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TOCAMOS TODOS LOS PALOS, INCLUIDOS LOS DEL FLAMENCO
por JUANDE MERCADO A cualquiera que se le pregunte por Mánchester, lo primero que le viene a la memoria es la imagen nebulosa de una ciudad de Inglaterra que fue cuna de la Revolución Industrial, archirrival histórica de Liverpool como centro neurálgico del norte de Inglaterra, y que actualmente es sobre todo conocida por sus dos equipos de fútbol, ambos copan la información de Marca en la sección de fútbol inglés: el millonario Manchester City de Pep Guardiola y los petrodólares de Catar y el histórico Manchester United del inmortal Sir Alex Ferguson. Sin embargo, si nos ceñimos al plano estrictamente musical, Mánchester es una ciudad icónica que ha alumbrado, desde finales de los setenta hasta mediados de los noventa, a muchos de los grupos más excitantes de la escena pop-rock inglesa: desde Joy Division y su continuación natural bautizada como New Order hasta el pop glorioso y atemporal de The Smiths, pasando también por el desfase de las raves juerguistas y drogotas de Happy Mondays y llegando a Oasis, fin de trayecto musical mancuniano, el grupo de los cejijuntos hermanos Gallagher y competencia feroz de Blur en el apogeo del britpop. Los enamorados de la música mancuniana estamos de suerte, porque en España se han ido publicando unos cuantos libros imprescindibles para entender el renacer cultural de una ciudad que tuvo un pasado económico glorioso durante el siglo XIX para quedar relegada a un asfixiante y gris páramo urbano en pleno siglo XX, causado, primero, por la destrucción devastadora de la II Guerra Mundial y, después, por la ausencia de políticas de reactivación económica exitosas durante una larga postguerra que se extendió hasta bien entrada la década de los noventa. Por ejemplo, en 2015 se publicaron las memorias de Bernard Sumner, guitarrista de Joy Division; en 2016 la autobiografía de Morrissey, el histriónico cantante de The Smiths; por último, en 2018 un libro titulado Mánchester. El sonido de la ciudad, gozoso libro-río donde se enumeran los principales hitos musicales del rico ecosistema de grupos mancuanianos paridos desde mediados de los setenta hasta principios de los noventa que volvieron a situar a Mánchester en el centro del mapa musical de Inglaterra. Y hablamos de una época donde el común de los mortales aún compraba discos de forma periódica porque internet y algunos programas para compartir música como Napster no mostraban sus negras pezuñas de Lucifer. En otras palabras, una época donde los jóvenes adquirían discos que dejaban o grababan a sus amigos de forma tan natural como el respirar, una época donde la prensa musical inglesa poseía suficiente poder para aupar grupos al estrellato inmediato o mandarlos al lodazal del anonimato permanente (táctica estrella del New Musical Express) y, en definitiva, una época donde todavía se creía que la música pop-rock detentaba un poder sobrenatural para alterar o cambiar conciencias individuales que no servirían nunca para hacer estallar una revolución juvenil que pusiese en aprietos el status quo del sistema, pero sí cierta metamorfosis apreciable respecto a esquemas de pensamiento y estilos de vida no exclusivamente materialistas. Cualquier renacer cultural de cualquier ciudad narcotizada por diversos avatares históricos, políticos y económicos sufridos durante largas décadas en estado de apática latencia no suele ser producto del azar. Se han de dar una serie de circunstancias idóneas en un tiempo y espacio precisos. En el caso de Mánchester, este renacer cultural está ligado a un hombre visionario llamado Tony Wilson, que con un tesón y una autoconfianza a prueba de bombas persiguió situar a la urbe mancuaniana en el lugar que le correspondía por su provecta y rica historia. Wilson era el reportero estrella de Granada TV, apasionado de la música y un nacionalista buenista de Mánchester, que fundó Factory Records junto, entre otros, el diseñador gráfico Peter Saville y Rob Gretton, mánager de Joy Division. Ninguno de los tres era Ahmet Ertegün, fundador de Atlantic Records, y, por tanto, no poseían grandes conocimientos sobre cómo gestionar una compañía discográfica, pero, en cambio, sí atesoraban el talento y el entusiasmo imprescindibles para ir descubriendo a grupos como Joy Division, su continuación natural, New Order, y Happy Mondays, que proporcionaron a Factory Records un prestigio similar al de Rough Trade, su rival independiente de la siempre denostada Londres. Y lo más importante: supieron crear una industria musical independiente no regida por criterios exclusivamente mercantilistas que dotó a Mánchester y a su juventud de una autoestima de la que adolecía. Si hay que ponerle una fecha al renacer de Mánchester, ésta no puede ser otra que el 4 de junio de 1976. Ese día actuaron los Sex Pistols en la capital del norte de Inglaterra y, aunque el concierto no fue recordado por la pericia técnica de los músicos, sí cambió la vida de jóvenes músicos que acudieron al evento como Sumner y Hook de Joy Division, Morrissey de The Smiths y Mark E. Smith de The Fall. Todos fueron conscientes, en un rapto de iluminación súbita, de que cualquiera podía crear una banda de punk-rock como habían hecho los Pistols, porque ya no era menester poseer una técnica musical apurada, sino que la actitud (en mayúsculas) iba a ser la estrella de Oriente que guiara a los osados que iniciasen una carrera musical de nuevo cuño. La filosofía del Do it yourself se extendió como un reguero de pólvora por urbes como Londres, Mánchester, Liverpool y Sheffield. Si en el mundo de la música popular se puede establecer una analogía similar a la caída del caballo de San Pablo, lo que aconteció en el concierto de los Pistols ese 4 de junio en Mánchester fue una bendición para los músicos antes citados. Los primeros en crear un grupo fueron Buzzcocks, cuyos líderes, Devoto y Shelley, habían sido precisamente los organizadores del concierto de los Pistols. En 1977 crearon un sello discográfico llamado New Hormones y con un préstamo del padre de Shelley se autopublicaron Spiral Scratch, el primer disco punk mancuniano. El dúo compositivo Devoto/Shelley se rompió demasiado pronto y, mientras Shelley siguió con Buzzcocks al frente de uno de los grupos emblema de la historia del punk, Devoto vio claro que no quería ser encasillado en un determinada corriente musical y fundó Magazine, grupo de un eclecticismo musical más amplio que el de Buzzcocks. Mánchester. El sonido de la ciudad, libro mencionado anteriormente, le dedica un par de capítulos a The Fall, el grupo del carismático y egocéntrico Mark E. Smith. Smith, al igual que Ian Curtis, fue un animal escénico reconvertido a cantante de rock, aunque la fuerte raigambre literaria-proletaria de sus textos fuera siempre el rasgo distintivo de The Fall. Mientras que Curtis estaba muy influido por Ballard, Smith lo estaba por Camus y Lowry. En los más de treinta años de trayectoria musical de The Fall, el único integrante fijo del grupo fue Smith, mientras que un interminable rosario de músicos (alrededor de una treintena) pasaron por sus filas hasta que o bien Smith los echaba o bien ellos mismos se cansaban de su irritante caudillismo con la única excepción de Brix Smith, guitarrista y esposa del enfant terrible Smith durante casi diez años. El estilo de The Fall era un patchwork musical donde Smith recitaba versos enajenados con voz desafinada y con una presencia omnipresente del bajo, batuta sonora de unas canciones con fuerte acento social y orgullo norteño. Smith, arisco de trato y culo de mal asiento, siempre tuvo un talento natural para quemar músicos y cambiar de discográfica como de calcetines, aunque este hecho no fuera suficiente obstáculo para impedirle crear una discografía reconocible y personal que va del postpunk inicial hasta posteriores territorios más pop-rock, enarbolando siempre la bandera de la total libertad creativa, sin apoyarse nunca ni en grandes presupuestos ni en modas musicales. Como el propio Smith dijo en una entrevista para una revista musical, sólo eran necesarios unos bongos y una abuela (la del periodista musical) para parir un disco de The Fall. Siguiendo con el orden cronológico de grupos de importancia surgidos en Mánchester, después de The Fall, vendrían Joy Division. Sobre Joy Division se ha creado un aura mítica que mucho debe al suicidio de Ian Curtis, su cantante. Y, como ocurre con muchos grupos, Joy Division fue mucho más reconocido tras su disolución que en vida, aunque consiguieran la hazaña de ser la banda sonora ideal para definir una ciudad (un Mánchester atrapado por una pesadilla postindustrial, casi un Chernóbil norteño) y un tiempo concreto (una Inglaterra despojada de su orgullo imperial y con una crisis económica galopante que abocaba a paletadas de jóvenes al paro). Y todo sucedió en tan sólo tres años (de 1977 a 1980) de una vívida intensidad: Rob Gretton los descubre en un concierto cuando eran prácticamente desconocidos y se autoimpone ser su mánager porque intuye un potencial terrible en esos jóvenes famélicos y de porte nihilista, comandados por un cantante con una presencia escénica equiparable a la del Iggy de The Stooges y un grupo que no se limita a ser un mero acompañamiento a los recitados eléctricos de Curtis; sino que es capaz de patentar un sonido lúgubre y triste, fiel evocación de la brumosa Mánchester como lo fue el sur americano en las novelas de Faulkner. Tony Wilson, siempre atento a todo lo que acontecía en el panorama musical de Mánchester, los ficha para Factory Records y les impone como productor a Martin Hannett, un exhippy con las ideas muy claras sobre cómo han de sonar los Joy Division y, gracias a su control absoluto del panel de mandos técnicos, fabrica un sonido único, el sonido de la joven y desesperanzada Mánchester. Hay un montón de anécdotas jugosas sobre el particular método Hannett como, por ejemplo, aquella en la que obligó al batería a desmontar su instrumento para volverlo a montar en el tejado del estudio de grabación para conseguir mejor sonido. Con Hannett y antes del funesto suicidio de Curtis, Joy Division publicaron dos de los mejores discos de la historia del rock: Unknown pleasures y Closer. Y en mi recuerdo personal siempre quedará esa sesión de fotos que el grupo hizo para un desconocido fotógrafo (por entonces) llamado Anton Corbijn, donde los cuatro miembros del grupo posan en el puente de una autopista en un Mánchester nevado y fantasmal. Frío intenso para el alma. La manera más inglesa de honrar a los muertos es yéndose al pub a beber con los amigos para entumecer los sentimientos. Y los miembros de Joy Division, tras el suicidio de Curtis, hicieron precisamente eso. El cantante se suicidó, precisamente, un día antes de tomar el avión para comenzar la primera gira americana, la prueba de fuego para cualquier grupo inglés que quiere conquistar el “gran mercado”. Sin embargo, Sumner, guitarrista de Joy Division, tuvo la valentía necesaria para echarse el grupo a sus espaldas y refundar Joy Division bajo unos parámetros musicales y estéticos diametralmente diferentes. Sumner se sumergió en la música disco y la cultura de clubes del Nueva York de principios de los ochenta y se adelantó a su época rebautizando al grupo con el confuso nombre de New Order. Sin renunciar totalmente a los instrumentos idiosincráticos del rock, Sumner, hombre muy dotado para manejar gadgets tecnológicos, incorporó la caja de ritmos y los sintetizadores al sonido de New Order. Y Blue Monday fue el fruto de su experimentación sonora y el primer single de éxito del nuevo grupo. New Order se convirtió en el mejor grupo de tecno-pop de Inglaterra (junto a Depeche Mode y a Pet Shop Boys) de los ochenta con un éxito de crítica y de público apabullante y las ventas y giras del grupo sostuvieron las siempre precarias finanzas de Factory Records, discográfica que nunca se caracterizó por una sabia gestión del dinero. Es significativo que Wilson, un cazatalentos musical con nulo interés para las formalidades, no firmase nunca contratos discográficos con sus grupos hasta casi el ocaso del sello. Y, seguramente, Wilson se arrepentirá en su tumba de no haber firmado nunca a The Smiths. Y no fue culpa de The Smiths. Morrissey le dejó en persona una maqueta a Wilson, pero éste declinó ficharlos porque, según sus propias palabras, no se dieron las circunstancias adecuadas para hacerlo, es decir, no había dinero suficiente para publicarlos en un momento en que la máxima prioridad de Factory era New Order. The Smiths se fue a Rough Trade, la competencia londinense, y Geoff Travis, su fundador, creyó y apostó por ellos como baza ganadora para luchar contra el poder omnímodo de las majors. Y no erró el tiro. En tan sólo cuatro años (de 1983 a 1987), publicaron cuatro discos y dos de ellos (The Smiths y The Queen is dead) son considerados como obras maestras de la música pop (ambos en la lista de los 100 mejores discos de la historia según Rockdelux). The Smiths estaban liderados por el mejor dueto compositivo (Morrissey/Marr) surgido en Inglaterra desde quizás el compuesto por Jagger-Richards. Mientras que Morrissey escribía unos textos de alto contenido literario y autobiográfico con los que la gran parte de la juventud inglesa ochentera se identificaba; Marr, fino estilista de la guitarra, componía una música preciosista y delicada que se adaptaba como un guante a las letanías tristes, plagadas de historias de incomprensión humana y de desamor lacerante que Morrissey cantaba con una voz y estilo único. Fueron cuatro años muy intensos que dejaron cicatrices de por vida una vez el grupo se separó. En las memorias de Morrissey, conocido por su lengua viperina, destroza tanto a Travis por no haber sabido mimar el patrimonio artístico y comercial de The Smiths como a los dos integrantes menos famosos del grupo (Rourke y Joyce) por demandarle por un reparto no equitativo de las ganancias del grupo. Wilson cometió un error histórico con The Smiths pero, en cambio, tuvo la suficiente valentía para fichar a un grupo de desarrapados mancuanianos que, sin su mecenazgo musical, hubieran sido, seguramente, carne de presidio inglés. Los hermanos Ryder, Shaun y Paul, y Bez, un amigo íntimo de su barrio, sin tomarse nunca demasiado en serio trituraron la música stoniana a base de ingestas industriales de éxtasis y su música se divulgó en grandes raves donde Shaun vociferaba sus diatribas suburbiales, Paul las elevaba a los altares con un bajo machacón y Bez (intoxicado hasta las cejas) bailaba como un poseso una música alegre y adictiva. Wilson, con sus ideas elevadas sobre el arte, quiso que el talento de esos gamberros fuera pulido en el estudio por productores de solvencia contrastada como John Cale y Martin Hannett con resultados no siempre afortunados. Los integrantes de Happy Mondays eran difíciles de embridar tanto a nivel musical como a nivel personal y, aunque no fueran un fiasco comercial absoluto, tampoco fueron la gallina de oro que Wilson pensó que podían llegar a ser. Para su último disco, los envío a Barbados para aislarlos de las malas compañías mancuanianas que les suministraban drogas duras, pero se tomaron la estancia como unas vacaciones remuneradas y publicaron un disco que fue recibido por una revista musical inglesa con una escueta reseña: “No thanks”. Tras la disolución de Happy Mondays, hubo un interludio ilusionante con la psicodelia rock de The Stone Roses que recuperó, brevemente, el entorchado de Mánchester como capital musical inglesa. Sin embargo, tardaron (nada menos) que cinco años en sacar su segundo disco y eso es demasiado tiempo en un negocio de climatología variable como el musical, porque cuando sacaron ese segundo disco sus laureles se habían marchitado. Y, aunque Oasis, mancuanianos de barrio obrero, lucharon denodadamente con Blur por ser el grupo de rock más importante de las Islas Británicas durante la efímera vida del Britpop, siendo honestos a la verdad, Mánchester pasó el testigo de la capitalidad musical inglesa a Londres (con Blur y Suede como cabezas de cartel) y a Bristol (con Massive Attack y Tricky, ambos pioneros del trip hop). Ya nada fue igual para Mánchester y, tras el cierre, primero, de Factory Records y, después, de The Hacienda, su principal templo de música en directo, la capital del norte de Inglaterra pasó a ser conocida tan solo como la ciudad del United de Fergusson y Beckham. Pero eso ya es otra historia. Bibliografía empleada para la redacción del artículo:
—Gendre, Marcos: Mánchester. El sonido de la ciudad. De Joy Division a Madchester (1976-1991) (Milenio, 2018). —Morrissey: Autobiografía (Malpaso, 2016). Nota de interés: Morrissey impuso a Penguin, su editorial inglesa, que su autobiografía fuera publicada en la colección “Penguin Classics”. Genio y figura hasta la sepultura. --Sumner, Bernard: New Order, Joy Division y yo (Sexto Piso, 2015).
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