LUIS GARCÍA ARÉS. VERSOS PARA LA NAVIDAD (Cuadernos del laberinto, Madrid, 2019) por Manuel Guerrero Cabrera Con la celebración de haber alcanzado el número cien de la colección Anaquel de Poesía de la Editorial Cuadernos del Laberinto, esta ha publicado un volumen especial titulado Versos para la Navidad (Villancicos), en el que se recoge los villancicos que Luis García Arés, uno de los fundadores de la citada editorial, escribió durante varios años. El libro cuenta, además, con un prólogo de Luis Alberto de Cuenca, que complementa el retrato humano del autor aportado en la solapa del libro, y con un pórtico de Alicia Arés en el que lúcidamente nos habla del pasado del villancico hasta la actualidad y la interpretación y motivación del autor para con este tipo de composición. Luis García Arés (Ávila, 1934 – 2013) fue escritor y editor. Ha publicado Sonetos interiores, El Santo Rosario en sonetos y Gratia plena, entre otros títulos; ha sido traductor de Edgar Allan Poe y de Alfred Tennyson; y pronto se editará Atenea pensativa.
En cuanto a Versos para la Navidad (Villancicos), curiosamente, la primera composición del libro no es un villancico, sino un soneto. «Ante un belén» es el único poema del libro con esta forma, en el que destacan sobremanera los tercetos, el primero por el intimismo y el segundo por el contraste con los cuartetos. ¿Y mis ojos, qué ven? Muy desde arriba ilumina la estrella al alma mía y al hombre viejo que por dentro llevo. Se alcanza así que el río es de agua viva, que la hoguera interior es alegría, y que es Señor Jesús, y yo hombre nuevo. En el resto de composiciones, dejando a un lado la obviedad de la temática y los motivos habituales de ella (el belén, el Niño, la estrella, la Virgen o los Reyes Magos), encontramos imágenes logradas, incluso alguna arriesgada o poco habitual en composiciones navideñas. Destacamos el punto filosófico de la siguiente: Nuestro mundo es el cajón donde estamos a la espera de la Vida verdadera. O la construcción de una metáfora sobre el alma que está «ocupada» por lo contrario que significa la Navidad en el «Villancico sencillo», una mirada al interior en el que la «posada» resulta ser uno mismo. De igual modo, en el «Villancico del Amor Divino» trata de que el ser humano «ha de hacerse como un niño / si es que al Niño quiere ver». No deja de ser referencias literarias al villancico que todos vivimos o hemos vivido en alguna ocasión, como en «Hacia el portal»: En el portal interior que todos llevamos dentro tiene lugar el encuentro del alma con el Amor. Mas mi Navidad, Señor, está a la carne sujeta, y es Navidad incompleta. Uno de los aspectos para que estas composiciones sean consideradas villancicos es el aspecto musical del verso. En este aspecto, son textos breves, con rimas certeras y un ritmo muy marcado. Así ocurre, en especial, cuando Luis García Arés emplea la seguidilla, lo que sucede en tres ocasiones; aunque la presenta con rima arromanzada. El ángel de la guarda de Jesús Niño no cabía en su cuerpo de regocijo. –¿Por qué el Señor –pensaba– habrá escogido a un ángel como yo tan pequeñito, que ni siquiera sabe un villancico? Emoción, ilusión y musicalidad son las tres características de estos textos, en verdad, como es la Navidad. Y esta con poesía, incluso expresada con poesía, siempre es de agradecer. Es más, en esta ocasión, hay que felicitar a Cuadernos del Laberinto, no solamente por estos Versos para la Navidad, sino por haber alcanzado el número cien de la colección Anaquel. ¡Que vengan muchos más!
0 Comentarios
JOSÉ ÁNGEL GARCÍA CABALLERO. EL JARRÓN ROTO (Hiperión, Madrid, 2019) por ANTONIO GÓMEZ RIBELLES Existe una técnica japonesa de restauración de cerámica que, lejos de querer esconder el daño en las piezas, lo embellece y visibiliza con resina y polvo de oro o plata. Es una rehabilitación que valora más la historia que hay detrás de la pieza dañada, el daño que enriquece el objeto dotándolo de vida y que no esconde las cicatrices sino que las expone más todavía, como medallas. El título de este libro me ha recordado esas restauraciones, aunque en principio nada tenga que ver, como también me ha recordado la imagen de Atenea Pensativa que ilustra la portada los trabajos arqueológicos y viajes que por distintos motivos me han acercado últimamente a la arqueología y a la cultura griega y romana. Grecia, y no Japón, es el eje de este libro de José Ángel García Caballero. La figura dibujada de un relieve del Museo de la Acrópolis nos vuelve a encaminar hacia la cuna literaria y cultural de Europa, hacia el paisaje mediterráneo y sus referencias clásicas. Basta con mirar el catálogo de Hiperión, por citar a la editorial del libro, y otras que seguro vienen rápido a la mente, para darse cuenta de que nunca hemos dejado de lado una herencia intelectual y real excepto cuando una Europa económica y cruel ha maltratado injustamente al país que mantiene nombre y territorio. Todo sigue tan vivo como ha estado siempre en la literatura mediterránea y anglosajona, pero a veces todo parece un jarrón roto, sólo un jarrón roto. El amor que sentimos por la historia y la cultura que nos ha formado nos exige la necesidad de dar pie firme a nuestros hechos. José Ángel García Caballero crea una tensión necesaria entre lo cotidiano y el mundo clásico y entre éste y su paternidad. Y también nos exige atención al viaje y a la ciudad, porque “ellos” eran la ciudad y el viaje. Construimos inevitablemente la vida en relación a la memoria, sea ésta real o no, bien por ser adquirida o por pura mentira literaria, pero poner señales en nuestro recorrido que nos unan con lo que fue un pasado magnífico hace que actualicemos los temas clásicos vistos y leídos desde lo cotidiano, desde la casa que habitamos. El primer poema utiliza palabras que son marcas de vuelo de la lectura de las tres secciones en que se divide el libro: pedazos, relatos, fronteras, mar, ciudades, dedos infantiles, fragmentos, vasija vieja, eco. Un fragmento: Los dedos infantiles de la historia engarzan mis fragmentos. Será vasija vieja o búcaro de aliento, el cuarto de reposo de su eco quebradizo. [‘Piezas sueltas’] Es importante la estructura del libro, en tres secciones, como son importantes los títulos y las citas que los acompañan. La primera sección se titula “Al final de esta frase”, y está tomado de la perfecta cita de Dereck Walcott, «At the end of this sentence, rain will begin», autor cuya obra más conocida es Omeros, libro de referencias clásicas actualizadas. Es la casa el entorno de los poemas, donde no dejan de aparecer esas palabras necesarias que construyen la continuidad del libro, los nombres de lo real desde lo cotidiano que pasea por la casa, el trabajo o las calles de la ciudad que habitamos, pero desde ahí con la meta del viaje. Desde la casa habitamos el mundo y extendemos los hilos necesarios hacia la literatura, la calle y el trabajo, todo con referencias, pinceladas, palabras, poemas que anuncian tanto lo pasado como lo futuro: «folclore antiguo mirándonos adentro», «recordándonos esa noche, aquella idea de volar a Grecia»... ... Recuerdo bien las fechas, soy capaz de crear calendarios de instantes llamativos: pequeños y grandes sobresaltos de mi relación íntima con el mundo y sus calles. [‘Aniversario’] Anunciado viaje a Grecia que ocurre en la segunda sección, la que comparte título con el libro, y que es la más centrada en el mundo clásico, mundo clásico que aparece como contraposición al presente, en un ejercicio crítico de gran observador en el que los temas de la pérdida, la emigración trágica, los héroes cotidianos, la ruina en los museos, las estatuas, se presentan tras la cita de Mario Sa Carneiro extraída de su poema ‘Estatua falsa’ «sou templo prestes a ruir sem deus». Y es esta idea del silencio de los dioses la que abre esta parte del libro ante la observación de la ruina, el escombro convertido en ruina en los museos para que nos hable:
... Han callado los dioses lo sé porque hablan las piezas sueltas del lécito tras la vitrina, ellas que rozaron aires aromáticos son ahora palabras de aquellos invocados, ... [‘El silencio de los dioses’] Melancolía en las piezas de los museos y los restos arqueológicos que cantan a lo ido, como la puerta del templo de Apolo en Naxos, pero que «todavía sostienen el lamento de Ariadna» a los dioses silenciosos ya, que sin embargo nos llevan al hoy y a los héroes actuales que viajan en metro y que vienen del exilio, que cruzan un Mediterráneo que les es esquivo y que vemos en nuestros televisores, que nos recuerdan que todo aquello fue verdad, pero que es otra verdad ahora; todo recogido en el cuadro de la ciudad, la cultura que construyó la ciudad como escenario de todo lo que de creación fue posible. Siguen los nombres marcando el camino hasta ‘Europa’, el último poema de la sección: He leído tu historia, por eso reconozco tu rostro en el vagón, pero no sé tu nombre ... La vuelta de la Grecia visitada da paso a la paternidad en la última parte del libro “Algunas hojas verdes” (Machado y la memoria en la cita) y de vuelta a esas palabras que nos unen todo de manera inteligente: viento, mar, barco, ciudad, palabras que relacionan las tres secciones, que nos siguen llevando y teniendo presente el origen personal e histórico. Aquí están las fechas, los ocho poemas para Melina, donde aparece Grecia llorando, los viajes y las ciudades, los idiomas y las calles. Desde el pasado se lee el presente y se avista el futuro. Una lectura limpia de adjetivos, un lenguaje esencial en todo pero perfecto en su cometido de hacernos ver lo vital y las relaciones de la memoria con la terca realidad. Una estructura que nos lleva a la identificación desde los más cotidiano a al mundo clásico sin excesos culturalistas y con un sentido crítico de lo observado. Y, volviendo al principio, me da por pensar que sí venía a cuento lo del kintsugi, que José Ángel García Caballero ha conseguido mirar con atención las piezas rotas de los objetos y de su historia, y que ese jarrón del que nos canta sus grietas y cicatrices ha conseguido restaurarlo con polvo de oro. Magnífico libro y merecido premio «València» de la Institució Alfons El Magnànim. Esta semana Grecia vuelve a llorar, Melina. Hay pueblos, mi pequeña que siempre están de vuelta hacia su patria y tú lo sabrás pronto, porque tocarás pronto el mar y mirarás. Tranquila y expectante, tú que querrás ser barco, comprenderás el llanto de los griegos. Ahora que ya empiezas a escuchar, percibirás en breve esos acordes que buscan sosegar el viento del regreso. Como una nana que, en voz baja, rescata la belleza de los días. Como un sueño calmado que evoca la belleza de los viajes cantados por la noche. [‘Ocho poemas a Melina III’] MARÍA PILAR CONN. LA ALMENDRA Y EL MAÍZ (Balduque, Colección Sudeste, Cartagena, 2019) por ANABEL ÚBEDA BERNAL LAS SENDAS INUSITADAS DEL NATURALISMO AMERICANO Nos acercamos, por primera vez, a la voz lírica de la naciente María Pilar Conn, cuya incursión en el mundo editorial vino de mano de su libro Cardinal American Bakery, Pasteles, del Arte a la Creación (2015). La autora, oriunda de Indianápolis, se formó en California, aprendiendo español gracias a su madre sevillana y a su abuela, que leían en casa a Espronceda y a Rubén Darío, como ella misma apunta, y moviéndose en los equilibrios de la poesía hispana y la americana, pues al otro lado, debido a sus raíces paternas, centró sus lecturas poéticas en Robert Frost o Walt Whitman, como bien atestiguará su estilo poético.
La almendra y el maíz es un poemario para transitarlo con botas camperas y, probablemente, con algún tipo de protección para el alma, pues va rescatando imágenes que conforman un todo, un paisaje cambiante, una interpelación de la propia voz poética que nos inserta en planos que se identifican con nuestro imaginario cinematográfico americano y, un día, parece que nos reconocemos al otro lado del charco. Así es, de forma breve, como esa voz mantiene la tensión hasta el final, no ocultando que el maíz se identifica con ella misma, pero cuyo referente es la almendra. Cada poema es un núcleo fundamental que perfila un pequeño relato que queda relacionado mediante los recuerdos e imágenes propiamente castizas: el alce, los rifles, el estiércol, frente a un Mediterráneo que se conforma dentro de la misma poeta cuando no conoce aún su futuro hogar. Por ello, hay un evidente choque entre las raíces paternas americanas y las españolas de la madre que prevalecen en la musicalidad y ritmo de algunos poemas, como en ‘La espera’: vengo de la escarcha, en la nieve nací. / Vagué por los bosques buscando frutos, me perdí. / Vivo una vida lejos de los campos de maíz, / de los árboles inmensos bajo los que me ponían a dormir. Con un lenguaje directo y claro, nos traslada a Indiana, allí se entremezclan las sensaciones olfativas que emanan de la presencia de los cerdos, identificándose con el desprecio de alguno de sus familiares, o con el dolor que produce a su madre no sentirse en el hogar, como en ‘Barro en los zapatos’: He pensado en tu mirada triste al bajar del autobús / y ver que todo era mentira. / He recordado tu lucha por que fuésemos distintas del maíz que crecía, / en esa Indiana que tanto te estremecía. A la vez, las imágenes nos remiten a pequeñas ensoñaciones, momentos familiares llenos de amor o de violencia, como la primera caza, que se ven cubiertos del halo de la tristeza, como en ‘Ojos muertos’: Dejé muerte a mi espalda en el bosque pero el olor de la sangre / me quiso acompañar. Todo nos lleva a una infancia donde la autora busca el lugar seguro, como en ‘El alce y el camisón viejo’, aún desde la edad adulta: En invierno, saco el camisón que dejó / una triste tarde antes de su adiós. Mucho más allá de Indiana, se cruza con una patria que parece confundirse al recorrer los paisajes de ‘Suecia’, en que se encuentra con el amor del animal: El galgo llevaba rato mirándome. / Vi en sus ojos entendimiento. / Pues ¿no era ella una extranjera también? Pero ella ya sabe dónde está en parte la suya y atraviesa los ventanales de una Murcia entre la montaña y el mar, donde nos descubre que la almendra es el hallazgo del amor que cura, en versos como los de ‘La niña salvaje’: pero siempre estás ahí, esperando con paciencia en tu silla de playa. / Sacas al verme el alcohol y el algodón para curar mis heridas […]. Es La almendra y el maíz, un poemario personal donde transita el dolor de la identidad mestiza y también el feliz encuentro con la paz interior que se mueve entre coordenadas opuestas culturalmente, pero siempre conectadas por los sabores del cereal más norteamericano y del fruto seco que llena de nieve nuestros campos. |
LA BIBLIOTE
|