LA BIBLIOTECA DE ALONSO QUIJANO
Reseñas
ELISE COWEN. DEJADME SALIR, DEJADME ENTRAR Traducción: Isabel Castelao-Gómez (Torremozas, Madrid, 2023) por NATALIA CARBAJOSA Cualquier filólogo que desempeñe su oficio vinculado a un departamento o facultad de letras es consciente de que, en su inútil intento por equiparar las humanidades a las ciencias experimentales, los organismos de evaluación investigadora han dejado fuera de sus parámetros al tipo de contribución que precisamente da sentido al propio concepto de estudio filológico: ese trabajo cocido a fuego lento que implica el inicial deslumbramiento ante un corpus de textos, en este caso inéditos, no sólo académico, sino también (y sobre todo) vital; su traducción (en el caso de obra extranjera), estructuración y edición; la importantísima labor de contexto (cultural, histórico, literario) ofrecida por el estudio preliminar, la división en secciones con sentido, así como las notas que acompañan al texto; la recopilación de fuentes convenientemente referidas en la bibliografía; la búsqueda de una editorial lo suficientemente generosa como para alojar y cuidar de aquello que pronto formará parte del legado de todos; e incluso, llegado el caso, la colaboración en asuntos prácticos como los derechos de traducción y otros. Y ello, como digo, sin recibir a cambio ninguna clase de reconocimiento oficial, como cabría esperarse. Ni siquiera en este caso, en el que circunstancias extraliterarias podrían favorecer la difusión del libro (poesía de mujer analizada por otra mujer), se le estaría haciendo justicia, en mi opinión, a un texto que merece ser tenido en cuenta por sí mismo e (insisto) por adscribirse a ese género investigador que únicamente da sentido al término “filología” en su totalidad, término hoy también consciente y deliberadamente borrado de los planes de estudios en nuestras universidades. Conozco lo suficiente a Isabel Castelao-Gómez, profesora de literatura en lengua inglesa en la UNED y también poeta, como para saber que su empeño por dar a conocer en español la poesía de Elise Cowen (Nueva York, 1933-1962), poeta beat tempranamente fallecida, es honesto, está bien fundamentado y viene de lejos. Tuve el privilegio de acompañarla en una aventura anterior, la que dio forma al volumen Female Beatness: Mujeres, género y poesía de la Generación Beat (Universidad de Valencia, 2019), galardonado con el Premio Javier Coy de investigación en 2021. Castelao se midió ahí por primera vez, a excepción de algunos estudios parciales anteriores igualmente de su autoría, con la atribulada vida y la poesía de esta poeta singular, de versos escuetos y profundamente contenidos. Casi como una Emily Dickinson arrojada de pronto al mundo bohemio y marginal de aquellos jóvenes artistas que, en la década de 1950, se rebelaron contra la vida doméstica tan cómoda como apagada que se les ofrecía, Cowen representa el caso extremo de sus compañeras de generación (Diane Di Prima, Joyce Johnson, Hettie Jones, Lenore Kandel, ruth weiss), quienes con sus decisiones afrontaron peligros nada abstractos: «En los 50 si eras hombre podías ser un rebelde, pero si eras mujer tus familias hacían que te encerraran», tal como acertadamente escribió otro poeta del grupo, Gregory Corso. En Dejadme salir, dejadme entrar, verso de Cowen que ejemplifica la turbadora dualidad entre mundo interno y externo, junto con el control al que se ve sometida por parte de los otros, Castelao nos brinda al menos dos gratas sorpresas: la primera, haber podido hacerse con el corpus completo de Cowen y traducirlo (lo que queda de él antes de haber sido parcialmente destruido por la familia de esta tras su suicidio), siguiendo los pasos de su compilador en estados unidos, el profesor Tony Trigilio; la segunda, haber (re)construido el relato de la apropiación de la vida/obra de Cowen por parte de personas de su entorno, a la vez que intenta devolvernos la voz autorial por fin libre de filtros o, como mínimo, lo menos mediatizada posible. El resultado es un texto emocionante y bien estructurado en sus partes, de manera que el lector puede sumergirse directamente en los poemas sin interrupciones y, si lo desea, recorrer con anterioridad o posterioridad las distintas secciones complementarias (en mi opinión, imprescindibles) a los poemas. Por otra parte, la traducción de la poesía de Cowen que aquí se nos brinda reproduce con naturalidad las características observadas en el original, asimismo explicadas en la introducción y las notas. Fieles al espíritu beat, los poemas adoptan deliberadamente el lenguaje de la calle y de la oralidad y lo combinan con imágenes audaces y escuetas, deudoras del imagismo de Pound. Además, Castelao traza acertadamente la comparación entre Ginsberg y Cowen, tándem al que normalmente solo se alude respecto a su intermitente relación sentimental y de amistad. En este sentido, contrapone la letanía bárdica expansiva de Ginsberg a la condensación de Cowen, quien embrida con su dominio del ritmo y la estrofa cualquier conato de explosión emocional y elige la ironía o la compasión sutil para transmitir un constante desasosiego de la psique. Como bien apunta Castelao, dicho desasosiego hunde sus raíces en el malestar femenino tan pésimamente abordado hasta épocas recientes (recuerdo, en el mismo sentido, la novela de Maggie O’ Farrell La extraña desaparición de Esme Lennox), al que se confiere con fundamento una subcategoría de “malditismo” artístico basada en la diferencia de género. Sin embargo, al mismo tiempo creo que la dolorosa escisión de la Cowen poeta, deudora de problemas psiquiátricos agravados por las drogas, trasciende en sus breves creaciones la tendencia a la confesionalidad explícita y apunta a cotas mayores que, muy probablemente, habrían evolucionado de forma significativa si la muerte no lo hubiera truncado todo. Uno de los poemas paradigmáticos de Cowen aúna el estilo de balada con la filosofía beat para hablar del yo escindido que la habita. En palabras de Castelao, «[q]uiere construir una subjetividad y un cuerpo artificial con órganos externos ensamblados para generar un híbrido mejorado. Huir de quien es para convertirse en otra. Sin embargo, con tono cómico se nos informa de que las mejoras buscadas no son exitosas (de hecho, consiguen lo contrario a lo que se busca) y que los esfuerzos han sido en vano». El poema comienza así:
Y continúa en sucesivas estrofas mencionando el pelo, las orejas, los ojos, el sexo, los pensamientos, etc., que el yo poético va tomando de los cadáveres. En singular actualización de la historia de Frankenstein, el poema avanza con ironía no exenta de humor negro. La poesía de Cowen es igualmente rica en símbolos. Los pequeños seres domésticos como las crisálidas o los bulbos que afloran en una cotidianeidad a menudo sórdida son indicio de la posibilidad de transformación, esa que parece eludir siempre a la voz poética por el peso presentido de la muerte. A su vez, explica Castelao, Cowen asocia la polilla a la “visión”, esto es, la posibilidad de ver más allá de lo evidente a partir de lo pequeño:
En los dos poemas mencionados se observa además el simbolismo del color azul, color que anuncia tanto la muerte como la clarividencia. Asimismo, el ojo y su homofonía en inglés con el “yo” (I/eye) es recurrente en el universo poético de Cowen. Ese “yo” que se cuela sin permiso en muchas de sus composiciones remite sin duda a la cuestión de la identidad socialmente impuesta sobre las mujeres en la América de los 50 frente a las ansias de libertad que, sin referentes previos ni apoyo social ni material, solían terminar trágicamente, como es el caso. En el apartado de las afinidades electivas, Cowen probablemente esté realizando un homenaje a Emily Dickinson en el siguiente poema:
Destaca en este poema la referencia erótica simbolizada por los aguijones de las abejas (como casi todos los beat, Cowen experimentó con su sexualidad). Castelao comenta que, según Trigilio, en el manuscrito el verso «nos pondremos morenas» aparece junto a otra expresión tachada: «eclosionaremos». «Ambas imágenes, en cualquier caso, están relacionadas con la cualidad de la piel», afirma Castelao, quien ve en este poema un canto a la amistad, el afecto y la calidez en un tono alegre poco común en la poeta. Deseamos a este libro un recorrido lo más luminoso posible y agradecemos tanto a su autora, Isabel Castelao-Gómez, como a la editorial Torremozas, este acercamiento riguroso, a la vez pionero y definitivo, a la espléndida poeta que fue, y sigue siendo en sus páginas y ya por fin en nuestro idioma, Elise Cowen:
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ISABEL BLANCO OLLERO. BRIGID O EL FUEGO DE LA TRANSFORMACIÓN (Torremozas, Madrid, 2019) por MARÍA DEL PILAR GORRICHO Isabel Blanco Ollero es una poeta y gestora cultural de amplia y dilatada trayectoria que en su octavo poemarío que lleva por título « Brigid o el fuego de la trasformación» hace un recorrido de sanación y catarsis por las diferentes áreas de su vida y de todo aquello que la rodea. El libro debe su titulo a Brigid la diosa celta de la inspiración, y conjuga en sí diversos poderes, provenientes de la inspiración, del arte, y de la adivinación. Fue asociada a las llamas perpetuas sagradas. Esa llama que mantiene vivo en el pecho todo lo que acontece en la realidad inefable del ser y su entorno. El fuego expansivo como ente espiritual en la metáfora de dotar de calor el lenguaje de lo inabarcable. El fuego que inmortaliza. El libro (dedicado a su hija Beatriz), tiene una ilustración de cubierta realizada por Jesús Herrero, cuenta con una excelente pintura de la pintora belga afincada en Francia Andrée Schwabe. Lo único de verdad necesario en nuestro día a día es atestiguar todo aquello que sucede en la vida —incluidos los pensamientos y las acciones del «yo»— mientras uno permanece activamente consciente de su verdadera naturaleza. Así, en los cuatro capítulos en los que Isabel Blanco Ollero ha dividido el poemario y que ha titulado «Paisajes de la furia y del dolor», «El amor nos defiende», «Con la impaciencia de un águila salvaje» y «Algunos días», reconoce en la consideración de la dimensión social y como núcleo de la naturaleza humana el uso del don poético con el cual ha sido dotada para alzar la voz. Continuando el manifiesto de Celaya, «Se dicen los poemas que ensanchan los pulmones de cuantos, asfixiados, piden ser, piden ritmo, piden ley para aquello que sienten excesivo». Cada uno de estos cuatro capítulos mantienen una entidad propia con un denominador común: la polifonía y el uso de imágenes, así como de anáforas y metáforas brillantes ya presentes en sus anteriores libros. Cabe destacar, al transitar por la lectura de las páginas que nos ocupan, el excepcional diálogo permanente entre el «yo poético» y «yo lírico». Como en el «respirar», la escritura permite el paso del aire hacia dentro y hacia fuera de «su casa», lo que va definiendo un límite, una frontera, una tensión donde puede vivir el poema. La estética va configurando o se va identificando con una ética, y no solo del lenguaje, sino de la propia relación con el mundo. En palabras del filósofo Gaston Bachelard, «la imaginación no es, como sugiere la etimología, la facultad de formar imágenes de la realidad; es la facultad de formar imágenes que sobrepasan la realidad, que cantan la realidad». Una realidad a la cual no es ajena la poesía de Isabel Blanco, que horada en el yo, como queda reflejado en el poema del primer capítulo que da título al libro, del cual extraigo estos versos sobrecogedores y de una sensibilidad admirable: (Y no quieres huir de ti / como no quieres huir del fuego / porque sabes que tiene conciencia y te mantiene / y es lo único que te salva / en las noches heladas / del desierto de tus vacilaciones) Decía Cesar Vallejo que un poema es una entidad vital mucho más organizada que un ser orgánico en la naturaleza. «Si a un poema se le mutila un verso, una palabra, una letra, un signo ortográfico, muere». Y hago referencia a este hecho para adentrarme en la lograda sintaxis de Isabel Blanco, donde cada palabra se aposenta y fertiliza con la mesura requerida por un léxico brillante. La posibilidad de conocer, que es propia de la poesía, es común a todos los seres humanos (lo que solemos llamar vagamente «inspiración» o «intuición»). Pero se trata de un órgano de conocimiento objetivo, capaz de percibir realidades que están más allá de las meras creaciones psíquicas, tales como opiniones, creencias, fantasías o puntos de vista. En este carácter equitativo del órgano de investigación poética están la verdadera fuerza y el verdadero valor de la poesía.
«El poeta limpia de errores los libros sagrados y escribe inocencia ahí donde se leía pecado, libertad donde estaba escrito autoridad, instante donde se había grabado eternidad», dice Octavio Paz. ¿Qué es todo esto sino un modo de amar? Ese amor expansivo y ardiente del fuego que recorre el segundo capítulo del libro donde la poeta, la esposa, deja constancia, en versos tan hermosos y certeros como el del poema «Y si fuera otoño», que todo en ella es amor, dado y recibido en la nostalgia de la tierra. En el cuerpo de la persona amada palpita el reverso del lenguaje: la realidad real, el aquí y el ahora. (Y la luz se inicia en su regreso / bronce y otoño / Fragor del silencio en la sombra / que sabe de la lluvia / y de senderos fugaces / Murmuran nuestros pasos / a merced de la aventura / y en medio del olvido, fluye tu plegaria / Como si fuera otoño / me buscas y me encuentras / Y esos labios tuyos que inundan con mi nombre) Como coordinadora cultural de la galería de arte T-dieciséis de Pamplona, Isabel Blanco no olvida a los galeristas, a los cuales dedica un poema en el capítulo tercero del libro que nos cerciora de la vinculación afectiva de la poeta con el cosmos que la rodea, en una interacción activa tanto en lo personal como en lo colectivo en la que cobran especial papel su maternidad, el recuerdo para las mujeres maltratadas, para los amigos, pues no hay sociedad sin poetas. Sublimar el lenguaje con el uso adecuado de símbolos, metáforas, y una lingüística estudiada es lo que encontramos en este caminar por el libro de Isabel Blanco, quien, con la soltura que le otorga la veteranía y su alto grado de sensibilidad poética, así como no podía ser de otro modo del amplio estudio, y la lectura logra emocionarnos a la par que convencernos de que aunar semántica y afectividad en el trabajo poético ofrece el resultado de una obra artística atemporal. Para el capítulo cuarto y último Isabel Blanco se reserva la melancolía del reencuentro con todas las mujeres que la habitan; la catarsis que surge tras la superación; lo sublime del deseo, de la noche, y la magia del asombro. Se reconoce en la herida de la vida y, desnuda de condicionamientos, se alza en la franqueza que humaniza, como afirma en estos versos cargados de emotividad: (Con la sutileza de la palabra libre / afirmo que a duras penas / amanecen algunos de mis días. La tibieza de la luz / adivina las primeras sombras / de algo que se parece al ritual de un nacimiento, como un paraíso cerrado que intenta la supervivencia) «La poesía no pertenece a aquellos quienes la escriben, sino a aquellos que la necesitan». Esa es la respuesta que dio el cartero Mario Ruoppolo a Pablo Neruda. Y siguiendo esta premisa puedo decirles que este libro ha dejado de pertenecer a Isabel Blanco y nos lo ofrece como una dádiva generosa de versos limpios, serenos, elaborados con y desde el corazón y como ser toda ella poesía. Encuentren en sus páginas la palabra justa donde reconocerse. Ese misterio indescifrable de la cadencia donde se elabora la conciencia del fuego. Mª JOSÉ MARRODÁN. INVENTARIO EN LA MAÑANA (Torremozas, Madrid, 2018) por PILAR GORRICHO Recuerdo con exactitud la primera ocasión en que pude percibir la naturaleza magnética de los versos de Mª José Marrodán, en aquella tarde estival donde presentaba su libro de poemas Por un sutil instante. Había leído algo de su obra, pero no la conocía personalmente y desde aquel día supe que me encontraba con alguien que adora hacer de la cercanía baluarte. Con una mujer, una madre, una esposa, una poeta incansable y candorosa que no se conforma con lo sabido. Rastreadora nata de sorpresas, Mª José Marrodán me deslumbró por su facilidad a la hora de componer imágenes con el lenguaje como si de una fotógrafa de las palabras se tratase. Les hablo de 2009 y la trayectoria poética de esta poeta, imparable, en la supremacía de la posición que prevalece, entiende el proceso como una sucesión de dos tiempos diferenciados: un primer tiempo de acumulación de diferentes experiencias y materiales, que puede tener una extensión temporal considerable, y un segundo momento donde todo ese cúmulo de información cuaja de repente en la elaboración de un poema. Y de ahí, de esa experiencia acumulada surge este Inventario en la mañana, como un testamento vital de todos los soles acumulados en la infancia. Desde su lucidez, la poeta es plenamente consciente de que la redención estética del mundo no es posible, pero mantiene una férrea creencia en el papel de la poesía en su cosmos. Partiendo de evidencias existenciales, que le muestran a un tiempo la insondable y progresiva entrega del misterio real, la poeta se siente llamada a la receptividad y la donación de sentirlo. Despliega una “atención” sobre su entorno y su propia corporalidad, que le permite descubrir a un tiempo su yo y el mundo que la rodea. Su afectividad le permite ahondar experiencias sensitivas para las cuales se halla especialmente dotada y reconocer su significado. Así, en el poema ‘Vivir con nombre propio’ nos dice: Se trata de acertar y luchar / de eso se trata / De acertar con el minuto no vulnerable / con luz exacta retenida en la pupila del mañana / con la melodía que aplaque la furia de los dioses / con la carta astral que vote a tu favor / en los días de sol y ceniza. Todo un memorándum de sabiduría creadora y redención en un mundo de miradas y valores sensibles a la mirada de la poeta. Un punto de inflexión y reposo en su poesía —lo califica Mª José Marrodán— donde la semántica de las palabras, su gramática y morfología, la grafía, el significado y significante del lenguaje científico y prosaico trata de revelar el mundo subyacente de significados emocionales y de gran maestría que, difícilmente, pueden expresarse de otra manera. Tengo la edad apropiada para saber que hay más maldades que justicias / y más mentiras que verdades en el árbol de los días / Que obviar los domésticos engaños ahorran triviales sufrimientos / y denunciar los oprobios nos hace nos vender el alma a ningún precio De este modo tan sutilmente bello e impactante Mª José Marrodán nos expone sus vivencias, fruto de una experiencia que, llevada al lenguaje, sensibiliza al lector y lo sumerge en la catarsis poética. Nunca se ha podido definir bien qué fue primero, si el pensamiento o el lenguaje, pero sí está demostrado que no hay pensamiento sin lenguaje y viceversa, y que todo pensamiento viene precedido por una emoción. En el amplio conjunto de elementos que se aúnan para la escritura de un poema, la emoción personal (que suele venir de la vivencia de la experiencia) y los motivos culturales —dando a esta expresión su más amplio significado— suelen ir juntos. Creo, incluso, que siempre van juntos y siempre existen ambos. Un poema no se puede fabricar sin lenguaje, sin técnica, sin lecturas anteriores, sin palabras que —en la memoria— resuenan cargadas del significado que otros poetas les dieron antes.
Juan Ramón Jiménez apostilló: «La poesía, principio y fin de todo, es indefinible. Si se definiera, el definidor sería el dueño de su secreto, el dueño de ella, el verdadero, el único dios posible. Y el secreto de la poesía no lo ha sabido, no lo sabe, no lo sabrá nunca nadie, ni la poesía admite dios alguno, es diosa única de dios, por fortuna para Dios y para los poetas». Yo tampoco sabría definir a ciencia cierta qué es poesía, ni el hecho azaroso de su concesión en el lenguaje en todas las cosas. Definir lo absoluto que al hombre, en su espíritu, acontece y sublima; es una tarea vacua. La lógica aplastante de lo imponderable desoye los argumentos. Sabemos para o por qué escribimos aquellos que damos en llamarnos poetas; como así nos lo revela en este poema que lleva por titulo ‘Para no morir de frío’, de gran magnetismo y belleza, donde Marrodán nos explica con imágenes contundentes y de hondo sentimiento para qué escribe ella. Y créanme si les digo que esta confesión desvela el gran misterio del alma despojada de lo superfluo, entregada a la virtud onírica de la intuición abonada en la sapiencia del aprendizaje. Para no morir de frío ni de inanición / o de exceso de sueños / o por derrumbe cabal de mi locura / Para no morir abrasada / entre el hielo cortante de los ojos / y los glaciares de dudosas loas / y los traficantes de ilusiones / y los apóstatas de la esperanza / y las garras inconmensurables de la avaricia / y los ombligos cómplices del mal / y las mortecinas lágrimas del sol / Para no morir de frío / escribo El ser humano y sus días; las personas que somos yo y el otro; el cuerpo y sus afanes, sus miedos, angustias, apetencias, aversiones, los espejos y abismos del yo, el armazón sonoro y vibrante del verbo y las palabras que se diluyen en un horizonte de silencios, silencios que, a su vez, revelan la otra cara de la realidad el lado oculto de las cosas del mundo; el vacío, y la intemperie del ser; los esfuerzos del hombre por encontrar una morada duradera en el lenguaje. Los vocablos apuntan al vacío, es decir, penetran el misterio, acceden por un instante al conocimiento de lo oculto, de lo desconocido: encontrándose el ser humano en la sombra, por la poesía alcanza la luz: la poesía es revelación; puerta de acceso al misterio, la poesía permanece cerrada para aquellos cuya sensibilidad no está dispuesta a asumir ese salto al vacío que supone la experiencia poética. No es el caso de esta poeta riojana cuya obra se consolida en este Inventario en la mañana intimista y acogedor, donde en una cascada de figuras literarias excepcionalmente trabajadas y con la justa adjetivación nos ofrece su mundo, sus sueños, su infancia y lo más valioso que el ser humano nos puede regalar: sus recuerdos. Parafraseando a Paul Géraldý: «Llegará un día que nuestros recuerdos serán nuestra riqueza». Ese día ha llegado en la vida de Mª José Marrodán y tuvo la inmensa generosidad de no conformarse con hacer de la evocación; silencio. Tenemos la suerte de poder gozar con ella de ese cielo azul y esos soles de la infancia que luce en su sonrisa. Agradecemos a Marrodán el darnos a conocer todo un mundo de posibilidades en estos poemas plagados de su esencia vital y ese reposo, tan necesario, tan humanamente dispuesto con el cual nos emociona. OLIVIA MARTÍNEZ GIMÉNEZ. EL ANIMAL Y LA URBE (Torremozas, Madrid, 2016) por BEATRIZ MIRALLES EN LA PIEDAD DE LOS CANTOS RODADOS El animal y la urbe es el primer libro de poemas de Olivia Martínez Giménez de León (Alicante, 1980) y, sin embargo, este libro de poemas no parece un primer libro de poemas. No lo parece por la madurez y seguridad que muestra la autora que bien marca desde el inicio. La poeta se confirma, así, con este poemario en una voz sólida y segura desde la que ha escrito un libro lleno de vida y de melancolía, pero también de amor, de un amor que abraza la experiencia de estar vivos con todos los sentidos. El animal y la urbe me ha emocionado por su frescura, su lenguaje profundo y cotidiano. La autora, desde una voz singular, propia, se gesta en la indagación del yo personal para acercarse al hecho cotidiano y su poética familiar y revelarnos un autorretrato cambiante, abierto y flexible. Este es un libro que no se escribe desde lejos, sino aquí, en la cercanía de un lenguaje accesible, que nos enfrenta a realidades que son engañosamente mínimas, pequeñas, intrascendentes, pero también significativas, valiosas, necesarias, como el hecho de que una conversación de sobremesa familiar devenga en un poema que hable sobre los miedos que nos muerden (Otra sobremesa), o como en la preparación de una ensalada de fruta se pueda concretar un acto de amor silencioso (Boles de fruta). Así, lo que podría ser anecdótico se convierte en algo esencial manifiesto en sencillas escenas comunes, habituales, como sucede en poemas como ‘Espejo’ o ‘Post- it’ o ‘Respiraciones’. El animal y la urbe es un libro dividido en dos partes que dan título al libro. En la primera mitad, “La urbe”, la escritura se acerca a la familia, los recuerdos, la memoria en poemas como ‘Hervido’, ‘Plátano’ o ‘Decálogo para un aniversario’. En la segunda parte, “El animal”, la poeta se adentra en rasgos más elementales del sujeto por medio de sus factores más primitivos para alcanzar al yo más íntimo en poemas como ‘Civilización y barbarie’, ‘Paisaje a la luz del día’ o ‘El idioma de las piedras’, el poema que cierra el libro: Para qué quiero un rostro si me estoy deshaciendo, una identidad para qué si continuamente me desnombro. Esta segunda parte marca lo que podríamos considerar un enfrentamiento de la poeta a la realidad exterior donde concluye: Hay algo terrible en mí que sin embargo me alimenta. Entre ambas partes del libro se intuye un hilo invisible, una trama secreta que atraviesa el poemario, una voz que se interroga para hablarnos sobre la identidad como el eje temático vertebrador que recorre El animal y la urbe y nos aproxima al trabajo actual de una poeta con voz propia, sólida y segura. RESPIRACIONES
3. Mamá tiene asma. Cuenta que pasó un año en cama cuando era niña y perdió un año de escuela y leyó mucho y supongo que al final aprendió a respirar. Hermana también tiene asma. Un día en el Pirineo en un pueblo del Pirineo tuvimos que ir a un ambulatorio porque se ahogaba y le pincharon cortisona y le dieron un respirador y pensé que hermana era un chico. Papá no tiene asma, tenía asma su madre y en las noches y en los días sin escuela le decía que iba a morir sin aire y papá le pedía que no se muriese. Yo no tengo asma. Pero no puedo correr porque me ahogo. No puedo correr porque me ahogo. |
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