LA BIBLIOTECA DE ALONSO QUIJANO
Reseñas
GINÉS ANIORTE. EL BARCO DE TESEO (Renacimiento, Sevilla, 2022) por ANTONIO GÓMEZ RIBELLES La vida está llena de momentos intrascendentes, de trivialidades que inundan todo de manera tal que no tenemos más remedio que intentar obviarlas para ser capaces de construir la historia basándonos en los hitos constituyentes de nuestra cronología. Y esos hitos nos llenan de acontecimientos que algunas veces son felices, pero que en su mayoría nos han marcado, nos han llenado de heridas que no son solo las que el tiempo pone en nuestro camino y nos arrollan, sino también las formas de enfrentarlas, deconstruirlas o contarlas. Contar su historia cambia a quien la cuenta, y nuestra identidad estará inevitablemente unida a la manera de contar, de poner nombres a las cosas para darles existencia, pero también a los cambios que practicamos en nuestras emociones al ser recordadas, reconstruidas, revividas. «Cada uno padece de su propio lado de la vereda y entiende el mundo de acuerdo a lo que se llega a ver por entre los visillos de su ventana» (Federico Falco). Vemos las cosas a través de una ventana, le ponemos visillos o no, nos pegamos a ella o nos alejamos, pero lo que es inevitable es que todo nos cambie, incluso las trivialidades que, por repetidas, crean un entorno de calidez que lo envuelve todo. El distanciamiento de los acontecimientos genera la verdad, la que resulta de sustituir unas piezas por otras, la que sustituye lo que fue real por una nueva realidad, lo que nos hace avanzar en el tiempo y en la sinceridad. Son diez años los que llevaba Ginés Aniorte sin escribir poesía, no solo sin publicar, sino sin escribir. Sí ha escrito y publicado narrativa, novela, pero es ahora cuando edita Renacimiento El barco de Teseo, que coincide en momento y editorial con Angelina, un enfrentamiento epistolar con el dolor y el trauma que marcaron la juventud y la vida de Ginés tras la enfermedad y muerte de su hermana mayor. Cuarenta años han sido necesarios para poder poner por escrito el acontecimiento que marcó su vida. Pero la brillante vuelta a la poesía que es este barco se enfrenta también con dos cosas: la primera es obvia, y es precisamente la poesía y su necesidad o su porqué, que queda clara en la lectura del libro, pero también, de manera irónica, en el poema ‘A modo de prólogo’, que abre el poemario y que se burla de la vanidad inherente a los artistas y que nos da en su final la esperanza de que este retorno no sea puntual. Tal vez lo esencial de abandonar la actividad poética no está lejana a nadie que se dedique al arte, donde hay una entrega que no es correspondida, y que en ocasiones es superior a lo que nos podemos permitir. Pero también están los retornos, y la cita de Lucrecio tras el prólogo: «Entonces, por fin, las palabras sinceras salen del corazón, cae la cáscara y queda el hombre», dan explicación a la necesidad de la poesía. Lo segundo es la forma de construirse en el tiempo. La edad nos acompaña inexorablemente, pero Ginés Aniorte no ha escrito un libro crepuscular, porque no toca, pero sobre todo porque lo que más desea es un autorreconocimiento íntimo, y abierto a todos, de todo lo que fue recogido en el camino, ese río, y aquello que también hemos ido dejando en los demás, pero sobre todo en nosotros mismos. La cita de Montaigne que inicia el libro nos da la línea en la cual debemos leer el libro, no como un repaso por la memoria de lo que fue la vida, la familia, los traumas, sino cómo resurgir con ellos, superando lo superable, conviviendo con todo lo demás: «Puesto que el espíritu tiene el privilegio de escapar de la vejez, le aconsejo con todas mis fuerzas que verdee, que florezca mientras pueda, como el muérdago en un árbol seco». La paradoja filosófica clásica del barco de Teseo plantea la duda de si después de cambiar todas las piezas de la embarcación, después de los viajes y las reparaciones necesarias, o del paso del tiempo mientras se conservó en el puerto (siglos, según el mito), sigue siendo el mismo barco o ya no. Es una paradoja y como tal no nos da más que una oportunidad de reflexión que puede ampliar el campo a niveles insospechados. Ginés Aniorte no necesita ahora pensar en si somos después del paso de la vida y sus acciones los mismos u otros. Él lo tiene claro: es el poema ‘El barco de Teseo’, el que da título al libro, el que nos explica con contundencia su resolución de la paradoja filosófica, que es vital: «Soy la suma de todas mis acciones» y también «a los míos y a otros debo yo / al menos la mitad de cuanto tengo. / ... / Porque soy sobre todo la memoria / que maneja los hilos del presente». Es decir, que no resuelve la paradoja clásica, pero da solución a su propia personificación en ese barco, que contiene heridas cosidas, traumas, vergüenzas y sombras que nos hacen distintos de cómo seríamos de no haberlas vivido, pero que se recomponen en esperanza en este cuerpo. Y la tesis que tantos compartimos: somos memoria, seguimos mirando en ella y con ella todo se altera y vuelve realidad. Empieza el libro con el ya citado prólogo y con un brindis a modo de invocación a las musas. Canta, oh musa, aunque me hayas abandonado un tiempo: «Ha vuelto la poesía con sus lutos / y su sombra me auxilia y me redime. // Bienvenido sea el don que me descubre / brindando por las lágrimas del tiempo» (‘Brindis’). Es la memoria la que tiñe todo el libro y, estamos de acuerdo, somos memoria. De acuerdo, paseamos por las líneas del pasado, esas que nos acompañan pero de las que también dudamos, como si la memoria nos traicionara y fuese una memoria-ficción: «¿Y si al fin la memoria fuera también ficción / y no existió aquel día / que te trae su luz cuando cierras los ojos?» (‘Entelequia’). Pero el poeta puede intentar que aquellas cosas vuelvan, «piensa que quizás pueda escribir un poema / y traerla consigo esta mañana / e insuflarle la vida con sus versos», enfrentarse a la tristeza «¿Por qué no ha de enfrentarse a la tristeza / que pretende arrasar el alma toda / si está a su alcance el modo de abatirla?» (‘Primer domingo de mayo’). Es así como el poeta se afronta a su vuelta a la poesía, en la creencia renovada del poder que tiene el poema, el verso, para hacer renacer los espacios en los que habitó y habita todavía: «La sed de eternidad que anida en los poetas / consigue que regrese a aquella casa /... / en el espacio exacto que muestran estos versos», a pesar de que la duda aceche «porque acaso no sea lo bastante poeta / para obrar el milagro». De todas formas llega al acuerdo entre poesía, recuerdo, realidad, y muestra en el poema ‘Centro de día’ el mecanismo práctico de la memoria construida a través del personaje de la anciana en la residencia:
El uso constante de la memoria como guía es a veces un lamento por las cosas perdidas, como en ‘Augurio cumplido’, donde ya nada es lo mismo, una reflexión sobre la juventud y sus profecías que se han constatado vanas, «el tiempo ha desmentido tu pronóstico» (‘Bécquer’), «Dónde está aquella edad», y siempre constantes la presencia de la madre, del padre, de la hermana desaparecida hace tanto tiempo y la homosexualidad. Pero el uso del tiempo pasado lo hace venir al presente. Ya he dicho que Ginés Aniorte no escribe un libro de finales, de crepúsculo, sino que todo lo que aparece está usado como una renovación (es el barco de Teseo), sin dejar de lado el reconocimiento de que todo pasa a nuestro lado y deja huella, como cuenta en ese bellísimo poema que es ‘Quimera’ y que termina: «Al cabo todo pasa. / Menos yo, que persisto». El libro está construido como un río. Los poemas fluyen en un paralelismo con la vida pasando por el paisaje, con una métrica que es muy cómoda para el poeta, el endecasílabo y heptasílabo que te llevan de una manera clásica, limpia y sin ahogos por el repaso de todo aquello que te pasó factura. En esto cumple con el curso del pensamiento, donde las ideas se enlazan al fin con limpieza. Pero también el libro es cómodo para el lector que Aniorte espera: «Desde aquí yo os acecho y os convoco, / y espero que vengáis a visitarme, pero sin artificios ni aspavientos, / con la docilidad que lo prudente y sobrio nos dispensa». Miramos atrás en la memoria, pasamos por la intimidad y la experiencia y llegamos a lo real del poema. En el proceso de reconocimiento de uno mismo y de las posibles culpas, aunque no sean ciertas, o no del todo, Ginés está acompañado de certidumbres, esas que da la reflexión y el tiempo y la edad, incluso en los momentos de duda aparente; y también melancolía, a la que se enfrenta con el convencimiento que dan la vida, las reparaciones necesarias, y el deseo de huir «como única manera de encontrarme». No nos dejan detenernos en casi nada y el poema sí nos deja. En él tomamos conciencia de la vida y de lo que nos rodea, lo fijamos, y también aquello que pasó y nos dejará la gloria de los días, en ese toque Wordsworth que asoma en ‘La casa familiar’: «Se esfumarán la casa y el recuerdo, mas quedará la gloria, aunque perdida, / con que el azar nos quiso distinguir / y por la que hoy / —si bien me sabe a poco— / me muestro agradecido». Ginés Aniorte ha escrito un gran libro, pensado y valiente, muy bien trabado, con una sucesión de poemas que te lleva en una narración sincera y envolvente, acompañada por su saber en el verso y en la palabra que ya conocíamos. Para terminar os dejo con este poema que creo que condensa bien las ideas del libro. CANTAR DE CIEGO
Con el tiempo no ves sino dentro de ti. Para aquello que siempre te mostraron los ojos eres ahora ciego e insensible. Y palpas en lo oscuro y te deslumbra el tacto de cuanto hoy se niega a la mirada. Bendita sea la luz que solo se descubre cuando el mundo se eclipsa.
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MANUEL MADRID. FONDO DE ARMARIO (Balduque, Colección Sudeste, Cartagena, 2022) por ANTONIO GÓMEZ RIBELLES Al abrir Fondo de armario podríamos pensar que quizás fuera una versión poética de Carne de caimán, el anterior libro de Manuel Madrid (una suerte de coda, dice Francisco Torres Monreal), que conocimos y que recibió el premio de diseño en el Creamurcia 2019 (Estudio María y José Luis). La dedicatoria que el autor nos hace a los que leímos ese libro “por dejarse herir” nos relaciona íntimamente con él. Sabe Manuel Madrid de la relación de este libro con el anterior y demanda al lector afortunado de ambas obras que la tenga presente y además hace coincidir el número de poemas, 26, en uno y otro; pero a pesar de la evidente relación, no es ni una continuación, ni una versión en verso. No solo el paso al poema, que es evidente, sino otras ideas, hacen de Fondo de armario un libro distinto y especial. Dos citas dan claves de qué se propone Manuel Madrid: la primera presenta el poemario y es de Julian Barnes en la que se plantea la existencia de momentos que podrían pasar por cotidianos, algunos banales y que sin embargo se convierten en cruciales («el primer cigarrillo, la nieve sobre un árbol en flor, Venecia, el placer de comprar...»). Son todas esas cosas y acontecimientos las que componen la vida y dan sentido, aunque algunas queden colgadas: «Colgué lo que puede que hoy no sea... / Ahí en el fondo de un armario en Barcelona». Los que tenemos la suerte de conocer a Manuel sabemos de su método reflexivo en torno a su trabajo periodístico, conversador sin agobios, como si no hiciera una entrevista, no interrogativo, diálogos en los que tanto habla tanto él como tú, sin miedo a la sinceridad, para extraer después lo esencial, lo que nos demuestra su alto nivel de atención y sobre todo de observación, de asombro ante las cosas que ve tanto en los territorios más alejados por sus viajes, en las personas conocidas o buscadas en esos nuevos caminos, como en los más cercanos, con un gran dominio del lenguaje que le permite jugar con la manera de contar. Pero para contar bien hay que saber captar la esencia. En este trabajo tan personal en el que se convierte su poesía, intuyo que el proceso es el mismo, pero mayoritariamente sobre él en sus relaciones con los demás. Asume lo esencial del poema en su carácter dialógico con otros, pero esencialmente consigo mismo, en esa forma reflexiva y de mensaje que tiene la poesía que, de alguna manera, podrá llegar a un destino. Tiene que ver con los viajes como hizo en anteriores libros, pero no en la parte de descubrimiento de los nuevos espacios, sino en la parte del encuentro. Solo en unos pocos poemas se acerca a un lugar determinado dando el nombre (Génova, Jerusalén, Barcelona, una calle de Murcia), aunque eso no quiere decir que no haya un paisaje en todos, sino que la prioridad está esta vez en él y el otro. Es lo humano lo más visible, esta vez liberado del lugar, o mejor, convertido él y sus encuentros en el “lugar” del acontecimiento. El Eros, el amor, la búsqueda del contacto, en definitiva los afectos deseados y no siempre conseguidos, porque en muchos queda un regusto de decepción, la desazón ante lo que se quería y no se alcanza, que es personal pero también crítica de la sociedad en el actual sistema de relaciones. No quiero ver lo autorreferencial, sino lo que queda. Partir del acontecimiento puede llevarnos a narrarlo, pensando que aquello fue de tal manera y nos iluminó tanto que con un estilo descriptivo bastaría. Pero Manuel Madrid parte de aquello, las vivencias, para ir posteriormente construyendo el poema, podando hasta limpiar la prosa original (que ya era poética siempre en su estilo), dar forma, también visual, al lenguaje y los versos, crear imágenes poéticas y dejar lo importante, lo que puede ser luz, “realidad invocable” que decía Celan. Y para Manuel Madrid esa realidad estará en la belleza que queda en el poema, marcado por un ritmo vital, una cadencia casi respiratoria, una concisión a la que yo no llamaría sencillez pero sí adaptación al habla cotidiana. No hay vibración del tiempo, todo son escenas extraídas, pequeños momentos recordados, verdaderos en su construcción a partir de la memoria y del proceso de aparición. El tiempo está, lo sobrevuela todo, pero asumiendo su levedad. Todo ocurre en un tiempo, todo es tiempo recobrado, nunca nada es intemporal, pero Madrid sabe escapar del érase una vez para instalarse en la suma de todos los tiempos que es el presente donde no hay tiempo detenido.
Adquiere importancia lo no dicho. Las cosas ocurrieron en un entorno del que solo queda ese recuerdo en el poema, al menos para el lector. Lo demás ya está, porque cada poema queda sin contornos, abierto hacia todo aquello que no se dice. Igual que en las fotografías queda siempre el fuera de campo, a veces tan importante o más por conocimiento o ignorancia. Lejos de la imagen, del poema descriptivo, Manuel Madrid está más cerca de la poesía como pensamiento y reflexión. Es cierto que en ocasiones se acerca al aforismo o la sentencia, pero sin ese afán de tener razón que en ocasiones acabas teniendo de los libros de aforismos. En el mundo de la poesía o se es valiente o no habrá nada que perviva. Y en eso, en este libro y en los anteriores, y en su trabajo periodístico, Manuel Madrid tiene claras las cosas y lo que es verdad. Los temas no son siempre celebrativos, y un principio más elegíaco nos sitúa en este bellísimo poema que es ‘Otoño sin soldadura’ y que comienza: Hoy te habría besado. Quería contarte que volvió el otoño. Que sentí, de nuevo, la tristeza del frío. Pasaremos por la decepción («Ni aprecio, ni atracción ni aliciente / los asientos del tiovivo / estaban ocupados por imposibles»; «Eliges ser nada / pudiendo ser todo»), el humor, el sexo, la busca («busco cuerpos deshabitados»), la toma de partido y la defensa de lo que se cree (‘Asilo’ o ‘Trimonios’), y sí, el acontecimiento («cuando rompiste a reír con júbilo, // habías adivinado / el paradero de Júpiter) y la obligación de buscar la felicidad. La otra cita de las dos a las que hacía referencia es de cierre y es de Carmen Laforet, extraída de Nada y de la que copio un fragmento: «Me marchaba ahora sin haber conocido nada de lo que confusamente esperaba: el amor en su plenitud, la alegría, el interés profundo, el amor». Ese cierre, esa insatisfacción final, decepción al fin, sobrevuela los poemas; y ese deseo no siempre cumplido seguirá moviéndonos en la búsqueda, el viaje, el otro, y serán momentos cruciales que volverán a ser poema. Belleza. XIX. MECÁNICA CELESTE Cayó de repente Desde el azul del mundo Y el corazón se me encogió MARI TRINI ‘Una estrella en mi jardín’ (1982) Vuelan desorbitados. Aquí, allí. Tras de sí dejan colas de polvo y gas. Torpes e ignorantes, no reconocen al astro rey. Cuerpos celestes, sí. Nada más. Un centelleo que se evapora como nube de verano. CURTIS BAUER. SELFI AMERICANO (Vaso Roto, Madrid, 2022) Traducción: Natalia Carbajosa por ANTONIO GÓMEZ RIBELLES Pensar en imágenes, pensar en palabras, écfrasis, descripción, observación dentro, dolor, tiempo, espacio, autorretrato, imagistas... Hace tiempo que me planteé el pensamiento en imágenes o el pensamiento en palabras, en conversaciones entre artistas y poetas, y aunque no pretenda cambiar las cosas imposibles de cambiar, sí me planteo cómo articular eso como pintor y poeta. Sigo pensando en ello admitiendo mi total predisposición hacia las imágenes en la construcción del pensamiento. Me consta que es así en muchos de los que usamos las imágenes como creadores, y que es más normal el uso del pensamiento verbal en los poetas. Pero el uso en estos de la descripción, de la creación de imágenes poéticas a partir de la imagen visual no es nada extraño. Un artículo de Natalia Carbajosa, brillante traductora del libro del que hablamos, sobre La écfrasis en la obra de Luis Javier Moreno me devuelve a un planteamiento más técnico y francamente interesante. Fue precisamente cuando recibí el libro de Curtis Bauer Selfi americano de su mano. Hablamos de muchas cosas, de la dificultad de traducir un lenguaje dominado por monosílabos y sonidos vocálicos (Kerouac, Kerouac) al nuestro, de la longitud de los versos en castellano y sus pegas, y de lo contrario en alemán, de Brueghel. Y surgieron temas que aparecerán aquí. Pienso de nuevo en todo eso cuando empiezo a leer el último libro de Curtis Bauer, de título muy explícito en intenciones, Selfi americano, pero que lejos de lo peyorativo que nos pueda resultar el término por el abuso que desarrollan las redes, acoge en este mundo pequeño pero grande de la poesía toda la hondura que le puede dar la maravilla que es partir de la imagen para llegar a la palabra. En un artículo publicado por el autor en North America Review, “Mirando detrás del poema”, en el que habla de un poema, ‘Río Manzanares’, recogido en este libro, y de las circunstancias que rodearon su escritura y que le ayudaron a conformar la poesía reunida en este libro, Bauer establece una posición clara: «...escribir un poema puede llevarnos a un lugar que no creíamos posible imaginar y puede permitirnos ver experiencias y visualizar emociones que de otro modo parecerían imposibles». Curtis Bauer se mueve entre la realidad y la visión, no la mirada sino la visión, esa que se llena de la experiencia personal de la mirada y de los caminos y bifurcaciones a las que el pensamiento crítico le lleva, un lugar pensado pero a veces inesperado. Lo que queda de surrealismo en esa visión lo detectamos formalmente en los desvíos, en las imágenes y frases subordinadas que llenan los poemas, los lugares que nacen casi del automatismo pero que a diferencia de este sí están filtradas y sabiamente enlazadas, y sí sirven para crear tanto el espacio común al autor como a sus pensamientos. Pasa lo mismo con el tiempo, que crece con el poema y que circula entre la realidad y los recuerdos para la consecución de esas experiencias y emociones que solo así son posibles. Del “no ideas but in things” de Carlos Williams subyace la presencia de la cosa, esa cosa que se somete a un proceso de descripción que se transforma en algo que puede llegar a ser lo que él necesita. La observación para no perder nada y para modificarlo. Solo se escribe sobre aquello que nos obsesiona, que es imagen en muchas ocasiones, que se mezcla con otras imágenes, que en un proceso ecfrástico sobre la propia imaginación se traslada al poema. El poema ‘Si Brueghel hubiera pintado un paisaje de Iowa’ nos relaciona con William Carlos Williams y sus Cuadros de Brueghel y es un perfecto ejemplo del proceso creativo de Bauer, de la relación con su paisaje de nacimiento, de la interpretación del método, de la manera genial de regresar a un pasado que no se debe olvidar (por eso se escribe) pero que de todos modos es imposible a través de la actualización de la pintura de un Brueghel moderno y de la écfrasis sobre un cuadro inexistente, salvo en la imaginación del poeta y después en la del lector. Un fragmento: SI BRUEGHEL HUBIERA PINTADO UN PAISAJE DE IOWA Ahora se centraría en las luces urbanas de la noche todas rojas, cada una retenida en su espera. Nada que imitara el brillo de las estrellas ni cómo los cuervos reunidos en los árboles en torno a la biblioteca en medio de la ciudad se acicalan, observan, se acicalan. Un graznido a punto de rasgar la noche, y un tañer de campanas, y un ¡pum! sordo a punto de sonar tras un cobertizo. El dueño de una tienda de barrio se sacude un poco de soledad con cada refresco Big Gulp y cada litro de gasolina. El olor es libre pero difícil de pintar.
SELFI AMERICANO Quién es el hombre, pues solo puedo imaginar un hombre, que tocaría a una niña, que desnudaría a esa niña, que la haría agacharse y la penetraría y a él y a él Combina, pues, lo elegíaco con lo descriptivo, lo familiar con el dolor, el paisaje con la imaginación, la ternura con la dureza, la memoria con el trauma. Y no deja de sentirse extranjero pero capaz de adaptarse, como en ‘Exile’ o ‘HappyTX’: «pero rescato lo que he perdido al regresar, enraízo los pies en la tierra, me aferro a un lugar, me convierto en parte del terreno».
La cuidada edición bilingüe de Vaso Roto, como siempre, (esas portadas de Víctor Ramírez) y la excelente traducción de Natalia Carbajosa nos introducen de manera muy apreciable en la poesía de este autor, también profesor de escritura creativa, y que se dedica a la traducción del español al inglés (Jeannette Clariond, Luis Muñoz, Juan Antonio González Iglesias, Fabio Morábito...) y del que había solo una pequeña obra en castellano: Cuaderno en español - España en dibujos (Ediciones en Huida). Sus dos poemarios anteriores quedan pendientes, Fence line y The real cause for your absence. MARCOS-RICARDO BARNATÁN. ANTOLOGÍA DE LA «BEAT GENERATION» (Chamán, Albacete, 2021) por ANTONIO GÓMEZ RIBELLES Habitualmente los grafitis no ocupan mucho de nuestra memoria ni de nuestro imaginario. Visto y no visto se acercan mucho. Apenas un segundo se calcula que es el tiempo dedicado a un anuncio en la calle, menos a un grafiti. Muy pocos son los que te llaman la atención y quedan como aportaciones verdaderamente interesantes. Los demás pasan: firmas, frases de tipo amoroso u obsceno, insultos, todavía algún lema político que queda anticuado, o un no future. Pero todavía surgen algunos que llaman a ir contra la sociedad y las normas, todavía alguno de melancólicos principios anarquistas y todavía algunos que llaman a usar tu inteligencia. En este ámbito me sorprendió hace unos días encontrarme con uno que ya debía estar ahí hace tiempo, en una caja de luz de un cruce, sobre un pequeño jardín, pero en el que no me había fijado, un grafiti de pura acción poética, sólo una palabra: BEAT. Siempre que me empiezo a ocupar de un tema en mi trabajo artístico y mis lecturas (ambas cosas suelen ir muy unidas), creo que algún libro, un disco, una película, un documental, o varias cosas a la vez, o todas, me han llevado a profundizar en ese tema, como si fuera algo personal. Somos a veces inocentes, y otras sabemos que lo hacemos porque algo flota en los ambientes que acostumbramos a habitar. Y este es el caso de la Generación Beat, que desde hace unos años está apareciendo en medios poéticos y culturales como una manera de revisitar la literatura y una forma de vida de un grupo que se encontró en unos años muy concretos, el final de la II Guerra Mundial, en un territorio complejo y en una sociedad, la estadounidense, plagada de normas políticas y morales que asfixiaban y controlaban el librepensamiento. La aparición de Ginsberg en la película The Rolling Thunder Revue (Martin Scorsese, 2019) un falso documental sobre la gira de Bob Dylan, Joan Baez, vestido con traje y corbata, con su aspecto cándido y “beatífico”, leyendo poemas o soportando que se le recortaran los minutos en el escenario. Tal vez la escena en la que Dylan y Ginsberg visitan la tumba de Kerouac en Lowell, con lectura de poema y canción incluida, fuera el punto inicial en mi caso para recuperar Aullido y empezar a leer más poesía beat. Era fácil, porque se une a la película la aparición en varias editoriales de obras de poetas de la Generación Beat, algunos no del grupo inicial, estudios como Female Beatness de Isabel Castelao-Gómez y Natatalia Carbajosa y la recuperación de textos canónicos de la generación. Las películas On the road o Howl, también están ahí. Se une ahora Chamán ediciones con la acertada reedición de este libro, Antología de la «Beat Generation», el origen de las publicaciones de la generación beat en España, una antología que el poeta argentino Marcos-Ricardo Barnatán publicó en 1970, haciéndose cargo de la selección y de la traducción, y que contó con cuatro reediciones hasta 1977 en Plaza y Janés. Este es un libro histórico al ser la primera muestra editada en España, con cuatro de los cinco seleccionados vivos y muy en activo (Kerouac había fallecido un año antes) y que se nos puede quedar corta ahora, de una literatura que mostraba una cultura y una forma de vida muy distinta, incluso para su país de origen. Pero hay que verla con perspectiva. Llega en 1970, no muy tarde si lo pensamos para aquellas décadas de dictadura, pero quizás demasiado para el gran éxito que tuvieron en Estados Unidos y su conocimiento en Europa, a veces en confusión con los existencialistas. Y el camino de llegada a España fue vía Latinoamérica, donde sí se habían publicado algunas antologías y donde se conoció con más rapidez un “fenómeno” cultural que se extendía a muchos aspectos de la vida. Pedro Gascón, en su introducción ‘Al lector’, explica bien el camino de esta publicación y la figura entonces de un joven Marcos-Ricardo Barnatán, que tanto ha dado después a la literatura y el arte. La traducción es la misma que se publicó en 1970, por expreso deseo del autor y tiene todo el sentido que así sea, a pesar de que podríamos considerar hacer correcciones, acortar algunos versos en castellano, pero al ser edición bilingüe, tan importante para captar el uso de vocales y ritmos del poema beat, es bastante fácil adaptarse y como dice el antólogo hacer nuestros los poemas. Porque se trata solo de poesía, solo poemas y de cinco autores: Gregory Corso, Lawrence Ferlinguetti, Allen Ginsberg, Jack Kerouac y Philip Lamantia. Faltan autores beat, sí, pero es la selección original de 1970. Hacer otras correcciones, nuevas inclusiones, acabaría con el sentido de esta edición en Chamán ante el fuego. El caso de la anulación de las mujeres escritoras y artistas, de este y otros grupos y corrientes, no por ir de la mano de una época tiene un pase. Los mismos miembros varones de la generación caían en ponerlas en ese plano secundario (basta leer En el camino). Ocurrió lo mismo con las escritoras y artistas mujeres de la Escuela de Nueva York. La edición de Chamán hace un gesto incluyendo en la bibliografía el libro de Annalisa Marí Pegrum Beat attitude. Antología de mujeres poetas de la Generación Beat, de 2015, y yo añadiría el trabajo del que ya hemos hablado: Female Beatness; algo parece querer corregirse.
Sí podemos hablar de la selección escogida, con un Gregory Corso brillante en ‘Vuelta al lugar natal’ o ‘Pero yo necesito la bondad (Pero, ¿qué es la Bondad? He matado a la Bondad/ Pero, ¿qué es?)’. Aparece también el editor de City Lights, Lawrence Ferlinghetti, que aparte de ser el responsable de muchas de las publicaciones del grupo, fue escritor y poeta y destacaría ‘He’ (Él es uno de los melenudos profetas regresados / Tenía barba en el Antiguo Testamento / pero se la afeitó en Paterson) un poema-retrato de Allen Ginsberg, el mayor representante de la generación por el éxito de Aullido y otros poemas (ha vendido casi un millón de ejemplares en City Lights Books, su editora original), el juicio que se llevó a cabo contra la edición por obscenidad, y por el carácter del propio autor, que llegó a ser reconocido en todo el mundo como uno de los grandes poetas estadounidenses. De él se recogen más poemas que de los otros cuatro, merecidamente: de Aullido, fragmentos, extensos, eso sí, también fragmentos del monumental poema Kaddish, una versión de la oración del huérfano judía, despedida del familiar fallecido, en este caso un enorme poema a su madre, fallecida en 1956. (Es extraño que ahora piense en ti, lejos sin corsé ni ojos, mientras camino por el soleado pavimento de Greenwich Village). Jack Kerouac, poeta del jazz, como él quería ser reconocido, aparece representado con varios de sus chorus del libro Mexico City blues, libro que merecería ser también reeditado. Aquí aparecen cuatro de los 242 chorus que escribió en un lapso de tres semanas de 1955, acompañado de Wiliam Borroughs. (Glen Miller y yo fuimos héroes / cuando se descubrió / que yo era el más hermoso / muchacho de mi generación). Y por último Philip Lamantia, uno de los poetas más cercanos al surrealismo y a lo visionario, surrealismo que está latente en toda la generación cultural desde los años 40, ligado todo a la improvisación del jazz, a la apertura de los sentidos y a la libertad individual. Todo un acierto de Chamán el reeditar esta antología y en este momento. Tal vez cause el mismo interés que medio siglo antes provocó, por razones ahora más íntimas en muchos de nosotros y con la lectura calma de lo ya estudiado, cribado y limpio de tópicos despectivos como fue en su momento el mismo término beatnik (hasta en Los Simpsons; pero, ¿qué no aparece en Los Simpsons?). Escucho a Thelonius Monk y John Coltrane mientras escribo, en una grabación de 1957, el año que se publica On the road de Kerouac y un año después de la publicación de Howl (Aullido y otros poemas) de Ginsberg. El jazz fue la banda sonora y el modelo de ese beat, ese ritmo cambiante, «una unidad respiratoria», «la articulación rítmica de la emoción» (Ginsberg), ese fraseo que cambiaría la manera de ver la literatura y la cultura, y todo, que iluminó a los beat y que nos abriría la capacidad de observar el mundo desde abajo y desde dentro. Se planteaba Barnatán en su prólogo de 1969, incluido en esta edición, lo siguiente: «Juzgar una explosión tan compleja, como la que ellos significan es prematuro, sobre todo cuando las llamas aún arden; y es difícil calibrar si los frutos son tan permanentes como aparentan». Pues parece que 51 años después, ahora con todos los autores fallecidos, el último Lawrence Ferlinguetti este mismo año con 101 años de edad, ya no es prematuro afirmar que los frutos han sido permanentes, y que mucho quedó cuando alguien joven decide escribir sobre un transformador en 2021 un grito BEAT con letras de grafiti. No debe desconocer de lo que está hablando ni de sus intenciones, no es nada vacío. ANTONIO GÓMEZ RIBELLES. LAS LAGARTIJAS GUARDAN LOS TEATROS (La Estética del Fracaso, Cartagena, 2021) por NATALIA CARBAJOSA Hablar de intemperie y de desarraigo metafísicos en esta época de refugiados, desplazados, inmigrantes y afectados por inundaciones, terremotos o volcanes que, en cuestión de segundos, pierden los bienes de toda una vida y a sus seres queridos, puede sonar injusto y banal. Como siempre ocurre, lo urgente —y vaya si lo es— nos hace perder de vista lo importante: en este caso, que cualquiera que llegue al mundo o se despida de él, por bien rodeado que se halle de paredes sólidas y de una prole afectuosa, lo hace desde su menesterosa condición de ser desnudo, solo y desarraigado. La conciencia, en momentos de especial intensidad o estado de alerta, así se lo recuerda. La poesía, como límite humano de la condensación del pensamiento que puede llegar a ser, también. Los poemas de Las lagartijas guardan los teatros captan sin énfasis añadido esta precariedad existencial, simbolizada en el doméstico y milenario reptil —las lagartijas— que, bien como recuerdo de una infancia nada edulcorada en la que «morían a manos de niños crueles», bien como guardianas impasibles de las ruinas de un teatro —y ahí seguirán cuando esas ruinas, lo mismo que nosotros, se hayan desintegrado por completo—, aportan a este edificio poético a la vez individual y colectivo proporción y perspectiva. Desde este lugar/umbral donde todo es impreciso, todo fluctúa y se derrama caprichosamente de un extremo a otro sin llegar a definirse por completo —la casa y el mundo de afuera; el presente y el pasado o, mejor dicho, el “yo” presente y pasado; la luz y la sombra; el objeto y el ojo que mira/la palabra que lo nombra—, los versos, a menudo desgranados más bien en prosa poética, resuenan sin embargo como adagios definitivos, incluso en su aparente sencillez: «Así huiremos del pequeño porcentaje recordado»; «La memoria crea y ocupa»; «El otro [espacio habitable], el real, sigue dentro de nosotros, permanentemente habitado en el pequeño teatro de la memoria»; «Un aire tranquilo guarda el tiempo como si nada avanzara»; «Ya no hay mudanzas, solo retiro»; «La casa irradia y se expande»; «algo en nosotros decidió qué cosas merecían salvarse del olvido y cuáles no»; «Solo me salvan las ciudades cuando ya no estoy en ellas»; «Es hermosa y no lo quiere saber, en ella está la lluvia»... Gómez Ribelles insiste en la imposibilidad de aprehender el instante, mucho menos de dejarlo registrado con cierta solvencia en palabras o —a pesar de tener, como pintor, más fe en las imágenes, tal como ilustra el poema ‘Que no sea palabra’— de almacenarlo en la memoria fotográfica con ilusión de veracidad: «cuando las cosas que vemos no coinciden con los recuerdos es mejor quedarse con ellos». De este modo, revela un asunto crucial y común a todos en nuestro paso por la vida, ese que hace que volvamos con reticencia o extrañeza a las fotos antiguas y que prefiramos quedarnos con las que ha inventado, con persistencia y mucho más éxito, nuestra imaginación. Y ahí entra su aliada, la poesía, con su torpe y humilde material de acarreo, reunido a lo largo de los años: la palabra que “salva” —por cuanto rescata del olvido— «allí, donde el tiempo nos abandona».
Las lagartijas guardan los teatros restituye a la intemperie temporal y espacial que nos constituye su cualidad de inexpresable, más allá de soluciones ya ensayadas («no es eso, no es eso») o teñidas por la nostalgia («Creer que las cosas te esperan. / Que retornar a esos sitios hará que aparezcan de nuevo / y que contengan en su letargo todo lo que fue tuyo. / No es verdad»). El tono adoptado, sin embargo, no pierde nunca la serenidad, ni la conciencia lo que significa ser «moderadamente felices». Se dulcifica aún más, por ejemplo, al constatar que la persona amada ha entrado en un recuerdo que antes solo le pertenecía al poeta, y lo ha hecho suyo —el verbo correcto, en el universo temático del autor, sería que lo ha “habitado”: «¿te acuerdas de cuando me sentaba aquí? Claro que me acuerdo, me lo has contado. La miro, y comprendo que es verdad». Conocido hasta la fecha sobre todo como pintor, si bien los temas de sus exposiciones, así como las palabras que acompañan los catálogos correspondientes, siempre delatan esa vocación compartida entre la expresión artística visual y la lingüística, Gómez Ribelles ha escrito un poemario que sorprende por la depurada e inspirada transmisión que realiza de sus preocupaciones fundamentales. Depurada, porque no cabe en él la complacencia de la mera anécdota personal, sin voluntad de asomarse un poco más allá de sí misma. Inspirada, porque entre sus páginas, y no a modo de tratado filosófico sino desde la belleza despojada de la poesía, se articulan pensamientos complejos que, al menos en quien esto escribe, han conseguido arrancar más de una vez durante la lectura la siguiente expresión: “sí, es eso, es eso...”. “Eso” que nunca se llega a nombrar del todo, sí; la poesía. JOHN ASHBERY. LAS VANGUARDIAS INVISIBLES (Kriller71, Barcelona, 2021) por ANTONIO GÓMEZ RIBELLES Los poetas, cuando escriben acerca de otros artistas, tienden a escribir sobre sí mismos. John Ashbery La aparición en los años 40, y sobre todo en la posguerra, de artistas y movimientos artísticos como nunca se habían desarrollado en Estados Unidos, pero sobre todo en Nueva York, venía precedido de la visita en las décadas anteriores, de numerosos artistas europeos, unos exiliados por la 1ª guerra mundial y el surgimiento del nazismo, otros por el interés de llevar a Estados Unidos el arte de las vanguardias europeas, dominadas ya por el surrealismo o la abstracción. Después de la II Guerra Mundial, el cambio de centro del arte de París a Nueva York estaba cantado, además de convertirse en una prioridad nacional. Esto es harto conocido así como la intervención de los organismos estatales, la potente inversión económica y también los debates sobre las tendencias políticas de los artistas para evitar la intromisión de ideas políticas de izquierda en un arte que se pretendía americano y moderno y una plataforma publicitaria en plena guerra fría. Naturalmente, todo es más complejo que esto, pero la consecuencia fue el surgimiento de la Escuela de Nueva York, cuajada ya en los 50, como se la quiso dar a conocer en comparación con la dada por fallecida Escuela de París y ligada a lo urbano y moderno. El expresionismo abstracto, necesariamente abstracto excepto algún caso, nacía desde los críticos, Greenberg, Coates, Rosenberg, que daban nombre y su aprobación a los artistas y su obra como pertenecientes o no al grupo, representantes de un arte puramente americano. Ellos no se consideraban tan cercanos, pero ahí está la foto de Los irascibles (1950), en la que las individualidades posan con traje y corbata, una sola mujer subida a una silla, una mínima muestra de las pocas mujeres artistas de las que se habló como pertenecientes al movimiento y que en algunos casos solo se les trataba de “mujer de”. Y todo esto produjo en paralelo la aparición de otra escuela de Nueva York, la Poetry School of New York. Se repetía lo mismo: un nombre que aglutina a cinco poetas a quienes alguien agrupa y pone nombre arrastrado por un fenómeno volcánico en el arte. Frank O’Hara, John Ashbery, Kenneth Koch, Barbara Guest y James Schuyler se vieron juntos a pesar de sus diferencias, que eran muchas también. Pero había cosas que les unían y una de ellas era, aparte de su amistad, su interés por lo experimental, el arte, el expresionismo abstracto naciente, las influencias del surrealismo y ciertas formas de vanguardia, la subjetividad en la relación con la realidad del poema, el juego, la ironía, el lenguaje coloquial que convive con el culto, menos interés por la política que los beat y, sobre todo, la búsqueda de una forma y un lenguaje nuevo en poesía. El éxito excesivo del expresionismo abstracto en los años 50 y 60 ya les generaba dudas, incluido el de la propia Escuela Poética, pero como marketing les vino bien a todos. «Todos parecíamos beneficiarnos de ese intenso momento, incluso si le prestábamos poca atención». A la larga parece que les fue mejor a los poetas, con una continuidad que hizo, por ejemplo, que Ashbery disfrutara del mayor reconocimiento a partir de los 70. La obra de todos ellos está viviendo un florecimiento gracias a la aparición en series (O’Hara en Mad men), el cine (Padget en Patterson) y ensayos y antologías de varias editoriales. Y este es un ejemplo. El interés por el arte venía de antes: John Ashbery ya estudió pintura de joven, y se formó viendo el arte europeo que visitaba Estados Unidos. Pero su ligazón con Nueva York no era tanta en ese momento (llegó en 1949 a la ciudad) y en 1955 se fue a París, donde una vez acabada su beca Fullbright empezó a trabajar como crítico de arte en Art International, corresponsal de Art News en París y director de edición del Herald Tribune en la capital francesa. Posteriormente seguiría, a su vuelta en 1965 a Nueva York, en The New Yorker, Newsweek y ARTnews, entre otros. Frank O’Hara, mientras tanto, acaba siendo conservador del MOMA, es el poeta del grupo más relacionado con Nueva York, pero su muerte prematura nos dejó con poca obra poética y un gran trabajo en arte pendiente. A pesar de la centralidad del arte de los 50 y 60 en Nueva York, muchos de los artistas que trabajaron tanto en pintura como en poesía, no tenían en el olvido a la cultura europea y la admiraban y buscaban: Joan Mitchel, de Kooning, Motherwell, Cy Twombly, o todos los poetas, viajaron o vivieron temporadas en Europa. Ejemplos de esa relación hay muchos pero no lo desarrollaremos ahora. Así que el poeta se dedicó a la crítica de arte y fue reconocido y valorado por ello. Hay más ejemplos de poetas que escriben de arte, y en España se dio el caso de Juan Eduardo Cirlot, del que se acaban de publicar sus escritos sobre el informalismo, un paralelismo en Barcelona con Ashbery en París y Nueva York. El título del libro proviene de una conferencia, La vanguardia invisible, donde habla de sí mismo en relación a las vanguardias y de cómo esas vanguardias decayeron. No es de ahora, sino de 1968, y ya hablaba de los medios, de la sobrevaloración..., naturalmente imbricado con su propia evolución y su relación con lo experimental. Además, un recorrido bien agrupado por temas que recorre el Romanticismo, el Surrealismo, tan querido, y Dadá, artistas norteamericanos, incluso los exiliados (él mismo), por supuesto la abstracción americana, y una serie de “retratos”, entre otros, pero mostrando y buscando lo que le interesa del pasado europeo y americano y está en el presente. Y eso lo comunica muy bien. Todo el libro es para leerlo con mucha atención, es entretenido, divertido en ocasiones, muy interesante en sus planteamientos. Los que compartimos arte y poesía disfrutamos mucho, pero es un libro que no deja indiferente a nadie. Un excelente prólogo de Edgardo Dobry nos introduce en el trabajo de Ashbery y en el del libro, y tampoco tiene desperdicio. El trabajo de traducción ha corrido a cargo de Andrea Montoya, Aníbal Cristobo, Edgardo Dobry y Patricio Gringberg. Como he dicho antes, un buen trabajo el que está haciendo la editorial Kriller 71 con la poesía americana de la Escuela de Nueva York, y en todas sus publicaciones, y a la que vamos a seguir. Muchos títulos de su catálogo andan apuntados en la lista. Salud. La editorial Kriller71 está haciendo un gran trabajo para publicar en España la obra de los poetas de la Escuela de Nueva York, tanto los de la primera generación como otros posteriores. Y del libro del que hablamos ahora es una selección de críticas y escritos sobre arte que publicó John Ashbery en la prensa, tanto de París como de Nueva York, entre los años 1960 y 1987, extraídos de Reported Sightings; Art Chronicles 1957-1987, en lo que parece una excelente selección de los editores, ya que muestra un recorrido, aunque no estén ordenados cronológicamente sino agrupados por temas, y sobre todo una sucesión en el pensamiento artístico y poético de Ashbery de mucha lucidez. Hay en Ashbery una manera de ser crítico que responde a la cita inicial, y es hablar de uno mismo como poeta en relación a ciertos métodos del arte con el que convivían («Los pintores que conocíamos eran más divertidos que los poetas»). Se ha hablado de los paralelismos entre la realidad del poema y la creación del acontecimiento que suponía el expresionismo abstracto y el action painting (y el surrealismo, y el cubismo). En uno de los artículos del libro, el dedicado a su amiga la pintora Jane Freilincher habla de sí mismo, de su poesía y del cubismo como inspiración de ese proceso:
Después de un período de absorber influencias del arte y otras cosas que suceden a nuestro alrededor, llega un período de consolidación cuando uno cierra la puerta intentando ordenar lo que se tiene y hacer con ello lo que se puede. [...] Es más bien una cuestión de conservar y usar lo que uno ha adquirido. El cubismo analítico y su sucesor, el cubismo sintético es un modelo perfecto de este proceso... Y un segundo marco de su obra y la crítica de arte aparece también en el mismo párrafo y en muchos de los artículos del libro, y es la duda: Más tarde llegó una fase de duda en la que examinaba las cosas y las desmontaba sin poder volver a montarlas a mi manera. Todavía estoy tratando de hacer eso. Esa duda que ve siempre en su trabajo la ve también en muchos artistas y en las decisiones que tomaron. Ashbery escribe cómo piensa ante lo que ve y conoce, con un razonamiento progresivo que le hace plantearse el qué, el cómo está expuesto (suele hablar de exposiciones), el porqué del momento y las decisiones de los artistas, y, pasado el tiempo, si fue lo correcto, incluso lo correcto de la muestra. Y eso lo explicita con Pollock, «el elemento de duda en Pollock es lo que lo mantiene vivo ante nosotros»; Rothko, con el expresionismo abstracto; con Kitaj, Duchamp, de Chirico o su amado Parmigianino (el de Autorretrato en espejo convexo), y lo hace con un conocimiento profundo, muy culto, pero sin dar muestras de exceso de erudición ni de halagos; sabe muy bien para quién estaba escribiendo, cómo se debe escribir en un periódico, pero creo que es como quería escribirlo. Es interesantísimo el análisis de los artistas y su entorno y el hecho de contarlo desde dentro, pero también con la distancia que dan años de separación entre algunos artículos. Ahí vemos una evolución muy sensata y razonada, y la ironía, por supuesto, nada complaciente en muchos comentarios y crítico con las sobrevaloraciones, las vanguardias, los movimientos y algunos nombres: Estábamos asombrados por de Kooning, Pollock, Rothko y Motherwell y no estábamos muy seguros de lo que estaban haciendo exactamente. La decisión de Duchamp de cambiar el arte por el ajedrez no fue una idea brillante. El éxito repentino que les sobrevino a los pintores expresionistas abstractos es uno de los motivos que hicieron que su trabajo pasara de moda tan abruptamente. ... Estuvieron sobreexpuestos. La vanidad los hizo pontificar. Y en la mayoría de los casos, hubo que ignorar sus declaraciones sobre sus trabajos para poder seguir amándolos. SONIA BUENO & JORGE COCO SERRANO & ERNESTO GARCÍA LÓPEZ & LOLA NIETO BEMBA BABA (La Garúa, Barcelona, 2021) por ANTONIO GÓMEZ RIBELLES Quiero tener la palabra, donde acaba y donde empieza. Cualquier cosa tiene su palabra; la misma palabra se ha convertido en cosa. Hugo Ball Cuando hace muchos años nos reunimos un grupo de entonces jóvenes artistas como grupo, con nombre de grupo y con pretensiones de estar trabajando en común o al menos en caminos cercanos, y realizamos algunas exposiciones como colectivo, aunque cada uno firmara su obra, un crítico que escribió para una de ellas nos calificó como «los restos del naufragio». Fue mucho tiempo después de las vanguardias históricas, esas que escribían manifiestos y pretendían cambiar el arte y la sociedad y que luego serían asumidas por el mercado. Pero tampoco estábamos tan lejos del expresionismo abstracto, el grupo El Paso, ni del pop art; ni de los Beat, la escuela literaria de Nueva York, el imagismo, Fluxus, el cine francés... De hecho, seguíamos sumidos en el pop y fue dentro de este movimiento convertido en género cuando hablamos del Equipo Crónica, el Equipo realidad, o el femenino Equipo Límite. Pero la individualidad era ya la excelencia, la subjetividad marcaba la posmodernidad. Algunos ramalazos como la Transvanguardia italiana eran solo la búsqueda de caracteres comunes desde fuera de manera un poco forzada. Al final quedan la individualidad y, seamos justos, las relaciones inherentes al trabajo de artistas y poetas, que no viven en burbujas estancas y que precisan y utilizan la reflexión conjunta. Todo esto me lo ha recordado el libro de La Garúa Bemba Baba, una obra conjunta de cuatro poetas, y que quiero entender aquí no como un libro colectivo, sino como un proyecto común. Nada de restos del naufragio, sino algo muy vivo que nos demuestra que se puede seguir trabajando en colectivos y surgir de nuevo proyectos que creen en el trabajo en grupo y en las interacciones de las artes. De los cuatro autores, dos de ellos pertenecen al colectivo itinerante Lavarca ebria, Sonia Bueno y Jorge Coco Serrano; Ernesto García López y Lola Nieto colaboran o han colaborado con revistas y proyectos editoriales, y en todos ellos se aprecia el interés por las posibilidades de la palabra en la relación con otras artes. Esto último se concreta además en que también son artistas plásticos Jorge Coco Serrano y Ernesto García López. Así que quiero hablar de un libro en cuatro secciones, que está escrito por cuatro poetas, pero que se debe leer como una obra única nacida de un proyecto común, a pesar de que son claras las diferentes propuestas y también claras las cercanías. Nos explica muy bien esta lectura unitaria, dentro de la conjunción de lo común y lo individual, el siguiente fragmento de un poeta que escribe sobre arte y que hablaba así del grupo de pintores informalistas El Paso: La suma de subjetividades o, mejor, de imágenes creadas según un criterio de absoluta autenticidad en lo personal, conduce en línea recta a la formulación de una objetividad, constituida por la «suma de posibilidades» surgidas en el transcurso de las operaciones particularmente realizadas, pero abocadas a un acervo común. Juan Eduardo Cirlot Se parece el dolor a un gran espacio. Escritos sobre informalismo No hay prólogo, ni introducción del proyecto ni nada que no sea lo que está escrito más allá de la presentación de las autoras y los autores. Así debe ser: cuatro secciones, cuatro poetas y un tema común que conocemos de antemano porque la propia editorial nos quiere orientar en la faja exterior: «Cuatro perspectivas de la muerte. Cuatro imaginarios desemejantes...». Así es, cuatro perspectivas que activan maneras distintas de presentar el tránsito, bien como experiencia personal o como imagen cultural colectiva, las imágenes que crea el pensamiento sobre la muerte, y la reflexión sobre la realidad o irrealidad del proceso. Las cercanías entre ellos se concretan en la libertad en el uso del lenguaje y de formas poéticas, alteración de algunos formatos clásicos, la creación de nuevos términos y el uso de otros ajenos (bemba baba), a veces solo sonoros, sinestesias y relaciones de concepto o fónicas no usuales pero que se concretan claramente en el poema, donde cobran sentido. La poesía se convierte así en una forma de realidad, de creación de una nueva realidad, un acto político de libertad individual y una forma de resistencia y avance. Es cierto que hay influencias de vanguardias y de la tradición clásica en ciertas imágenes y mitos, cómo no, pero también el uso de ritmos y formas y mitologías más alejadas aunque muy conocidas. Es la creación de un lenguaje propio sobre ellas lo que hace más interesante este libro.
En la primera parte, que corresponde a Sonia Bueno se construye un imaginario de vida y muerte en torno al teatro y su escenario, de influencia clásica, alrededor de una copa, una gota de vino convertida en palabra, y el mundo alrededor de ella. Un diálogo dividido en cinco partes, dividido a su vez en cinco fragmentos, casi una composición musical. 1 si giras la muñeca una palabra despunta. como el sonido de un amanecer el hueco escarba :es tu mano. despiertas. En una gota sola todas las visiones que la copa espeja. Y en el fondo. El deseo de un decorado. Porque se apagan las luces/habla el cáliz. En la segunda, son los poemas de Coco Serrano los que más se acercan a la experiencia personal de la muerte en la figura de la madre y en los que aparecen algunas ideas/imágenes inevitables. Pero la construcción del poema recurre a la plástica, al dibujo, a la imagen del verso, a la articulación en el plano/espacio de la página. Lo visual, lo conceptual y lo automático articulando el lenguaje. ocurre qué nada de la huida me es ajeno inmanencia lo que va a ocurrir se escribe con ojos cerrados Ernesto García López se acerca también al mundo visual, pero a una visión basada en este caso en el budismo zen y en las imágenes que el haiku japonés procuraba enlazar en los tres versos con la realidad interior y el paso de estaciones. El poeta altera esta composición tan rígida y sus preceptos a un reparto inverso de sílabas 7/5/7, que funciona perfectamente para crear una sucesión de ocho, que envuelve la idea matriz de una visión más lúcida y no tan dramática. García López incluye también cuatro fotografías en las que la figura humana, maniquí, se desliza por un espacio arquitectónico, en un camino y relación entre el espacio y el ser. Ante la cavadura ásperos miedos cavilean su sed-- La cuarta y última sección es la de Lola Nieto, Las líneas de la mano un poema en cinco partes, el más próximo a la oralidad, al ritmo sonoro como base del acto poético, a la creación de un lenguaje propio mientras crece el poema, a la vez que se vuelve visual, y va enlazando en líneas las palabras concepto, la tradición antigua, la etimología, que mantienen en pie el discurso. duda entonces: la muerte es creación repite de una observadora comerla hace boca que amasa espacio-tiempo como sola posibilidad física para la vida Es cierto que se exige del lector una participación activa, más de la que habitualmente se precisa en poesía: la oralidad, lo visual, la idea y la narración interrelacionadas casi precisan de la lectura en voz alta y fluctuaciones de voz por parte del lector. El ritmo interno se crea por lo sonoro del lenguaje y sus mutaciones y alteraciones y también por la creación del ritmo por imágenes-palabra. Una imagen lleva a otra, y es fácil comprender la necesidad de concentración que han necesitado como escritor/a, abiertos a la improvisación y al sentido de la música, la sonoridad y la imagen, bien conseguida, como la unión de las cuatro secciones, cuatro poetas, en una lectura única, y que en sucesivas relecturas nos aportará visiones nuevas. Un libro para leer despacio y con entrega. Y unos poemas para llevar al escenario. Enhorabuena a ellos y a La Garúa. LAURA GIORDANI. MANCA TERRA (La Garúa, Barcelona, 2020) por ANTONIO GÓMEZ RIBELLES Todo empieza con un patio, y en el patio unos árboles. Todo comienza con un sueño, el de un árbol desarraigado, sostenido en el aire de ese sueño con sus raíces fuera de la tierra que le ataba a todo lo que fue, a todos los recuerdos de lo que fue estable en su momento, y ahora se siente en peligro. Una voz dice manca terra. Es un sueño en el que la abuela muerta llora y da el título al libro. Falta tierra para salvar lo que nos queda, hace falta tierra para volver a las raíces, para revivir la madera y la circulación. Pero no la hay, no la suficiente para cubrir esas raíces. Tampoco hay metáforas en los sueños que nos expliquen. Las metáforas vendrán con las palabras que florecerán después en las ramas calcinadas: Que las lágrimas hagan su trabajo con las palabras enterradas escribir será una súbita floración en la rama calcinada esa altura donde los árboles lloran los incendios Pero los árboles trascienden los sueños y la memoria, un árbol es la imagen creadora, la vía de reconstrucción desde el desarraigo, el camino de todas las generaciones de la familia; es la casa y sus espacios, la casa que te ata a la tierra y el camino que se recorre hacia delante y a la inversa. «Metafóricamente es nuestro cuerpo y el de las antepasadas, nuestra casa, nuestra posibilidad de respirar y seguir viviendo». (Yaiza Martínez en el prólogo). ABRIR CAJONES Todo empieza con la atracción de “Los imanes de noviembre”, la primera sección de las cuatro que componen el libro, con la atracción de lo que queda retenido en los cajones, los fragmentos, el resto de vida que recorríamos con admiración y veneración arqueológica cuando éramos niños y que ahora puede ser el material de reconstrucción que necesitamos. El árbol que tiene en su mente Laura Giordani es uno que precisa de una actuación por nuestra parte; símbolo de todo lo que soporta nuestra historia, desde lo germinal, individual y socialmente. Y también de la pérdida o lo perdido, de las heridas que carbonizan y que dejan cenizas, restos, sal de agua evaporada. El árbol ha sido siempre signo, señal y símbolo del amor a la tierra, entendida ésta como la casa y sus generaciones, las paredes que se hundieron y anclaron en el suelo, el territorio que nos dio el tiempo y el espacio para unirnos, la matria, la patria pequeña, la de verdad. Un árbol calcinado que florece en las ramas gracias a las palabras regadas con lágrimas, es la reacción al dolor, a los daños y la carencia, pero una reacción no como algo ya conseguido, no pretende Laura Giordani dar lecciones, sino más bien como un inicio de una vía de reconstrucción. Después de seis años desde que publicó su último libro, por fuerza tiene que hablar de dolor y reconstrucción, la personal y la social, o una para la otra. La palabra y la poesía servirán de material para un resurgimiento, al menos en potencia. CENIZA Niña, me has sacado la palabra ceniza de la boca. Aparece la ceniza en los incendios, en la sal de los cajones, o en los dedos «por no haber dicho a tiempo lágrima», en las ramas calcinadas y sobre todo en las cenizas del padre. Difícil usar una palabra, ceniza, tan usada en poesía, pero qué bien aparece aquí, elevada al concepto necesario de este libro. Viaja por todo el poemario, pero se desarrolla especialmente en la segunda sección, Cantar mientras el mundo se derrumba: las obras supervivientes, donde se convierte en restos fantasmas, convertidos ellos en actos de resistencia íntima, como son casi todas las apariciones de la belleza, y frágil, pero resistencia. De entre las cenizas surgen: ...una diminuta talla de madera de caldén, dos postales con matasellos de Mauthausen-Gusen y las veinticinco palabras permitidas, unos versos en catalán escritos en papel de saco de cemento, el dibujo de una mariposa amarilleando en una maleta de cuero. Laura rescata como obras supervivientes cinco pequeñas obras, objetos ya de culto, acciones de amor y belleza haciéndolos renacer de la tragedia, del dolor de los demás, del silencio, como nuevos árboles, como palabras que florecen ahora de su mano con lágrimas compartidas. Palabras que son refugio, invocación narrativa y rescate, de una honda emoción y de gran belleza formal. Los objetos son ellos mismos y todo lo que les dio el ser. El objeto es él y todo lo que irradia, es ellos que lo tocaron y también quienes quisieron hacerlos desaparecer. VOLVER A LA TIERRA El pensamiento crítico se aletarga. La tierra no se encuentra en las pantallas. Contra algo tan simple, proponer la resistencia. La tercera sección lleva el título del libro: “Manca terra”, la ausencia de la tierra necesaria en una sociedad que hace perder la tierra bajo nuestros pies, la manca terra del sueño inicial, que en el análisis de los mundos individuales, el presente imperfecto que se sustenta en pantallas electrónicas ajenas a los árboles, a la historia y la memoria, se vuelve posicionamiento político. Nada de revoluciones salvo que la rebelión poética sea el hacer despertar de nuevo del sueño para no dejar que la tierra desaparezca y los árboles permanezcan. Este amor a la tierra y la crítica social, esta utilización del árbol, no es la atracción romántica por la naturaleza y la visita desde la urbe, sino algo más allá. Como dice Yaiza Martínez en el prólogo: «Aquí la fe en los árboles y en el lenguaje de la invocación, de la poesía, se entiende como sostén y medio de prolongación del individuo y la sociedad». La poesía como acto político, como posicionamiento político. LA BLANCURA TERMINAL DE LA INFANCIA El árbol de la infancia, la infancia como árbol que crece dentro. Volvemos a él.
“Encielarse”, última sección, es volver a esa tierra, subir a ese árbol para ver de nuevo. Vuelven las cenizas: Quedarse con lo que ardió abreviado en un puñado de cenizas —todavía tibias-- devueltas a la tierra para abonar los árboles que todavía resisten de pie. ... Con cenizas y saliva dibujas la casa viva como era antes —como nunca fue Volver al árbol y a la tierra como reserva y acción. Querer volver a la infancia para descubrirla triste, encontrar la pérdida de los contornos de casi todo lo que parecía ser sólido y determinante, bajar y entrar en la tierra. ¿Es seguro volver a la blancura de la infancia? ¿Es este otro síntoma del fracaso? ¿Es el poema la luz necesaria que permitirá la reconstrucción personal y social? Como siempre, las obras de arte plantean preguntas. El despertar para contestarlas es cosa nuestra. En este jardín los árboles contienen el aliento se elevan del suelo como a punto de decirnos algo. Tienen las raíces peligrosamente expuestas intentamos cubrirlas con tierra pero no alcanza: manca terra. La tierra bajó se retiró como la marea. ... Gran libro de Laura Giordani, bien estructurado en sus cuatro necesarias secciones y en cada uno de los poemas, que demuestra valor y hondura poética, posicionamiento y crítica, personal y social. Editado por La Garúa, sí, de nuevo, que se está haciendo con un catálogo notable, de gran solidez y unidad. TERESA PASCUAL. REBELIÓN DE LA SAL (La Garúa, Barcelona, 2020) Traducción y prólogo de Lola Andrés por ANTONIO GÓMEZ RIBELLES «Hemos llegado incluso a oír» es el primer verso del libro, una expresión que nos coloca desde el principio en la situación extraordinaria, a pesar de lo, como sabemos, ordinario de la ausencia, del dolor de ausencia, de enfrentarse al acontecimiento casi sin instrumentos que nos preparen para nuestros pensamientos a partir de ahora. lo hemos podido decir, detallar, explicar, contar, a qué horas qué luz … Son los pensamientos turbulentos y dolidos que se han hecho palabra, pero que ahora ya no será hacia los demás sino hacia uno mismo, el yo que debe pasar de la voz a la poesía. Todo parece nacer de la inmersión del cuerpo en un tanque de privación sensorial, donde todo lo que ahora pueda surgir del acontecimiento será solo suyo, la mayor forma del conocimiento volcada en el hacer poético, una capacidad mayor de pensamiento, desde el pensamiento sigiloso, desde la caja del silencio a la que se ve abocada. ¿Qué guarda el interior de los silencios que incluso llegamos a oír? En los tres primeros poemas surgen las palabras-conceptos que marcarán el libro: el silencio, el frío, la sal. La ausencia de la madre, a la que se dedica el libro, provoca que el sentimiento se transforme o se quiera transformar en reacciones físicas e incluso en algo casi objetual, imágenes de lo que se ve y te invade e imágenes de lo que no se ve. Del silencio se pasa al frío del posible olvido, a la sal en la sangre, como una necesidad de marcar las señales, los conceptos por los que se va a transitar para enfrentarse a la ausencia. Teresa Pascual utiliza las palabras como hitos que van llenando el puzzle de ese camino del pensamiento por o hacia algo no querido, no deseado, pero tampoco evitable, algo que contrariamente a lo que expresa la idea de camino, es capaz de detener la vida, el futuro aplazado que todo hace presente. Nos detenemos en uno de los escalones y la escalera puede parecer infinita. Sin comprender la lógica del tiempo dejamos la vida en vilo como si aún la vida fuera un futuro aplazado. … La contradicción entre lo que es un tiempo detenido y la tempestad del mundo interior en el que se intenta nombrar lo que apenas si somos capaces de colocar entre lo físico y lo mental, como si nadie lo hubiera percibido nunca, entre lo visible y lo no visible, habita todos los poemas, pero para ser superada cuando por fin todo lo conquista la palabra. Es el proceso completo, desde el acontecimiento, pasando por la turbulencia, el orden, el nombre, y el acontecimiento poético, lo que queda en este poemario. Y el camino del libro y el andar de los pensamientos de Teresa Pascual bien podría estar señalizado por estas palabras que dirigen sus pasos:
Y, así, con ellas, los poemas van quedando perfectamente tejidos, el libro es una sucesión muy bien hilvanada de uno a otro, a veces con el enlace del concepto repetido en ellos, la aparición cíclica de la sal, del silencio, del agua o el frío, que nos marcan un ritmo muy suave, muy bello a pesar de la pena y el dolor, o bello por ello. Los poemas derivan hacia la imagen (láminas, dice Lola Andrés), breves la mayoría de ellos, adecuados como golpes de luz, imagen compartida entre el nosotros, el tú y el yo. La sal es lo que queda, es el resto visible, lo que deja el mar en sus orillas como cercos que amurallan, lo que convierte el mar en un mar muerto, un lago en el desierto de sal, las salinas un mar espesado de silencio. Pero también es un acto de reacción, sea cual sea, rebelión, ante la sustancia en la que se da forma a la vida y a la muerte inseparable. Pero el libro no habla de la muerte, no es el tema, apenas aparece en un poema y es para situar la frontera: y se abría el espacio/ hasta ahora inexpresable/ de la muerte. «Ella, la sal, es el denso conductor del libro. Su sustancia se reubica en el concepto y se diluye en los versos, como lo hace en el agua de los océanos y de los cuerpos. También en la palabra que asiste, contumaz, aunque voluble —y no sabemos si con la precisión deseada—, a la voz que intenta decir lo que, tal vez, no se consiga decir». (Lola Andrés)
Y al final, como la otra barca, la de Caronte, las barcas de luz que crean el perfecto final:
Rebel-lió de la sal fue publicado por primera vez en 2008, en catalán, y fue merecedor entonces del Premio Nacional de la Crítica Catalana. La Garúa lo edita ahora en edición bilingüe muy cuidada, como siempre cuida la edición esta editorial, con una traducción de Lola Andrés, que se encarga también del prólogo. Tengo que reconocer el placer que me ha supuesto el leer hoy un libro en la lengua que escuché hablar a mi abuela valenciana y que sé que mi madre usó, lengua con la que yo conviví un tiempo, el suficiente para leerla. Las palabras me resuenan y los versos perfectos de Teresa Pascual, que tanto se pegan a la matria, me han llevado a territorios hermosos en su lengua original. Ahí está la precisa traducción de Lola Andrés, a la que se agradece también ese estudio en forma de prólogo. Cómo se agradecen los análisis de los traductores y las buenas ediciones.
Teresa Pascual (Grau de Gandía 1952), poeta y traductora ha publicado nueve poemarios y ha recibido numerosos premios. El más reciente Vertical (2019) ha sido premiado con el Ausiàs March de poesía. Para conocer y seguir. PACO INCLÁN. DADAS LAS CIRCUNSTANCIAS (Jekyll & Jill, Zaragoza, 2020) por ANTONIO GÓMEZ RIBELLES Circunstancia 1. Condición o característica no esencial (de tiempo, lugar, modo, etc.) que rodea a una persona o cosa y que influye en ellas o en hechos relacionados con ellas. 2. Estado o condición de una persona o cosa en un momento determinado Formas de empezar un libro Abrí el libro de Paco Inclán por un relato titulado ‘Exaltación de la ausencia’. Circunstancias y trabajos personales me hicieron interesarme por ese título que me llevó al relato en el que el protagonista (el yo del autor) viaja a la ciudad de Veracruz, donde se celebra un acto, perfectamente ubicado con un mapa, en el que conmemorar el hecho de que la mayor figura mítica de México nunca estuvo allí. Una investigación minuciosa y una película llevarán a esa conclusión. No importa el final, ni si se cumple la tesis, importa el recorrido, lo que ocurre por los lados. La peregrina celebración, y todo eso que se desborda en un acto semejante me arrastraron. No empecé el libro por donde debiera, o sí, dadas las circunstancias. El caso es que no me importó, que leí sorprendido y divertido el relato hasta el final, y que me di cuenta de que iba a ser un feliz hallazgo. A vueltas con la autoficción: Llevamos muchos años y autores utilizando un término denostado en ocasiones, en otras salvador de la novela, pero siempre vivo, que es la autoficción, y el propio autor ha reconocido que él necesita haber estado en un lugar para hablar sobre él, y además en primera persona, con su yo protagonista, reconocible. Es evidente la utilización de las experiencias personales para el hallazgo del relato, de las situaciones adecuadas. Datos, mapas en cada relato, ubicaciones exactas de los lugares clave nos llevan a ese territorio de absoluta realidad; pero en lo que ocurre, en los acontecimientos, personajes, o en la misma reflexión del yo protagonista nos encontramos bien con una ficción, una ficción sobrevenida, o con el absoluto deseo de que lo sea. En cualquier caso llegamos a la conclusión de que nos importa poco saber qué o cuánto es real y qué ficción. Modos de viajar / Maneras de estar en el mundo. Paco Inclán se plantea una meta, un objetivo de un traslado o una estancia, no tanto de un viaje, con la idea de que las cosas pasen mientras se intenta llegar. Serendipia, encontrar o buscar, parece evidente una actitud pendiente de dónde pueda estar lo interesante y dónde no. Paco Inclán está abierto a la búsqueda en el entorno y sus contornos, a la observación atenta, a escuchar en las mesas de los bares, en el público de una conferencia, en los habitantes de un pueblo, con el afán de un fotógrafo que busca el personaje decisivo o el asunto decisivo, que busca el protagonista o el autor proyectado y reflejado. Lo más importante, lo que más nos deja, es el camino más que el destino, más que aquello a lo que queríamos llegar. A partir de un deseo se encuentra lo imprevisto, lo ridículo de las situaciones, el particular humor del autor, y, conforme llegamos al final, es lo trágico de todo lo que se convierte en inevitable. Ahí veo lo más interesante, lo más actual de Inclán, la persecución de algo tal vez sin importancia que construye un relato importante. O la persecución de algo importante, de lo que pueda ser grande, pero que acabe en el fracaso o que ni siquiera importe si acaba o no. El camino del hallazgo se parece al del artista, y eso me alegra. Dado que los lugares que visita son lugares que se nos han trasladado llenos de tópicos, y dado que estos relatos no son crónicas de viajes, lo que aparece en ellos tiene que ser lo que se evade de lo conocido hacia lo que está oculto a la mayoría, las infrahistorias llenas de vida cotidiana y conocimiento pero también de crítica social o personal, de mostrar lo que queda tras el paso de las grandes teorías, la huella real de las cosas en los márgenes, en personajes periféricos, trabajadas con mucho humor e ironía y no exenta en ocasiones de mucha tristeza. Lenguaje y territorio
Hay una especial predilección de Paco Inclán por el lenguaje, entendido éste como territorio, a pesar de que esos territorios apenas se dibujen en algunos mapas y no estén habitados, sea el esperanto y su extensión en el mundo o el erromintxela y su último hablante, quizás éste mi relato favorito, donde se busca al último hablante de una lengua que mezcla el euskera con el romaní traído por los gitanos nómadas y que deciden asentarse hasta su asimilación. También el lenguaje aparece como vehículo que lleva a los equívocos de Plutón, el planeta enano y las dobles acepciones de esa palabra, lo perdido en la traducción y lo escuchado en las cantinas y tabernas; junto a la obra de Arnau de Vilanova y su lectura, la escatología propia del protagonista; y también el lenguaje de las imágenes terribles de las matanzas de guerra junto al lenguaje de la gastronomía siria. Pero sobre todo hay un magnífico uso del lenguaje en la propia escritura, perfecta en el uso y en los giros, en el humor y el asombro contenidos, en la estructura de cada relato y en la manera de llevarte sin caer en lo previsible, en trucos ni sorpresas fuera de lugar. Más que “aquello”, de lo que Paco Inclán demuestra que sabe mucho, se convierte en igual de importante “el escribir de aquello”. Lugar especial ocupa Cuba y sus personajes. Aquí aparece (en todos los relatos del libro, pero más en los cinco que componen este capítulo Pasajes cubanos) una observación de los acontecimientos y un tiempo distinto en el que todo se vuelve más lento, más aún desde la posición del visitante, observador atento y sorprendido. Allí aparece una visión de la revolución desde el ahora, abocada inevitablemente a la decadencia, a esa historia contada desde un particular Vladimir-Che Guevara instalado en vivir una macro historia a la que no alcanza; una librería que dibuja el lado triste y anticuado de la solidaridad; el lenguaje de un chiste que hizo morir a Julián del Casal; la historia idealizada de un encuentro-desencuentro de turistas; y lo que tienen que contar los cubanos, por fin un chiste. Es inevitable que el tiempo se convierta en una circunstancia más, tanto por su paso como por su revisión. Esta aparición variable del tiempo está en Cuba pero también está en su Viaje al país del esperanto en una noche, su aceleración en ‘La escatología en la obra de Arnau de Vilanova’, el encapsulado histórico en ‘Exaltación de las ausencias’, su personalización en ‘El hombre del tiempo’. Y si cuando acaben todavía se preguntan si algo o nada será verdad en todo esto, ya se lo pregunta el propio autor: —Oye, pero... ¿Cuánto de verdad hay en esto que me estás contando? —le pregunto (no me ha contestado). |
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