LA BIBLIOTECA DE ALONSO QUIJANO
Reseñas
FRANCISCO JAVIER DÍEZ DE REVENGA. MIGUEL HERNÁNDEZ: EN LAS LUNAS DEL PERITO (Fundación Cultural Miguel Hernández, Orihuela, 2017) por PEDRO GARCÍA CUETO Respira Miguel Hernández por estas páginas, lo sentimos, parece como si sus versos volvieran en este estudio detallado y hondo que ha escrito el profesor Francisco Javier Díez de Revenga, catedrático de Literatura de la Universidad de Murcia, un hombre que ha sabido conocer e investigar la obra de los grandes escritores del siglo XX, destacando sus estudios sobre la Generación del 27. Díez de Revenga va hilvanando diferentes capítulos donde nos habla de Perito en lunas, de su barroquismo latente, de la amistad de Ramón Sijé con Miguel, de La Verdad de Murcia donde colaboraron, de la influencia quevedesca en los sonetos de El rayo que no cesa, de todos aquellos aspectos que hacen de Miguel Hernández uno de los mejores poetas españoles del siglo XX. Hay en el libro un hondo sentir, una veneración por el poeta de Orihuela, por su pasión por el toro, como demostró el famoso soneto de El rayo que no cesa que comenta Díez de Revenga: «Como el toro he nacido para el luto / y el dolor, como el toro estoy marcado / por un hierro infernal en el costado / y por varón en la ingle con su fruto». Ese mundo de imágenes que vivía en Miguel Hernández y que sabe ver muy bien Díez de Revenga, ese ahondamiento en libros como El rayo que no cesa. Cito del libro la idea del amor, que se entronca con la raíz quevedesca: La representación del amor, como pena incontenida y como furia inextinguible, muy relacionada con Quevedo en todo El rayo que no cesa, culmina en la famosa ‘Elegía’ dedicada a Ramón Sijé, poema tan comentado y admirado por los lectores de Hernández y perfectamente integrado en el clima amoroso del libro. (pág. 124) Pero Díez de Revenga también encuentra paralelismo en el mundo del soneto de Miguel Hernández con los sonetos de Lope de Vega, porque el poeta oriolano leyó, con entusiasmo, mientras cuidaba ovejas, a todos los grandes de nuestra literatura. Hay una poderosa luz en su poesía que es influjo de todos aquellos maestros. Parece como si al escribir sus sonetos, Miguel evocase la magia infinita que late en Lope o en Quevedo, ese sentir sobre la vida, hondo y verdadero, que muy bien descubre esta investigación. Sabe el profesor Revenga que el cambio de estilo se produce en Viento del pueblo, allí ya vuelve una poesía cercana, sin retórica, así lo cita en el libro:
La expresión de Miguel Hernández, indudablemente, ha cambiado. Se ha producido ante todo un regreso a la sencillez. Ya no es momento de alambiques retóricos y el poeta, en la línea más sólida de la poesía social y política, practica la sobriedad de expresión y casi la llaneza, lo que probablemente irá en detrimento de alcances estéticos más notables. (pág. 176) Díez de Revenga quiere ahondar en la persona, le importa ver qué resortes han dado lugar a una obra tan rica, tan hermosa, tan plástica y tan luminosa. Sabe que Miguel ha sido un artífice de grandes poemas, pero la proliferación de ellos, ese espíritu prolífico que hizo de su vida una acumulación ingente de versos, produce también aquello que no vale, que nada aporta, que es prescindible: Todo fue a él, todo lo que escribiera Miguel Hernández es arranque de poeta verdadero, pero también lo que trazara su sola mano, su mano de versificador tan tremendamente fácil que logra formar a veces infinidad de versos, no ya sin contenido alguno, sino sin nada, sin palabra siquiera, tan solo con sílabas y acentos. (p. 184) Esta mirada del profesor e investigador que admira al poeta pero que no elude la crítica sitúa al libro en un entusiasmo, en un continuo descubrir, eternos tapices que va abriendo en sus páginas y que leemos con voracidad, queremos saber más, conocer más, no solo la abundante bibliografía que utiliza Díez de Revenga, sino aquellos matices que sirven para conocer a unos de los poetas más admirados. En Cancionero y romancero de ausencias Miguel Hernández da un paso más, el verso se vuelve transparente, muy hermoso, derrocha una luz que va abriendo nuevas sendas y donde el poeta vive, respira y se nutre de un mundo que le angustia, de una desolación vital, ya vienen los años del dolor, pero el poeta no deja de cantar la vida, aunque sea con nostalgia y en un mundo de sombras. Para Revenga el libro es magistral, nos abre una senda a una poesía humanizada y verdadera, que logra impactar en nosotros, con su hálito vital: La espléndida intención artística de Hernández nuevamente nos ofrece toda su sensibilidad en tan entera creación poética. (pág. 227) Libro lleno de tonalidades, Revenga nos enseña no solo a amar más la poesía de Miguel Hernández, sino a reflexionar sobre ella, con sus aciertos y sus defectos, pero siempre con sobriedad y sobrado conocimiento de su obra. Un gran ensayo, sin duda alguna.
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ISABEL FLORS. EL VUELO DE LA LIBÉLULA (Amargord, Madrid, 2017) por PEDRO GARCÍA CUETO A este libro de la poeta valenciana le acompañan ilustraciones realmente hermosas de Adolfo Barranco Aparicio. Su portada está ilustrada por Damián Retamar, gran artista que ha participado ya en múltiples exposiciones y tiene un largo recorrido en la pintura. Con estos mimbres, el libro tiene notable interés y los dibujos de Adolfo van dando forma a ese sentir especial que transmite la poesía de la escritora valenciana, a través de la libélula, que incesante vuela a través de los espacios y que va dejando una mirada honda y verdadera. Hay una metamorfosis de la poeta en insecto. Todos los somos, porque volamos en el mundo observando el eterno devenir del tiempo. Poemas como ‘Estruendo de fe’ ya nos señalan ese poder del insecto en su vuelo. Hay una fuerza contraria que impide ese incesante volar, pero también una fe en la vida, en la escritura latente: Estruendo roto es el interior de la libélula. El quejido asciende sordamente desde el abdomen, el cerebro y la garganta del insecto azul… Hoy violeta ausencia. Violada su condición volante arrecia la tormenta interior que se vierte en lágrimas de paz. Esa “tormenta interior” del ser que vuela, que encuentra a su paso la violencia del mundo, su transcurrir, pero es su fe, la del amanuense, que va copiando las palabras, como la poeta los versos, en su fe por el lenguaje. Sin duda alguna, es la libélula el ser que va rociando todo, enamorando nuestros sentidos a través de este libro mágico (porque habla también de meigas y de brujas) y enigmático. Estos pictopoemas son un espejo de seres que viven el amor interior, su transcurrir temporal. Y vive el Mediterráneo, cuna de nuestra poeta, como dice el poema ‘Tiempo’:
La noche nos envuelve, tul de color memoria. Gotas del Mediterráneo, con olor del pasado gotean segundos; iluminan un sentimiento que se desborda entre las miradas hundidas en el recuerdo. Las gotas de ese Mediterráneo amado donde viven los seres invisibles que pueblan el universo fantástico de Isabel Flors, cuna e infancia añorada. También la poesía está presente en el poema, porque es ésta la que sirve para redimirnos de cualquier vacío, plenos entonces de voces y de ecos luminosos: La poesía se encarna en tonos y semitonos de ese tiempo errático que construimos. Poemas como ‘Esperanza’, ‘Contrapunto’ o ‘En julio’ van componiendo esta sinfonía donde reside el desencanto, la naturaleza, la creación, todo a través de palabras y dibujos que van explicando aún más la intensidad del verso, como el dibujo que aparece concretamente en el poema ‘En julio’, con dos cuerpos abrazados en un fondo naranja y marrón que parece decirnos que los cuerpos son nuestro espejo, en él nos miramos y cobramos nuestra verdadera dimensión existencial, el motero y la libélula, seres errantes que se encuentran y que representan lo que se va, lo que se escapa de las manos. El libro habla de “alfabetos del desamor” porque son estos donde vamos componiendo el rompecabezas de nuestra vida, entre afecto y desafecto, entre el ser y el no ser. Aquí sobrevuela esa poesía que es fantasmagoría, que se presenta, pero que se desvanece, como aquello que es mágico en realidad. En los poemas que inician el libro, ‘Entre Atlántico y Cantábrico’ con la ilustración de un mar tempestuoso, vemos el mar que es en realidad Isabel Flors, derroche de calma y de furor, como ese mar en el que nos miramos, trasunto de la vida que pasa, como el rumor de las olas que rompen en la orilla. La portada, como hemos apuntado, está llena de misterio: la mujer que piensa, los libros que están en la mesa y el mar de fondo, quizá todo lo que resume el libro, una mujer amada y desamada, unos libros que son espíritu de creación y nos alimentan cada día, y el mar, un enigma que no podemos descifrar. Un libro, sin duda, para conservar en nuestra retina para siempre y, por ende, en nuestro corazón. LUIS ANTONIO DE VILLENA. DORADOS DÍAS DE SOL Y NOCHE (Pre-Textos, Valencia, 2017) por PEDRO GARCÍA CUETO Cuando uno hace pasar su mirada por la memoria, salen muchos contornos, muchos dibujos, espejos donde uno ha visto la vida. Si, además, se ha vivido intensamente, la memoria se convierte en un lugar hospitalario donde dar de beber al sediento, que es, en realidad, el hombre, esa sed de conocimiento ante el inexorable paso del tiempo. Dorados días de sol y noche es un lugar de encuentro, por él desfilan Gil-Albert, ese hombre renacentista que vivió en un siglo equivocado; Francisco Brines, sabio y lúcido siempre; Fernando Savater, que en el libro se nos descubre en alguna intimidad; Vicente Molina Foix, ese ego del hombre refinado que es el novelista y crítico alicantino; pero también Aleixandre y Gil de Biedma, uno de los mayores representantes de una época, un poeta que removió los cimientos de la cultura con su afán provocativo y su gran sensualidad. Luis Antonio de Villena es poeta, pero también novelista, ensayista y muchas otras cosas, hombre de mirada penetrante, culto y de refinado aspecto, permanece en un ayer que el tiempo ha ido horadando ante la mediocridad insultante de los tiempos actuales, tan proclives a la incultura, al saber todo pero no saber nada de muchas generaciones jóvenes de nuestro tiempo. Queda lejos el tiempo que rememora el poeta, un tiempo más vivo, más atractivo, donde la cultura y la vida se mezclaban en las salas de fiestas, en Bocaccio, en O’Clock, donde algunos hombres de enérgica homosexualidad buscaban sus parejas, tantos lugares por los que ha transitado Villena, siempre atento al mundo, tan enamorado de otras culturas, de otras épocas, tan erudito siempre sobre mitos griegos y latinos que ha querido ver en esos jóvenes efebos que poblaron sus noches de amor. Todo está en el libro, encuentros, incluso algunos detalles muy íntimos, pero también esboza retratos impagables de grandes escritores amigos. Cito el que le dedica a Gil-Albert: Charlábamos mucho Juan y yo, que además me fijaba en su tono refinado. Por ejemplo, cuando colocó en su mesita de noche un portarretratos antiguo y dual con fotos de su hermana y de su cuñado, fallecidos hacía mucho. Lo hizo con mucho esmero. Con un delicado mover los dedos. Porque Juan fue un espíritu noble, elegante, que prefería un perfume a una comida, que elegía el “lujo” no del dinero, palabra vulgar para él, sino el del dandismo, el del ser un hombre que ya en aquellos tiempos en que era joven tenía algo de decadente.
El libro es jugoso, nos desvela muchos detalles, aquellas noches en que Paco Brines llevaba en su coche a Luis Antonio, los viajes con Molina Foix, el loco congreso de Las Palmas, cómo nos cuenta que Rosa Chacel era una mujer muy agradable que nunca sintió el exilio, que Clara Janés estaba a su servicio en aquellos años de la vejez de Rosa. El libro tiene un estilo cuidado, siempre nostálgico, así se acuerda de amigos a los que echa de menos, en ese tempus fugit medieval que supone el libro, un ir muriendo que pesa en la mirada del poeta que siempre ha sido Villena. Me gustaría citar cómo recuerda a un inolvidable Terenci Moix: Adiós querido Terenci, con un beso frívolo, por supuesto, pero con la coplilla que Dámaso Alonso le dirigió a Vicente Aleixandre: “Vicentico, Vicentico / ya te lo decía yo, / que la perra de la vida / nos la jugaba a los dos”. Te he echado de menos. Y eso no se dice de todo el mundo. Tú ya lo sabías. Hay mucho respeto a Terenci, a Juan Gil-Albert, a Paco Brines, a su amigo Fernando Delgado, a Aleixandre, a Gil de Biedma, al gran Jaime Siles y a otros grandes. También el libro va desvelando el desprecio a un mundo de la literatura donde el oportunismo, los cretinos y los cínicos campan a sus anchas. Es Villena de una lucidez que no quiere nunca hacer concesiones. Como si fuese un Ovidio en su destierro, como si estas fueran las Tristia que escribió el gran poeta latino, hay en Villena un sabor melancólico, nostálgico, de tiempos que no volverán jamás, como el Lampedusa de El gatopardo, un mundo que se va para siempre, con sus rostros y sus voces, ahora espejos en los que mira el tiempo el gran escritor madrileño. FERNANDO DELGADO. MIRADOR DE VELINTONIA (Fundación José Manuel Lara, Sevilla, 2017) por PEDRO GARCÍA CUETO La Fundación José Manuel Lara ha publicado Mirador de Velintonia, con el subtítulo “De un exilio a otros (1970-1982)”, un estupendo libro que hace un repaso por muchas figuras que su autor, el periodista, poeta y novelista canario Fernando Delgado, ha llevado a cabo como si fuera un entomólogo, mirando el paisaje de estos seres, sus formas, su presencia en la vida. Late en el libro un deseo de evocar a muchos de los grandes de nuestras letras. Por el libro desfilan Paco Brines, Carlos Bousoño, Pablo García Baena, Claudio Rodríguez, Ángel González, Jaime Gil de Biedma, etc. La gran virtud del libro es el respeto que el autor tiene con todos, son espejos donde Fernando Delgado se ha mirado, desde muy joven y comenzando con el encuentro con Neruda, al lado de su amigo Juan Cruz, el autor va trazando con mirada de amanuense, como aquellos que iban componiendo las palabras lentamente, otorgando belleza a su labor de copistas, los encuentros con cada uno de ellos. Fueron muchos los amigos que Fernando fue cultivando. Excelente es el retrato de Max Aub que paseaba con Delgado por el Retiro, ya mayor. La descripción del autor merece la pena: Sus ojos bien despiertos, nuevos de curiosidad tras sus gruesas lentes de miope, revelaban ansiedad ante el tiempo distinto que atisbaba y si entraba por descuido en la batalla del abuelo eludía con ironía lo que acaso tomara por desliz. (p. 104) Sin duda alguna, Delgado sabe ver a sus personajes, entenderlos en su interior, los retrata, pero no los juzga, hay una libertad presente, son seres que hacen historia al nombrarlos, todos con sus creaciones, sus exilios, sus penas y sus alegrías. Para Delgado, Aub «fue una rareza, un español por propia voluntad». El de Juan Gil-Albert también es un retrato muy bello, el escritor de Alcoy que fue gestando una obra silenciosa, sin nadie a quien dirigirla, en un exilio interior que duró décadas, hasta que unos cuantos escritores le dieron el prestigio que siempre se mereció. Dice Delgado sobre Juan:
Sus inteligentes reflexiones, la coherencia de sus gustos, el deslumbramiento nunca disimulado ante la belleza, nos mostraban a un personaje profundamente enamorado de la vida que en la avanzada edad —había nacido en 1906 y mi primer encuentro con él se produjo a principios de los años setenta— tenía a la vida por recién estrenada y aún parecía ser sorprendido por ella. (p. 117) Pero el personaje principal es siempre Aleixandre, su generosidad, su casa de Velintonia, donde centenares de escritores fueron a visitarlo. Era el lugar de confesión, el proscenio donde los poetas iban desfilando ante la generosidad del vate, del maestro, del hombre que hacía de su armonía todo un mundo. Según Delgado no hubo enemigos para Aleixandre, siempre modesto, generoso y acogedor, un hombre inolvidable ciertamente y gran poeta, como muy pocos lo han sido. La preferencia de Aleixandre por dos amigos entrañables, Lorca y Miguel Hernández, como le contó a Delgado, el pesar por no haber podido salvarles la vida, esa huella que queda en el gran hombre que ha confraternizado con ellos, donde encontraron, allá en Velintonia, el lugar de la poesía, más allá de la propia vida. El libro contiene anécdotas divertidas, como la aparición del extravagante Vicente Núñez, cuando Baena, Delgado y Villena se lo encuentran en un viaje. Hay mucho humor en ese episodio y melancolía en el libro, todo un testimonio de un mundo que nadie podrá olvidar. Para los lectores, el libro es emotivo, vemos a Brines, a Bousoño… En la presentación en la librería Alberti de Madrid Delgado dijo que no había conocido a alguien más inteligente que Gil de Biedma, a pesar de su carácter y su difícil trato. Al hablar de todos ellos, el respeto, la admiración, el deseo de reencontrarse con ellos, vive, respira. Todo un tratado de humanidad que debemos saborear poco a poco, como los buenos vinos. ALFONSO ARMADA. CUADERNO RUSO (Bartleby, Madrid, 2017) por PEDRO GARCÍA CUETO Los poemas de Cuaderno ruso son un espejo donde mirar el universo onírico de un periodista de larga trayectoria, un periodista que ha dirigido el ABC Cultural, que lleva la revista Fronterad, un hombre, Alfonso Armada, que ha ido creando a través de otros libros, los últimos, dos excelentes recorridos por dos mundos, Sarajevo, diario de la guerra de Bosnia (Malpaso, 2015) y El rumor de la frontera. Viaje por el borde sobre Estados Unidos y México (Península, 2016), sin olvidar que ya había publicado poesía, es decir, todo un prolífico autor de gran mirada, un periodista que se siente escritor, reflexivo y de profunda y meticulosa visión existencial. Cuaderno ruso es un libro desgarrador, que pulsa la existencia de un mundo que ha ido gestando el odio, la venganza, el comunismo donde se prometió un universo, pero que todo quedó en la dictadura, en la sinrazón y el autoritarismo, como el que camina por decenas de muertos. El libro es un espejo donde vemos Rusia, sus caminos. Las reflexiones de Armada son de un lirismo hondo y duro que desgrana fisuras, las que van dejando las líneas del poema. En la lectura uno siente un desgarro, es como si al leer los poemas sintieras que miles de rostros de la estepa rusa volvieran, son así como caleidoscopios donde vemos figuras borrosas, pero que tuvieron vida ayer. Dice el poeta: Lo que duele como sólo duele el mal / Enterrados con nuestros padres: / tanto de cera, / tanto de barro, / tanto de piedad. / ¿Cuántos quintales de lluvia, / cuántos campos de centeno para que se acueste el viento? Sin duda, el tiempo susurra, en el poema oímos su respiración, el mundo que dejó la lluvia. La tempestad vuelve a nosotros. Pensamos en los muertos, en los vivos, pero también en aquellos que dejaron su eco en la fría estepa, un mundo que Armada conoce y va perfilando a través de los poemas, hay muchos en que vemos la sombra del dolor: ‘GPO’ o ‘Bf-2’, en este último dice: Nunca fuimos buenos comunistas / algo mujiks /algo cosmopolitas / celosos de nuestra intimidad / dispuestos a perder el norte. Sin duda alguna, la sombra de Stalin sobrevuela y así termina el poema: Pero hasta los países y los jarrones / pegados con cola estalinista / acaban por desgajarse y naufragar / como témpanos a la deriva. Armada sabe que el mundo de las grandes palabras es una gran mentira, que los proyectos de colectivización no esconden más que esclavos y dolor, que Stalin es una sombra terrible, donde se acumulan los muertos y el horror. No exento de lirismo el libro va navegando por ese mundo, vemos esos seres que dejan su vida, el universo onírico es real, pero Armada lo lleva al terreno de la palabra poética, hay una crítica al comunismo, pero también al nazismo, los poemas se desangran, nos van dejando su eco, su lastimero transitar.
Cito uno que me parece especialmente hermoso: Y morir con la altivez de los alces / hermosos quebradizos. / Salto por encima de los arroyos / el tiempo vibra en mis tendones. / No sé qué nieve sucia / qué musgo reseco / voy a masticar a partir de ahora. / Qué gritos en la espesura / voy a empezar a oír. No lo cito completo para que el lector disfrute de su lectura, pero nos llega el eco del tiempo, la soledad inmensa, el espectáculo de la nieve, la tristeza de la vida, hay una querencia triste en el poema y en el libro, como un universo que transita el poeta, lo que me hace imaginar sus pasos ante ese mundo extensísimo y desolador, que seguro ha recorrido, porque Armada es testigo del mundo, de las guerras, de la política que oprime, de tantos seres anónimos que ha querido en sus viajes, hay en el libro esa huella, la del hombre que mira ese enorme silencio del tiempo, como en el cine de Bergman o Antonioni, mundo hecho de silencios, que llevan dolor en su interior. Libro muy recomendable, porque nos hace viajar y en las líneas del poema oímos los susurros de esos seres que ha amado en sus viajes a Rusia, esos hombres y mujeres que tanto se parecen a nosotros y que también sufren. Oigo al leer el libro sus ecos, lo que confirma la buena poesía de Alfonso Armada que hay que celebrar. RAFAEL SOLER. NO ERES NADIE HASTA QUE TE DISPARAN (Vitruvio, Madrid, 2016) por PEDRO GARCÍA CUETO En el último libro de Rafael Soler, novelista y poeta de indudable prestigio, uno siente que la muerte es un espejo donde mirarse, porque el autor compone poemas llenos de dinamismo, como fogonazos cinematográficos, imágenes que nos desvelan a un visionario, el hombre que ya conoce el reverso de la moneda. En todos los poemas que van engrosando el volumen, Soler, astutamente, se convierte en el ser ensimismado que mira su propia muerte, ese hombre que ha sido disparado, que expresa en el apartado titulado “Cuaderno de Martín” la banalidad de todo, la vida como un espacio de fisiología y podredumbre, con ese ritmo que contiene el verso, una música interior que, si recitas el poema, parece una canción. No sé si Soler busca emparentarse con los antiguos rapsodas o si lo ha sido siempre, desde esas novelas tan líricas que escribió o en su poesía, que va creando poco a poco el ritmo de un todo orquestal donde las palabras danzan en un ritmo alucinante. En el poema ‘Confesión de parte’, nos dice: Yo estaba tranquilo al verme así / con un disparo en la cabeza / alguna ventaja tiene / esa cortedad de sentimientos / que da ser un perdedor. Perdedor que deambula en su cuerpo asesinado, como si ya estuviese mirándose a sí mismo, contemplando al hombre que fue, para Soler somos un «cóctel mineral / con un porcentaje elevadísimo de agua». Este poeta entomólogo que mira al cuerpo y lo disecciona, va convirtiendo el poema en un desvelamiento, abre telones para rasgar los jirones de la vida corriente y nos asombra con ese lenguaje que parece de saltimbanqui, porque siempre está, milagrosamente, en la cuerda floja, lejos de la poesía clásica y siempre se salva al dar el salto, acróbata del verso es Soler, siempre con el suelo pero sin caer nunca al mismo. Se eleva Soler en este libro, como en el poema ‘Se buscan portes a buen precio’, donde la ironía del poeta cobra altos vuelos: Vestido en mi despojo / no alcé los brazos ni me limpié las babas / en atención al servicio funerario / un muerto cabal acepta su destino / apenas se permite ensoñaciones necrológicas / y algún gesto interior protocolario / al estrenar su funda. El muerto que espera a que venga el servicio funerario, atento y preocupado Esto llama la atención, porque Soler, el poeta, se ve muerto, personaje que sabe que todo es un engaño y toda vida un encaminarse a la muerte, recordando a Pavese en sus célebres versos «Vendrá la muerte y tendrá tus ojos».
Lo cotidiano aparece, porque el poeta sabe perfectamente que la poesía no se nutre solo de preciosismos, sino de ese diálogo constante con los otros (términos como duty free en el aeropuerto), tamiza así cada palabra para que, en ese afán de dotar al lenguaje de musicalidad, dancen los sustantivos como si ya todo acto fuese verbal. Además, en el poema ‘El viaje es lo que importa’, Soler se ve a sí mismo con la amada, flotando en el Sena: ahogados de la mano / ajenos al desvarío azul de las sirenas / nuestros labios compartieron un único deseo. En ‘Cuaderno de Abel’ Rafael Soler, con maestría, desarrolla toda su reflexión vital, porque el poeta es un alquimista del lenguaje, que, como equilibrista que pone en riesgo su vida, sale del lenguaje y luego entra en él, como un mago, aprovechando que las palabras siempre vuelven, están ahí, esperándonos a que las acariciemos con ternura. Dice el poeta en el poema ‘En busca de los genes del autismo’: Usted sabe que durando se destruye / y que el amor es con frecuencia / un coito matemático / la otra manera de vivir con luz a oscuras. Sin duda alguna, hay en el lenguaje del poeta un afán de sortilegio, de conjuro, para que el lector traduzca esas palabras que se nos escapan, sin duda, una ecuación del sentimiento, un logaritmo del amor, que Soler desarrolla con talento indudable. Todo el libro es juego del lenguaje, que va abriendo puertas, ventanas, que juega con la ironía, con ese ser que somos todos, ante nuestra miseria corporal, en los ratos en que nos enfrentamos a nuestro cuerpo y sus sombras, pero también hay amor, deseo. Parece, a veces, una novela policíaca que Soler va desvelando. Un nuevo salto del autor, sin red y con éxito, el afán por hacer de la poesía una traducción de nuestro interior. BEATRIZ RUSSO. NOCTURNO INSECTO (Tigres de Papel, Madrid, 2014) por PEDRO GARCÍA CUETO El nuevo libro de Beatriz Russo, gran poeta y mujer de gran capacidad imaginativa, es un acercamiento al mundo de los sueños, un espejismo donde la belleza del poema cobra resonancias. Habla de los espacios interiores, donde los seres cobran vida, tan pequeños como los insectos, meticuloso acercamiento a la vida y sus criaturas, desde la mirada de la mujer que reflexiona sobre su lugar en el mundo. Para la poeta la niñez es un lugar edénico donde vivió el entusiasmo de la vida, la distancia en la cual se vertebra el paso del tiempo, como el poema que abre el libro, donde la mujer y la niña se conjugan, son espacios que vuelven, de arena y vidrio, como si el tiempo fuese un reloj de arena y un espejo, donde la vida nos envuelve, en mil prismas: Entre la mujer y la primera niña hay un espacio de arena y vidrio. Gira el tiempo en su moción irreverente como un diábolo de esquirlas. Me incomoda su simetría. La vida nos hace nadar en sus espejos, esos ángulos simétricos donde nos vemos y desaparecemos, como si fuésemos olas del mar, para la poeta, la vida es un círculo, lugar de inicio y de fin, que vuelve, como en el eterno retorno de Nietzsche a su comienzo, la mujer que fue niña vuelve a ser niña cuando va siendo mayor, simbiosis de la vida, principio y fin unidos. Pero la poeta en este libro va más lejos, va trazando un horizonte de imágenes, va conjugando con hilo fino el tapiz del cuadro, va esmerándose por enfrentarse al mundo onírico que late dentro de ella, el de la niña-mujer que sigue viviendo en ella. Poemas como el IV, cuando dice: Se abre la puerta, cede la cerradura al ímpetu de la llave. / La madera tiene el brillo de mi desnudez. / El insecto se mece sobre mi piel pausada con su muñón / de gloria. / Me duelen las comisuras de los labios y apenas / me he reído. Niña que se ve en el espejo del tiempo, la madera que nos envuelve a todos ante la muerte, el ataúd donde descansa el cuerpo y el insecto que roe nuestros restos, parecen los presagios de ese futuro que vive en la mirada, la presencia de la muerte, desde la plenitud de la vida, una sombra que vive y descansa en la mirada de Russo. En el libro late el cuerpo, siempre herido ante la madera, el viento, el acero, todo aquello que va provocando el asombro del tacto, el poemario es sumamente táctil, los poemas se tocan, son como cuerpos que nos seducen desde el deseo y la decepción, son como rostros y restos de esos rostros, invitan a amar y a sentirnos desolados tras el estupor y el asombro de los cuerpos tras el acto amoroso.
Si la primera parte, ‘Las hormigas furiosas’, es un paseo por el amor y la muerte, parafraseando al famoso título de la película de Huston. En ‘Grueso ojo de facetas’ late en poemas en prosa la búsqueda de los cinco sentidos, para culminar en el tercero, ‘Entre la planta y el pájaro’, a través de poemas cortos, esta sinfonía que es el libro, donde se pueden ver diferentes movimientos, los poemas extensos para hablar del tacto, la mirada, el lento escuchar y rumor del mundo, a unos últimos poemas que expresan esos consejos que son confesión, como abrazos que penan, sombras que duelen, amores que se consuelan en la soledad del cuarto vacío. Destaco el poema IV, cuando dice: No temas la soledad del mirlo. / Breve es el vuelo de quien se aferra al sustento. / El grano crece en los campos de tierras airadas / por donde transitan los rayos de luz y brisa. Sin duda, ese vuelo es de la poeta que ya sabe, como el mirlo, que si soledad es viaje, que es conocimiento, volar es la única forma de soportar la vida, de ir más lejos de lo visible, allá donde late la gran imaginación de esta gran poeta. Bello libro que aúna tres movimientos, el de la vida y la muerte, la niñez y la madurez, en su primera parte, el de la vida, a través del goce y de sus sentidos, en la segunda y ese último movimiento orquestal, como unos violines que expresan la soledad de la mujer que sabe que sin el sueño y la imaginación, la vida no vale nada. Beatriz Russo logra en este libro una cartografía vital que nos llena de emoción y de preguntas, las cuales solo podemos contestar a través de la hondura de sus versos. ARTURO PÉREZ REVERTE. HOMBRES BUENOS (Alfaguara, Madrid, 2015) por PEDRO GARCÍA CUETO A dos personajes, Hermógenes Molina y Pedro Zárate y Queralt, el primero bibliotecario, el segundo, brigadier, se les encarga la misión de ir a Francia para que adquieran en París una colección completa de la Encyclopedie. Con estos mimbres se hilvana una novela de aventuras, pero también una novela que resume la historia y un relato que nos adentra en lo moral, lo que somos y lo que parecemos ser. Arturo Pérez Reverte se ha adentrado en los últimos años en la novela histórica, como si buscase, a través de sus historias, un pasado glorioso al que aferrarse, en un mundo de luces y sombras, donde sobrevuela siempre la pluma del hombre que disecciona las vidas de seres que han vivido los grandes hechos históricos. Para el novelista la intrahistoria es tan importante como la historia, en la senda unamuniana, porque la gente del pueblo, la cotidiana, la que vive cada día en nuestras ciudades y pueblos, hace la historia, tanto como los grandes de nuestro pasado y de nuestro tiempo. Esa idea está presente en el libro, los protagonistas son dos hombres que no llevan lujo alguno y que en su aventura se encontrarán con bandoleros. El autor necesita unos héroes, pero también unos villanos, unos malvados que buscan que la misión fracase, en sintonía con la novela de aventuras que Reverte hizo ya en El capitán Alatriste. Crea un personaje bronco, Pascual Raposo, viejo jinete de caballería que busca el fracaso de la misión, pagado por otros académicos (en un tema importante de la novela, la rivalidad en la cultura), el ultramontano Manuel Higueruela y el pedante Justo Sánchez Terrón. En esta yuxtaposición entre el objetivo a conseguir y los impedimentos se mueve una red de seres, todos ellos ambiciosos, interesados, deudores de los grandes rufianes, seres de esta intrahistoria que, paralelamente a los grandes sucesos, va conformando la historia. La idea de escribir este libro le vino a Reverte de la existencia de una Encyclopedie en la Real Academia. Por ello, los personajes creados son trasunto de los reales, como el caso de Pedro Zárate, que tiene su origen en la interesantísima figura del almirante Eliseo Álvarez Arenas. También aparecen en la novela personajes reales en los que Pérez-Reverte ha pensado y que constituyen un juego de apariencias para el lector, quién es quién en este laberinto de seres que han existido, ocupando un lugar esencial a finales del siglo XVIII. Gregorio Salvador, gran académico, está en la historia, porque el novelista es deudor de las grandes figuras de nuestra cultura filológica, de ellos ha bebido y se ha nutrido, son personas que se han hecho personajes en esta novela repleta de acontecimientos. Se trata de una novela que reivindica la amistad, la bondad de dos hombres que, apoyados en ese afán cultural que les une, conocen que su papel en la historia es fundamental, son los transmisores de una herencia que España no debe perder, porque en su cultura está su tesoro. Todos conocemos la vehemencia de Pérez-Reverte y su denuncia ante la creciente mediocridad de la sociedad, por ello, la novela es un tributo a la cultura, al afán de saber y a una reivindicación de esa intrahistoria, la de los hombres que, sin ser las figuras que están en los libros, han hecho posible nuestro legado cultural.
La confrontación está servida, hay defensores de lo tradicional con adalides del progresismo, ambos en franca batalla, porque el autor sabe que las dos Españas se persiguen desde hace tiempo, no son un invento de la Guerra Civil, sino que perviven desde la Antigüedad, porque son dos formas opuestas de ver el mundo, dos visiones antagónicas de la realidad. Dice en unas interesantes líneas del libro lo que considero toda una proclamación de voluntades, una forma de asentar sus principios: No hay suerte con la Encyclopedie. Pese a la buena voluntad del abate Brinegas y las orientaciones de amigos y conocidos, incluida una recomendación de Monsieur Doscenis para sus proveedores habituales, la primera edición sigue resistiéndose a las pesquisas. Se trata de la búsqueda infructuosa de esa primera edición, porque los dos protagonistas buscan en vano esa joya, lo que nos revela que Pérez-Reverte hace de la novela un claro tributo al mundo del libro como un manantial donde debemos buscar las primeras aguas, las que bañan a las demás, en esas librerías de viejo que tanto le han apasionado, el libro es también un elemento fetichista, sin duda, el escritor nos hace un claro guiño al libro tradicional frente a otras nuevas formas de leer en la actualidad. Nada mejor que esas descripciones de Pascual Rapos, el cual «espanta las moscas» mientras va fumando, en un retrato que bien se diría pictórico, al estilo de Velázquez, porque Pérez-Reverte es un retratista de un mundo que poco a poco va llegando a su declive, a un ocaso indudable y definitivo, el de nuestra España. Esta novela, pues, abre muchas lecturas, una intrahistoria presente en la mirada de esos dos quijotes que quieren conseguir aquel tesoro de la Encyclopedie, mientras sufren las dentelladas de los ambiciosos y los egoístas, en un París lleno de truhanes, de cafés y de tertulias. Leer este libro es ir más allá de nuestra época, a un tiempo atrás, pero también, como si el libro tuviese ventanas que nos iluminan de luz, a un pasado que tiene que ver mucho con nuestro presente. En las sombras y luces del ayer se hallan las nuestras. |
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