LA BIBLIOTECA DE ALONSO QUIJANO
Reseñas
NATXO VIDAL, Mi parte de la pólvora (Huerga y Fierro, Madrid, 2018) por ALBERTO CHESSA PÓLVORA ERES, Y EN PÓLVORA TE CONVERTIRÁS La poética de Natxo Vidal juega a desnudar la realidad, la cotidianidad, con armas de construcción masiva: la ironía, el humor, los malabarismos con el lenguaje, la inversión de tópicos, el desencanto amaestrado, el llanto contenido, la protesta libre. Mi parte de la pólvora es un libro proteico, sorprendente, con una bien temperada polifonía (y de esto el autor, que es músico, sabe algo) y un bien guardado equilibrio entre el poema ráfaga y el poema narrativo, entre lo aforístico y lo coloquial, el yo y el resto. Estamos ante unos textos que erigen una saludable distancia, una vacuna contra el sentimentalismo ramplón, y ello a pesar de su carácter aparentemente confesional. Imposible es que el lector no se vaya deteniendo en cada verso con admiración y complicidad. A quien esto escribe, desde luego, le parece un libro fresco, deslenguado, intuitivo, con mala leche a ratos y una ternura bien sojuzgada (pero evidente) a otros. Celebro especialmente ese don de síntesis en los poemas que quintaesencian un relato (¡y a veces hasta una novela!) y también algunas ocurrencias y algunos fogonazos de genio. Lo mismo que, como sabemos, don Jaime escribió «Contra Jaime Gil de Biedma», hay aquí una apuesta que se puede resumir tal que así, con este remoquete: «Contra Natxo Vidal». Salvo que no está nada claro que la voz que en este libro protesta en su desgarro sea la de Natxo Vidal o, más bien, una suerte de némesis canalla de sí mismo, el caballo de Troya (ese caballo que evoca en un poema expresamente) y ese caballo de batalla que monta como montaba Atila (esto es, arrasándolo todo) hasta hacer papilla el sosias de ese Natxo Vidal que se asoma a un espejo… por supuesto deformante. Ahora bien, el malo de esta película que nos invita a un trago a lo largo de estas páginas es, con toda su bilis, todo su realismo sucio y toda su provocación, un verdadero sentimental. Lo que ocurre es que todo cristo prefiere pasar antes por malo que por tonto, y el que tiene, como se dolía Neruda, un «corazón interminable» teme sombrearse ante los demás como un ingenuo, un débil o, sí, un tonto enamoradizo cuando da rienda suelta a su expresión de «por de dentro» (como sancionaba Quevedo). Ya los románticos gustaban de mirarse en el espejo afilado de los oficios proscritos por el bien pensar de la sociedad de bien. Y a algunos de estos oficios, por cierto, no les era nada ajena la pólvora. En otra de las composiciones de este libro se recrea el film Melancolía de Lars von Trier, con su panoplia de planos ralentizados a la manera de las creaciones de Bill Viola. Pues bien: estos poemas de Mi parte de la pólvora tienen también un ritmo moroso, un tictac a prueba de pacientes: fraseo corto, sincopado, contrapuntístico, puesto al servicio de un relato que viene a ser el anuncio o la constatación de que, de un momento a otro, la noche va a caer y, lo que es más relevante, va a caer… sobre nosotros, aplastándonos. Admiro este género de poesía, digamos, a medio hacer, sin el broche preciso, remasticado, triunfal, siempre y cuando ―como es el caso― no se juegue sucio, esto es, no se trate de colar un centón de nimiedades con la excusa de la sugerencia, el apunte o el guiño. Y no, no es lo que encuentro yo en este libro plagado de destellos. Es evidente que Natxo Vidal sabe contornearse muy bien para orillar el precipicio de la ñoñez, y creo que lo logra porque la intuición de Natxo Vidal le lleva a ubicarse en el lugar más sabio para acometer esta suerte de apuntes del natural. ¿Y qué lugar es ese? Pues la perplejidad, el asombro, la interrogante. Por eso, el vigor de estos poemas radica, por paradójico que suene, en su fragilidad; porque son sinceros, francos en su artificio, maravillosa y terriblemente humanos. Hay en todos ellos una mirada irónica a la par que tierna; inteligente y coqueta, pero (o precisamente por ello) sin caer en el cinismo. Todo lo cual lo aboca como poeta a lograr un equilibrio propio de un malabarista, como si fungiera al modo de un funámbulo de contrarios: hay prosaísmo, pero de cantanta; coloquialismo, mas abiertamente introspectivo; la cotidianidad asoma la cabeza cada poco, aunque, eso sí, destilada en un sistema de imágenes que tiran del hilo de una madeja más o menos irracionalista, simbolista siempre, muy rimbaudiana. Claro, esto último nos lleva al yoesotro, cómo no, y más en una poesía en la que, como Garcilaso, el poeta se ha parado «a contemplar» su «estado». Pero la pregunta es: ¿quién?, ¿quién coño es ese al que autorretratamos? Celebro ese impulso libérrimo que dicta la escritura de los versos de Mi parte de la pólvora; versos que, en efecto, respiran libertad por los cuatro costados por lo que toca al empleo del lenguaje, la tensión metafórica, los motivos del poema, la estructura en sí. Hay, no en vano, un componente lúdico en todo el libro y aun en la misma forma de escribir de Natxo, quien no concibe su poética más que como un ejercicio de libertad y liberación (¡si hasta se permite ensayar un poema en inglés!). Y en ese tablero de juegos no se nos debería escapar (no, no se nos escapa) la maestría que exhibe con los cierres de cada composición ni ese humor negro (de tabaco negro) que, en ocasiones, no hace ascos a travestirse directamente de chacarrillo. No seré yo quien vaya a descubrir ahora la musicalidad de los versos de Natxo Vidal, pero es que aquí, en Mi parte de la pólvora (y no me refiero solo por la abundante cita directa a algunas estrofas de canciones varias), yo me he sentido, si cabe, más arrastrado que nunca por ese ritmo jazzístico y endemoniado del que Vidal es amo y señor. De hecho, me parece advertir una cierta deliberación armónica incluso en la propia ordenación del libro, tan simétrica, con sus dos movimientos de 24 composiciones cada uno, pautados por una estancia en prosa que se va completando poco a poco a guisa de canon. Lo diré machadianamente: ¡qué bien su libro suena! Sí, Natxo Vidal sigue empeñado en ensanchar las costuras del poema, en ensayar collages y acertijos a modo de retablo deconstruido y supurante (o goteante, como si fuera un lienzo de Pollock). Que tiene oído es evidente. Lo que también lo es es que tiene (y no en menor medida) ojo, mucho ojo. Porque si vamos al hueso de este libro (si es que no lo hemos roído ya), yo confieso que observo más depuración, más quintaesencia (¡de las que ya había!) con respecto a las entregas anteriores. No quiero insinuar con esto que vaya aquí más al grano, sino, en todo caso (y por seguir con la trilla trillada), que acaso este Mi parte de la pólvora contenga mayor número de poemas en los que el grano está mejor separado de la paja; más poemas, en suma (por decirlo con él), que hallan «en un pajar un alfiler brillante y delicado». ¿Y en qué se traduce esto? Pues en un empleo avezado de esas herramientas con las que trabaja cada verso: el sarcasmo, la amargura displicente, la mordacidad, el humor desencantado… En puridad, su mirada de las cosas (y las personas, empezando por él mismo) está cargada de ironía. Y eso ―lo sabe bien― ejerce un contrapeso perfecto para esta aventura poética en la que está embarcado, ese confesionalismo sentimental que, de no mediar la distancia socarrona (muchas veces con la paradoja como brújula), corre siempre el riesgo de escorarse hacia el mal bolero, por volver a la música. No es su caso, y no lo es porque en su decir hay siempre contenida una rabia que al lector le deja, a veces, el corazón en un puño y, otras veces, directamente le suelta un puñetazo al corazón.
Hay, de hecho, mucha sabiduría en este libro; una sabiduría dicha ―digamos, es un decir― sotto voce, como quien no quiere la cosa. Mientras lo releía ayer pensaba que este poemario tiene algo de prontuario para lectores desorientados en momentos chungos. Parece como si en sus manos el día a día deviniera un enigma, como viene a poner de manifiesto el poema final (a mí dedicado: ¡muchas gracias!), con ese aroma tan nietzscheano; o como el propio título de la colección: Mi parte de la pólvora. Me estoy refiriendo, una vez más (y prometo que es la última) a esa poética suya que juega a desnudar la realidad, la cotidianidad, con armas de construcción masiva (¿lo he dicho ya?): la ironía, el humor, los malabarismos con el lenguaje, la inversión de tópicos, el desencanto amaestrado, el llanto contenido, la protesta libre. Mi parte de la pólvora es un libro proteico, sorprendente, con una bien temperada polifonía (y de esto el autor, que es músico, sabe algo) y un bien guardado equilibrio entre el poema ráfaga y el poema narrativo, entre lo aforístico y lo coloquial, el yo y el resto. Recapitulo y veo que sus constantes como poeta siguen (muy) presentes: el amor como tabla de salvación a la vez que como naufragio, el humor descreído, la fábula desconcertante, la denuncia a todo lo que se revista de pedantería, envaramiento o falsa pose de excluido. También en lo formal me reencuentro con apuestas ya ensayadas, como esa alternancia de lo epigramático con otras sacudidas de corte salmódico o versicular, además de un empleo bastante singular del poema en prosa. Pero también hay más riesgo, más salto, más madurez, más poeta… Y yo que lo celebro.
1 Comentario
NATXO VIDAL GUARDIOLA. ÍCAROS DESORIENTADOS (Raspabook, Murcia, 2015) por ANTONIO GÓMEZ RIBELLES Natxo Vidal entró en la publicación con el accésit del Premio Dionisia García en 2006 con el poemario Atrás no es ningún sitio (Universidad de Murcia, 2006), al que siguieron Sal en los ojos (Los papeles del sitio, 2012) y La niña que jugaba a la pelota con los dinosaurios (Huerga y Fierro, 2013). Colabora habitualmente con revistas literarias como El coloquio de los perros y aparece en antologías. Es profesor superior de música en el conservatorio de Elche en la especialidad de Trombón. Este es su cuarto poemario, pues, editado en esta ocasión por la editorial Raspabook, editorial murciana que, junto a otras, está llenando el espacio de papel de la poesía en tiempos de crisis y de desprecio oficial. Ícaro, reconozcámoslo, era un personaje lamentable: dibujado por Ovidio como un niño que juega con las cosas de su padre mientras ablanda la cera para unir las plumas, representado como un adolescente en la pintura, se le ha utilizado como parábola de la juventud inconsciente e irresponsable que no obedece las normas del padre, un padre ingenioso, hábil constructor de muñecas y arquitecto, pero para nada un modelo de virtud, que fue capaz de matar a su sobrino por celos profesionales, que refugiado en Creta tiene a su hijo con una esclava, que ayuda a Pasífae a engañar al toro blanco con un disfraz; producto del engaño y el adulterio nacerá el Minotauro, para el que luego tendrá que construir el laberinto que lo encerrará, al Minotauro y al propio Dédalo y a su hijo después tras el cabreo de Minos. Provoca esta historia la aparición en Creta de Teseo, otro héroe advenedizo que mostrará con un simple hilo cómo ese laberinto no era para tanto, cómo Ariadna le importaba bien poco, y cómo en realidad entró en el laberinto animado por los gritos de Houellebeq para poder contarlo después. Parece que sea él el que pregunta a Ariadna en los versos de Natxo: ¿QUÉ harías, hasta dónde estás dispuesta a llegar por mí? o ¿Hasta qué punto ciñe la cuerda con la que hemos atado nuestros sueños? Y luego la abandonó en una isla… Mitos tejidos con muchos seres triunfadores, irascibles y crueles, para quedarnos con uno, Ícaro, que sólo nos muestra el fracaso y la caída tras desobedecer la razón de los sabios. Una historia llena de plumas y cera derretida, un personaje que solo sirve para dar nombre a un mar y para dar lecciones a los rebeldes. ¿Entonces por qué Natxo Vidal nos propone a este personaje conformista, triste y fracasado (como un Kurt Cobain sensible e insatisfecho)? Porque voló.
Hay una cita de Bernard Noël que sitúa bien el contexto del libro: «No hay respuesta. Igual daría esgrimir en primer lugar un NO ya que se trata de cortar por lo sano. Como consecuencia no hay asentimiento posible. Nos dejamos arrastrar solitarios a merced de una ficción. No sé si el “yo” es en ella algo más que un acontecimiento. Uno de esos acontecimientos que hoy en día dan la medida de la realidad, que hacen que se desvanezca en humo. Todo está por retomar ¿Pero por dónde empezar? Siempre flotando en mitad del tiempo y los propios puntos de referencia solo sirven para extraviarnos más en él». Natxo ve volar a Ícaro por la ventana, volar un Ícaro con abrigo, un Ícaro postmoderno, post postmoderno, que planea sobre la generación X, que planea sobre los nocilla, sobre el afterpop, sobre Íñigo Montoya, mientras suena la música de décadas gloriosas, versos de siglos. Natxo e Ícaro quieren gritar bajito que son de una generación, que han decidido serlo y participar de ello. Y sus héroes se amontonan en un laberinto, conformados y también crueles: Cierra los ojos abre la boca ponte de rodillas. Natxo actualiza el mito en un recorrido generacional, emocional, social y privado que viene de los clásicos y acaba con Andrés Calamaro, que nace de la música, pasa por la literatura y vuelve a la música, (como a otros poetas, Juan de Dios García, José Oscar López, Diego Sánchez Aguilar, Andrés García Cerdán, Alberto Soler, José Alcaraz…). Pero en el libro se atasca el recorrido, se atasca en la realidad, una realidad que no era la que esperábamos, que incluso envidia al clásico (Ojalá mi fracaso pudiera compararse al de Ícaro) como si fuéramos proyectos de héroes que, si bien no han muerto estrellados en el mar, sí se han quedado encerrados en el laberinto del fracaso, laberinto incluso del amor: Ahora ya lo sabes: no estábamos cargados de futuro. Reconozcámoslo: no era verdad que el mundo estaba más allá de las botellas, detrás de los neones del sexo y el exceso. No quiero que se entienda mal: estuvo bien, pero no nos llevó a ninguna parte. Está claro, las cosas buenas no duran mucho tiempo, lo que quedó fue solamente nada: Y luego nada. Y otra vez nada y nada más que nada para siempre. Poemas sin título, continuidad del pensamiento. Versos sin adjetivos. Esencialidad e imagen. Dentro y fuera. Amor y dolor. Poco humor, algo más de ironía ¿Y ya está? ¿Todo está perdido? Todo el pesimismo de un atasco entre dolor y nada? ¿Entre dolor o nada? ¿Entre nada y nada? De un hombre implicado en la gestión pública no se puede esperar eso. Cito de nuevo a Bernard Noël: «Olemos el desastre y el resto en vaguedad. Un agujero de aire: caemos en la nada. Pero me detengo: no, una vez más NO para detenerse. Es preciso romper». Y, efectivamente, es preciso romper. Ícaro cae, pero primero vuela. La muerte no invalida lo vivido. Las cosas no acaban así. A lo mejor hay que cambiar la cera por resina epoxi, a lo mejor la ironía y el lenguaje pueden quitar la razón a Dédalo. Aunque los últimos acontecimientos precisamente en Grecia parezcan repetir el mito y las voces que recuerdan a las amenazas de un Dédalo europeo. Aunque las respuestas son los libros, en este caso la respuesta va más allá del libro. NATXO VIDAL GUARDIOLA. LA NIÑA QUE JUGABA A LA PELOTA CON LOS DINOSAURIOS (Huerga & Fierro, Madrid, 2013) por JOAQUÍN JUAN PENALVA ![]() La niña que jugaba a la pelota con los dinosaurios es el tercer libro de poemas de Natxo Vidal Guardiola (Monóvar, 1978), un autor que, verso a verso, ha ido templando una de las voces líricas más interesantes de nuestro panorama poético más reciente. Con anterioridad, Vidal, que en la vida civil es profesor de música, ya había dado a las prensas dos poemarios, Atrás no es ningún sitio (poemas para diez mil kilómetros después) (2006), un cancionero de corte intimista y cotidiano que recibió el accésit al VI Premio de Poesía Dionisia García‑Universidad de Murcia, y Sal en los ojos, libro con el que resultó candidato a los Premios de la Crítica Valenciana, y al que Luis Alberto de Cuenca, en la carta‑prólogo que inaugura el volumen, se refería en términos de «pinball poético». Si algo caracteriza la poesía de Natxo Vidal Guardiola es su tono, a medio camino entre el pesimismo y la esperanza. Publicado por la editorial madrileña Huerga & Fierro, La niña que jugaba a la pelota con los dinosaurios es una colección de cincuenta y seis composiciones, la mayoría de ellas breves y sin título, que se reparten en cuatro apartados bien diferenciados, si bien el primero y el último —“Últimas voluntades” y “Cierre”— solo incluyen una pieza, que sirven de entrada y salida del libro, respectivamente. La parte central del volumen la ocupan las otras dos partes, “Elige el dolor” y “Elige la catástrofe que quieras”, con veintinueve y veinticuatro composiciones cada una. En el prólogo que precede al conjunto, titulado “Habitante ardiendo”, Juan de Dios García ofrece los temas fundamentales de la poesía de Natxo Vidal: «poemas poblados de cine, fútbol, dolor, familia, héroes parodiados, música, extraterrestres, viajes, supernovas, balandros, madres...». La composición que abre el libro, en realidad, podría haber sido un magnífico colofón, sobre todo por sus últimos versos: «pero sobre todas las cosas / una: / desayunar un día / cogiéndonos la mano / mirarnos a los ojos: / hacer balance y no / sentir vergüenza». Toda la primera parte, “Elige un dolor”, puede leerse en clave de cancionero amoroso. Magnífico es el poema que comienza con los versos «Tú eres / el único país que reconozco, / algo así / como un montón de mapas desplegados / encima de mi cama. / El hueco entre tú y yo, / cuando duermes conmigo, / la única tierra / que ansío conquistar», que recuerda a “Lo demás son historias”, de Karmelo C. Iribarren: «Mi mujer y mi hija, / estas paredes y estos libros, / un puñado de amigos / que me quieren / —y a los que quiero de verdad—, / las olas del cantábrico / en septiembre, / tres bares, cuatro / con el garito de la playa. / Aunque sé que me dejo / algunas cosas, puedo decir / que, de ser algo, esa es mi patria. / Lo demás son historias». Ese mismo tema es recurrente en algunas piezas posteriores, como cuando Vidal Guardiola afirma «Me basta con saber que sigues siendo / la única bandera / que besaré en mi vida». Algunas composiciones destilan un fino erotismo, otras rescriben alguna historia desmitificándola (‘Troya Bank’) e incluso hay un par de textos en prosa que cuentan la historia del ‘hombre bala’ y del ‘hombre que se comió su propia mano’. ![]() La segunda parte, “Elige la catástrofe que quieras”, se mantiene fiel al espíritu de la primera y también alterna un cancionero amoroso (por ejemplo, en ‘Sinestesia’, ‘como salen las nueces de los árboles’ y ‘decálogo con estrambote’) con la crítica social y un par de textos en prosa (‘El hombre que quería ser Scarlett Johansson...’ y ‘Julio de 2013. Leo en El País...’). La niña que jugaba a la pelota con los dinosaurios se cierra con un poema sin título de tan solo tres versos: «Tal vez no fuera yo / lo que necesitabas. / Pero ya es tarde para algunas cosas». En cierto modo, esta composición dialoga con la primera del volumen y enmarca perfectamente una poética que bebe de lo cotidiano, de lo que rodea al poeta, lo que no quiere decir que sea una lírica netamente autobiográfica, sino que bebe de la propia vida, si bien transformada en poesía. El amor, la familia, el cine y otros muchos de los temas que ya habían aparecido en las composiciones de Sal en los ojos se reúnen nuevamente en La niña que jugaba a la pelota con los dinosaurios, que supone un paso adelante en ese pesimismo esperanzado que se ha convertido en el rasgo distintivo de la lírica de Natxo Vidal, una poesía moderna y directa, sin retórica ni concesiones, como la propia vida, en fin. |
LABIBLIOTeca
|