LA BIBLIOTECA DE ALONSO QUIJANO
Reseñas
PEDRO LUIS MENÉNDEZ. PASAJEROS DE ANDÉN (Difácil, Colección Prúa, Valladolid, 2025) por ANTONIO GÓMEZ RIBELLES Coinciden estos días la lectura del libro de Pedro Luis Menéndez con una de mis visitas periódicas a la casa de mis padres, y en ella me encuentro con una pequeña maqueta de estación de tren a escala HO, la que funcionó como estación cada vez que montábamos el tren eléctrico. Una estructura sencilla como lo fue la estación auténtica de Jaca, la ciudad en que vivíamos de niños. En un lateral pervive el cartel con el nombre de la estación (JACA, obviamente), perfectamente delineado por mi padre. Bajo la marquesina, tres pequeñas figuras permanecen pegadas al andén, inmóviles más de 50 años, una mujer y dos hombres, todos con sombrero. Son pasajeros de andén, las figuras que se vendían y se venden para esas maquetas ferroviarias que siempre deseábamos más grandes y que pudieran recorrer la casa entera, en un largo viaje. Figuras que no van a ningún lado, que no subían a los trenes ni bajaban de ellos, figuras que esperan eternamente la ida o la vuelta de alguien, viajes a los que no les está permitido unirse. Pasajeros de andén es el título de este poemario que inaugura la colección Prúa de la editorial Difácil, junto con la antología Poesías familiares y domésticas de Fermín Herrero. Bienvenida sea esta colección. La intención del título va dirigida a la reflexión sobre una vida, no acabada, pero sí con la madurez que nos permite echar la vista atrás porque el atrás es largo y la reflexión sobre todos los viajes que hicimos, por decisión propia u obligados por las circunstancias (aunque creyéramos que también decidíamos en esos casos). No quiero decir que sea un tópico el de la edad y la mirada atrás para revisar, porque toda la memoria se construye cada día y no deja de ser una formidable manera de rehacer el mirar extrañado que nos hace buscar la belleza en la escritura. El primer poema, ‘Rayuela’, escrito a modo de introducción y dedicatoria al lector, deja clara la vocación del autor: «edificios desnudos que, imprevistos, / se ofrecen a tus ojos o a tus manos / pasión de arquitecturas descubiertas / al doblar una esquina / o mover un acento», que recoge esa capacidad de asombro recuperada en el humo distante y en la capacidad de la pura escritura para ser belleza. Así pues, no se convierte este balance en una mirada nostálgica, aunque la haya a veces («y sin embargo, qué no darían por aquella noche / en la que todo era orígenes o lluvia»), o poemas como ‘Los viejos amantes’ o ‘1975’, sino en la construcción nueva de la estructura de la vida, melancólica, eso sí, tal vez detenida en el andén donde se ve pasar lo demás y los demás. Sí domina en el desarrollo del libro, dividido en dos partes, que no son puramente tales, “Un humo distante”, que es el corpus del poemario, y un “Colofón” (sextina barroca a modo de poética), la idea vital del otoño, apropiación de la estación como momento y lugar, una actitud consciente, asumida, pero para nada derrotista. Se repiten poemas (‘12 de octubre’, ‘Octubre’, ‘Otoños’, ‘Evocaciones’, ‘Reloj de arena’, ‘Noviembre’, ‘Sin abrigo’,...) en los que se usa el entorno del otoño, y del frío y su alcance, como momento de rememoración y también de avance, y también sensación de rendición o derrota («Retrocedes entonces, ya no es tiempo / de jugar la ternura, llega tarde / a tus manos cansadas,»). Un fragmento de ‘Noviembre’: El frío no ha llegado a este noviembre que asciende por sus piernas cruzadas, mientras huyes a través del cristal de todo aquello que te reduce a lo que ya no eres, una cueva sin más tesoro que su vacío. Hay un grupo de tres poemas dedicados a Louis Ferdinand Céline y, por referencias, a su novela Viaje al fin de la noche que merecen atención aparte. Titulados ‘Céline I’, ‘II’, y ‘III’, se convierten en el encuentro del lector Menéndez con la novela-viaje de Ferdinand Bardamu, vagón este al que sí subimos por elección propia, como cada vez que elegimos un libro y nos adentramos en él («Soy solo un viejo que lee a Céline de noche, / que no es lectura para viejos, me dice, / ... / Por las calles de París, con la mugre / de otro siglo que ya no es este»). Desde la decisión propia a la postura de lector, la identificación literaria con el protagonista y su recorrido vital por países y oficios que le acercan a la destrucción de las personas y a la idea de la muerte, siempre agarrada al pasado: «rememora para él cada mañana lo que fue inquietud y es tedio. // Otras noches galopan a su espalda partida. / Ya no son estas noches». Y la idea del otoño y del pasajero vuelve en el último de los poemas: «Los viajeros regresan / con un sentir anciano / que no han querido abandonar». Así que los tres poemas se unen al libro en su fondo y en su forma. Es un libro muy cuidado en su unidad temática y en su orden, en mantenerse fiel a la tesis que lo convierte en libro, utilizando la memoria propia y la memoria de otros, la observación de lo que nos rodea y la reflexión sobre el pasado y el posible futuro, entre la narratividad de los poemas y el desarrollo libre del lenguaje que vuelve a hacer que sea cada vez lo que fue en su día y su lugar, como (recordando a Tomás Salvador Gónzález) lo que fue pérdida durante un tiempo, luego deja de serlo y se convierte en algo que nunca te abandona. Eso es la esencia del poema, el acontecimiento del poema que tan bien trabaja Pedro Luis Menéndez, que lo que era tiempo-lugar se recupera cada vez que se lee el poema, y como autor, no sea cierto que se es quien se era, sino quien se es. TODAVÍA Si las palabras viven en una tarde verde y sin remedio, en un perfil de dos contra las letras capitales, en la arruga de todos los ancianos, tal vez, quizás o todavía podamos entreabrirnos hacia el mundo, ser vallejos los jueves o los martes, estar aquí después de tantas losas, permanecer. Y junto a eso, los destellos que iluminan los poemas, esos pinchazos de memoria o de observación (‘Toque de queda’) que lanzan el lenguaje hacia su escritura: senderos y cabinas, como en el bellísimo poema ‘Langton Harring’, que tanto me lleva a Chesil Beach, donde una cabina de teléfono y los senderos te llevan a la rendición («Allí, en Langton Harring, / una cabina de teléfono / indicaba el punto exacto / en el que debíamos girar»), o en ‘Rueca’ donde «Hay una casa llena de ceniza», en ‘HUCA’ «Es un eco, pensaste, no su voz», por poner sólo algunos ejemplos. Referencias a Cortázar, no sólo en el primer poema, a Vallejo, tal vez Celan, el ya citado Céline, nos muestran al lector que lleva al autor, dedicado siempre a la literatura que nos da idea de una sólida formación y trayectoria: Pedro Luis Menéndez (Gijón, 1958). Cofundador de la histórica colección de poesía Aeda en 1978, ha publicado poesía y prosa con largos silencios temporales hasta 2018, en que retoma una actividad literaria más continuada que se inicia con el libro de prosas cortas Postales desde el balcón. Sus más recientes libros de poemas son La vida menguante (2019), Ciudad varada (2020) y Cantos (1979-2022), este último una recopilación de sus poemas extensos. Con La madriguera (2023) obtuvo el Premio de poesía José Luis Hidalgo. En el pasado 2024 publicó enCajadas, un híbrido entre relatos y novela. Desde 2017 mantiene una sección semanal sobre poesía y cuentos en el programa La buena tarde de la Radio del Principado de Asturias y es también columnista en El Cuaderno. (Fuente: editorial Difácil). He de reconocer mi tendencia de estos últimos años hacia la poesía de autores castellano-leoneses, gallegos, asturianos, que, muy anclados a la tierra, construyen poéticas que sobrevuelan lo íntimo hacia una belleza de la escritura, honda y muy bien conformada teóricamente. Miguel Casado, Tomás Sánchez Santiago, Olga Novo, el desparecido Tomás Salvador González, Ildefonso García, Ángela Segovia, Natalia Carbajosa, por no hablar de Gamoneda o Claudio Rodríguez, son una muestra de lo que rondan estas bibliotecas. Así que ver a editoriales que desde allí hacen esta labor se agradece. Termino con un poema que defiende la memoria como manera de ser:
PAREDES APILADAS Las casas sin desván son puro vértigo paredes apiladas en las que el luto de los días ennegrece lo que fue claridad y es solo lluvia discreta de noviembre, monótona, recuerdo leve de una canción que miente en las costuras del otoño. Las casas sin desván son el desierto.
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JAVIER IÁÑEZ PICAZO. ENTRETENIMIENTO PARA INCENDIOS (Difácil, Valladolid, 2025) XXIII Premio Internacional de Poesía Martín García Ramos por ANTONIO GÓMEZ RIBELLES Son muchos los artistas conocidos y no tanto, que además de su labor plástica utilizan la palabra en su labor creativa. Nos enfrentaríamos a razones diversas que nos explicarían por qué un artista creador, y me refiero a los dedicados principalmente a la imagen, necesita escribir, sea esta una manera de explicar o explicarse, de asentar su pensamiento artístico en palabras, de ser su propio teórico o actuar como crítico, o de abrir un campo al que no acceden con su obra plástica o visual, y al que quieren llegar con un proceso mental distinto. La necesidad de hacerlo convoca no inteligencias múltiples, sino un pensamiento que se proyecta en varios lenguajes que mantienen una preponderancia en lo visual. No me refiero solo a los escritos a modo de diario. En muchos casos, el pensamiento visual se ve proyectado hacia textos que hablan de imágenes, en poemas muy visuales, de imágenes que son poéticas pero ya eran imágenes antes de la palabra. En otros casos son poemas paralelos que reflexionan sobre el modo de vida paralelo al ser artista. Esto depende, claro, de hasta qué punto arte y vida se vean identificadas. También están quienes quieren probar en campos diversos perfectamente diferenciados en metas y métodos, dedicándose a la novela o al relato. Blake, Uslé, Perejaume, Barceló, Saborit, Saura, Tapies, Arroyo, Saura, Charris, Ceballos, etc. son unos pocos ejemplos. El caso de Javier Iáñez es el de una persona formada como artista pero que dirige su camino hacia la teoría y la historia del arte contemporáneo, y por lo tanto mucho más acostumbrado a la articulación teórica y verbal del mundo de las imágenes. Es uno de esos artistas que dirigen su actividad artística al ensayo, y quiero aquí citar Bucear la herida: paisajes (im)posibles de la imagen en la era postfotográfica (2022), el ensayo escrito por Javier Iáñez junto a Manuel Padín y publicado en la editorial Muga, editorial especializada en fotografía, fotolibros y cultura visual. Ese ensayo, merecedor del premio LUR de ensayo en 2021, convocado para promover el pensamiento sobre la fotografía en lengua española, centra todo su desarrollo en la toma de conciencia de la existencia de una herida en todas las imágenes que «implica establecer una fisura, una apertura inherente en toda narración visual. Toda imagen posee, por tanto, una grieta divisoria que separa diferentes regímenes de visibilidad, una fisura que permite la creación y el reparto de nuevas realidades, pero que, al mismo tiempo, nace de la fricción y el choque violento». Y esa relación de la imagen y la herida también va a ser la clave de mi lectura. La poesía, nueva, de Iáñez no se aleja de este uso de la imagen dominante, de la imagen como dominio en el lenguaje poético, y que se hace notar en la elección del afuera, de lo exterior, como eje del discurso. Y explícitamente la fotografía: «En este lado del jardín / donde las fuentes ya no susurran / puedo ver el otro lado del jardín / y puedo verte a ti / sosteniendo (algo que parece) una fotografía; / ese recuerdo oceánico y enjaulado de cuatro esquinas / fósil marchito, plano y rectangular». No es sólo que se explicite el fuera y el afuera, sino que el yo poético es un yo que mira, que observa y construye su yo interior por la selección que hace la mirada, un yo proyectado hacia el otro, hacia un otro herido, el exterior seleccionado y acontecido: el y la otra, los sucesos, objetos, accidentes, cuerpos, sonidos, voces, nombres tallados, surcos... Este es un tema que domina Iáñez por su relación teórica y práctica con el arte contemporáneo, donde la otredad, lo abyecto y el cuerpo herido han sido constantes en las prácticas artísticas desde hace decenios. Sé que puede parecer que hago trampas por mi actividad artística y literaria, buscando esas imágenes que en realidad se forman solas, pero es que cuando el poeta busca más el afuera, la idea del exterior se vuelve más visual que verbal, y es en el poema donde se verbaliza manteniendo esa sinestesia inevitable. Y no es que Javier Iáñez huya de la expresión del sentimiento interno, íntimo, sino que en este libro lo expresa como un cuerpo herido, el suyo, pero volcado en el otro, en el afuera y su acontecer. Lo explica bien en estos versos: «No es el tiempo ni el espacio ni el lenguaje sino / querer parecer un único acontecimiento, / querer ser memoria y sus trastornos, / lo que nos convierte en hiatos». Y en una nota al pie de este poema: «Memoria que es tiempo, espacio y lenguaje a la vez». También en ese mismo poema había dicho «no existimos fuera del texto», en la doble expresión de un fuera y un dentro coincidentes. Y por último, el epígrafe «Siempre puede decirse la verdad en el espacio de una exterioridad salvaje» de Michel Foucault, en el poema titulado ‘Exterioridad salvaje’, certifica la poética del autor. Siguiendo con el cuerpo herido y el trauma, Iáñez hace un ejercicio de inmersión en el trauma de un accidente, manteniendo la frialdad del afuera, como si de nuevo la exterioridad («ahora eres sólo exterioridad») fuera un método de concreción de la interioridad poética. («Anoche flotabas sin vida. / Veo el dolor cada día en cada enchufe / en cada espera»), como si la aparente agresión que propone de entrada nos llevara a una poética del yo que observa. Domina las formas del lenguaje y la poesía con toda la intención de que el lector se vea dirigido, con espacios en blanco que son pausas, pitidos que se repiten, dobles voces con doble tipografía, instrucciones de uso o marcas de vuelo que te identifican con los sucesos que rodean al autor, y que vuelven a aparecer recurrentes, como esos recuerdos no olvidables. Igual que la pérdida en un accidente de tráfico, tema que no se abandona. También las notas a pie, que no son tales, se convierten en contrapuntos que alteran la lectura, quiebros que te devuelven al inicio. Entretenerse en un incendio, en un accidente, es reivindicar que todo pueda ser poesía y arte, en una manera muy actual de enfrentarse al mundo y el acontecimiento, actual, atrevida y contemporánea. No es un poemario difícil pero tampoco fácil, te deja un poso de dolor y herida incurable que reverbera entre la ironía, la muerte, las voces robóticas y el olor a hospital: NOTAS SOBRE HOSPITALES Te conocí en la sala de fumadores de un aeropuerto. No hablamos. Nos encontramos de nuevo años más tarde en la floristería del hospital. Esta fue la última vez. Nunca más he vuelto a verte13. 13 Tampoco sé si esto es algo bueno
Este poemario ha sido galardonado con el XXIII Premio Internacional de Poesía Martín García Ramos, y es justo nombrar la labor de la Fundación que lleva su nombre, dedicada a perpetuar el legado del poeta y profesor, gran promotor de la cultura y de su tierra, y de promover la lectura y, sobre todo la poesía, de la que es buena muestra el recorrido de este concurso de renombre internacional, sobre todo en países de habla hispana, que persigue incentivar la creación poética y dar visibilidad a nuevos talentos, de lo que es buena muestra el libro de Javier Iáñez. ANTÓNIO CARLOS CORTEZ. SKIN DEEP (Difácil, Valladolid, 2024) [Traducción: Verónica Aranda] por SANTIAGO RODRÍGUEZ GUERRERO-STRACHAN En 1967, Philip Larkin, poeta de quien no diríamos que era moderno o que le podía interesar la cultura juvenil, escribió ‘Annus Mirabilis’, en el que menciona a los Beatles: «entre el final de la prohibición de lady Chatterley / y el primer elepé de los Beatles». No sé si es la primera mención a una banda de rock, desde luego sería una de las primeras, algo más bien poco usual en la Inglaterra de entonces, no digamos ya en otros países. Desde entonces mucho ha cambiado. Los poetas colaboran con cantantes de rock, a Bob Dylan le han concedido el premio Nobel de Literatura, en su estela hay varios cantantes que han publicado libros de poemas. Sobre todo, al menos para lo que ahora nos interesa, el rock se ha convertido en parte de la cultura popular y de masas. Es difícil entender la cultura de gente que anda entre los cincuenta y los ochenta sin atender a la influencia que el rock ha tenido en sus vidas. Incluso un poeta tan dandi como es Luis Antonio de Villena habla de esta música en varios de sus artículos y en alguno de sus poemas, al igual que el vanguardista Antonio Martínez Sarrión escribió ‘Ummagumma’ o esos versos finales de ‘Canción triste para una parva de heterodoxos’ donde surge el Lou Reed de Berlin (‘Sad song’). Otra cosa es utilizar la música como elemento vertebrador del libro. En ese caso el poeta puede optar por hacer de la música el tema principal o buscar una fusión entre lo musical y lo poético (que la forma y el contenido encuentren una adecuación con las características, un tanto inasibles, de la poesía). Skin Deep es un caso interesante, por lo que tiene de apuesta y de calidad literaria. Ya el título remite al rocanrol al tomarlo de una canción de The Stranglers, grupo de punk-rock de la década de 1980. Además de ellos, comparecen The Smiths (repetidas veces), Siouxsie and The Banshees, Depeche Mode y algunos otros en un libro que no es una celebración del rock propiamente dicha, sino una reflexión sobre la poesía. Llama la atención esto: que siendo en gran medida un libro sobre poesía, aparezca una música en un principio tan alejada de la eufonía poética y de la tranquilidad de espíritu que asociamos a la escritura. Visto desde otro ángulo, el arrebato poético sí que tiene que ver mucho con el frenesí rockero. La poesía de Skin Deep no la podemos catalogar dentro de la inspirada por algún tipo de exaltación de la sensibilidad: no ve el lector el arrebato ni la mirada extremada de algunas odas visionarias propias de quienes traen al mundo noticias embriagadoras acerca del futuro de la Humanidad. Lo que António Carlos Cortez nos da, por el contrario, y por fortuna, es una poesía reflexiva, una poesía de la experiencia si la expresión no estuviera tan devaluada. El libro está dividido en dos partes a la que ha añadido una tercera de inéditos. Comienza el libro tras la aceptación de que hay un mundo que ha desaparecido. Con tal asunción el poeta se pregunta si el realmente tiene sentido buscarlo. No desespera, lo busca, busca también al poeta (al que llama orfebre-grabador), escribe variaciones sobre lo que pueda ser un poema, sobre su encarnación: «ese rostro vago / y concreto del poema y su luz de cobre / La infinita aurora boreal de tu vida». Y en ese último verso me detengo y pienso que quizás la poesía tenga mucho de aurora boreal, que quizás si seguimos leyéndola la única razón radica en ese momento inicial del que no queremos, ni podemos, prescindir. Aquí me viene al recuerdo Friedrich Hölderlin, su Hiperión en concreto, también un libro en el que, de un modo indirecto, el poeta habla de un amanecer. La diferencia, y es importante, está en que Cortez circunscribe a la vida de una sola persona aquello que el Hiperión hölderliniano traslada a la sociedad, pero los dos saben que la poesía es algo muy diferente a la escritura (aunque también lo sea), regida por una ley interna que rechaza casi todo lo que son las costumbres y actos coagulados en eso que llamamos vida (y aquí aparece otra línea de fuga hacia el rock). El poema que da título al libro lo componen dos citas: una de Morrisey y otra de Alfonso Costafreda. El poeta lleva, confiesa, seis años en busca de algo para al final con el poeta español concluir que hay una distancia insalvable entre el deseo (de la escritura) y la realidad (de sus poemas), pero queda la duda de hasta qué punto es confesión si en realidad el poema son dos citas ajenas, hasta dónde otras voces pueden ser la del poeta, porque ‘Skin Deep’ no es un poema con dos citas sino dos citas que forman un poema (y una de esas citas es, además, en sí un poema).
La poesía (también la vida) es asunto de cómo miramos el mundo. También de cómo la vivimos, lo que Cortez llama versión: «La vida depende de la versión», como también el poema cambia en cada versión. Todo platonismo, por fortuna, queda abolido, roto en mil pedazos en cada intento de escribir un poema, pues no hay reglas externas y sí que hay perspectivas y versiones. “A love like blood” es la segunda parte del libro (los títulos lo son de canciones de grupos de la década de 1980), atravesada por el rock en mayor medida aún, en parte porque es un recuento de un tiempo y de una actitud. Son poemas en prosa, casi un diario de unos años juveniles en el que la música tiene un papel destacado: «la locura de la música sensual de los días jóvenes»: esta última frase de ‘Midnight summer dream (1984)’ resume la función que la música tiene en el libro. La complementa otra escrita con anterioridad: «el mundo queriendo habitarnos con la fuerza de las elegías» (y el recuerdo de Hölderlin regresa (pues tienen algunas elegías una fuerza épica superior a muchas odas). En esta segunda parte el tono es elegíaco: la juventud perdida o el tiempo en que todo lo creímos posible. También en ella encontramos reflexiones sobre lo que sea la poesía: «la otra escritura que está por dentro de la escritura y produce, en el secreto empeñado en ser motor de imágenes, explosión de un incendio erótico, la sucesión de planos» o la función de la música: «La música es en la poesía la astucia que libera a quien escribe de la cerebral melodía que borra el vuelo alto del lenguaje». El recuerdo de una juventud que se ha alejado eso es, resumiendo mucho, Skin Deep, y la reflexión sobre el oficio de la poesía. Un libro muy interesante, en que forma y contenido logran una exacta adecuación: el tono épico del rock atempera su fuerza para tornarse en rememoración, levemente elegíaca de un mundo desaparecido. En tiempos en que los nacionalismos achican los espacios comunes, la editorial Difácil tiene el valor de lanzar la colección “El sueño de Europa”, con la pretensión, digna de encomio, de acercarnos poetas de otros países, y lo hace con este libro, muy bien traducido (digámoslo también y hagamos justicia al trabajo de la traductora). MARISA LÓPEZ SORIA. EN CONSIDERACIÓN TE ESCRIBO (Difácil, Valladolid, 2023) por ANA CÁRCELES ALEMÁN No es necesario ponderar la obra de Marisa López Soria, tampoco es necesario resaltar que sus lectores forman una gruesa línea continua y trasversal, pues recorre todas las edades: los niños que juegan a imaginar y leer con la magia de sus hermosos álbumes ilustrados, los jóvenes que se sumergen en las aventuras de sus peculiares héroes y heroínas y los adultos, que disfrutan su narrativa y su poesía. Su obra literaria, con el sello de importantes editoriales, es traducida y reconocida con premios nacionales como el Premio Lazarillo. Abordar casi todos los géneros le ha permitido a Marisa componer su amplia obra como un prisma de múltiples caras que configuran un cuerpo unitario de rigurosa identidad y fondo esencialmente poético. Aunque su narrativa tiene gran peso específico, yo diría que MLS siempre ha estado escribiendo a la manera poética, porque no ha renunciado nunca a la sublimación de las emociones y los sentimientos, no ha renunciado nunca a esos contrastes, de efectos tan inspirados, entre la rebeldía y la candidez, entre la decepción y el entusiasmo, entre la realidad y la magia. No ha renunciado tampoco a mostrar el amor, el dolor y la rabia, aunque estos últimos aparezcan bien revestidos de sugerente ironía y, sobre todo, MLS siempre se esfuerza por trabajar la palabra, su sonoridad y su sentido íntimo, desplazándola de la frase hecha, de la expresión empobrecida, acuñada, común, y así encuentra la metáfora aguda, la imagen lúdica, el humor... Y eso que ha venido haciendo con maestría es una constante tanto en su literatura infantil y juvenil como en su obra lírica. Es un rasgo identitario que atraviesa toda su escritura. En consideración te escribo, así como Muy señores míos, es la renovada edición del poemario que en 1995 mereció el Premio Fundación Emma Egea. La autora aclara esta circunstancia en una página de agradecimientos final. MLS ha incidido en el proceso constructivo y ha introducido leves variaciones en los poemas e incluso aporta nuevos poemas a esta edición. El resultado es un todo orgánico, como un edificio en el que importan tanto los materiales como el proceso y resultado final. Ya decía Jorge Guillén, a quien le gustaba publicar variantes de sus poemas en sucesivas ediciones, que el poema no se termina nunca y el autor tiende, si lo cree pertinente, a mejorarlo en cualquier otro momento. Es una suerte que Marisa haya querido entregarnos En consideración te escribo de 2023, epístola vital sobre el eje temático de vicisitudes amorosas que hoy aparece renovada. La edición lleva portada —magnífica, con mensaje— firmada por el fotógrafo artístico Frédéric Volkringer. Rosa Regás afirma en el prólogo: «El rostro picasiano de Marisa no es más que una reproducción del alma que tiende a expresarse desde las distintas perspectivas del sentimiento, uniéndolas para convertir en cordura la contradicción, en orden el caos, en transparencia la extravagancia o el enigma». Así mismo, Pilar Adón expone en la contraportada: «Los poemas se suceden intimistas y, a la vez, subversivos; secretos y, al tiempo, dados a la extroversión. Libérrimos. Tiernos e insolentes. Valiéndose de la naturaleza y el descaro para hablar de un desamor que viene seguido de libertad». El libro, que consta de 67 poemas, está divido en tres apartados. El primero se titula “Poemas en consideración”: son 37 textos de diferente extensión, con tendencia a la brevedad, algunos tan breves como un disparo emocional. El segundo es “Poemas de ira y escarnio”, con 27 poemas. El tercero, “Ex/ordio”, tiene sólo tres poemas. Curiosamente el exordio está al final, quizá aludiendo a su raíz “urdimbre” (ordire) o a «orden, disposición de las cosas en el lugar que les corresponde». La cita de Yourcenar que preside el primer apartado nos pone sobre aviso: «No hay amores estériles, y es inútil tomar precauciones. Cuando te dejo, llevo dentro de mí el dolor como una especie de hijo horrible» (Fuegos). La segunda parte lleva citas de Rilke (Elegías de Duino): «Todo ángel es terrible / habla, proclama», y de Ana Ajmátova: «Por mi boca gritan muchas gentes». Mientras que el breve Exordio lleva cita de Delmira Agustini: «Ven, oye, yo te evoco. / Extraño amado de mi musa extraña». Tal como las citas prometen, la intensidad de las emociones se acentúa, también las llamadas de atención y las reivindicaciones de libertad según avanzamos en la lectura, de manera que resulta una trama afilada que espolea como agudo acicate la conciencia del lector. La autora ha creado una voz lírica segura de sí misma que se dirige a un “tú” desamorado, exponente torpe de la cara oscura del amor que ya no merece ser amado. Y esta voz femenina que se expresa como una nueva heroida, aporta ideas fundamentales respecto a fortaleza de espíritu, libertad y dignidad; la voz lírica defiende su planteamiento argumental con un lenguaje rico, claro y jugoso; a ratos áspero, punzante, atrevido en justa correspondencia con el asunto. Los poemas mantienen una expresión sorpresiva que obliga a los lectores a reflexionar, porque las palabras aparecen hilvanadas en un régimen de libertad que les devuelve plena significación denotativa y, a la vez, textual. Abundan los hipérbatos, los juegos de palabras, las repeticiones obsesivas o las elipsis y la contención, pero todos los recursos están al servicio de la idea comunicativa directa, de la caracterización, de la gran carga emocional también. Es interesante el trabajo realizado con la entonación y las pausas, la prosodia. Sustituye la mayor parte de los signos de puntuación por espacios blancos para que la respiración del lector —emotiva, no solo sintáctica— marque la cadencia y la intencionalidad. Así, la lectura se impregna de emoción. Magnífico es ‘Éxodo al Mal Menor’, que se lee con el contagio emocional de la voz lírica: «Desecho los olivos asomados a la carretera / desecho la tierra rasurada y los ocres baldíos / ásperos secos / desecho los dedos desmayados de la palmera...». La enumeración de metáforas bellísimas es la base de la estructura del poema, y la progresión, con final irónico: «Por montera el mundo / desechándote». Muy presente está la belleza que, imprescindible, salpica o bien domina imágenes, versos y poemas: «Dafne proclamada / habla hoy / rechazando tu flecha de oro» en ‘Resonancias’. O la dura contundencia del tiempo, presencia muda impasible al dolor, como en el poema ‘Autoría’, esculpido con lenguaje impecable: «Atentado en parsimonia / gota a gota / perversamente / a diario». O ese golpe rotundo de reafirmación personal en ‘Eh, tú’: «Tú ya no me conciernes». Un poema de desamor completo en solo cinco palabras: el tú, el yo, el adverbio temporal y la negación del verbo concernir, aquí con significado amoroso. O las alusiones metaliterarias, como los primeros versos de ‘Clamor’: «Ya ves que apenas si me quejo / hipar innecesario / tejiendo estoy jamases para ti / a Dios pongo por testigo». Notamos que la visión deformada (por el humor, la ironía, el sarcasmo) de lo trágico y doloroso produce un impacto en el lector que, de inmediato, empatiza con esta voz poética que sabe poner la pizca de sal y pimienta en la circunstancia amorosa menos deseable. Porque En consideración te escribo es un poemario de amor roto, frustrado, de desamor. Y veremos que esta voz femenina no se conduele, antes bien se yergue sobre las circunstancias gracias a una fuerza sanadora que brota de su conciencia. Veamos el poema ‘Acto reflejo’: «Trataré de explicarlo / (seguramente es algo así como un acto reflejo) / de piedra o de una pieza inerte desmayada / me quedo quieta inmóvil / para dar la impresión de que no hay nadie. / Mas cierta desazón / saber que estoy columpiando el silencio / con el desasosiego de no encontrarme luego... / No puedo comprobarlo en términos científicos / —tan frágil trance— / pero el recogimiento generalmente / me favorece. / No estoy y no me duele».
En los poemas parece que la acción y la reflexión —siempre en ese orden— cautericen las heridas emocionales y los sentimientos superen lo elegíaco y queden a salvo de la amargura mortal y la rabia. Marisa López Soria ha creado un yo poético que recorre el amplio espectro que va del amor y la ternura al desamor y la deslealtad. La insensibilidad del otro revela el valor del sentimiento más puro. Con franqueza el yo lírico reivindica su independencia de ese tú aniquilador, un tú casi pretexto, receptor de los reproches de un yo con superioridad moral. La superioridad de esta voz poética reivindica la dignidad del amor, la sinceridad, la presencia, la ternura... No solo la seducción. Y es ahí, al expresar esas convicciones, donde los poemas muestran su intensidad lírica persuasiva y el resultado feliz de su trabajo con la palabra, con la morfología, con la sintaxis, con la modalidad oracional, hasta extraer la máxima expresividad y belleza. En consideración te escribo es una obra rica, original en sus planteamientos estilísticos y temáticos, moral, rotundamente lograda. Marisa López Soria nos entrega un poemario lírico imprescindible, audaz y nuevamente actual. JORGE TAMARGO. LOS ARGUMENTOS DEL TRÁNSITO (Difácil, Valladolid, 2020) por FERNANDO DEL VAL PALABRA QUE CULTIVA EL HUERTO Celebrar la existencia no es conducta evasiva. Los que no sostienen la mirada a la muerte o no afrontan las penalidades de la vida no la celebran. Todos somos incompletos, pero, si acaso, ellos más: parecen incluso nacidos de una costilla. Ni los suicidas vocacionales son felices cuando afrontan el acto que los salvará de sí mismos. Dice Julian Barnes que sólo la palabra vieja sirve: muerte, congoja, tristeza, pesar, sufrimiento. «Nada modernamente evasivo o medicinal». Pero de la oscuridad de esas palabras nace una luz de asunción que permite, constelada, sobrellevar el día a día, y celebrarlo. En un libro tan gozoso como el de Jorge Tamargo hay mucha consciencia de finitud. Sin ella, no hay celebración: hay espasmo. Los argumentos del tránsito (2020) es un libro celebratorio con el fundamento de la autoconsciencia. Y Jorge celebra la vida midiendo el verso, inserto en la tradición, sin temer el presente y, diría, sin miedo al futuro. Pocos versos hay que leer para advertir su tono dispuesto a la batalla de la vida. «Porque memorizas, piensas y temes, el viaje / no es un paseo». Es decir, a la imaginación y a la inteligencia se superpone la memoria. Y el olvido —sin olvido—: «(…) Quise ser todo cuanto / pudo aliviarte. Estoy contigo. Ya no / soy. No existo. Pero en ti todavía canto / para ti». Jaque a la reina, que es la muerte. Qué más se puede pedir. Tamargo no escribe pensando en el lector. Tampoco ejerce el solipsismo. Tamargo es un autor que escribe desde dentro del lenguaje. Tamargo exprime la potencia creadora del idioma y nos ofrece su néctar desconcertante. Da igual si lees: «(…) donde / el trallazo de dios, ya curva matemática, / ensaya la agrimensura del tiempo» y fantaseas con la aparición del personaje de Kafka en mitad del primer segmento del libro: el maravilloso agrimensor de En la colonia penitenciaria, tan condenado y poca cosa que conduce a la sonrisa, casi a la felicidad. Y da igual porque detenerse de forma exclusiva en las resonancias directas, indirectas, o imaginadas, de Tamargo es caminar un sendero fidedigno, pero incompleto. Hacerlo transforma las migas de pan en trampas que desvían del destino. A las sugerencias de Tamargo debemos añadir el reconocimiento de una labor creadora que parecería surgiera de la nada, si no supiéramos ya demasiado, nunca es demasiado, y si no lo supiéramos, a él, a Jorge, inserto en la tradición. Una de las cosas mejores suyas es que nos hace desaprender, olvidar lo leído, y nos permite zambullirnos en el lenguaje sin otro objeto que el lenguaje. Tarea tan inútil como trascendente, ya que, en el mejor de los casos, somos seres para el placer estético. Pero abandonarse a él requiere de esfuerzo receptor y de materia prima sobre la que efectuar el abandono, siendo esto segundo, obvio, lo más complicado. Bien. Pues Jorge Tamargo es un poeta tan musical, o sea, tan poeta, que otorga al lector la posibilidad lujosa de despojarse del entendimiento y de abandonarse a la lectura sensitiva. Acunado o zarandeado por un ritmo que no excluye acordes ni sonido melódico. El ritmo significa. Y la forma que deja el sonido en el espacio, también: «(…) aprendes a nombrarlo casi todo. No lo conoces, / pero lo nombras». Si un poeta no es visionario, no es poeta. Pero si sólo es visión, tampoco es poeta. Son la cultura y el pensamiento la inteligencia que ejerce de contrapeso a la imaginación: así, de lejos, el caballo va desbocado, pero, si la cámara gira y mete zoom, observaremos que las manos de Jorge aprietan las riendas. «Es la imaginación / tu último baluarte, el sexo / de tu inteligencia, el verdadero aguijón / de tu memoria». Los argumentos del tránsito es un libro lleno de palabra vieja —la que consuela— y de palabra nueva —la que invita a la esperanza—. Es un libro nuevo que es viejo; y que se convertirá en antiguo. Todos debemos darle las gracias.
ADRIÁN BERNAL. TODAS LAS CIUDADES DEL FUEGO (Difácil, Valladolid, 2015) por HÉCTOR TARANCÓN ROYO ¿Qué supone habitar la ciudad en pleno siglo XXI? ¿Modelamos nuestro entorno o sucede al revés? ¿Nos pertenecen los espacios a la población, o la denominación de “público” es ya algo del pasado? Adrián Bernal sitúa Todas las ciudades del fuego en esta encrucijada, tan actual, que alterna el empoderamiento y la incertidumbre, lo normativo y lo creativo, con el objetivo de reivindicar, ante todo, un lugar desde el que poder hablar, un sitio, en definitiva, al que llamar hogar. Publicado por Difácil, y ganador del XIII Premio Internacional de Poesía Martín García Ramos, el poemario participa del intento de desmenuzar, si no ver a vista de pájaro, los distintos elementos de la ciudad moderna, como ocurre en el caso del magistral Las ciudades invisibles de Italo Calvino, o los versos, más intensos y directos, de poetas como Cristina Morano: «haces tuya la ciudad que habitas / poniéndola a tus pies con insolencia / y dejas que la pueblen automóviles, / que la inunden las lluvias, los turistas / o los universitarios. // Si pudieras mirarte ahora, / esperando la noche como cualquier adicto, / contando los trabajos perdidos este año, / ¿podrías afirmar que lo esperabas? / ¿Hasta dónde has ganado o perdido algo / que tuviera que ver con tu destino? // Tú tenías un nombre, / y una idea de lo que hacer / con el tiempo que te correspondiera» (Las rutas del nómada, p. 20). Desde luego, se podrían destacar otros muchos autores y corrientes, pero, a riesgo de caer en la simplificación, cabe situar el poemario en su misma, y terrible, actualidad: precarización de la vida, capitalismo emocional dominante en casi todos los elementos diarios (instrumentalizar a las personas, cuantificar los sentimientos), pérdida de la libertad de expresión gracias a la Ley Mordaza, etc. En un tiempo en el que, paradójicamente, el ser humano debería modelar su futuro, sentir la ciudad como algo propio, se produce, sin embargo, una desconexión: «se calcinan babilonias, / se funden vinilos / como papel en blanco / que alimenta otras palabras, / otros sonidos, / y reímos inmisericordes, / satisfechos / al comprobar / que nos arden las manos / y que ya es imposible / del todo / controlar / este incendio» (p. 20). El lugar aparece, como en los versos citados de Morano, como algo lejano, impropio, aunque sea en ese preciso momento donde la literatura, en relación a la teoría sostenida por Vicente Luis Mora en Pasadizos. Espacios simbólicos entre arte y literatura, muestre su poder: la recuperación del sitio público mediante la escritura, la rememoración, la ferviente creencia, como ocurre en este caso, de que todavía hay esperanza a pesar de todo. Si la escritura tiene un lugar físico, también real, corpórea, es su reivindicación: «entonces la ciudad será con nosotros o contra nosotros / pero no sin nosotros» (p. 16). Aún más, frente al tiempo de la máquina, los objetos, el contacto “frío”, Adrián Bernal apuesta por lo íntimo: «nos ponemos en marcha y comienza la música, / a través de los cristales escucho la lluvia caer, / cierro los ojos / y siento cada gota en la cara, / cada nota, / cada acorde, / el tempo siempre el mismo: mi corazón que late» (p. 25). Dado que la ciudad arde y reclama a sus habitantes, el poeta alicantino resalta, a la vez que lamenta, el papel de la poesía: «los poetas ya no escriben poesía, / maldicen, aúllan, amuelan / hojas de afeitar, / se despiertan al alba, madre, / sobreviven. / Los buenos poetas ya no escriben poesía, / la vida dura demasiado poco / escondida debajo del colchón, / guardada a puñados en los bolsillos del gabán, / resumida a la deriva en una botella» (p. 56). En definitiva, desde un estilo directo, impotente, desesperado ante la situación actual y, como resultado, ardiente, doloroso, Adrián Bernal trata de situar la poesía en su contexto, en su espacio de ejecución para que así la ciudadanía, a la vez que el cariño y el amor, pueda sentir su hogar, su santuario, su banda sonora, diríamos, perfecta: «haz lo que sea preciso, sonríe, / roba, / mata, incluso / sueña, / pero que no deje de sonar la música, / viejo amigo» (p. 62). DULCE INTRODUCCIÓN AL INCENDIO [Fragmento]
Las calles, mi amor. Son estas calles las que nos vuelven locos. Estas calles nuestras que ya no conocemos. Estas calles nuestras abatidas por el frío o el calor. Estas calles abatidas y aun así no muertas. No muertas y aun así tampoco vivas. No del todo. Calles con grandes rótulos en las puertas de las casas y los comercios. Grandes rótulos como heridas monstruosas deletreando carnicerías, deletreando comisarías, deletreando bancos, franquicias, fosas comunes. Grandes rótulos como yugo en el cuello de los niños, de los esclavos, de burócratas, de animales; rótulos gangrenados por el peso de los días, por las piedras arrojadas desde los televisores, los campanarios, los palacios de invierno; rótulos cuya resina moribunda desciende las paredes y cubre el cemento y nos adhiere a una tierra sin dueño, como si un hombre o una mujer perteneciera a un lugar cuyo polvo no ha mordido. |
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