LA BIBLIOTECA DE ALONSO QUIJANO
Reseñas
LUJO BERNER. W (Boria, Murcia, 2020) por ALFONSO GARCÍA-VILLALBA DE INFINITOS EL HOMBRE NO ENTIENDE NADA. DIVAGACIONES SOBRE UN POEMARIO DE LUJO BERNER ...all truth is a tale I am telling myself BRION GYSIN W es amar con las venas abiertas: corazón que palpita en el verso: el verso que es una ola que es el verso que es una ola (¿no lo sabías?). Escribir es un acto de amor. Escribir W es el acto de amor de Lujo Berner para (con) la vida. W es aliento vitalista: una primavera de la mente. Tal vez con la sombra de Gregory Corso o Walt Whitman en la mollera de quien escribía W. O (tal vez) con la sombra (en modo reverso) de un Walt Disney (por eso de seguir con Walt dentro de esta historia) pero en onda subterránea y pasada (por momentos) de rosca. Ya se sabe: Walt hay más que uno. En W (inicial de Walt a todo esto) encuentras versos como los que siguen: mañana la tormenta seguirá sacudiendo el corazón de la estropeada europa Europa en minúscula, claro. Porque usar minúscula es el mejor antídoto para no tomarte en serio (cuando en realidad es la forma de ser esencialmente serio, esto es: no pareciéndolo: siempre hay que aflojar el rictus: ¿no lo sabías?): mañana la tormenta seguirá sacudiendo el corazón de la estropeada europa Pues claro: tal y como sucede ahora (y no solamente en el Hemisferio Norte: ni solamente en el hemisferio cerebral no dominante donde, de acuerdo con William S. Burroughs en La máquina sumatoria y siguiendo a Julian Jaynes en su libro The origin of consciousness in the breakdown of bicameral mind, se ubicaría el inconsciente...). Pero (olvidémonos de esto y): sigamos. Tal vez leyendo W suceda algo y: descubras vacíos que nunca podrás calmar (Lujo Berner dixit) Tal vez suceda algo y te des cuenta de que no es necesario comprender. O que no es necesario comprender(lo) todo. W (sí) es amar con las venas abiertas y, a su modo, una suerte de carpe diem: carpe diem reloaded bajo un híbrido contemporáneo de tedium vitae (que es siempre el mismo: llámalo spleen, mal du siecle, teen angst, menopausia/andropausia o cualquier otra cosa). W es carpe diem con la toxicidad que las formas del desconsuelo inseminan en la conciencia. W es una forma de jugar con el concepto del verano eterno (‘Endless summer’): pero no con la baraja de los Beach Boys, sino con las cápsulas de Fennesz: el músico experimental austriaco que puso título a su disco de 2001 tomando como referencia el documental de Bruce Brown en torno a la cultura surf y realizado en el año 1966. Carpe diem, verano eterno, andropausia mental (¿existe todo eso?). Escribir es un acto de amor que se deshace en la forma del cero. W es un acto de amor: un cuento que te dices a ti mismo (¿no lo sabías?). W conjuga palabras que (a veces) tienen sabor a comida o que se comportan como olas (y olas y olas y olas y olas y olas y olas) que te llevan hasta la arena del final del poema: morir en la arena es el destino de cualquiera (del verso, sí, del verso: la arena es la realidad y el mar es el deseo: Manrique y acólitos y demás familia estaban equivocados: por eso ruegan y ruegan y ruegan y ruegan y ruegan una oración por su alma per secula seculorum). W es el tránsito entre realidad y deseo: Cernuda en bañador surfeando en Portmán: plomo, zinc, plata, azufre, rostro, mina, negro y dinero dinero (Lujo Berner dixit) En ese tránsito (deseo que se hace real/realidad que se hace deseante) las olas te capuzan o te hacen ver el cielo. Tal dialéctica parece constante en W: hundirte o brillar, ahogarte o surfear el tedio de la alienación (eso que le sucede a todo heterónimo o a todo Malone: muere muere muere muere muere). Palabras, enunciados, versos que se escapan y que trituran las estructuras fatales (y fractales) de las funciones del lenguaje (y que las subvierten: se las comen, son retorcidas, garabateadas, regurgitadas, incluso tachadas: acertando a crear una respiración propia, psicoterapia verbal que se vuelve estrategia de supervivencia: chakra of my mind...). Modos de hacerlo: (tal vez) deletreando: las imágenes siniestras de un mundo que se va a la mierda (Lujo Berner dixit) O acaso mediante: el recuerdo de los besos con lengua en mitad de un fukushima de los impulsos (Lujo Berner dixit) Otra vez la minúscula: f de Fu(c)kushima. W es escribir con minúscula: porque usar minúscula es la medicación adecuada para ser eTER(N)o. W es sentir el peso de la realidad (aunque ese peso /ese beso/ no sea minúsculo): el peso de la realidad por una lluvia que: cae horizontal y pica como mil agujas hipodérmicas (Lujo Berner dixit) A veces parece que sólo resta: entrecerrar los ojos y esconder la cabeza (Lujo Berner dixit) Pero no te escondas (o no lo hagas todo el tiempo: igual que avestruz en agujero) porque W es una suerte (o mezcla) de cotidianidad deslumbrante (y por momentos: delirante) en el uso del lenguaje (de la boca que pronuncia el verso: o el peso de la realidad que muere en la arena: lo sabías, Manrique, sé que lo sabías: y tus acólitos y demás familia lo sabían también: por eso ruegan y ruegan y ruegan y ruegan y ruegan a Santa María [siempre Virgen] una oración por tu alma per secula seculorum). Sigamos (u oremos pues): W es la combinación de palabras (aparentemente) triviales con otras de (sofisticado) aliento poético y que deja tu percepción lectora en modo vibratorio: sueño es el coeficiente de fricción natural de la realidad con el deseo (Lujo Berner dixit) Así juegan las palabras en W: haciéndote sentir el beso de la realidad (a veces amargo / a veces con sabor a mito o peces: peces peces peces peces peces que se meten dentro de una ola y de otra ola y de otra y de otra y otra y otra y otra).
Aquí el lenguaje es sueño/deseo: una forma de expresión (o expansión) de la realidad [a través del sueño/a través del deseo]. PERO (también) es una forma de EXPRIMIR la realidad (sí: en mayúsculas). (...) expresar/exprimir la realidad (sí: esta vez en letra pequeña). W es poesía paradójica e iluminada, vital(ista): con el estilo del viento y el ritmo que planea o salta en un verso húmedo de saliva o agua marina (¿no lo sabías?).
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JORGE TAMARGO. LOS ARGUMENTOS DEL TRÁNSITO (Difácil, Valladolid, 2020) por FERNANDO DEL VAL PALABRA QUE CULTIVA EL HUERTO Celebrar la existencia no es conducta evasiva. Los que no sostienen la mirada a la muerte o no afrontan las penalidades de la vida no la celebran. Todos somos incompletos, pero, si acaso, ellos más: parecen incluso nacidos de una costilla. Ni los suicidas vocacionales son felices cuando afrontan el acto que los salvará de sí mismos. Dice Julian Barnes que sólo la palabra vieja sirve: muerte, congoja, tristeza, pesar, sufrimiento. «Nada modernamente evasivo o medicinal». Pero de la oscuridad de esas palabras nace una luz de asunción que permite, constelada, sobrellevar el día a día, y celebrarlo. En un libro tan gozoso como el de Jorge Tamargo hay mucha consciencia de finitud. Sin ella, no hay celebración: hay espasmo. Los argumentos del tránsito (2020) es un libro celebratorio con el fundamento de la autoconsciencia. Y Jorge celebra la vida midiendo el verso, inserto en la tradición, sin temer el presente y, diría, sin miedo al futuro. Pocos versos hay que leer para advertir su tono dispuesto a la batalla de la vida. «Porque memorizas, piensas y temes, el viaje / no es un paseo». Es decir, a la imaginación y a la inteligencia se superpone la memoria. Y el olvido —sin olvido—: «(…) Quise ser todo cuanto / pudo aliviarte. Estoy contigo. Ya no / soy. No existo. Pero en ti todavía canto / para ti». Jaque a la reina, que es la muerte. Qué más se puede pedir. Tamargo no escribe pensando en el lector. Tampoco ejerce el solipsismo. Tamargo es un autor que escribe desde dentro del lenguaje. Tamargo exprime la potencia creadora del idioma y nos ofrece su néctar desconcertante. Da igual si lees: «(…) donde / el trallazo de dios, ya curva matemática, / ensaya la agrimensura del tiempo» y fantaseas con la aparición del personaje de Kafka en mitad del primer segmento del libro: el maravilloso agrimensor de En la colonia penitenciaria, tan condenado y poca cosa que conduce a la sonrisa, casi a la felicidad. Y da igual porque detenerse de forma exclusiva en las resonancias directas, indirectas, o imaginadas, de Tamargo es caminar un sendero fidedigno, pero incompleto. Hacerlo transforma las migas de pan en trampas que desvían del destino. A las sugerencias de Tamargo debemos añadir el reconocimiento de una labor creadora que parecería surgiera de la nada, si no supiéramos ya demasiado, nunca es demasiado, y si no lo supiéramos, a él, a Jorge, inserto en la tradición. Una de las cosas mejores suyas es que nos hace desaprender, olvidar lo leído, y nos permite zambullirnos en el lenguaje sin otro objeto que el lenguaje. Tarea tan inútil como trascendente, ya que, en el mejor de los casos, somos seres para el placer estético. Pero abandonarse a él requiere de esfuerzo receptor y de materia prima sobre la que efectuar el abandono, siendo esto segundo, obvio, lo más complicado. Bien. Pues Jorge Tamargo es un poeta tan musical, o sea, tan poeta, que otorga al lector la posibilidad lujosa de despojarse del entendimiento y de abandonarse a la lectura sensitiva. Acunado o zarandeado por un ritmo que no excluye acordes ni sonido melódico. El ritmo significa. Y la forma que deja el sonido en el espacio, también: «(…) aprendes a nombrarlo casi todo. No lo conoces, / pero lo nombras». Si un poeta no es visionario, no es poeta. Pero si sólo es visión, tampoco es poeta. Son la cultura y el pensamiento la inteligencia que ejerce de contrapeso a la imaginación: así, de lejos, el caballo va desbocado, pero, si la cámara gira y mete zoom, observaremos que las manos de Jorge aprietan las riendas. «Es la imaginación / tu último baluarte, el sexo / de tu inteligencia, el verdadero aguijón / de tu memoria». Los argumentos del tránsito es un libro lleno de palabra vieja —la que consuela— y de palabra nueva —la que invita a la esperanza—. Es un libro nuevo que es viejo; y que se convertirá en antiguo. Todos debemos darle las gracias.
BASILIO PUJANTE. EL PESO DEL HIELO (Boria, Murcia, 2020) por ANTONIO CANDELORO RELATOS QUE RIMAN ENTRE SÍ Tras Receta para astronautas (Balduque, 2016), Basilio Pujante vuelve al género del relato (del que ya nos ofrecía unas pruebas excelentes en la parte final del libro citado) con los once textos de su nueva recopilación, El peso del hielo. Se trata de textos que riman entre sí: si, por un lado, ‘Verde botella’, ‘Es como volar’ y ‘Pelé’ encarnan el punto de vista del niño o del adolescente o del adulto que rememora su propio pasado a partir, precisamente, de esas edades tan impactantes y determinantes para la configuración de la identidad de uno mismo, por el otro, ‘Jimbocho’, ‘Elogio de la cordura’ y ‘El hombre que lee’ representan el eje central de los textos de temática literaria y, también, metaliteraria. Se trata de relatos en los que quien narra es o aspira a ser o acaba de ser escritor: alguien que, guiado por la obsesión por la literatura, vive su propia vida en función de la palabra escrita y, de paso, nos deja entrar en el laboratorio de escritura de quien mira la realidad a través del filtro literario. En particular, el último texto citado nos remite a la fascinación que produce el mismo acto de la lectura en el momento en el que un personaje misterioso aparece como una especie de fantasma en un pueblo también fantasmagórico con un libro entre las manos. En una atmósfera que podría recordar los ambientes sombríos de El llano en llamas o Pedro Páramo de Juan Rulfo (obras y autor citados en ‘Elogio de la cordura’, pág. 37), la algarabía que produce entre los niños del pueblo el gesto de alguien que mueve las páginas de ese artefacto tan antiguo y, al mismo tiempo, tan moderno que es un libro, y que, encima, se ofrece a leer en voz alta ante el público embelesado, será el motor desencadenante para una nueva percepción de la realidad externa. El libro (que, por lo menos por su título —constituido por cuatro cifras— y por la imagen de su portada —«una chica que, enigmáticamente, se sentaba de espaldas sobre una tierra marrón», pág. 162— parece evocar un clásico de la contemporaneidad como es 2666 de Roberto Bolaño) se convierte, entonces, en la herramienta que podrá rescatar el sentido de unas existencias vividas en la periferia del mundo y sin una conciencia plena de las potencialidades que cada uno de los niños podría desarrollar. Junto a estos dos, hay también un tercer bloque de relatos que podemos citar: me refiero a ‘FAV’, ‘La duda o la rabia’ y ‘Quemado’, textos que obligan al lector a tomar partido desde el punto de vista del mensaje moral (o ético e ideológico) que se quiere transmitir. Son algunos de los mejores relatos de la recopilación, precisamente porque nos interrogan y, al mismo tiempo, nos llevan a poner en duda nuestros convencimientos personales. Si en ‘FAV’ el relato escenifica de forma incluso cinematográfica cómo la vida de un tranquilo profesor de Lengua Castellana y Literatura puede convertirse en una pesadilla por culpa de un alumno que rechaza y critica un suspenso (y que consigue manipular la realidad y la interpretación de la misma con el uso atento y maquiavélico de las redes sociales), en ‘La duda o la rabia’ asistimos a la congoja del testigo ocular de un presunto delito de acoso sexual en el ámbito de unas rutinarias clases de natación en una piscina de una ciudad de provincias. Tras la superficie ambigua del agua, ¿fue o no fue real lo que los ojos registraron?, ¿lo que se rumorea y que unos padres sospechan en relación con un monitor a lo mejor demasiado cariñoso con sus propios hijos? La duda (y, paralelamente, la rabia) que la pregunta provoca se mantiene hasta el final de la trama, cuando el lector ya ha sido manchado metafóricamente por el delito del que el narrador acusa al presunto culpable. ‘Quemado’ es otro ejemplo elocuente y significativo de cómo Basilio Pujante crea voces que invitan a la reflexión y a la duda constante: un narrador externo y en tercera persona de singular reconstruye en varios apartados la historia de un grupo de jóvenes publicitarios dispuestos a todo con tal de alcanzar el éxito junto con su jefe, Fran, líder de una agencia de publicidad que responde al nombre (altisonante y hablante) de La Carnicería. El rectángulo que conforman los cuatro amigos protagonistas se verá mermado para siempre por las artimañas de Fran, emblema de cierto capitalismo ultraliberal (y salvaje) que no se arresta ni siquiera delante de la muerte (por suicidio) de uno de los miembros del club selecto. Toda la narración de la así llamada “experiencia Burning Man” (en el desierto de Nevada) podría interpretarse como la descripción hiperbólica y grotesca (o incluso esperpéntica) de un modo de entender el trabajo y las relaciones laborales muy cercano (desgraciadamente, añadimos en passant) al mundo real y a la sociedad en la que vivimos: el hombre que se quema o “quemado” es el emblema perfecto de cierto tipo de trabajador actual que, sin derechos ni posibilidad de salvación, se inmola ante un altar en el que Don Dinero sigue siendo un Caballero imbatible.
Broma macabra y rememoración implícita del 11-S es el relato ‘Puerta de embarque’; relato de corte clásico y que bien podría evocar la trama de El amor en los tiempos del cólera de García Márquez es ‘Historia matrimonial’: se trata de otros tantos ejemplos de cómo Basilio Pujante alterna estilos y tramas que nos involucran en el acto de la lectura. Si el polo “literario” nos ofrece también unas descripciones satíricas del mundo (o, más bien, del “mundillo”) literario y editorial, y, al mismo tiempo, nos permite vislumbrar un futuro en el que un “hombre que lee” es todavía rescoldo para una hipotética salvación moral del derrumbe cultural contemporáneo, el polo de los relatos sobre (y desde) la adolescencia nos permite volver con la memoria (y el cariño) a una época vital en la que todo estaba (y está siempre) por venir; finalmente, el ámbito que dibujan los relatos “morales” nos obliga a posicionarnos, a cuestionar nuestros convencimientos éticos, a preguntarnos, en definitiva, sobre qué actitudes y comportamientos humanos pueden salvarnos del derrumbe definitivo y del colapso contemporáneo. El peso del hielo abarca de forma siempre interesante y sugerente estos tres aspectos y nos demuestra que Basilio Pujante sigue ejerciendo encomiablemente su dominio del arte de contar. LAURA GIORDANI. MANCA TERRA (La Garúa, Barcelona, 2020) por ANTONIO GÓMEZ RIBELLES Todo empieza con un patio, y en el patio unos árboles. Todo comienza con un sueño, el de un árbol desarraigado, sostenido en el aire de ese sueño con sus raíces fuera de la tierra que le ataba a todo lo que fue, a todos los recuerdos de lo que fue estable en su momento, y ahora se siente en peligro. Una voz dice manca terra. Es un sueño en el que la abuela muerta llora y da el título al libro. Falta tierra para salvar lo que nos queda, hace falta tierra para volver a las raíces, para revivir la madera y la circulación. Pero no la hay, no la suficiente para cubrir esas raíces. Tampoco hay metáforas en los sueños que nos expliquen. Las metáforas vendrán con las palabras que florecerán después en las ramas calcinadas: Que las lágrimas hagan su trabajo con las palabras enterradas escribir será una súbita floración en la rama calcinada esa altura donde los árboles lloran los incendios Pero los árboles trascienden los sueños y la memoria, un árbol es la imagen creadora, la vía de reconstrucción desde el desarraigo, el camino de todas las generaciones de la familia; es la casa y sus espacios, la casa que te ata a la tierra y el camino que se recorre hacia delante y a la inversa. «Metafóricamente es nuestro cuerpo y el de las antepasadas, nuestra casa, nuestra posibilidad de respirar y seguir viviendo». (Yaiza Martínez en el prólogo). ABRIR CAJONES Todo empieza con la atracción de “Los imanes de noviembre”, la primera sección de las cuatro que componen el libro, con la atracción de lo que queda retenido en los cajones, los fragmentos, el resto de vida que recorríamos con admiración y veneración arqueológica cuando éramos niños y que ahora puede ser el material de reconstrucción que necesitamos. El árbol que tiene en su mente Laura Giordani es uno que precisa de una actuación por nuestra parte; símbolo de todo lo que soporta nuestra historia, desde lo germinal, individual y socialmente. Y también de la pérdida o lo perdido, de las heridas que carbonizan y que dejan cenizas, restos, sal de agua evaporada. El árbol ha sido siempre signo, señal y símbolo del amor a la tierra, entendida ésta como la casa y sus generaciones, las paredes que se hundieron y anclaron en el suelo, el territorio que nos dio el tiempo y el espacio para unirnos, la matria, la patria pequeña, la de verdad. Un árbol calcinado que florece en las ramas gracias a las palabras regadas con lágrimas, es la reacción al dolor, a los daños y la carencia, pero una reacción no como algo ya conseguido, no pretende Laura Giordani dar lecciones, sino más bien como un inicio de una vía de reconstrucción. Después de seis años desde que publicó su último libro, por fuerza tiene que hablar de dolor y reconstrucción, la personal y la social, o una para la otra. La palabra y la poesía servirán de material para un resurgimiento, al menos en potencia. CENIZA Niña, me has sacado la palabra ceniza de la boca. Aparece la ceniza en los incendios, en la sal de los cajones, o en los dedos «por no haber dicho a tiempo lágrima», en las ramas calcinadas y sobre todo en las cenizas del padre. Difícil usar una palabra, ceniza, tan usada en poesía, pero qué bien aparece aquí, elevada al concepto necesario de este libro. Viaja por todo el poemario, pero se desarrolla especialmente en la segunda sección, Cantar mientras el mundo se derrumba: las obras supervivientes, donde se convierte en restos fantasmas, convertidos ellos en actos de resistencia íntima, como son casi todas las apariciones de la belleza, y frágil, pero resistencia. De entre las cenizas surgen: ...una diminuta talla de madera de caldén, dos postales con matasellos de Mauthausen-Gusen y las veinticinco palabras permitidas, unos versos en catalán escritos en papel de saco de cemento, el dibujo de una mariposa amarilleando en una maleta de cuero. Laura rescata como obras supervivientes cinco pequeñas obras, objetos ya de culto, acciones de amor y belleza haciéndolos renacer de la tragedia, del dolor de los demás, del silencio, como nuevos árboles, como palabras que florecen ahora de su mano con lágrimas compartidas. Palabras que son refugio, invocación narrativa y rescate, de una honda emoción y de gran belleza formal. Los objetos son ellos mismos y todo lo que les dio el ser. El objeto es él y todo lo que irradia, es ellos que lo tocaron y también quienes quisieron hacerlos desaparecer. VOLVER A LA TIERRA El pensamiento crítico se aletarga. La tierra no se encuentra en las pantallas. Contra algo tan simple, proponer la resistencia. La tercera sección lleva el título del libro: “Manca terra”, la ausencia de la tierra necesaria en una sociedad que hace perder la tierra bajo nuestros pies, la manca terra del sueño inicial, que en el análisis de los mundos individuales, el presente imperfecto que se sustenta en pantallas electrónicas ajenas a los árboles, a la historia y la memoria, se vuelve posicionamiento político. Nada de revoluciones salvo que la rebelión poética sea el hacer despertar de nuevo del sueño para no dejar que la tierra desaparezca y los árboles permanezcan. Este amor a la tierra y la crítica social, esta utilización del árbol, no es la atracción romántica por la naturaleza y la visita desde la urbe, sino algo más allá. Como dice Yaiza Martínez en el prólogo: «Aquí la fe en los árboles y en el lenguaje de la invocación, de la poesía, se entiende como sostén y medio de prolongación del individuo y la sociedad». La poesía como acto político, como posicionamiento político. LA BLANCURA TERMINAL DE LA INFANCIA El árbol de la infancia, la infancia como árbol que crece dentro. Volvemos a él.
“Encielarse”, última sección, es volver a esa tierra, subir a ese árbol para ver de nuevo. Vuelven las cenizas: Quedarse con lo que ardió abreviado en un puñado de cenizas —todavía tibias-- devueltas a la tierra para abonar los árboles que todavía resisten de pie. ... Con cenizas y saliva dibujas la casa viva como era antes —como nunca fue Volver al árbol y a la tierra como reserva y acción. Querer volver a la infancia para descubrirla triste, encontrar la pérdida de los contornos de casi todo lo que parecía ser sólido y determinante, bajar y entrar en la tierra. ¿Es seguro volver a la blancura de la infancia? ¿Es este otro síntoma del fracaso? ¿Es el poema la luz necesaria que permitirá la reconstrucción personal y social? Como siempre, las obras de arte plantean preguntas. El despertar para contestarlas es cosa nuestra. En este jardín los árboles contienen el aliento se elevan del suelo como a punto de decirnos algo. Tienen las raíces peligrosamente expuestas intentamos cubrirlas con tierra pero no alcanza: manca terra. La tierra bajó se retiró como la marea. ... Gran libro de Laura Giordani, bien estructurado en sus cuatro necesarias secciones y en cada uno de los poemas, que demuestra valor y hondura poética, posicionamiento y crítica, personal y social. Editado por La Garúa, sí, de nuevo, que se está haciendo con un catálogo notable, de gran solidez y unidad. LEOPOLDO MARÍA PANERO. LA MENTIRA ES UNA FLOR (Huerga & Fierro, Madrid, 2020) Colección Rayo Azul por ANTONIO MARÍN ALBALATE Para Evelyn de Lezcano, amanuense de Leopoldo, poeta canaria que admiro. Con cariño. Escribir sobre Leopoldo María Panero es entrar en la excelsitud de la tragedia a través de un agujero llamado Nevermore donde, cumplido el tránsito, salimos camino de nada mientras se deshojan los pétalos podridos, oh marchita flor, de nuestra propia mentira. Acercarnos a escuchar el latido, siempre del otro lado, del silencio que habla desde el fondo de la intensa obra de Panero, es saber quién fue realmente el verdadero señor de las palabras («fui esclavo del hombre / y ahora soy el señor de las palabras»), quién fue el auténtico Poeta. Publicado en la colección Rayo Azul de la editorial Huerga & Fierro, llega a nuestras manos un nuevo libro de Leopoldo María, o lo que viene a ser el tercero que vio la luz póstumamente, sin contar aquellos Lirios a la nada de 2017 (escrito junto a Félix J. Caballero, alguien para mí prescindible), también publicado en esta misma editorial. Recordemos que en 2014, año del fallecimiento del poeta, Huerga & Fierro (dentro de su colección La Rama Dorada) publicaría Rosa enferma, título tomado del poema ‘The sick rose’ de William Blake, un libro que gracias a la generosidad de sus editores tuve el honor de prologar; igualmente ese año, poco tiempo después, la editorial Vitruvio haría otro tanto con Poemas del pájaro y la oruga, un inédito que recibiría la editorial en 2005 tras solicitárselo al poeta. En conversación telefónica para concretar la fecha de edición, Leopoldo pidió que, de no hacerlo de forma inmediata, viera la luz póstumamente. Mientras dispongo estas palabras para mis amigos de El coloquio de los perros (a quienes agradezco su confianza), pienso en la gran afinidad que hay entre los tres citados libros; primero porque, parafraseando a Ángel L. Prieto de Paula en la nota de edición de La mentira es una flor, fueron concebidos por el poeta como un conjunto unitario y acabado; y segundo, por lo que podrían tener en común. Así, leyendo los versos finales del poema que cierra Rosa enferma, «Ya los pájaros comen de mi boca / como si estuviera por fin solo / colgado del último verso», vemos que enlazan perfectamente con el primer poema del pájaro y la oruga (breve, como el resto de los que componen esa obra): «Ah tú flor del silencio / y de los pájaros / nido del poema / en donde sufre el llanto / y mueren las lágrimas / rociadas por el esperma / del viento, por la oruga del silencio». Igualmente, situándonos en el verso decimotercero del primer poema de La mentira es una flor sentimos cómo se arrastra ante nuestra atónita mirada esa larva con la que el poeta aseguraba: «Así es el poema, como una oruga que repta sobre la página / y la verdad, como en la tragedia griega, es el fin de la obra». Debo decir que mi lectura de La mentira ha sido más bien una relectura, puesto que ya conocía el manuscrito enviado en su día por mi tocayo y paisano Antonio J. Huerga con el fin de cotejar sus poemas con otros hallados en una caja de cuya custodia se encargó tras la muerte del poeta. Llegados a este punto, hay que decir que nadie como Charo Fierro y Antonio Huerga, doy fe, han tratado a Leo (como le llamaban ellos) con tanto mimo, cariño, respeto y paciencia. En el prefacio de esta mentira que nos ocupa el profesor Davide Mombelli ya advierte de lo imposible de prescindir del tópico del malditismo a la hora de acercarnos a la obra de Panero. Una obra donde, desde sus inicios, cultivó la imagen atormentada de quien sabe que el único camino posible para salvarse de sí mismo es la autodestrucción. Y así, acaso sin pretenderlo, más allá de su lúcida locura, alcanzó el estatus de poeta verdadero e increíble por creíble, pues no hay nada impostado en su lenguaje de lumbre que viene del infierno de saberse desterrado de una infancia marcada por un padre borracho y una madre “desoladora” como llegaría a calificarla, entre otros muchos adjetivos. Ángel caído a los pies del poema, llevándolo todo hasta sus últimas consecuencias, Panero nos deja una vez más temblando ante las páginas de este libro de salvaje y delirante belleza. Cada poema, de los cincuenta en él contenidos, es una sacudida eléctrica que nos acerca un poco más al abismo. Leopoldo María Panero, a lo largo de ellos, se cita con sus recurrentes Shelley, Bataille o Lacan (tan imprescindibles para entender el viaje sin retorno) reafirmándose así en lo oscuro (por claro) de su pensamiento, algo que también sucede cuando se autocita, verbigracia, en el penúltimo poema:
XLIX Porque la vida es una blasfemia y El ser repta sobre el poema Parecida al horror de mi infancia Sobre la que un gigante ha muerto Teniendo por espejo al dolor Y por cifra a la desdicha Que lleva el número 35, que es el número De Jesucristo y el número del dolor El número en que perece el hombre Que nada quiere saber del dolor Y como el águila que vuela sobre la desdicha Y cae como el hombre sobre una flor ¡Oh tú cerveza que esculpías a la vida como una flor Y que trababas en la piedra la desdicha Y tenías por costumbre escupir a la vida: Las lágrimas son de los hombres pero llorar no es de viejos! Como dije yo, en los Poemas de la vieja Y ruin es mi palabra favorita porque designa al hombre. Hombre y poeta que rememoro orinando a los pies de un magnolio de El Retiro, instantánea que la cámara de Challo inmortalizara. Lluvia dorada, lluvia del poema la voz de Leopoldo hablándole al aire de una tarde de primavera del año 2012: «Dime ahora, payo al que llaman España, / si ha valido la pena destruirme / bañando con tu inmundo esperma mi figura. / Tus ángeles orinan sobre mí. / San Pedro y San Rafael / en una esquina comentan / mientras avanzo borracho / sobre esa piedra, payo, / que llaman España». Eran los versos finales del poema XIX, «Hay restos de mi figura y ladra un perro», registrado en su libro Piedra negra o del temblar. Y era, en cuerpo presente, el más genial de los poetas españoles de las últimas generaciones diciéndonos ya, para que lo leamos ahora en esta mentira, que «era peor la vida / era peor el azote del silencio / fustigando la hiedra en donde yace / un hombre maldiciendo el silencio / en el que va a morir toda palabra». Era el poeta y era el hombre que llamó al hombre para que al fin, solo ante la página en blanco, gritara: ¡Panerianos del mundo, uníos! Amén. KATE BRIGGS, ESTE PEQUEÑO ARTE (Jekyll & Jill, Zaragoza, 2020) Traducción de Rubén Martín Giráldez por NATALIA CARBAJOSA Todo traductor literario siente, antes o después, la tentación o la necesidad de teorizar sobre su “pequeño arte”, como muy apropiadamente reza el título de este libro. La autora, Kate Briggs, lo toma de un artículo de 1950 escrito por Helen Lowe-Porter, una de las traductoras de Thomas Mann al inglés. Lowe-Porter no concibe su labor como verdaderamente “profesional”, de ahí la elección de “pequeño”, que concuerda con la percepción —si acaso llega a ser percibida— de una tarea casi invisible. Desde dicha percepción, Briggs interpela al lector o lectora que va añadiendo autores a su lista particular —pongamos por caso Tolstoi, Kafka, Safo, Basho o Proust— sin caer en la cuenta de que, en realidad, está accediendo a sus obras mediante traducciones. Pero resulta que esa actividad tan ínfima, tan callada, también es descrita como “arte”, y desde ahí se convierte, en palabras de Briggs, en «un camino propio hacia otras formas de escritura», esto es, en una actividad literaria en sí misma. Tal afirmación recuerda, por ejemplo, a la de Juan Manuel Rodríguez Tobal, traductor de poesía clásica al español, cuando sostiene que la traducción no es un “objeto literario” sino un “acto literario”: una «realidad activa (...) que deja en el lector un punto de partida para su particular, única y gozosa aventura de hacerse a eso que vive en la palabra». Desde esta doble premisa, el libro de Briggs emprende un merodeo en torno al escurridizo concepto de la traducción literaria a partir de múltiples perspectivas, basadas tanto en lo personal (experiencias propias de lectura y traducción, anécdotas cotidianas) como en lo académico, en este caso a la luz casi omnipresente de las conferencias y notas a seminarios de Roland Barthes en el Collège de France. A modo de retazos ensamblados, Briggs hace preguntas certeras antes que tratar de responderlas; examina cuidadosamente las vías de acercamiento a ese “lugar”, así llamado, que es verdadero cruce entre la lectura y la escritura. A dicho lugar, siempre en proceso de llegar a ser otro, invita a sumarse a cualquiera sin la obsesión del trabajo acabado o de una definitiva adquisición de los conocimientos lingüísticos necesarios. En este sentido, Este pequeño arte no es ni mucho menos una obra específicamente para especialistas, sino una vivencia que aspira a ser compartida desde todos los ángulos posibles de la memoria y la experiencia o, sencillamente, del arte de vivir. La estructura abierta y miscelánea de la obra refleja así la voluntad de Briggs de presentar la traducción dentro del resto de órdenes de la vida, sin priorizar, por ejemplo, lo académico frente a lo doméstico. Un acercamiento al asunto, si se me permite la expresión, holístico en relación con la distribución contemporánea del tiempo disponible, que ha borrado definitivamente las fronteras entre vida profesional y vida privada; y, al mismo tiempo, muy femenino con respecto a épocas anteriores, una vez más de la mano de Lowe-Porter: traductora amateur de la que socialmente no se esperaban resultados serios, Briggs nos la describe traduciendo a Mann mientras sus hijos pequeños juegan en la habitación de al lado, contando siempre con las consabidas interrupciones, los solapamientos y el cansancio. Briggs hace virtud de esa condición de interrupción constante y nos interpela con sus fogonazos —ora sesudos, ora ligeros— desde la forma de estar en el mundo que se nos impone, a fin de ir poco a poco iluminando los contornos difusos o acaso no abordados de la traducción. Personalmente, encuentro en Este pequeño arte, propuesta en principio tan atractiva, un problema de tono: es difícil entrar y salir de las estancias por las que deambula sin perderse; saltar por ejemplo de los planteamientos teóricos de Barthes, no siempre comprensibles o no lo suficientemente clarificados en su conexión con el tema principal, al resto de aportaciones. La divagación y la digresión, elementos constitutivos del libro, tan pronto desembocan en pequeñas joyas como nos dejan con un regusto de “adónde quiere ir a parar”. Quizá si se tratara de un libro más breve, más seleccionado en sus retazos, la pasión que transmite no quedaría así atenuada en su resonancia. Pero sus numerosas páginas acaban haciendo de la mesa de mezclas un tour de force cuando menos confuso para quien esto escribe.
No se puede pasar por alto, por cierto, que la posibilidad de leer “Este pequeño arte” y no “This Little Art” se la debemos a su traductor, Rubén Martín Giráldez. A la correcta traducción de un texto complejo, Martín Giráldez añade cuando las considera pertinentes aclaraciones que lo ubican en el contexto hispano, lo cual se agradece. Si las premisas de Briggs se cumplen, el traductor ha escrito «la obra de otro con [sus] propias manos, en [su] propio marco, [su] propio tiempo y [su] propio lenguaje con toda la atención, el pensamiento y la minuciosidad, la prueba y la invención que la tarea requiere». Bienvenida sea, en cualquier caso, toda mirada nueva sobre la aventura fascinante y poco conocida, pequeño arte, sí, de la traducción. CARMEN RAMOS. CUADERNO DE LABORATORIO (El libro feroz, Huelva, 2020) por MANUEL GUERRERO CABRERA 6 de diciembre (A mis padres) Quiero quemar todos y cada uno de los pasos que di hasta hoy y llegar a ese preciso momento en que me acunaste entre tus brazos por primera vez. Como Garcilaso, Lope o Antonio Machado, Carmen Ramos alude a los pasos, al camino, al estado que la han llevado al hoy, pero de entre todos, hay una fecha, un motivo, un amor que comparte en estos versos y que coincide con el principio, con la primera vez que se toma, o se acuna, este libro entre las manos. Ese «6 de diciembre», que presenta la primera parte del libro, «La letra mayúscula», contiene diecisiete poemas a caballo entre lo metapoético y lo metavital. Una acción poética lleva pareja una postura vital. Soy frágil. (Esto ya lo he dicho en un poema) Me he mudado. (Esto también lo he dicho antes) Todo pasa y todo queda. (Esto lo dijo Machado) […] ¿Qué nos quedará cuando no tengamos nada más que decir? Este primer conjunto de poemas es el más original, el que nos brinda una voz personalísima, propia de esa «mirada nueva» de la literatura de mujer a la que ha aludido en alguna ocasión la poeta Juana Castro. Así, hallamos poemas sobre el modo de escribir («esa inutilidad parecida a buscar un adjetivo nuevo»), sobre la propia escritura, sobre las palabras o sobre otras poetas, como el texto dedicado a las poetas que regresan, uno de los más logrados del libro: Emily Dickinson ha abierto la verja de su casa en Amberst. Virginia Woolf ha comenzado a vaciar sus bolsillos de piedras. Alfonsina Storni se ha dado media vuelta y camina hacia la orilla. Alejandra Pizarnik ha guardado el tarro de Seconal en el cajón. Anne Sexton ha quitado la llave de contacto de su coche. Sylvia Plath ha cerrado ha espita del gas. Marina Tsvetáyeva se ha bajado de la silla. Frida Khalo pide su cama con ruedas. Elizabeth Bishop jura que es abstemia. Todas han vuelto para patear sus peanas. A esto se une un uso de las imágenes muy lograda e interesante, como la del poema devorado por un pájaro (como aquel de Dickinson que partió un gusano), las hormigas en la boca del poeta o la del vómito de las palabras. Una de las propuestas metafóricas más brillantes es la del último poema de esta sección, en la que hay palabras que hay que saborear bien: Si llueve sobre esta palabra […]. Guárdala en el abrigo de tu boca, déjala sobre tu lengua como una hostia comulgada y nota cómo lentamente se deshace, se deshace, se xxxhace. La siguiente parte, «Palabras prestadas», ofrece una revisión de autores, obras o personajes más allá de lo literario; así, Bob Dylan, Neruda u Ofelia son motivos en estos versos; una suerte de preludio para la tercera, «Adjetivo secreto», en la que Carmen Ramos vuelve a ofrecer su voz más original. Son poemas breves, intensos, en una línea intimista que no se deja contener por el ritmo, la sintaxis, la propia poesía: No se elige el silencio como tampoco elige la sombra a la pared, la gota a esa nube, la escritura a la mano. Así volvemos al 6 de diciembre, pero del año 2029: «ahora sí que estoy sola». Bajo el título de «Jazmines», la poeta parece inspirarse en el haiku, pues cada texto tiene diecisiete sílabas, aunque se hayan escritos en una sola línea horizontal, como en Japón se publica esta composición métrica en vertical; si allí son hojas de cerezo, aquí lo son de jazmines; para recrear aspectos y objetos cotidianos bajo una visión poética: En la estantería los libros ordenados, menos uno. Abrimos la vieja caja de las fotos. Huele a bizcocho. Por último, 6 de diciembre de 2052, con un poema bajo esta fecha en la que la poeta se pregunta si quiso llegar hasta «aquí». Es inevitable descubrir que hemos viajado con Carmen Ramos desde el pasado, el comienzo, hasta este futuro, el final. Y en este futuro, llevada por la melancolía, trae tres poemas de distinto signo, entre los que destaca Karm, en el que desde su nombre hace una apuesta segura sobre sí misma: que sobreviviré, porque soy sarmiento y fui amamantada sobre una roca, que tengo la boca de vino y el paladar de agua. ¡Y tanto es así! Aquella poeta que en Mudanza interior (Ediciones en Huida, 2010) dejaba caer todo el peso del poema en la imagen va más allá en Cuaderno de laboratorio, hay una postura valiente y con fuerza, en un poemario que no deja indiferente, y sobre el que habrá que volver.
No se debe terminar este artículo sin aludir a la excepcional edición de El libro feroz y a las ilustraciones de Francisca Alfonso, encargada de que la poeta aparezca realmente, y no es una forma de hablar, en el libro. Ya lo dijimos unas líneas más arriba: una acción poética lleva pareja una postura vital; lo que las ilustraciones confirman. INMA VILLANUEVA AYALA. TOCANDO LEJOS (EDA, Málaga, 2020) por MARÍA JOSÉ CARRASCO Tocando lejos de Inma Villanueva Ayala es una de las mejores novelas que he leído en mucho tiempo. La primera vez que la leí, lo hice de una sentada. Te atrapa, te engancha. Muchos dirían que porque Tocando lejos es ante todo una excelente historia de amor. O de viajes. O de autoficción. Una novela amable. Una buena historia. Una historia llena de magníficas descripciones que nos trasladan desde sitios maravillosos en La Habana, Trinidad de Cuba o Cienfuegos hasta la sobriedad de «el lugar de donde yo vengo» en la sierra malagueña o Málaga. Descripciones de lugares a las que añade otras de exuberantes objetos de decoración, ropa e incluso bebidas y comidas con una exactitud de gourmet disfrutón. Todo ello rodeado de una irresistible música cubana que acompaña a los personajes y al lector como una banda sonora. Solo la galería de personajes secundarios que sirven de marco a la novela sería suficiente para dar lugar a una fan fiction posterior de cada uno de ellos, desde Roberto, el mulato de Matanzas, que después de toda su vida en los campos de azúcar se ve obligado a trabajar en El Pollo Feliz, hasta la gatuna amiga de Benny Moré, «Carmencita Iznaga, la de los ojos de alabastro», que iba para maestra pero se convirtió en una gran cantante y pianista «porque llevaba la música en la sangre». Pero Tocando lejos no es una novela de una sola lectura. Te deja un resquemor, una desazón, que solo ocurre en la buena literatura, que te impulsa a una segunda lectura. Y ahí es donde descubres que es una novela profundamente filosófica, en la que se plantean sin enunciarlas explícitamente las preguntas más profundas del ser humano. Ahí es donde te das cuenta de que el verdadero tema de Tocando lejos es la angustia vital: «La infancia es la verdadera patria del hombre», decía el gran poeta Rilke. Es cierto que la infancia es nuestra patria, pero desde Freud intuimos que puede ser también la sombra que nos persiga toda la vida, que nos persiga en nuestra forma de entender las relaciones, el dolor y la muerte. De esa manera persigue su niñez a la protagonista de Tocando lejos en su manera de amar, en su búsqueda constante de enderezar en la vida adulta esa relación con el padre tan cariñoso, tan preocupado por ella, pero a la vez tan impredecible, tan atormentado. Una niñez que ella intenta rehacer y sanar en su relación con un hombre de setenta y tantos años que ni siquiera la satisface sexualmente, que la encierra, que le hace daño y en la que ella, que parece tan llena de energía, tan capaz, se comporta irremisiblemente como la niña que fue. Tocando lejos tiene algo de clásico cuando uno la lee y es que entronca con esa tradición tan española y a la vez tan universal que comienza con El Lazarillo de Tormes y pasa por el Quijote o El Buscón. La narradora es una antiheroína que narra en primera persona desde un pasado reciente y que conoce el desenlace de la acción. La estructura puede o bien enmarcarse dentro de la “falsa autobiografía” o de la “autoficción”, porque ¿cómo se diferencia en una novela de ficción la parte que pertenece a la realidad y la parte que es patrimonio de la fantasía? Cualquier realidad contada está sesgada per se, lo que uno elige, lo que no, las cualidades que atribuye a cada personaje, las que no, los hechos que se destacan o los que se omiten. La narradora y protagonista de la novela, cuyo nombre solo sabemos por Seyvi, «el mejor cantante de la Habana vieja», que la llama cariñosamente “Nené”, juega con el lector de una forma tan sutil que no nos damos cuenta a no ser que reflexionemos sobre ello. Nené trata con una gran generosidad y compasión a sus personajes, hasta el punto de que hace que el lector empatice y comprenda a cada uno de ellos, haciéndonos entrar en un caleidoscopio de emociones en las que uno no sabe ya muy bien quién es el bueno y quién el malo de la historia, quién hace lo correcto y quién no.
Ella misma se presenta, con una gran dosis de autocrítica, como una mujer de 35 años, a veces un poco caprichosa y ávida de aventuras, que engaña a su marido, Stefan, un hombre del que todos opinan que es bueno. Sin embargo, el lector experimentado y que conoce bien la Teoría del iceberg de Hemingway sabe que la mayoría de la información fundamental de una novela debe permanecer oculta, aunque sostenga y le dé base a todo lo que se cuenta, a la punta del iceberg. Este ocultamiento de información es lo que le añade ese tono inquietante a la novela, en la que el lector quiere volver al texto porque le da la sensación de que lo han engañado un poco y de que la narradora no le ha contado toda la verdad. Ahí es donde el lector vuelve a leer entre líneas, a buscar esas palabras claves, esos episodios que la autora pasa de corrido en frases cortas y donde está la verdadera naturaleza de los personajes, la verdadera clave de la novela. Como cuando Nené se vuelve del baile con el padre. O su miedo a la oscuridad a pesar de los grandes viajes. Como cuando Stefan se retira calladamente o desaparece en momentos claves. Hay en Tocando lejos una exageración de los hechos y de los personajes hasta deformarlos que está también en la mejor tradición artística y literaria española. Desde los grabados de Goya hasta Quevedo o Camilo José Cela parece haber un gusto en el arte español por lo exagerado, a menudo mezclado con un humor negro («La abuela Elvira, cuando venía con nosotros, solía hacer una pausa en el camino para orinar. Nos hacía gracia , porque nos recordaba la meada de las vacas cuando íbamos con mi madre a buscar la leche por las mañanas…sin apenas agacharse, soltaba el líquido caliente que caía sobre la tierra apelmazada formando pequeñas burbujas que luego explotaban, después con las zapatillas de esparto que llevaba puestas, levantaba algo de polvo para cubrir la meada...»); sin embargo, esta misma exageración que provoca risa nos llevará pronto a sentir con intensidad, nos hará regresar a los más profundos cimientos de nuestra existencia: «Mi padre, encerrado en una lápida fría de mármol, rodeado de moscas transparentes tan endebles que con solo mirarlas desaparecen y vuelven». Este vaivén en el tiempo y este delicioso recorrido por tantos inolvidables personajes que son verdaderos y que no lo son, construido a menudo a través del fluir de la conciencia, nos recuerda mucho a las novelas de Juan Rulfo o de García Márquez y nos transporta a un mundo aparte en el que nos vemos placenteramente envueltos ya desde el párrafo inicial en el que leemos el primer mensaje encriptado que da lugar a la novela: «Severino me está observando desde su pedestal de santo». GERMÁN GULLÓN. GALDÓS, MAESTRO DE LAS LETRAS MODERNAS (Valnera, Villanueva de Villaescusa, 2020) por PEDRO GARCÍA CUETO Ediciones Valnera acaba de editar un fresco absoluto, una biografía detallada y minuciosa de Benito Pérez Galdós, coincidiendo con el centenario de su muerte. El autor es el cántabro Germán Gullón, presidente de la Asociación Internacional de Galdosistas y Galdosista de Honor. Autor de unos treinta libros, le antecede a esta monumental biografía La novela de Galdós: El presente como materia literaria (2014). Germán Gullón se acerca a Galdós con la sensación de hallarse ante un escritor que ha sido comentado, alabado y denostado por muchos críticos e investigadores, pero que realmente conocen muy pocos. Las mil cartas o más que ha investigado Gullón arrojan una luz aún tenue, explican vivencias, anécdotas, pero hasta donde llegan para conocer al escritor. Lo dice él mismo en la introducción: «En resumen, ofrezco una lectura de la vida intelectual de Galdós, de la formación de su persona, sus gustos, su pensamiento, y cómo fue evolucionando con el tiempo. Conoceremos las lecturas, los amores, los éxitos y los fracasos. Le seguiremos en la búsqueda de dar sentido a su vida y a su obra». Aquí radica la novedad, porque, como si fuera un entomólogo, Gullón desliza el mapa vital de Galdós por todos los rincones de su tiempo, se centra en el contexto histórico y literario para ir trazando una línea de conocimiento que nos ayude a entender a uno de los más prolíficos y admirados escritores de su tiempo. También hace referencia a los estudios anteriores, como el de Pedro Ortiz Armengol, muy reconocido en su época, o más reciente el muy interesante de Cánovas o el de Yolanda Arancibia, gran experta en Galdós. Todos son empujes, alientos, referencias, pero hay algo que busca Germán Gullón en el libro, crear un ambiente, hacernos ver al escritor en su siglo, comprender sus afinidades, convivir con sus pasiones y sus desdichas, y lo logra. Leemos las casi seiscientas páginas y sabemos que Galdós ya se adentra en nosotros, lo conocemos porque vemos en su prosa el hombre que entendió el mundo como un prisma donde podía observar un siglo y decirlo en palabras. El recuerdo de Germán Gullón a su padre y a su libro Galdós, novelista moderno es su mejor referente. En el espejo del gran crítico y profesor que fue Ricardo Gullón vemos el afán de su hijo por trazar un paisaje donde quepa un siglo, donde las puertas de miles de personajes entren para quedarse, conocedor también de la vigencia de la obra de Galdós, que sigue latiendo en muchos de nosotros, porque los males de entonces siguen siendo los de ahora, la ignorancia, la corrupción política, la incultura. La exposición que se dedicó a Galdós y que comisarió Germán Gullón sirve de precedente; en ella vemos al escritor universal, no al castizo que escribe sobre Madrid desde su Canarias, sino al hombre cuyo paisaje es el mundo, además de un artista perteneciente a todos los ámbitos: la novela, el teatro, la pintura, la música. Conviven todos los espacios en el mismo autor, porque en cada rasgo de su obra respira el artista total que ha sabido comprender al ser humano y a sus conflictos existenciales. Agradece Gullón la mano sabia de Marta Sanz, escritora que basa su obra en hacer un espejo del mundo: cada reflexión de sus obras siempre contiene luz y meditación. En el libro nos detenemos en todas las épocas de Galdós, en sus influencias, desde Balzac a Tolstoi, sin olvidar el halo cervantino que ha dejado poso en su obra. Como nos recuerda muy bien Gullón, el escritor canario fue siempre ávido en su intelectualidad y en ejercer puestos relevantes en los periódicos, porque su prosa nacía como encantamiento, era capaz de escribir pronto sus textos. Ese don prolífico le emparenta con Lope de Vega, otro ser dotado del talento que envuelve al escritor de raza.
Buen oyente de las conferencias que escuchaba en el Ateneo a su profesor Alfredo Camús o a Emilio Castelar, Galdós absorbe todo para su obra. Todo lo convierte en motivo de escritura. Sus grandes novelas nacen de la observación, de un mundo interior prodigioso que nunca aireó, como si los personajes respiraran dentro de su ser y fueran creciendo. Germán Gullón recuerda cómo imprimió tímidamente su vida en sus novelas. Así ocurrió con El doctor Centeno (1883), donde vemos el mismo afán del saber que fue gestando el genio canario. Algo de su biografía va dejando en las novelas, pero llega mucho más allá: va construyendo un paisaje de voces, de seres del Madrid de la época, pero también un retrato de un siglo en sus famosos Episodios Nacionales. Escuchamos las opiniones de Clarín, que nos cuenta cómo conoció a Galdós; sabemos de su amistad con José María de Pereda, nos enseña al Galdós aficionado a la música. También desentraña cómo fue rechazado para el ingreso en la Real Academia. El libro posee mucha información documentada, pero lo que más diferencia este fresco de otros es la mirada con la que Gullón afronta su misión: la de un hombre que quiere conocer al verdadero Galdós, el que está detrás de los personajes, de sus cartas a Emilia Pardo Bazán, el que respira en el ambiente madrileño, el que creará polémica con su Electra. Este objetivo lo consigue, porque leemos el libro y sabemos que Galdós fue siempre una luz en el túnel del tiempo, un faro en la extraña noche del siglo XIX. Las sombras del siglo las ilumina el escritor canario y Gullón pone un espejo para que lo miremos con atención. Es un tributo a un hombre excepcional. Cuando acabamos la extensión de sus páginas sabemos mucho más sobre la época, los amigos, las novelas, la ideología política de Galdós, pero lo mejor de todo: hemos visto al hombre que se fue quedando ciego, lo hemos tocado, hemos charlado con él, ya es amigo nuestro y nos entiende en la inmensa zozobra en que vivimos, que no es otra que la que le tocó vivir a él también. Un libro excelente. IVO ANDRIĆ. GOYA (Acantilado, Barcelona, 2019) Traducción: Miguel Rodríguez por HÉCTOR TARANCÓN ROYO
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