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TOCAMOS TODOS LOS PALOS, INCLUIDOS LOS DEL FLAMENCO
por PEDRO GARCÍA CUETO Javier Gomá nació en Bilbao en 1965, es filólogo, filósofo y jurista, con una obra ya consolidada y con una actividad cultural creciente, ya que es el director de la Fundación Juan March, siempre latido importante de actividades culturales que, con la dirección de Gomá, ha ido in crescendo. Estamos de enhorabuena, porque Taurus ha publicado Imitación y experiencia, Aquiles en el gineceo, Ejemplaridad pública y Necesario, pero imposible, cuatro ensayos luminosos de Gomá, que ahondan en la existencia de la democracia, sus ventanas al mundo y los compromisos del ciudadano consigo mismo y con los demás, desde la adolescencia, etapa de inmadurez a la vida adulta, donde el ser humano cobra conciencia de la existencia en todo su sentido, con los deberes y derechos que este tiene ante sí mismo y ante el mundo que lo rodea. Son tres ensayos articulados con el nombre de Tetralogía de la ejemplaridad, de eso trata este singular libro que recoge cuatro propuestas sobre el hombre y el mundo que lo rodea, un entorno que le obliga a medirse siempre con otros, afianzando en la dureza del mundo, su forma de ser y de ver la vida. En Imitación y experiencia (fue Premio Nacional de Ensayo 2004) vemos al hombre a través de su deseo de unirse a los otros, pero también de afianzar su personalidad, en esa clara disyuntiva entre lo individual y lo colectivo. Gomá nos habla de una imitación de los ejemplos para vivir en sociedad, nadie existe autónomamente sino en su relación con el mundo, que le marca desde la niñez. En Aquiles en el gineceo expone Gomá, con precisión y estilo brillante, el paso de lo estético a lo ético en el individuo, la idea del joven como un ser descomprometido con el mundo al del adulto, paso que le lleva al mundo de la familia y del trabajo, donde ha de cumplir unas expectativas, ya no es un ser que se satisface a sí mismo, hedonista, sino que debe de cumplir con los demás, con la sociedad, en el mundo laboral, también con los hijos, como modelo y ejemplo para ellos. Estas dependencias hacen que lo estético, lo hedonista, quede ya en un segundo plano y lo ético cobre relevancia, protagonismo absoluto en su contacto con el entorno y el mundo de los demás. En Ejemplaridad pública late el mundo de los adultos, donde el filósofo reflexiona para darse cuenta que vivimos apegados a leyes que nos asfixian, que reducen nuestra libertad, que modifican nuestras ilusiones iniciales al iniciar la vida, produciendo el desencanto que habita en nuestro mundo actual. En la cuarta y última, Necesario, pero imposible, vive el impulso de otra vida, porque Gomá es consciente de nuestra muerte y, por ende, de nuestra caducidad, el esfuerzo por salvarnos a través de la fe, como un leit motiv que purifique nuestras vidas, late en este último y esclarecedor ensayo, donde vemos la postura cristiana de este excelente ensayista. El hombre contemporáneo, que ha perdido la fe, globalizado ante un mundo que lo cosifica y lo ve como un número más, ha de recuperar, por la intimidad de las creencias, su lugar en el mundo, salvarse, a través de la ética y de la fe, no excluyentes, de ese lugar ínfimo que hoy tiene el hombre moderno, desde que Musil lo viera claramente en su libro El hombre sin atributos, donde la realidad del mundo contemporáneo no deja salida al hombre profundo, banalizando todos sus actos, al igual que lo hizo Kafka en sus obras, un individuo que ha perdido sus atributos, que ya no es importante, solo ocupa un espacio ínfimo en el Universo, absolutamente reemplazable por otro. Gomá se atreve, con valentía, a exponer que el hombre ha de recuperar un lugar en el mundo, no rompiendo literalmente con lo colectivo y con el mundo de la técnica, tan igualador de individuos, pero sí racionalizando ese mundo, para poner el yo como una base esencial y recuperar, a través de la fe, lo que este mundo agnóstico, en gran parte, ha perdido.
Más allá de la cuestión de fe o no, lo que me parece brillante de estos ensayos, es la forma de exponerlo todo, clara y bien escrita, sin abusar del mundo filosófico, que nos llevaría a un metalenguaje, difícilmente comprensible, para el no iniciado, esta claridad expositiva es de agradecer, porque facilita la comprensión del mensaje, la luz que quiere irradiar estos ensayos, somos seres que debemos combinar lo colectivo y lo individual, sin adocenarnos, mostrando siempre en nuestra vida laboral o intelectual, nuestras posiciones, aunque parezcan anacrónicas, sin desdeñar la tecnología, hacer buen uso de ella, sin despreciar el mundo contemporáneo, reivindicar las buenas maneras, la educación y la cultura humanista, un esfuerzo que Gomá transmite en el libro, la fusión de lo ético y lo estético en estos cuatro ensayos que Taurus ha tenido la fortuna de publicar conjuntos para deleite del lector inquieto que, sin ser filósofo, sí quiere entender mejor el mundo.
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por ANTONIO COSTA GÓMEZ Estaba tomando whisky en el White Horse de Nueva York, en el West Village, había hecho un gran esfuerzo para encontrarlo, había ido por la calle Hudson y había pasado las Casas Gemelas y me había acercado al río, y ahora estaba allí sin saber qué sentir, mirando las imágenes de Dylan en las paredes, y sintiéndome igual de interesante y de visionario que Dylan, como si me recorrieran las ondas de la poesía y de la profecía y de la fiebre céltica, como si pudiera fascinar y trastornar a todo el mundo igual que él a través de la radio, como si pudiera conseguir que mis recitales fueran vivencias y revulsivos y reminiscencias para miles de personas que no leen poesía, como si pudiera electrizar a la gente a los dos lados del océano, estaba allí sin saber qué sentir, pero profundamente emocionado y asombrado, y me acordé de cuando Dylan dijo: «Creo que he batido un récord, me he tomado 19 whiskies», y después se fue a morir al Chelsea Hotel. Poco después yo iría por allí como una rata nostálgica para evocar su aliento, y me entraron ganas de hacer yo también algo desaforado y decisivo como él, pero me daba miedo y pereza meterme en el delirium tremens en esos momentos, prefería llegar otra vez al hotel Carlton Arms y ver todas las pinturas que llenaban las paredes, me vi como un clochard peregrinando detrás de la poesía de verdad por las calles de Nueva York, la poesía que te hace sentir frío y fiebre entre los coches y no solo sirve para contar los sustantivos en un departamento académico. Le pedí whisky a la camarera y quise que cada trago me supiera como un poema de Dylan, y pensé en recitarle a la camarera un poema del galés como una vez le había recitado un poema mío a una empleada alucinada de la Biblioteca del Arsenal en París, pero en realidad me lo recité a mí mismo, ése que dice que la muerte jamás triunfará, que aunque los enamorados se vayan seguirá el amor, que aunque las personas se vayan quedará la tierra, y me acordé de cómo lo recitaba Sean Penn en una película de gangsters cuyo título no recuerdo, me quedé impresionado como siempre, me dije: ¿ves?, siempre está esa pasión de los europeos, ese tono heroico y visionario, y luego me puse a recitar en voz baja ‘Visión y oración’, ‘En la rodilla del gigante blanco’, ‘El cumpleaños’, tuve una charla conmigo mismo sobre el cristianismo y el celtismo de Thomas, dicen que Europa empieza en Grecia, me dije, pero los europeos tienen muchas más aportaciones, por ejemplo los celtas, que les hablan de las hadas, del infinito, de una naturaleza misteriosa, de los mares, de visiones, y también el cristianismo, me dije que sí, que a nosotros se nos había desgastado el cristianismo, pero que Thomas lo exponía de una manera tan dramática, tan apasionada, tan visionaria, que de verdad nos sacudía con los profetas, la resurrección, el nacimiento de Dios, el milagro, el espíritu incendiándolo todo, para Thomas la gracia sí que era algo que nos trastornaba completamente y sacudía hasta a los muertos, y tenía tanta pasión que hasta le decía a su padre que no entrara tranquilamente en la noche callada. Y en aquel pub lleno de gente que hablaba en mitad de sus imágenes, junto a su cara mofletuda y sus ojos hinchados, parecía que todo cobraba vida y que nosotros nos volvíamos también milagrosos y extraordinarios como quería Dylan Thomas, ese poeta quería enloquecernos a todos y sacarnos del marasmo, incluso usted se pone inspirado cuando recita sus poemas, me dije a mí mismo, yo dije que sí, que Dylan Thomas quería el Apocalipsis, quería que todo se revelara y se saliera de madre dramáticamente, que pusiéramos las cartas encima de la mesa y nos llenáramos de vida otra vez, que viniera Cristo en ese mismo momento a alucinarnos de nuevo, y parecía como si Dios estuviera apareciendo de verdad en aquel pub, lo que quiso Thomas, dije, fue sacudir el aburrimiento de Europa y que todos viéramos visiones continuamente, es que no hemos parado de ver visiones, me dije, y eso es el encanto de Europa, ustedes han ido con sus visiones a otras culturas que parecían llevar miles de años sin cambiar nada, me dije, ustedes inventaron la Historia, la Historia puede ser terrible, contesté, yo creo que lo que Dylan quiso fue superar la Historia y traer el mito, librarnos de la Historia, sí, me contesté, pero la Historia también es vida, es relámpago, en otros continentes durante miles de años no pasaba nada, la Historia demostraba que ustedes los europeos estaban vivos. Durante horas en mitad del murmullo me repetí los poemas de Dylan Thomas y parecía vivirlos intensamente, me había sugerido a mí mismo muchas veces ir a Gales a visitar los lugares de Dylan, hay una casa en un barco en la bahía de Laugharne donde vivió los últimos años, pero nunca me decidía, sin embargo me gustaba repetir sus poemas en mitad del jaleo, y estaba tan emocionado que estaba a punto de dormirme, y ya se sabe que en esos momentos nos abrimos más a nuestro inconsciente y cobramos lucidez, y recité el poema ‘Visión y oración’ y sentí como si Europa entera estuviera trastornada, con todas las ciudades llenas de visiones, con los monumentos más relucientes, con la gente más inspirada diciéndose cosas en los bares, con las parejas amándose más profundamente en las habitaciones, y todo aquello también pasaba en Nueva York por la gracia de Dylan Thomas.
Y luego me levanté y me dirigí al Chelsea Hotel, y entré como un mendigo a mirar furtivamente las fotos, como un escritor menesteroso y bohemio que apenas puede pagar el Carlton Arms, y me dije que allí había muerto el poeta, y yo me morí también un poco, de melancolía, de nostalgia, de exaltación, de deseo de haberme emborrachado con él, de caminar como dos cachorros por las afueras de Swansea, y ahora que Dylan cumple cien años me acuerdo de aquellos días, y me digo: que joven estás, Dylan, un día de éstos tenemos que ir a tomar unos whiskies por Huertas. (UNA LECTURA EN TORNO AL POEMARIO CAMBIO CLIMÁTICO DE CRISTINA MORANO) por ALFONSO GARCÍA-VILLALBA La soledad rugiente de la desolación. Deuteronomio 32,10 El desierto gana, en él leemos la amenaza absoluta, el poder de lo negativo, el símbolo del trabajo mortífero de los tiempos modernos hasta su término apocalíptico. Gilles Lipovetsky The last beautiful free soul on this planet. Super Soul BIENVENIDO AL DESIERTO En la película Vanishing Point de 1971 Kowalski atraviesa el desierto de Nevada cargado de bencedrina mientras conduce un Dodge Challenger blanco de 1970. Perseguido por la policía de varios estados, tiene como misión la entrega del automóvil en la ciudad de San Francisco. A lo largo de la película comprobamos cómo el protagonista, Kowalski, es acosado por la policía a la vez que es animado por Super Soul, un disc jockey ciego y negro de una emisora de radio, la KOW, que emite desde un pueblo llamado Goldfield, Nevada, y a quien escucha el protagonista a lo largo del periplo que le llevará al desierto y la muerte. En 2014 Cristina Morano hace su propia travesía por el desierto con la escenografía, entre otras, de los Barrancos de Gebas de fondo. Ésta es una tierra árida, plagada de cañones y cárcavas entre Alhama de Murcia y Librilla, y mucho tiene que ver este escenario con el de la película de Richard C. Sarafian, de cuyo guión se encargara Guillermo Caín (alias de Guillermo Cabrera Infante). En el caso de Morano, hermosa alma libre (como diría Super Soul de Kowalski en una de las citas que abre este texto), no hay necesidad de anfetaminas a la hora de componer un cuadro poético caracterizado por la desolación y el abandono: la escritora solamente necesita el motor de sus palabras para avanzar por el desierto, un desierto que no es sólo físico sino que se configura como vital, existencial. Con un lenguaje duro y seco, Morano dibuja un páramo humano donde el vacío cotidiano se carga de voces que pugnan por salir a flote en medio de la tragedia. LA ANIQUILACIÓN TOTAL Hay quien ve en el desierto un espacio de redención, el lugar para el recogimiento y la oración. Un emplazamiento donde se acude a meditar y encontrar la iluminación. Así sucede con la figura de Jesucristo en algún momento del Evangelio, si bien allí es tentado por el diablo después de cuarenta días y cuarenta noches. Algo semejante ocurre con ciertos monjes, eremitas y anacoretas que, en el siglo IV y tras la paz constantiniana, buscaban la claridad espiritual y la unión mística con dios en los desiertos de Siria y Egipto. No es el caso de Cristina Morano que en la página 46 de Cambio climático afirma: Infeliz el que aprende del desierto. Siguiendo esta línea que apunta la autora, son muchas las veces que el desierto aparece en el Antiguo Testamento como un lugar donde domina la soledad rugiente de la desolación (algo similar a lo que sucede en este libro). Si la tierra cultivada, el lugar que habita el hombre, es el espacio donde la realidad se humaniza, el desierto es precisamente el ámbito donde tiene lugar la deshumanización: Se ha secado la tierra, pero más nuestros huesos Cambio climático nos pone en primer plano (de forma sutil) la desertización, una desertización no sólo física sino moral. Y no es que Morano hable en su libro sobre la escasez de recursos hídricos o el retroceso de la tierra cultivable. No, Morano no establece ningún tipo de alegato ecologista aquí (al menos ése no es el objetivo primario de sus páginas). Ella prefiere (o está obligada a) introducirnos en un mundo donde el hombre desaparece y se va haciendo sombra de lo que fue: (…) Aquí hasta la memoria se cura en sal y lentamente también nosotros nos hacemos de cecina la carne. En Cambio climático lo físico o lo meteorológico es el preámbulo a la aniquilación del espíritu. O, más que un prólogo a todo eso, resulta ser la metáfora que nos habla de ello desde su mismo título: Recordamos el agua, pues el cauce la nombra, esculpe esa palabra en la tierra. EL DILUVIO La inundación es el contrario del desierto, su opuesto. En diversos textos sagrados la inundación es sinónimo de destrucción. Los mayas quiché hablan de Uk’u’x Kaj (“Corazón del cielo”) como responsable del diluvio. En Mesopotamia es Enlil quien arroja el castigo acuático sobre las gentes, diluvio del que se da buena cuenta en la epopeya de Gilgamesh. En la Biblia es Noé el elegido a dedo por Yahvé para salvar a las criaturas. En Cambio climático es Cristina Morano quien, con tintes proféticos y visionarios, escribe y dice: Todo se quedará bajo el barro. La presencia del agua en este poemario se configura entonces como peligro o quizás como purificación, ese agua que todo lo destruye: Lloverá durante cuarenta días y cuarenta noches dijo Stephen Hawking, después nuestra civilización destruirá el planeta (…) Ante tal devastación, ante el apocalipsis que nos sobreviene, Morano llega a afirmar: (…) No me pidas que siga, que busque mi bien, salvándome de la inundación. Ella decide quedarse en el mundo que zozobra y naufraga, ese universo que Ballard retrata en su novela El mundo sumergido. Así que el agua, ese bien tan preciado que se echa en falta en más de una ocasión en los versos de este libro, cuando aparece ante el lector, lo hace a través de la tormenta y el diluvio. Y la tormenta es tan trágica como el desierto. El agua, por tanto, se convierte en las páginas de Cambio climático en agente de destrucción: Entra el agua por las ventanas temo por mi vida LA PERIFERIA ME MATA La periferia como escenario, igual que la que retratara Antonioni en El desierto rojo o El eclipse, vertebra el discurso poético de Cambio climático. Ésta es una periferia con frecuencia sin nombre, sin una ubicación concreta salvo en algunas ocasiones. Una periferia escénica que —en cambio— tiene como protagonista el corazón del ser humano, al igual que sucedía en la cinta del director italiano. Y si hablamos del corazón del hombre, de la mujer, del corazón de la ciudad (y sus calles y sus apartamentos), lo que hacemos es hablar del presente, un presente que se hace eterno o donde reverberan preocupaciones imperecederas, que siempre han estado ahí, que siempre están aquí. Cristina Morano ha decidido tatuar en estas páginas un presente que nos consume, un presente que devora a sus hijos igual que lo hiciera Saturno con su prole. Morano retrata una realidad que fagocita a sus creaciones, que las deshidrata y abandona exangües. Traza una cartografía de la realidad que, a modo de susurro, silabea su tosquedad en nuestros oídos, en los ojos que sobrevuelan las páginas de este poemario. Las calles de la ciudad, las habitaciones o los apartamentos se configuran como espacios donde la soledad y el vacío quedan subrayados como marca de una alienación moral y emocional que mucho tiene que ver con el mundo que nos ha tocado vivir. La ciudad, las calles y esos apartamentos se configuran como escenarios a través de los cuales se concreta la periferia de la que antes hablábamos. Así ciudad y calles se disponen como decorado de esa alienación que, con frecuencia, está tan relacionada tanto con el trabajo como con el amor, tal y como sucede en el poema Salida de las oficinas: Tan feos y tan comunes volvemos del trabajo, apenas sacudiéndonos el inmediato olor del bar y de sus restos de comida. La urbe es el lugar del abandono y la soledad como se puede leer en el mencionado poema: Sólo esta luz final de las tardes de invierno nos descubre desamparados en busca del dinero y del calor, disputándole el mundo a nuestros perros. Y el trabajo (su mundo, sus implicaciones) se dibuja aquí como un mecanismo que recorta los espacios de libertad del individuo: lucen las oficinas como templos de algún culto ancestral La ciudad que estos versos habitan parece una isla, un lugar abandonado donde avanza la desintegración de las personas, al igual que el desierto lame los suburbios de algunas ciudades del Sureste. Fonollosa deambulaba por la ciudad del hombre que era Barcelona en uno de sus más reconocidos poemarios. Morano vaga por la ciudad de la mujer (del ser humano: masculino y femenino, qué más da), una ciudad intercambiable en su indefinición que, tal vez, podríamos concretar en Murcia, lugar donde reside la autora, pero que bien es cierto podría ser cualquier otra dentro de una periferia agonizante que se configura como teatro de operaciones del corazón que vislumbra un futuro mortífero. Por su parte, el hogar, la casa, el apartamento se convierte en cubículo donde apenas hay oportunidad para la redención, la fe o la esperanza: Tres cosas apiladas no forman una casa, más bien un inestable montículo y nuestra convivencia en ellas no tiene nombre todavía. La voz que va tejiendo los versos que componen este poemario se configura como la de un náufrago en tierra firme que ni siquiera consigue atisbar las naves que, cerca o lejos, podrían ofrecerle algún tipo de salvación. Tampoco ese náufrago busca ningún tipo de salvación, sino que asume el estado de cosas (y la protagonista poemática de estos versos lo hace no exenta de dolor): No. No me incluyáis entre los que siguieron su Palabra. No repetiré el gesto de los ganadores. Duele entonces el verbo de Morano, su sintaxis sencilla (y contundente en ocasiones) que tiene como objetivo entregarnos un libro envenenado de desolación, una desolación que puede venir de dentro pero que también procede de fuera, igual que los tentáculos de una medusa que deja su huella tóxica sobre nuestra piel. EL DESIERTO ES UN ARMA MORTÍFERA CARGADA DE FUTURO Lipovetski hablaba del desierto como la metáfora del tiempo que vivimos. La poesía de Morano es también en Cambio climático un conjunto árido que te empuja a pasar de verso a verso como quien consume bencedrina, igual que quien está empujado (por una obligación moral como lector) a no detenerse en la lectura porque el desierto humano que aquí se cartografía hipnotiza con su poder fantasmal.
En cambio, si aquí hablamos de forma recurrente del desierto, el lenguaje de Morano no es estéril, no se caracteriza por ello, y algunos de sus versos confirman la posibilidad de la palabra en medio del páramo. Esas palabras son semejantes a las ortigas que crecen en un terreno baldío pero que, a diario, buscan la luz del sol. Ese mismo sol que, queramos o no, las abrasará, convirtiéndose éste en el punto límite cero para la vegetación (para la vida, la existencia), la vía de escape quizás (una vía de escape hacia la muerte, el punto de disolución o de desvanecimiento). Si en Vanishing Point se articulaba un punto de fuga dentro del desenlace de la película con el impacto y explosión del Dodge Challenger contra una excavadora (de modo que Kowalski moría justo antes de los títulos de crédito), en Cambio climático el punto de fuga es otro y se condensa en los versos finales del poemario, con palabras que hablan una vez más sobre abandonarse y dejar que la aniquilación o el abandono se lleve todo consigo: (…) y dejé atrás las flores, sacudiendo su recuerdo como los perros se sacuden el agua del pelaje por no morir de frío en la intemperie. Si os encontráis alguna flor de aquellas en mi ropa, tiradla, tiradla sin decírmelo. (HOMENAJE A RAFAEL GUILLÉN |
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