LA BIBLIOTECA DE ALONSO QUIJANO
Reseñas
MANUEL VILAS. LOS BESOS (Planeta, Barcelona, 2021) por PEDRO GARCÍA CUETO Después de los éxitos de Ordesa y Alegría, Manuel Vilas vuelve a una narrativa entrañable de un ser que mira el tiempo y la vida con extrañeza, porque en la retina de este escritor late una forma de ver que lo hace singular y que da a la novela la textura necesaria para atraparnos. Los besos es nos cuenta la historia de Salvador, un hombre que, al inicio de la pandemia, decide irse a un pueblo. Es un profesor ya jubilado, cuya falta de comunicación con sus alumnos le llevó a un ensimismamiento que sigue presente en él. Esa falta de sociabilidad con otros seres le hace aislarse y contemplar la pandemia como si todo un mundo hubiese caído en desgracia. Pero es precisamente su afán de detenerse en detalles que otros no percibirían lo que dota a Salvador de particularidad. Su encuentro en el supermercado con una mujer, Montserrat, quince años menor que él, sirve de puente para expresar su pasión ante la idea del amor y su total devoción a ella, llegando a considerar el amor como el único eslabón que nos puede salvar de la locura. Con estos mimbres, Vilas avanza en una especie de diario donde encontramos una oda a la naturaleza, al paisaje del campo, a su pasión por comprar verduras o a esa tensión que supone robar en el supermercado. Los besos es un acto narrativo de reflexión, una especie de confesionario donde late el espíritu de un hombre impar. Hay muchos párrafos donde Vilas se detiene con maestría en lo cotidiano, como si el virus no fuera lo más importante, sino su reacción ante lo que le rodea. Otro aspecto es la lectura de la novela El Quijote de Cervantes, a través de la cual está interpretando el mundo. Al llamar a la chica Altisidora, está reafirmando su deseo de huir de la realidad, de construir un universo alternativo, un espacio totalmente cerrado a lo que ocurre en el exterior, para aislarse, a través del sexo, de una sociedad destruida. Cito algunas líneas de la novela, como ese canto al medio natural: Oh, viento, oh, carne, oh cuerpo humano, y el bosque al lado de mi casa, donde los virus no están, donde la luna y el sol se alternan sin escrúpulos políticos, donde la belleza persevera porque no sabe que es belleza... Se trata de un caballero sin fotos en la cartera, porque todo es hondura, los rostros se confunden y él mira el tiempo como si fuese contemplado por primera vez. En el capítulo 35 podemos ver cómo penetra el escritor en el ser que ama, cómo se convierte en el amanuense que la descifra, porque este nuevo libro de Vilas es, en el fondo, un viaje a nuestro propio cuerpo: Ha sido al notar su aliento, la carnosidad de la lengua, cuando he accedido a la parte invisible de Montserrat/Altisidora, al lugar en que ella habla consigo misma. Y veo lo que es. La veo por dentro.
Los comentarios sobre personajes políticos o sucesos de nuestra España, como el 23 F, van dotando a la novela de un tempo, van arraigando la historia a una época. Pero lo que importa no es todo eso, sino ese descenso a los infiernos de uno mismo y a los del ser amado, como si volviera Dante montado en su famosa Comedia. Porque comedia es en realidad la vida y Manuel Vilas lo sabe muy bien. Y no elude lo escatológico (hay un instante decisivo, que no revelo, que conduce al desengaño amoroso), porque Vilas contempla el cuerpo y lo disecciona como si realizase una radiografía del ser amado: aparecen piernas, labios, bocas, brazos, todo ese cosmos que va conformando el paisaje corporal. No elude tampoco, como he dicho, la naturaleza: los árboles, los pájaros... Porque sabe Vilas que todo se reduce a un encuentro entre dos seres en la inmensidad del planeta, que permanece pese a nosotros, tan perecederos. Sin duda, nos hallamos ante una novela intimista. Una pandemia ha detenido el tiempo y ahora todo es un afán de regresar a la niñez y encontrar en los besos la única luz de la existencia. Una gran novela.
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JUAN LUIS RAMOS. CON PÁJAROS QUE IGNORO. POESÍA REUNIDA (Ultramarinos, Barcelona, 2017) por BERTA GARCÍA FAET La editorial Ultramarinos, nacida en 2016, sigue consolidándose como uno de los grandes proyectos de recuperación y difusión de obras poéticas indispensables que tenemos a nuestro alcance: latinoamericanas, ibéricas y, desde este año, más allá. En estos momentos vale la pena volver la vista atrás y fijarnos en una de sus primeras apuestas, de 2017: Con pájaros que ignoro, la poesía reunida del valenciano Juan Luis Ramos (1957). Cuatro años después sigue siendo un libro fascinante, de feliz relectura. A la vez arroja luz sobre algunos de los hilos conductores que ha ido demostrando la propia editorial. Comencemos por decir que Ramos, que hizo parte del panorama lírico valenciano de los primeros años de la democracia, publicó sus tres poemarios hace cuarenta años, siendo veinteañero: Tiempo y práctica del círculo (1979), Climas impuros (1983) y Balada del indiferente (1983). No llegó a publicar lo siguiente en lo que trabajó: Un pasajero en la provincia (1983-1989). Después no hemos sabido mucho más de él. La razón de que Ultramarinos haya querido traer de vuelta estas obras, reconocidas en los ochenta pero no más tarde, se encuentra en ellas mismas. Estos textos, juveniles aunque de fuerte regusto añejo, airean su calidad desde el primer vistazo. Y no podemos sino preguntarnos por qué no ha estado Ramos en tantas antologías que pretendían radiografiar lo más valioso de la Transición y sus alrededores en las que hubiera debido estar. Sea cual sea la respuesta, Ultramarinos la zanja con contundencia y sin entrar en hipótesis: poniéndonos al alcance de la mano lo que después, en cuanto lo tocamos, se nos evidencia como imperdible. Ramos como un “olvidado” ahora inolvidable. La poesía de Ramos es un viaje a un universo como un círculo (temporificado, practicado) plisado sobre sí. Autónomo, como la mejor literatura, y no por eso menos esponjoso. Por su cualidad de mundo propio pero a la vez por sus ecos antiguos, románticamente remotos, podemos pensar en Borges. Como en él, en Ramos se palpa el placer de la invención, el gusto por el detalle y la reformulación fragmentaria de diversas tradiciones. Estos gestos van más allá de cualquier culturalismo. Por supuesto, es desde esas lentes que podríamos entrarle a su escritura; por ejemplo, comparte bastante con la de Guillermo Carnero en los setenta. Sin embargo, su compromiso con la modestia estilística destaca en comparación con otros autores de la época, en el sentido de que no hace alharacas sino que sus alhajas se nos aparecen casi imprevistamente y con un gran sentido del equilibrio, con la sabiduría de no querer apabullar. Además, hay en Ramos una sensualidad que no es sólo esteticista y decadentista (aunque también lo es). Es cierto que la alegría (melancólica) de fantasear y prorrogarse en los matices se alía con una sensorialidad desatada que nos lleva a Italo Calvino, Álvaro Cunqueiro y al primer Luis Alberto de Cuenca. Pero también más lejos: por otros laberintos, más neblinosos. Sus lenguas son muchas y esotéricas: esotéricamente pegadas a la materia. Se meten adentro de la búsqueda de belleza vía los cinco (o más) sentidos. Igualmente vía la recreación pictórica de atmósferas: con sugerencias, pistas de lo que viene o vestigios de lo que hubo. Close-ups de figuras o fondos cazados en el instante en que van a desaparecer o va a desaparecer el rayo de luz que pasaba por allí y, de pronto, los ha iluminado. Raras sinécdoques cautivantes. Veamos algunas de estas imágenes desmandadas más allá de lo estrictamente visual. En las páginas de Con pájaros que ignoro hay navegantes que surcan mares sin ancla, aventuras en océanos como (cito) «láminas sembradas de brillos». Hay viajeros en busca de sí, o de la amada, o de algún El Dorado o de un Tritón, una Gorgona. Hay un Amadís (muchos en realidad) que salen al afuera y la consistencia de esa realidad no les satisface, y se echan a los campos polvorosos de la otra realidad. Se entregan a ellos tal vez sin rumbo, tal vez acompañados apenas por el «dulce sol de la nada». Hay «sueños equívocos», motores de caprichosos desplazamientos. Hay «paseos en bicicleta al borde del abismo». Hay fracasos vitales y espirituales anunciados en los cielos, relatados con deleite perezoso y hasta anticlimático. Hay magos que no arreglan la vida. Hay alquimistas que no la extraen, que no la sintetizan en ningún preciado aceite. Hay paseantes que contactan con monstruos. Hay «niñas locas», hay «niñas rubias que escupen avellanas», hay «cielos musculosos». Hay amantes en busca de sus «ritmos privados» (que no pueden fijarse en el instante de la letra): añoranzas, mutuos desconocimientos, incompletitud. En Con pájaros que ignoro hay elegías y exhibición de lo ruinoso; lo ruinoso que, todavía, se coagula de preciosismos. Una percepción de lujo, modernista pero post-modernista (por desordenada), que se concreta en la suntuosidad de lo que atrapa para sí. La voluptuosa conspiración de los cinco (o más) sentidos atronando juntos nos llama a estar ojo avizor con respecto a lo tibio, lo crujiente, lo húmedo, lo resbaloso. Lo que se cuela, lo que gotea. El mármol, los ungüentos, las sombras, las manchas. Por eso hablo de raras sinécdoques cautivantes: lo que bulle por esas páginas son retazos de lo arquetípico de lo literario-occidental (al borde de lo oriental y orientalista en ocasiones) cuya combinación idiosincrática resulta tan pasmosa como seductora.
La poesía de Ramos se ocupa de la vida en tanto que juntura de «sangre y existencia» (materia) y en tanto que peripecia literaria (pseudo-tramas). Porque cuando es narrativa, presenta historias confusas y aún más confusas moralejas. Cuando no lo es, luce percepciones que nos invitan a observar tenues historias y a encajarlas con las historias que nos suenan porque son las nuestras, las heredadas, las espiadas. Ya sea que hable un yo lírico parco y celoso de su intimidad que cuenta (y no cuenta) sus «malas andanzas y tropiezos»; ya sea que un narrador turbio se complazca en posarnos a los lectores no en atalayas sino en añicos; ya sea que tome la voz poética la sacudida de lo matérico (que no de lo impersonal); la vida es aquí palabras a mitad, vivencia hecha mitos, mitos a mitad. De ahí que nos perdamos en salones, galerías, canales, parques; en fin, espacios públicos o semipúblicos donde sentir la soledad y la intensidad de lo que se mueve ligeramente y aumenta la niebla. Porque son espacios de tránsito, de umbral: de relato y de impresión; ambos resbaladizos. Nos pierde «el oscuro vientre de las plazuelas». La oscuridad de lo que pasa. Los títulos de los distintos poemarios del conjunto matizan esta visión. Está lo circular, aunque difuminado: la odisea no se acaba. Está el jalón del clima y lo mezclado o lo poluto. Está la conciencia del viaje y del margen (en sentido metafórico y literal: la provincia, el afuera del canon y el prestigio). Está esa subjetividad “indiferente” que, en su pesimismo (que es una forma de pasión) y su tenebroso o, de repente, jovial erotismo, se contradice a sí misma y ya no es indiferente. Lo es y no lo es: de nuevo, tránsito, umbral. Lo que cambia. Lo que no dura pero se rumia. Esta narratividad a medias mezclada con los regodeos de la sensorialidad a veces se choca con ciertos límites. Algunos de los hallazgos matéricos, en especial hápticos, que hay en ella a menudo ni siquiera pueden ajustarse a un cuento fijable. Difícil imaginar qué es, cómo hablan, huelen o palpitan, por ejemplo, «las terrazas cotidianas de la luz», «los días enredados» a una «piel» (quizás la de la mal amada) «como tejidos cremosos». Difícil imaginar «una tarde / brotada de castillos y calle», «el yeso de morir». Difícil y tentador ese «cuando la tarde es un delfín encendido», o esos «astros que caen al otro lado del verano». Difícil esa «avidez de animal sonámbulo» que es lo humano mismo, o «los cuerpos eucarísticos de las muchachas» ante los cuales no cabe sino la devoración. Difíciles e inolvidables las «ciervas lunares». Dice quien habla (que quién será) que hay pájaros, pero que los ignora: no sabe quiénes, cómo o por qué son, pero no les hace el vacío: los mira largo y tendido, no olvida, no facilita. Releer a Ramos es seguir ignorando sus esencias, y al tiempo es seguir colmándonos con lo irresistible de su poder de evocación. Releer a Ramos en Ultramarinos en poder prever retrospectivamente (y anti-biográficamente) qué seguiría haciendo Ultramarinos en su vertiente de poesía joven. Por la vía de la narratividad-sensorialidad a medias, Ramos va de la mano de Emma Villazón y Ruth Llana. Por la vía del sujeto indiferente-no indiferente-diferente (merodeando ciertas morgues de los cuerpos y el tiempo, casi a lo Gottfried Benn), Ramos se deja acompañar por Xaime Martínez. Releámoslo como lo releamos (las codas posibles son muchas), sigamos. MIRYAM HACHE. HE VISTO A LAS MEJORES MENTES DE MI GENERACIÓN TRABAJANDO EN UN CALL CENTER (Barcelona, 2020) por ANTONIO MARÍN ALBALATE «He visto a las mejores mentes de mi generación destruidas por la locura, hambrientas histéricas desnudas, arrastrándose por las calles de los negros al amanecer, en busca de un colérico pinchazo». Allen Gisberg lo dejó dicho en Aullido, su libro de 1956. De este poema toma Miryam Hache el título de su primer poemario publicado en septiembre de 2020: He visto a las mejores mentes de mi generación trabajando en un call center. Miryam nació en Buenos Aires a finales de la década de los 80. Actualmente reside en Barcelona. Así escribe en el poema ‘Mi calle’: «Vivo en la parte alta de Barcelona, / entre escaleras mecánicas / y atisbos de más alturas. / En barrios / construidos sobre montañas». Cursó estudios de fotografía, cine, letras y antropología. Participó de diversos grupos literarios y colaboró como crítica de cine y literatura con distintas revistas culturales y periódicos. Durante varios años llevó el portal feminista de crítica de ficciones Imaginaciones fílmicas. Escribió varios libros de poesía y narrativa, todos aún inéditos. He visto a las mejores mentes de mi generación trabajando en un call center contiene catorce poemas escritos desde la libertad de unos versos no sujetos más que a la cadencia de «sabernos en el mismo barco / hacia ninguna parte» mientras bogamos por un bosque de palabras conscientes de que «hay hombres rotos / buscando todavía verdades / en los libros de filosofía oriental». Versos que saben de «la proporción del número áureo, / las proporciones matemáticas de la belleza, la importancia de la sonoridad de ciertos verbos». Versos de verbo desnudo en carne viva, como de activistas de Femen o del Ministerio de la Igualdad, contra quienes «todavía dicen que el feminismo no es necesario, / que todos sufrimos bajo el yugo del capital / de igual manera», versos contra quienes «todavía no se atreven a arañar las máscaras de los géneros» para que Miryam nos cuente que «de niña imaginaba que si el / chico que quería no me quería, / tal vez en mi velorio, / se daría cuenta al fin, / de rodillas junto a mi ataúd, / lo maravillosa que era». Versos para ahuyentar fantasmas: «Sigo trabajando / para que cada vez quede menos / de esa niña con miedo». Versos de quien denuncia la violencia en todos los niños que son «víctimas de la hostilidad del mundo». Versos que transitan por una “carretera perdida” con imágenes de «gente queriendo destruirse».
Versos de una «mujer cruda, / hecha de insomnio» que «se lleva las manos hacia, / el fluido a la boca» y que finalmente contempla cómo «la mancha bajo sus pies / se seca bajo el sol». Versos que caen a la música esa que salva para «teclear las nostalgias / que te sugieren las canciones de Joy Division / que sonaban / en todas esas fiestas de tus veinte años / en las que no pasaba nada». Versos que afirman que «el mugido del viento es una sílaba larga» que sabe que «en cada década, en algún país del mundo, / hay una generación sin futuro». No future, como dijeran los Sex Pistols en ‘God save the queen’, pero no future como signo de rebeldía ante los call center que Miryam denuncia en su libro. Recordemos cómo en un ejemplar de la revista Rolling Stone, Johnny Rotten afirmaría que el estribillo de ‘No future’ se pensó «como un llamado a la acción, no a la resignación. No hay futuro a menos que vayas y crees uno, entonces carpe diem, etcétera. No es terminar con todo, no hay futuro, punto final. No, es puntos suspensivos... Hay que levantarse y hacer el esfuerzo uno mismo. Nadie va a hacerlo por uno. No esperes que te lo sirvan en bandeja». Algo que dirían también la banda Ilegales en su canción ‘Tiempos nuevos, tiempos salvajes’: «Esta es tu pelea / levántate y lucha, / no voy a luchar por ti». Versos rabiosamente salvajes que, desde su propia trinchera, nos hablan de cosas cotidianas elevadas a su estado más esencial. Así, por ejemplo, sueños, muerte, sexo, jeringas, redes sociales, soledades, casas deshabitadas, okupas, fantasías de infancia, pasiones y deseos, conforman la sustancia y el alimento del lírico atraco con que este libro nos sorprende al abrirlo. Versos trasatlánticos, al cabo, abanderados de belleza para celebrar la voz y la escritura de esta poeta llamada Miryam Hache, apellido con nombre de letra que, como podemos comprobar, no es en absoluto muda sino sugerente voz de allende los mares que podemos escuchar en el adelanto de este poemario: https://www.youtube.com/watch?v=gztmBH5dSsQ. JOHN ASHBERY. LAS VANGUARDIAS INVISIBLES (Kriller71, Barcelona, 2021) por ANTONIO GÓMEZ RIBELLES Los poetas, cuando escriben acerca de otros artistas, tienden a escribir sobre sí mismos. John Ashbery La aparición en los años 40, y sobre todo en la posguerra, de artistas y movimientos artísticos como nunca se habían desarrollado en Estados Unidos, pero sobre todo en Nueva York, venía precedido de la visita en las décadas anteriores, de numerosos artistas europeos, unos exiliados por la 1ª guerra mundial y el surgimiento del nazismo, otros por el interés de llevar a Estados Unidos el arte de las vanguardias europeas, dominadas ya por el surrealismo o la abstracción. Después de la II Guerra Mundial, el cambio de centro del arte de París a Nueva York estaba cantado, además de convertirse en una prioridad nacional. Esto es harto conocido así como la intervención de los organismos estatales, la potente inversión económica y también los debates sobre las tendencias políticas de los artistas para evitar la intromisión de ideas políticas de izquierda en un arte que se pretendía americano y moderno y una plataforma publicitaria en plena guerra fría. Naturalmente, todo es más complejo que esto, pero la consecuencia fue el surgimiento de la Escuela de Nueva York, cuajada ya en los 50, como se la quiso dar a conocer en comparación con la dada por fallecida Escuela de París y ligada a lo urbano y moderno. El expresionismo abstracto, necesariamente abstracto excepto algún caso, nacía desde los críticos, Greenberg, Coates, Rosenberg, que daban nombre y su aprobación a los artistas y su obra como pertenecientes o no al grupo, representantes de un arte puramente americano. Ellos no se consideraban tan cercanos, pero ahí está la foto de Los irascibles (1950), en la que las individualidades posan con traje y corbata, una sola mujer subida a una silla, una mínima muestra de las pocas mujeres artistas de las que se habló como pertenecientes al movimiento y que en algunos casos solo se les trataba de “mujer de”. Y todo esto produjo en paralelo la aparición de otra escuela de Nueva York, la Poetry School of New York. Se repetía lo mismo: un nombre que aglutina a cinco poetas a quienes alguien agrupa y pone nombre arrastrado por un fenómeno volcánico en el arte. Frank O’Hara, John Ashbery, Kenneth Koch, Barbara Guest y James Schuyler se vieron juntos a pesar de sus diferencias, que eran muchas también. Pero había cosas que les unían y una de ellas era, aparte de su amistad, su interés por lo experimental, el arte, el expresionismo abstracto naciente, las influencias del surrealismo y ciertas formas de vanguardia, la subjetividad en la relación con la realidad del poema, el juego, la ironía, el lenguaje coloquial que convive con el culto, menos interés por la política que los beat y, sobre todo, la búsqueda de una forma y un lenguaje nuevo en poesía. El éxito excesivo del expresionismo abstracto en los años 50 y 60 ya les generaba dudas, incluido el de la propia Escuela Poética, pero como marketing les vino bien a todos. «Todos parecíamos beneficiarnos de ese intenso momento, incluso si le prestábamos poca atención». A la larga parece que les fue mejor a los poetas, con una continuidad que hizo, por ejemplo, que Ashbery disfrutara del mayor reconocimiento a partir de los 70. La obra de todos ellos está viviendo un florecimiento gracias a la aparición en series (O’Hara en Mad men), el cine (Padget en Patterson) y ensayos y antologías de varias editoriales. Y este es un ejemplo. El interés por el arte venía de antes: John Ashbery ya estudió pintura de joven, y se formó viendo el arte europeo que visitaba Estados Unidos. Pero su ligazón con Nueva York no era tanta en ese momento (llegó en 1949 a la ciudad) y en 1955 se fue a París, donde una vez acabada su beca Fullbright empezó a trabajar como crítico de arte en Art International, corresponsal de Art News en París y director de edición del Herald Tribune en la capital francesa. Posteriormente seguiría, a su vuelta en 1965 a Nueva York, en The New Yorker, Newsweek y ARTnews, entre otros. Frank O’Hara, mientras tanto, acaba siendo conservador del MOMA, es el poeta del grupo más relacionado con Nueva York, pero su muerte prematura nos dejó con poca obra poética y un gran trabajo en arte pendiente. A pesar de la centralidad del arte de los 50 y 60 en Nueva York, muchos de los artistas que trabajaron tanto en pintura como en poesía, no tenían en el olvido a la cultura europea y la admiraban y buscaban: Joan Mitchel, de Kooning, Motherwell, Cy Twombly, o todos los poetas, viajaron o vivieron temporadas en Europa. Ejemplos de esa relación hay muchos pero no lo desarrollaremos ahora. Así que el poeta se dedicó a la crítica de arte y fue reconocido y valorado por ello. Hay más ejemplos de poetas que escriben de arte, y en España se dio el caso de Juan Eduardo Cirlot, del que se acaban de publicar sus escritos sobre el informalismo, un paralelismo en Barcelona con Ashbery en París y Nueva York. El título del libro proviene de una conferencia, La vanguardia invisible, donde habla de sí mismo en relación a las vanguardias y de cómo esas vanguardias decayeron. No es de ahora, sino de 1968, y ya hablaba de los medios, de la sobrevaloración..., naturalmente imbricado con su propia evolución y su relación con lo experimental. Además, un recorrido bien agrupado por temas que recorre el Romanticismo, el Surrealismo, tan querido, y Dadá, artistas norteamericanos, incluso los exiliados (él mismo), por supuesto la abstracción americana, y una serie de “retratos”, entre otros, pero mostrando y buscando lo que le interesa del pasado europeo y americano y está en el presente. Y eso lo comunica muy bien. Todo el libro es para leerlo con mucha atención, es entretenido, divertido en ocasiones, muy interesante en sus planteamientos. Los que compartimos arte y poesía disfrutamos mucho, pero es un libro que no deja indiferente a nadie. Un excelente prólogo de Edgardo Dobry nos introduce en el trabajo de Ashbery y en el del libro, y tampoco tiene desperdicio. El trabajo de traducción ha corrido a cargo de Andrea Montoya, Aníbal Cristobo, Edgardo Dobry y Patricio Gringberg. Como he dicho antes, un buen trabajo el que está haciendo la editorial Kriller 71 con la poesía americana de la Escuela de Nueva York, y en todas sus publicaciones, y a la que vamos a seguir. Muchos títulos de su catálogo andan apuntados en la lista. Salud. La editorial Kriller71 está haciendo un gran trabajo para publicar en España la obra de los poetas de la Escuela de Nueva York, tanto los de la primera generación como otros posteriores. Y del libro del que hablamos ahora es una selección de críticas y escritos sobre arte que publicó John Ashbery en la prensa, tanto de París como de Nueva York, entre los años 1960 y 1987, extraídos de Reported Sightings; Art Chronicles 1957-1987, en lo que parece una excelente selección de los editores, ya que muestra un recorrido, aunque no estén ordenados cronológicamente sino agrupados por temas, y sobre todo una sucesión en el pensamiento artístico y poético de Ashbery de mucha lucidez. Hay en Ashbery una manera de ser crítico que responde a la cita inicial, y es hablar de uno mismo como poeta en relación a ciertos métodos del arte con el que convivían («Los pintores que conocíamos eran más divertidos que los poetas»). Se ha hablado de los paralelismos entre la realidad del poema y la creación del acontecimiento que suponía el expresionismo abstracto y el action painting (y el surrealismo, y el cubismo). En uno de los artículos del libro, el dedicado a su amiga la pintora Jane Freilincher habla de sí mismo, de su poesía y del cubismo como inspiración de ese proceso:
Después de un período de absorber influencias del arte y otras cosas que suceden a nuestro alrededor, llega un período de consolidación cuando uno cierra la puerta intentando ordenar lo que se tiene y hacer con ello lo que se puede. [...] Es más bien una cuestión de conservar y usar lo que uno ha adquirido. El cubismo analítico y su sucesor, el cubismo sintético es un modelo perfecto de este proceso... Y un segundo marco de su obra y la crítica de arte aparece también en el mismo párrafo y en muchos de los artículos del libro, y es la duda: Más tarde llegó una fase de duda en la que examinaba las cosas y las desmontaba sin poder volver a montarlas a mi manera. Todavía estoy tratando de hacer eso. Esa duda que ve siempre en su trabajo la ve también en muchos artistas y en las decisiones que tomaron. Ashbery escribe cómo piensa ante lo que ve y conoce, con un razonamiento progresivo que le hace plantearse el qué, el cómo está expuesto (suele hablar de exposiciones), el porqué del momento y las decisiones de los artistas, y, pasado el tiempo, si fue lo correcto, incluso lo correcto de la muestra. Y eso lo explicita con Pollock, «el elemento de duda en Pollock es lo que lo mantiene vivo ante nosotros»; Rothko, con el expresionismo abstracto; con Kitaj, Duchamp, de Chirico o su amado Parmigianino (el de Autorretrato en espejo convexo), y lo hace con un conocimiento profundo, muy culto, pero sin dar muestras de exceso de erudición ni de halagos; sabe muy bien para quién estaba escribiendo, cómo se debe escribir en un periódico, pero creo que es como quería escribirlo. Es interesantísimo el análisis de los artistas y su entorno y el hecho de contarlo desde dentro, pero también con la distancia que dan años de separación entre algunos artículos. Ahí vemos una evolución muy sensata y razonada, y la ironía, por supuesto, nada complaciente en muchos comentarios y crítico con las sobrevaloraciones, las vanguardias, los movimientos y algunos nombres: Estábamos asombrados por de Kooning, Pollock, Rothko y Motherwell y no estábamos muy seguros de lo que estaban haciendo exactamente. La decisión de Duchamp de cambiar el arte por el ajedrez no fue una idea brillante. El éxito repentino que les sobrevino a los pintores expresionistas abstractos es uno de los motivos que hicieron que su trabajo pasara de moda tan abruptamente. ... Estuvieron sobreexpuestos. La vanidad los hizo pontificar. Y en la mayoría de los casos, hubo que ignorar sus declaraciones sobre sus trabajos para poder seguir amándolos. FÀTIMA BELTRAN CURTO. CANCIÓN BAJO EL AGUA (Espasa, Barcelona, 2021) por ELOI BABÍ FICCIÓN BAJO EL HECHIZO Es un gusto y un lujo reencontrar el placer de adentrarse en narraciones tan hábilmente contadas como la novela que aquí se reseña. Para amantes de los relatos con encanto, se nos brinda la feliz ocasión de dejarse llevar por una ficción de estilo hechizante como es Canción bajo el agua.
En esta cautivadora obra de prosa robusta, que contiene trazos elegíacos y poéticos (junto al realismo de un dramático contexto histórico) no exentos de una afilada ironía, encontramos ecos de las inolvidables Cien años de soledad, Pedro Páramo o La casa de los espíritus, entre otros clásicos del género. En efecto, Fàtima Beltran Curto es heredera del mejor realismo mágico literario, una digna sucesora del caudal imaginativo y creativo de maestros del arte de las letras como Gabriel García Márquez, Juan Rulfo, Isabel Allende... La autora de Canción bajo el agua muestra una gran capacidad de fabulación, un enorme talento para crear historias de ficción magmática con estilo magnético, un don especial y una habilidad portentosa construyendo tramas y personajes con una sólida potencia imaginativa y una solvencia narrativa encomiable. Revistiendo su universo narrativo de un estilo fresco y de una admirable riqueza léxica, sorprende en esta novela la precisión de los adjetivos, tan bien hallados y acertados en una prosa fluida, rica y envolvente. La trama y sus partes están muy bien enlazadas gracias a una eficaz estructura y a una historia contada con una fuerza que no decae en ningún momento, al filo de una tensión sostenida. Ahí encontramos ideas ingeniosas y originales, detalles sorprendentes que otorgan color a la narración e interés a los personajes. Estos se nos antojan tremendamente humanos, con sus fortalezas y flaquezas, sus virtudes y defectos. Complejos y a la vez entrañables, parecen cercanos en su peculiaridad. Hay en ellos luces, sombras y penumbras en una gradación de colores y grises que nos resultan familiares y nos remiten, en el contexto de la guerra civil española y la posguerra en que se desarrolla el argumento, a nuestros mismísimos antepasados. Se hace inevitable asociar, en el baúl de nuestra mente y a medida que avanzamos en la novela, algunos de sus personajes con el recuerdo —o con lo que nuestros familiares nos han contado— de algunos antepasados nuestros que vivieron aquel contexto, o por lo menos con lo que ellos contaban de aquella época y de la contienda bélica referida en el libro. El marco espaciotemporal (los años de la guerra y la posguerra franquistas, un pueblo pintoresco...) y los personajes con sus variopintos caracteres, nos llegan a través de una prosa vívida, ricamente descriptiva a la vez que ágil. Y a menudo trasluciendo, como guinda añadida a la lectura, una ironía que hace ligera y atractiva la retahíla de sucesos contados con gracia e ingenio. Muchas anécdotas resultan chuscas, así como abundantes y singulares detalles y matices realzados por una prosa a veces poética (con metáforas y comparaciones, hipérboles, antítesis y otros trucos), bien trenzada y siempre efectiva. Por eso las primeras páginas de la novela nos invitan a seguir leyendo una historia que, como se ha dicho antes, no decae. Por cierto: el primer capítulo es ya, todo él, una pequeña obra maestra; solo este primer capítulo es ya magistral y perfectamente redondo en sí. Esta perfección unitaria se manifiesta de nuevo al final, cuando todo vuelve a encajar y el conjunto cobra un maravilloso sentido entre el inicio y el desenlace de la obra. La maestría en el arranque del primer capítulo adquiere, pues, una luz especial cuando concluimos la lectura de la novela. Excelentemente escrita, Canción bajo el agua mantiene el hechizo que ya nos había ofrecido la anterior novela de su autora, la brillante Bienalados. Uno de sus muchos aciertos es cómo combina drama —incluso tragedia— con un refrescante y bien dosificado sentido del humor, a veces sutil y entre líneas y otras descaradamente directo, humanizando con inteligencia chispeante la materia contada. El trasfondo histórico, real —la guerra civil española y la posguerra— aparece yuxtapuesto a un costumbrismo agridulce y tragicómico, entre lo realista y lo poético, lo terrenal y lo fantasioso, lo serio y lo irreverente, lo verosímil y lo deliciosamente absurdo. Así, nos hallamos ante una novela completa y una obra calidoscópica, tanto en el fondo como en la forma. En cuanto a su vertiente formal, por ejemplo, el texto alterna el género puramente narrativo (incluyendo el estilo directo, indirecto y diálogos) con el estilo epistolar. Este rasgo —las cartas, todas ellas cortas, intercaladas en la trama— junto a la brevedad de muchos de los capítulos, otorga agilidad a la lectura a pesar de los saltos cronológicos con que juega la estructura narrativa. Una lectura, por otro lado, presentada en un soporte cómodo gracias a una letra impresa grande y gruesa, fácil de reseguir en un volumen bien diseñado y editado por el sello Espasa Calpe. En suma, Canción bajo el agua es sin duda una novela entretenida y recomendable para lectores ávidos de buenas historias, para lectores con sed de ficción de calidad. Ideal para sumergirse en una vibrante ficción narrada con brío, con un gran dominio del vocabulario y con un estilo impecable. El disfrute está asegurado. SONIA BUENO & JORGE COCO SERRANO & ERNESTO GARCÍA LÓPEZ & LOLA NIETO BEMBA BABA (La Garúa, Barcelona, 2021) por ANTONIO GÓMEZ RIBELLES Quiero tener la palabra, donde acaba y donde empieza. Cualquier cosa tiene su palabra; la misma palabra se ha convertido en cosa. Hugo Ball Cuando hace muchos años nos reunimos un grupo de entonces jóvenes artistas como grupo, con nombre de grupo y con pretensiones de estar trabajando en común o al menos en caminos cercanos, y realizamos algunas exposiciones como colectivo, aunque cada uno firmara su obra, un crítico que escribió para una de ellas nos calificó como «los restos del naufragio». Fue mucho tiempo después de las vanguardias históricas, esas que escribían manifiestos y pretendían cambiar el arte y la sociedad y que luego serían asumidas por el mercado. Pero tampoco estábamos tan lejos del expresionismo abstracto, el grupo El Paso, ni del pop art; ni de los Beat, la escuela literaria de Nueva York, el imagismo, Fluxus, el cine francés... De hecho, seguíamos sumidos en el pop y fue dentro de este movimiento convertido en género cuando hablamos del Equipo Crónica, el Equipo realidad, o el femenino Equipo Límite. Pero la individualidad era ya la excelencia, la subjetividad marcaba la posmodernidad. Algunos ramalazos como la Transvanguardia italiana eran solo la búsqueda de caracteres comunes desde fuera de manera un poco forzada. Al final quedan la individualidad y, seamos justos, las relaciones inherentes al trabajo de artistas y poetas, que no viven en burbujas estancas y que precisan y utilizan la reflexión conjunta. Todo esto me lo ha recordado el libro de La Garúa Bemba Baba, una obra conjunta de cuatro poetas, y que quiero entender aquí no como un libro colectivo, sino como un proyecto común. Nada de restos del naufragio, sino algo muy vivo que nos demuestra que se puede seguir trabajando en colectivos y surgir de nuevo proyectos que creen en el trabajo en grupo y en las interacciones de las artes. De los cuatro autores, dos de ellos pertenecen al colectivo itinerante Lavarca ebria, Sonia Bueno y Jorge Coco Serrano; Ernesto García López y Lola Nieto colaboran o han colaborado con revistas y proyectos editoriales, y en todos ellos se aprecia el interés por las posibilidades de la palabra en la relación con otras artes. Esto último se concreta además en que también son artistas plásticos Jorge Coco Serrano y Ernesto García López. Así que quiero hablar de un libro en cuatro secciones, que está escrito por cuatro poetas, pero que se debe leer como una obra única nacida de un proyecto común, a pesar de que son claras las diferentes propuestas y también claras las cercanías. Nos explica muy bien esta lectura unitaria, dentro de la conjunción de lo común y lo individual, el siguiente fragmento de un poeta que escribe sobre arte y que hablaba así del grupo de pintores informalistas El Paso: La suma de subjetividades o, mejor, de imágenes creadas según un criterio de absoluta autenticidad en lo personal, conduce en línea recta a la formulación de una objetividad, constituida por la «suma de posibilidades» surgidas en el transcurso de las operaciones particularmente realizadas, pero abocadas a un acervo común. Juan Eduardo Cirlot Se parece el dolor a un gran espacio. Escritos sobre informalismo No hay prólogo, ni introducción del proyecto ni nada que no sea lo que está escrito más allá de la presentación de las autoras y los autores. Así debe ser: cuatro secciones, cuatro poetas y un tema común que conocemos de antemano porque la propia editorial nos quiere orientar en la faja exterior: «Cuatro perspectivas de la muerte. Cuatro imaginarios desemejantes...». Así es, cuatro perspectivas que activan maneras distintas de presentar el tránsito, bien como experiencia personal o como imagen cultural colectiva, las imágenes que crea el pensamiento sobre la muerte, y la reflexión sobre la realidad o irrealidad del proceso. Las cercanías entre ellos se concretan en la libertad en el uso del lenguaje y de formas poéticas, alteración de algunos formatos clásicos, la creación de nuevos términos y el uso de otros ajenos (bemba baba), a veces solo sonoros, sinestesias y relaciones de concepto o fónicas no usuales pero que se concretan claramente en el poema, donde cobran sentido. La poesía se convierte así en una forma de realidad, de creación de una nueva realidad, un acto político de libertad individual y una forma de resistencia y avance. Es cierto que hay influencias de vanguardias y de la tradición clásica en ciertas imágenes y mitos, cómo no, pero también el uso de ritmos y formas y mitologías más alejadas aunque muy conocidas. Es la creación de un lenguaje propio sobre ellas lo que hace más interesante este libro.
En la primera parte, que corresponde a Sonia Bueno se construye un imaginario de vida y muerte en torno al teatro y su escenario, de influencia clásica, alrededor de una copa, una gota de vino convertida en palabra, y el mundo alrededor de ella. Un diálogo dividido en cinco partes, dividido a su vez en cinco fragmentos, casi una composición musical. 1 si giras la muñeca una palabra despunta. como el sonido de un amanecer el hueco escarba :es tu mano. despiertas. En una gota sola todas las visiones que la copa espeja. Y en el fondo. El deseo de un decorado. Porque se apagan las luces/habla el cáliz. En la segunda, son los poemas de Coco Serrano los que más se acercan a la experiencia personal de la muerte en la figura de la madre y en los que aparecen algunas ideas/imágenes inevitables. Pero la construcción del poema recurre a la plástica, al dibujo, a la imagen del verso, a la articulación en el plano/espacio de la página. Lo visual, lo conceptual y lo automático articulando el lenguaje. ocurre qué nada de la huida me es ajeno inmanencia lo que va a ocurrir se escribe con ojos cerrados Ernesto García López se acerca también al mundo visual, pero a una visión basada en este caso en el budismo zen y en las imágenes que el haiku japonés procuraba enlazar en los tres versos con la realidad interior y el paso de estaciones. El poeta altera esta composición tan rígida y sus preceptos a un reparto inverso de sílabas 7/5/7, que funciona perfectamente para crear una sucesión de ocho, que envuelve la idea matriz de una visión más lúcida y no tan dramática. García López incluye también cuatro fotografías en las que la figura humana, maniquí, se desliza por un espacio arquitectónico, en un camino y relación entre el espacio y el ser. Ante la cavadura ásperos miedos cavilean su sed-- La cuarta y última sección es la de Lola Nieto, Las líneas de la mano un poema en cinco partes, el más próximo a la oralidad, al ritmo sonoro como base del acto poético, a la creación de un lenguaje propio mientras crece el poema, a la vez que se vuelve visual, y va enlazando en líneas las palabras concepto, la tradición antigua, la etimología, que mantienen en pie el discurso. duda entonces: la muerte es creación repite de una observadora comerla hace boca que amasa espacio-tiempo como sola posibilidad física para la vida Es cierto que se exige del lector una participación activa, más de la que habitualmente se precisa en poesía: la oralidad, lo visual, la idea y la narración interrelacionadas casi precisan de la lectura en voz alta y fluctuaciones de voz por parte del lector. El ritmo interno se crea por lo sonoro del lenguaje y sus mutaciones y alteraciones y también por la creación del ritmo por imágenes-palabra. Una imagen lleva a otra, y es fácil comprender la necesidad de concentración que han necesitado como escritor/a, abiertos a la improvisación y al sentido de la música, la sonoridad y la imagen, bien conseguida, como la unión de las cuatro secciones, cuatro poetas, en una lectura única, y que en sucesivas relecturas nos aportará visiones nuevas. Un libro para leer despacio y con entrega. Y unos poemas para llevar al escenario. Enhorabuena a ellos y a La Garúa. SARA MARTÍN ALEGRE. LA LITERATURA (UOC, Barcelona, 2009) por ÓSCAR MERINO MARCHANTE Sara Martín Alegre (Barcelona, 1966) es profesora de Literatura Inglesa y Estudios Culturales desde 1991 en el Departamento de Filología Inglesa y Germanística de la Universidad Autónoma de Barcelona. Su interés docente e investigador se ha centrado eminentemente en los estudios de género, las ficciones populares y la literatura inglesa de los siglos XIX y XX. La literatura: definició i debats es un pórtico que da entrada a todo un proceso de minuciosa, precisa y completa reflexión sobre los problemas identitarios que tiene la literatura, así como sobre los límites a ojos de críticos y lectores que ésta presenta. Se proponen una serie de interrogantes que invitan a cuestionarse qué es o no literario y qué papel desempeña la cultura actual en esta concepción. La literatura: definición i debats se divide acertadamente en cinco partes: “El problema de la novel.la”, “Los ejemplos de Shakespeare y Dickens”, “Una confusión con toques cómicos”, “La forma y el contenido” y “La objetividad imposible”. La primera de ellas pone en relieve la imposibilidad de definir la literatura, debido a la dificultad para aunar criterios tan difusos como “valor estético”, “placer lector” o “consumo cultural”, conceptos que caen en la epidermis de la subjetividad de ¿ávidos? lectores que se enfrentan a un texto literario, pues estos creen saber qué es pero ninguno —desde iniciales lectores hasta catedráticos de literatura española— la sabe definir con precisión. Asimismo, Alegre se pregunta cuáles son los factores que motivan a exaltar el género de la novela como género central tanto desde el plano literario en general como desde el plano narrativo en particular, añadiendo que «Es esencial saber separar el gusto por la literatura del gusto por la narrativa». En la segunda parte, “Los ejemplos de Shakespeare y Dickens”, se exalta la figura de estos egregios autores, alabando sus esfuerzos para crear obras maestras de la literatura universal: “Los grandes genios literarios son [...] los que saben sacar un rendimiento creativo más alto». Se reflexiona acerca de la canonización romántica de Shakespeare como icono literario y como instrumento de expansión colonialista, debido a un factor fundamental que cautivó a los románticos, que no es otro que el dominio lingüístico de Shakespeare en su ámbito más dificultoso: la poesía. En cuanto a Dickens, se pone en cuestión el hecho de que algunos críticos le prejuzguen por el simple hecho de ser admirado por una gran cantidad de lectores. La tercera parte resulta, a mi juicio, sumamente interesante. Se reflexiona sobre los criterios y los cánones que se siguen en la actualidad, los cuales reinterpretan el término de “escritores literarios”. Alegre asevera que estos criterios establecen unos límites difusos entre lo que es un narrador y lo que supone un autor de literatura. Ante esto, Alegre señala con acierto que el motivo principal de este criterio es la institucionalización de los estudios literarios desde sectores universitarios hasta la propia crítica literaria. En la cuarta parte, Alegre comenta con contundencia la mala comprensión de las relaciones entre forma y contenido a través de una serie de prejuicios que todavía son patentes para los especialistas (crítica de la ideologización literaria, apartheid crítico de la novela no literaria, etc). Así, mediante ejemplos paradigmáticos de la literatura española y catalana contemporánea como Carlos Ruiz Zafón y Albert Sánchez Piñol respectivamente, la autora critica con dureza que el criterio fundamental siga siendo preguntarse qué es o no literario, algo que rechaza fervientemente: «estamos todavía muy lejos de haber cambiado los criterios por los que juzgamos a los novelistas».
En la quinta y última parte, “La objetividad imposible”, se comenta un aspecto, a mi juicio, sumamente interesante: el crítico literario está sometido irrevocablemente a la subjetividad. Señala Alegre que no existe ninguna metodología o propuesta crítica que construya una fórmula infalible para hacer crítica literaria, llegando a afirmar que «nunca llegaremos a [...] a hacer una ciencia de la crítica». Asimismo, apunta, con precisión y firmeza, el dislate que suponen los premios literarios y, en particular, el premio Planeta y su afán de constante (auto)promoción. Alegre llega a hablar, incluso, de una «fiebre del premio» a la que están sometidos algunos escritores en la actualidad. A este respecto, concluye con tino que «Si premios y reseñas son indicadores dudosos de calidad en tanto que funcionan por modas, presiones y pareceres subjetivos, no hace falta decir que las ventas lo son aún más a pesar de su aparente objetividad, sobre todo en cuanto a la supuesta falta de calidad del best-seller». En definitiva, Sara Martín Alegre consigue señalar algunos problemas identitarios que sufre actualmente la literatura, problemas que se llevan a debate y se cuestionan de una manera dinámica y pedagógica pero sin alejarse del academicismo y rigor que le caracteriza: ¿Por qué leemos lo que leemos? ¿Sabemos realmente qué es lo que leemos? ¿Qué criterios siguen los críticos literarios? ¿Podrían algún día ser homogéneos? LAURA GIORDANI. MANCA TERRA (La Garúa, Barcelona, 2020) por ANTONIO GÓMEZ RIBELLES Todo empieza con un patio, y en el patio unos árboles. Todo comienza con un sueño, el de un árbol desarraigado, sostenido en el aire de ese sueño con sus raíces fuera de la tierra que le ataba a todo lo que fue, a todos los recuerdos de lo que fue estable en su momento, y ahora se siente en peligro. Una voz dice manca terra. Es un sueño en el que la abuela muerta llora y da el título al libro. Falta tierra para salvar lo que nos queda, hace falta tierra para volver a las raíces, para revivir la madera y la circulación. Pero no la hay, no la suficiente para cubrir esas raíces. Tampoco hay metáforas en los sueños que nos expliquen. Las metáforas vendrán con las palabras que florecerán después en las ramas calcinadas: Que las lágrimas hagan su trabajo con las palabras enterradas escribir será una súbita floración en la rama calcinada esa altura donde los árboles lloran los incendios Pero los árboles trascienden los sueños y la memoria, un árbol es la imagen creadora, la vía de reconstrucción desde el desarraigo, el camino de todas las generaciones de la familia; es la casa y sus espacios, la casa que te ata a la tierra y el camino que se recorre hacia delante y a la inversa. «Metafóricamente es nuestro cuerpo y el de las antepasadas, nuestra casa, nuestra posibilidad de respirar y seguir viviendo». (Yaiza Martínez en el prólogo). ABRIR CAJONES Todo empieza con la atracción de “Los imanes de noviembre”, la primera sección de las cuatro que componen el libro, con la atracción de lo que queda retenido en los cajones, los fragmentos, el resto de vida que recorríamos con admiración y veneración arqueológica cuando éramos niños y que ahora puede ser el material de reconstrucción que necesitamos. El árbol que tiene en su mente Laura Giordani es uno que precisa de una actuación por nuestra parte; símbolo de todo lo que soporta nuestra historia, desde lo germinal, individual y socialmente. Y también de la pérdida o lo perdido, de las heridas que carbonizan y que dejan cenizas, restos, sal de agua evaporada. El árbol ha sido siempre signo, señal y símbolo del amor a la tierra, entendida ésta como la casa y sus generaciones, las paredes que se hundieron y anclaron en el suelo, el territorio que nos dio el tiempo y el espacio para unirnos, la matria, la patria pequeña, la de verdad. Un árbol calcinado que florece en las ramas gracias a las palabras regadas con lágrimas, es la reacción al dolor, a los daños y la carencia, pero una reacción no como algo ya conseguido, no pretende Laura Giordani dar lecciones, sino más bien como un inicio de una vía de reconstrucción. Después de seis años desde que publicó su último libro, por fuerza tiene que hablar de dolor y reconstrucción, la personal y la social, o una para la otra. La palabra y la poesía servirán de material para un resurgimiento, al menos en potencia. CENIZA Niña, me has sacado la palabra ceniza de la boca. Aparece la ceniza en los incendios, en la sal de los cajones, o en los dedos «por no haber dicho a tiempo lágrima», en las ramas calcinadas y sobre todo en las cenizas del padre. Difícil usar una palabra, ceniza, tan usada en poesía, pero qué bien aparece aquí, elevada al concepto necesario de este libro. Viaja por todo el poemario, pero se desarrolla especialmente en la segunda sección, Cantar mientras el mundo se derrumba: las obras supervivientes, donde se convierte en restos fantasmas, convertidos ellos en actos de resistencia íntima, como son casi todas las apariciones de la belleza, y frágil, pero resistencia. De entre las cenizas surgen: ...una diminuta talla de madera de caldén, dos postales con matasellos de Mauthausen-Gusen y las veinticinco palabras permitidas, unos versos en catalán escritos en papel de saco de cemento, el dibujo de una mariposa amarilleando en una maleta de cuero. Laura rescata como obras supervivientes cinco pequeñas obras, objetos ya de culto, acciones de amor y belleza haciéndolos renacer de la tragedia, del dolor de los demás, del silencio, como nuevos árboles, como palabras que florecen ahora de su mano con lágrimas compartidas. Palabras que son refugio, invocación narrativa y rescate, de una honda emoción y de gran belleza formal. Los objetos son ellos mismos y todo lo que les dio el ser. El objeto es él y todo lo que irradia, es ellos que lo tocaron y también quienes quisieron hacerlos desaparecer. VOLVER A LA TIERRA El pensamiento crítico se aletarga. La tierra no se encuentra en las pantallas. Contra algo tan simple, proponer la resistencia. La tercera sección lleva el título del libro: “Manca terra”, la ausencia de la tierra necesaria en una sociedad que hace perder la tierra bajo nuestros pies, la manca terra del sueño inicial, que en el análisis de los mundos individuales, el presente imperfecto que se sustenta en pantallas electrónicas ajenas a los árboles, a la historia y la memoria, se vuelve posicionamiento político. Nada de revoluciones salvo que la rebelión poética sea el hacer despertar de nuevo del sueño para no dejar que la tierra desaparezca y los árboles permanezcan. Este amor a la tierra y la crítica social, esta utilización del árbol, no es la atracción romántica por la naturaleza y la visita desde la urbe, sino algo más allá. Como dice Yaiza Martínez en el prólogo: «Aquí la fe en los árboles y en el lenguaje de la invocación, de la poesía, se entiende como sostén y medio de prolongación del individuo y la sociedad». La poesía como acto político, como posicionamiento político. LA BLANCURA TERMINAL DE LA INFANCIA El árbol de la infancia, la infancia como árbol que crece dentro. Volvemos a él.
“Encielarse”, última sección, es volver a esa tierra, subir a ese árbol para ver de nuevo. Vuelven las cenizas: Quedarse con lo que ardió abreviado en un puñado de cenizas —todavía tibias-- devueltas a la tierra para abonar los árboles que todavía resisten de pie. ... Con cenizas y saliva dibujas la casa viva como era antes —como nunca fue Volver al árbol y a la tierra como reserva y acción. Querer volver a la infancia para descubrirla triste, encontrar la pérdida de los contornos de casi todo lo que parecía ser sólido y determinante, bajar y entrar en la tierra. ¿Es seguro volver a la blancura de la infancia? ¿Es este otro síntoma del fracaso? ¿Es el poema la luz necesaria que permitirá la reconstrucción personal y social? Como siempre, las obras de arte plantean preguntas. El despertar para contestarlas es cosa nuestra. En este jardín los árboles contienen el aliento se elevan del suelo como a punto de decirnos algo. Tienen las raíces peligrosamente expuestas intentamos cubrirlas con tierra pero no alcanza: manca terra. La tierra bajó se retiró como la marea. ... Gran libro de Laura Giordani, bien estructurado en sus cuatro necesarias secciones y en cada uno de los poemas, que demuestra valor y hondura poética, posicionamiento y crítica, personal y social. Editado por La Garúa, sí, de nuevo, que se está haciendo con un catálogo notable, de gran solidez y unidad. TERESA PASCUAL. REBELIÓN DE LA SAL (La Garúa, Barcelona, 2020) Traducción y prólogo de Lola Andrés por ANTONIO GÓMEZ RIBELLES «Hemos llegado incluso a oír» es el primer verso del libro, una expresión que nos coloca desde el principio en la situación extraordinaria, a pesar de lo, como sabemos, ordinario de la ausencia, del dolor de ausencia, de enfrentarse al acontecimiento casi sin instrumentos que nos preparen para nuestros pensamientos a partir de ahora. lo hemos podido decir, detallar, explicar, contar, a qué horas qué luz … Son los pensamientos turbulentos y dolidos que se han hecho palabra, pero que ahora ya no será hacia los demás sino hacia uno mismo, el yo que debe pasar de la voz a la poesía. Todo parece nacer de la inmersión del cuerpo en un tanque de privación sensorial, donde todo lo que ahora pueda surgir del acontecimiento será solo suyo, la mayor forma del conocimiento volcada en el hacer poético, una capacidad mayor de pensamiento, desde el pensamiento sigiloso, desde la caja del silencio a la que se ve abocada. ¿Qué guarda el interior de los silencios que incluso llegamos a oír? En los tres primeros poemas surgen las palabras-conceptos que marcarán el libro: el silencio, el frío, la sal. La ausencia de la madre, a la que se dedica el libro, provoca que el sentimiento se transforme o se quiera transformar en reacciones físicas e incluso en algo casi objetual, imágenes de lo que se ve y te invade e imágenes de lo que no se ve. Del silencio se pasa al frío del posible olvido, a la sal en la sangre, como una necesidad de marcar las señales, los conceptos por los que se va a transitar para enfrentarse a la ausencia. Teresa Pascual utiliza las palabras como hitos que van llenando el puzzle de ese camino del pensamiento por o hacia algo no querido, no deseado, pero tampoco evitable, algo que contrariamente a lo que expresa la idea de camino, es capaz de detener la vida, el futuro aplazado que todo hace presente. Nos detenemos en uno de los escalones y la escalera puede parecer infinita. Sin comprender la lógica del tiempo dejamos la vida en vilo como si aún la vida fuera un futuro aplazado. … La contradicción entre lo que es un tiempo detenido y la tempestad del mundo interior en el que se intenta nombrar lo que apenas si somos capaces de colocar entre lo físico y lo mental, como si nadie lo hubiera percibido nunca, entre lo visible y lo no visible, habita todos los poemas, pero para ser superada cuando por fin todo lo conquista la palabra. Es el proceso completo, desde el acontecimiento, pasando por la turbulencia, el orden, el nombre, y el acontecimiento poético, lo que queda en este poemario. Y el camino del libro y el andar de los pensamientos de Teresa Pascual bien podría estar señalizado por estas palabras que dirigen sus pasos:
Y, así, con ellas, los poemas van quedando perfectamente tejidos, el libro es una sucesión muy bien hilvanada de uno a otro, a veces con el enlace del concepto repetido en ellos, la aparición cíclica de la sal, del silencio, del agua o el frío, que nos marcan un ritmo muy suave, muy bello a pesar de la pena y el dolor, o bello por ello. Los poemas derivan hacia la imagen (láminas, dice Lola Andrés), breves la mayoría de ellos, adecuados como golpes de luz, imagen compartida entre el nosotros, el tú y el yo. La sal es lo que queda, es el resto visible, lo que deja el mar en sus orillas como cercos que amurallan, lo que convierte el mar en un mar muerto, un lago en el desierto de sal, las salinas un mar espesado de silencio. Pero también es un acto de reacción, sea cual sea, rebelión, ante la sustancia en la que se da forma a la vida y a la muerte inseparable. Pero el libro no habla de la muerte, no es el tema, apenas aparece en un poema y es para situar la frontera: y se abría el espacio/ hasta ahora inexpresable/ de la muerte. «Ella, la sal, es el denso conductor del libro. Su sustancia se reubica en el concepto y se diluye en los versos, como lo hace en el agua de los océanos y de los cuerpos. También en la palabra que asiste, contumaz, aunque voluble —y no sabemos si con la precisión deseada—, a la voz que intenta decir lo que, tal vez, no se consiga decir». (Lola Andrés)
Y al final, como la otra barca, la de Caronte, las barcas de luz que crean el perfecto final:
Rebel-lió de la sal fue publicado por primera vez en 2008, en catalán, y fue merecedor entonces del Premio Nacional de la Crítica Catalana. La Garúa lo edita ahora en edición bilingüe muy cuidada, como siempre cuida la edición esta editorial, con una traducción de Lola Andrés, que se encarga también del prólogo. Tengo que reconocer el placer que me ha supuesto el leer hoy un libro en la lengua que escuché hablar a mi abuela valenciana y que sé que mi madre usó, lengua con la que yo conviví un tiempo, el suficiente para leerla. Las palabras me resuenan y los versos perfectos de Teresa Pascual, que tanto se pegan a la matria, me han llevado a territorios hermosos en su lengua original. Ahí está la precisa traducción de Lola Andrés, a la que se agradece también ese estudio en forma de prólogo. Cómo se agradecen los análisis de los traductores y las buenas ediciones.
Teresa Pascual (Grau de Gandía 1952), poeta y traductora ha publicado nueve poemarios y ha recibido numerosos premios. El más reciente Vertical (2019) ha sido premiado con el Ausiàs March de poesía. Para conocer y seguir. OSCAR TUSQUETS. PASANDO A LIMPIO (Acantilado, Barcelona, 2019) por ELENA TRINIDAD GÓMEZ El concepto pasar a limpio, tan asimilado por la mayoría de mortales, es concebido como un modo de poner orden a nuestras ideas. Organizar y clasificar cuarenta años de reflexiones que habían divagado por su mente es la tarea que ha llevado a cabo Oscar Tusquets en Pasando a limpio.
Por un lado, tenemos la recopilación de ideas del veterano arquitecto, pintor y diseñador barcelonés; y por el otro, capítulos compuestos exclusivamente por citas de diversos artistas (como Oscar Wilde, Andy Warhol y su admirado Dalí) y suyas. Esto es lo que hace que sea una atrevida publicación por parte de la editorial. «El arte no es lo que ves, sino lo que haces ver a los demás». Con esta cita de Edgar Degas hace referencia, casi al principio del libro, a su concepción del arte. Nos enseña que no aprendemos a ver hasta que el artista no muestra aquello que ha sabido captar. El arte hace que valoremos aquello que tenemos a nuestro alrededor, que miremos con ojos otros ojos, unos más sensibles. Como Tusquets resume en una de sus citas: «Hasta que Edward Hopper no pasó a limpio su interés por los suburbios de las ciudades estadounidenses no los valoramos». Su lucidez es palpable en capítulos exclusivamente de temática pictórica como ‘Entender Las Meninas’. Con un estilo fluido nos habla de las peculiaridades de interpretación arquitectónica y de la incorporación del espectador en el cuadro por parte de Velázquez, donde se deja ver por qué es una de las mayores obras de arte de la historia. También aprovecha para rechazar la ambiciosa interpretación foucaultiana de la obra, que defiende la idea de que lo que se refleja en el espejo no es otra cosa que el retrato del pintor a los reyes, teoría que Tusquets cuestiona exponiendo que, en tal caso, se aparecería reflejada la espalda del pintor. Se trata de uno de los puntos fuertes del libro. Mientras tanto, en Innovación arquitectónica trata con acierto el falso mito de que la tecnología revolucionaria trae consigo innovación arquitectónica. Entre otras cosas, analiza la balanza que en su momento estuvo inclinada a favor del barroquismo, una etapa recargada y ostentosa que ahora tiende a la apariencia pobre, mínima. ¿Adónde nos llevará esa influencia de la Bauhaus en la arquitectura? Pone sobre la mesa diversas cuestiones, pero hay que decir que nos ofrece pocas respuestas. En el capítulo de Gran Benidorm destruye con un acertado análisis, apoyado por citas de reconocidos sociólogos y arquitectos, la idea del Benidorm de la especulación, enseñando las bondades ecológicas de los rascacielos y lo que ha beneficiado al litoral mediterráneo. Esos edificios que permiten la visibilidad del mar estés donde estés, paseos inmensos a pie de playa, y la posibilidad de ir andando a cualquier lugar, lo que evita el uso de transporte. Es una ciudad barata, muy barata, un lugar ideal para el trabajador medio con vacaciones pagadas. Tusquets es un burgués (como se autodenomina) encantado con el veraneo proletario, del guiri borracho en cualquiera de los cientos de garitos de la ciudad a las cuatro de la mañana. Un burgués fascinado por la innovación y eficiencia de la ciudad más sostenible del Mediterráneo. El análisis arquitectónico es uno de los puntos fuertes que sostiene el libro. Resulta revelador para el buen lector que hará del recorrido por una catedral una experiencia más consciente, percatándose que iluminación y adaptabilidad son pilares esenciales en la arquitectura. Tusquets critica el modo de iluminación artificial tan extendido en el mundo, donde la ausencia de luz natural hace que la experiencia casi sacra de visitar monumentos se convierta en algo un tanto superficial. En realidad, la iluminación se convierte en una tema recurrente a lo largo del libro, no deja de recordar la necesidad de espacios luminosos donde la luz artificial sea casi anecdótica. Hacia el final del libro utiliza un extenso capítulo sólo para nombrar todo aquello que le molesta. Como no podía ser de otro modo, como si se tratara, en ciertas ocasiones, del típico cuñado enfadado que viene a darte lecciones, da soluciones a gran parte de los problemas que plantea: los puentes venecianos, lo políticamente correcto, el transporte aéreo... Se trata de una obra que, aunque en muchos casos sea anecdótica, también resulta esclarecedora. Un libro lleno de intervenciones y referencias a la búsqueda de la elegancia y la eficiencia, donde también hay espacio para una concepción del arte innovadora, se echa en falta la intervención de voces femeninas. Por desgracia, las creadoras son totalmente olvidadas en este diario reflexivo. |
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