LA BIBLIOTECA DE ALONSO QUIJANO
Reseñas
ADA SORIANO. DONDEQUIERA QUE VAGUE EL DÍA (Ars Poetica, Oviedo, 2018) por ANTONIO ENRIQUE COMO EL QUETZAL QUE ASCIENDE A SUS PROMONTORIOS La poesía de Ada Soriano (Orihuela, 1963) es leve, delicada y confesional; sutil, acendrada y visionaria. Quien a ella acceda no espere imágenes tumultuosas ni una musicalidad de estruendo. Todo parece discurrir en flujo interno, serenamente y con pasión. Este es su sexto libro. Tuve yo el gozo de reseñar su primero, allá por 1993, y prologar su cuarto, Principio y fin de la soledad (2011). De este sexto que ahora nos detiene, el día de su presentación, que lo fue en la librería Códex de su ciudad natal, el eminente poeta, y biógrafo de Miguel Hernández, José Luis Ferris, dijo cosas muy ajustadas y penetrantes, pero me quedo con una de ellas, de carácter general, y es que estamos ante su mejor libro, en lo que plenamente coincido. La poesía de Ada Soriano lo es —dijéramos— “a la altura del pecho”, porque parece manar del mismo corazón: como si escribiera con tinta de sus propios latidos sobre un papel perpendicular. No hay nada accidental, nada de lucimiento. Ella es una soñadora y se limita a plasmar su visión del mundo con una naturalidad y una precisión por la que enseguida vislumbramos un oficio exigente y una independencia (tendencias o modas) que rápidamente nos congracian. Tras una lectura sin sobresaltos, cerramos el libro. Las emociones han sido muchas; sentimos una sedación dulce, una languidez que invita a seguir leyendo, esta vez de atrás hacia adelante. Pero ¿con qué nos quedamos? ¿Cuál es el sentido profundo de estos versos? ¿La honestidad, la sinceridad y verdad, como sugiere de entrada Ferris? ¡Claro que sí! Pero a mí, como lector, me gustaría ir más allá, señalar un rasgo bastante insólito en la poesía femenina actual. Y si de mí dependiera, no tendría duda: ansia de elevación. Estos versos, por su sutileza, parece que ya flotan, ingrávidos. Tal elevación es siempre hacia la luz; la luz, la apetencia de luz, es el objeto último de la poesía de Ada Soriano. Pero es que esta fuerza ascensional va trazándose desde su primer verso: El sol se ha alzado / sobre el horizonte / con una consistencia blanda / y escurridiza, / como dulce gelatina, hasta el antepenúltimo (no en vano dedicado a María Antonia Ortega), que es toda una confesión de vida: Así contemplaba yo el mundo, / alegre y luminoso / como un parpadeo de luces / en plena noche, como el quetzal que asciende / a sus promontorios / sin sentir la coacción de ocultar / su verde estela, pasando por los titulados ‘Desde la cúpula’: Una corriente de aire me eleva / y me sitúa sobre una cúpula; y ‘Osadía’: Atrévete / abre tus alas, conmina al águila. E incluso el último, dedicado al poeta José Luis Zerón, su compañero en tantas empresas humanas y literarias, que contempla asimismo ese movimiento ascensional, expreso en su estructura: A “volar”, sucede “llegar”: Volar, / alcanzar las últimas ramas…, y en la estrofa siguiente: Llegar, / producirme nuevamente / para ser nuevamente yo... El impulso ascensional es, pues, a mi entender el sentido profundo de este hermoso libro que equilibra la sensualidad visual con la táctil, y ambas con la sonoridad amable, en pleno dominio de los recursos técnicos (sinestesias, antítesis, aliteraciones, etc.). Colores y formas, la materialidad sensorial, el chispazo plástico, se conjugan armoniosamente con la temática que ilumina el texto. Se trata de la Naturaleza. Deseo de fundirse con ella, de unirse a ella como en el seno de una máter cósmica. Se percibe en esa profusión de elementos, desde sol y luna, omnipresentes en toda su trayectoria, a sus correlativas en agua y fuego, más el aire, a veces viento, plasmado en las nubes y brumas; ello, como trasfondo, porque, en un círculo más concreto, está el mundo vegetal, junto con las aves e insectos, que lejos de constituir un adorno efímero viene a ser la prolongación anímica de la autora.
Ambas vertientes, desde luego, inciden en el amor. Un sentido amoroso pocas veces expreso, hecho de insinuaciones íntimas, como en los poemas ‘Entrega’ y ‘Arrebato’, o simplemente de ternura, como en ‘Tus ojos’. Un sentido del amor, en definitiva, que deja traslucir, tantas veces, el pálpito maternal: Oh vientres maternales / que danzáis cerca de los arroyos, clama en el poema que otorga epígrafe al libro. Está toda ella, Ada, aquí: sus rumores, sus añoranzas, una tristeza infinita, como también los miedos. Un miedo inconcreto, subyacente, como en el poema ‘Caballos’, que lo es a la irrupción fálica, a mi entender; los miedos, y las aprensiones inasibles, como en ‘Desvelos’. Más otras muchas pulsiones de su vida cotidiana y sentimental, sorpresas gratificantes del presente libro: el silencio de la casa cuando todos duermen, la visión desde la ventana de los paseantes cruzando una pasarela o de unas niñas disfrazadas de monjas junto a un puente… Y la madre, esa madre en el poema ‘Las paredes curvas’, a la que se le pregunta: ¿Cómo salir del pozo donde me hallo / si mis manos no pueden adherirse / a las paredes curvas? Cuánta hondura y sensibilidad en este poema, que lo es en carne viva. Quien la vida le haya deparado la fortuna de conocer a Ada Soriano tal vez coincida conmigo en que su obra parte de una extrema cuanto extraña modestia, muy consciente de la complejidad del arte poético, una humildad cordial desde la que teje estos poemas que se asoman muchos de ellos a la verdad de lo infinito. Pareciera sumida en el sopor de su interioridad absoluta; pareciera perdida en el laberinto existencial de su emotividad caliente y tantas veces sobrecogedora. Pero esta mujer, conceptuada con acierto como “rara avis” por el poeta y crítico José Manuel Ramón, cuando asume su creatividad lenta, reflexiva, llena de matices, sabe muy bien lo que hace. Inquiere, pregunta al mundo, se enaltece, crea burbujas de plasticidad, recuerda, se lamenta, y todo lo olvida para cantar. Cantar la vida, soñándola, sí, pero de otra manera: la del desbordamiento interior. Se eleva, esto es, como ese quetzal que busca, planeando bajo el cielo, el promontorio donde asentarse. Y mirar desde arriba, que es el lugar escogido por esta poeta esencial.
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CECILIA QUÍLEZ. CALIGRAFÍA DE LA NECESIDAD (Bartleby, Madrid, 2017) por PEDRO GARCÍA CUETO La poeta nacida en Algeciras tiene un mundo propio, un universo de miradas que van llenando el poema. Ahora llega en la editorial Bartleby su libro Caligrafía de la necesidad, toda una muestra del planeta emocional Quílez. Antes llegaron La posada del dragón, Un mal ácido, El cuarto día, Vísteme de largo y La hija del capitán Nemo, escritos entre 2004, el primero, y 2014, el último, espejos de una mirada potente, de mujer sensible que late en cada verso, deja en cada palabra un eco, el que tiene el lenguaje que expresa la agitación de un ser que sueña el cosmos. Con este último libro, la autora fantasea de nuevo, sabe de la inclemencia del hombre, de la hipocresía que lo rodea, de todo ese baile de máscaras que está presidiendo nuestra vida en cada momento. Para ello, busca en la poesía contemplar una nueva luz, virgen y lejana de toda corrupción. La infancia está ahí, esperando, porque el espacio de la niñez permanece ajeno al espacio de los adultos, manipulado y falso: Cada día escribo un pliego De primeras voluntades Las sacudo mientras canto Con el sortilegio De la niña que fui. Si el recuerdo está presente es porque en el ayer aún quedan briznas, aquellas que hicieron un espacio de felicidad, que ahora no se encuentra, salvo en el idioma, momento mágico donde el tiempo se concita. En otro poema proclama el amor por la palabra como un salvavidas, sabedora de que todo es ruina, de la sensación de hallarse a la deriva en la vida: Ah, perseverancia ingrata Mi ruina ha sido extensa Escribo como quien espera Subsistir con lo que escribe Y no dejarse la vida Disimulando en otras nóminas Donde una cotiza Por amor a las pérdidas. Que la poeta espera subsistir con lo que escribe es reflejo de ese amor por el verbo, porque todo intento de afecto parece perderse, el mundo ha desabrigado al que siente, ha desasistido al que sueña, vivimos en una hoguera donde nos quemamos irremisiblemente, odiar el disimulo, tan presente, seres erráticos que se engañan, mentiras que se van forjando para alcanzar el poder o cualquier forma de vanidad. En el apartado “Cartilla de símbolos” intuimos el dolor, ese que se presenta y se queda, que permanece, dolor que llega hasta el tuétano: No te acabé de llorar Por eso Las paredes estuvieron tristes Y tu perro envejece Y tú envejeces Es hora De que yo también lo haga Nunca quisiste preguntar Por qué cantaba Amé en silencio Esa polilla agonizando En tu garganta. El dolor de la pérdida, el dolor de la vida, el paso del tiempo, el dejar de ser niña y verse mayor, ver cómo todo lo que fue ya no es, que en los espejos no está la niña con hambre que quiere comerse el mundo, sí, la niña que se ha hecho mujer y sufre, que se desvela, se desengaña, que no amanece. La poesía de Cecilia estalla como relámpagos, los versos dicen y lo hacen como arañazos en la piel, en los ojos, en la memoria. Dice en otro poema: «Los poetas escriben en el paredón de la ignorancia», y quizá sea ese el destino del poeta, en una realidad sin interioridades, sin honduras, donde todo se hace efímero, todo se va cuando se presenta, como si fuera un espejismo. Y la futilidad de todo, el saberse pasto del olvido, que todo lo que hacemos quedará en nada, que todo esfuerzo es vano, que la vida busca un punto álgido de crecimiento que al final se hace nada en la muerte: Tú. Los otros Seremos iguales ante el olvido. Un libro que destila verdad. Los poemas anidan su luz cenital. En el poema aparece siempre la verdad de Cecilia, la certeza de hallarse en un crisol de espejismos, mujer que «fracasó en la misión de la caridad», como dice en un verso de un poema, porque hay mucho demagogo, mucha mentira en los que se creen poseedores de la verdad: Contra los ilustres / Revolucionarios de conciencias.
Libro que se desnuda, que se abre por dentro, que nos llega con turbación, libro cuyas palabras son un mensaje, de una mujer que aún quiere ser niña, volver atrás y jugar de nuevo, sin que la vida le pase factura en cada momento. Un libro que termina con dedicatorias y homenajes a amigos, a su editor, porque Cecilia sabe, cuando llega ya la noche y la soledad agobia, que el sentido de la vida oprime, que sólo hay una vida y que ser honesto es decir a través del lenguaje lo que nos duele y lo que amamos, aquello que quisimos ser, lo que fuimos y lo que seremos. Nada más y nada menos, Cecilia lo consigue sin red y de corazón. JOSÉ LUIS ABRAHAM LÓPEZ. MIS DÍAS EN ABINTRA (Ediciones En Huida, Sevilla, 2018) por ANTONIO AGUILAR RODRÍGUEZ Mis días en Abintra es el nuevo libro del poeta cartagenero José Luis Abraham López, publicado por Ediciones En Huida en la colección raro Pegaso. José Luis Abraham nos presenta su particular “Españoles por el mundo”, su edición especial de “Poeta en Abintra”, un espacio que se presenta al lector como un destino de viaje, y que se va fundando con una actitud a medio camino del comentario de tripadvisor y del aventurero romántico del siglo XIX, cuando ingleses y alemanes viajaban por el sur de Europa inventando su Grecia ideal, refundando sobre un terreno ya fundado una nueva realidad, en este caso un nuevo espacio para habitar. La primera noticia que tenemos de Abintra es prácticamente desde el avión, se nos ofrecen ciertas pinceladas con cierta presunción de objetividad, que obviamente es falsa, y de la que se sirve para “describir” no tanto real como poéticamente Abintra. A lo largo del libro he disfrutado de este desplazamiento continuo de la realidad física a la realidad poética, del lenguaje fosilizado de la frase hecha al hallazgo poético. Hay en general un desplazamiento que da pistas sobre lo que está sucediendo, pistas sobre la realidad de este espacio insular, no tanto físico como moral o lingüístico, por ejemplo en el primer poema que se presenta como una nota de una página de un libro de viaje pero que usa de una forma particular el guion, aparecen unas palabras quebradas que revelan un secreto, unas palabras escondidas en las palabras comunes, escondidas por el uso, por el cansancio de no ver más allá. Primer indicio, tal vez, de que no se trata de un anecdotario o de un diario o de las dos cosas. Hay también desplazamiento en otros momentos del libro, los lemmings que desplazan a las ovejas, o las luces del atardecer que desplazan al atardecer real. Se trata de una realidad inesperada y escondida que necesita una escritura nueva, como un inexperto taxidermista, para recolocar las palabras como esqueletos, clasificar, rotular, seleccionar. Se sirve además de todo un inventario de frases hechas, que también se valen de ese mecanismo de desplazamiento y con las que ironiza y se distancia a la vez, con la que muestra un tratamiento poético en este propósito, y nos lleva de la orografía y el detalle de Abintra al interior de este espacio, que es un espacio moral, entre otras cosas. Hay muchos ejemplos: A estas alturas todo es toser y cantar (p. 18), cualquier tiempo pasado no pudo ser mejor (p. 17), para hacerme el sueco (p.23)... Desde dentro, como apunta la etimología de la palabra, destaca que esa creación del espacio se hace desde la casa, desde el espacio doméstico de una habitación, con la última barrera de las ventanas, de la luz velada, así que lo que se muestra muchas veces es una impresión, una intuición de lo que es probable que suceda al otro lado. Un juego, porque ese nuevo espacio está cerca y distante por momentos, se desplaza desde la experiencia a la probabilidad.
Es un nuevo espacio y un espacio que ha convivido a la vez con el autor desde el inicio, un espacio moral, donde la mentira también se muestra como identidad: Las mentiras crean monstruos -dices, respiran el tiempo justo en el que te das cuenta de su poder de devastación. Sólo entonces estás en el lugar y la hora para convertirte en aquello que abominas. O en la página 21: Una vez que entro en el mundo de los ojos cerrados y prometo decir la verdad Y nada más que la verdad. O cuando afirma: Amigos inseparables para lo malo y para lo peor. Lo curioso de este recurso es que todo viaje implica un desplazamiento. Además como los viajes del siglo XXI, los viajes de la clase media no son una estancia definitiva, es una temporada en Abintra, como anuncia el título. Además este desplazamiento, que por lo normal en los poetas se asume como previsible, no nos da respuestas, porque esta edición de “Poeta en Abintra” nos deja preguntas, como la buena poesía, cuestiones como por qué llegar, desde dónde, veintiuna razones entre otras cosas para llegar a Abintra que son aludidas pero no enunciadas, para que el lector complete ese espacio desde su propio viaje hacia su propia Abintra. Eterno, insondable y cautivador Cuanto miro, Menos este rostro que al trasluz aviva, Enmudece y me trae aquel otro. Sin duda alguna, Algo más de cuarenta años juntos Ayuda a que el roce haga el cariño. Salvadas nuestras diferencias, Amigos inseparables Para lo malo y para lo peor, Aunque el don natural que uno dispone Para la belleza Al otro le parezca una ventaja inmerecida. Cuando nos conocimos era miércoles -me cuentan- Y llovía a las ocho y pico de la mañana. MIGUEL CATALÁN. MENTIRA Y PODER POLÍTICO (Verbum, Madrid, 2017) por ALEJANDRO HERMOSILLA Que vivimos en una democracia es una mentira repetida por todas partes y creída por una gran mayoría. Tanto como aquella otra que sugiere que los partidos (hi)progresistas llevan a cabo sus medidas políticas en base a una más justa idea del bien social que los partidos conservadores o que los políticos realizan constantes sacrificios por el bien de la población en su conjunto. Y por ello son tan necesarios pensadores que expliquen con rigurosidad y claridad la naturaleza del poder, como es el caso de Miguel Catalán, un filósofo que, discretamente y en silencio, está construyendo una obra que explora la naturaleza de las creencias falsas contemporáneas. Una meditada y muy elaborada Seudología —tendencia incontrolable a relatar hechos o historias que son producto de la fantasía y que llegan a ser creídas por quien las sufre— de la que apareció recientemente su séptima parte, dedicada a las falsedades del poder: Mentira y poder político. Un libro necesario para comprender el funcionamiento de la política y lograr pasar del estadio infantil o adolescente de la indignación al más adulto de la conciencia. La sabiduría. Ya que explica con orden y con rigurosidad, con la meticulosidad adecuada, por qué la política es el mundo de la mentira. Una batalla salvaje por el poder. Los mítines, una exaltación demagógica y los consensos, pactos entre elites para salvaguardar sus privilegios. Y lo hace con tanta exactitud, mezclando la historia y los datos objetivos con sus meditadas, centradas reflexiones que, ciertamente, deja en muy mal lugar a quien pueda creer ingenuamente en las bondades de la clase política o vuelva a votar con ilusión tras leer este tratado. Miguel Catalán lo deja claro. Un político, casi por definición, es un sátrapa. Lucha por sí mismo y los intereses de la clase a la que presenta. Es un maestro de marionetas. Alguien cuya fuerza radica en su capacidad de engañar y manipular. Deformar la realidad a la medida de sus intereses y ambición. Transformando víctimas en verdugos y verdugos en víctimas y problemas privados en sociales. De hecho, lo esencial para él es su círculo. La amalgama de pactos que debe hacer para sostener e incrementar su riqueza. Convertir en realidad el sueño de una vida sin trabajar. Succionando la sangre y sudor de los obreros gracias a su capacidad de retorcer el lenguaje y la fuerza amedrentadora de la que dispone gracias el poder. Algo que no ha variado con el paso de los siglos, como demuestra el fecundo análisis que realiza Miguel Catalán de diversas fases históricas, sino que más bien podría decirse que se ha ido perfeccionando y ocultando en la medida en la que a los gobernantes les han bastado la publicidad y los medios de comunicación para que los ciudadanos paguen sumisamente impuestos que, en muchos casos, no son sino una evolución de los famosos y obligatorios diezmos que debían ofrecer los siervos a los señores feudales durante la Edad Media. Un hecho que pone de manifiesto cómo la servidumbre voluntaria de la población vence a su deseo de libertad y justicia. Es realmente muy aleccionador y clarificador cómo Miguel Catalán muestra el verdadero rostro del Estado de derecho y cómo indaga en la violencia original que funda las naciones. Las armas, hechos cruentos, batallas que sostienen a esos Estados Monstruo cuyos representantes tienen siempre en la boca las palabras “paz”, “progreso” o “solidaridad” y no dudan en mentir para invadir territorios. Característica que el filósofo valenciano deja claro que no puede achacarse únicamente, con escasa capacidad de análisis y visión, a los Estados Unidos de Norteamérica, sino a prácticamente todo el aparato estatal de los países que hay y habrá sobre la tierra. Lo que hace aún más sorprendente el enorme engaño al que se encuentra sometida la población del que no desea despertar, ya bien sea por comodidad o bien por imposibilidad. O tal vez porque las elites y su lenguaje orwelliano la llevan manejando desde siglos y saben perfectamente dónde se encuentran los límites entre lo tolerable y lo intolerable para así evitar cualquier manifestación y proseguir creando ilusionismo social. Aunque a esta obra de arte de la falsedad también han contribuido diversos filósofos y analistas que no sólo han cuestionado el poder, sino que lo han justificado por razones más o menos peregrinas, cuyas teorías analiza con la agudeza acostumbrada este paciente orfebre del lenguaje.
En realidad, el libro de Manuel Catalán es una mezcla entre un artefacto divulgativo, un ensayo y un tratado de política. Un libro muy centrado que capta perfectamente el zeitgeist de nuestra época y, a pesar de su extensión, se lee y comprende con sencillez. Además, en lo que se refiere a su descripción histórica de la mentira política, su agudo diagnóstico del enmascaramiento cotidiano, roza la maestría. Tanto que no creo equivocarme al pensar que su Seudología será con el paso de las décadas una obra de referencia. Yo, al menos, me he quedado con ganas de leer los otros tomos que ha publicado hasta ahora y puedo imaginarla perfectamente en el futuro, ocupando un lugar preferente en la biblioteca de cualquier politólogo. Creo, de hecho, que en un mundo justo debería estar circulando por las manos de todas aquellas personas que piensan votar en las próximas elecciones sin haberse detenido a pensar por qué lo hacen y se encuentran dispuestos a defender la mentira oficial como si estuviera en juego su vida, sacrificando su libertad por su seguridad. Más que nada, porque la lectura de obras tan inspiradoras y enriquecedoras como ésta podría propiciar que los ciudadanos nos centráramos en lo esencial —modificar el sistema para asegurar la separación de poderes y el advenimiento de una democracia representativa— y no en lo accesorio: quién de los emperadores sostendrá el báculo en esta ocasión. Quién será capaz de mentir y convencer a más número de personas. |
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