RAFAEL SOLER. EL ÚLTIMO GIN-TONIC (Contrabando, Valencia, 2018) por PEDRO GARCÍA CUETO En El último gin-tonic se va trazando con hilo fino los últimos días de la familia Casares en un ejercicio de composición y deconstrucción donde los personajes se van creando, pero también se difuminan. Marcos, Alberto, Lucas, María, etc, son seres errantes, trabajan, aman, pero hay algo extraño en ellos, es como si fueran fantasmas en un espacio opresivo que Soler traza en su novela. Después de su estreno hace muchos años en la novela, Rafael Soler ha cultivado la poesía sin olvidar la narrativa y en su forma de mirar a los personajes hay un afán de entomólogo, como si los diseccionara, los abriera en canal; los vemos moverse, como muñecos de guiñol, seres que se expresan en diálogos incisivos, cortantes, llenos de ironía. Lucas es regidor y sorprende a María con su hermano Alberto. Va Soler creando atmósferas, espacios de luz y sombra: Una jornada, en todo caso, que empezó de nuevo cuando Lucas llegó por fin al camerino de María, se pasó la mano por la boca como si quisiera atusar las comisuras, y cometió el error de abrir la puerta sin llamar. Porque un sobrio golpe de nudillos habría evitado el desagradable lance de sorprender a su hermano hociqueando el cuello de María, la mano derecha entretenida con sus pechos y la otra apretándole las nalgas con un masaje sostenido y codicioso. (p. 23) Mateo es otro personaje que ha perdido a su mujer y su hijo, un ser desvalido, hecho trizas por la culpa. Late en la novela ese sentimiento. Son seres desgarrados, abatidos. Mateo se imagina la escena del accidente, el color rojo de la sangre, Bosco hecho trizas. En la narrativa de Soler predominan las impresiones, son fogonazos léxicos que nos aturden, leves cuchilladas sintácticas que rompen la armonía de la palabra; son destellos que nos ciegan, los adjetivos abundan y dan toda su prestancia al lenguaje, lo definen, como si Soler hubiese navegado en los interiores de los personajes, seleccionado en un misterioso buceo el adjetivo adecuado, el nombre escondido entre las brumas de otros nombres. La muerte del padre de Lucas es impresionante, tiene ese detallismo de las descripciones cinematográficas, da la sensación de hallarnos ante sombras, pero con los destellos de su narrativa que nos sorprenden porque parece que miran más allá, saben extraer el detalle preciso para describir la muerte en este caso:
Lucas ató el pañuelo en la cabeza, cerrando así por una vez la boca de su padre. Definitivamente horizontal, todavía con un chaleco de franela y un cinturón que no necesitaba, en su rostro afloraba una palidez creciente. (p. 71) La muerte de Don Moisés nos aparece como si contemplásemos un cuadro, esos que nos dejan impresiones hondas en un museo, donde podemos ver el rostro que existió en vida como una nostalgia que ya es antigua al llegar la muerte. Hay en el libro muchos matices, descripciones muy detalladas, historias que se entrecruzan, hilos que se van tejiendo, lo que confirma el poder narrativo de Soler en esta aventura de relaciones familiares que se hacen y deshacen en su última novela.
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ALMUDENA TARANCÓN. CAMINO DE PIEDRA AZUL (Ediciones en Huida, Sevilla, 2018) por JESÚS CÁRDENAS DE DENTRO AFUERA La mirada y el olfato cobran sentido cuando la sensación de lo capturado o lo curioseado fluye de fuera adentro o viceversa. Almudena Tarancón debuta con Camino de piedra azul, reivindicando la palabra como fluido presente en la naturaleza y que encuentra respuesta, volcándose, en el interior, y como si fuese un claro, se propaga hacia afuera. Durante su presentación en el Ateneo de Sevilla, Pedro Luis Ibáñez Lérida dijo de Camino de piedra azul, [que era] atisbo de futura y fecunda palabra poética, nos encamina a ese lugar sin nombre donde renacemos si osamos despojar lo banal de nuestras vidas. Su título es literal, es decir, tiene base real, existe en Carmona (convirtiéndose la ciudad en influencia y remitente al mismo tiempo), y también, simbólica, pues nos conduce a mirar atrás pero también a seguir mirando adelante. Como seres en el camino del fluir, como pequeños puntos que transitan en una línea infinita. Por eso, ya de entrada, les digo, es fácil no ya aproximarse a este libro, sino coger de la mano a la autora y andar por los mismos caminos, identificarse, en resumidas cuentas, con lo escrito. Este es el verdadero sentido de la poesía que nos cala hondo en este poemario nada más empezar: ser en el tránsito. El libro se abre con la cita de la venezolana Gabriela Kizer, donde habla del modo en que las palabras, al interiorizarse, se vuelven extranjeras. Cabría preguntarse por qué nos empeñamos en escribir poesía, por qué nos empeñamos en escrutar con nuestros sentidos (mirada, oído, tacto) el mundo que está ahí, al alcance de todos. Acaso el poeta cuando contempla persigue una verdad con el lenguaje. Una verdad en un horizonte azulado sin límites, en convertir que la memoria sea líquida, atraerla hacia nuestro interior y, luego, expulsarla, conformada, revitalizada. Porque, quizá, esa es nuestra respuesta ante el mundo. Y tal vez por eso la poesía siga resultando necesaria. Porque necesitamos seguir viendo, oyendo. Este libro se parece, en la forma en que se dispone, a un diario (y aunque no muestre el dato espacio-temporal, casi lo intuimos) por el modo en que el sujeto se detiene y nos detiene en cada poema haciéndonos partícipes de su contemplación. Camino de visión contemplativa, desde un punto de vista exterior, donde puede verse al sujeto divisando los alcores, como dirá en el poema de título homónimo al rótulo del libro: Este viento indómito se bate sobre las formas alcoreñas y colores de la vega Además, el camino conlleva sobrecogimiento, una visión mística, un punto de vista emocional, como dirá la autora en el mismo poema: penetra por las ventanas de mi casa y mis sentimientos Almudena va combinando palabras según el dictado de su pensamiento a lo largo de una cuarentena de textos junto a una tercera parte, que funciona como apéndice, compuesta por veintitrés textos, cuya extensión es breve, de hecho son escasos los poemas que van más allá de una página, acompañados, en algunos casos, por citas de diferentes poetas, que completan y refrendan el sentido que la autora quiere ofrecer en un determinado poema. El amor, el ser, la propia identidad (en relación consigo misma, con el otro y en relación con el lenguaje poético) y la escritura misma son las vías —y las claves— por las cuales la autora transcurre imprimiendo una singular fuerza emocional, así la poeta no tarda en dar su definición de las cosas, como lo hacen los escritores, se apropian de la realidad para dar una nueva versión de ella, para crear ese otro mundo, el establecimiento de mundos paralelos, cuya materia ha resultado ser un filón para la narrativa de ciencia ficción. Afirmaba Paz que la poesía «no es una actividad mágica ni religiosa»; no obstante, el espíritu que la expresa, los medios de que se vale, su origen y su fin, muy bien pueden ser mágicos o religiosos. Mientras que en la religión lo sagrado cristaliza en el ruego, en la oración, en el éxtasis místico, en un diálogo o relación amorosa con el creador, el poeta lírico entabla un diálogo con el mundo a través de dos situaciones extremas: la soledad y la comunión. A pesar de que el sujeto halle en el camino piedras u obstáculos, el primer obstáculo que tenemos los seres es el tiempo, el paso fugaz de las horas («resbalan minutos huidizos» o, en otro poema, «Si solo soy un soplo en el tiempo»), aunque no es empleado con un tono elegíaco o pesimista sino, más bien, consentido, pues el día dio para mucho («cuando el horizonte huye / mi sombra se consume/ serena y confiada/ al atardecer»); aunque los caminos sean serpenteantes; ahí estará, susurrando su voz hasta nosotros. Una poeta que busca la luz del tiempo («Ayer / aprendí sola a mantener el equilibrio […] // Hoy / funambulista sobre un pensamiento», escribe en el poema ‘Acróbata’). En el camino el sujeto se va encontrando hitos, siempre resuelto con vocablos legibles, de fácil comprensión. La autora sabe transmitir con sus lectores el dictado de lo telúrico, de lo misterioso que se esconde bajo lo sublime del lenguaje poético. Las palabras se muestran pero no revelan el significado completo, el sujeto no acierta a encontrarlas aunque las persiga a conciencia («Yo busco palabras errantes donde mueren los sueños, / donde no hay falsos atardeceres ni auroras inventadas»). Y persigue, también, un modo para plasmar lo corriente de la manera más elocuente posible sin retóricas ni un lenguaje impostado, sino de una forma natural, como debería fluir la propia vida («Somos el pulso equilibrado de nuestras manos / y cada acto fluye con ternura entre / materia, relación y tiempo», en ‘Desnúdate’); camino de una búsqueda para llegar, al fin, al otro, a vosotros lectores («Escribe hoy poemas para mí, / dice una voz», se dice el propio sujeto a sí mismo). El lenguaje se aparta de lo común para trascender en la anécdota. Ya desde el título donde las imágenes visuales y metáforas revelan lo no conocido, en lo que como buen peregrino ha de descubrir, como la flor entre la maleza («Amor / estrella polar / destino seguro», leemos en el poema ‘Significados’). Hay versos que fulguran, que son destellos en el cielo mientras el caminante mira hacia dentro («Todo busca su propia naturaleza»). Por ello, y habiendo considerado el libro como diario, el sujeto necesita dar sus coordenadas, referente de que su base es real, localizable, incluso necesita volver, después de haber caminado, contemplado, pensado, vivido, en ‘Almizcle y sándalo’:
Vuelvo sedienta a beber de ti, surtidor, origen, a bajar a aquel monte donde el fluir de tu ser hace brotar almizcle y sándalo. La poesía de Almudena Tarancón es personal, intimista, con vocación de propagarnos el fluido de la existencia: de dentro afuera. Y lo logra en su primer poemario, Camino de piedra azul, donde cada poema se refleja en el claro horizonte de sus expectativas, donde consigue pellizcar: «Silueta de sal diluida, / lágrima a lágrima, / en los recuerdos». JOSÉ ÓSCAR LÓPEZ. ANIMAL FABULOSO (Chamán, Albacete, 2018) por ALBERTO CHESSA FRAGMENTOS DE UN ANIMAL FABULOSAMENTE POCO ACELERADO Venía José Óscar López de una búsqueda asfixiante del yo, de un yo. Una búsqueda dantesca por un infierno dividido no «en círculos sino en rotondas», hasta acaso ser «al fin nadie». Vigilia del asesino, lo llamó. Ahora, para este Animal fabuloso, no abandona sino que expande un tipo de composición arborescente, muy suya, muy él, capaz de dejar sitio en sí misma para lo uno y lo contrario, el sí y el no, la afirmación categórica seguida del verso que viene a refutarla, la lidia incluso a veces en el mismo verso. Hay un eco whitmaniano en esa red abarcadora que lanza el poeta para atraparlo todo, todos. Animal fabuloso amplía, como digo, ese universo rítmico, imaginativo, en absoluto amilanado, con arrestos para plantarle cara a cualquier motivo o cualquier urdimbre, al que José Óscar López lleva años invitándonos a reformular con él, hasta el punto de que él mismo lo reformula sin parar, empezando por ese salto sin pértiga que da continuamente de la prosa al verso y del verso a la prosa. Fragmentos de un mundo acelerado, ha llamado a lo último de esto último. Si hay un polvo de estrellas que pone perdidas ambas galaxias (perdidas para bien), es esa capacidad suya para perturbar, desconcertar, irritar a veces al lector. También para hacerlo sonreír, pues no deja de haber un humor sardónico bien llevado y mejor traído. Y más cosas, claro: la casa, el cuerpo (¿no son lo mismo?), de nuevo la identidad. Y oriente, y la fantasía, y las leyendas, y los mitos («partidario de todas las mitologías», se confiesa), la heroicidad desencantada, el desencanto heroico, las distopías, la siesta, la música, la cacofonía, el ritmo de una respiración atonal, serial, dodecafónica (pase usted, señor Ashbery). Así las cosas, a mí desde luego no me extraña reencontrarme en estos 49 poemas de Animal fabuloso con esa simbología personalísima de José Óscar López, que parece parirse a sí misma en tanto que se persigue a sí misma, como el «germen de todo movimiento», como esas «bestias pavorosas» que asoman ya en el primer poema del conjunto (y el animalario no dejará de engordar). Vuelve a haber una revisitación del sujeto (el yo) romántico, como también vuelve a haber una voz mistérica, oscura, afecta a la revelación de un secreto no decible: José Óscar tiene algo de hierofante, de mistagogo, «con la sintaxis loca de los poseídos», esa sintaxis que le impone un tempo sincopado, una tensión verbal de jadeo constante, sin exhalación final. Los poemas más oceánicos se componen, piensa uno, de sentencias truncas, de pensamientos de vuelo largo, pero sesgados a la fuerza, sojuzgados en la medida en que todo al cabo se pone o está puesto en entredicho.
No hay lugar (no ha lugar) para las grandes verdades que, precisamente por su rotundidad, devienen prementiras. Es decir: Animal fabuloso es un libro de estos tiempos, de esta vida de hoy que «descree de los milagros». De ahí también el sincretismo que maneja el poeta y la propia condición fragmentaria de esta poética que se desliza «entre los hielos no quebrados, los fragmentos». No sorprende que todo lo anterior desagüe en un juego de contrarios, de espejos, de contrariedades (en esto López es barroco «por voluntad y por destino», que decía Villamediana). Un juego este que se viene a quintaesenciar en esa cita traída de Lu Ji: «Llamando a la puerta del silencio para que responda el sonido». Estamos, pues, ante una poesía de indagación, de conocimiento, de reconocimiento, pero sin regodeo en sí misma, sin gustarse demasiado, sin miedo a parecer discípula, no maestra; lo que no obsta para que desgrane no poca sabiduría, sobre todo en esas estancias orientalizantes que tienen el inmenso buen gusto de ahorrarnos el pastiche del haiku. Estamos, pues, también, ante un libro plural, polifónico, libérrimo; escrito, claro está, desde la postvanguardia, y no es que haga méritos para ser así considerado: es que José Óscar López ha asimilado muy bien unos cuantos ismos, que articula con una naturalidad pasmosa, abracadabrante (apenas eso). De hecho, tengo para mí que la belleza que invoca el poeta está «muy enfadada» porque es la misma que otro sentó antes en sus rodillas y, tras hallarla amarga, la injurió. Animal fabuloso, sí. Lo es. Este libro lo es. Ambas cosas. Y hasta aquí por hoy. |
LA BIBLIOTE
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