LA BIBLIOTECA DE ALONSO QUIJANO
Reseñas
MIGUEL DALMAU. PASOLINI, EL ÚLTIMO PROFETA (Tusquets, Barcelona, 2022) por PEDRO GARCÍA CUETO Miguel Dalmau nos pasea por todos los rincones de la vida de Pasolini y entendemos entonces que el gran cineasta, poeta, crítico y tantas otras cosas sigue ocupando un lugar importante en nuestra memoria. Este libro ha ganado el XXXIV Premio Comillas de Historia, Biografía y Memorias.
Silvestra Marinello en Cátedra, signo e imagen, comentó que el lenguaje es fundamental en Pasolini, porque sus imágenes son lenguaje traducido a secuencias, hay un afán de construir el tiempo de nuevo, de volver a crear el mundo. Para Pasolini, dada su pasión por la poesía, el lenguaje no ha de estar pervertido por la costumbre, sino que es un lenguaje adánico, incipiente, primerizo. Son los hombres seres que han de inventar la palabra para cambiar el rumbo de un mundo ya en plena corrupción. El libro de Dalmau es rico en detalles, ya que no solo es un investigador del mundo del cine, sino que traduce a palabras la luz cenital del genial italiano: «Evidentemente hay que ser un poeta mayor para explicarlo todo en pocas palabras, y Pasolini es un poeta mayor. Se diría que ese olor del abrigo materno viene a ser como la magdalena proustiana, un portal hacia el pasado, que en su caso nos habla del amor absoluto, no solo de una tierna ensoñación de la infancia magníficamente recobrada, como en el caso de Proust». En el Pórtico que abre el libro y que cuenta su trágico asesinato, el investigador español confiesa su afán de claridad, su deseo de hacer cristalina la mirada a un poeta del siglo XX como pocos. Frente a Godard o Truffaut, la idea del lenguaje prevalece, Pasolini entiende el arte fílmico como una traslación de su universo de palabras inaugurales. Como si amaneciera en un mundo nuevo, sus películas rompen el neorrealismo o el universo distinguido de Visconti, son pura orfebrería que se tejen a mano para que el director pula con el lenguaje la sensación de la imagen y sus destellos. Con Dalmau recorremos la infancia del poeta y director, su pasión por la madre, por el fútbol, por el cine, por los hombres, su amor por Ninnetto Davoli. Todo ese cosmos que es el libro convierte a la figura de Pasolini en un prisma lleno de referencias, donde sus películas son traducciones de un hombre que hizo del arte revolución y del lenguaje llama en su universo. También confiesa Dalmau que la soledad persiguió a un hombre que buscaba a veces a jóvenes prostitutos, que se había codeado con la gran intelectualidad italiana, con escritores tan amigos como Alberto Moravia; que Pasolini sabía que la soledad es destino y él, habiendo presagiado tantas veces la muerte, la encontraría de la forma más violenta: «Pier Paolo Pasolini se siente abrumadoramente solo, pero con el tiempo establece un pacto con la soledad, que al fin y al cabo siempre fue su silenciosa y ansiada compañera». Aprendemos con el libro acerca del rodaje de sus películas, pero también llegamos al hombre y al alma de un creador que sabía que su sacrificio era el del revolucionario. Había provocado demasiado a los fascistas y ello le costó la vida. Dalmau ha escrito un gran libro, donde vuelve un artista que no ha muerto nunca, porque siempre resucita en su cine, en su poesía y en la memoria de los que entendemos que la creación ha de superar lo establecido. La vida de Pasolini lo fue y, como un profeta, nos ha dejado su enseñanza que se resume en el goce de la vida, a sabiendas de lo duro que es ser honesto en tiempos de miseria moral.
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JAVIER MORENO. EL HOMBRE TRANSPARENTE (Akal, Madrid, 2022) por ALFONSO GARCÍA-VILLALBA
GERMÁN TERRÓN FUENTES. EL DIOS DE LOS LAGARTOS (Huerga & Fierro, Madrid, 2022) por JULIO HERNÁNDEZ La poesía proviene de un territorio inhóspito. A veces llega tras un hondo trabajo de introspección y búsqueda. Otras, desde la comprensión y el conocimiento. Y a veces inspirada, se arrodilla como quien se entrega. Así es “El dios de los lagartos” (Huerga y Fierro Editores, 2022), un poemario de un inspirado Germán Terrón Fuentes. El jerezano, afincado en Palma de Mallorca; de mar a mar, es un tipo curtido en el arte de la vida, y su primer aprendizaje, subsistir. Subsistir a pesar del sufrimiento, de los gozos y la misma humanidad. Germán autopsia, con un lenguaje incisivo, directo y sin adornos, su dolor y el dolor de otros. Por sus versos corren seres olvidados, gente que ni siquiera se halla en los márgenes porque, abonados a la libertad, se esconden en bares atestados de lágrimas ahogadas entre el vino y el alcohol. Junto a esta lección, aparecen otras que la academia obvia, y que se comprenden con la experiencia vital. “Y es que, de pequeños, no nos enseñaron a luchar en las escuela, contra la corriente y el olvido.”, versa en “Las escuelas del miedo”. Para no hacer del olvido una constante, en “Ser Humano”, el poeta mira y nos recuerda cara a cara a las injusticias, elevando su verso para sanar. Porque en este libro, Germán se pone el traje de sanador, para aliviar las heridas de las víctimas de la noche, las heridas que deja la sal en los cuerpos de los ilegales, las heridas de muerte de las invasiones y los múltiples desgarros de las guerras. Y para cantar a la diversidad, a que somos uno como la luz, que descompuesta en mil rayos, por el milagro del amor, vuelve a ser una. Y para llama a la poesía de vuelta a su espacio natural de restañar dolores, porque Germán sufre la “Locura Transitoria” de los poetas: sueña. Y lo hace porque ha puesto un ojo en el futuro y una mano en la esperanza, para salvar y salvarse de los embistes del mundo, con la pureza de quien ha bebido de la vida cotidiana. Así que, para leer “El dios de los lagartos” os brindo las coordenadas que usé. Hay que hundirse en la humanidad y bonhomía de Germán y en su insaciable vista fija en el prójimo. Quítese ataduras literarias, vaya con el corazón limpio y poco más. Y disfrute la lectura como una invitación a ser humano.
PABLO GARCÍA BAENA. EL SUBLIME JARDÍN DE LA PALABRA (Revista Ánfora Nova, Rute, 2021 - Número 123-124) por MANUEL GUERRERO CABRERA
Con estas palabras del director de la revista Ánfora Nova, que nadie mejor que él para decirlas, se justifica en el epílogo este número doble monográfico (números 123-12) en homenaje al poeta Pablo García Baena, publicado en 2021 con el título de Pablo García Baena. El sublime jardín de la palabra; para ello, se ha contado con más de 25 colaboraciones, firmas muy relevantes del panorama literario, entre las literarias y las gráficas, que se presenta repartido en cinco apartados. El primer apartado es el prólogo que está firmado por Federico Mayor Zaragoza, en el que manifiesta la importancia de la palabra, especialmente aquella que no olvida el pasado y que nos represente en el futuro, la palabra que alcance incluso a quienes no escuchan. El segundo apartado, «Crítica e investigación. Colaboraciones», constituye el bloque mayor del conjunto, y el más provechoso, puesto que los trabajos ofrecen una estupenda muestra de la calidad poética de la obra de García Baena junto a otros con variados detalles de su trayectoria vital. Así, la nómina de firmas nos confirma que todas las palabras escritas sobre García Baena se hacen con conocimiento de haber compartido lecturas y experiencias con el poeta: José Infante, María Victoria Atencia, Rafael Inglada, José Cosano, Ángeles Mora, Luis Antonio de Villena, Francisco de Paula Sánchez Zamorano, Javier Lostalé, María Rosal, Antonio Hernández, Ángel Aroca Lara, Francisco Ruiz Noguera, Antonio Jiménez Millán, Francisco Morales Lomas, Alejandro López Andrada, Carlos Clementson, Blas Sánchez Dueñas, Manuel Ángel Vázquez Mede, Joaquín Pérez Azaústre, Juan de Dios Torralbo Caballero, Antonio García Velasco, Antonio Moreno Ayora, Francisco Onieva y Ana Herrera. En resumen, cada texto es complementario a lo que uno dice de otro, pese a la variedad de estilo o de perspectivas. Por ejemplo, Javier Lostalé opta por unos maravillosos trazos poéticos para un retrato que titula «Radiografía»:
Y otro ejemplo, la extraordinaria Laudatio de María Rosal con apreciadas alusiones a las palabras del poeta:
Como se ha referido antes, complementarios, para dar en su conjunto una visión extensa de la figura de García Baena.
En este número de Ánfora Nova ocupa el tercer apartado al epílogo que firma, como apuntamos al principio, José María Molina Caballero, responsable de la publicación. Además de la intención de amistad y homenaje, Molina Caballero escribe sobre las colaboraciones que el poeta había aportado a Ánfora Nova en sus más de treinta años de existencia. así como el breve relato de su participación en los actos que conmemoraron los quince años de la revista en 2005. Las cuarta y quinta partes se titulan «La luz del alma. Manuscritos e inéditos» y «Epistolario de Pablo García Baena (selección)», respectivamente. Son dos capítulos que alegrarán a quienes tengan el alma curiosa hacia la composición de la palabra de García Baena, pues hallamos los textos escritos a mano por el poeta, con las correcciones, anotaciones, etc. hechas por él. Valiosísimo aporte, también, el del epistolario con una selección de cartas firmadas por Caballero Bonald, Vicente Aleixandre, Gerardo Diego, Cayetana de Alba o Carmen Conde, entre otros. No podemos terminar nuestro escrito sin hacer mención a las numerosas fotografías que protagoniza el poeta homenajeado en cada página, ni sin colocar aquí los nombres de los ilustradores de este número: Antonio Povedano, Antonio Bujalance y Emilio Serrano. Enhorabuena a Ánfora Nova por Pablo García Baena. El sublime jardín de la palabra. Un sublime homenaje al poeta de Cántico, a uno de los grandes poetas andaluces del siglo XX. ADOLFO GÓMEZ TOMÉ. CUADERNO DE CAMPO (Editora Regional de Extremadura, 2021) por NATALIA CARBAJOSA «Porque no poseemos, vemos». Este verso de Claudio Rodríguez podría ser el adagio de escritores de la naturaleza como el ya clásico Henry David Thoreau o la más cercana en el tiempo Annie Dillard. Comparte, además, la deflación del “yo” de los poetas japoneses, el arrebato visionario de los románticos ingleses —sobre todo Wordsworth— y, por supuesto, la espiritualidad de la poeta y memorialista de origen escocés Kathleen Raine, inspiración fundamental en la vida y la poesía de Adolfo Gómez Tomé (Mirabel, Cáceres, 1969), quien además es traductor de su obra al español, junto con quien esto escribe. En el caso de este último, sin embargo, la conexión entre poesía —entendida como contemplación y visión despojadas, «mirar / y dejar ir», como yo misma expresé hace tiempo— y naturaleza es más ardua que en el de sus antecesores: si, hasta el siglo XIX, el término “naturaleza” lo describía absolutamente todo, lo humano y lo no humano, a partir de ese momento pasó a convertirse en lo opuesto de lo que nos define como especie; término hoy más que nunca distorsionado por la voracidad económica, por nuestros entornos ultra-tecnificados y por un extraño sentimiento bienintencionado que niega su amoralidad. Ajenos a sus ritmos, si acaso se nos ocurre levantar la vista de alguna pantalla para mirar —y caminar, que viene a ser lo mismo en términos poéticos— en esa dirección ahora mismo desconocida por nuestra propia negligencia, empiezan a aflorar verbos nuevos, nuevos ámbitos de feliz y necesaria (in)acción: «esperar; sumergir las manos; oigo; escucho atento; mirar largamente; huelo; he vuelto; beso; descubro; asciendo; calma en la espera». Cuaderno de campo es, como su propio nombre indica, un libro de notas tomadas en los vagabundeos de su autor por las sierras que unen las provincias de Salamanca y Cáceres. Notas simultáneamente atentas a lo de dentro y lo de fuera, a la percepción de lo que bulle quedamente en los caminos y a la respiración interior que lo acompasa. Es también un libro de señales: aquella que otro caminante dejó para quien quisiera recogerla; y aquellas que muestran el camino de vuelta a casa, a la infancia, a los seres y objetos que, aún vivos o ya en el bagaje de la memoria, confieren al libro el tono entre sereno y elegíaco que posee (Nel mezzo del cammin), como de obra antigua, apenas susurrada entre el murmullo --murmurio en el lenguaje íntimo de su autor— del agua. Dicha carta de antigüedad convierte a sus protagonistas en arquetipos de las grandes heridas del mundo (la del amor, la de la muerte, la de la vida), sin negarles por ello su condición de personas reconocibles, seres con nombre propio y sujetos al aquí y el ahora:
Este regreso al origen, la casa de la “naturaleza” a la que una vez el ser humano perteneció no resulta sencillo, como he apuntado antes. Los versos más sobrecogedores del libro, en mi opinión, subrayan dicha dificultad con una limpieza expresiva inusitada. De nuevo planea en ellos la figura del autor de Lyrical Ballads y su «The world is too much with us», esta vez colonizado por el espacio en blanco de la página:
Pasan las horas y los días inánimes de tan poca soledad Nada hay de extraño en esta declaración si se sabe que Adolfo Gómez Tomé, amigo desde los días lejanos en que ambos estudiábamos Filología Inglesa en Salamanca, hoy ejerce como profesor de inglés en un instituto de Plasencia, no lejos del “Edén”, en términos raineanos, que conforma en su imaginario su pueblo natal. Profesor vocacional y completamente volcado en su trabajo, no cuesta imaginárselo, no obstante, abrumado por el peso burocrático y gregario, poblado de actividad frenética y sin sentido, en que un sistema absolutamente ineficiente ha convertido la profesión. Sus poemas-apuntes se convierten así en el testimonio de esa “otra” vida que, en la clara y escueta intensidad de los versos, se nos antoja más luminosa y verdadera. Después hay que volver, claro («Cierro la puerta tras de mí. / Me pongo las zapatillas de estar en casa»), como también nos enseñó hace tiempo otro magnífico poeta de la tierra, Luciano Feria («He terminado el libro. Estoy en casa»). Pero esa vuelta no será en vano; queda la sustancia nutricia, «un runrún de la infancia», y un hábito que habrá que mantener vivo a toda costa: «Hay que esperar (alguien vuelve a decir)». Afirma Annie Dillard en Una temporada en Tinker Creek con respecto a la naturaleza que «la belleza y la gracia suceden tanto si las percibimos como si no», y que «lo menos que podemos hacer es tratar de estar presentes». En ese “estar” en lugar de “hacer”, sustituir al “homo faber” por el ser que simplemente camina y contempla porque —no olvidemos— nada posee, encontramos la afiliación de este Cuaderno de campo, nunca lejos del hueso y la materia a pesar de su impulso hacia la trascendencia («Y el eco / de este pobre cuerpo mío...»; «siento brotar una flor / en el pecho...»), bien asentado sobre la tierra firme de sus verbos, atento a intuiciones propiciadas por un entorno todavía capaz de acogerlas. La conclusión, válida para quien la recoja, suena seca, certera, ineludible: «Solo eso». MANUEL MADRID. FONDO DE ARMARIO (Balduque, Colección Sudeste, Cartagena, 2022) por ANTONIO GÓMEZ RIBELLES Al abrir Fondo de armario podríamos pensar que quizás fuera una versión poética de Carne de caimán, el anterior libro de Manuel Madrid (una suerte de coda, dice Francisco Torres Monreal), que conocimos y que recibió el premio de diseño en el Creamurcia 2019 (Estudio María y José Luis). La dedicatoria que el autor nos hace a los que leímos ese libro “por dejarse herir” nos relaciona íntimamente con él. Sabe Manuel Madrid de la relación de este libro con el anterior y demanda al lector afortunado de ambas obras que la tenga presente y además hace coincidir el número de poemas, 26, en uno y otro; pero a pesar de la evidente relación, no es ni una continuación, ni una versión en verso. No solo el paso al poema, que es evidente, sino otras ideas, hacen de Fondo de armario un libro distinto y especial. Dos citas dan claves de qué se propone Manuel Madrid: la primera presenta el poemario y es de Julian Barnes en la que se plantea la existencia de momentos que podrían pasar por cotidianos, algunos banales y que sin embargo se convierten en cruciales («el primer cigarrillo, la nieve sobre un árbol en flor, Venecia, el placer de comprar...»). Son todas esas cosas y acontecimientos las que componen la vida y dan sentido, aunque algunas queden colgadas: «Colgué lo que puede que hoy no sea... / Ahí en el fondo de un armario en Barcelona». Los que tenemos la suerte de conocer a Manuel sabemos de su método reflexivo en torno a su trabajo periodístico, conversador sin agobios, como si no hiciera una entrevista, no interrogativo, diálogos en los que tanto habla tanto él como tú, sin miedo a la sinceridad, para extraer después lo esencial, lo que nos demuestra su alto nivel de atención y sobre todo de observación, de asombro ante las cosas que ve tanto en los territorios más alejados por sus viajes, en las personas conocidas o buscadas en esos nuevos caminos, como en los más cercanos, con un gran dominio del lenguaje que le permite jugar con la manera de contar. Pero para contar bien hay que saber captar la esencia. En este trabajo tan personal en el que se convierte su poesía, intuyo que el proceso es el mismo, pero mayoritariamente sobre él en sus relaciones con los demás. Asume lo esencial del poema en su carácter dialógico con otros, pero esencialmente consigo mismo, en esa forma reflexiva y de mensaje que tiene la poesía que, de alguna manera, podrá llegar a un destino. Tiene que ver con los viajes como hizo en anteriores libros, pero no en la parte de descubrimiento de los nuevos espacios, sino en la parte del encuentro. Solo en unos pocos poemas se acerca a un lugar determinado dando el nombre (Génova, Jerusalén, Barcelona, una calle de Murcia), aunque eso no quiere decir que no haya un paisaje en todos, sino que la prioridad está esta vez en él y el otro. Es lo humano lo más visible, esta vez liberado del lugar, o mejor, convertido él y sus encuentros en el “lugar” del acontecimiento. El Eros, el amor, la búsqueda del contacto, en definitiva los afectos deseados y no siempre conseguidos, porque en muchos queda un regusto de decepción, la desazón ante lo que se quería y no se alcanza, que es personal pero también crítica de la sociedad en el actual sistema de relaciones. No quiero ver lo autorreferencial, sino lo que queda. Partir del acontecimiento puede llevarnos a narrarlo, pensando que aquello fue de tal manera y nos iluminó tanto que con un estilo descriptivo bastaría. Pero Manuel Madrid parte de aquello, las vivencias, para ir posteriormente construyendo el poema, podando hasta limpiar la prosa original (que ya era poética siempre en su estilo), dar forma, también visual, al lenguaje y los versos, crear imágenes poéticas y dejar lo importante, lo que puede ser luz, “realidad invocable” que decía Celan. Y para Manuel Madrid esa realidad estará en la belleza que queda en el poema, marcado por un ritmo vital, una cadencia casi respiratoria, una concisión a la que yo no llamaría sencillez pero sí adaptación al habla cotidiana. No hay vibración del tiempo, todo son escenas extraídas, pequeños momentos recordados, verdaderos en su construcción a partir de la memoria y del proceso de aparición. El tiempo está, lo sobrevuela todo, pero asumiendo su levedad. Todo ocurre en un tiempo, todo es tiempo recobrado, nunca nada es intemporal, pero Madrid sabe escapar del érase una vez para instalarse en la suma de todos los tiempos que es el presente donde no hay tiempo detenido.
Adquiere importancia lo no dicho. Las cosas ocurrieron en un entorno del que solo queda ese recuerdo en el poema, al menos para el lector. Lo demás ya está, porque cada poema queda sin contornos, abierto hacia todo aquello que no se dice. Igual que en las fotografías queda siempre el fuera de campo, a veces tan importante o más por conocimiento o ignorancia. Lejos de la imagen, del poema descriptivo, Manuel Madrid está más cerca de la poesía como pensamiento y reflexión. Es cierto que en ocasiones se acerca al aforismo o la sentencia, pero sin ese afán de tener razón que en ocasiones acabas teniendo de los libros de aforismos. En el mundo de la poesía o se es valiente o no habrá nada que perviva. Y en eso, en este libro y en los anteriores, y en su trabajo periodístico, Manuel Madrid tiene claras las cosas y lo que es verdad. Los temas no son siempre celebrativos, y un principio más elegíaco nos sitúa en este bellísimo poema que es ‘Otoño sin soldadura’ y que comienza: Hoy te habría besado. Quería contarte que volvió el otoño. Que sentí, de nuevo, la tristeza del frío. Pasaremos por la decepción («Ni aprecio, ni atracción ni aliciente / los asientos del tiovivo / estaban ocupados por imposibles»; «Eliges ser nada / pudiendo ser todo»), el humor, el sexo, la busca («busco cuerpos deshabitados»), la toma de partido y la defensa de lo que se cree (‘Asilo’ o ‘Trimonios’), y sí, el acontecimiento («cuando rompiste a reír con júbilo, // habías adivinado / el paradero de Júpiter) y la obligación de buscar la felicidad. La otra cita de las dos a las que hacía referencia es de cierre y es de Carmen Laforet, extraída de Nada y de la que copio un fragmento: «Me marchaba ahora sin haber conocido nada de lo que confusamente esperaba: el amor en su plenitud, la alegría, el interés profundo, el amor». Ese cierre, esa insatisfacción final, decepción al fin, sobrevuela los poemas; y ese deseo no siempre cumplido seguirá moviéndonos en la búsqueda, el viaje, el otro, y serán momentos cruciales que volverán a ser poema. Belleza. XIX. MECÁNICA CELESTE Cayó de repente Desde el azul del mundo Y el corazón se me encogió MARI TRINI ‘Una estrella en mi jardín’ (1982) Vuelan desorbitados. Aquí, allí. Tras de sí dejan colas de polvo y gas. Torpes e ignorantes, no reconocen al astro rey. Cuerpos celestes, sí. Nada más. Un centelleo que se evapora como nube de verano. |
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