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TOCAMOS TODOS LOS PALOS, INCLUIDOS LOS DEL FLAMENCO
(UNA LECTURA EN TORNO AL POEMARIO CAMBIO CLIMÁTICO DE CRISTINA MORANO) por ALFONSO GARCÍA-VILLALBA La soledad rugiente de la desolación. Deuteronomio 32,10 El desierto gana, en él leemos la amenaza absoluta, el poder de lo negativo, el símbolo del trabajo mortífero de los tiempos modernos hasta su término apocalíptico. Gilles Lipovetsky The last beautiful free soul on this planet. Super Soul BIENVENIDO AL DESIERTO En la película Vanishing Point de 1971 Kowalski atraviesa el desierto de Nevada cargado de bencedrina mientras conduce un Dodge Challenger blanco de 1970. Perseguido por la policía de varios estados, tiene como misión la entrega del automóvil en la ciudad de San Francisco. A lo largo de la película comprobamos cómo el protagonista, Kowalski, es acosado por la policía a la vez que es animado por Super Soul, un disc jockey ciego y negro de una emisora de radio, la KOW, que emite desde un pueblo llamado Goldfield, Nevada, y a quien escucha el protagonista a lo largo del periplo que le llevará al desierto y la muerte. En 2014 Cristina Morano hace su propia travesía por el desierto con la escenografía, entre otras, de los Barrancos de Gebas de fondo. Ésta es una tierra árida, plagada de cañones y cárcavas entre Alhama de Murcia y Librilla, y mucho tiene que ver este escenario con el de la película de Richard C. Sarafian, de cuyo guión se encargara Guillermo Caín (alias de Guillermo Cabrera Infante). En el caso de Morano, hermosa alma libre (como diría Super Soul de Kowalski en una de las citas que abre este texto), no hay necesidad de anfetaminas a la hora de componer un cuadro poético caracterizado por la desolación y el abandono: la escritora solamente necesita el motor de sus palabras para avanzar por el desierto, un desierto que no es sólo físico sino que se configura como vital, existencial. Con un lenguaje duro y seco, Morano dibuja un páramo humano donde el vacío cotidiano se carga de voces que pugnan por salir a flote en medio de la tragedia. LA ANIQUILACIÓN TOTAL Hay quien ve en el desierto un espacio de redención, el lugar para el recogimiento y la oración. Un emplazamiento donde se acude a meditar y encontrar la iluminación. Así sucede con la figura de Jesucristo en algún momento del Evangelio, si bien allí es tentado por el diablo después de cuarenta días y cuarenta noches. Algo semejante ocurre con ciertos monjes, eremitas y anacoretas que, en el siglo IV y tras la paz constantiniana, buscaban la claridad espiritual y la unión mística con dios en los desiertos de Siria y Egipto. No es el caso de Cristina Morano que en la página 46 de Cambio climático afirma: Infeliz el que aprende del desierto. Siguiendo esta línea que apunta la autora, son muchas las veces que el desierto aparece en el Antiguo Testamento como un lugar donde domina la soledad rugiente de la desolación (algo similar a lo que sucede en este libro). Si la tierra cultivada, el lugar que habita el hombre, es el espacio donde la realidad se humaniza, el desierto es precisamente el ámbito donde tiene lugar la deshumanización: Se ha secado la tierra, pero más nuestros huesos Cambio climático nos pone en primer plano (de forma sutil) la desertización, una desertización no sólo física sino moral. Y no es que Morano hable en su libro sobre la escasez de recursos hídricos o el retroceso de la tierra cultivable. No, Morano no establece ningún tipo de alegato ecologista aquí (al menos ése no es el objetivo primario de sus páginas). Ella prefiere (o está obligada a) introducirnos en un mundo donde el hombre desaparece y se va haciendo sombra de lo que fue: (…) Aquí hasta la memoria se cura en sal y lentamente también nosotros nos hacemos de cecina la carne. En Cambio climático lo físico o lo meteorológico es el preámbulo a la aniquilación del espíritu. O, más que un prólogo a todo eso, resulta ser la metáfora que nos habla de ello desde su mismo título: Recordamos el agua, pues el cauce la nombra, esculpe esa palabra en la tierra. EL DILUVIO La inundación es el contrario del desierto, su opuesto. En diversos textos sagrados la inundación es sinónimo de destrucción. Los mayas quiché hablan de Uk’u’x Kaj (“Corazón del cielo”) como responsable del diluvio. En Mesopotamia es Enlil quien arroja el castigo acuático sobre las gentes, diluvio del que se da buena cuenta en la epopeya de Gilgamesh. En la Biblia es Noé el elegido a dedo por Yahvé para salvar a las criaturas. En Cambio climático es Cristina Morano quien, con tintes proféticos y visionarios, escribe y dice: Todo se quedará bajo el barro. La presencia del agua en este poemario se configura entonces como peligro o quizás como purificación, ese agua que todo lo destruye: Lloverá durante cuarenta días y cuarenta noches dijo Stephen Hawking, después nuestra civilización destruirá el planeta (…) Ante tal devastación, ante el apocalipsis que nos sobreviene, Morano llega a afirmar: (…) No me pidas que siga, que busque mi bien, salvándome de la inundación. Ella decide quedarse en el mundo que zozobra y naufraga, ese universo que Ballard retrata en su novela El mundo sumergido. Así que el agua, ese bien tan preciado que se echa en falta en más de una ocasión en los versos de este libro, cuando aparece ante el lector, lo hace a través de la tormenta y el diluvio. Y la tormenta es tan trágica como el desierto. El agua, por tanto, se convierte en las páginas de Cambio climático en agente de destrucción: Entra el agua por las ventanas temo por mi vida LA PERIFERIA ME MATA La periferia como escenario, igual que la que retratara Antonioni en El desierto rojo o El eclipse, vertebra el discurso poético de Cambio climático. Ésta es una periferia con frecuencia sin nombre, sin una ubicación concreta salvo en algunas ocasiones. Una periferia escénica que —en cambio— tiene como protagonista el corazón del ser humano, al igual que sucedía en la cinta del director italiano. Y si hablamos del corazón del hombre, de la mujer, del corazón de la ciudad (y sus calles y sus apartamentos), lo que hacemos es hablar del presente, un presente que se hace eterno o donde reverberan preocupaciones imperecederas, que siempre han estado ahí, que siempre están aquí. Cristina Morano ha decidido tatuar en estas páginas un presente que nos consume, un presente que devora a sus hijos igual que lo hiciera Saturno con su prole. Morano retrata una realidad que fagocita a sus creaciones, que las deshidrata y abandona exangües. Traza una cartografía de la realidad que, a modo de susurro, silabea su tosquedad en nuestros oídos, en los ojos que sobrevuelan las páginas de este poemario. Las calles de la ciudad, las habitaciones o los apartamentos se configuran como espacios donde la soledad y el vacío quedan subrayados como marca de una alienación moral y emocional que mucho tiene que ver con el mundo que nos ha tocado vivir. La ciudad, las calles y esos apartamentos se configuran como escenarios a través de los cuales se concreta la periferia de la que antes hablábamos. Así ciudad y calles se disponen como decorado de esa alienación que, con frecuencia, está tan relacionada tanto con el trabajo como con el amor, tal y como sucede en el poema Salida de las oficinas: Tan feos y tan comunes volvemos del trabajo, apenas sacudiéndonos el inmediato olor del bar y de sus restos de comida. La urbe es el lugar del abandono y la soledad como se puede leer en el mencionado poema: Sólo esta luz final de las tardes de invierno nos descubre desamparados en busca del dinero y del calor, disputándole el mundo a nuestros perros. Y el trabajo (su mundo, sus implicaciones) se dibuja aquí como un mecanismo que recorta los espacios de libertad del individuo: lucen las oficinas como templos de algún culto ancestral La ciudad que estos versos habitan parece una isla, un lugar abandonado donde avanza la desintegración de las personas, al igual que el desierto lame los suburbios de algunas ciudades del Sureste. Fonollosa deambulaba por la ciudad del hombre que era Barcelona en uno de sus más reconocidos poemarios. Morano vaga por la ciudad de la mujer (del ser humano: masculino y femenino, qué más da), una ciudad intercambiable en su indefinición que, tal vez, podríamos concretar en Murcia, lugar donde reside la autora, pero que bien es cierto podría ser cualquier otra dentro de una periferia agonizante que se configura como teatro de operaciones del corazón que vislumbra un futuro mortífero. Por su parte, el hogar, la casa, el apartamento se convierte en cubículo donde apenas hay oportunidad para la redención, la fe o la esperanza: Tres cosas apiladas no forman una casa, más bien un inestable montículo y nuestra convivencia en ellas no tiene nombre todavía. La voz que va tejiendo los versos que componen este poemario se configura como la de un náufrago en tierra firme que ni siquiera consigue atisbar las naves que, cerca o lejos, podrían ofrecerle algún tipo de salvación. Tampoco ese náufrago busca ningún tipo de salvación, sino que asume el estado de cosas (y la protagonista poemática de estos versos lo hace no exenta de dolor): No. No me incluyáis entre los que siguieron su Palabra. No repetiré el gesto de los ganadores. Duele entonces el verbo de Morano, su sintaxis sencilla (y contundente en ocasiones) que tiene como objetivo entregarnos un libro envenenado de desolación, una desolación que puede venir de dentro pero que también procede de fuera, igual que los tentáculos de una medusa que deja su huella tóxica sobre nuestra piel. EL DESIERTO ES UN ARMA MORTÍFERA CARGADA DE FUTURO Lipovetski hablaba del desierto como la metáfora del tiempo que vivimos. La poesía de Morano es también en Cambio climático un conjunto árido que te empuja a pasar de verso a verso como quien consume bencedrina, igual que quien está empujado (por una obligación moral como lector) a no detenerse en la lectura porque el desierto humano que aquí se cartografía hipnotiza con su poder fantasmal.
En cambio, si aquí hablamos de forma recurrente del desierto, el lenguaje de Morano no es estéril, no se caracteriza por ello, y algunos de sus versos confirman la posibilidad de la palabra en medio del páramo. Esas palabras son semejantes a las ortigas que crecen en un terreno baldío pero que, a diario, buscan la luz del sol. Ese mismo sol que, queramos o no, las abrasará, convirtiéndose éste en el punto límite cero para la vegetación (para la vida, la existencia), la vía de escape quizás (una vía de escape hacia la muerte, el punto de disolución o de desvanecimiento). Si en Vanishing Point se articulaba un punto de fuga dentro del desenlace de la película con el impacto y explosión del Dodge Challenger contra una excavadora (de modo que Kowalski moría justo antes de los títulos de crédito), en Cambio climático el punto de fuga es otro y se condensa en los versos finales del poemario, con palabras que hablan una vez más sobre abandonarse y dejar que la aniquilación o el abandono se lleve todo consigo: (…) y dejé atrás las flores, sacudiendo su recuerdo como los perros se sacuden el agua del pelaje por no morir de frío en la intemperie. Si os encontráis alguna flor de aquellas en mi ropa, tiradla, tiradla sin decírmelo.
1 Comentario
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27/8/2022 04:23:23 am
Buenos días señor / señora,
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