muy significativos: “Exactamente antes”, “Sonámbulo”, “No duerme el animal”, “Intemperie” e “Instante”, donde nos confía sus inquietudes escribiendo a un tú que en verdad es el yo del poeta, que unas veces se disfraza con piel de cordero, tras el que acecha el lobo «malherido / por el puñal de la vida», y otras se obsesiona con el tiempo ucrónico, dedicando horas «a pensar en lo que nunca fue». La escritura de Inaxio Goldaracena ahorma su verso en la cruda realidad, haciéndose eco de problemas cotidianos, se trata, pues, de una poesía de corte social, con una aguda actitud de crítica, así sucede en ‘Trueque’, donde tanto paciente como psiquiatra tratan de transformar en sueños su realidad a través del diálogo y los barbitúricos, o en el poema que da título al conjunto, donde el frío y la soledad invitan a «pulsar off/ en el botón de pensar». Y es que no podía titular mejor el libro el poeta navarro, pues versifica desde un nivel superior de conciencia que pone el acento en la necedad de un sistema que aliena y adocena al individuo para que permanezca insensible e hipócrita, como en ‘Funeral’, donde manifiesta: «el dolor se ha repartido / como un pastel. / Cada uno / ha escogido su pedazo». También hay lugar para la reflexión, sobre la propia poesía en ‘Noche en blanco’, y sobre acontecimientos del pasado aún presentes en ‘Amnesia’, fechado en 1938, donde dos basureros «lustran la Historia […] para que nadie / resbale mañana». Inaxio Goldaracena escribe desde el insomnio, acompañado por los recuerdos, la “alta fidelidad” de la radio o el sabor amargo del café solo, mas no teme enfrentarse cada mañana ante el espejo del W.C. aunque quiera «tirar de la cadena / para empezar de nuevo». Multitud de temas, aparentemente banales, son tratados con verdadero ingenio por el poeta navarro, que arroja una mirada incisiva que desvela el revés de la trama, por ejemplo, el abuso de medicamentos en un mundo afectado de hipocondría, o la colonización de las playas por los edificios que ocultan el paisaje del mar. Pero si hay un tema crucial es el del inexorable paso del tiempo y, sobre todo, su pérdida, en escenarios nocturnos de fábricas y tugurios, he aquí un poema paradigmático:
DUELO Pasa el tiempo en su anochecer. Pasa el tiempo huérfano de luz. Pasan los minutos y los segundos, después pasa una sombra, más tarde el guante del insomnio. Pasan las horas y la noche vuelve a ganar al tiempo. Inaxio Goldaracena reflexiona sobre el instante, «un lunes de diciembre», por ejemplo, y su velocidad en las calles de la ciudad, donde se torna «un adorno existencial», una rapidez que, sin embargo, está regulada y ordenada y que a la postre genera un estado de parálisis y abotargamiento que deviene en inmovilismo. El paisaje urbano adquiere un peso superior en los versos, así la ciudad aparece transida por un clima de tristeza auspiciado por las nubes y la lluvia, donde la vida y los sueños se baten tras el cristal de la ventana o en habitaciones de alquiler, sobre el gris asfalto o en una “fotografía” de invierno, para finalmente acabar durmiendo a la intemperie al caer «el telón de los sueños». En definitiva, Inaxio Goldaracena versifica el contagioso estado de astenia que se propala sin freno, con el objetivo de despertar al lector activo e inquieto, y lo hace con poemas de tan bella factura como Nighthawks (Edward Hopper, 1942). DAVID YÁÑEZ. HOMBRES EN SILENCIO. MUJERES SIN MAQUILLAJE (Baile del Sol, Tenerife, 2015) por HÉCTOR TARANCÓN ROYO Con Hombres en silencio. Mujeres sin maquillaje, el segundo poemario de David Yáñez, comienza a entreverse un discurso poético sólido, decidido a tratar temas como la crisis, la pérdida del amor, la banalidad, la incertidumbre o la incomprensión. Aunque alejado de cierto espíritu analítico perteneciente a la poesía de la conciencia crítica propia de autores como Riechmann o Ismael Cabezas, los versos reflejan, con un pesimismo acentuado, la realidad económica de la población española, como ocurre en estos versos: «Antes hacía la compra en sábado / pero no quería gastar / el mejor día de la semana / haciendo una lista de las cosas que no tengo» (p. 35). De este modo, Yáñez refleja la vida de estos últimos años como una labor de supervivencia, una obsesión casi central de la humanidad que, aún más, penetra en el ideario y ocupa cualquier resquicio de reflexión o esperanza: «Mis problemas / ya nunca tienen nombre de mujer, / tienen nombre de grandes compañías / de suministro eléctrico o proveedores de gas». Por otra parte, como podemos adivinar en parte en este último fragmento, los poemas hablan en multitud de ocasiones del (des)amor desde un punto de vista nostálgico, amargo, que va dando cuenta de la ternura, del cariño pasado, hecho ceniza en la boca y el pensamiento del poeta. Desde este punto de vista, Yáñez muestra, al igual que en otros poemas, la incomprensión social, la incapacidad de la población para comunicarse, paradójicamente, en una era en la que las nuevas tecnologías han inaugurado un campo expandido de posibilidades: «Las listas de mujeres / que no se quedaron al desayuno / construía, / nombre a nombre, / una sólida explicación / del presente, / de quién era yo» (p. 23). Más allá, Hombres en silencio. Mujeres sin maquillaje elabora un discurso sobre el paso del tiempo y los puentes relacionales que establece la memoria con el pasado, con lo que una vez fuimos, o pudimos ser, y el presente, casi lleno de fracasos y ruinas industriales y emocionales. Por eso, Yáñez apuesta por una poesía más apegada al interior del alma, a la tradición, en contra de los juegos vanguardistas vacíos y la falsa sentimentalidad: «Me gustaría escribir que a veces lloro / y que no estoy seguro de si es por ella / o por cualquier otra cosa. / Sería terriblemente postmoderno y / vacío» (p. 30).
En última instancia, los versos destilan un sabor amargo vital, una sensación de pesadez que, esperemos, tenga una solución cercana en futuras obras, como ésta, a la que solamente podría achacársele, quizá, el hermetismo en el uso de la primera persona y, por tanto, cierta incomunicación y, también, el uso de una serie de lugares comunes, fruto de la sencillez de algunos planteamientos, que enturbian a veces la percepción general del poemario, pero es al fin y al cabo la voz poética: una construcción, un continuo aprendizaje que, en futuros versos, se irá asentando. LÍNEA RECTA Es simple: cuando se hace de día te levantas de la cama, coges aliento, y haces otras muchas cosas mientras esperas que llegue la hora en que te puedas meter en la cama de nuevo. No hay héroe en esta autobiografía. ISMAEL CABEZAS. PISADAS EN LA NIEVE SUCIA (Baile del Sol, Tenerife, 2015) por ANTONIO GÓMEZ RIBELLES Cuando leí por primera vez el título de este poemario me vino inevitablemente a la cabeza una de las imágenes que más han ilustrado el fracaso literario y vital: la fotografía de Robert Walser muerto en la nieve, un cadáver al que se acercan unas huellas muy marcadas, no sé si suyas o de otro, pero que parecen hechas para decir “esto fui, un paseante hasta el final, pero derrotado”. Veintitrés años de internamiento en un psiquiátrico y abandono editorial terminaron con unas pisadas en la nieve. Ismael Cabezas (La Línea, 1969) escribe un libro sobre la mirada, sobre ser testigo, costumbrista a veces, narrativo en ocasiones y creo que en su concepción, realista en los retratos que se convierten en autorretratos. Duro, de verso limpio, claro y crítico. La elección del punto de partida, los otros dañados por su trayecto vital, por el abandono o la enfermedad, los derrotados («gente a la que le presto mi palabra»), son en materia de arte la elección personal del autor («Ahora pertenezco a los excluidos, / a los que escupen a la cara / y en cambio nada tienen que decir») que vuelve todo eso sobre sí mismo para darnos un panóptico que le ilumina a él antes incluso de iluminarnos a nosotros, que también. Dice en Poética: sino de un simple y ligero ejercicio de la mirada, de observar a fin de cuentas todo eso que a veces, como las lágrimas o la sangre, hemos acordado en llamar vida. No hay arte sin ideología, y no pierde un solo verso Ismael Cabezas en enunciarlo desde la cita inicial de Miguel Tomás-Valiente: «En toda mirada hay ideología; la hay en la selección de lo mirado, como también la hay en la elección de mirar hacia otro lado». Los grandes del retrato moderno, y me acuerdo de Giacometti, o Freud (al que nombra en el título de un poema), nunca veían al retratado sino como la forma que le servía para crear el escenario de su enfrentamiento con la realidad. Y eso se vuelve sobre uno mismo como un autorretrato. El recorrido del poemario nos lleva, en veintiséis poemas, por ese camino de lo observado hacia el interior, como buscar nuestro reflejo en el afuera. Lo que veo, con lo que me identifico, lo que me marca, lo que recuerdo, lo que soy. El libro se convierte de manera brillante en esa trayectoria elegida llena de marcas que nos llevan desde el asombro y denuncia de lo externo al interior marcado por la memoria, de la búsqueda del otro a las huellas familiares y personales: «recuerdo ahora todo eso, / y que entonces estaba todo por decir». Cabezas utiliza sus referencias culturales para mostrar ese peso del autorretrato en el libro, esas ganas de unir el yo poético con el real, la ligazón entre arte y vida. La música, las lecturas, la ropa y el entorno cotidiano, identifican al autor con su generación de la misma manera que su mirada. Son otras marcas en el camino, otras huellas (‘Autorretrato a los cuarenta’).
«No hay melancolía, sino rabia. Y más escepticismo que tristeza», son las palabras con las que Juan José Téllez inicia el prólogo ‘La mirada de frente’. Las anécdotas, dejadme que las llame así, que pueden aparecer en los poemas marcan un fragmento tan solo de una realidad, una realidad que tiene un antes y un después que solo somos capaces de imaginar, pero que queda pegada en el álbum donde se juntan todas las que vamos viendo por los barrios, las oficinas, tiendas o calles, o la casa propia; y el álbum al final somos nosotros. Algo así me pareció siempre la gran virtud de Ignacio Aldecoa en sus cuentos más breves, y algo así consigue Ismael Cabezas al transmitirnos una situación generalizada y generacional por la elección y síntesis de su álbum. Ya nos gustaría que la crítica en poesía funcionara y que fueran los poemas capaces de mover a la acción como lo han conseguido algunas fotografías, pero esto queda fuera de nuestro alcance y del suyo. Tal vez la nieve que rodeaba a Walser fuera limpia, pero sigo pensando que le vendría bien esa metáfora del título de Ismael Cabezas. La nieve es sucia porque la vida que les toca a los personajes del libro lo es, lo que atraviesan no es un paisaje hermoso. No hay atisbo de esperanza: «Springsteen decía algo sobre los perdedores, / y sobre que ellos son el motor que mueve el mundo, / puede que sea así, yo no lo sé, yo sé muy pocas cosas». La identidad de la huella acaba por no importar, no importa la pisada en una nieve blanca o sucia, porque lo único que dejamos la mayoría son rastros que borrará la próxima nevada. DAVID PÉREZ VEGA. EL HOMBRE AJENO (Baile del Sol, Tenerife, 2014) por PEDRO PUJANTE Esta es la primera novela que leo de Pérez Vega. Conozco al autor por encuentros fortuitos en las barriadas y espacios de las redes sociales, porque tiene un magnífico blog que recomiendo (Desde la ciudad sin cines) y porque en él descubro libros a través de sus exhaustivas e interesantes reseñas, crónicas de lectura que ahondan y van más allá de unas simples notas acerca de un libro o de su autor. Vayamos al libro. En El hombre ajeno, Pérez Vega nos cuenta la historia de Juan Linares, un joven doctorando que prepara su tesis sobre el salvadoreño Héctor Meier Peláez, guerrillero y poeta, personaje controvertido y no muy conocido cuya sombra oscila entre lo mítico y lo ignoto. En la vida personal de Juan se suceden los típicos problemas e incidentes generacionales de cualquier muchacho de nuestro tiempo: una familia normal, un hermano inadaptado que parece arrastrar un pasado de drogas, las relaciones sociales habituales, parejas, trabajos precarios, estudios. En estas coordenadas biográficas, y a través de una prosa objetiva y equilibrada, el narrador nos abre una ventana que mira a la sociedad actual, realiza un dibujo preciso de nuestra España, con sus problemas más acuciantes: inmigración, precariedad laboral, dificultades para conciliar trabajo y estudios, por citar los más destacados. Pero además, a través del protagonista principal y sus reflexiones literarias, podemos asistir a una interesante discusión sobre literatura, que, creo yo, podría ser la zona más acertada y suculenta de todo el libro. La novela, de hecho, está dividida en tres partes. La primera y la tercera se ocupan de la narración, de los avatares de Juan. En la parte intermedia, titulada “Interludio. Vida de Héctor Meier Peláez”, ha insertado Pérez Vega muy hábil y apropiadamente un inciso de medio centenar de páginas en el que se nos da cuenta de la vida y obra, de las hazañas, avatares y pintorescas aventuras que aureolan al casi mítico escritor Héctor Meier. Un revolucionario, poeta vocacional, piloto de aviones y líder guerrillero. Autor de culto, que fue perseguido por su homosexualidad y cuya obra, ahora, Juan trata de recomponer en su tesis doctoral, gracias a una minuciosa investigación y ayudado por el primo del poeta. Juan, además de sufrir las levedades de su vida cotidiana (estudios, trabajo, una relación que no acaba de cuajar, familia), es acosado por la lacerante sombra de un pasado infantil luctuoso que creía ya olvidado. Pero que un día, el encuentro casual con un antiguo compañero de colegio con el que vivió el aciago incidente, lo revive en su memoria; y con él se abren las heridas de la insidiosa culpa.
Al final nos asediarán algunos interrogantes: ¿son los recuerdos reales o simplemente lo que creemos que recordamos? ¿Es fiable nuestra memoria? ¿Qué de nuestra personalidad debemos a un recuerdo falso? Es El hombre ajeno un ejercicio literario de gran calidad, no solo por su ajustada composición y estructura; también por el uso de una prosa absolutamente calibrada que acierta a construir un argumento interesante, ambiguo y variado. Y que nos hace reflexionar sobre asuntos como la culpa, la fiabilidad de la memoria y la fragilidad de los recuerdos. Pérez Vega no se detiene en atajos, sino que opta por la línea recta y consigue, con creces, su objetivo: contar una historia, valiéndose del lenguaje con pericia, sobriedad y sin recaer en florituras innecesarias. Si bien es cierto que no se aventura en experimentalismos ni en juegos estridentes, también hay que aclarar que esta novela no los precisa. En ese sentido, hay que decir que el lenguaje está en perfecta sintonía con la trama: una historia de personas sencillas, cercanas y creíbles que tratan de sobrevivir a sus abismos cotidianos. |
LABIBLIOTeca
|