LA BIBLIOTECA DE ALONSO QUIJANO
Reseñas
NATXO VIDAL GUARDIOLA. ÍCAROS DESORIENTADOS (Raspabook, Murcia, 2015) por ANTONIO GÓMEZ RIBELLES Natxo Vidal entró en la publicación con el accésit del Premio Dionisia García en 2006 con el poemario Atrás no es ningún sitio (Universidad de Murcia, 2006), al que siguieron Sal en los ojos (Los papeles del sitio, 2012) y La niña que jugaba a la pelota con los dinosaurios (Huerga y Fierro, 2013). Colabora habitualmente con revistas literarias como El coloquio de los perros y aparece en antologías. Es profesor superior de música en el conservatorio de Elche en la especialidad de Trombón. Este es su cuarto poemario, pues, editado en esta ocasión por la editorial Raspabook, editorial murciana que, junto a otras, está llenando el espacio de papel de la poesía en tiempos de crisis y de desprecio oficial. Ícaro, reconozcámoslo, era un personaje lamentable: dibujado por Ovidio como un niño que juega con las cosas de su padre mientras ablanda la cera para unir las plumas, representado como un adolescente en la pintura, se le ha utilizado como parábola de la juventud inconsciente e irresponsable que no obedece las normas del padre, un padre ingenioso, hábil constructor de muñecas y arquitecto, pero para nada un modelo de virtud, que fue capaz de matar a su sobrino por celos profesionales, que refugiado en Creta tiene a su hijo con una esclava, que ayuda a Pasífae a engañar al toro blanco con un disfraz; producto del engaño y el adulterio nacerá el Minotauro, para el que luego tendrá que construir el laberinto que lo encerrará, al Minotauro y al propio Dédalo y a su hijo después tras el cabreo de Minos. Provoca esta historia la aparición en Creta de Teseo, otro héroe advenedizo que mostrará con un simple hilo cómo ese laberinto no era para tanto, cómo Ariadna le importaba bien poco, y cómo en realidad entró en el laberinto animado por los gritos de Houellebeq para poder contarlo después. Parece que sea él el que pregunta a Ariadna en los versos de Natxo: ¿QUÉ harías, hasta dónde estás dispuesta a llegar por mí? o ¿Hasta qué punto ciñe la cuerda con la que hemos atado nuestros sueños? Y luego la abandonó en una isla… Mitos tejidos con muchos seres triunfadores, irascibles y crueles, para quedarnos con uno, Ícaro, que sólo nos muestra el fracaso y la caída tras desobedecer la razón de los sabios. Una historia llena de plumas y cera derretida, un personaje que solo sirve para dar nombre a un mar y para dar lecciones a los rebeldes. ¿Entonces por qué Natxo Vidal nos propone a este personaje conformista, triste y fracasado (como un Kurt Cobain sensible e insatisfecho)? Porque voló.
Hay una cita de Bernard Noël que sitúa bien el contexto del libro: «No hay respuesta. Igual daría esgrimir en primer lugar un NO ya que se trata de cortar por lo sano. Como consecuencia no hay asentimiento posible. Nos dejamos arrastrar solitarios a merced de una ficción. No sé si el “yo” es en ella algo más que un acontecimiento. Uno de esos acontecimientos que hoy en día dan la medida de la realidad, que hacen que se desvanezca en humo. Todo está por retomar ¿Pero por dónde empezar? Siempre flotando en mitad del tiempo y los propios puntos de referencia solo sirven para extraviarnos más en él». Natxo ve volar a Ícaro por la ventana, volar un Ícaro con abrigo, un Ícaro postmoderno, post postmoderno, que planea sobre la generación X, que planea sobre los nocilla, sobre el afterpop, sobre Íñigo Montoya, mientras suena la música de décadas gloriosas, versos de siglos. Natxo e Ícaro quieren gritar bajito que son de una generación, que han decidido serlo y participar de ello. Y sus héroes se amontonan en un laberinto, conformados y también crueles: Cierra los ojos abre la boca ponte de rodillas. Natxo actualiza el mito en un recorrido generacional, emocional, social y privado que viene de los clásicos y acaba con Andrés Calamaro, que nace de la música, pasa por la literatura y vuelve a la música, (como a otros poetas, Juan de Dios García, José Oscar López, Diego Sánchez Aguilar, Andrés García Cerdán, Alberto Soler, José Alcaraz…). Pero en el libro se atasca el recorrido, se atasca en la realidad, una realidad que no era la que esperábamos, que incluso envidia al clásico (Ojalá mi fracaso pudiera compararse al de Ícaro) como si fuéramos proyectos de héroes que, si bien no han muerto estrellados en el mar, sí se han quedado encerrados en el laberinto del fracaso, laberinto incluso del amor: Ahora ya lo sabes: no estábamos cargados de futuro. Reconozcámoslo: no era verdad que el mundo estaba más allá de las botellas, detrás de los neones del sexo y el exceso. No quiero que se entienda mal: estuvo bien, pero no nos llevó a ninguna parte. Está claro, las cosas buenas no duran mucho tiempo, lo que quedó fue solamente nada: Y luego nada. Y otra vez nada y nada más que nada para siempre. Poemas sin título, continuidad del pensamiento. Versos sin adjetivos. Esencialidad e imagen. Dentro y fuera. Amor y dolor. Poco humor, algo más de ironía ¿Y ya está? ¿Todo está perdido? Todo el pesimismo de un atasco entre dolor y nada? ¿Entre dolor o nada? ¿Entre nada y nada? De un hombre implicado en la gestión pública no se puede esperar eso. Cito de nuevo a Bernard Noël: «Olemos el desastre y el resto en vaguedad. Un agujero de aire: caemos en la nada. Pero me detengo: no, una vez más NO para detenerse. Es preciso romper». Y, efectivamente, es preciso romper. Ícaro cae, pero primero vuela. La muerte no invalida lo vivido. Las cosas no acaban así. A lo mejor hay que cambiar la cera por resina epoxi, a lo mejor la ironía y el lenguaje pueden quitar la razón a Dédalo. Aunque los últimos acontecimientos precisamente en Grecia parezcan repetir el mito y las voces que recuerdan a las amenazas de un Dédalo europeo. Aunque las respuestas son los libros, en este caso la respuesta va más allá del libro.
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MIGUEL CATALÁN. LA ISLA DEL MUNDO (Arola, Tarragona, 2015) por JUAN BALLESTER ¿POR DÓNDE SE VA AL MUNDO? La Artilugiología es una ciencia que en una primera fase estudia las reacciones de asombro que producen los aparatos, artefactos o artilugios cuando averiguas para qué sirven. Ayer desde mi casa de Tarragona, sin ir más lejos, vi ascender hacia el espacio un sofisticado globo-sonda con un dron, cámara de vídeo y GPS que habían lanzado desde Perafort. Luego supe por el noticiero que se trata de unos profesores universitarios chiflados llegados desde diversas partes del planeta para enviar, por segundo año consecutivo, una cebolla a la estratosfera. Imagina la reacción de un cateto en camino que nunca hubiera visto un televisor y descubriera asomándose a la ventana de una vivienda unifamiliar a personas con las caras azuladas absorbiendo la irradiación y mirando con ojos en extravío hacia un punto fijo. O qué sentiría un ser pre-eléctrico al cruzarse con ese grupo cada vez más numeroso de caminantes hablando a gritos —sosteniendo un celular en la mano y un pinganillo al oído—, si una mujer le dijera como a mí en la Rambla: ‘Cuando termine de ver 50 sombras de Grey, te llamo’. Porque en una segunda fase, que está causando furor, la Artilugiología consiste en dar un uso distinto al que señala el prospecto. La isla del mundo (Arola, 2015) es la última obra publicada de ficción del filósofo valenciano Miguel Catalán. Aunque desangra tinta, pues ni siquiera tiene cubierta que le sirva de coraza a críticas literarias como ésta, fue finalista del Premio Torrente Ballester. De hecho, no se trata propiamente de una novela de formación cuya característica configuradora es la complejidad psicológica del personaje que aprende, sino de un relato largo que no pinta por oficio, pues el autor prefiere, dibujando al aventurero Gastón, que nos identifiquemos con un hombre lego de ropas zurcidas, talego de cáñamo y cantimplora, que camina con sandalias en busca del mundo. El punto de partida es cartográfico. La novela comienza cuando llega un huésped a la posada de Gastón y afirma que el suelo que está pisando no está en el mundo. El gigante Gastón se queja, pero el extraño exhibe un mapamundi en el que claramente no figura el lugar donde se encuentra la posada. Gastón reniega de nuevo golpeando la mesa con una jarra de vino para dejar constancia de que las líneas de los mapas no implican el final del espacio físico y la realidad corpórea. Pero al final acaba vencido; su pequeño mundo no está en el Mundo, así que pregunta: ¿por dónde se va al mundo? El peregrinaje acercándose a nuestra sociedad tecnológica y audiovisual, recuerda los relatos desternillantes y futuristas de Primo Levi (quien ya comparó la tabla química con los hombres), en los que describe el funcionamiento de aparatos electrónicos estrafalarios, como una máquina de escribir en prosa que te devuelve el texto en verso, unos cascos de realidad virtual que han terminado por hacerse realidad o una confesora doméstica homologada por la iglesia a la que le cuentas los pecados de la envidia y te limpia el alma cochina.
Cada uno de nosotros habita en un pequeño mundo que a su vez se encuentra dentro de otro que a su vez se encuentra dentro de otro y otro. Miguel Catalán, experto en la mentira, escribe en su ensayo sobre la ilusión El prestigio de la lejanía (Verbum, 2014) que el autoengaño consiste en ir menguando el mundo a medida que descubres que no puedes conquistarlo. Cada cual vive en su patria, la vuelta al día en ochenta mundos, y, como decía una canción de Víctor Manuel compuesta poco antes del golpe de Estado y que nunca volvió a interpretar, cuando hablen de las patrias, no me hablen del honor, que o aquí cabemos todos o no cabe ni dios. Pues, aunque no les cuento el desenlace, el mensaje de La isla del mundo es que la vida es corta pero ancha. El destino del calçot astronauta era alunizar descongelado junto una salchicha de Frankfurt en alguna barbacoa mallorquina, como el año pasado, pero esta vez la cebolla ha terminado escarchada pululando por el espacio e intentando comunicar con control de Tierra. Se ha comprobado por conexiones entre la biología molecular y la física astronómica que los astros y los bosones comparten vibraciones, y que poseemos un mundo interior donde no existen pistas ni mapas, ni fronteras, ni rastros, ni fulgores fugaces, ni siquiera estelas. Y cuando allí dentro se encienden luces o escuchan sonidos no sabemos si son astros en la bóveda celeste o simples partículas que brillan en nuestro interior. Y ante la pregunta que formuló Gastón —«¿por dónde se va a ese mundo ingrávido en el que dejamos de ser vulgares?»— hay dos puertas de entrada: una es la de los sentimientos, que nos permite elegir a quienes amamos y así convertirnos en seres eternos. Y otra, la sensibilidad. Pues sucede con la buena literatura que detrás de las palabras encuentras naves perdidas, ya que para poder encontrar un mundo dentro de un grano de arena, un cielo en una flor silvestre o abarcar el infinito en la palma de la mano basta creer para crear. ELENA MEDEL. CHATTERTON (Visor, Madrid, 2014) por CRISTINA MORANO MI NOMBRE ES NADIE Con mis poemas levanté un imperio. / Pero todo acabó, ¿quién soy ahora? Elena Medel, Chatterton, pp.39 El genio es el genio. Decidme que necesita madurar, que a veces resbala, que sus metáforas eran infantiles o demasiado pop o que no entendisteis a las niñas de Tara, escondiéndose bajo la cama de la muerte de la abuela. Decidlo. Pero no me digáis que Elena no era ya un genio o que ahora sí, ahora que la infelicidad o el desengaño han herido su mirada la han hecho genial, porque mentiréis. Hasta aquí somos, desde allí éramos, las cosas nos dan sus límites. Cosas que limitan: macetas, transportes públicos, mujeres solas que son cosas adoloridas, cajas de mudanzas, hogar familiar, lenguaje limpio, verbos que se rompen o que no concuerdan o que abren ese lenguaje limpio y lo convierten en alienígena. Dice Elena: «Yo he pensado en nosotras». Es ese “nosotras” lo que hace de este libro un artefacto venido de otra galaxia, véase: en mitad de la seriedad de haberse hecho adulto sin saberlo, un chiste («Márchate olor a lavavajillas, déjame con mi sueño!»). En mitad de la contemplación simple de unas hortensias, una alucinación leve («morado o violeta o más bien azul sucio»), la poeta desconoce el color de las flores que tiene delante, duda, le sobrecoge no poder nombrarlo, no encuentra palabra tan exacta que identifique la inminencia, la flor dañada pero aún viva, lo que va a perder pero aún en sus manos. Aún en su balcón, al borde de mudarse. Lo que se lleva no puede enumerarlo, entiende solo que «Tanto entregué que se marcha conmigo». Tanto. La poeta come entre otras mujeres, hay microondas y autónomos, hay pollo barato y bandejas. No hay alcohol, no dolor, no épica donde comen las mujeres sin hablar, sin quejarse, es una estación, es un restaurante de franquicia. Elena recoge esta normalidad, aparta un poco las migas caídas: «Hasta aquí / de cómo las mortales / quedaron por escrito», dice y luego saca unos papeles y un bolígrafo: «He corregido este poema / cuando nada de lo que hablaba / existía ya».
El libro termina con un capítulo que tiene por título, la frase más triste que puede decir un autor, afortunadamente desmentida por el mismo libro. Se llama: «Cuando me preguntan si escribo, respondo que ya no». Dentro están los mejores poemas que Elena Medel ha escrito: ‘Chatterton’, ‘Poema de despedida para mi hermana’, ‘Mensaje a los autoestopistas’, ‘Un cuervo en la ventana de Raymond Carver’ y ‘A Virginia’, madre de dos hijos, compañera de primaria de la autora. En este último la autora da cuenta de un encuentro, en un autobús de línea, con una amiga de la infancia, madre de dos hijos en el presente. La poeta no es reconocida por Virginia. No se saludan. La amiga cree que la cara que la mira desde el asiento de enfrente es el rostro de cualquiera. Es decir, la Medel nos advierte: el poeta es cualquiera. La máscara que porta quien dice nosotras/os es indistinguible del resto de nosotros. El libro que comenzó hablando de una poeta concreta y exitosa (Elena Medel, niña prodigio, superventas, it girl de las revistas culturales), es ahora un anónimo (autónomo, mujer que almuerza sola, joven fracasado que ha vuelto a la casa familiar). Es nadie. «En el fondo habláis de mí, / habláis de mí, de lo que poseíamos (…) Todo lo sabíamos, todo lo tendríamos, todo lo que se espera». Oh, sí. El genio. Nadie. XÁNATH CARAZA. LO QUE TRAE LA MAREA (Mouthfeel Press, El Paso, Texas, 2013) por JOSÉ R. BALLESTEROS Hace un par de meses conté a un íntimo que, aún siendo editor de literatura contemporánea, prefiero pasar el poco tiempo que tengo por culpa de responsabilidades académicas, la crianza de mis hijos y el escribir mi propia poesía, leyendo a autores muertos —es que casi todo está en El Quijote, ¿o, no?—. A pesar de la excelente poesía, novela y cuento que se escribe hoy en día, me he dado cuenta que si tengo una buena horita para leer algo, generalmente regreso a ínsulas que ya he recorrido por mucho tiempo, pero donde sigo encontrando los alephs que me van revelando sus secretos. A veces, algunas de estas obras inclusive me dan pistas de cómo lidiar con las dificultades más existenciales de nuestros días. A pesar de esta confesión, observando el 2014 desde el espejo retrovisor de mi despacho, me doy cuenta que el texto con el que pasé más tiempo el año pasado fue el libro de cuentos Lo que trae la marea de Xánath Caraza. Lo que trae la marea incluye diecisiete cuentos y un prólogo presentados en español e inglés con traducciones hechas por la autora, Sandra Kingery y Stephen Holland-Wempe. Caraza, quien nació en Xalapa, México, reside ahora en Kansas City. La autora ha escrito varios libros de poesía y participado en varios certámenes literarios en Europa y Estados Unidos. Estas y otras actividades dentro del campo literario latino en los EEUU la han convertido en una de las principales figuras literarias de las letras en español del país. Debo decir que su poesía es buena, pero su prosa, escrita con un estilo directo, sin complicaciones ni malabares lingüísticos que interfieren con el desarrollo de la historia, pero con un simbolismo suntuoso, deja en el lector momentos difíciles de olvidar. Nótese su estilo, por ejemplo, al final del cuento ‘El de atrás’: Anoche lo vi solo. Iba corriendo por la vereda que lleva a su casa. Ya estaba muy entrada la noche, se ve que llevaba prisa. En la oscuridad, casi total, su figura se confundía con la de los árboles y a lo lejos me pareció distinguir un haz de luz roja de lo que supongo era un cigarrillo. Antes de que desapareciera se oyó como un rugido. Nunca había oído algo así en la Pitaya. Sé que ni las tarántulas, ni los coralillos hacen ruido, tampoco los alacranes. Esos nada más te caen de repente desde el techo y se te meten entre las sábanas. La variedad de tramas en los cuentos es igual de imaginativa e impactante: la desaparición marítima de una pareja en México; la constante visita de una niña Quiché en los sueños de una protagonista; la historia de la China Poblana escrita en primera persona; la rutina cotidiana del trabajo para migrantes en varios lugares de los EEUU; un par de cuentos sobre la dictadura en Argentina; un encuentro en Barcelona entre Venus y Netzahualcoyotl; un cuento donde la protagonista habita el mundo contemporáneo y a la vez Tenochtitlán en el siglo XVI, entre otros. La primera trama mencionada da el nombre a toda la colección. En Lo que trae la marea existe una protagonista cuya soledad es fundamental para el desarrollo de la historia íntima que el lector consume. Perla pierde a sus padres, quienes desaparecen en el mar, y el resto del cuento presenta un proceso individual que parece prepararla para un regreso junto a ellos. Enmarcando la vida solitaria de Perla, el mar surge como la vía para ese reencuentro. Aquí y en otros cuentos, el agua existe como un salvoconducto que contiene las divagaciones interiores más íntimas de muchas de las protagonistas. Caraza escribe sobre la intensa relación de Perla con el mar de la siguiente manera: Tenía su casa, la casa de sus padres y ante todo su amado mar, su mar azul, su mar profundo. Los días eran largos y los aprovechaba al máximo. Daba la bienvenida al amanecer nadando y por un par de horas más continuaba en él. Salía a pescar a mar abierto. Recibía a la oscuridad leyendo sus conchas y caracoles. Los interpretaba, escuchaba, adoraba. Cuando la parte más oscura de la noche llegaba, se desnudaba y regresaba a su intenso mar. Sentía la templada agua salada acariciarle cada centímetro de la piel. En este pasaje se puede notar otro de los temas que se observan a lo largo de libro: la lectura. Hay que fijarse en cómo Caraza emplea la práctica de la lectura como una herramienta emotiva que prepara a Perla para sus reencuentros con el mar y, finalmente, con un posible reencuentro con sus padres desaparecidos. La literatura como un instrumento que permite a protagonistas un método de representar lo multidimensional de sus vidas interiores ante sus vidas cotidianas se encuentra a lo largo de los cuentos. Por ejemplo, en ‘Scofield 207’ —uno de varios cuentos que parecen homenajear a escritores como Borges y Cortázar— la maestra-protagonista termina literalmente siendo parte de la historia que se va escribiendo ante sus propios ojos en el salón de clase. Al transformarse, la narradora dice, Yo era el personaje de la historia, esa era mi mano, yo no existía allá afuera, sino en el papel. Yo había nacido con esa historia y ahora era tiempo de regresar a casa. En ‘Primer viernes en Kansas City’ una autora sale en busca de su protagonista ficticia Inés en el distrito de Jazz de dicha ciudad; y, en ‘Al aterrizar’, el libro Lo que trae la marea aparece como objeto dentro de un cuento que contempla temas existenciales durante un vuelo a Minneapolis donde varios personajes, incluyendo unas chicas chinas y una mujer irlandesa, platican sobre la vida familiar. —¿Qué decía yo antes sobre El Quijote...?-- El poder de la escritura y lectura es presentado como fundamental en situaciones cuando las protagonistas están solas contemplando su propia existencia. En ‘Agua pasa por mi casa, a mi casa se viene a soñar’ hay una protagonista en un vaivén dimensional que habita un presente occidental contemporáneo en un sótano rodeada de libros de Boullosa, Luisa Josefina, Cantú, Yourcenar, Vargas Llosa, García Márquez, Anzaldúa, Borges, Cisneros, Cortázar, Castillo, [y] Viramontes. Luego de una inundación la autora expresa los sentimientos de la protagonista hacia los daños a sus volúmenes notando: Recordó la primera noche después de su largo viaje, cuando descubrió el desastre. Recordó cómo trató de salvar los documentos importantes para ella pero todos estaban mojados. Llevó consigo los pocos papeles y libros que pudo rescatar. Tenía que restaurar las líneas que definían quién era ella. [...] Continuó apresuradamente, como si su propia historia dependiera tan sólo de eso, no paró. Llenó el piso de la habitación de hotel donde pasó esa noche húmeda con las páginas que aún definían su existencia. Temas como el desvanecimiento anterior toman mayor fuerza a lo largo de este libro que subraya una y otra vez las dificultades de vivir en un mundo marcado por la globalización. Más específicamente, la mayoría de cuentos subrayan las complejidades de ser dentro de varios procesos culturales que están caracterizados por las rupturas emocionales creadas por el desplazamiento de seres en busca de una vida con más oportunidades. Con este fin, varios cuentos abarcan una gran cantidad de lugares geográficos donde los/las protagonistas se encuentran, por un motivo u otro, desarraigados. Sea por la muerte de familiares, por la migración, por turismo o por el aislamiento causado por el trabajo diario, generalmente encontramos a protagonistas a solas obrando de una manera interior maneras para sobrellevar la soledad de su existencia. Lo que me parece genial por parte de Caraza es que en estos contextos, el consumo —actividad tan necesaria dentro de lo que denominamos como la globalización— se convierte en una práctica catalizadora de agencia personal para construir desde memorias hasta realidades alternas que permiten a personajes principales tomar las riendas de su propio ser interior. En ‘Lunch break’ Caraza nos invita a presenciar el almuerzo solitario de una trabajadora humilde en un aeropuerto y crea de ello un ritual de presencia y sentido. Caraza escribe:
Tanta paz. El sándwich que comía era de pan con pasitas doradas. Lo disfrutaba al igual que los rayos de sol en su cara. No dejaba de admirar el azul del cielo con algunas nubes blancas y la luz, especialmente la luz. Tanta claridad le encantaba. Observaba a la gente caminar, algunos sin prisa, otros demasiado rápido. No quería ver su reloj, quería dejar pasar al tiempo. Dio otra mordida a su sándwich y los sabores explotaron en su boca. Cerró los ojos y el sabor dulce de una pasita dorada se combinó con la textura crujiente de una nuez. Masticó con calma sin abrir los ojos. Disfrutó los sabores dorados en la boca. Tragó su bocado con gusto. En el pasaje anterior, la trabajadora desarrolla una práctica que le permite participar plenamente de estar viva al concentrarse en el sabor de la pasa y de la nuez, en el calor del sol, en el color del cielo y al notar diversidad del caminar de la gente. Ella logra esto inclusive dentro de las limitaciones de un mundo marcado por la falta de recursos y la rígida la monotonía del trabajo. Caraza enfatiza estas limitaciones inmediatamente después al escribir: Dio la última mordida al sándwich que había comprado hacía unos momentos, con su descuento de empleada del aeropuerto, de uno de los muchos negocios de comida que había ahí. Era un gusto que se daba una vez al mes. Una vez al mes no llevaba su almuerzo de casa, gastaba en ese sándwich, que tanto le gustaba. Ahorraba todo un mes para poder saborearlo sin tener que pensar en nada más que en ese sándwich de pan con pasitas doradas que tanto le gustaba. Esta comunión con lo real de la protagonista le permite gozar dentro de su vida actual y, a la vez, la transporta a otro espacio psíquico y atemporal representado una vez más por el mar. La mezcla de lo real con el mar (quizá su memoria del mar) llegan a crear una conmoción física (real) en ella. Caraza escribe: La luz seguía siendo hermosa, la sentía en la cara. Cerró los ojos y pensó en el azul del mar. Sintió un escalofrío que recorría toda su columna vertebral mientras de su mano derecha se escapaba el horario de trabajo impreso en letras negras sobre un rígido papel blanco. La yuxtaposición final entre la vitalidad de la mujer al momento de su almuerzo y su desplazamiento a lo largo de un horario de trabajo, subraya intensamente las complejidades de ser en un contexto global. En este y otros cuentos, Caraza invita al lector a convidar con protagonistas que, a pesar de su soledad o gracias a ella, demuestran una profundidad de espíritu loable. A lo largo de la colección Caraza está muy consciente de la habilidad del arte de ser un gran medio para representar el maremágnum que son estas valiosas intimidades ante las fuerzas de la vida contemporánea y le agradecemos por este pequeño tesoro impreso en letras negras sobre un rígido papel blanco. |
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