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EL COLOQUIO DE LOS PERROS

ARTÍCULOS

TOCAMOS TODOS LOS PALOS, INCLUIDOS LOS DEL FLAMENCO

EL ENSAYO COMO PENSAMIENTO GLOBAL EN LA OBRA DE JAVIER GOMÁ

18/11/2014

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por PEDRO GARCÍA CUETO
     Javier Gomá nació en Bilbao en 1965, es filólogo, filósofo y jurista, con una obra ya consolidada y con una actividad cultural creciente, ya que es el director de la Fundación Juan March, siempre latido importante de actividades culturales que, con la dirección de Gomá, ha ido in crescendo.

    Estamos de enhorabuena, porque Taurus ha publicado Imitación y experiencia, Aquiles en el gineceo, Ejemplaridad pública y Necesario, pero imposible,  cuatro ensayos luminosos de Gomá, que ahondan en la existencia de la democracia, sus ventanas al mundo y los compromisos del ciudadano consigo mismo y con los demás, desde la adolescencia, etapa de inmadurez a la vida adulta, donde el ser humano cobra conciencia de la existencia en todo su sentido, con los deberes y derechos que este tiene ante sí mismo y ante el mundo que lo rodea.

      Son tres ensayos articulados con el nombre de Tetralogía de la ejemplaridad, de eso trata este singular libro que recoge cuatro propuestas sobre el hombre y el mundo que lo rodea, un entorno que le obliga a medirse siempre con otros, afianzando en la dureza del mundo, su forma de ser y de ver la vida.

      En Imitación y experiencia (fue Premio Nacional de Ensayo 2004) vemos al hombre a través de su deseo de unirse a los otros, pero también de afianzar su personalidad, en esa clara disyuntiva entre lo individual y lo colectivo. Gomá nos habla de una imitación de los ejemplos para vivir en sociedad, nadie existe autónomamente sino en su relación con el mundo, que le marca desde la niñez.
      En Aquiles en el gineceo expone Gomá, con precisión y estilo brillante, el paso de lo estético a lo ético en el individuo, la idea del joven como un ser descomprometido con el mundo al del adulto, paso que le lleva al mundo de la familia y del trabajo, donde ha de cumplir unas expectativas, ya no es un ser que se satisface a sí mismo, hedonista, sino que debe de cumplir con los demás, con la sociedad, en el mundo laboral, también con los hijos, como modelo y ejemplo para ellos. Estas dependencias hacen que lo estético, lo hedonista, quede ya en un segundo plano y lo ético cobre relevancia, protagonismo absoluto en su contacto con el entorno y el mundo de los demás.

      En Ejemplaridad pública late el mundo de los adultos, donde el filósofo reflexiona para darse cuenta que vivimos apegados a leyes que nos asfixian, que reducen nuestra libertad, que modifican nuestras ilusiones iniciales al iniciar la vida, produciendo el desencanto que habita en nuestro mundo actual.

      En la cuarta y última, Necesario, pero imposible, vive el impulso de otra vida, porque Gomá es consciente de nuestra muerte y, por ende, de nuestra caducidad, el esfuerzo por salvarnos a través de la fe, como un leit motiv que purifique nuestras vidas, late en este último y esclarecedor ensayo, donde vemos la postura cristiana de este excelente ensayista. El hombre contemporáneo, que ha perdido la fe, globalizado ante un mundo que lo cosifica y lo ve como un número más, ha de recuperar, por la intimidad de las creencias, su lugar en el mundo, salvarse, a través de la ética y de la fe, no excluyentes, de ese lugar ínfimo que hoy tiene el hombre moderno, desde que Musil lo viera claramente en su libro El hombre sin atributos, donde la realidad del mundo contemporáneo no deja salida al hombre profundo, banalizando todos sus actos, al igual que lo hizo Kafka en sus obras, un individuo que ha perdido sus atributos, que ya no es importante, solo ocupa un espacio ínfimo en el Universo, absolutamente reemplazable por otro.
    Gomá se atreve, con valentía, a exponer que el hombre ha de recuperar un lugar en el mundo, no rompiendo literalmente con lo colectivo y con el mundo de la técnica, tan igualador de individuos, pero sí racionalizando ese mundo, para poner el yo como una base esencial y recuperar, a través de la fe, lo que este mundo agnóstico, en gran parte, ha perdido.

     Más allá de la cuestión de fe o no, lo que me parece brillante de estos ensayos, es la forma de exponerlo todo, clara y bien escrita, sin abusar del mundo filosófico, que nos llevaría a un metalenguaje, difícilmente comprensible, para el no iniciado, esta claridad expositiva es de agradecer, porque facilita la comprensión del mensaje, la luz que quiere irradiar estos ensayos, somos seres que debemos combinar lo colectivo y lo individual, sin adocenarnos, mostrando siempre en nuestra vida laboral o intelectual, nuestras posiciones, aunque parezcan anacrónicas, sin desdeñar la tecnología, hacer buen uso de ella, sin despreciar el mundo contemporáneo, reivindicar las buenas maneras, la educación y la cultura humanista, un esfuerzo que Gomá transmite en el libro, la fusión de lo ético y lo estético en estos cuatro ensayos que Taurus ha tenido la fortuna de publicar conjuntos para deleite del lector inquieto que, sin ser filósofo, sí quiere entender mejor el mundo.
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DYLAN THOMAS EN EL "CABALLO BLANCO" DE NUEVA YORK

18/11/2014

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por ANTONIO COSTA GÓMEZ
     Estaba tomando whisky en el White Horse de Nueva York, en el West Village, había hecho un gran esfuerzo para encontrarlo, había ido por la calle Hudson y había pasado las Casas Gemelas y me había acercado al río, y ahora estaba allí sin saber qué sentir, mirando las imágenes de Dylan en las paredes, y sintiéndome igual de interesante y de visionario que Dylan, como si me recorrieran las ondas de la poesía y de la profecía y de la fiebre céltica, como si pudiera fascinar y trastornar a todo el mundo igual que él a través de la radio, como si pudiera conseguir que mis recitales fueran vivencias y revulsivos y reminiscencias para miles de personas que no leen poesía, como si pudiera electrizar a la gente a los dos lados del océano, estaba allí sin saber qué sentir, pero profundamente emocionado y asombrado, y me acordé de cuando Dylan dijo: «Creo que he batido un récord, me he tomado 19 whiskies», y después se fue a morir al Chelsea Hotel. Poco después yo iría por allí como una rata nostálgica para evocar su aliento, y me entraron ganas de hacer yo también algo desaforado y decisivo como él, pero me daba miedo y pereza meterme en el delirium tremens en esos momentos, prefería llegar otra vez al hotel Carlton Arms y ver todas las pinturas que llenaban las paredes, me vi como un clochard peregrinando detrás de la poesía de verdad por las calles de Nueva York, la poesía que te hace sentir frío y fiebre entre los coches y no solo sirve para contar los sustantivos en un departamento académico.
     Le pedí whisky a la camarera y quise que cada trago me supiera como un poema de Dylan, y pensé en recitarle a la camarera un poema del galés como una vez le había recitado un poema mío a una empleada alucinada de la Biblioteca del Arsenal en París, pero en realidad me lo recité a mí mismo, ése que dice que la muerte jamás triunfará, que aunque los enamorados se vayan seguirá el amor, que aunque las personas se vayan quedará la tierra, y me acordé de cómo lo recitaba Sean Penn en una película de gangsters cuyo título no recuerdo,  me quedé impresionado como siempre, me dije: ¿ves?, siempre está esa pasión de los europeos, ese tono heroico y visionario, y luego me puse a  recitar en voz baja ‘Visión y oración’, ‘En la rodilla del gigante blanco’, ‘El cumpleaños’, tuve una charla conmigo mismo sobre el cristianismo y el celtismo de Thomas, dicen que Europa empieza en Grecia, me dije, pero los europeos tienen muchas más aportaciones, por ejemplo los celtas, que les hablan de las hadas, del infinito, de una naturaleza misteriosa, de los mares, de visiones, y también  el cristianismo, me dije que sí, que a nosotros se nos había desgastado el cristianismo, pero que Thomas lo exponía de una manera tan dramática, tan apasionada, tan visionaria, que de verdad nos sacudía con los profetas, la resurrección, el nacimiento de Dios, el milagro, el espíritu incendiándolo todo, para Thomas la gracia sí que era algo que nos trastornaba completamente y sacudía hasta a los muertos, y tenía  tanta pasión que hasta le decía  a su padre que no entrara tranquilamente en la noche callada.
     Y en aquel pub lleno de gente que hablaba en mitad de sus imágenes, junto a su cara mofletuda y sus ojos hinchados, parecía que todo cobraba vida y que nosotros nos volvíamos también milagrosos y extraordinarios como quería Dylan Thomas, ese poeta quería enloquecernos a todos y sacarnos del marasmo, incluso usted se pone inspirado cuando recita sus poemas, me dije a mí mismo, yo  dije que sí, que Dylan Thomas quería el Apocalipsis, quería que todo se revelara y se saliera de madre dramáticamente, que pusiéramos las cartas encima de la mesa y nos llenáramos de vida otra vez, que viniera Cristo en ese mismo momento a alucinarnos de nuevo, y parecía como si  Dios estuviera apareciendo de verdad en aquel pub, lo que quiso Thomas, dije, fue sacudir el aburrimiento de Europa y que todos viéramos visiones continuamente, es que no hemos parado de ver visiones, me dije, y eso es el encanto de Europa, ustedes han ido con sus visiones a otras culturas que parecían llevar miles de años sin cambiar nada, me dije, ustedes inventaron la Historia, la Historia puede ser terrible, contesté, yo creo que lo que Dylan quiso fue superar la Historia y traer el mito, librarnos de la Historia, sí, me contesté, pero la Historia también es vida, es relámpago, en otros continentes durante miles de años no pasaba nada, la Historia demostraba que ustedes los europeos estaban vivos.
     Durante horas en mitad del murmullo me repetí los poemas de Dylan Thomas y parecía vivirlos intensamente, me había sugerido a mí mismo muchas veces ir a Gales a visitar los lugares de Dylan, hay una casa en un barco en la bahía de Laugharne donde vivió los últimos años, pero nunca me decidía, sin embargo me gustaba repetir sus poemas en mitad del jaleo, y estaba tan emocionado que estaba a punto de dormirme, y ya se sabe que en esos momentos nos abrimos más a nuestro inconsciente y cobramos lucidez, y recité el poema ‘Visión y oración’ y sentí como si Europa entera estuviera trastornada, con todas las ciudades llenas de visiones, con los monumentos más relucientes, con la gente más inspirada diciéndose cosas en los bares, con las parejas amándose más profundamente en las habitaciones, y todo aquello también pasaba en Nueva York por la gracia de Dylan Thomas.

     Y luego me levanté y me dirigí al Chelsea Hotel, y entré como un mendigo a mirar furtivamente las fotos, como un escritor menesteroso y bohemio que apenas puede  pagar el Carlton Arms, y me dije que allí había muerto el poeta,  y yo me morí también un poco, de melancolía, de nostalgia, de exaltación, de deseo de haberme emborrachado con él, de caminar como dos cachorros por las afueras de Swansea, y ahora que Dylan cumple cien años me acuerdo de aquellos días, y me digo: que joven estás, Dylan, un día de éstos tenemos que ir a tomar unos whiskies por Huertas.
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DESIERTOS PARADÓJICOS, DESIERTOS MORTÍFEROS

17/11/2014

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(UNA LECTURA EN TORNO AL POEMARIO CAMBIO CLIMÁTICO DE CRISTINA MORANO)

por ALFONSO GARCÍA-VILLALBA

La soledad rugiente de la desolación.


  Deuteronomio 32,10

 
El desierto gana, en él leemos la amenaza absoluta, el poder de lo negativo, el símbolo del trabajo mortífero de los tiempos modernos hasta su término apocalíptico.

  Gilles Lipovetsky

 
The last beautiful free soul on this planet.

  Super Soul
BIENVENIDO AL DESIERTO
    En la película Vanishing Point de 1971 Kowalski atraviesa el desierto de Nevada cargado de bencedrina mientras conduce un Dodge Challenger blanco de 1970. Perseguido por la policía de varios estados, tiene como misión la entrega del automóvil en la ciudad de San Francisco. A lo largo de la película comprobamos cómo el protagonista, Kowalski, es acosado por la policía a la vez que es animado por Super Soul, un disc jockey ciego y negro de una emisora de radio, la KOW, que emite desde un pueblo llamado Goldfield, Nevada, y a quien escucha el protagonista a lo largo del periplo que le llevará al desierto y la muerte.

     En 2014 Cristina Morano hace su propia travesía por el desierto con la escenografía, entre otras, de los Barrancos de Gebas de fondo. Ésta es una tierra árida, plagada de cañones y cárcavas entre Alhama de Murcia y Librilla, y mucho tiene que ver este escenario con el de la película de Richard C. Sarafian, de cuyo guión se encargara Guillermo Caín (alias de Guillermo Cabrera Infante).

     En el caso de Morano, hermosa alma libre (como diría Super Soul de Kowalski en una de las citas que abre este texto), no hay necesidad de anfetaminas a la hora de componer un cuadro poético caracterizado por la desolación y el abandono: la escritora solamente necesita el motor de sus palabras para avanzar por el desierto, un desierto que no es sólo físico sino que se configura como vital, existencial. Con un lenguaje duro y seco, Morano dibuja un páramo humano donde el vacío cotidiano se carga de voces que pugnan por salir a flote en medio de la tragedia.
LA ANIQUILACIÓN TOTAL
     Hay quien ve en el desierto un espacio de redención, el lugar para el recogimiento y la oración. Un emplazamiento donde se acude a meditar y encontrar la iluminación. Así sucede con la figura de Jesucristo en algún momento del Evangelio, si bien allí es tentado por el diablo después de cuarenta días y cuarenta noches. Algo semejante ocurre con ciertos monjes, eremitas y anacoretas que, en el siglo IV y tras la paz constantiniana, buscaban la claridad espiritual y la unión mística con dios en los desiertos de Siria y Egipto.

     No es el caso de Cristina Morano que en la página 46 de Cambio climático afirma:

            Infeliz el que aprende del desierto.

    Siguiendo esta línea que apunta la autora, son muchas las veces que el desierto aparece en el Antiguo Testamento como un lugar donde domina la soledad rugiente de la desolación (algo similar a lo que sucede en este libro). Si la tierra cultivada, el lugar que habita el hombre, es el espacio donde la realidad se humaniza, el desierto es precisamente el ámbito donde tiene lugar la deshumanización:

            Se ha secado la tierra,

            pero más nuestros huesos

    Cambio climático nos pone en primer plano (de forma sutil) la desertización, una desertización no sólo física sino moral. Y no es que Morano hable en su libro sobre la escasez de recursos hídricos o el retroceso de la tierra cultivable. No, Morano no establece ningún tipo de alegato ecologista aquí (al menos ése no es el objetivo primario de sus páginas). Ella prefiere (o está obligada a) introducirnos en un mundo donde el hombre desaparece y se va haciendo sombra de lo que fue:

            (…) Aquí hasta la memoria

            se cura en sal y lentamente

            también nosotros nos hacemos

            de cecina la carne.

     En Cambio climático lo físico o lo meteorológico es el preámbulo a la aniquilación del espíritu. O, más que un prólogo a todo eso, resulta ser la metáfora que nos habla de ello desde su mismo título:

            Recordamos el agua,

            pues el cauce la nombra,

            esculpe esa palabra en la tierra.

EL DILUVIO
     La inundación es el contrario del desierto, su opuesto.

   En diversos textos sagrados la inundación es sinónimo de destrucción. Los mayas quiché hablan de Uk’u’x Kaj (“Corazón del cielo”) como responsable del diluvio. En Mesopotamia es Enlil quien arroja el castigo acuático sobre las gentes, diluvio del que se da buena cuenta en la epopeya de Gilgamesh. En la Biblia es Noé el elegido a dedo por Yahvé para salvar a las criaturas. En Cambio climático es Cristina Morano quien, con tintes proféticos y visionarios, escribe y dice:

            Todo se quedará bajo el barro.

     La presencia del agua en este poemario se configura entonces como peligro o quizás como purificación, ese agua que todo lo destruye:

            Lloverá durante cuarenta días y cuarenta noches

dijo Stephen Hawking, después nuestra civilización

 
            destruirá el planeta (…)

     Ante tal devastación, ante el apocalipsis que nos sobreviene, Morano llega a afirmar:

            (…) No me pidas

            que siga, que busque mi bien, salvándome

            de la inundación.

    Ella decide quedarse en el mundo que zozobra y naufraga, ese universo que Ballard retrata en su novela El mundo sumergido. Así que el agua, ese bien tan preciado que se echa en falta en más de una ocasión en los versos de este libro, cuando aparece ante el lector, lo hace a través de la tormenta y el diluvio.

     Y la tormenta es tan trágica como el desierto.

     El agua, por tanto, se convierte en las páginas de Cambio climático en agente de destrucción:

            Entra el agua por las ventanas

            temo por mi vida

Imagen
LA PERIFERIA ME MATA
    La periferia como escenario, igual que la que retratara Antonioni en El desierto rojo o El eclipse, vertebra el discurso poético de Cambio climático. Ésta es una periferia con frecuencia sin nombre, sin una ubicación concreta salvo en algunas ocasiones. Una periferia escénica que —en cambio— tiene como protagonista el corazón del ser humano, al igual que sucedía en la cinta del director italiano.

    Y si hablamos del corazón del hombre, de la mujer, del corazón de la ciudad (y sus calles y sus apartamentos), lo que hacemos es hablar del presente, un presente que se hace eterno o donde reverberan preocupaciones imperecederas, que siempre han estado ahí, que siempre están aquí. Cristina Morano ha decidido tatuar en estas páginas un presente que nos consume, un presente que devora a sus hijos igual que lo hiciera Saturno con su prole. Morano retrata una realidad que fagocita a sus creaciones, que las deshidrata y abandona exangües. Traza una cartografía de la realidad que, a modo de susurro, silabea su tosquedad en nuestros oídos, en los ojos que sobrevuelan las páginas de este poemario. Las calles de la ciudad, las habitaciones o los apartamentos se configuran como espacios donde la soledad y el vacío quedan subrayados como marca de una alienación moral y emocional que mucho tiene que ver con el mundo que nos ha tocado vivir.

    La ciudad, las calles y esos apartamentos se configuran como escenarios a través de los cuales se concreta la periferia de la que antes hablábamos. Así ciudad y calles se disponen como decorado de esa alienación que, con frecuencia, está tan relacionada tanto con el trabajo como con el amor, tal y como sucede en el poema Salida de las oficinas:

            Tan feos y tan comunes volvemos del trabajo,

            apenas sacudiéndonos

            el inmediato olor del bar

            y de sus restos de comida.

    La urbe es el lugar del abandono y la soledad como se puede leer en el mencionado poema:

            Sólo esta luz final de las tardes de invierno

            nos descubre desamparados

            en busca del dinero y del calor,

            disputándole el mundo a nuestros perros.

    Y el trabajo (su mundo, sus implicaciones) se dibuja aquí como un mecanismo que recorta los espacios de libertad del individuo:

            lucen las oficinas como templos

            de algún culto ancestral

    La ciudad que estos versos habitan parece una isla, un lugar abandonado donde avanza la desintegración de las personas, al igual que el desierto lame los suburbios de algunas ciudades del Sureste. Fonollosa deambulaba por la ciudad del hombre que era Barcelona en uno de sus más reconocidos poemarios. Morano vaga por la ciudad de la mujer (del ser humano: masculino y femenino, qué más da), una ciudad intercambiable en su indefinición que, tal vez, podríamos concretar en Murcia, lugar donde reside la autora, pero que bien es cierto podría ser cualquier otra dentro de una periferia agonizante que se configura como teatro de operaciones del corazón que vislumbra un futuro mortífero.

    Por su parte, el hogar, la casa, el apartamento se convierte en cubículo donde apenas hay oportunidad para la redención, la fe o la esperanza:

            Tres cosas apiladas no forman una casa,

            más bien un inestable montículo

            y nuestra convivencia en ellas

            no tiene nombre todavía.

    La voz que va tejiendo los versos que componen este poemario se configura como la de un náufrago en tierra firme que ni siquiera consigue atisbar las naves que, cerca o lejos, podrían ofrecerle algún tipo de salvación. Tampoco ese náufrago busca ningún tipo de salvación, sino que asume el estado de cosas (y la protagonista poemática de estos versos lo hace no exenta de dolor):

            No. No me incluyáis entre los que siguieron

            su Palabra. No repetiré el gesto de los ganadores.

    Duele entonces el verbo de Morano, su sintaxis sencilla (y contundente en ocasiones) que tiene como objetivo entregarnos un libro envenenado de desolación, una desolación que puede venir de dentro pero que también procede de fuera, igual que los tentáculos de una medusa que deja su huella tóxica sobre nuestra piel.
EL DESIERTO ES UN ARMA MORTÍFERA CARGADA DE FUTURO
    Lipovetski hablaba del desierto como la metáfora del tiempo que vivimos. La poesía de Morano es también en Cambio climático un conjunto árido que te empuja a pasar de verso a verso como quien consume bencedrina, igual que quien está empujado (por una obligación moral como lector) a no detenerse en la lectura porque el desierto humano que aquí se cartografía hipnotiza con su poder fantasmal.

    En cambio, si aquí hablamos de forma recurrente del desierto, el lenguaje de Morano no es estéril, no se caracteriza por ello, y algunos de sus versos confirman la posibilidad de la palabra en medio del páramo. Esas palabras son semejantes a las ortigas que crecen en un terreno baldío pero que, a diario, buscan la luz del sol. Ese mismo sol que, queramos o no, las abrasará, convirtiéndose éste en el punto límite cero para la vegetación (para la vida, la existencia), la vía de escape quizás (una vía de escape hacia la muerte, el punto de disolución o de desvanecimiento).

    Si en Vanishing Point se articulaba un punto de fuga dentro del desenlace de la película con el impacto y explosión del Dodge Challenger contra una excavadora (de modo que Kowalski moría justo antes de los títulos de crédito), en Cambio climático el punto de fuga es otro y se condensa en los versos finales del poemario, con palabras que hablan una vez más sobre abandonarse y dejar que la aniquilación o el abandono se lleve todo consigo:

            (…) y dejé atrás las flores, sacudiendo

            su recuerdo como los perros

            se sacuden el agua del pelaje

            por no morir de frío en la intemperie.

            Si os encontráis alguna flor de aquellas

            en mi ropa, tiradla, tiradla sin decírmelo.

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DOS POETAS ANDALUCES Y UNA AVENTURA EXISTENCIAL

5/11/2014

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(HOMENAJE A RAFAEL GUILLÉN
Y ANTONIO HERNÁNDEZ)

por PEDRO GARCÍA CUETO
    Antonio Hernández es poeta de verso claro, transparente, hombre que ahora ha ganado el Premio Nacional de Poesía con Nueva York después de muerto, un claro homenaje a su maestro Luis Rosales, porque el poeta de Arcos de la Frontera conoce la aventura del verso como un juego existencial, en la poesía se halla la clarividencia de la vida, donde abrimos las ventanas al ser, dejamos que el idioma crezca como savia germinal.

    Un poeta que ganó el Adonáis hace ya muchos años con su hermosísimo poemario El mar es una tarde con campanas, donde el virtuosismo andaluz reinaba con luz propia. Tiene Hernández la textura de una tierra que ha crecido, inmortal, sobre los pliegues del lenguaje, un reino de poetas, que hoy sigue brillando con el talento de este gran andaluz.

    En Lente de agua Hernández crea el lenguaje, conoce la belleza de la Naturaleza, extenso paraíso que ha visto crecer, como nos dice en ‘Almendros de la nieve’, en ese espacio de la palabra creadora, que se complementa a un mundo, en esa clara influencia del lirismo becqueriano, luz que se sustancia, como nos dejó el mundo cordobés de García Baena en versos inolvidables. Hernández es el mismo, pero en él vive el sustrato lorquiano, la magia juanramoniana, el embrujo becqueriano y la ternura machadiana.
    En el poema vemos cómo el poeta invoca a la belleza de la Naturaleza en su esplendor:

 
           Semilla de la sierra, / Fátima había sido / una intención de nieve. / Sus ojos liminares / contemplaron la plata / inacuñable y pulso / de las aguas nativas.

 
    En Hernández late el verso, viven los seres de nuestro medievo, los judíos que colonizaron la corte de Alfonso X el Sabio, la cultura latente de una Andalucía sabia que vivió la convivencia con los árabes, tiempos de prodigios y de luna llena. Su poema ‘Lengua de Sefarad’ nos transmite el embrujo de lo judío en nuestra cultura:

 
          Ya suena el trino del jilguero andaluz / con la impotencia del pecho que se ahoga, / cabrillea la sangre por su rumbo / de escenas vueltas a la desventura, / pues errar es un orden y un mandato, / En la frescura de los niños, / taimada está la luz. Y las muchachas muerden / el beso, se atropellan las bocas.

 
    Versos de luz, germinales, que envuelven al poeta andaluz en la antigua España, esa de la convivencia, donde el amor abraza, toca con sus afilados dedos el vello del pubis de la niña que ya ama al hombre, en ese desgarro de la vida nueva.

    En Sagrada Forma el poeta de Arcos de la Frontera pulsa el idioma, lo toca con los dedos nerviosos de un hombre apasionado, entregado al verso como el amante a la amada, en la mejor tradición de nuestra poesía popular.

    El amor al Sur es una promesa, una entrega, una fusión necesaria con sus raíces, así lo dice, en versos inolvidables:

 
            Está la plaza al Sur, / por mí existente y para mí con trinos, / alta en árboles lentos y veloces, / contagiando perfumes, / los años que tramaron ascensiones sin plumas / cuando cuajó en estrella el espejismo, / el daño puro del amor que sana...

 
    Cito estos versos de este largo poema, el número once del libro, donde Hernández habla con esa voz lírica que te deja preso de la música del verso, nos invita a seguir leyendo, porque el poema lo vamos componiendo en nuestro interior, lo vemos y lo sentimos cada vez que el poeta talla una palabra, cincela una voz en su misterioso lenguaje andaluz, transparente como una vidriera que nos deslumbra en su luz cenital.

    En el poema catorce, Hernández nos dice cómo ha de ser el corazón, toda luz, transparencia que hiere, pero que nos deja honda huella en nuestro sentir:

 
        Pero apúrate, apura, corazón, / sé como leña seca por el fuego, / como el cometa errante en el espacio, / como el cante flamenco en la garganta: / una fugacidad que ha hecho un nido.

    El pulso de la palabra vibra, el verso se incendia en ese fulgor de esa fuerza del corazón, ya postrado como un cometa, como un cante flamenco, origen del ser andaluz, lorquiano influjo, latente beso robado en una boca.

    Es Hernández un escultor que cincela las palabras, las dota de altura, nos ofrece su voz rota, que tiembla como un incendio de luz en el poema, merecedor de este Premio Nacional de Poesía, con eco andaluz, con fuerza de cante y mirada de poeta verdadero.

LOS ESTADOS TRANSPARENTES DE RAFAEL GUILLÉN, LIBRO HONDO DE VIDA
    El poeta granadino, nacido en 1933, ha ganado el Premio de Poesía García Lorca. Ahora su obra, ya celebrada, deja un sendero de palabra bien dicha, auténtica, evocadora.

    Uno de sus libros más admirados fue Los estados transparentes, donde Guillén adorna el verso de una altura inusual, que se enriquece con cada lectura. Hace del poema una torre impresionante que nos da transparencia y verdad.

    Cito ‘Otoño en llamas’, cuando dice:

 
          Como cada noviembre, las tristezas doradas / del otoño llamean / en los castaños. Sube de los barrancos hasta / la nieve de los picos un confuso revuelo / de amarillos y malvas y, entre las peñas, cuelgan / los pueblos como blanca ropa tendida. Todo / vuelve a la transparencia. / El silencio aún no ha dicho la última palabra.

 
    El poema expresa el florecer de ese otoño, donde todo es luz, como si el poeta fuese un demiurgo que llega al lenguaje para pintarlo.

   Rafael Guillén sabe decir, y en su cantar late el andaluz que busca el esplendor del mundo, sabedor de nuestra caducidad, buscador en la Naturaleza de la inmortalidad de la que carecemos. Al mirar nos hacemos eternos y al cantar el mundo nos damos al ser que nos oye y nos lee, para vivir, con él, el fulgor de un mundo que no muere.

    En ‘Aquel puerto del Norte’ el amor es espera, declaración de fogoso sentimiento, porque esperar es vivir, si el que espera vive enamorado del ser en el que ha puesto su mirada azul.

    Bello poema donde Guillén expresa la conjunción perfecta entre el ser que ha de morir y el mundo que permanece, una simbiosis que hace del poema una bella sinfonía o un cuadro de belleza inextinguible:

 
          Te esperaré bajo el abrazo helado / de la lluvia en el ártico, vagando / por el puerto de Bodo y sus perdidos / malecones de niebla. / Te esperaré, ya fuera / de las redes del tiempo, revistando los barcos, que alinean / sus desacompasado cabeceo / frente a los muelles, recontando torpe / y soñador sus oscilantes mástiles / acosados por agrios / enjambres de gaviotas.

 
    Para Guillén, solo hay una espera, la del mundo, en ese estado transparente, donde el ser ama la Naturaleza, hace de ella su luz y allí, en ese espacio soñado, la vida con el ser amado, cobra toda resonancia.

    Sin duda alguna, Guillén es el poeta sin redes falsas, en la línea del eco juanramoniano que estoy seguro late en él.

DOS POETAS EN BUSCA DE UNA AVENTURA EXISTENCIAL
    Hay que celebrar los galardones a dos poetas en su aventura existencial, que nos ofrecen versos cincelados con la paciencia del amanuense. En esa labor de entomólogos del lenguaje el andalucismo no excluye su mirada universal. Son dos poetas de gran luz, cuyo eco siempre ha de permanecer.

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"NEO-NADA", DE DOMINGO LLOR

5/11/2014

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por HÉCTOR TARANCÓN ROYO
"Un fugitivo no se oculta en un laberinto.
No erige un laberinto sobre un alto lugar de la costa,
un laberinto carmesí que avistan desde lejos los marineros.
No precisa erigir un laberinto, cuando el universo ya lo es.
"

  Jorge Luis Borges
El aleph 

    Te levantas para trabajar y desayunas con desgana unos cereales que llevas ya demasiados años comprando. Hay algo que sabe raro. Huele a chamusquina. Pero no importa demasiado, tienes un objetivo, un apoyo, que te asalta cada vez que suena el despertador. Te aferras a ello como a un clavo ardiendo (amigos, familiares, trabajos, novios/as, trabajos, etc.), como la columna vertebral que la da sentido a tu frágil fisicidad. Y un día, después de lavarte la cara, te sientes como si te encontraras al otro lado del espejo: ¿eres tú mismo o es otra persona la que ves? Y, en ese caso, ¿cuál de todas ellas? ¿El marido ejemplar? ¿El alcohólico malhumorado? ¿El gracioso del trabajo o el falso de tu grupo de amigos? ¿No será, por casualidad, que hay algo más allá fuera del marco que nadie se ha molestado en explicar? ¿No sería una verdadera utopía salir de esa nada que todo lo consume y encontrar el punto de contacto entre las realidades? Tirar del hilo sin miedo a que se rompa. No cortarlo. Seguir el hilo de Ariadna como si fuera una metáfora del mundo, una guía entre la desesperación y el horror de la vida.

    La obra que vas a experimentar, Neo-Nada, es un vacío, un agujero de gusano. Te transporta, sin que lo sepas, a un mundo totalmente diferente. ¿Por qué no traer de vuelta, en esta época llena de prefijos y sufijos una acción sin conclusión? Sin más intención que la de mostrar repeticiones en las historias, nuevos conceptos, condensación de imágenes y líneas sutiles que, en todo caso, debes poder completar a tu manera. Con libertad, porque, al contrario de lo que se nos hace creer, no hay nada prefijado. Lo que puedas sentir será tuyo para siempre, será tu propia verdad, será tu secreto interior. Eso sí, tiene forma de laberinto, pero ¿cuál? ¿Existió de verdad? ¿Es todo una treta para darle profundidad a algo que no la tiene?
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    Este cuatro de octubre la compañía teatral Onírica Mecánica inauguró la nueva temporada, en su sede Utopía, invitando a otros autores a presentar sus proyectos, como ocurre en este caso con el poliédrico Domingo Llor, que profundiza en las investigaciones que lleva realizando en estos últimos años: historias inacabadas, actualizaciones mitológicas, ausencia de historia, pura visualidad, potenciación de la imaginación, etc. Toda una trayectoria editando y produciendo vídeos que cristaliza en la exposición Out of frame (2014), que cuenta con catálogo online (http://issuu.com/domingollor), en la que las imágenes se detienen en una vigésimoquinta parte de un segundo (frame) determinado para evidenciar gestos, momentos y escenarios que pasan desapercibidos ante el rápido flujo de la vida cotidiana.

    Volvemos a empezar: «-¿Podrías decirme, por favor, qué camino debo seguir para salir de aquí? —Esto depende en gran parte del sitio al que quieras llegar —dijo el Gato. —No me importa mucho el sitio... —dijo Alicia.— Entonces tampoco importa mucho el camino que tomes —dijo el Gato». ¿De verdad queremos salir del laberinto? Y, en todo caso, ¿de cuál? Porque no hay un único laberinto, los hay de muchos tipos y cambian en cada momento, por lo que no existe ninguna guía fácil que permita resolverlos. ¿Merece la pena adentrarse, como Teseo, en el laberinto? ¿O ya estamos en uno sin darnos cuenta? «El drama de Ícaro es la toma de consciencia de la imposibilidad de escapar del laberinto» (MIGUEL ÁNGEL HERNÁNDEZ NAVARRO, Cuaderno […] duelo), de la ambición desmedida, de caer una y otra vez en los mismos errores, en la lógica de la abundancia, cuando todo lo que quería lo tenía a su alcance.

     Mejor borrón y cuenta nueva: «pero esta noche Ariadna, / mientras desfilaban rostros anodinos y ajena alegría / por la taquilla del Laberinto, / ha recordado de nuevo las promesas, / la sangre seca de su hermanastro / entre las uñas de su amado Teseo, / su lado vacío, todavía caliente, / entre las sábanas de un motel de Naxos…» (ÁNGEL PETISME, Constelaciones al abrir la nevera). ¿No vamos experimentando la sensación de que las mismas historias de siempre nos han ido acompañando desde los tiempos antiguos? ¿De qué se nos ofrecen, de manera triunfalista e hiperestetizada, al menos en el cine, una serie de estructuras, salpicadas de tópicos vergonzosos, que se repiten sin cesar?
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    ¿No valdría la pena arriesgar, situar a Ariadna en una feria? Traer los referentes a la actualidad para desmitificar lo que la tradición ha encumbrado y conectar un hilo que está bastante más cercano de lo que nos parece: «el pasado —pensaba— estaba unido al presente por una cadena ininterrumpida de acontecimientos que se derivaban los unos de los otros. Y le pareció que justo hacía un instante había visto los dos extremos de la cadena: y cuando tocó uno de ellos el otro tembló» (ANTÓN CHÉJOV, El estudiante). Todo se encuentra, en realidad, en la habilidad del lector: «Menard (acaso sin quererlo) ha enriquecido mediante una técnica nueva el arte detenido y rudimentario de la lectura: la técnica del anacronismo deliberado y de las atribuciones erróneas» (JORGE LUIS BORGES, Pierre Menard, autor del Quijote). Los referentes actualizados pueden ofrecer nuevas cuestiones, aclaraciones, y nuevos debates, como bien supo ver el propio Borges al decir que si Pierre Menard, escritor ficticio, pusiera por escrito palabra por palabra la obra homónima de Cervantes resultaría otra diferente, pues el contexto sería bastante diferente y, lógicamente, su valoración también.

    Cortamos en muchas ocasiones los comienzos de las historias: supongamos que al final entramos en el laberinto movidos por una sensación extraña. Quizá porque lo vimos tan claro como Aquiles cuando tuvo que decidir entre la cotidianidad aburrida y la fama espectacular. La dualidad típica, el cruce, la escisión, el destino trágico: ¿salvar a toda una ciudad de un monstruo que los devora cual Saturno? ¿O preguntarse siquiera por qué el monstruo merece la muerte? («—¿Lo creerás, Ariadna? —dijo Teseo—. El minotauro apenas se defendió» JORGE LUIS BORGES, El aleph). Si el monstruo no ofreció ningún atisbo de barbarie ¿significa eso que era culpable realmente? A veces no hay héroe ni villano, ni prometida, ni recompensa. Nada. Esta es la historia de tu vida. Pero tienes que darte cuenta.
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     Y que, algún día, nos engañamos a nosotros mismos y nos decimos: «he conseguido salir, he superado este obstáculo, este dolor, la vida en sí misma». Que lo hemos conseguido, hemos batido el duelo y el dolor ha terminado por irse. ¿Sería entonces lógico volver a Ítaca? La respuesta es no. Podríamos volver, regresar con la familia, con la amada, pero los años habrían erosionado la poca autenticidad que quedaba en todo eso. Todo habría cambiado, y tú mismo serías diferente. Tendrías que huir o terminarías por volverte loco. Porque, al fin y al cabo, «somos nómadas, nuestro carácter es errante. Siempre en movimiento, sin reposo. En la búsqueda es donde nos encontramos sin llegar nunca a nada» (SERGIO DEL MOLINO, La hora violeta). El reposo lo destruiría todo, mientras que el viaje revitalizaría la búsqueda. Mejor, la no-búsqueda, el no-descubrimiento. El impulso dinámico humano por hacer algo y no coger polvo: «avanzar // dejar atrás la casa / perder amigos y salud / dinero / y avanzar / y avanzar / y avanzar / remando como un héroe / y estar más lejos cada vez de Ítaca // y avanzar más / aún / igual que un camicace ciego / hacia ninguna parte» (NATXO VIDAL, La niña que jugaba a la pelota con los dinosaurios).

    Pero nunca logramos escapar de nuestro perseguidor. De tanto pensarlo somos nuestro propio enemigo. El minotauro se autodecapita, Teseo se suicida debido a su sed de sangre: «como nosotros, no imaginarían entonces que, muy pronto, aquel territorio laberíntico en el que sólo podían moverse conducidos por el dogal invisible de los celadores se iba a convertir en algo parecido a un hogar. O en un antihogar: un espacio que, precisamente por ser la antítesis de un hogar, acaba convirtiéndose en él» (SERGIO DEL MOLINO, La hora violeta). Nos acostumbramos a vivir con nuestros miedos en el aire. No los palpamos, pero están ahí, presentes en todo momento como una premonición largamente enunciada que se cumplirá algún día. Y, en todo caso, volar a ras de suelo, casi a pie de la vida, a pie de página: «qué bueno haberme dado la vuelta / a mitad de tantos caminos, / elegir otros que ni siquiera lo parecen, / desmitificar las oportunidades, / los beneficios, el orgullo. // La gente lo llama perder trenes, / pero trenes —como dice / Jorge Riechmann en su poema— / solo son los que conducen a uno mismo. // Billetes por favor. / Salimos cuando a mí me lo parezca» (JOSÉ ALCARAZ, Edición anotada de la tristeza).
    Intentando seguir el hilo de la vida que Ariadna nos tendió desde nuestro nacimiento para no perdernos por las calles, los portales, ¿el laberinto contemporáneo? Francisco Jarauta rescata de El aleph borgiano la opacidad del mundo, la ausencia de luz de nuestras ciudades, la incapacidad de vislumbrar nuestro entorno, nuestra vida. No vemos más que paredes, tocamos a nuestro alrededor pero lo único que sentimos es frialdad, una ausencia de emociones sin precedentes. Deslocalizados, emplazados en una corriente tecnológica que ya no tiene lugar para el tiempo del cuerpo humano, vas a asistir a «una narración extensa que vertebre todo eso y lo sitúe en un plan, una estructura mayor. Un mapa donde uno pueda guiarse, y desplazarse dentro del propio mapa. Hágalo grande, gigantesco; porque se trata de perderse en él» (JOSÉ ÓSCAR LÓPEZ, Los monos insomnes).
https://www.youtube.com/watch?v=DrQWuCNpNpk

 
RESUMEN DE LA OBRA

 
https://www.youtube.com/watch?v=MRDuMZmBXvI

"neo-nada" [galería de imágenes]

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EL SOMBRÍO DOMINIO DE CÉSAR VALLEJO

5/11/2014

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por BERTA GUERRERO ALMAGRO
y ALDO FRESNEDA ORTIZ

Todos saben... Y no saben


que la Luz es tísica,

y la Sombra gorda...

César Vallejo

‘Espergesia’

    Amanecer y alegría regeneracionista. Mediodía y fortaleza. Luz crepuscular y melancolía. Nocturnidad y abatimiento. Las antítesis semánticas constituyen la base del pensamiento occidental desde la Antigüedad. Todo ha sido considerado en relación con sus contrarios y, al tiempo, estos se han sucedido en un cíclico devenir que ya estudiaron relevantes figuras como Pitágoras, Heráclito y Nietzsche. En este trabajo, la antítesis día-noche, y, especialmente, el ámbito nocturno, constituye el foco de interés; a través de él se va a realizar un recorrido por dos poemarios de César Vallejo —tan bellos como oscuros (Ferrari, 2009: 37)—: Los heraldos negros y Trilce. Las composiciones incluidas en estos títulos —los símbolos, el léxico y el halo que las envuelve— se caracterizan por ofrecer claves propias del escenario nocturno (1).

    En César Vallejo, vida y creación se entrelazan estrechamente. Como señala Juan Larrea en “Significado conjunto de la vida y obra de César Vallejo” (1975), el fallecimiento de su madre y su encarcelamiento suponen duros golpes para el poeta; contrariedades que lo llevan a crear una poesía un tanto intrincada y sombría, insertada en el ámbito nocturno. A ello se une la ignorancia del poeta, el no saber ni hallar respuesta alguna a los interrogantes que lo atormentan, por lo que el lenguaje —para expresar precisamente el desconcierto y la búsqueda incansable— ha de ensombrecerse y afectar, primeramente, al nivel emocional (2). Los heraldos negros —donde todavía se perciben tintes modernistas (3)— y Trilce —poemario de una originalidad absoluta (4)— ofrecen una progresión ascendente, más cerrada según se avanza, en la dilatada noche que Vallejo transita (5).

LOS HERALDOS NEGROS O LA CLARIDAD AGONIZANTE
    Impreso en 1918 y distribuido en 1919 (Ferrari, 2009: 10), Los heraldos negros es el poemario con el que Vallejo se introduce en el ámbito de la nocturnidad; bebe de esa copa de mal que para él es la noche (“La copa negra”, v. 1, [Vallejo, 2009: 77]), donde, según el sujeto de “Comunión” (Vallejo, 2009: 61, v. 3) puede residir «el champaña / negro de mi vivir», y se inicia la fiesta posmodernista. Sin embargo, si el propio adjetivo del título del poemario supone una entrega a lo sombrío —con el recibimiento de emisarios oscuros—, aún es posible vislumbrar en su interior el crepúsculo que precede a la más impenetrable noche. El misterio y la oscuridad invade Los heraldos negros, pero todavía el lector no se sitúa en el hermetismo de Trilce. Aquí «labra / imperiales nostalgias el crepúsculo» (“Nostalgias imperiales”, vv. 1-2, [Vallejo, 2009: 81]). La melancolía, como un “Avestruz” (Vallejo, 2009: 62-63), picotea el corazón del sujeto del poema así titulado y la lluvia —fenómeno habitual en la obra de Vallejo— resbala por las calles de Lima, como en “Heces” (Vallejo: 2009: 75-76) o en “Lluvia” (Vallejo, 2009: 107); por caserones olvidados, como en “Hojas de ébano” (Vallejo, 2009: 83), y se mezcla con la abulia que experimentan los protagonistas de las composiciones: «Ni sé para quién es esta amargura! / Oh, Sol, llévala tú que estás muriendo, / y cuelga, como un Cristo ensangrentado, / mi bohemio dolor sobre su pecho» (“Oración del camino”, vv.1-4 [Vallejo, 2009: 86-87]). Las tinieblas ya están en Los heraldos negros, pero también el remedio para disiparlas: la actitud solidaria, el interés por la humanidad.

    Carlos Javier Morales Alonso, en César Vallejo y la poesía posmoderna (2013: 48), expresa la necesidad que experimenta el poeta peruano de empatizar con el otro, de abrirse afectivamente para identificarse con él. Poemas como “La cena miserable” (Vallejo, 2009: 101) muestran la apertura a los demás y, con ello, la llegada de la luz. Sin embargo, la noche domina la poesía de Vallejo, y no sólo es una intuición, sino una certeza. Como reza el inicio de “Yeso” (Vallejo, 2009: 79): «Silencio. Aquí se ha hecho ya de noche,/ ya tras del cementerio se fue el sol».

EL OSCURO SUBSISTIR EN TRILCE
    En 1922 se publica Trilce, poemario críptico donde el retorcimiento del lenguaje alcanza elevadas cotas de libertad incluso en lo que ortografía se refiere. Al otorgar, en ocasiones, más interés a lo fonético que a lo gramatical, Vallejo adopta un idiolecto donde lo sensorial adquiere prevalencia sobre lo intelectual. Como apunta Julio Ortega en César Vallejo. La escritura del devenir (2014: 40): «el lenguaje no es ya una red para captar la realidad, ni siquiera su mapa a escala, sino que es un instrumento para decir otra cosa, para un decir otro». La sombra se cierne de modo pleno sobre el poeta y el tono melancólico persiste en unos versos retorcidos y aguados —poemas como el número XV (Vallejo, 2009: 128), el XXXIII (Vallejo, 2009: 142), el LXIII (Vallejo, 2009: 165) o el LXVIII (Vallejo, 2009: 169) lo demuestran—.

    En relación con la mencionada apertura a los demás como medio para disipar las tinieblas, hay que indicar que no debe incluirse el amor de pareja ni los tintes eróticos en ese haz luminoso que clarifica las sombras. Morales Alonso (2013: 187) se refiere a la ansiada e imposible unidad entre dos que muestran los poemas de Vallejo de tono erótico; unidad que conlleva brutalidad y violencia, como el poema número IX (Vallejo, 2009: 125), el la cual se transcribe y analiza a continuación:
IX

 
Vusco volvvver de golpe el golpe.

Sus dos hojas anchas, su válvula

que se abre en suculenta recepción

de multiplicando a multiplicador,

su condición excelente para el placer,

todo avía verdad.

 
Busco vol ver de golpe el golpe.

A su halago, enveto bolivarianas fragosidades

a treintidós cables y sus múltiples,

se arrequintan pelo por pelo

soberanos belfos, los dos tomos de la Obra,

y no vivo entonces ausencia,

ni al tacto.

 
Fallo bolver de golpe el golpe.

No ensillaremos jamás el toroso Vaveo

de egoísmo y de aquel ludir mortal

de sábana,

desque la mujer esta

¡cuánto pesa de general!

 

Y hembra es el alma de la ausente.

Y hembra es el alma mía.
    Formalmente, el poema se estructura en torno a un leiv-motiv: «volver de golpe el golpe»; se compone de tres estrofas —de seis y siete versos— y un dístico final. En él, el sujeto poético mantiene relaciones meramente físicas que no consiguen satisfacerle, ansía repetir rápida y violentamente el acto sexual para sentirse completo, pero la tercera estrofa se abre admitiendo el error: a pesar de ello se siente solo.

     En la primera estrofa, el sujeto expresa la necesidad que experimenta de repetir con violencia y unidad —de golpe— el acto sexual. Describe el órgano sexual femenino, que se asocia con la válvula abierta en suculenta recepción (vv. 2-3). El uso reiterado de la letra “v” a lo largo del poema, cometiendo incluso errores ortográficos (“vusco” [v. 1], reiteración en “volvvver” [v. 1]) se puede vincular gráficamente con el órgano sexual femenino (Torres Martínez, 1999: 119). Asimismo, resulta interesante mencionar la reducción en el empleo de esta letra a lo largo del poema, lo que también puede conectar con la propia materia de la composición —recordemos que el guarismo es un aspecto llamativo en la poesía de Vallejo, por lo que no parece ocioso otorgarle atención—. Así, en la primera estrofa aparecen nueve uves; en la segunda, seis, y en la última, tres: las dos primeras cifras son múltiplos de la tercera, que es tres, y es precisamente la relación con los demás —sin caer en la de pareja— lo que propugna el poeta peruano como medio para acceder al ámbito diurno.

     La relación sexual se presenta ya como un acto fallido en la segunda estrofa; gráficamente, la separación de la palabra “vol ver” se vincula con lo expuesto: puede simbolizar un bache en el acto, separación, brusquedad, dificultad. Asimismo, el vusco del primer verso es sustituido ya por el busco ortográficamente aceptado, lo que permite relacionarlo con el decaimiento del acto sexual. Gramaticalmente destaca el uso verbal del presente de indicativo en las dos primeras estrofas, mostrando la cotidianeidad y frecuencia del acto sexual, así como la insatisfacción que le produce al sujeto poético.
     En la tercera estrofa ya se expresa el fallo del acto sexual; éste no sacia al sujeto, tras él continúa sintiéndose solo y vacío: «Fallo bolver de golpe el golpe» (v. 14). Se puede considerar que el empleo de la letra “b” en “bolver” apoya ortográficamente esta idea. Además, el sujeto expresa que jamás podrá calmar su egoísmo (“su toroso vaveo” nunca será ensillado), el roce de las sábanas nunca cesará. Ello se percibe en otros poemas de Trilce, donde retorna a la temática sexual y a los tintes eróticos: el número XIII (Vallejo, 2009: 127) o el XXX (Vallejo, 2009: 139-140). Para cerrar el poema, el dístico empleado muestra una construcción paralela, con el empleo del tiempo verbal en presente de indicativo para expresar la soledad continua que sufre el sujeto, la ausencia que siente su alma incapaz de colmarse con los vínculos duales.

     Como se ha mostrado, el hermetismo de Trilce se torna accesible cuando el corazón domina a la razón y se abordan de tal modo los poemas. Las quiebras ortográficas, las onomatopeyas y las vinculaciones entre grafía —ya alfabética, ya numérica— y contenido pueden conducir a la confusión al lector, a la oscuridad intelectual, pero también a la claridad de entendimiento. Sin embargo, empatizar con la poesía de Vallejo no supone el desvanecimiento de la nocturnidad en ella, pues la noche es perpetua en estos versos. A veces suspendida por recuerdos abstractos, aunque finalmente recuperada, como en el poema XXVIII (Vallejo, 2009: 138-149); en otras ocasiones, interrumpida por un elemento material, como en el poema XXXIX, en el que se prende un fósforo (Vallejo, 2009: 146-147), o en el LVI (Vallejo, 2009: 159), donde se vuelve a mencionar este objeto en el amanecer negro y angustioso del sujeto; sin embargo, la sombra siempre regresa.

    En síntesis, la poesía de Los heraldos negros y de Trilce, tan oscura como nostálgica, nace de la incomprensión del propio poeta y desemboca en el desconcierto del lector. Ante la insuficiencia del lenguaje, se abordan procedimientos originales que permiten transmitir lo inaprensible. El dolor ante la pérdida y los golpes constantes de la vida encuentran reposo en la tumba del ser que sufre, donde la tristeza que produce el aguacero resulta redimida en un sueño dulce y eterno.
————--

 
(1) «La poesía de Vallejo posibilita la aprehensión de lo real en movimiento y la vislumbre de lo inaprehensible. Ella propone una percepción exploratoria (a veces a tientas y a ciegas, a tontas y a locas) de lo que está fuera de razón, de orden, de medida; propone una presunción sugestiva de lo oscuro, de lo profuso y lo confuso, de aquello que escapa al entendimiento, de lo que no puede enunciarse, de lo que no llega al discernimiento» (Yurkievich, 1992: 26).

(2) En palabras de Américo Ferrari (2009: 37-38): «Sobre la oscuridad de la poesía de Vallejo habría mucho que decir […]. El poeta sondea causas desconocidas y choca con límites inexplicables. Si el lenguaje de estos poemas es tan a menudo oscuro, es porque se tensa en un perpetuo esfuerzo por expresar niveles de la realidad en los que nada es claro. En el umbral de la obra el “yo no sé” abría una perspectiva de interrogación y de búsqueda; al final de la obra esta perspectiva sigue abierta; el mundo y el destino del hombre se presentan todavía al poeta como un enigma, pero de carácter fundamentalmente afectivo y emocional».

(3) Sostiene José Miguel Oviedo en su “Introducción” a Los heraldos negros de la edición de Archivos, que este poemario «debe considerarse básicamente como una manifestación tardía del postmodernismo» (1999: 10).

(4) Saúl Yurkievich apunta en su artículo “En torno a Trilce” (1975), que «pocos libros hay en la literatura contemporánea de la lengua castellana que contengan a la vez, como Trilce, tanta innovación y calidad poéticas».

(5) No obstante, es interesante señalar que la noche vallejiana irá dejando paso en Poemas humanos y España, aparta de mí este cáliz a un incipiente amanecer en el que se vislumbra la esperanza de un cambio.
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
—Ferrari, Américo (2009): “César Vallejo entre la angustia y la esperanza”, en Vallejo, César (2009): Obra poética completa, Madrid: Alianza.

—Larrea, Juan (1975): “Significado conjunto de la vida y obra de César Vallejo”, en Ortega, Julio (1975): César Vallejo, el escritor y la crítica, Madrid: Taurus.

—Morales Alonso, Carlos Javier (2013): César Vallejo y la poesía posmoderna. Otra idea de la poesía, Madrid: Verbum.

—Ortega, Julio (2014): César Vallejo. La escritura del devenir, Madrid: Taurus.

  ____ (1975): César Vallejo, el escritor y la crítica, Madrid: Taurus.

—Oviedo, José Miguel (1999): “Introducción” a Los heraldos negros, en César Vallejo (1997): Obra poética, coordinado por Américo Ferrari, Costa Rica: ALLCA XX.

—Torres Martínez, Raúl (1999): César Vallejo, poemas y tormentos, San José: Universidad Estatal a Distancia.

—Vallejo, César (2009): Obra Poética Completa, Introducción de Américo Ferrari, Madrid: Alianza.

____ (1997): Obra poética, coordinado por Américo Ferrari, Costa Rica: ALLCA XX.

—Yurkievich, Saúl (2002): Fundadores y continuadores de la nueva poesía  Latinoamericana, Barcelona, Edhasa.

—Yurkievich, Saúl (1992): “César Vallejo: La violencia del rechazo” [en línea], en Revista de literatura hispánica, vol. I, nº 36 <http://digitalcommons.providence.edu/cgi/viewcontent.cgi?article=1602&context=inti> [Consulta: 30/9/2014].

____ (1975): “En torno de Trilce”, en Julio Ortega (1975): César Vallejo, el escritor y la crítica, Madrid: Taurus.

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