ARTÍCULOS
TOCAMOS TODOS LOS PALOS, INCLUIDOS LOS DEL FLAMENCO
por RAÚL ANSOLA 1 Entre el 2 y el 12 de septiembre de 1888, el escritor francés Joris-Karl Huysmans se desplazó junto a su amigo, el también escritor Francis Poictevin, al castillo de Tiffauges, en el noroeste del país galo. Es muy probable que, en sus largos paseos por el recinto medieval durante estas jornadas, inmerso en un silencio profundo y reflexivo, Huysmans tratase de visualizar los horrores que habían ocurrido en ese mismo lugar. No obstante, su destreza más que reconocida como escritor tal vez no sería suficiente para representar con palabras las monstruosidades que se vivieron dentro de este recinto testigo de glorias pasadas. No era una empresa sencilla. Gritos desgarradores morían ahogados en la sangre derramada de los centenares de vidas que se perdieron bajo el yugo de las torturas más monstruosas y despiadadas que nadie en su sano juicio hubiera podido imaginar. Su recorrido meditativo, quién sabía, tal vez coincidiera en ciertos tramos con el del barón Gilles de Rais, el perpetrador de aquellas monstruosidades, de la misma manera que acabarían mimetizándose con los que daría Durtal, el protagonista de la historia que tenía en mente, en las páginas que iba a escribir. Porque el objetivo de este viaje no era otro que el de documentarse para la nueva obra en la que estaba trabajando. La novela en cuestión se iba a llamar Là-bas, y en su estancia entre los restos amurallados de la fortaleza, el escritor no podía sospechar hasta qué punto este proyecto literario iba a trastornar su vida para siempre. O sí. Es conocido que Tiffauges regresó a París preocupado por la actitud de Huysmans, por ciertos comentarios macabros y de dudoso gusto que su amigo realizaría durante la visita al castillo. Acaso, en su interior, ya se había plantado el germen de lo que estaba por venir. 2 Huysmans (1848-1907) trabajó toda su vida en la administración pública, aunque las inquietudes de su mundo interior no tenían nada que ver con los convencionalismos propios del funcionariado. En su constante búsqueda de la profundidad espiritual, distaba mucho de comulgar con los preceptos laicistas y anticlericales que se promulgaban en la III República. Su verdadera pasión era la literatura, en tanto que medio con el que expresar una creatividad que diera sentido a una vida que, a su vez, condicionaba a esta misma creatividad en un proceso bidireccional de retroalimentación constante e indivisible. Incapaz de resignarse, escribía para entender su presente y el camino que le había conducido a él, pero también para establecer los cimientos de su devenir. No entendía la vida sin la escritura que la narrara, ni la escritura sin la vida que la inspirara. A pesar de la estabilidad monótona que regía sus días laborales, como creador era una persona de profunda convicción contestataria. No negaba que el contexto en el que un artista se desenvolvía condicionara su obra. Lo que defendía era que, si este artista era grande, emplearía el entorno para rebelarse irremediablemente contra él, en aras de encontrar con su obra el mundo ideal que la realidad impedía. En sus inicios como escritor no dejó entrever esta rebeldía que estaba por venir, si bien como crítico de arte ya dio síntomas de alejamiento respecto a los valores y criterios de sus coetáneos. Como narrador, comenzó englobando su escritura dentro del marco del Naturalismo imperante en la época, lo que hizo que Émile Zola, máximo exponente del mismo, acogiera a Huysmans en su círculo, invitándolo a formar parte de las famosas reuniones semanales en su casa de Medan. Pero el idilio estaba condenado a perecer bajo el inconformismo del escritor, y no tardaría en alejarse de esta corriente, inmerso en la búsqueda constante de su verdad interior. El Naturalismo, denunciaba, se limitaba a reflejar la realidad, y eso no era suficiente para él, pues al representarla, renunciaba sin remedio a la elevación. Se asfixiaba en las estrecheces de un marco estético de férreas limitaciones. El Naturalismo reflejaba, luego abrazaba, una realidad castradora de la que Huysmans, si algo pretendía, era escapar. Y lo haría de la manera más radical posible. 3 En mayo de 1884 se publica À rebours, que en nuestro país se traduce como A contrapelo o A contracorriente, título que es en sí mismo toda una declaración de intenciones. El protagonista, el duque Jean Floressas Des Esseintes, vende el castillo propiedad de su familia y se traslada a vivir a una casa refugio en Fontenay, renunciando a su linaje como símbolo de ruptura con todo anclaje. Allí se crea su propio universo elitista, rompiendo con una realidad profundamente insatisfactoria. Así, ni orígenes ni presente se interpondrán en la edificación de un mundo que crea a imagen de sus intereses e inquietudes, estableciendo así un diálogo armónico entre su interior y un exterior acorde a su personalidad, soliloquio que a su vez supone una innovación literaria que sería empleada hasta la saciedad a partir de esta obra. El libro, de lectura densa, es un tratado sobre el mundo interior del protagonista, alejado por completo de cualquier atisbo de la realidad imperante de la época. Des Esseintes se rodea de todos aquellos estímulos que pueden enriquecer su interior, alcanzando una plenitud vital en la soledad de su divagación mística. Su entorno artificial puede condicionar su interior de tal manera que este podrá modificar a su vez la realidad con la fuerza de su imaginación, tal es el grado de evasión mental que consigue en su enclaustramiento. A priori, Huysmans parece emplearse de medios descriptivos propios del Naturalismo del que reniega, pero es solo una ilusión. Si emplea estos mecanismos, lo hace para alejarse radicalmente de un estilo incapaz de comprender la complejidad del alma humana. Huysmans no encaja en él como el hastiado Des Esseintes no encaja en el mundo. La publicación de este libro es un golpe sobre la mesa con el que fantasea con la idea de edificar una realidad en la que podrá realizarse a contracorriente de la sociedad en la que le ha tocado vivir. Es la búsqueda de la eternidad en un mundo demasiado acomodado en su mortalidad. 4 Su publicación coincidió con una crisis de valores del fin de siglo que ocuparía la primera mitad de la década de los ochenta. Entre los jóvenes había surgido un rechazo al realismo y al estilo burgués imperante, al cientificismo u academicismo impersonal y ortodoxo. Surgió así el Decadentismo como una respuesta angustiosa y crítica, como una protesta antiburguesa que defendía una sensibilidad y un ideal que estaba por encima de un contexto cultural y social tan materialista como mediocre. El término decadente no definía tanto a quien se sentía formar parte de él como a la sociedad hipócrita que se quería reformar. Era una ruptura pesimista que buscaba en la sublimación del arte un modo de evasión. No era un movimiento como tal, pues no se compartía una doctrina común. Tan solo eran almas sensibles que encontraron un territorio cercano, entre la bohemia y el nihilismo, a pesar de poner en práctica su rebeldía de maneras muy distintas. El alma sensible y creativa se resentía, dolorida, si se sometía al yugo de materialismos vacuos. À rebours fue recibida con pasiones encontradas, si bien principalmente fue incomprendida y repudiada, denostada por una buena parte de una crítica que se horrorizó ante el contenido de esta novela. No obstante, había nacido un mito condenado a convertirse en una obra de culto, tan influyente como acogida con devoción por ciertos sectores, como en los ambientes decadentes que abrazaron al libro, y a Des Esseintes como representante del mismo, en un estandarte de su lucha. 5 La admiración que despertaba la novela en ciertos sectores no había relajado la inquietud de Huysmans. Así como Des Esseintes no conseguiría calmar su espíritu en el refugio que había alzado a su alrededor, el escritor tampoco había saciado el ansia de encontrar respuestas que calmaran su espíritu. Al primero, el esfuerzo le pasa factura y deberá regresar a la sociedad despersonalizadora, a la trampa de la que no hay escapatoria. El creador del personaje, por su parte, estaba condenado a proseguir con su búsqueda. Tanto en el verano del año de la publicación de À rebours como el siguiente, Huysmans pasaría temporadas de retiro con su compañera intermitente Anne Meunier, quien tenía importantes achaques de salud. El lugar escogido sería el castillo de Lourps, que no era otro que el que pertenecía a la familia de Des Esseintes antes de que lo vendiera para comprar la que sería la morada de su exilio autoimpuesto. De estas temporadas surgiría su siguiente novela, En rade, que publicaría en 1887. En ella, el protagonista, Jacques Marles, se refugia en el castillo de Lours con su mujer enferma. Es un libro onírico, de divagaciones constantes, que en ocasiones, de nuevo, parece haberse redactado bajo los efectos de un impulso febril. Su vida al servicio de su obra; su obra al servicio de su vida. Mas las respuestas, esquivas, se resistían a ser encontradas. Si quería dar con ellas, estaba abocado, si no condenado, a dar un paso más allá. 6 El Decadentismo como respuesta al modelo imperante de la época no sería el único movimiento que surgió en este final de siglo convulso. La avidez por experimentar nuevas sensaciones provocó en ciertas esferas sociales, principalmente entre las clases más altas, que comenzara a florecer una atracción por la espiritualidad y el misticismo que derivó en no pocos casos hacia el estudio de lo satánico y sobrenatural, hacia la práctica del espiritismo y lo satánico. No sería una tendencia exclusiva de Francia. En Inglaterra, en el año 1982 se formaría la Golden Dawn, acaso la sociedad ocultista de mayor influencia en el siglo XX. Su origen se remontaba a 1886, cuando uno de sus fundadores, el médico masón William Wynn Westcott, afirmó haber obtenido unos documentos que contenían información sobre la Logia Rosa Cruz de Alemania, que tomarían como punto de referencia para instaurar la nueva orden. Años más tarde, la Golden Dawn abriría centros en diferentes capitales. París sería una de ellas, puesto que la ciudad de la luz lo era también de las sombras, congregando en su seno a muchos adoradores de lo oculto. Eran tiempos extraños. Unos meses más tarde, Arthur Conan Dolyle inició una serie de sesiones de espiritismo que llevó a cabo en su casa junto a miembros de la SPR (Society for Psychical Research). Aunque sería mundialmente famoso por su personaje de Sherlock Holmes, en ciertos ámbitos era más conocido por su participación activa en la defensa del espiritismo como medio de contacto con el más allá. Huysmans, en los albores de esta corriente de finales de siglo, se encontraba inmerso en su camino hacia el conocimiento, hacia su verdad. Todos sus intentos, hasta el momento, no habían aportado a este espíritu inquieto la paz que necesitaba. Mientras sus días pasaban entre documentos que no suponían más que un sustento económico, en su interior crecía por momentos la desazón de la angustia. Des Esseintes parecía querer regresar a su refugio imposible. En este ambiente propicio, esperando ser iluminado, y tal vez jugando una última carta, se adentró en la cara más secreta de la ciudad justo cuando comenzaba a trazar los primeros esquemas de la que iba a ser su siguiente novela, un texto en el que penetraría de lleno en terrenos de la demonología medieval. Su vida y su obra, de nuevo, se iban a encontrar por el camino. Pero, a diferencia de sus anteriores trabajos, en esta ocasión tanto él como el protagonista de su nueva obra iban a transitar por un sendero tenebroso. Un sendero cuyo destino sería la publicación de Là-bas, que podría ser traducido como Allá abajo o Allá lejos. En ambos casos sería una interpretación acertada, pues iba a descender, y lo iba a hacer muy, muy lejos de todo lo que había conocido hasta ese momento. 7 El libro se inicia con un debate entre el protagonista, el escritor Durtal, y su amigo, el médico des Hermies, al respecto de las virtudes y defectos del Naturalismo. Ya sabemos que para Huysmans no es suficiente, pero a través de su alter ego Durtal descubrimos que el Decadentismo tampoco es la solución, tan disperso como se encuentra divagando en elucubraciones carentes de ninguna concreción. El escritor llega a la conclusión que la novela perfecta sería aquella cuyo redactado bebiera de las fuentes realistas del Naturalismo como punto de partida para, tomando impulso a partir de este verismo, elevar el texto a una temática de vocación espiritualista. Huysmans parece cerrar viejas heridas con esta reflexión para enlazar pasado y presente, el estado actual de su vida subyugado, como es habitual en él, al servicio de su obra. Desengañado con el contexto literario en el que le ha tocado vivir que tanto desprecia, desprovisto de relaciones personales, la angustia de sus reflexiones encuentra consuelo y entusiasmo en el pasado, en concreto en el sujeto en el que quiere centrar su siguiente libro: Gilles de Rais. 8 El punto de partida de la obra en la que se había embarcado era la controvertida figura del mariscal. De origen noble, tal sería la fama de su heroicidad en la batalla que acabaría ganándose la confianza de Juana de Arco, con quien lucharía en la Guerra de los 100 años. Su ferocidad le valdría el título de Mariscal de Francia. La ejecución de Juana de Arco, condenada por herejía, hizo que Gilles de Rais se retirara a su castillo, donde iniciaría unos años de auténtico terror. Alejado del tiempo, rodeándose de extravagancias, de objetos únicos y refinados, Durtal llega a afirmar, en lo que supone un guiño metaliterario, que de Rais se convirtió en el Des Esseintes del siglo XV. Sus extravagancias lo arruinarían por completo, hasta el punto que sería obligado a malvender la mayoría de sus tierras y posesiones. ¿Cómo alguien que había demostrado tanto compromiso y valentía en la lucha se había convertido en un ser tan abyecto? Sería el remordimiento por no haber podido salvar de la hoguera a su compañera de batallas, o que siempre poseyó un alma mística que sencillamente cambió de bando, pues todo tiene cabida en el mundo, incluso aquello que mora en los confines de sus extremos. El caso es que el noble se vio arrastrado a una vida de decadencia y desenfreno en la que, rodeado por brujos y nigromantes, demonólogos y alquimistas, brujos poseedores de secretos arcanos, realizó todo tipo de rituales alquímicos y satánicos en los que sacrificarían a decenas de niños, una cifra que pudo alcanzar los varios centenares de víctimas. ¿Cómo llegó a este punto de degradación? Su obsesión última era obtener la piedra filosofal. Para tal efecto, habilitó estancias de su castillo para que los especialistas que congregó en él pudiesen trabajar en obtener su preciado anhelo, esto es, la gran proveedora de fortunas y de inmortalidad. Nada funcionaba, y se rodeó de expertos ocultistas con la convicción de que, si quería tener éxito, iba a necesitar de la ayuda del maligno. Cuando contactó con Francesco Prelati, sacerdote y mago, los hechos se aceleraron. El italiano había hecho un pacto con el demonio Barrón y sería necesario recurrir a él si quería alcanzar su quimera. De Rais deberá ceder su alma, o sacrificar la de otros. Optará por lo segundo, sin comprender todavía que una ofrenda estaba íntimamente relacionada con la otra. Así, la frustración enajenada de los fracasos y las consignas de sus asesores provocarían que de Reis, soberbio y orgulloso, esclavo de su envilecimiento, volcara su furia sin compasión sobre sus víctimas, convirtiéndose en uno de los asesinos en serie más sanguinarios de la historia. Para que el infierno accediera a su causa, de Rais tuvo que acceder a las más recónditas profundidades del infierno. Es cuando alcanza el paroxismo de la monstruosidad, cuando la degradación consigue cotas insoportables, que comprende que tampoco es suficiente. Se arrepiente de los horrores que ha cometido y vaga por su fortaleza como lo hizo cuando la recorría en un estado de furia incontenida, víctima de la arenga demencial de una mente retorcida. Está condenado, primero en su interior, después por la justicia. En 1440 sería condenado y ejecutado junto al resto de sus compañeros en la senda del horror, aunque la verdadera magnitud de la estela de terror y muerte que dejó tras de sí nunca se podrá delimitar del todo. 9 Huysmans, durante la narración, muestra un gran conocimiento de la historia de lo macabro que pone de manifiesto su interés por las artes de lo intangible, de lo oscuro. A través de Durtal, repasa la historia del ocultismo desde de Rais hasta sus días, pasando por los siglos de brujería e inquisición. Así, descubre que los rituales con sacrificios humanos no pertenecen al pasado. Al parecer, siguen sucediendo, por mucho que no se tenga constancia fehaciente de ellos. Dicho secretismo está propiciado por el nivel de los participantes, todos de clase alta o bien ostentadores de cargos de relevancia, incluso dentro de la iglesia católica. Son rituales que, al igual que los encuentros de las sociedades alquímicas, suceden en todo el mundo, de una manera perfectamente organizada. Son, también, el lugar de crímenes ignotos que seguían llevándose a cabo con el agravante de que no eran castigados, pues no eran perseguidos. Los tiempos modernos lo han cambiado todo excepto el poder de lo oculto, pues, al no saberse de su existencia, nada lo altera, nada podrá acabar con él. Los extremos del bien y del mal son más parecidos de lo que se pudiera pensar, y en cierto modo se retroalimentan, igual que una sociedad banal en exceso provoca sin remedio un incremento de ocultismo, un símbolo que bien podría ser interpretado como la antesala del final de los tiempos. Durtal está tan obcecado en su objeto de estudio que comprende, a colación de sus reflexiones sobre lo que sería para él la novela perfecta, que para poder redactar con propiedad sobre un tema tan delicado va a tener que asistir a una misa negra para experimentar en primera persona qué sucede en ella. El protagonista de la novela no solo desconfía de este presente hostil, del que en más de una ocasión anhela refugiarse en un lugar apartado del espacio y del tiempo, como si hubiese heredado las inquietudes de su predecesor Des Esseintes. También recela de la historia, saturada de mentideros y engaños, de falacias y documentos apócrifos. No puede limitarse a estudiar el pasado, y mucho menos rehabilitarlo mediante moralinas redentoras. Si quiere comprenderlo, debe inmiscuirse en él, con toda su crudeza. Es una prolongación del inconformismo vital de su creador, de la necesidad de huir de Des Esseintes, de la sublimación del interior convulso de Jacques Marles. Cada personaje de Huysmans, cada obra, es eslabón de su recorrido hacia la tranquilidad de espíritu que no consigue encontrar en la vida real, si es que tal cosa existe para él, si es que existe alguna diferencia entre lo que vuelca sobre el papel y lo que vive fuera del mismo. A través de conocidos, Durtal se relacionará con brujos que le abrirán las puertas de lóbregos rituales prohibidos. A través de conocidos, a su vez, Huysmans hará lo propio, quizás siguiendo la estela del estudio del caballero medieval, quien tuvo que recurrir al maligno para encontrar su piedra filosofal particular. 10 Durtal está tan desengañado con sus contemporáneos que, a pesar de toda la pesadumbre y miseria de la Edad Media, llega a afirmar que la sociedad actual está más degradada que la de entonces. Se basa en que aquella, aun con su decadencia, poseía a su entender unos valores de los que adolecía su realidad desabrida. Se lamenta de un presente ignominioso en el que el progreso lo justifica todo, falacia tras la que se escondían los grandes males modernos: la mirada angosta y superficial, la burda copia, la fealdad funcional, la supremacía de los instintos más primarios a costa de la renuncia a la espiritualidad. Recordando su viaje del año anterior al castillo de Tiffauges, Durtal recrea en cada estancia el mobiliario y los eventos que sucederían en ellos, un ejercicio de memoria histórica que a buen seguro mimetiza el que hiciera Huysmans en su viaje al mismo emplazamiento. Si en À rebours quiso volcar su interior sobre el papel, en Là-bas, como hiciera en la obra En rade, utiliza elementos reales de su vida. La visita al castillo sería un ejemplo. La correspondencia y posterior relación con Madame Chantelouve, que tanto enfadó a la mujer real en la que estaba basada ese personaje, sería otro. Acaso en esta fortaleza en la que tuvo lugar la inmundicia más impía se cruzaron caminos de orígenes y destinos distintos, pero inquietudes similares. Entre encuentros y disertaciones, Durtal aprende de otras verdades que permanecen agazapadas en subtextos de la cotidianidad, pero que no por ello son menos reales. La robustez de los árboles de granito y metal que componen los cimientos de la sociedad se sustentan sobre unas raíces que crecen en una maraña de túneles arcaicos y desconocidos. Así, puede que en estas mismas galerías subterráneas habiten las respuestas que la ciencia no consigue aseverar con convicción. Lo que es seguro es que hay quienes defienden esta hipótesis a ultranza, y con la misma vehemencia actúan en consecuencia. 11 En su tránsito hacia el ocultismo, Durtal afirma que hay mucho estafador que se quiere aprovechar del desencanto vital de los decadentistas, como Péladan, escritor y ocultista francés contemporáneo de Huysmans. Pero los hay, es informado, quienes tienen habilidades que se ha demostrado que son efectivas. Está quien las utiliza para el bien, como el Doctor Johannès, que sana a todos aquellos desahuciados por la medicina, y quien las utiliza para las artes malsanas, como el canónico Docre, un sacerdote excomulgado (otro místico que ha cambiado de bando) que cuenta entre sus maleficios heredados de ritos medievales el poder de provocar la muerte a distancia, maldad que hace que Durtal lo compare con el mismísimo de Rais. Estos soldados del mal son capaces de emplear videntes que salen de su cuerpo, así como espíritus de muertos para trasladar el maleficio a la víctima sin que esta sea consciente del destino que le aguarda. Es tal la fuerza de estos rituales que Johannès es de los pocos, si no el único, que pueden combatir el efecto de dichos ritos arcanos, liberando, cual exorcista, de las condenas satánicas a las que han sido sometidos los destinatarios del mal. No es el único poder con el que debe enfrentarse. También debe luchar contra las fuerzas que se conjuran contra él desde el mismo corazón del catolicismo, tal es la presencia diabólica en las altas esferas. Durtal se marca como objetivo conocer a Docre, y será Chantelouve, que ha pertenecido al núcleo cercano del satánico, quien le dará le oportunidad de asistir en la capital francesa a una misa negra oficiada por él, un oficio envuelto en un gran secretismo y cuya asistencia está supeditada a que Durtal rubrique un documento de confidencialidad. A pesar de sus reservas, el escritor no dudará en aceptar. La descripción del ritual será minuciosa, transcribiendo con todo detalle las cotas de paroxismo que se alcanzan en él, la locura histérica que se apodera de los asistentes. Asiste a los peligros de una sociedad incrédula, que vive indiferente a los asuntos del alma, creando así monstruos impredecibles. Será después, cuando la rememore, que afirmará, no sin cierta ironía, cómo la dificultad de encontrar víctimas propiciatorias para el sacrificio desluce en cierta manera la fuerza del oficio sacrílego. La vida, sobre el papel, sigue para Durtal y sus amigos, pero para Huysmans, al parecer, no será así. 12
Nos adentramos en un terreno de pocas claridades, un territorio de hechos y datos que transitan entre brumas opacas. Huysmans, adentrándose como Durtal en ámbitos ocultistas con la intención de experimentar en primera persona lo que narraría en su libro, contactó con Oswald Wirth, ocultista que diseñaría un tarot que ha llegado a nuestros días. Wirth era discípulo de Stanislas de Guaita, el creador en 1888 de la Orden Cabalística de la Rosacruz, organización que reuniría a los grandes expertos franceses y europeos en las ciencias ocultas de la época. Dicha institución, que promulgaba la implantación de un ocultismo católico, la fundó junto a Joséphin Péladan, ocultista al que Huysmans despreciaría en su novela, mostrando la posición que tomaría en este enfrentamiento. Por querer ayudar al escritor en su trabajo de documentación, Wirth puso en contacto a Huysmans con el abate Boullan. En su condición de experto en satanismo, el religioso había llevado a cabo numerosos exorcismos acompañado por Adela Chavalier, quien había colgado los hábitos de monja para unirse a la campaña emprendida por Boullan, que en la novela de Huysmans no sería otro que el Dr.Johannès. La realidad, sin embargo, era muy distinta. Boullan se había convertido en discípulo del mago Vintras, líder de una secta que llevaba a cabo misas negras y rituales satánicos. Había pasado de ser un estandarte de la lucha contra la oscuridad a formar parte de ella, y Huysmans, en su afán de documentarse para la obra que estaba escribiendo, se involucró con Boullan y sus acólitos sin conocer la verdadera naturaleza de sus acciones, algo que no supo durante el redactado de la novela, a tenor de que nunca hizo alusión de esto en ella. Tanto se relacionó con ellos que acabó hospedando en su casa a la vidente Madame Thibaut, colaboradora de Boullan. Huysmans comprendió pronto que, dentro del mundo de la magia y el ocultismo, Boullan era enemigo natural de Stanislas de Guaita y los demás miembros de la Orden de la Rosacruz. Wirth, que recordemos que era discípulo de Stanislas de Guaita, había estado durante mucho tiempo reuniendo pruebas que demostraran la culpabilidad de Boullan en la acusación de satánico. Quién sabe si fue por este motivo por el que puso en contacto a Huysmans con el abate, para poder disponer así de más datos de primera mano sobre las actividades ocultas del supuesto exorcista. El cúmulo de pruebas no dejaba lugar a dudas. Stanislas de Guaita condenó a muerte iniciática a Boullan. Se acababa de iniciar una guerra mágica que se extendería en el tiempo durante cinco años. Huysmans se encontró en medio de un fuego cruzado. La vidente Thibaut era víctima de toda serie de visiones y hostilidades por parte de los rosacruces, ataques mágicos que acabarían afectando directamente al propio escritor, quien comenzó a experimentar toda una serie de agresiones imposibles que iban a sumir al autor en un estado constante de histeria y alerta. Mientras seguía trabajando en su libro, la polémica lucha entre sectores de lo oculto llegaría a la opinión pública, pues las acusaciones de magia negra llegaron a implicar el sacrificio de niños, incluido el bebé del propio abate Boullan. El asunto se había tornado en algo tan serio que estaba por encima de creencias y supersticiones, y el estado de presión y acoso que sufrió Huysmans acabó siendo insoportable. Llegados a este punto, todavía creía que estaba en el lado correcto, mientras que quienes en verdad habían estado practicando magia negra habían sido Stanislas de Guaita y los demás miembros de la Orden que se había fundado. La batalla tendría su fin el día en el que Boullan se derrumbó en su sillón, víctima de espasmos que lo asfixiaron hasta la muerte. Huysmans no tuvo ninguna duda. Los hechizos y encantos que se habían vertido sobre el abate habían surgido efecto. Estaba tan convencido de lo que creía que había sucedido que denunció los hechos ante su amigo Jules Bois, escritor versado en temas satánicos. Bois no dudaría en escribir un artículo en el que culpaba a Stanislas de Guaita y Oswald Wirth, entre otros, de la muerte de Boullan. Esta acusación pública hizo que los señalados por el escritor retasen a este a un duelo al amanecer. Cuando se dirigía hacia el punto acordado en el que se batirían a muerte, los caballos del carruaje en el que se desplazaba el escritor se alteraron hasta el punto de volcar el propio carruaje, accidente que sería interpretado por Huysmans como una clara señal de advertencia. El miedo se había apoderado de él y quiso apartarse del mundo del que había pasado a formar parte en los últimos años. Mientras tanto, Aleister Crowley viajaría hasta París en 1892 y encontraría en la atracción de Durtal por lo oculto un espejo en el que reflejarse. Las semillas del ocultismo que había plantado Huysmans, renegara o no de ellas, seguirían floreciendo. 13 En el prólogo de la edición de À rebours publicada en 1903, Huysmans afirmaba que los documentos y referencias que incluyó en Là-bas no eran nada en comparación con lo que había guardado en sus archivos. Con la perspectiva que le daba el tiempo, también admitiría que era una obra que en el momento de redactar el prólogo no hubiera escrito igual, si bien valoraba que sirviera para poner en la palestra las prácticas demoníacas que se estaban practicando en la clandestinidad. Tras escribir sobre la obsesión de Durtal por presenciar una misa negra y las vivencias que le ocurrirían en la vida real, Huysmans sufrió una crisis que llevaría a que pasase temporadas en monasterios, así como retiros espirituales en abadías. Se convertiría al catolicismo en un cambio de mentalidad que plasmaría literariamente empleando de nuevo la figura de Durtal, quien viviría un cambio personal homólogo al de su creador. Esta experiencia aparecería publicada bajo el título En route. En camino hacia la luz. Publicará obras religiosas, relacionadas con el arte medieval, época que tanto le atrae, pero a la que se aproximará en esta ocasión desde un enfoque radicalmente distinto al que empleó cuando se obsesionó con la figura del mariscal. En 1903 ve la luz L’oblat, obra en la que narra sus experiencias durante los dos años que ha convivido con los monjes benedictinos. Al final de su camino vital, todo es distinto, excepto una simbiosis a la que no renunciará en ningún momento. No escribe para conocer su pasado tanto como para redirigir su futuro, vida y obra avanzando de la mano en un camino abundante en giros y callejones sin salida, pero nunca inconforme, siempre avanzando hacia la verdad, atrapado en un mundo de mentiras.
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por RAÚL ANSOLA 1 A las once y cuarto de una noche de junio de 1950, varios testigos presenciaron cómo un hombre de curioso aspecto y visiblemente desorientado caminaba por Times Square, en el epicentro neurálgico de Nueva York. Era la hora de la salida de los teatros y las calles estaban abarrotadas de viandantes. Por su excéntrico modo de proceder, el sujeto, de unos treinta años, parecía sorprenderse ante todo lo que le rodeaba, desde los coches que circulaban a su lado hasta las señales que regulaban el tráfico. Pareciera que nunca había visto nada parecido. Tan errática era su actitud que un policía le llamó la atención, lo que no evitaría que, al cruzar una calle todavía sumido en su estado de confusión y asombro, fuese mortalmente atropellado. El caso fue asignado al capitán Hubert V.Rihm, quien tendría la responsabilidad de dar con la identidad del fallecido. No iba a ser una tarea sencilla. Para empezar, a sus ropajes de época victoriana había que añadir el contenido de las pertenencias que el fallecido llevaba en sus bolsillos. Entre otras, se encontraron monedas y billetes antiguos que no habían sufrido el desgaste del paso del tiempo, recibos que databan de 1876 y una carta, fechada en el mismo año, dirigida a un tal Rudolph Fentz (a quien también se hará referencia como Rudolf Fenz), quien vivía en una casa que en el momento actual era una tienda, pero que en la fecha en cuestión sí que había sido un bloque de viviendas. Las pesquisas de Rihm le llevarían a dar con la identidad de Rudolph Fentz Jr., quien había fallecido hacía cinco años. Su viuda, no obstante, explicaría al capitán que el padre de su marido había desaparecido una noche que salió de su casa para fumar en el exterior a petición de su mujer, quien no quería que las cortinas se impregnasen con el olor del humo de tabaco. Todos los esfuerzos serían infructuosos: nunca volverían a verlo con vida. La mujer no pudo especificar en qué fecha exacta tuvo lugar este incidente, ya que su marido era muy pequeño cuando su padre desapareció y nunca quiso hablar mucho del tema. Pero estaba segura que, por las fechas, tuvo que suceder a mediados de los años setenta del siglo anterior. El capitán comprobaría en los archivos que, efectivamente, en 1876 se había denunciado la desaparición de un tal Rudolph Fentz. La única explicación que parecía posible era la más imposible de todas, y Rihm no reportó de manera oficial sus hallazgos por miedo a que le tomaran por loco. Este mutismo cambiaría cuando se encontró con alguien que llevaba mucho tiempo recabando información sobre hechos similares que tiraban por tierra la sucesión natural del tiempo tal y como la entendemos. Cuando conoció la historia del supuesto crononauta atropellado (sería el caso número 111 de su extenso archivo), constató la reflexión a la que le había conducido su particular estudio: la humanidad vivía en una constante deriva hacia la nostalgia, necesidad de escapismo mental que conducía al deseo de trasladarse a épocas anteriores, más luminosas y felices en comparación con un mundo presente que no ofrecía alicientes, una tendencia que parecería actual si no fuera porque estamos hablando del inicio de los años cincuenta. Este anhelo, multiplicado por los millones de personas que lo experimentaban, había comenzado a provocar alteraciones en el continuo temporal, lo que se traduciría en incidencias cada vez más numerosas e impredecibles. Según su entender, la creciente profusión de anacronismos (posiblemente conectados entre sí) era un hecho constatable y peligroso que podría llevar a la humanidad a vivir una pesadilla. Este oscuro destino solo se podría evitar si se estudiaba el fenómeno en profundidad de cara a poder controlarlo y, a la postre, prevenirlo. En 1972, el número de mayo/junio de la revista ufológica Journal of Borderland Research se haría eco del inexplicable atropello, planteándose abiertamente la pregunta de si Rudolph Fentz no habría caído en un agujero temporal o interdimensional que lo habría transportado a la noche de su futuro en la que encontraría su fatal desenlace. Esta publicación sería la primera de muchos artículos y estudios que mencionarían a Fentz como un caso claro y constatable de viajeros del tiempo. En España sería la revista Más Allá la que en 2000 reproduciría los enigmas de este accidente, perpetuando una información que llevaba años dándose por buena. Una rápida navegación bastará para comprobar por nosotros mismos cómo son muchas las páginas que hoy día continúan mencionando esta historia del viajero temporal involuntario, hasta el punto que existe incluso la fotografía oficial de Fentz, así como del momento posterior al encontronazo que acabaría con su vida. Son muchísimas las páginas impresas y los espacios radiofónicos relacionados con el misterio que se han dedicado a este caso, que por sus características no cabe duda de que tendría motivos más que sobrados para formar parte por derecho propio de los grandes misterios temporales. De no ser porque nunca ocurrió nada de lo que se ha explicado. 2 El 15 de septiembre de 1951 aparecería publicado I’m scared, un relato de ficción del autor Jack Finnley (1911-1995) en el que se narraba el atropello, la investigación y el encuentro del capitán Rihm con el recopilador de sucesos inexplicables, una afición que compartiría este personaje con otro de la que posiblemente sea la obra más conocida del autor: La invasión de los ladrones de cuerpos (1955). En este clásico, uno de los protagonistas explicaba cómo se había dedicado a archivar pequeños hechos que de vez en cuando sucedían y que no encajaban con naturalidad en el conocimiento general que se tenía del mundo. Eran detalles minúsculos, tal vez, pero en su conjunto constituían una gran contradicción de lo que entendíamos como real. Cabe pensar que Finney habría creado estos personajes influenciado por la obra de Charles Fort (1874 - 1932), investigador estadounidense que dedicaría una buena parte de su vida a detectar, recopilar y catalogar estas interferencias como parte de un estudio que pretendía aportar otra visión al mundo en el que vivimos, no necesariamente acorde con la oficial. Si esta mirada analítica fue una pasión de su vida, sin duda otra obsesión sería la de los viajes en el tiempo. El propio relato I’m scared, que durante décadas sería considerado como real, acabaría formando parte de la antología About time, publicada en 1983. En esta obra se recogerían doce historias cortas que tenían como nexo común el tema de las alteraciones temporales presentadas en múltiples formas y aproximaciones. 3 No obstante, no profundizaría en el asunto de una manera tan exhaustiva como en la novela Time and again (1970). En ella, Simon Morley es un ilustrador que reúne las condiciones necesarias para participar en un proyecto gubernamental que permite viajar en el tiempo a través de la autohipnosis y el control del entorno. El tiempo es como un río. Te puede llevar la corriente, pero por donde pasaste, sigue allí. Y podrías regresar a ese punto exacto. Esta curiosa premisa se cimenta en la teoría de Einstein por la cual el tiempo no sería una sucesión de momentos que van pereciendo con la llegada del siguiente instante. Al contrario, el tiempo está siempre presente, existiendo. El pasado sucede ahora mismo igual que el presente, por lo que cabe la posibilidad de desplazarse a él. Es una explicación cuanto menos atípica, difícil de sostener si se analiza a conciencia. Pero el cómo no parece preocupar al autor tanto como la finalidad del proyecto, que es la de poder vivir en primera persona tiempos que sucedieron décadas atrás. En concreto, en el invierno de 1882, una década que Alan Moore definiría en el epílogo de From Hell como el germen, a muchos niveles, de lo que acabaría siendo el siglo XX. Morley, entre otras personas, entablará amistad con un fotógrafo en su viaje al pasado, lo que servirá de excusa a Finney para mostrar diferentes imágenes tomadas in situ en la época, desde bocetos trazados por la mano del protagonista hasta retratos realizados por su amigo, fotografías que sirven para inmortalizar sobre el papel a los personajes que intervienen en la trama, incluido el propio protagonista. El emblemático edificio Dakota (cuya fisonomía apenas se ha visto afectada por el paso del tiempo) juega un papel importante en la trama, añadiendo con su solitaria presencia de entonces una estela de misterio a la ya de por sí enigmática historia que se narra en estas páginas. La imaginación del autor viene acompañada por una notable labor de documentación que sirve para aportar incontables detalles que ayudan al lector a situarse en lo que era el día a día por aquel entonces. El autor se encarga de encajar acontecimientos reales en la trama, por mucho que en la nota final del libro reconoce que ciertos datos son deliberadamente incorrectos y necesarios por el bien del argumento. El más significativo, sin duda, es el del incendio que calcinaría la sede del periódico New York World. Una chica quedó atrapada en las llamas y una figura anónima acudió en su rescate, salvándole la vida para convertirse en un héroe tan enigmático como mediático. No serían pocas las ilustraciones de la época que recrearían el momento del rescate, como la portada original que Finney incluiría en la novela. En ésta, su protagonista, Simon Morley, se iba a convertir, durante su viaje temporal, en este salvador del que tanto eco se haría la prensa. En la novela encontramos también reflexiones propias de su temática central: Las implicaciones éticas de asumir riesgos de consecuencias impredecibles y el precio personal a pagar; la tentación de cambiar lo acontecido; las paradojas temporales. Los peligros de traspasar la barrera de espectador para acabar interactuando con el pasado. Los encantos deslumbrantes de los tiempos pretéritos y los claroscuros que se perciben cuando se profundiza en ellos... A pesar de las carencias de una época que todavía tenía muchos avances por descubrir, la nostalgia contagiosa del autor es palpable desde la primera hasta la última página. El protagonista parece sentirse más a gusto refugiado en el pasado que en un presente hostil y en constante evolución en el que no acaba de encajar, bien porque le aburre o porque, en el peor de los casos, le resulta intimidante. 4 El laborioso trabajo documental de Finney unido a su pasión forteana por los misterios acabaría embarcando al autor en un nuevo trabajo que bebería de las fuentes de ambas pasiones. En Forgotten news (1983), como su nombre indica, Finney narraría acontecimientos que fueron noticias tan reales como olvidadas por la historia, titulares que sucedieron en los años a los que tanto tiempo había dedicado a estudiar. Obsesionado por ciertos hechos, adquiriría todos los periódicos y publicaciones que vieron la luz en un periodo determinado en el que ciertos escándalos llenaron páginas que habían quedado sepultadas bajo el olvido hasta que Finney, en sus continuos viajes al pasado, se decidió a investigarlos adquiriendo el rol de un periodista detectivesco. En el prólogo de Forgotten News, el propio Finney profundizaría en la obsesión que le llevó a escribir Time and again, cómo el protagonista vivió lo que a él le hubiera gustado vivir y cómo durante meses se documentó hasta adentrarse por completo en aquellos años de la segunda mitad del siglo XIX, unos años por los que Finney mostró un especial interés. Explicaba cómo, a pesar de que habían pasado unos años de la publicación de la novela, seguía sintiendo la necesidad de revisitar aquella época. Así, compró colecciones enteras de publicaciones de entonces y las leyó compulsivamente. Tampoco escaparía a su radar el libro que reuniría las memorias que años después publicaría uno de los protagonistas de esta trama sórdida. Lentamente, en su cabeza comenzó a cobrar forma la posibilidad de escribir un nuevo libro en el que hablaría de manera documental sobre un contexto temporal del que se había convertido en un verdadero experto. Hasta que se encontró con cierta historia que daría un giro radical a sus planes. La madrugada del 30 de enero de 1857, algo sucedió en el número 31 de Bond Street, una calle en el mismo Nueva York en la que vivían y ejercían muchos médicos. Forgotten News se inicia con Finney situado frente a la fachada de este edificio, que perteneció a Harvey Burdell, un adinerado dentista que sería brutalmente asesinado en dicha madrugada. Días antes de su muerte no fueron pocos los que le escucharon decir que temía por su vida. La culpable de este temor era Emma Augusta Cunningham, viuda de un destilero de Brooklyn y madre de cinco hijos. Ambos se conocieron en 1854 y entablaron una relación que para Burdell, acomodado en una vida que le proporcionaba las libertades del no tener ningún compromiso, no parecía ser tan formal como para Emma, quien desde el primer momento dejó clara su intención de casarse con él. Ella tenía treinta y seis años, nueve menos que él. Era una mujer con una gran determinación que se jactaba de conseguir siempre lo que quería. Aunque Burdell vivía y trabajaba en el 31 de Bond Street, una parte del edificio era administrada por Mrs. Margaret Jones, una práctica habitual en la época. Cunningham tenía problemas económicos y pidió mudarse temporalmente a una parte del edificio para que pudieran vivir ella y sus hijos. Burdell accedió, sin saber que desde aquel mismo momento Emma iba a iniciar una campaña destinada a conseguir que Burdell se casara con ella. Alejó de la casa a familiares y pacientes de las que Cunningham sentía unos profundos celos. Afirmó haberse quedado embarazada del dentista, de la misma manera que anunció que había sufrido un aborto. Poco a poco fue ganando poder, cambiando de habitación hasta situarse junto a la de Burdell. Y, cuando Mrs. Jones dejó el edificio, Emma se convertiría en la administradora del mismo. Ahora controlaba el bloque entero. No contenta con ello, contrató a un abogado para que llevara su causa contra Harvey Burdell por incumplimiento de promesa de matrimonio, denuncia que en aquel momento se tomaba muy en serio, hasta el punto que sería arrestado. Para evitar el juicio, y por miedo a que su negocio se viese comprometido, llegaron a un peculiar acuerdo legal por el que el dentista se comprometía a ser amigo de ella para siempre y a no actuar nunca en su contra. También garantizaba que tanto ella como sus hijos podrían seguir viviendo en la casa. Pero no se mencionaba la boda, y la batalla continuaba. Emma Cunningham iba a dar un paso más. John J. Eckel, comerciante de treinta y cinco años, llega a la casa para convertirse en el nuevo inquilino, al parecer respondiendo a un anuncio de alquiler que Finney no consiguió localizar entre su vasta bibliografía, lo que le haría pensar que este sujeto y Cunningham se conocían de antes, sospecha que también acabaría teniendo Burdell. La administradora de la casa, de entrada, no dudó en ofrecer a Eckel la habitación de al lado de la suya. A partir de aquí, se aceleran los acontecimientos en un complejo entramado. Finney lleva hasta el momento juntando las piezas desde diferentes fuentes y atando cabos bien argumentados allí donde podrían quedar vacíos. El texto lo acompaña con ilustraciones y fotografías de la época junto a actuales tomadas por el propio autor para contrastar el antes y el después de los lugares en los que se desarrollaron los hechos. Estamos, pues, de nuevo ante una novela ilustrada, aunque a diferencia de Time and again, los hechos que aquí se narran son reales. Eso no quita que algunas de las situaciones que se vivieron fuesen descabelladas. Finney llega a admitir que hay escenas que no cuadran en el transcurso de la historia pero que sucedieron tal cual se narran, por lo que su obligación era la de escribir sobre ellas para que fuese el lector el que encontrase su propia explicación. A fin de cuentas, ironiza, estas personas no sabían que se estaría analizando su comportamiento más de un siglo más tarde. Cunningham iría ante un matrimonio a contraer matrimonio con Burdell, pero no se puede descartar que fuese Eckel el que estuviese a su lado, haciéndose pasar por el dentista, quien a estas alturas tenía la certeza de que estaban conspirando contra él. En la casa cada vez había más gente de la confianza de Emma y el dentista, cada vez más apartado, aguantaba por el contrato firmado, pero había comenzado a estudiar la posibilidad de expulsar de su vida a la mujer. No tendría tiempo. La madrugada del 30 de enero quince puñaladas acabarían con su vida. El coronel Edward Downes Connery iba a ser el encargado de esclarecer la autoría del asesinato. Desde el primer momento sospecharía de Emma Cunningham, quien se presentó como la viuda del finado a pesar de las dudas que albergaba tal afirmación, y de Eckel como socio del crimen. Connery tendría tanta prisa por comenzar la investigación que consiguió reunir en cuestión de horas a un jurado de doce miembros y los reunió en el número 31 de Bond Street. Con el cuerpo del fallecido en una cama de otro cuarto de la casa, comenzarían los interrogatorios ese mismo día, instaurando arresto domiciliario para los sospechosos durante la noche. Los primeros curiosos se reunieron frente a la fachada, un número que al día siguiente sería mucho mayor, no solo de ciudadanos atraídos por el movimiento policial. También llegaron los primeros periodistas, atraídos por la noticia de que un respetable vecino había sido brutalmente asesinado. A. Oakley Hall, fiscal del distrito, también se personó para presenciar los interrogatorios. Comenzaba el espectáculo. Baste con decir que el funeral de Burdell se convertiría en un evento multitudinario al que acudirían unas ocho mil personas. La subasta que se llevaría a cabo con las pertenencias del edificio del crimen también sería un éxito. Ni el mobiliario común ni los utensilios de la consulta de Burdell se salvaron del escrutinio de un público deseoso de adentrarse en el número 31. Aparecieron los primeros de muchos titulares que coparían las páginas de los periódicos durante las siguientes semanas, llegando a escribirse millones de palabras sobre el caso, calcularía Finney. La prensa se haría eco de cómo todo el mundo especulaba sobre la identidad del culpable. Los reporteros de periódicos rivales estaban ávidos por conocer nuevos detalles antes que la competencia, y no dudarían en adentrarse en datos escabrosos del pasado de la víctima, tal era el ansia de carnaza. Se inició una ronda de interrogatorios que sería desmenuzada en una prensa que llegaría a publicar tiradas extras que se agotaban, tal era la expectativa generada. La falta de un veredicto concluyente, no obstante, generaría una frustración que derivaría en críticas a Connery y sus métodos expeditivos condicionados por su obsesión de culpabilizar a Cunningham y Eckel. Vale la pena hacer un inciso en la minuciosidad de la narración periodística de Eckel, que obliga al lector a detenerse a pensar que los hechos descritos ocurrieron hace más de un siglo. El autor no esconde su fascinación por el tiempo que describe, llegando a afirmar cómo sería sobrecogedor colarse en el juicio, sentado entre el resto de curiosos. Las caras de entonces eran tan distintas a las de ahora (idea a la que ya apuntó en Time and again), que el impacto sería insoportable. Tras los interrogatorios, llegaría el juicio en mayo. Los giros argumentales seguían produciéndose en una trama en la que Finney llegaba a sus propias conclusiones a partir de las pruebas y la información recabada. El misterio no dejaba de rondar alrededor de unas vidas cuyos nombres propios habían quedado anclados en su momentum, pero que gracias a la curiosidad insaciable del autor, y de una manera sinuosa, habían pasado a la prosperidad. Aunque desconocía cómo acabaron sus días la mayoría de estas personas, si algún día encontraba sus memorias en alguna librería de segunda mano que con tanta frecuencia visitaría, aseguraba que nos lo haría saber. De la misma manera, en una de las sesiones del juicio se utilizó una maqueta en miniatura del interior del edificio, representación que Finney no perdía la esperanza de encontrar a la venta en la tienda de antigüedades más insospechada. 5 La mayor parte del libro la destina a cubrir el crimen de Burdell, pero también se ahonda en otras historias que abordará con la misma devoción por el presente pasado, centrándose especialmente en la accidentada travesía marítima del Central América en el año 1857. Entre las noticias Finney recuperó de nuevo la del incendio de la sede del periódico New York World que narrara en Time and again. A colación, explicó cómo años después de la publicación de la novela recibió una carta. El remitente era el hijo de la chica que había sido rescatada de las llamas por un salvador anónimo. O eso dijo la prensa, porque su madre, explicaba en la carta, siempre afirmó que quien la rescató de una muerte segura fue un bombero al que hasta el final de sus días le estuvo eternamente agradecida. Los rumores, o el sensacionalismo, habían creado una figura heroica que nunca existió tal y como fue presentada. Así, tal vez Simon Morley no fue el protagonista de ningún acto meritorio, pero Finney había resuelto un misterio un siglo después. 6 En 1995 se publicaría From time to time, secuela de Time and again que a la postre sería la última novela del autor, pues fallecería ese mismo año. En el prólogo del libro, parecía una declaración de intenciones, asistimos a la reunión de un grupo secreto que estudia los recuerdos y objetos personales relacionados con hechos que no sucedieron tal y cómo son rememorados por la historia oficial. O bien que sucedieron de manera simultanea con ésta, con los desajustes que producían en quienes sufrían estas alteraciones. Este nuevo capítulo en la historia de Simon Morley supondría otra vuelta de tuerca en la espiral del tiempo que el autor planteaba. Las consecuencias impredecibles de tomar una decisión u otra, por pequeña que sea, son inevitables. No era así con los riesgos retroactivos que se adquiriesen. Una vez que se cambia la sucesión de acontecimientos, el futuro alternativo que se origina pasa a ser el oficial. Querer alterar el nuevo tiempo, visto así, no sería tanto una modificación como una alteración. Como fuera, ¿quién está capacitado para decidir qué es lo que conviene al interés común? Y lo que acaso era más importante: más allá de la encrucijada moral, ¿el tiempo iba a permitir ser cambiado? En esta nueva novela, Finney plantearía la posibilidad real de evitar la Primera Guerra Mundial. Para tal efecto, Morley se trasladaría al año 1912, y leyendo cómo se documentó para estar preparado bien podríamos estar asistiendo a una trascripción metaliteraria de lo que el autor habría hecho en verdad, leyendo papeles impresos con la convicción de trasladarse, tanto él como el lector, al momento en el que la tinta todavía estaba húmeda de la imprenta. Al material a analizar ahora se añadía (para Morley, para Finney) la novedad del visionado de grabaciones que no podía importar menos que fuesen carentes de sonido y color. Era el pasado en movimiento, en todo su esplendor. Y la analogía no acabaría aquí. El escritor y su alter ego literario se encontrarían tan a gusto en 1912 que por momentos parecerían olvidar el objeto de la misión que había llevado a Morley a retroceder de nuevo en el tiempo. 7 Con tanto viaje adelante y atrás, no podemos estar del todo seguros que no se acabase alterando el flujo temporal.
En 2007 apareció en diversos portales la noticia que afirmaba que un investigador había encontrado una noticia que hablaba de la historia de Rudolph Fentz, de su atropello y de lo extraño de ciertos datos del mismo. Lo curioso, de ser cierto, era que la noticia databa de abril de 1951, esto es, cinco meses antes de la publicación del relato de Finney. A raíz de esta publicación, no fueron pocos los que pusieron en duda la falsedad de estos hechos. La controversia se abría de nuevo. ¿Acaso Finney, en su análisis pormenorizado de las discrepancias que aparecían en las noticias, intuyó que algo extraño se escondía tras este atropello mortal? ¿O en su obra se esconde una verdad disfrazada de ficción, una práctica tan habitual para las teorías conspiranoicas? En los últimos años, nuevos datos han apuntado a que se habían encontrado pruebas que demostrarían que el accidente existió. Otros habían llegado a poner en duda la publicación del relato en el que supuestamente se habían inventado los hechos. Lo único cierto era que el nombre de Rudolph Fentz, de una manera o de otra, había traspasado la férrea barrera del tiempo y había renacido en diferentes décadas, como si fuese el viajero temporal que muchos denunciaban. Jack Finney, después de todo, lo había conseguido. |
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