LA BIBLIOTECA DE ALONSO QUIJANO
Reseñas
JOSÉ MANUEL VALLE PORRAS. Tras el oro del Rin. La imagen de Alemania de los viajeros españoles (1842-1920) (Cuadernos del Laberinto, Madrid, 2019) por MANUEL GUERRERO CABRERA Quiero señalar otro [periodo] más amable: el que llevó a este país [Alemania] a convertirse en escuela, luz y estímulo de aquellos españoles que se dolían de las derrotas materiales y morales de su patria. Alemania podía ser, en aquella época el modelo para que España tomase el camino del progreso. Con la claridad y la lucidez que le caracteriza, José Manuel Valle Porras (Cabra, 1980) expone en la Introducción de Tras el oro del Rin. La imagen de Alemania en los viajeros españoles (1842 - 1920) (Cuadernos del Laberinto, 2019), al que pertenece el párrafo inicial, la justificación del libro y la siempre interesante relación entre nuestro país y el germano, de «unos vínculos inevitablemente más débiles, debido sobre todo a motivos geográficos», como dice el autor. El segundo capítulo presenta los autores tratados: Ramón de la Sagra, Juan Valera, Mariano Vázquez Gómez, Emilia Pardo Bazán, José Ortega y Gasset, Julio Camba, Ricardo León y Félix Díaz Mateo. A cada cual le hace un repaso biobibliográfico expuesto de modo ameno y especifica los detalles de sus viajes, salpicados por alguna que otra anécdota, siempre en aras de alentar a quien se acerque a esta lectura; es esta una de las virtudes del estilo de Valle Porras. Por ejemplo, sobre su paisano Juan Valera: El deseo amoroso de Valera le llevó a protagonizar una curiosa anécdota cuando, ansioso de amar a la princesa Badrul-budur, se presentó un buen día en su casa, creyendo que vivía sola, y allí se encontró al padre, la madre y las hermanas. Al preguntarle la familia quién era y el motivo de su visita, se formó una curiosa escena, en la cual fue destacado ingrediente el desconocimiento que esta familia tenía del francés, de forma que Valera tuvo que explicarse en un precario alemán. La tercera parte se titula «Alemania vista por los españoles», capítulo en el que el análisis cobra protagonismo, que aporta en apartados temáticos, un estudio no solamente por autor, sino también por la amplitud del tiempo y situación de cada uno. No deja atrás ningún rasgo: los lugares visitados, la política, la economía, la clase media, el carácter alemán, la gastronomía, costumbres, cultura, ciencia, literatura, música y filosofía. Lo anterior es una enumeración de los apartados antes referidos, el mérito de Valle Porras está en articular cada tema, según lo aportado por cada autor, y en conectar con las épocas posteriores dichas aportaciones. Buen ejemplo es el dedicado a la clase media, que parte de Ortega y Gasset: «existe una clase social –la más numerosa– que sirve de trazo de unión, los kaufmänner. Todos hacen la misma vida; […] comen en el mismo sitio y por el mismo dinero». Ricardo León también lo observa entre los obreros. Pero esto entrará en crisis con la Primera Guerra Mundial, para ello Valle Porras toma a Félix Díez, que contrasta la moralidad de antes y después de dicha guerra.
La cuarta parte ofrece las conclusiones a las que llega el autor, a partir de tres cuestiones: la comparación del carácter alemán con el español, la idea que de Alemania tienen los ocho escritores tratados y lo que estos buscaban en aquel país. Mientras que de las dos primeras se halla la respuesta en la tercera parte del libro, aquí atiende sobre todo a lo que España buscaba en Alemania: «Si ser un introductor de la música o de la filosofía alemanas equivalía a ser un renovador de la música o la filosofía españolas, volver la vista al ejemplo alemán equivalía […] a modernizar España.
1 Comentario
ALEJANDRO CÉSPEDES. LAS CARICIAS DEL FUEGO (Amargord, Madrid, 2018) por DIEGO SÁNCHEZ AGUILAR En el año 2007, Alejandro Céspedes ganó el Premio de Poesía Blas de Otero con un libro titulado Los círculos concéntricos. Era un libro con 29 poemas, en verso y en prosa, protagonizados por un personaje llamado “Aurora”, víctima de abusos sexuales por parte de su padre. Un gran libro, que yo compré (usado, porque no había otra forma) cuando, deslumbrado por la lectura de ese libro esencial para la poesía española contemporánea que es Topología de una página en blanco, decidí que debía leer todo lo que ese tal Alejandro Céspedes, al que no conocía, había publicado. Ahora aparece este libro titulado Las caricias del fuego, que es una reedición de aquellos círculos concéntricos, pero es mucho, muchísimo más que una reedición; por eso, creo que el cambio de título es un gran acierto. En el epílogo, el propio autor explica el origen y el sentido de este nuevo libro: los poemas presentados a aquel concurso eran solo una pequeña parte de un proyecto mucho mayor que, por azares del tiempo, las mudanzas y los cambios de ordenador, se perdió o se creyó perdido. En 2018, el editor le propuso una reedición de Los círculos concéntricos y, como una especie de magia o de justicia poética, cuando ya el autor iba a enviarlo al editor, una amiga le escribió diciéndole que había encontrado el original en unos folios impresos hacía veinte años. Esa versión extensa es la que el lector encontrará bajo el título de Las caricias del fuego, con un 136% más de contenido que Los círculos concéntricos. Es, por lo tanto, un libro nuevo, mayor, y mejor que aquel. No solo por la gran cantidad de nuevos poemas que desarrollan aspectos nuevos del personaje (llamado aquí no ya Aurora, sino Aurelia), sino por la maravillosa edición con que Amargord ha arropado este texto: unas bellas ilustraciones de Eva Hiernaux acompañan a los poemas, y un pendrive diseñado como la portada del libro nos entrega también un material poético audiovisual para hacer que la experiencia de Las caricias del fuego vaya, como suele suceder siempre con Alejandro Céspedes, mucho más allá del concepto tradicional de “poema”. Como sucedía en Los círculos concéntricos, el lector encontrará en Las caricias del fuego una historia, un relato. Pero no se trata de poesía narrativa. Hay un sustrato narrativo porque hay una serie de hechos, de acontecimientos que generan y organizan las distintas partes del libro: los orígenes del abuso sexual, la muerte del padre-abusador a manos de Aurelia, la cárcel, el manicomio… Pero el modo elegido por Céspedes para trabajar con ese material narrativo, con esa historia familiar heredada y transformada, es el del monólogo dramático. Será la voz en primera persona de Aurelia la única que escuchará el lector. El sujeto lírico identificado tradicionalmente con el autor y su biografía es algo de lo que la poesía de Céspedes ha estado huyendo continuamente, hasta alcanzar un grado de perfección y objetividad-objetualidad máxima a partir de Topología de una página en blanco. Pero ya aquí, con un material poético tan delicado y terrible, se advierte esa decisión poética de dejar que la voz sea ajena; de manera que es el lenguaje en sí mismo, el lenguaje de Aurelia, sí, pero sobre el lenguaje como tal, quien hable de Aurelia, del sexo, de la inocencia, de la locura. Así comienza el libro: Traspasar la frontera era tan fácil… Quién le dice a la caricia cuál es el territorio prohibido. Cómo sabe la piel que a partir de una célula inexacta comienza la maraña del deseo a enredarse y hacerse vulnerable. Y esa voz, ese lenguaje concéntrico, lleva a los lectores a unos territorios bellos, terribles, desde la infancia, la inocencia y el amor puro y confuso, hasta el sexo, la muerte, la locura: y todo ello con una coherencia poética admirable, dejando ver en todo momento el armazón (narrativo y moral) del relato que subyace, pero sin dejarse dominar por él: se da toda la libertad a esa voz que da vueltas y vueltas, en círculos concéntricos, desde la caricia hasta el amor, desde la identidad y el espejo hasta la enajenación, desde la infancia hasta una edad que se borra en los espejos y los recuerdos como pozos de infinitos fondos que llevan a infinitos infiernos:
No busco la certeza. Quiero no recordar. Ser, en el tiempo que me quede, nueva. El universo y cuanto en él habita es artificio. Todas las existencias son extremos de cuerdas que conservan en los nudos deshechos la sustancial razón que las desdice. El libro se estructura en siete partes. De hecho, no en la portada, pero sí en la página inicial, encontramos el subtítulo siguiente: Las Siete Palabras. Cada una de las siete partes del libro va estar encabezada, y dominada temática o simbólicamente, por una de las siete últimas frases que Jesús dijo en la cruz antes de morir. Esa estructura también otorga al libro otra de sus características: una concepción trágica, más que narrativa. Porque la narración subyacente, los hechos del abuso, la muerte del padre, el encierro, no son tratados como sucesión de elementos narrativos, sino como escenas que tienen más que ver con la concepción atemporal de la narrativa del mito. Cuando uno termina de leer este libro no lo recuerda como “el relato de Aurelia”, sino como “el mito de Aurelia” o, para ser más exactos, “la tragedia de Aurelia”. Así como el relato de Jesús en la cruz, abandonado y sacrificado por su Padre no es una narración, sino un mito, el monólogo dramático de Aurelia nos sitúa en un marco atemporal y recurrente, en una repetición infinita de un hecho: como Cristo está eternamente en la cruz, Aurelia está eternamente siendo violada por su padre, eternamente matando a su padre, eternamente mirándose al espejo en un manicomio. Es, también, el tiempo mítico de la tragedia griega. No solo por ese elemento atemporal, por ese castigo repetido eternamente, sino porque, como en el mito de Cristo en la cruz, lo que tenemos en Las caricias del fuego es a un Dios violando a su hija, a un Dios sacrificando a su hija, porque todo padre es siempre, para una niña, el Padre: Soy Creusa y soy Casandra, violada por un dios y no creída. Si eso me hace culpable es preferible que pongáis más empeño en engendrar silencio en vez de hijas. Dice el autor en el epílogo: «El cambio radical que se produjo en mi forma de escribir en 2010 con Topología de una página en blanco y posteriormente con Voces en off, me hizo considerar toda esta producción anterior como una parte menor —y antigua— de mi obra que tal vez no mereciese la pena publicar». Afortunadamente, Céspedes ha cambiado de opinión para no privarnos a los lectores de versos como estos: Nunca tuve razones para habitar mis sueños porque aprendí de niña, como el agua, a rellenar los huecos del cuenco en que me echasen. AMY LEVY. HISTORIA DE UNA TIENDA (Chamán, Albacete, 2019) por ANTONIO AGUILAR RODRÍGUEZ Historia de una tienda desarrolla la vida de las hermanas Lorimer, Gertrude, Phyllis, Lucy y Fanny, a lo largo de dos años cruciales en su juventud. Una obra entretenida y coral, por momentos, que nos invita a especulación sobre su futuro y sobre si el argumento, llegados a las últimas páginas, nos sorprenderá o, por el contrario, no logrará hacerlo. Quizá, como con muchos artistas de muerte prematura, con Amy Levy (Clapham, 1861- Londres, 1889) nos quedamos con la incertidumbre de qué podría haber llegado a ser de no haberse suicidado a los 27 años. De ella dijo Oscar Wilde que era una escritora deslumbrante e inteligente. La primera mujer estudiante de lenguas antiguas y modernas en el Newnham College de la Universidad de Cambridge. Escritora prematura, ya a los trece años publica algunos textos, poeta, lesbiana y judía en la Inglaterra de finales del XIX y catalogada en la órbita de las new women writer, que apunta hacia un espíritu transgresor. En este caso, como en otros, la proyección que hacemos de su figura es deformadoramente halagüeña, pero siempre nos quedará la duda de cuál fue su realidad. Historia de una tienda no es una novela transgresora, es una novela costumbrista con una serie de momentos acertados que la convierten en una novela moderna, no obstante. La propia Amy Levy, que parece inmiscuirse decidida y sutilmente en la ficción a través de la voz narrativa, con varios guiños a lo largo del texto, como en la página 83 cuando afirma «en la mañana de marzo de la que escribo» o hacia el final donde afirma «la última vez que pasé por delante de los apartamentos (donde vivieron durante ese lapsus de tiempo de dos años las hermanas Lorimer)», se identifica con Gertrude, pero Gertry no abandera un movimiento de identidad feminista, sino de supervivencia. Tras la situación sobrevenida por la muerte del padre, encontramos la primera decisión que le confiere a esta novela su modernidad, al no plegarse a las convenciones, a lo previsible frente al mundo de lo imprevisible, que es obviamente la determinación de montar un estudio de fotografía, con el sesgo, además, de modernidad que tenía. Dos mundos chocan con ese despliegue de personajes que convierte la obra, por momentos, en una obra coral, unos como aliados del convencionalismo, como esa tía Caroline, que reprende y que anhela continuamente ver casadas a sus sobrinas, y esos personajes, no ya tanto artistas sino diletantes con ínfulas de artisteo, que circulan por los salones de la época y que tienen como punto de unión el humilde estudio fotográfico que regentan las hermanas Lorimer: Frank Jermyn, Darrell, Lord Watergate o Marsh, catalizarán con cierto acomodo a los gustos victorianos los deseos de cada una de las habitantes del precario apartamento donde viven. La configuración de este mundo de apariencias es otro de los rasgos de modernidad de la novela. En una novela tendente a la sencillez, limpia, con una estructura clara, donde todo apunto al blanco, también en el hilo narrativo y en los distintos aspectos de la trama, sin embargo, se nos ofrece una escala de grises interesante que la saca de los extremos maniqueos.
Sería fácil especular con la posibilidad de que Historia de una tienda fuera un juego del traductor Gonzalo Gómez Montoro, ya que acomete la traducción con un lenguaje fluido y fresco, sospechosamente moderno, aunque el trabajo de Gonzalo es concienzudo, tal y como él expresa en distintos medios, un proyecto personal, no por encargo, en el que ha centrado su trabajo durante un casi un año. Además, jugando con esta posibilidad, hay que destacar lo oportuno del momento histórico, ya que la novela apareció próxima a las reivindicaciones del 8-M y en el año en el que se cumple 130 años de la muerte de la autora, fecha azarosa esta de 2019, pero que puede situar a la novela en un lugar oportuno que resalte la figura de Amy Levy, aunque con el peligro de que su figura, evidentemente interesante como destaca el propio traductor en un artículo para el diario Público (https://blogs.publico.es/dominiopublico/28034/amy-levy-feminista-desconocida/), eclipsara a su obra. Concluyendo, podríamos decir que Historia de una tienda es una novela rescatada de la arqueología para la literatura, el resultado del encuentro afortunado del traductor e impulsor de este proyecto, Gonzalo Gómez Montoro y de la editorial Chamán, una editorial independiente que da el cariño y el respeto a esta obra convirtiendo su publicación en un hecho singular. Esta novela, que más que avanzar argumentalmente nos muestra cómo la vida de los personajes, y no siempre con sutileza, se erosiona, se sitúa en una atmósfera costumbrista pero con cierta modernidad que la convierte en una novela divertida e interesante para el lector del siglo XXI, gracias a su agilidad y a su liviandad, en el mejor de los sentidos, porque no juega a ser otra cosa que lo que es, un hallazgo de buena literatura, que si no llega a la altura de escritoras posteriores como Willa Cather, por ejemplo, con la que comparte algunas similitudes transoceánicas, no nos deja en ningún momento la sensación de que hayamos perdido el tiempo con su lectura, al contrario, nos deja la felicidad de haber participado en su descubrimiento. JUANA VÁZQUEZ. PERSONAJES DE INVIERNO (Sapere Aude, Madrid, 2018) por PEDRO GARCÍA CUETO
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