LA BIBLIOTECA DE ALONSO QUIJANO
Reseñas
NURIA RUIZ DE VIÑASPRE. LAS ABUELAS CIEGAS (Colección Yedra, Ayto. de Piedrabuena, 2022) por BÁRBARA ARANGUREN DESDE LA EXPERIENCIA Sin seguir el orden marcado por la poeta en su libro, bastaría con el poema XXXIV para resumir la catastrófica experiencia de la pérdida de la memoria y del lenguaje de muchos de nuestros mayores atrapados por el Alzheimer: «¿Dónde están mis cosas? / Recuerda haber perdido su peine / Enmarañado ¿dónde su memoria? / ¿dónde se perdió su memoria? / escarba en un bolso que no reconoce / allí no hay letras / solo muerte / muerte neuronal / un desierto devastado / Del cielo caen / al bolso meteoros de palabras / ¿cómo las colocará? / ¿cómo colocar las letras / que conforman la palabra peine? / ¿Cómo encontrará a la madre de su madre / dentro de ese bolso?». Nuria Ruiz de Viñaspre ha sido afectada con toda seguridad por alguna de estas personas, a las que con acierto poético llama Abuelas ciegas, de la misma manera que le afecta, a ella y a cualquier autor dedicado a trabajar con las palabras, el apocalipsis del lenguaje, y por tanto la imposibilidad de comunicación de ideas que sufren estos enfermos. Me identifico en ambos asuntos con la poeta: por ocuparme de una abuela ciega —la segunda en mi vida, mi madre, y lo hice también de la suya y conocí delirada ya a la madre de su madre al fondo de un bolso como dice el poema—, y por ocuparme de trabajar con las palabras. Nuria cita a José Emilio Pacheco en un maravilloso verso: «¿Cuál será el porvenir de mi pasado?». Esta profunda pregunta, en la mayoría de los casos, se podría contestar con una palabra: olvido, pues de muy pocos de nosotros se tendrá noticia en los días venideros. Pero en el poemario de Nuria es una pregunta que afecta no al olvido que seremos en la posteridad, sino a la condición ruinosa de la memoria de las abuelas ciegas: el olvido de uno mismo y por tanto de todo contexto, de toda relación, de todo el propio ser, aun viviendo y, por supuesto, el olvido del lenguaje: VII El viento —ejército imantado— / es león que ruge esa alternancia de la mente / El sol ha llegado de repente / pedaleando en la memoria de alguna / vez ver la cosa única una vez. Puede haber destellos de luz repentinos, como sugieren estos versos, pero son aleatorios y breves: una vez, una única vez acierta la mente a elegir una palabra. Lo más recurrente no es esto, es: IX La lengua es un cadáver que escapa / de una guerra nuclear. O es: XIII ...las pobres palabras se quedan bajo / el aire congeladas. Tan quietas tan perdidas / Con la mente huracanada el texto desenfrena Y las personas que nos ocupamos de alguna abuela ciega observamos impotentes el proceso mientras nuestro amor se tiñe de dolor al verlas tan perdidas, tan lejanas:
X Destejemos el sombrero que nos cubre la cabeza / para prenderle fuego a lo olvidado / Todas las abuelas ciegas / nos miran a través de los espejos Un gran acierto el de la poeta al incluir aquí la imagen del espejo, el cristal que reproduce lo real sin serlo, la mentira, las formas que se escapan, inaprensibles, como lo son las cosas o personas o emociones que las abuelas ciegas ven y no ven o ven y no saben ya nombrarlas, dejan de entenderlas. XI La vertical del abismo se abre ante / ellas como una cobra de oro Y nos dice la autora en otro verso: XX Tu boca / huerto donde picotean las gaviotas La excelencia en poesía sucede cuando las imágenes que el poeta elige juntar estallan revelando una verdad que conocíamos íntimamente y no habíamos expresado. Esa boca picotada por gaviotas ejemplifica a la perfección ese tartajeo de muchas abuelas que ya no aciertan ni a juntar las sílabas. XVI No existe un lenguaje para los finales Dice Nuria, y es cierto: perdidas las palabras, perdido su sentido, habremos de buscar por otros medios que no sea el habla como llegar a conectar con las abuelas ciegas: la música a veces, las caricias. Tampoco con los animales nos entendemos con el lenguaje. La mera presencia, la compañía, hacerles sentir que no están solas, es quizá el último recurso para tranquilizar a nuestras queridas abuelas ciegas. Este certero poemario, el mejor de la prolífica autora, según dice Amalia Iglesias Serna en la introducción, ha ganado el XXIV Premio de Poesía ‘Nicolás del Hierro’ 2022. La bella edición de la Colección Yedra cuenta con una portada ilustrada por Kira Diez Inxaustegui acertadísima: cinco oscuros y robustos cipreses, viejos y antiguos, como lo son las abuelas ciegas, las evocan o representan, majestuosos y cercanos a la muerte.
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CONCHA GARCÍA. CUOTA DE MAL (Huerga & Fierro, Madrid, 2022) por NONI BENEGAS Cuota de Mal (Huerga&Fierro 2022) de la autora cordobesa Concha García (La rambla, 1956) se suma a una importante obra literaria, compuesta de varios poemarios premiados, ensayos sobre poesía, diarios de viaje y antologías de autores de la Patagonia, una zona del imaginario de Concha, que ha hecho realidad a fuerza de recorrerla y seleccionar las voces de su poetas. Acostumbrada a leer y a presentar a su autora, me sorprende este libro que da un giro a su obra y avanza en busca de una forma que atrape algo así como “lo real”. O al menos, que registre la dificultad del lenguaje para “aprehender” con palabras y conjugaciones algo del orden de lo vivo. Es un libro compuesto de instantes, escritos a la manera de “Koans”, esa especie de “adivinanzas cifradas” de la tradición Zen, donde el maestro plantea al alumno un problema. Un problema que puede parecer ilógico o banal. Pero, para resolverlo, hay que desligarse del pensamiento racional corriente. Hay que trascender el “sentido literal” e intuir el que se oculta. Cuyo tono, en los poemas de Concha, es decir, el tono que baña la escena que allí se muestra, lo decide el título. Por ejemplo, el tercer poema se titula “Run-Run” y alude al runrún que: Como un chorro de aceite/ empapa la superficie/ del pan, del pescado,/ de la mano que unta el cuerpo/ no entero, a pedazos: el brazo,/ la garganta y ojalá las cuerdas vocales,/ parte del pie, las orejas./ Oyó tantas músicas, pero cuántas quedan. Una música pegadiza, pues, ese runrún que como aceite nos inunda y se repite en bucle en nuestra cabeza. Otro poema, el titulado “Anaquel” en alusión a los estantes de la biblioteca, comenta el sucidio de varias mujeres poetas, Sylvia Plath, Alfonsina Storni, Alejandra Pizarnik y Anne Sexton: Con ellas leo que la poesía/ puede ser un enigma cuando/ no sabes qué decir y lo somatizas/ en tu cuerpo. Y concluye el poema con esta nota que para mi lectura, ofrece la respuesta: Hace un tiempo/ albergaba una honda satisfacción/ que no era producida por nada./ Abro la ventana, noto aire,/ el sol de la calle deja ver/ millones de motas/ que se dibujan flotantes/ en el haz de luz./ El libro es inmenso, compañía para un año entero. Para que se hagan una idea de la diferencia que supone de los libros anteriores de Concha, nos ofrece en la segunda parte una muestra del procedimiento actual. Aparece un poema a la manera de un koan, el de la pagina 61, titulado “Cuadrados”, que es una suerte de construcción cubista, o en abismo con un tema dentro de otro, elíptico. Está escrito en primera persona y en presente: Tengo miedo de recordarme/ las habitaciones se arrancan de sus camas/ caminas hacia abajo/ la soledad del portero de la finca/el amor siempre es contundencia/que no deja pasar lo impenetrable. Para mi lectura, el cuadrado de la habitación se abstrae del objeto cama y señala a su vez el cubículo donde vivo, que a su vez, mientras bajo las escaleras de la finca, reaparece en el chiscón del portero que esta solo adentro, y cuya soledad repica la mía que temo recordar. Hasta que de pronto un pensamiento me revela que solo el amor blinda lo incomprensible de esta vida que vivimos, y da sentido a lo que no lo tiene. Instante fulgurante que el poema atrapa. La siguiente composición, la de la pagina 62, se titula “Nada”, y parece reescribir el poema anterior en tercera persona y contarlo en pasado. Ha salido de la habitación/ ha sentido que alguien la pensaba/ha bajado hasta la calle / se ha imaginado cómo era todo. / Ha contado las monedas,/ ha elaborado una teoría por la cual puede estar en varios lugares/ sin necesidad de estar presente/ Ha tenido la tentación de existir mientras caminaba / de tocar su mano, de cambiar de dirección,/ de matar a la bestia que los asesina./ De hundir tus manos en la sangre sobre la hierba tan verde,/goteada de brillantes momentos de lluvia/ hasta que el sol las derrita. La secuencia contada en detalle de memoria, y con la distancia que crea la tercera persona, disuelve la potencia enigmática del poema anterior que no aclara nada, apenas señala los pasos que separan al yo poético de la revelación final. Revelación que en esta composición se trasmuta en deseo de cosas por realizar. Cosas anheladas, “nada” , como el titulo indica. Sin embargo, esa nada es el estado en el cual nos movemos permanentemente. Es esa “cuota de mal” que añadimos a la sociedad con nuestra vida fantasma hecha de retales, deseos imposibles, fantasías en las que nos perdemos con tal de abstraernos de una realidad insoportable, que no atinamos a cambiar.
Un libro inmenso, que nos sitúa escena tras escena ante nuestra propia falla, pero que el hallazgo de la forma perfecta para decirse redime con su belleza y contundencia.. IURY LECH. LA DIVINA PROBABILIDAD DE LOS RECUERDOS EXTINTOS (Jekyll & Jill, Zaragoza, 2022) por ANTONIO GÓMEZ RIBELLES Reconozco mi debilidad por los libros que establecen su relato como un viaje que se convierte en existencial, en la búsqueda de un sentido y la posibilidad de no encontrar ninguno que puede tener enfrentarse a territorios que ya paseamos en otro tiempo con la idea del retorno o por otros por los que nunca se pudo navegar y ahora funcionan como descubrimiento, aunque de ellos ya se espere algo. Sus escritores y protagonistas son seres literarios, escriban o no, que entienden el viaje como necesario, la búsqueda como recuperación de lo perdido, el hallazgo como posible, la construcción de la memoria como algo esencial. Escritores como Sebald, Chejfec, artistas como Long, Smithson, cineastas como Tarkovsky o Angelopoulos, poetas y artistas románticos como Wordswoth, por citar algunos y sin olvidar las epopeyas clásicas, se mueven en un viaje que, además, se convierte en un viaje por el lenguaje, por el léxico, los signos, los símbolos, por la temporalización de la obra en recorridos de orden musical, incluso. Y si además el autor, el ucraniano-español Iury Lech, es artista interdisciplinar, mi lectura se vuelve aún más abierta a todos los lenguajes. Enfrentarse al nuevo libro de Iury Lech se parece mucho a estar viajando en nuestra propia mente y en nuestros recuerdos o la ausencia de ellos, la memoria y el olvido, mientras tenemos de compañero a un personaje fascinante, Wolef, que supera todos los conceptos y estereotipos humanos que nosotros creemos inalterables, y que él deja a un lado mientras vuelve hacia unos recuerdos que en algún momento de su larga vida, que le convirtió en una especie de ser posthumano, le dejaron con una historia llena de agujeros y grietas que él quisiera reconstruir, como un arqueólogo que apenas encuentra los restos de algo que pudo ser posible, de algo que tal vez pueda hacer posible un retorno. Y a su vez, tan importante como él, el narrador le acompaña en sus desplazamientos en la búsqueda del pasado perdido para avanzar hacia el futuro o el presente posible. Nos faltan claves para saber quién es Wolef y quién el narrador-acompañante; pero de la misma manera que nunca conocemos la totalidad de lo que nos llega, como tampoco recordamos la totalidad de nuestra vida. La memoria crea y ocupa, y el olvido actúa y filtra lo que en su momento no creímos necesario. Y además reconstruimos la memoria con su uso. Funes el memorioso lo recordaba todo y sufría por ello, y otros necesitan escribir todo aquello que se olvida para volver al pasado necesario (Memento). Así que esa falta de claves nos vuelve activos, nos lleva al movimiento y la creación, lo que no se cuenta adquiere valor; y ante los misterios, los huecos de la existencia, la respuesta es poética: Wolef construye lo real sobre lo desconocido por extinto pero que debió ser conocido. Junto con el narrador, el uso de la memoria y el olvido serán generadores de lo real. Y en lo real queremos estar nosotros. Wolef es una presencia que pertenece a un mundo (ética y estética) que, aunque le contiene, no es el que busca. A pesar de ir hacia delante, siempre siente la necesidad de sus recuerdos, esos que en algún momento de su creación le fueron extirpados y que ahora han quedado convertidos en ruinas. Mientras leía me he acordado de la mirada asombrada del Ulises de Angelopoulos, o del Stalker de Tarkovsky, rostros que se vuelven hacia dentro, en una ciencia ficción que más que buscar en el futuro miran siempre hacia atrás como un arqueólogo asombrado y atormentado porque lo que encuentra le sirve, tras el esfuerzo del viaje y la excavación entre los distintos niveles de escombros, para hallar tan solo unos pequeños fragmentos de recuerdos sin hilvanar que, ante la necesidad del pasado, le resultan insuficientes. De un artista como Iury Lech, transdisciplinar, músico, artista visual, escritor, no se puede buscar una clasificación, aunque no creo que un buen lector deba querer clasificar nada. Domina lo visual en un artista visual. Domina la sucesión de imágenes en un artista audiovisual. Se mantiene el ritmo en los capítulos como movimientos de una composición musical, propio del lenguaje de un músico. Y tenemos entre manos una epopeya lírica y épica, un largo poema sobre la búsqueda de lo que quedó. Iury Lech mantiene también como escritor, de todas formas, la imagen como raíz y foco de lo que se irradia. En muchos momentos aparece esa querencia, como en que Wolef mantenga, de todos, el sentido de la vista, en la aparición de algunas fotografías antiguas de la familia, las descripciones a veces cinematográficas y el propio cine.
Pero además hay inteligencia narrativa; el texto te arrastra, utilizando personajes, acciones, imágenes, personajes que influyen en la personalidad de Wolef sin antecedentes, sin explicar en primer término (Algunos pertenecen a otros libros de Lech, con lo que el sentido de continuidad de la obra se sobreentiende). Eso crea la intriga y le necesidad de seguir leyendo. Son preguntas. El mundo narrado nos atrae y nos intriga, nos lleva de lo extraño a lo fascinante, pero sin caer en el exceso, un texto no muy largo con la extensión necesaria, y que nos llevará a seguir en él después de su lectura. A pesar de hablar de cientos de años en la vida de Wolef, a pesar de entrar en un posible tiempo futuro o sin tiempo, un post-tiempo, conceptos y temas del presente siguen apareciendo en las reflexiones: el amor, la inadaptación, la inmortalidad y la muerte latente, la filosofía, la divinidad, la inteligencia artificial, la desaparición, la crítica del sistema cultural, la lectura y las bibliotecas, el mundo humano y el posthumano. Y la identificación posible con el propio autor o con nosotros, lectores. Magnífico este libro de Iury Lech en la editorial Jekyll & Jill. Para seguir. CORMAC MCCARTHY. EL PASAJERO / STELLA MARIS (Literatura Random House, Barcelona, 2022) por ALEJANDRO SÁNCHEZ ROMERO Lo contrario al trabajo no es el entretenimiento sino la calma, la reflexión, la experiencia consciente frente a la extenuación mecánica; la exégesis de los acontecimientos vividos —directa o indirectamente— que nos permite armarnos para la elaboración del Dibujo —que bien puede ser un poema, un cuadro o una ecuación matemática...—, ese dibujo cuya finalidad será la de rescatar una mínima partícula del vasto océano al que van a parar sueños y recuerdos —vecinos pared con pared de lo que Jung convino en denominar «Inconsciente Colectivo»—, y que nos servirá para tirar puentes —dotar de cierta argamasa, esencia— a la sucesión constante y escurridiza de hechos disímiles que la sociedad ha convenido en denominar «Vida Real». No solo no tenemos idea de lo que pasará sino que ignoramos por completo el significado de lo sucedido. Nuestra situación, más que intermedia, es mareante. Fijado el culo a este infinito carrusel, ¿qué somos?, ¿heraldos de la divinidad o ridículas cabezas de turco? Cormac McCarthy, en el final de su Trilogía de la Frontera —páginas finales de Ciudades de la llanura—, escribió: «Los acontecimientos del mundo de vigilia [...] nos son impuestos y la narración es el eje insospechado a lo largo del cual se extienden. Nos compete a nosotros sopesar y clasificar y ordenar estos acontecimientos. Somos nosotros quienes los reunimos en la historia que es nosotros. Cada hombre es el bardo de su propia existencia». Por tanto, así como el mundo nos imagina es labor nuestra imaginarlo. Al igual que proyectar nuestro lugar en él. Convengamos entonces en este tiempo pautado —durante lo que dura la lectura de estas páginas— en vernos como algo más que seres sacrificables cuyo valor no es más que el de aplacar la sed de sangre de la tierra hostil que nos sustenta, pues estamos de celebración: ¡ha vuelto Cormac McCarthy después de dieciséis años! El pasajero y Stella Maris —un díptico, un doble espejo a imagen de Atala y René, de Chateaubriand— son sus dos nuevas novelas. Esto que van a ver ahora es solo un dibujo: mi dibujo de ellas. Cada uno tendrá el suyo —¡claro!—, por lo que disfruten y no me lo tengan demasiado en cuenta; nada cae en saco roto y todo es susceptible de arrastrarnos a las profundidades: «Lo que intenta la física es trazar un dibujo numérico del mundo [...] No se puede ilustrar lo desconocido. Signifique eso lo que signifique». 1) Son nueve pero ¿y el décimo pasajero? La acción de El pasajero comienza con su protagonista, Bobby Western, sumergiéndose de madrugada en las aguas del golfo de México, a la altura de la ruta Noventa camino de Pass Christian, Biloxi, Mobile —el adjetivo batipelágico es pronunciado—; suena el segundo concierto para violín de Mozart. El desconcierto campa entre los buzos de rescate; un avión de pasajeros se ha estrellado y se encuentra en lo profundo: «Los pasajeros en sus asientos respectivos, los cabellos flotando. La boca abierta, todos ellos, y en los ojos ni rastro de especulación». Ante tal concatenación de hechos extraños Bobby da en el clavo tras volver a la zodiac y quitarse la máscara: «Yo diría que ya estaban muertos cuando el avión se hundió». Lo que hasta entonces parecía una pena suspendida, aletargada y marcada por una desesperada pero queda fuga mundi --eremita procede del vocablo griego ἔρημος, que significa «desierto» o «del desierto»— se ve alterada; Bobby había conseguido ahogarla frecuentando esa clase de bares de la Estados Unidos profunda donde se rememora la guerra de Vietnam, se bebe Budweiser y se canta voz en grito ‘Can’t take my eyes off you’ de Frankie Valli, mientras se juega al billar; pero en una noche fantasmal —«A veces la ciudad parecía más oscura que Nínive»— dos hombres con placa aparecen en la puerta de su casa preguntándole por ese misterioso décimo pasajero; sospechan que Bobby, como uno de los buzos que participó en el rescate, pudo verse inmiscuido en la desaparición del cadáver o... ¿Acaso este pasajero estaba vivo y Bobby ayudó a llevarlo a la superficie?, ¿alguien lo avisó de que bajara en la parada correcta del autobús? Yo, personalmente, dudo que exista una parada correcta. Y menos aún que puedas elegirla. Llegado el momento siempre es ella la que te elige a ti. 2) Un trauma marcado por el número nueve. El consuetudinario hostigamiento al que se ve sometido a partir de ese momento por los hombres con placa comienza a agitar las aguas del trauma que asola su alma. Aunque llamar trauma a lo que sufre Bobby Western sería un eufemismo. Más acertado sería afirmar que vive por y para revisitar una y otra vez ese trauma, acunarlo, abrazarlo, zambullirse en él adoptando posturas de lo más peregrinas; las dos huellas negras en el extremo azul del trampolín. Ese trauma es la razón de que viva, aun si su cerebro está o no conectado a una cubeta de agua y sus sueños y recuerdos son fruto de impulsos electromagnéticos. Y qué más da, si ambos —y los de todos— reposan en el fondo de esa no cartografiable nada: «Se miró en el moteado espejo amarillento. El ligero alabeo del azogue convertía su rostro perfecto en un retrato prerrafaelita alargado y ligeramente torcido». Pero ¿qué tiene que ver todo esto con el número nueve? El maestro Fulcanelli, en su icónico El misterio de las catedrales, se preguntó: «¿Acaso nuestra alma no es la araña que teje nuestro propio cuerpo?», para luego más adelante añadir: «Lo mismo que el alma humana tiene sus pliegues secretos, así la catedral tiene sus pasadizos ocultos. Su conjunto, que se extiende bajo el suelo de la iglesia, constituye la cripta», y luego: «Sentada en un trono, lleva un cetro —símbolo de soberanía— en la mano izquierda, mientras sostiene dos libros con la derecha, uno cerrado (esoterismo) y el otro abierto (exoterismo). Entre sus rodillas y apoyada sobre su pecho, yérguese la escala de nueve peldaños --scala philosophorum—, jeroglífico de la paciencia que deben tener sus fieles en el curso de las nueve operaciones sucesivas de la labor hermética». Según diversas teorías matemáticas actuales englobadas en ese cajón de sastre que hemos convenido en denominar «Matemáticas Vorticiales», el número divino a través de lo que todo gira es el nueve; el nueve es el Todo y la Nada, y el tres —del cual es múltiplo— simboliza el espacio, y el seis —también múltiplo del tres— simboliza el tiempo; en palabras de Alicia Western a su psiquiatra —¡hermana de Bobby!—: «En un espejo las tres y las nueve intercambian posiciones, pero las seis y las doce no. Es una pregunta de niños, pero algunos adultos tienen problemas para entenderlo. Si lanzas un puñado de palitos al aire y les haces una foto habrá muchos más orientados hacia el plano horizontal que hacia el vertical». 3) El mito de Géminis. En un universo —¡el nuestro!— regido por los opuestos, el nueve, por tanto, simboliza la conjunción de estos: el nueve es el guión del espacio-tiempo y —cómo decirlo— Bobby está profundamente enamorado de su hermana Alicia. Y Alicia —¡faltaría más!— está profundamente enamorada de él: «Debería haber sido tu sendero de la sombra, la guardiana de esa casa que es el único lugar donde tu alma permanece a salvo». Vaya coniunctio oppositorum, ¿verdad?: «A veces soñaba con la primera vez que estuviéramos juntos. Todavía ahora. Quería que me veneran. Que entraran a mí como en una catedral». Pero ¿cuál es el significado esotérico de esta irrefrenable pulsión incestuosa? Veamos qué dice sobre Géminis Juan Eduardo Cirlot en su Diccionario de símbolos: «Por el carácter dinámico de todas las contradicciones (lo blanco tiende hacia lo negro, la noche quiere transformarse en día, el malo aspira a la bondad, la vida va hacia la muerte), el mundo fenoménico está constituido por un sistema de perpetuas inversiones, figurado por el reloj de arena que gira sobre sí mismo para poder mantener su movimiento interior gracias al paso de la arena por el agujerito central o “foco” de la inversion [...] Géminis es el lugar de inversión, el monte de la muerte y de la resurrección». 4) Oppenheimer A.K.A. el juez Holden. Alicia y Bobby son vástagos de uno de los más brillantes físicos de su generación, el cual trabajó mano a mano junto a Oppenheimer —estamos hablando del Proyecto Manhattan— para dar a luz la bomba atómica. Ergo, su padre no solo los parió a ellos: «La finalidad de toda familia en sus vidas y sus muertes es crear al traidor que borrará por fin su historia para siempre. ¿Algún comentario por ahí?». Hermanos bastardos de la Muerte —¡con mayúsculas!—, de esa terrible muerte atómica de centenares de miles de seres humanos cuyo dolor y sufrimiento —¡sus últimos estertores!— sirven de inagotable combustible para la llama de su amor, la misma que los atormenta e ilumina en la noche oscura: «En algunas calles había armazones quemados de tranvías. El cristal había saltado de sus marcos, derretido por el fuego, y encharcaba los ladrillos. Sentados sobre los muelles renegridos los esqueletos carbonizados de los pasajeros ahora sin ropa ni pelo y negras tiras de carne colgando de los huesos. [...] Llevaban su propia piel en brazos como si fuera la colada [...] los que veían no más afortunados que los ciegos». Las primeras palabras de Oppenheimer —inspiradas en el Bhagavad-Gita— cuando fue testigo del poder destructivo de la bomba fueron: «Ahora me he convertido en la muerte, el destructor de mundos». Pero no es la primera vez que McCarthy liga el destino de sus personajes al destructor de mundos. O a la energía atómica. Recordemos estas líneas de Meridiano de sangre en las que se narra cómo el juez Holden se une al grupo liderado por Glanton —por si quieren jugar a ser Oppenheimer en casa—: «Fue hacia el meridiano de aquel día cuando nos topamos con el juez subido a su roca [...] tenía al lado ese mismo rifle que usa ahora, todo engastado en plata alemana y el nombre que le había puesto incrustado en hilo de plata debajo de la quijera, en latín: “Et in Arcadia ego”», y luego: «Dos hombres habían desertado aquella noche y por tanto solo quedábamos doce y el juez trece», y luego: «Pero en esos dos días el juez lixivió el guano de la cueva con agua de arroyo y ceniza de leña y lo hizo precipitar y luego construyó un horno de arcilla donde quemó carbón; de día apagaba el fuego y al caer la noche lo volvía a encender», y luego: «Se levantó al vernos llegar y fue hasta los sauces y volvió con un par de alforjas y en una había como ocho libras de cristales puros de salitre y en la otra unas tres libras de buen carbón aliso», y luego: «La luna estaba tres cuartos llena y creciendo», y luego: «El juez [...] se sentó y empezó a descamar la roca con su cuchillo [...]. Era azufre vivo [...] Nos pusimos a rascar las rocas [...] y fue hasta un hueco en las rocas y derramó el carbón y el nitro y lo mezcló todo con la mano y luego echó encima el azufre», y luego: «El juez [...] se había sacado la picha y estaba meando sobre la mezcla, meando con aires de desquite, y entonces nos exhortó a que hiciéramos otro tanto [...] convirtiendo aquella masa en un asqueroso mazacote negro», y luego: «Entonces el juez cerró su cuaderno y cogió su camisa y la extendió sobre el hueco en la roca y nos dijo que le subiéramos la cosa aquella. Todos sacamos los cuchillos y nos pusimos a raspar y él nos previno de que no sacáramos chispas a aquellos pedernales. Los amontonamos encima de su camisa y él se puso a cortarla y desmenuzarla con su cuchillo», y luego: «El juez [...] siguió moliendo la masa y luego nos gritó a todos que llenásemos los cebadores y las cofias», y luego: «Todos los tiros fueron certeros, ni un solo error con aquella pólvora misteriosa». 5) Alicia en el país de los Sombrereros Locos. Y es que cómo no va a estar loca Alicia Western, si está enamorada de su hermano, es hija de un destructor de mundos, es una brillante matemática que con catorce ya estaba siendo promocionada a la universidad y es capaz de leerse cuatro o cinco libros al día... Pero ¿qué es la locura —parece reflexionar de manera consciente McCarthy— sino una especie de enteógeno que nos hace vibrar y conectar con la divinidad, localizar las costuras de la Creación, acceder al poder de la sinestesia, ver los huesos de nuestra mano con los ojos cerrados o curvar ligeramente el mástil de un violín para hacer de él una pieza única? ¿O no fue para volvernos locos que decidimos morder la manzana? ¿Disfrutó Cristo siendo crucificado? Alicia, epígono de ínclitos genios locos como Kurt Gödel o el mismísimo Wittgenstein, comparte con ellos no solo su capacidad asombrosa para desmenuzar las hebras de la realidad sino también sus monstruos —monstruo proviene del verbo latino monstrare—, sin importar peculiaridades, pues dichas peculiaridades responden al tipo y tamaño de nuestra grieta y son solo una ilusión, ya que el tronco es el mismo y las raíces profundas. En el caso de Alicia se trata del Chico Talidomida —la Talidomida fue un fármaco muy popular a finales de los sesenta que provocó una gran cantidad de abortos y todo tipo de aberrantes e inverosímiles malformaciones en los bebés que fueron a nacer; acá una muestra—, un engendro de menos de un metro de altura, aletas en lugar de manos y un cráneo repleto de cisuras y remaches como si después de haber sido deformado a base de martillazos alguien hubiera tratado de hacer un burdo apaño. A lo largo de sus apariciones el Chico Talidomida ejercerá de contrapeso de la malograda psique de Alicia Western alzándose como una especie de guardián psicopompo de la barrera —siempre una de cal y otra de arena— generando en el lector una sensación cercana al desprecio sin paliativos y a la infinita pena, como si de un feto recién abortado se tratase. En una de las cumbres de la(s) novela(s) el Chico Talidomida salta de la psique de Alicia para salir al paso de la huida laberíntica en la que se encuentra inmerso su hermano Bobby y decirle lo siguiente: «Hay muchos pecios por ahí. Muchos agarravergas. Pero no pueden pasarse la vida agarrados. Hay gente que piensa que sería estupendo descubrir la verdadera naturaleza de la oscuridad. La colmena de la oscuridad y la guarida de la misma. Se los ve por ahí con sus farolillos». 6) «Siempre hay un barco que arriba en la españolidad perdida». Ese fue el mensaje que le mandé a mi buen amigo y pintor Adrián Mena Paredes cuando llegué al momento en que Bobby Western decide culminar su singladura fantasmal en la isla de Formentera: «Siempre hay un barco que arriba en la españolidad perdida». Esta fue su respuesta: Una tela de siete metros de ancho por cuatro de alto cuyo nombre es Ismael o el soñador. Una vez más McCarthy retornando hacia su españolidad. 7) «We shall live again». Suenan las últimas notas de la canción ‘We shall live again’ del disco From dreams to dust de The Felice Brothers: This world is ours and all the stars / It’s like the icing on the cake of death / And the only word that rhymes is breath / We shall live again, y John Sheddan a la luz fantasma de un cine vacío le confiesa lo siguiente a Bobby Western: «Cuando la sustancia de algo es un asunto poco claro, la forma de este algo difícilmente puede reclamar más terreno. Toda realidad es pérdida y toda pérdida es eterna. No la hay de otra clase. Y esa realidad a la que interpelamos debe en primer lugar contenernos a nosotros. ¿Y qué somos nosotros? Diez por ciento biología y noventa por ciento rumor nocturno». We shall live again. 8) Scire, Potere, Audere, Tacere. McCarthy, con El pasajero y Stella Maris, culmina en la cúspide una carrera sin parangón, donde la literatura se ha visto ungida y redimida frente a una maquinaria que no ha cejado un segundo de arrastrarla y politizarla hasta el punto de convencer a la morralla cretinoide de la necesidad de antes de loar una novela —si acaso esta lo mereciera— averiguar con lupa inquisidora las intimidades del que la escribió —si votó al PSOE en el ochenta y dos, si está o no vacunado, si le gusta que le den por el culo...—; una maquinaria, decía, abyecta, censora y supeditada a lo material, es decir, corrupta y desalmada, donde periodicuchos sufragados por un Estado orwelliano se arrogan el derecho a decidir —«Tú sí, tú no»— y donde sus no menos vomitivos suplementos culturales —sufragados estos por la calderilla sobrante del bolsillo de funcionarios de toda la laya, los mismos que pretieren a diario el genocidio moral y cultural del que son parte fundamental pero no así su mensualidad, por la que, llegado el caso, serían capaces de asesinar— tratan de afianzar un mercadeo ad infinitum de favores y aplausos fatuos con que asegurarse el derecho de pernada. Aun no teniendo dinero para calcetines o pasta de dientes no se rebajó a conceder entrevistas —es cierto que luego alguna de repercusión llegaría, pero ya con el pescado vendido—; hasta que sus libros no fueron suficiente divisa, Cormac McCarthy no dio un paso al frente para decir: «He sido yo». Jung, Papini, Eliade o Cirlot clamaron durante toda su vida por un nuevo héroe solar. Hoy —con casi noventa años— podemos decir bien alto que el gran héroe solar de la literatura mundial es Cormac McCarthy. Lestrigones, cíclopes, el salvaje Poseidón... A todos ha vencido. Sus libros son una bofetada en la cara de esta narcisista sociedad, un ejemplo de que con humildad, trabajo, valentía y silencio se puede. Y tal vez sea esa la única manera. Para finalizar, veo a mis amigos realmente preocupados, temerosos del sentimiento de orfandad que habrá de atenazarnos cuando llegue la muerte del Escritor. A ellos van dirigidas estas últimas palabras: «Cormac McCarthy solo responde ante Dios, la Hispanidad y Gilgamesh, así que no os preocupéis, sea lo que sea lo que haya al otro lado, volverá para contárnoslo». 9) Cójame la mano.
I will be your child to hold And you be me when I am old The word grows cold The heathen rage The story’s told Turn the page. TES NEHUÉN. TODOS LOS PÁJAROS QUE VIMOS (Eolas, León, 2022) por DIEGO L. GARCÍA UN PUNTO DE ABRAZO Al terminar de leer Todos los pájaros que vimos pensaba en qué es un primer libro. Porque una cosa es aquella publicación que recoge la experiencia de un tiempo todavía precario, todavía en vilo sobre las decisiones básicas del texto (por el que muchos pasamos), y otra es la edición cuando se ha recorrido un amplio sendero de lecturas, de pensamientos en y para la poesía, de estudios atentos sobre las voces que se suscitan en las otras ramas del árbol contemporáneo. Esa sensación de no apresuramiento se refleja también en las formas de su poesía, en su tono y sus intenciones. El lector encontrará una propuesta que confía en la creatividad como fundamento y en el proceso como espacio donde lo sensible articula sus entradas y salidas entre la lengua y el yo, entre lo dado y la transformación. Desde el título de la primera sección, “Desplazamiento”, podemos pensar un concepto que resulta apropiado para observar el suceder de la escritura en este libro. Con “pequeños pasitos” e “inmóvil sobre el tiempo”, la voz realiza su coreografía mínima, su salida de foco con discreción (como dice en estos versos bellísimos: «como / alguien que entra de cuclillas en un viejo / escondite»). «Hacer(me) verbo en alguien que / observe la vida con dulzura y / reescriba la historia sin pensar / en la jaula». Desde la dulzura funda la autora una poética. La meta es deconstruir la jaula de los discursos prediseñados, de las promesas comerciales, de las fronteras convenientes para una subjetividad “adecuada”. Ahí es donde apunta la poesía de Tes Nehuén: a ser reescritura de todos esos artificios que simulan ser la lengua (¿qué lengua es la que nos dice lo que somos?). La jaula del lenguaje es más bien la de un uso mediado por la necesidad del triunfo; la frontera trazada por la industria de la felicidad. Es allí donde interfiere el otro, la otra criatura, que aparece como salvataje del yo. Como una extensión de tierra donde seguir construyendo la propia inquietud. Una forma de desplazarse. De levantar la bandera y entrar en «un cielo imaginario». “Bumbum” o el monstruo que «repite con la boca llena de colores» la palabra pájaro. «Sólo un dios moribundo miraría con luz nuestro desierto», en versos como éste se juega la épica de la poesía de Nehuén. El extrañamiento de la visión es llevado al extremo, no con procedimientos de experimentación superficial sino con un planteo que mixtura lo divino y lo terrenal, lo mínimo y lo supremo, hasta desintegrar las jerarquías y habilitar el asombro para cada movimiento, por más imperceptible que parezca. Sísifo mueve su piedra en largos metros pero también en pequeños milímetros, dependiendo del punto de vista. La piedra cede, regresa y el recomienzo es inevitable. «¿Puede el deseo engendrar una piedra?», se pregunta quien observa el desbarranco de una palabra (“golondrina”, el ave primaveral, que no es, pues lo real se impone). ¿Lo real? La segunda sección, titulada tal como el poemario, nos deja algunas pistas: «un aroma eléctrico / traspasa lo real y revive en nosotros el deseo de asomarnos / a las cosas». Hay (elijo creer, junto al sujeto de este libro) una posibilidad de asomarse a las cosas más allá de “lo real”, entendido como aquello que nos asalta en primer plano pero que a través de sus fisuras nos permite desconfiar. Sigo apoyándome en aquel primer concepto: asomarse es desplazarse con cuidado, sin estruendosos pasos en el baile de los discursos. No hay una revelación, no es ésta una poesía de iluminados; es una acción de atrevimiento contra el miedo, contra la corriente del sí mismo (he aquí lo heroico). Es una poesía que le habla a los pájaros con la ternura de quien sabe perderse. Porque hay que perderse primero para reescribir un mundo demasiado pesado ya con tantas verdades. «Las cosas a la vista se deshojan». Quedan al desnudo las simplificaciones (entre ellas las definiciones) cuando se busca un ritmo antes que una representación. Las máscaras funcionan como trampas para poner en cuestión cierto orden, cierta estructura (el andamio de las bellas letras). Habitamos este tiempo como un imperio de la mirada. Mientras, esta escritura se corre cuando parece estar a punto de enfocar y atrapar una presa, un mensaje.
Como si fuera una glosa marginal, el canto del jilguero derriba fronteras para hacer un «punto de / abrazo y no de muerte». En esa levedad el poema cruza a la voz natural: es justamente la espesura de un lirismo sin divinidad. Los pájaros que vimos no son Orfeo, pero tampoco es una ménade dionisíaca quien lo contrapone: la música es más bien oriental, más cercana a la poesía de la contemplación, que no es lo mismo que “de la mirada”. La jaula no pensada, sin deseo de ser dicha (¡aunque la representación de moda lo esponsoreara!), deviene en el acto de hacer(se) verbo. Solo así el abrazo es posible. Y es real. En el viejo escondite del poema que no se queda quieto, hay preguntas. Hay orillas, cielos, ventanas, especies sabias en el valor de las cosas. Hay citas de Juan Ramón Jiménez, como ésta: los caminos son / sólo entradas o salidas de luz. Un autor esencial con quien Tes Nehuén dialoga para traducir a esos pájaros. Múltiples caminos de luz para buscar lo propio en este libro, para transitar una conciencia desenfocada de la pulsión destructiva de la época. Qué bueno cuando la poesía trabaja para ese bando. Para la bandada de las libertades a toda costa. LUIS RAMOS DE LA TORRE. HACIA LO VERDADERO (Cercanías a la vida y al arte en la poesía de Claudio Rodríguez) (Chamán, Albacete, 2022) por NATALIA CARBAJOSA La exégesis en torno a la obra del poeta Claudio Rodríguez (Zamora, 1934-Madrid, 1999), figura imprescindible de la poesía española en la segunda mitad del siglo XX, no ha hecho más que crecer durante las dos décadas del nuevo siglo que llevamos recorridas. Parte del mérito lo tiene el Seminario Permanente Claudio Rodríguez, institución fundada en Zamora en 2004 con el fin de preservar su legado y acercarlo a las nuevas generaciones. En esta ocasión es el poeta, filósofo y músico Luis Ramos de la Torre (Zamora, 1956) el encargado de alumbrar el camino de la interpretación en los estudios claudianos. Con un título lleno de sugerencias (presentes a su vez en la antología Hacia el canto compilada por Luis García Jambrina con motivo de la concesión del Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana a Claudio Rodríguez en 1993), Ramos reúne en este volumen una colección de ensayos agrupados en torno a conceptos recurrentes en la obra del gran poeta. Así: «No es de extrañar, pues, que sea el propio Claudio Rodríguez quien ya desde el título de muchos de sus comentarios y poemas nos advierta de este ir y venir de su caminar circunstancial hacia o desde, (...) o el más definitorio de su concepto de la poesía como participación realizado para su discurso de entrada en la RAE, Poesía como participación: hacia Miguel Hernández» (págs. 179-80). El libro de Luis Ramos también constituye, como el “desde/hacia” evocados, un verdadero ir y venir entre los grandes temas que, reiteradamente, afloran en los poemas de Claudio Rodríguez. Ahora bien: la segunda parte del título no debe llamar a engaño (Cercanías a la vida y al arte en la poesía de Claudio Rodríguez). No hay en sus páginas atisbo de biografía, ni de voluntad de leer los poemas en una clave, digamos, específicamente personal. La vida en la obra del poeta es, en realidad, una vida trascendida, universal, traspasada por la contemplación y la transformación operadas por la palabra poética. Del mismo modo que Claudio Rodríguez habla en su poesía de las cosas y las gentes cotidianas, pero desde un registro poético único que roza la irracionalidad, el ensayo realiza una suerte de radiografía vital de la que han desaparecido lo cambiante y lo perecedero para dar paso a lo universal; se asoma, por así decir, al hueso de la escritura. Estructurado en torno a diferentes términos u oposiciones (vida/muerte, cuerpo, mano y oficios, amistad, semilla) o personajes, tanto poetas (Pedro Salinas y Carlos Bousoño) como escultores y pintores (Baltasar Lobo, José María Mezquita), el ensayo va poniendo en circulación, capítulo tras capítulo, términos como “salvación” que, por ejemplo, en relación al tándem vida/muerte, se presenta con tintes metafísicos; mientras que en la sección dedicada al cuerpo adquiere una función plenamente poética: salvar las cosas es llevarlas desde la creación hasta “la plenitud de su significado”, de ahí la importancia de la irracionalidad expresiva a la que son sometidas en el poema. Por último, en la parte dedicada a la semilla, ese mismo término evoca las imágenes de germinación y resurrección tan caras, asimismo, al poeta que las convoca una y otra vez. Especialmente atinada resulta también la sección dedicada a la mano y los oficios en la poesía de Claudio Rodríguez, abordada desde una perspectiva antropológica. Al leerla, no he podido evitar acordarme del Saramago de La caverna: «Lo que los dedos siempre han hecho mejor es precisamente revelar lo oculto», afirma el escritor portugués. El alfarero de Saramago muestra cómo solo las manos y los dedos (y quizá el gran poeta, podríamos añadir) conocen el verdadero nombre de las cosas. En una clave parecida, la celebración del trabajo que hace Primo Levi en La llave estrella, entendido no como el resultado de la productividad capitalista sino como amor a la tarea bien hecha, se halla cerca de la perspectiva del autor de ‘Alto jornal’ y su atención a los oficios de siempre, aspecto que Luis Ramos consigue realzar: «desde la mano se define el oficio, la entrega vital del hombre, de cualquier hombre, a su tarea, y a su vida».
En el apartado sobre Baltasar Lobo, Ramos desarrolla toda una teoría acerca de la moralidad del paisaje o, en otras palabras, de la necesidad de una ética dentro de la estética. Respecto a Pedro Salinas y Carlos Bousoño, y partiendo de la filiación orteguiana de ambos, analiza el tratamiento de la salvación en su poesía, en paralelo a como lo había interpretado en los poemas del autor zamorano. El capítulo dedicado al cuerpo se centra en lo que la obra de Claudio Rodríguez tiene de poesía de la naturaleza. En todos los casos, Ramos va desgranando, poemario a poemario, las apariciones de los términos clave en las páginas del poeta (como ya se ha dicho), pero con una particularidad: siguiendo un esquema metodológico a la vez preciso y flexible en su ir y venir entre las distintas variaciones connotativas y léxicas que dichos términos van adquiriendo con el tiempo. De este modo, nos va transmitiendo una sensación acumulativa semejante al polvo que se adhiere a los zapatos o al equipaje que confiere valor y resonancia a lo vivido, esto es, lo expresado. Destaca, por otra parte, la constatación de que la poesía de Claudio Rodríguez, y por ende, toda la poesía, es antes un acontecer que otra cosa (así lo subraya también Antonio Gamoneda), idea en la que insiste el prólogo de Miguel Casaseca. Y no se puede dejar de mencionar la relevancia de la exhaustiva bibliografía, así como la recurrencia en el texto de las aportaciones de diversos estudiosos (Michael Mudrovic, Fernando Yubero, Dionisio Cañas) cercanos al propio poeta. Constituye este ensayo, pues, un auténtico mapa conceptual de la palabra poética claudiana, puesta en relación con el mundo del que surge y al que es devuelta, corregida y aumentada (transfigurada), puesta al cuidado de los lectores. Documento útil para la investigación y, por qué no, para cualquier lector que desee, ya casi un cuarto de siglo después de la muerte del poeta, seguir dándolo por vivo en su “verdad”, que no es otra (ya lo dijo otro con el mismo oficio, John Keats) que la verdad poética. ANA VALERO HEREDIA. LA LIBERTAD DE LA PORNOGRAFÍA (Athenaica, Sevilla, 2022) por CARLOS GIL GANDÍA Abrí Instagram y Twitter. Y me enteré de que la portada del libro de Ana Valero (revisitando el Origen del mundo —Courbet—) fue censurada por el Algoritmo. Este, discípulo de la Iglesia y el Estado (censores por excelencia), decide que es o no publicable en las redes sociales. Desde luego, parece que no lo es el sexo de la mujer, tampoco su pezón (Madres paralelas de Almodóvar). Poner un emoticono en la parte del cuerpo censurable, para el Algoritmo, a fin de publicarla es un mecanismo para eludir la censura; como la poesía, que es el idioma universal para rehuir de la reprobación de las dictaduras y de los dogmatismos religiosos. Este es un ensayo que solamente podía haberlo escrito una mujer. Esto puede ser un cliché o frase manida, pero no lo es porque los ojos de la fémina son necesarios para la cuestión analizada desde la perspectiva de género. Pues la mirada sobre cuestiones del deseo y la dominación sobre la mujer por el machismo, al fin y al cabo, es más precisa, lícita y adecuada la de la mujer, que la del hombre. Desde una perspectiva jurídica, la constitucionalista Ana Valero ha escrito un ensayo necesario (no existe ninguno en habla española) y pertinente (en una época donde todo se tergiversa y se mitifica). Además, no es fácil para un académico dejar de lado la prosa aburrida, normativa y destinada a un público reducido, para adentrarse en una escritura amena, lírica en ocasiones, y para todo el público que quiera saber de la materia. Me ha parecido excelente que lo haga así. Porque este ensayo es, al mismo tiempo que trabajo jurídico, un manifiesto ético y estético del derecho al placer de las mujeres, una manifestación política. El leitmotiv del ensayo es la jurisprudencia norteamericana y, en parte, española en lo que respecta a la pornografía y sus corolarios. A través de ellas, la autora analiza diferentes perspectivas (histórica, cultural y feminista) de la pornografía y nociones vinculadas a ella (mujer, machismo, daño, placer...), y derechos como la libertad artística y la libertad de expresión. La autora parte de la base de la noción pornografía clásica (ligada a «una concepción expansiva del sexo, vinculada al placer y no restringida a la procreación»); posteriormente reflexiona sobre la acepción moderna (vinculada a la moral victoriana y, por ende, de alto contenido moral peyorativo) que, en parte, se menoscaba hasta la época contemporánea a pesar de las vanguardias, la aparición de la fotografía y el cine; y finaliza con la noción actual, que, al contrario de aquellas, es digital, aunque con tintes todavía victorianos —pero más peligrosa porque supone una superpoderosa publicidad de las grandes empresas pornográficas, cuyas posibilidades de colonización de nuevos territorios es amplia—. Cada una de las acepciones es explicada con ejemplos literarios y artísticos y jurisprudenciales del momento histórico al que se refiere, pues arte y sexualidad van casi siempre de la mano; cuestión diferente es la separación entre arte erótico y pornografía, que, realmente, esta última noción ha sido devaluada con el paso del tiempo, en particular por su sometimiento a los roles de género y al capitalismo mainstream (industria especializada en la producción de consumidores). Cada época histórica muestra el prototipo cultural y jurídico dominante en materia sexual. Hay, desde luego, un antes y un después tras la aparición del cristianismo. La escritora focaliza su ensayo ciertamente en la pornografía y los derechos que antes hemos mencionado; pero también en la figura de la mujer como sujeto indispensable en los cambios que la pornografía ha experimentado a lo largo de los siglos. La escritora expone las posiciones feministas conservadora, liberal y radical sobre la pornografía (abolición o no), y amparándose también en el harm principle y el nexo causal, para analizar la existencia —o no— entre pornografía y el daño sufrido por las mujeres.
El porno es un instrumento de lenguaje —y como tal permeable al poder— que crea la categoría de la fuerza de los arquetipos; condiciona así el modo de ver y concebir a las mujeres, e incluso no menos que el de verse y concebirse ellas a sí mismas en algunos casos. El porno está gobernado por el sistema patriarcal, configurando a la mujer como un objeto sometido al hombre. Privándola de su derecho al placer. El porno feminista (la directora Erika Lust es abanderada y prologuista del libro) reivindica un porno diferente, un porno que defienda el derecho al placer de las mujeres como sujeto de derecho. Esto me recuerda al libro Mujeres y poder de Mary Beard, cuya idea principal no es cambiar la noción mujer, sino la concepción del término poder. O lo propuesto por Marta Sanz en Monstruas y centauras, respecto del canon literario, pues no hace falta censurar, sino reescribir los relatos desde la posición feminista y utópica. En el caso del porno, mutatis mutandi, debemos cambiar, en consonancia con el libro que aquí se reseña, el término porno, no la noción de mujer en sí misma. Efectivamente, del libro se puede entender que, desde la perspectiva histórica y jurídica, los hombres, ya sea a través de las leyes, la jurisprudencia, el mercado y demás, se han legitimado para representar a las mujeres, sus cuerpos y sus voces: modulándolas para el interés de ellos, no de ellas, en la pornografía. Cada cultura crea su universo real; miopía nominalista es ver sus cambios como una mera anécdota o como un enemigo. Los que se oponen al cambio del porno, son los que no aguantan a los demás como sujetos, en este caso a las mujeres, sino solo como objetos de sometimiento y control. El cambio debe comenzar desde la niñez. Para que un niño o un adolescente no actúe con violencia o de forma machista con una niña o una adolescente es necesario poner a funcionar la máquina educativa, no la represiva. En este sentido, la autora dedica su último capítulo a hablar del acceso y consumo de pornografía online por niños y adolescentes, y su vínculo con un comportamiento machista. De ahí la necesidad «imperiosa de una educación afectivo-sexual integral». Pienso que el lenguaje crea realidades. Y este libro ayuda a reflexionar sobre las pretéritas y las actuales respecto de la pornografía, la libertad de expresión, los derechos de autor, los derechos laborales de las actrices en el porno, las teorías feministas respecto del porno... He cerrado este libro pensando que queda camino por recorrer, en particular jurídica y educativamente, y la escritora nos brinda posibilidad del cambio con argumentos sólidos y amplios conocimientos. Porque este ensayo versa sobre algo más que la libertad de la pornografía. PAOLA ESCOBAR. LAS COSAS TAL Y COMO SON (Barnacle, Buenos Aires, 2022) por RODOLFO EDWARDS NOMBRAR LO INVISIBLE Un antiguo refrán rezaba: «al pan, pan, y al vino, vino», no dejando lugar a la vacilación hermenéutica. Paola Escobar construye sus poemas con un procedimiento similar: llama a las cosas por su nombre, tal y como son, prescindiendo del truco de la metáfora, en pos de la honestidad de la transparencia. Con una lupa de gran aumento, Escobar logra percibir hasta las moléculas esparcidas por el aire, percibe el aura de los elementos que nos rodean (¿amenazan?) en el trajín cotidiano, armando coreografías inquietantes. Sólo la verdadera poesía tiene la llave para descubrir esos pequeños milagros, esas minucias que están ahí, oscurecidas por la rutina. Se requiere de una mirada muy atenta y de una enorme sensibilidad para percatarse de los movimientos casi imperceptibles que hacen los árboles, los perros, los seres anónimos que conviven con nosotros y con los que tal vez nunca crucemos palabra, pero están ahí como parte de nuestra vida, fondo, trasfondo, pasillo, corredor por donde caminamos incesantemente, tratando de vivir.
RAFAEL CHIRBES. DIARIOS. A RATOS PERDIDOS 3 y 4 (Anagrama, Barcelona, 2022) por PEDRO GARCÍA CUETO LA MIRADA DE CHIRBES A LA VIDA La tercera y cuarta parte de estos Diarios son un testimonio feroz de la vida de un hombre que se bebió la vida a tragos amargos y a veces dulces. Hay en todo el libro el pensamiento de un hombre que sabía que escribir también era una forma de renunciar al mundo, de adentrarse en el vacío de los seres inanimados, que nunca existieron. Creamos una vida con volutas de humo y queremos trasmitir, a trompicones, la sensación de veracidad que la nuestra tiene. Pero el problema es de fondo, escribir también es soledad, desvelar nuestras obsesiones, abrigar el aire triste de una mañana, cuando nadie nos abraza. Hay en Chirbes comentarios a viajes y a lances sexuales, todo ello atravesado de la melancolía del que no vive su vida realmente, del que se ve vivir a través de lo que hace, como si fuera un impostor el que ocupara su lugar. La clave de todo, y creo que es meter el dedo en la llaga, es la fantasmagoría de la vida, porque se entrecruzan sus pasiones literarias: todo Galdós, el Quijote, La Regenta, con sus odios: Bryce Echenique, Ricardo Piglia. El escritor va tejiendo el tapiz de unos diarios que nos atraviesan, porque cada mañana es un amanecer gris ante un mundo que no te llama, ante un teléfono que no suena, ante un universo que, en realidad, ya te ha olvidado. También los Diarios son el escalpelo de la escritura, la dificultad de acabar una novela, la impotencia de decir el lenguaje exacto, como buscaba Juan Ramón: «Cavar en la retórica, en la masa informe o deforme de las frases hechas, para encontrar palabras verdaderas que nombren y no envuelvan. Ese es el trabajo del escritor, limpiar la roña que se le pega al lenguaje». Como un amanuense descifra el sentido de las palabras, para desechar todo lo que sobra, para corregir incesantemente, para abandonar novelas, bocetos, borrones de unas vidas que solo existen para él. Por ello, estos Diarios arrancan con la descripción de Nueva York, como si Lorca resucitase y esa ciudad que es todo luz y sombra volviese a él. Ciudad de mendigos, de opulencia, de asesinatos, de hombres enloquecidos por la soledad, para Chirbes es la urbe de donde sale un Travis Bickle (recordando al taxista en brumas de Taxi Driver) en cada rincón. Califica a Barcelona con crueldad: «Una vieja puta que vende hasta el último centímetro de su cuerpo» y solo encuentra el sosiego en París, ciudad que ama como ninguna: «ninguna ciudad del mundo me transmite la sensación de que el hombre es un animal civilizado». La lucidez de un hombre que ve a las ciudades como personajes, como paisajes que respiran y ofrecen su mercancía, que ve en las aceras rastros de tristeza, congoja y miseria, pero que también encuentra en los amaneceres el esplendor que irá apagando el día. Como la vida humana, la ciudad envejece a lo largo de las horas. Así es Rafael Chirbes, entregado a la literatura como al sexo salvaje con otro hombre, abandonado de las palabras que le traicionan, quemado por la inmensa soledad de la propia vida.
El alcohol, el insomnio, la lectura compulsiva, todo vive en él como el ladrón que arrebata cuerpos del depósito de cadáveres para rejuvenecer su cuerpo herido y que se consume. De hecho, es consciente del maltrato que ejerce sobre sí mismo, porque vivir es también herirse, detestarse y olvidarse. Para Chirbes la vida consiste entonces en beber, hacer sexo, escribir, mirarse al espejo y olvidar quién es realmente. Un espejo que le ofrece su rostro cansado, abatido, desolado. Nos encontramos con unos diarios que no dejarán indiferente a nadie, porque solo el que sufre puede escribir con rasgos geniales, solo el que ha dejado su vida en la página puede ofrecer destellos de luz y vida. Sentimos que ha agotado su vida deprisa, como un Fassbinder que no dormía y que un día un amigo le dijo, cuando el cineasta llamó a su puerta de madrugada, que por qué no dormía, aquel le comentó que había demasiado que crear para perder el tiempo durmiendo. Consumió su vida con el alcohol, las drogas, el cine, el sexo y un día se suicidó. Hay en Chirbes algo canalla, la de un ser humano que lucha por ser entendido, mientras se enfrenta a la indómita creación, sabiendo que, al final, la muerte lo iguala todo y nada queda de lo que aspiramos, solo humo y ceniza. Cuando leemos el libro, ya sabemos nuestro destino y que todo es un entretenimiento para dejar de ser, para que un día casi nadie se acuerde de nosotros. OLIVIA MARTÍNEZ GIMÉNEZ DE LEÓN. LOS AÑOS DEL HAMBRE (Candaya, Barcelona, 2022) por PACO PAÑOS GARCÍA En este libro hay verdad, pues no cabrían la impostura o el fingimiento. Lo recorre un grito, pero no os confundáis, nadie pide ser salvado. Es que hay cosas que solo pueden ser nombradas con un grito, y suele ser la poesía el lugar donde mejor resonancia tiene, donde mejor se construye y nombra aquello que tiene que ser dicho así. Aquí se escribe herida, llaga, violencia, violación, sexo, amor, deseo, sangre, mierda, regla, hambre. Qué importantes las palabras, su elección, para nombrar la fisura. No hay eufemismos que suavicen la lectura. Este es un libro que nos implica y nos concierne, nos abruma y nos deleita, que nos seduce y nos expulsa. La primera parte de las cinco en que está construido el libro, estremecedora y apabullante, titulada “Nueve meses”, se compone de nueve listados de ¿frases? ¿aforismos? ¿versos? No sé nombrarlos. En realidad, doscientas setenta y cinco vislumbres de vida que anuncian a quien se pasee por estas páginas, que no saldrá incólume, entero o sin mancha. Relato desgarrador donde se funden los terrores infantiles, el abuso, la violación, la anorexia, el sexo, el brumoso futuro; donde se nos cuentan las dos escisiones y sus fisuras, y todo el camino a recorrer hacia atrás para que una burbuja de sueño e invención protectora estalle, y lo que fue sea parte de la biografía. El desgarro se siente en las entrañas, así es la potencia de lo escrito. La segunda persona es la protagonista aquí. Ese Yo otro que permite a la autora mirar atrás, a otro tiempo sin que el rompimiento la paralice. 43. Hay un lugar y un tiempo en que debiste gritar y no supiste hacerlo. 47. Si alguien se come tu placer, creces partida. 245. Tendrás que caminar los kilómetros que llevan a los ocho años. 274. Sueñas con ser una y disipar la niebla. Unos poemas en prosa y primera persona, bellísimos, toman el relevo en “Poema de amor”. Búsqueda de equilibrio y refugio, intentos de escapada. Vanos la búsqueda y los intentos. O quizá no, pues el deseo permanece. Y yo, valle, quedé otra vez en esa oscuridad que tiende al rojo, porque es el centro de la tierra y arde. Tengo ganas de escribir un poema de amor pero soy una piedra dentro de una piedra; soy un valle rocoso y a oscuras. ¿Por qué voy a traer a nadie aquí? Quizá en enero vuelva a escribir un poema de amor. Es un mes frio y húmedo, y los poemas de amor sirven de alivio. La tibieza no tiene sitio en estas páginas. Y siguen el dolor, el sexo, la herida y el desgarro. Y la gran belleza, extrayéndola de todo eso y del atrevimiento, de la franqueza, del valor y el miedo. Porque la poesía se alimenta de eso. Porque un gran libro de poemas ha de ser escrito así. Y con esos elementos y esa fuerza avanzamos en la lectura y leemos “Animales”. La tercera parte. Quince poemas en los que la autora busca otras imágenes, otros símbolos o metáforas que relajen el tono corrosivo sin rebajar la intensidad. Preciosos poemas con sabor más clásico que nos dan idea de la sabiduría poética de Olivia.
2. GORRIONES ¿Cómo se dice la luz que entra en el mar? / ¿Cómo se dice este fuego que quiere nombrar sin tacto? / Voy a ir a la cueva de los gorriones para que me saquen del pecho // este incendio rojo. 3. CIERVO Soñé que mataba a un ciervo en la nevada, / y que cortaba su carne, / y que vaciaba sus vísceras calientes, / y que dormía en su esqueleto. // Soñé la mirada del ciervo que iba a matar más tarde, / y me sentí en paz siendo la bestia. 11. LAGARTOS Qué soledad es esta / si camina de espaldas / y corre al espigón / a romper la marea. / Qué soledad es esta / si se engaña con otros / y canta como lloran los lagartos. / Yo tengo el corazón hecho al estío / tan prendido de sed que se quebró. / Lo puse sobre el risco del tomillo / y se llenó de luz y caracolas. / Qué soledad palpita en su querer. La poeta no se ha relajado ni permitirá que lo haga quien, con su lectura, la ha acompañado hasta aquí. Otra vez la segunda persona y la prosa. Es “Hambre”, la cuarta parte. Es la parte del silencio. Hoy también has soñado. Llevas anillada la lengua al silencio: es tiempo de callar, te dices... Si dices monstruo, el monstruo aparece y el monstruo eres tú. Así que te sumergen en la profundidad de la ballena. Para no decir nada. Es la parte de Alguien. Alguien es bello, es deseo, es sexo, es falta, es hambre. Es así: os buscáis porque sois dos hambrientos, tenéis el ansia del que vive en la falta. Os reconocéis en la carencia y en el gemido. Le dices la belleza pero también le dices el horror. Alguien no quiere decirte su temor más negro, tú le hablaste de un sótano, la herida que te persigue. Alguien te abrazó. Es la parte de no final. ¿Puede acabar este texto en algún punto?... Este texto no se va a acabar nunca porque no pretende nada. Este texto, todo el libro, nace de lo hondo, de lo más profundo, de eso que casi no existe por lo oculto que está. Nace de la necesidad de contarlo, de contarse, y no tendrá final. “Malquista” es la última parte, la quinta. Las palabras, tan importantes, tan cuidadosamente escogidas para nombrar la herida, son ahora títulos de pequeños poemas, breves y exquisitos poemas construidos con un cuidado primoroso en unos pocos versos que la autora añade como coda final. 3. EMBESTIDA En la lentitud de lo salvaje, / su embestida. // Toda la lava de no poder decirnos. 5. MORDEDURA Enhebro mi canción en el silencio / la nana del secreto y de la falla. // El desvelo de la mordedura. 8. OLVIDO Qué brizna / de qué altura / con qué fin. // El cielo ya está claro / y las palabras viran al olvido. Ante esta hermosa coda final, nada le queda al lector por añadir sobre este libro. Solo la esperanza de que os guste. |
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