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TOCAMOS TODOS LOS PALOS, INCLUIDOS LOS DEL FLAMENCO
por RAÚL ANSOLA 1 A las once y cuarto de una noche de junio de 1950, varios testigos presenciaron cómo un hombre de curioso aspecto y visiblemente desorientado caminaba por Times Square, en el epicentro neurálgico de Nueva York. Era la hora de la salida de los teatros y las calles estaban abarrotadas de viandantes. Por su excéntrico modo de proceder, el sujeto, de unos treinta años, parecía sorprenderse ante todo lo que le rodeaba, desde los coches que circulaban a su lado hasta las señales que regulaban el tráfico. Pareciera que nunca había visto nada parecido. Tan errática era su actitud que un policía le llamó la atención, lo que no evitaría que, al cruzar una calle todavía sumido en su estado de confusión y asombro, fuese mortalmente atropellado. El caso fue asignado al capitán Hubert V.Rihm, quien tendría la responsabilidad de dar con la identidad del fallecido. No iba a ser una tarea sencilla. Para empezar, a sus ropajes de época victoriana había que añadir el contenido de las pertenencias que el fallecido llevaba en sus bolsillos. Entre otras, se encontraron monedas y billetes antiguos que no habían sufrido el desgaste del paso del tiempo, recibos que databan de 1876 y una carta, fechada en el mismo año, dirigida a un tal Rudolph Fentz (a quien también se hará referencia como Rudolf Fenz), quien vivía en una casa que en el momento actual era una tienda, pero que en la fecha en cuestión sí que había sido un bloque de viviendas. Las pesquisas de Rihm le llevarían a dar con la identidad de Rudolph Fentz Jr., quien había fallecido hacía cinco años. Su viuda, no obstante, explicaría al capitán que el padre de su marido había desaparecido una noche que salió de su casa para fumar en el exterior a petición de su mujer, quien no quería que las cortinas se impregnasen con el olor del humo de tabaco. Todos los esfuerzos serían infructuosos: nunca volverían a verlo con vida. La mujer no pudo especificar en qué fecha exacta tuvo lugar este incidente, ya que su marido era muy pequeño cuando su padre desapareció y nunca quiso hablar mucho del tema. Pero estaba segura que, por las fechas, tuvo que suceder a mediados de los años setenta del siglo anterior. El capitán comprobaría en los archivos que, efectivamente, en 1876 se había denunciado la desaparición de un tal Rudolph Fentz. La única explicación que parecía posible era la más imposible de todas, y Rihm no reportó de manera oficial sus hallazgos por miedo a que le tomaran por loco. Este mutismo cambiaría cuando se encontró con alguien que llevaba mucho tiempo recabando información sobre hechos similares que tiraban por tierra la sucesión natural del tiempo tal y como la entendemos. Cuando conoció la historia del supuesto crononauta atropellado (sería el caso número 111 de su extenso archivo), constató la reflexión a la que le había conducido su particular estudio: la humanidad vivía en una constante deriva hacia la nostalgia, necesidad de escapismo mental que conducía al deseo de trasladarse a épocas anteriores, más luminosas y felices en comparación con un mundo presente que no ofrecía alicientes, una tendencia que parecería actual si no fuera porque estamos hablando del inicio de los años cincuenta. Este anhelo, multiplicado por los millones de personas que lo experimentaban, había comenzado a provocar alteraciones en el continuo temporal, lo que se traduciría en incidencias cada vez más numerosas e impredecibles. Según su entender, la creciente profusión de anacronismos (posiblemente conectados entre sí) era un hecho constatable y peligroso que podría llevar a la humanidad a vivir una pesadilla. Este oscuro destino solo se podría evitar si se estudiaba el fenómeno en profundidad de cara a poder controlarlo y, a la postre, prevenirlo. En 1972, el número de mayo/junio de la revista ufológica Journal of Borderland Research se haría eco del inexplicable atropello, planteándose abiertamente la pregunta de si Rudolph Fentz no habría caído en un agujero temporal o interdimensional que lo habría transportado a la noche de su futuro en la que encontraría su fatal desenlace. Esta publicación sería la primera de muchos artículos y estudios que mencionarían a Fentz como un caso claro y constatable de viajeros del tiempo. En España sería la revista Más Allá la que en 2000 reproduciría los enigmas de este accidente, perpetuando una información que llevaba años dándose por buena. Una rápida navegación bastará para comprobar por nosotros mismos cómo son muchas las páginas que hoy día continúan mencionando esta historia del viajero temporal involuntario, hasta el punto que existe incluso la fotografía oficial de Fentz, así como del momento posterior al encontronazo que acabaría con su vida. Son muchísimas las páginas impresas y los espacios radiofónicos relacionados con el misterio que se han dedicado a este caso, que por sus características no cabe duda de que tendría motivos más que sobrados para formar parte por derecho propio de los grandes misterios temporales. De no ser porque nunca ocurrió nada de lo que se ha explicado. 2 El 15 de septiembre de 1951 aparecería publicado I’m scared, un relato de ficción del autor Jack Finnley (1911-1995) en el que se narraba el atropello, la investigación y el encuentro del capitán Rihm con el recopilador de sucesos inexplicables, una afición que compartiría este personaje con otro de la que posiblemente sea la obra más conocida del autor: La invasión de los ladrones de cuerpos (1955). En este clásico, uno de los protagonistas explicaba cómo se había dedicado a archivar pequeños hechos que de vez en cuando sucedían y que no encajaban con naturalidad en el conocimiento general que se tenía del mundo. Eran detalles minúsculos, tal vez, pero en su conjunto constituían una gran contradicción de lo que entendíamos como real. Cabe pensar que Finney habría creado estos personajes influenciado por la obra de Charles Fort (1874 - 1932), investigador estadounidense que dedicaría una buena parte de su vida a detectar, recopilar y catalogar estas interferencias como parte de un estudio que pretendía aportar otra visión al mundo en el que vivimos, no necesariamente acorde con la oficial. Si esta mirada analítica fue una pasión de su vida, sin duda otra obsesión sería la de los viajes en el tiempo. El propio relato I’m scared, que durante décadas sería considerado como real, acabaría formando parte de la antología About time, publicada en 1983. En esta obra se recogerían doce historias cortas que tenían como nexo común el tema de las alteraciones temporales presentadas en múltiples formas y aproximaciones. 3 No obstante, no profundizaría en el asunto de una manera tan exhaustiva como en la novela Time and again (1970). En ella, Simon Morley es un ilustrador que reúne las condiciones necesarias para participar en un proyecto gubernamental que permite viajar en el tiempo a través de la autohipnosis y el control del entorno. El tiempo es como un río. Te puede llevar la corriente, pero por donde pasaste, sigue allí. Y podrías regresar a ese punto exacto. Esta curiosa premisa se cimenta en la teoría de Einstein por la cual el tiempo no sería una sucesión de momentos que van pereciendo con la llegada del siguiente instante. Al contrario, el tiempo está siempre presente, existiendo. El pasado sucede ahora mismo igual que el presente, por lo que cabe la posibilidad de desplazarse a él. Es una explicación cuanto menos atípica, difícil de sostener si se analiza a conciencia. Pero el cómo no parece preocupar al autor tanto como la finalidad del proyecto, que es la de poder vivir en primera persona tiempos que sucedieron décadas atrás. En concreto, en el invierno de 1882, una década que Alan Moore definiría en el epílogo de From Hell como el germen, a muchos niveles, de lo que acabaría siendo el siglo XX. Morley, entre otras personas, entablará amistad con un fotógrafo en su viaje al pasado, lo que servirá de excusa a Finney para mostrar diferentes imágenes tomadas in situ en la época, desde bocetos trazados por la mano del protagonista hasta retratos realizados por su amigo, fotografías que sirven para inmortalizar sobre el papel a los personajes que intervienen en la trama, incluido el propio protagonista. El emblemático edificio Dakota (cuya fisonomía apenas se ha visto afectada por el paso del tiempo) juega un papel importante en la trama, añadiendo con su solitaria presencia de entonces una estela de misterio a la ya de por sí enigmática historia que se narra en estas páginas. La imaginación del autor viene acompañada por una notable labor de documentación que sirve para aportar incontables detalles que ayudan al lector a situarse en lo que era el día a día por aquel entonces. El autor se encarga de encajar acontecimientos reales en la trama, por mucho que en la nota final del libro reconoce que ciertos datos son deliberadamente incorrectos y necesarios por el bien del argumento. El más significativo, sin duda, es el del incendio que calcinaría la sede del periódico New York World. Una chica quedó atrapada en las llamas y una figura anónima acudió en su rescate, salvándole la vida para convertirse en un héroe tan enigmático como mediático. No serían pocas las ilustraciones de la época que recrearían el momento del rescate, como la portada original que Finney incluiría en la novela. En ésta, su protagonista, Simon Morley, se iba a convertir, durante su viaje temporal, en este salvador del que tanto eco se haría la prensa. En la novela encontramos también reflexiones propias de su temática central: Las implicaciones éticas de asumir riesgos de consecuencias impredecibles y el precio personal a pagar; la tentación de cambiar lo acontecido; las paradojas temporales. Los peligros de traspasar la barrera de espectador para acabar interactuando con el pasado. Los encantos deslumbrantes de los tiempos pretéritos y los claroscuros que se perciben cuando se profundiza en ellos... A pesar de las carencias de una época que todavía tenía muchos avances por descubrir, la nostalgia contagiosa del autor es palpable desde la primera hasta la última página. El protagonista parece sentirse más a gusto refugiado en el pasado que en un presente hostil y en constante evolución en el que no acaba de encajar, bien porque le aburre o porque, en el peor de los casos, le resulta intimidante. 4 El laborioso trabajo documental de Finney unido a su pasión forteana por los misterios acabaría embarcando al autor en un nuevo trabajo que bebería de las fuentes de ambas pasiones. En Forgotten news (1983), como su nombre indica, Finney narraría acontecimientos que fueron noticias tan reales como olvidadas por la historia, titulares que sucedieron en los años a los que tanto tiempo había dedicado a estudiar. Obsesionado por ciertos hechos, adquiriría todos los periódicos y publicaciones que vieron la luz en un periodo determinado en el que ciertos escándalos llenaron páginas que habían quedado sepultadas bajo el olvido hasta que Finney, en sus continuos viajes al pasado, se decidió a investigarlos adquiriendo el rol de un periodista detectivesco. En el prólogo de Forgotten News, el propio Finney profundizaría en la obsesión que le llevó a escribir Time and again, cómo el protagonista vivió lo que a él le hubiera gustado vivir y cómo durante meses se documentó hasta adentrarse por completo en aquellos años de la segunda mitad del siglo XIX, unos años por los que Finney mostró un especial interés. Explicaba cómo, a pesar de que habían pasado unos años de la publicación de la novela, seguía sintiendo la necesidad de revisitar aquella época. Así, compró colecciones enteras de publicaciones de entonces y las leyó compulsivamente. Tampoco escaparía a su radar el libro que reuniría las memorias que años después publicaría uno de los protagonistas de esta trama sórdida. Lentamente, en su cabeza comenzó a cobrar forma la posibilidad de escribir un nuevo libro en el que hablaría de manera documental sobre un contexto temporal del que se había convertido en un verdadero experto. Hasta que se encontró con cierta historia que daría un giro radical a sus planes. La madrugada del 30 de enero de 1857, algo sucedió en el número 31 de Bond Street, una calle en el mismo Nueva York en la que vivían y ejercían muchos médicos. Forgotten News se inicia con Finney situado frente a la fachada de este edificio, que perteneció a Harvey Burdell, un adinerado dentista que sería brutalmente asesinado en dicha madrugada. Días antes de su muerte no fueron pocos los que le escucharon decir que temía por su vida. La culpable de este temor era Emma Augusta Cunningham, viuda de un destilero de Brooklyn y madre de cinco hijos. Ambos se conocieron en 1854 y entablaron una relación que para Burdell, acomodado en una vida que le proporcionaba las libertades del no tener ningún compromiso, no parecía ser tan formal como para Emma, quien desde el primer momento dejó clara su intención de casarse con él. Ella tenía treinta y seis años, nueve menos que él. Era una mujer con una gran determinación que se jactaba de conseguir siempre lo que quería. Aunque Burdell vivía y trabajaba en el 31 de Bond Street, una parte del edificio era administrada por Mrs. Margaret Jones, una práctica habitual en la época. Cunningham tenía problemas económicos y pidió mudarse temporalmente a una parte del edificio para que pudieran vivir ella y sus hijos. Burdell accedió, sin saber que desde aquel mismo momento Emma iba a iniciar una campaña destinada a conseguir que Burdell se casara con ella. Alejó de la casa a familiares y pacientes de las que Cunningham sentía unos profundos celos. Afirmó haberse quedado embarazada del dentista, de la misma manera que anunció que había sufrido un aborto. Poco a poco fue ganando poder, cambiando de habitación hasta situarse junto a la de Burdell. Y, cuando Mrs. Jones dejó el edificio, Emma se convertiría en la administradora del mismo. Ahora controlaba el bloque entero. No contenta con ello, contrató a un abogado para que llevara su causa contra Harvey Burdell por incumplimiento de promesa de matrimonio, denuncia que en aquel momento se tomaba muy en serio, hasta el punto que sería arrestado. Para evitar el juicio, y por miedo a que su negocio se viese comprometido, llegaron a un peculiar acuerdo legal por el que el dentista se comprometía a ser amigo de ella para siempre y a no actuar nunca en su contra. También garantizaba que tanto ella como sus hijos podrían seguir viviendo en la casa. Pero no se mencionaba la boda, y la batalla continuaba. Emma Cunningham iba a dar un paso más. John J. Eckel, comerciante de treinta y cinco años, llega a la casa para convertirse en el nuevo inquilino, al parecer respondiendo a un anuncio de alquiler que Finney no consiguió localizar entre su vasta bibliografía, lo que le haría pensar que este sujeto y Cunningham se conocían de antes, sospecha que también acabaría teniendo Burdell. La administradora de la casa, de entrada, no dudó en ofrecer a Eckel la habitación de al lado de la suya. A partir de aquí, se aceleran los acontecimientos en un complejo entramado. Finney lleva hasta el momento juntando las piezas desde diferentes fuentes y atando cabos bien argumentados allí donde podrían quedar vacíos. El texto lo acompaña con ilustraciones y fotografías de la época junto a actuales tomadas por el propio autor para contrastar el antes y el después de los lugares en los que se desarrollaron los hechos. Estamos, pues, de nuevo ante una novela ilustrada, aunque a diferencia de Time and again, los hechos que aquí se narran son reales. Eso no quita que algunas de las situaciones que se vivieron fuesen descabelladas. Finney llega a admitir que hay escenas que no cuadran en el transcurso de la historia pero que sucedieron tal cual se narran, por lo que su obligación era la de escribir sobre ellas para que fuese el lector el que encontrase su propia explicación. A fin de cuentas, ironiza, estas personas no sabían que se estaría analizando su comportamiento más de un siglo más tarde. Cunningham iría ante un matrimonio a contraer matrimonio con Burdell, pero no se puede descartar que fuese Eckel el que estuviese a su lado, haciéndose pasar por el dentista, quien a estas alturas tenía la certeza de que estaban conspirando contra él. En la casa cada vez había más gente de la confianza de Emma y el dentista, cada vez más apartado, aguantaba por el contrato firmado, pero había comenzado a estudiar la posibilidad de expulsar de su vida a la mujer. No tendría tiempo. La madrugada del 30 de enero quince puñaladas acabarían con su vida. El coronel Edward Downes Connery iba a ser el encargado de esclarecer la autoría del asesinato. Desde el primer momento sospecharía de Emma Cunningham, quien se presentó como la viuda del finado a pesar de las dudas que albergaba tal afirmación, y de Eckel como socio del crimen. Connery tendría tanta prisa por comenzar la investigación que consiguió reunir en cuestión de horas a un jurado de doce miembros y los reunió en el número 31 de Bond Street. Con el cuerpo del fallecido en una cama de otro cuarto de la casa, comenzarían los interrogatorios ese mismo día, instaurando arresto domiciliario para los sospechosos durante la noche. Los primeros curiosos se reunieron frente a la fachada, un número que al día siguiente sería mucho mayor, no solo de ciudadanos atraídos por el movimiento policial. También llegaron los primeros periodistas, atraídos por la noticia de que un respetable vecino había sido brutalmente asesinado. A. Oakley Hall, fiscal del distrito, también se personó para presenciar los interrogatorios. Comenzaba el espectáculo. Baste con decir que el funeral de Burdell se convertiría en un evento multitudinario al que acudirían unas ocho mil personas. La subasta que se llevaría a cabo con las pertenencias del edificio del crimen también sería un éxito. Ni el mobiliario común ni los utensilios de la consulta de Burdell se salvaron del escrutinio de un público deseoso de adentrarse en el número 31. Aparecieron los primeros de muchos titulares que coparían las páginas de los periódicos durante las siguientes semanas, llegando a escribirse millones de palabras sobre el caso, calcularía Finney. La prensa se haría eco de cómo todo el mundo especulaba sobre la identidad del culpable. Los reporteros de periódicos rivales estaban ávidos por conocer nuevos detalles antes que la competencia, y no dudarían en adentrarse en datos escabrosos del pasado de la víctima, tal era el ansia de carnaza. Se inició una ronda de interrogatorios que sería desmenuzada en una prensa que llegaría a publicar tiradas extras que se agotaban, tal era la expectativa generada. La falta de un veredicto concluyente, no obstante, generaría una frustración que derivaría en críticas a Connery y sus métodos expeditivos condicionados por su obsesión de culpabilizar a Cunningham y Eckel. Vale la pena hacer un inciso en la minuciosidad de la narración periodística de Eckel, que obliga al lector a detenerse a pensar que los hechos descritos ocurrieron hace más de un siglo. El autor no esconde su fascinación por el tiempo que describe, llegando a afirmar cómo sería sobrecogedor colarse en el juicio, sentado entre el resto de curiosos. Las caras de entonces eran tan distintas a las de ahora (idea a la que ya apuntó en Time and again), que el impacto sería insoportable. Tras los interrogatorios, llegaría el juicio en mayo. Los giros argumentales seguían produciéndose en una trama en la que Finney llegaba a sus propias conclusiones a partir de las pruebas y la información recabada. El misterio no dejaba de rondar alrededor de unas vidas cuyos nombres propios habían quedado anclados en su momentum, pero que gracias a la curiosidad insaciable del autor, y de una manera sinuosa, habían pasado a la prosperidad. Aunque desconocía cómo acabaron sus días la mayoría de estas personas, si algún día encontraba sus memorias en alguna librería de segunda mano que con tanta frecuencia visitaría, aseguraba que nos lo haría saber. De la misma manera, en una de las sesiones del juicio se utilizó una maqueta en miniatura del interior del edificio, representación que Finney no perdía la esperanza de encontrar a la venta en la tienda de antigüedades más insospechada. 5 La mayor parte del libro la destina a cubrir el crimen de Burdell, pero también se ahonda en otras historias que abordará con la misma devoción por el presente pasado, centrándose especialmente en la accidentada travesía marítima del Central América en el año 1857. Entre las noticias Finney recuperó de nuevo la del incendio de la sede del periódico New York World que narrara en Time and again. A colación, explicó cómo años después de la publicación de la novela recibió una carta. El remitente era el hijo de la chica que había sido rescatada de las llamas por un salvador anónimo. O eso dijo la prensa, porque su madre, explicaba en la carta, siempre afirmó que quien la rescató de una muerte segura fue un bombero al que hasta el final de sus días le estuvo eternamente agradecida. Los rumores, o el sensacionalismo, habían creado una figura heroica que nunca existió tal y como fue presentada. Así, tal vez Simon Morley no fue el protagonista de ningún acto meritorio, pero Finney había resuelto un misterio un siglo después. 6 En 1995 se publicaría From time to time, secuela de Time and again que a la postre sería la última novela del autor, pues fallecería ese mismo año. En el prólogo del libro, parecía una declaración de intenciones, asistimos a la reunión de un grupo secreto que estudia los recuerdos y objetos personales relacionados con hechos que no sucedieron tal y cómo son rememorados por la historia oficial. O bien que sucedieron de manera simultanea con ésta, con los desajustes que producían en quienes sufrían estas alteraciones. Este nuevo capítulo en la historia de Simon Morley supondría otra vuelta de tuerca en la espiral del tiempo que el autor planteaba. Las consecuencias impredecibles de tomar una decisión u otra, por pequeña que sea, son inevitables. No era así con los riesgos retroactivos que se adquiriesen. Una vez que se cambia la sucesión de acontecimientos, el futuro alternativo que se origina pasa a ser el oficial. Querer alterar el nuevo tiempo, visto así, no sería tanto una modificación como una alteración. Como fuera, ¿quién está capacitado para decidir qué es lo que conviene al interés común? Y lo que acaso era más importante: más allá de la encrucijada moral, ¿el tiempo iba a permitir ser cambiado? En esta nueva novela, Finney plantearía la posibilidad real de evitar la Primera Guerra Mundial. Para tal efecto, Morley se trasladaría al año 1912, y leyendo cómo se documentó para estar preparado bien podríamos estar asistiendo a una trascripción metaliteraria de lo que el autor habría hecho en verdad, leyendo papeles impresos con la convicción de trasladarse, tanto él como el lector, al momento en el que la tinta todavía estaba húmeda de la imprenta. Al material a analizar ahora se añadía (para Morley, para Finney) la novedad del visionado de grabaciones que no podía importar menos que fuesen carentes de sonido y color. Era el pasado en movimiento, en todo su esplendor. Y la analogía no acabaría aquí. El escritor y su alter ego literario se encontrarían tan a gusto en 1912 que por momentos parecerían olvidar el objeto de la misión que había llevado a Morley a retroceder de nuevo en el tiempo. 7 Con tanto viaje adelante y atrás, no podemos estar del todo seguros que no se acabase alterando el flujo temporal.
En 2007 apareció en diversos portales la noticia que afirmaba que un investigador había encontrado una noticia que hablaba de la historia de Rudolph Fentz, de su atropello y de lo extraño de ciertos datos del mismo. Lo curioso, de ser cierto, era que la noticia databa de abril de 1951, esto es, cinco meses antes de la publicación del relato de Finney. A raíz de esta publicación, no fueron pocos los que pusieron en duda la falsedad de estos hechos. La controversia se abría de nuevo. ¿Acaso Finney, en su análisis pormenorizado de las discrepancias que aparecían en las noticias, intuyó que algo extraño se escondía tras este atropello mortal? ¿O en su obra se esconde una verdad disfrazada de ficción, una práctica tan habitual para las teorías conspiranoicas? En los últimos años, nuevos datos han apuntado a que se habían encontrado pruebas que demostrarían que el accidente existió. Otros habían llegado a poner en duda la publicación del relato en el que supuestamente se habían inventado los hechos. Lo único cierto era que el nombre de Rudolph Fentz, de una manera o de otra, había traspasado la férrea barrera del tiempo y había renacido en diferentes décadas, como si fuese el viajero temporal que muchos denunciaban. Jack Finney, después de todo, lo había conseguido.
4 Comentarios
Yrma
26/8/2022 11:04:04 am
Me encantaría leer la secuela de "Time and Again", pero en Uruguay nunca he visto ese libro, ni en español ni en inglés. Me encantó tu reseña, de un escritor poco conocido por estos lares, aunque seguramente muchos habrán visto sus adaptaciones cinematográficas. De hecho, llegué a él como tantos, por la indicación de Stephen King. Saludos cordiales.
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27/8/2022 06:53:30 am
Buenos días señor / señora,
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Joaquin
9/11/2024 10:46:20 am
Yo encontré el libro en francés en formato epub. Domino ese idioma y no tengo problema en leerlo así. Me encantó la primera novela y me emocioné cuando encontré esta segunda..
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Oferta de Prestamo Urgente
27/8/2022 06:59:42 am
Buenos días señor / señora,
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