ARTÍCULOS
TOCAMOS TODOS LOS PALOS, INCLUIDOS LOS DEL FLAMENCO
por RUBY FERNÁNDEZ (Interior noche. Julián mira absorto un libro de arte)
—¡Escucha, escucha a todos esos cuerpos, todos esos problemas que tienes enfrente! —... —Escucha más cerca y desde adentro, intenta escuchar lo que no dice. ¿Oyes el “¿por qué?” que se quedó en la comisura de sus labios? Su soledad, cuerpos gimiendo con la angustia de Ben Webster. ¿No es maravilloso? (Julián suspira y asiente). —Por lo que veo esa desgarradora soledad te resulta cercana. —Sí, demasiado. Esa música de la que hablas, está plagada de viudos acordes para una mujer plagada de luz que vacila; como si no tuviese más que soledad para vivir, ¿entiendes? Siempre me fascinó el hastío femenino de sus cuadros, pero no entiendo el paralelismo que marcas con el saxo de ese tal Ben Webster. —Si no eres hombre de jazz y por el contrario necesitas letras para entender el lento proceso de destrucción del yo en el trasfondo silente de estos marcos, remítete a Dickinson y a sus obras, intereses comunes en eras diversas pero con un claro interés; expresar sentimientos acallados. Es el lento proceso de destrucción del yo en la soledad de una mujer como ella... Todo su mundo necesita de cuerpos en los que habitar saciando su desamparo en copas colmadas de ocaso. (Señalando al libro). Él lo explicaría así: (Voz en off y comienza a relatar como si de Hopper se tratase, a veces se saldrá del personaje). “Contornos sombreados con la desdicha de estar vivo cuando te falta alguien, cuando te falta algo. Sin embargo, sus manos imaginan días en los que no despertará, días en los que le pesará el no haber cumplido aquel sueño, el de ser libre, de ser realizada mirando menos las manijas de un reloj. Existen sensaciones que se aprehenden mucho antes de existir, estas muchachas de ojos tristes fueron creadas con el aplomo del devenir impregnado en sus contornos. La soledad de una mujer en un cuadro de Hopper es la soledad desnudándose poco a poco, es la soledad que sentimos ante las etapas que (no) se cierran. Intentar pasmarla cuesta y mucho, sentirla no tanto. Siéntate en la cama, mira por la ventana, no te quites el sombrero cuando estés en la oficina, esto será señal de que te (des)esperan en algún café de la ciudad aunque sea mentira, aunque te espere soledad lejos de archivos y de tintas bicolor. Trabaja hasta más de las doce tras la barra de algún moderno y elegante American bar, limpia copas, da consejos, aguanta sermones, apoya banalidades ajenas. Reposa en el porche de tu casa, toma el sol junto a esos que se llaman ‘tus amigos’, únicamente así podrás conquistar la apatía Americana y extrapolarla a cada centímetro de tu hacer diario. Esta es intensa y fría, su clima se impregna de invierno desamparando la piel de sus protagonistas. Es como cuando aquella chica del sombrero que vimos en la oficina daba vueltas a un café, esperando nada, esperando a nadie. Relatos con ojos ajados a golpe de soledad henchida de ayer…” Soledades hijas de un autor parco en palabras. ¿Me equivoco? —No. ¿Sabes? Si tuviésemos que seguir musicalizando este desamparo en su jurisdicción natural, introduciríamos en la juquebox más cercana una moneda para la garganta del viejo Waits y otra para la de Jhonny Cash, ya que todo no es sentirlas solas en clave de jazz. Voces con angustia transmisora, la misma que atesoró Hopper por el miedo a no hacer sentir; con el permiso de un genio he de añadir que todo llega muy lento, menos la soledad. Pintar 366 óleos para 365 +1 que nos ocupa el asunto del nadie por el nadie, de copas y superficialidades compartidas. No hay que demorarse mucho en el espacio para entender el trasunto, únicamente mira a aquella chica de mi derecha, hoy, un día de primeros de noviembre a las siete y veinte de la tarde, sentada en una céntrica cafetería de una gran ciudad, mirando a la calle, frente a ella una mesa ocupada con interminables ideas y deseos, por ansiedad y angustias, pero completamente sola, no espera a nadie. De este modo se sienten las féminas de Hopper. Ideas atrapadas en póstumos lienzos convertidos en ejemplo a seguir si quieres ser mujer dentro de una sociedad conservadora y tradicional como la que era, como la que oculta no ser. Soledad como minas anti persona. Individualidades propias observadas por individualidades colectivas a modo de peep show wenderiano en su París Texas. La soledad era eso. Soledad siendo joven de piel clara, pelo rubio y tacto recién nacido, recién probado aunque con fósil desamparo. Contornos que laten y pasan hambre de hombres, de abrazos, de puertas abiertas por donde no solo entre en viento pútrido de la calle. Está sola, está solo, las ventanas se convierten en filtros de libertad, féminas inmutadas, quietas, de aspecto reservado que evocan épocas pasadas, épocas donde primaba el blanco y negro, sonidos de cine mudo, época de Pickpocket, y todas las soledades escondidas en el trasfondo visual de una Clara Bow cualquiera. Postración de camareras de carretera sobre patines, con el mundo insomne atrapado en esferas de cristal caliente, soledades elásticas de una a siete, rígidas de dos a siete. Ahogo de cuando pagan no sientes tan siquiera un poquito. Colores cálidos para la ansiedad que sobreviene al calor de un cigarrillo, colores fríos para el desapego (como) en rutina... Y ponerle cara de felicidad, de me apetecía mucho verte, de te echaba de menos y he pensado mucho en ti aunque no haya tenido un sólo segundo para pensar en ella, y aunque lo hubiera tenido, quizá no hubiera pensado en ella. Soledad como piernas adversas que se abren, así es Hopper, así sus mujeres, entre ambos, esa chica y su gráfica soledad.
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por PEDRO GARCÍA CUETO Leer a Goytisolo es un acto de reflexión, una aproximación a una amplia cultura, una meditación sobre la escritura y su peso en el mundo. Ahora que ha sido galardonado con el Premio Cervantes el escritor nacido en Barcelona merece una reflexión sobre una obra de gran calado intelectual, una obra de diferentes interpretaciones que expondré en este artículo. Como dijo M. Carmen Porrúa en su artículo ‘Un itinerario ético y estético’, publicado en la revista República de las Letras, en el monográfico dedicado al escritor en julio-agosto del 2007, la escritura de éste está afincada al compromiso: La escritura goytisoliana refleja una actitud éticamente comprometida en relación a las cuestiones políticas y morales de nuestra época. (p. 27) Libros como Cuadernos de Sarajevo, Argelia en el vendaval o Paisajes de guerra en Chechenia al fondo son claros ejemplos de esta actitud, la del hombre que piensa el mundo, que reflexiona sobre su devenir, un escritor que conoce el dolor, lo expone y medita sobre él, acerca de la injusticia de un mundo que se desangra por guerras y conflictos continuos, un lugar que merece este espacio de meditación que Goytisolo dedica, porque solo así podemos intentar ser mejores y buscar una solución al caos que nos rodea. Hay una denuncia continua en su obra, un compromiso ideológico con los desprotegidos, con los que tienen menos, un deseo de abolir el dolor a través de su denuncia, el rechazo a un capitalismo furibundo, a una sociedad de consumo que fagocita al individuo en sus redes. Todo ello se aprecia muy bien en libros como Furgón de cola (1967) o Pájaro que ensucia su propio nido (2001). El afán del escritor es apoyar la integración, el multiculturalismo, la pervivencia de razas en un mismo ámbito (temas presentes en sus famosas novelas Señas de identidad o Juan sin tierra). Es la trilogía de Álvaro Mendiola el testimonio más fiel de ese sincretismo, de esa búsqueda de un hogar común que rompa los laberintos del tiempo y que consolide la unión de razas que deben encontrar su sintonía, su armonía a un mismo lugar. La presencia árabe en la Península, su legado, es el leit motiv de esas novelas de indudable peso en nuestra literatura contemporánea, son la búsqueda de un eslabón cultural que no debe romperse y una crítica soterrada a la idea de los Reyes Católicos sobre la unidad de España. Goytisolo reafirma el culturalismo, la herencia árabe como un sustrato que enriquece nuestra cultura, por ello, utiliza el árabe en sus novelas, ya que en Juan sin tierra (1975), termina el relato con formas escritas en caracteres arábigos y Makbara (1980) es un relato donde pervive lo oriental en cada página. Para el escritor, todo proceso nace de una búsqueda de lo oriental que da luz a las ventanas de nuestra historia. Es lo árabe la mejor vidriera, donde se debe filtrar la luz del edificio de nuestra historia, donde los rayos iluminen nuestro presente desde un pasado que no podemos olvidar ni rechazar. También el escritor es un amanuense que da caligrafía a sus textos, genera, desde el relato de la ficción, otros textos secundarios que enriquecen el basamento original. Sin duda alguna, hay relatos interiores, diálogos, ensayos dentro de la novela, para conformar una arquitectura del pensamiento, un sólido edificio de palabras donde convivan, en armonía, lo ético y lo estético. Para este catalán universal la radiografía del tiempo es ineludible. En una buena y profunda lectura de su obra, la Guerra Civil, la época contemporánea, son eslabones necesarios para generar un discurso sobre nuestra historia, el cual no elude la Edad Media como la semilla de una cultura creciente, con el legado de los árabes y los años de la conquista musulmana y el Renacimiento, esplendor que debe ser recuperado en tiempos de crisis como estos. Todo encaja en el caleidoscopio de este novelista y ensayista que busca el multiculturalismo como una razón de ser. Hay un eco manriqueño en Telón de boca, en manos de ese septuagenario que recorre su vida, hay un tempus fugit presente en el dolor del paso del tiempo, donde anida el eco de Proust y de Tolstoi, escritores que admira Goytisolo, como si en ellos se reviviese el espíritu del mejor pasado literario. Los personajes de sus libros también tienen múltiples rostros, son seres hilvanados con la mirada del entomólogo, lo podemos ver en novelas como El sitio de los sitios, Las semanas del jardín, Paisajes después de la batalla. Los seres que aparecen en sus novelas-ensayos son ejemplos de protagonistas polifónicos, seres que pertenecen a un lugar y a ninguno, desterrados del paraíso terrenal. Como dijo Marco Kunz en su artículo ‘En torno al otro lado: La escritura transfronteriza de Juan Goytisolo’, aparecido en la revista República de las Letras en el monográfico ya citado, el escritor es una combinación de culturas, en un espacio que abarca el mundo y lo borra, en su afán transfigurador. Dice así: Juan Goytisolo es, sin duda, el escritor menos español de la literatura española contemporánea, y al mismo tiempo, el más mudéjar y el más hispanoamericano. Goytisolo, que vive desde hace muchos años en Marruecos, lugar que engloba su visión del mundo, entiende el mismo como un espacio lleno de traducciones, donde debemos transcribir las palabras para entender su significado profundo, cualquier lengua es recipiente de ese paisaje de ideas que es la literatura del escritor español. No hay duda: Goytisolo se nutre del estilo cervantino, como demuestra Las semanas del jardín, ya que se trata de historias que tienen un decidido afán didáctico, pero también son espejos de cajas rusas, unas dentro de otras, lo que enriquece el conjunto, pervive también la influencia de Bocaccio y su Decamerón, donde el relato oral pesa como un legado que no podemos eludir, una literatura contada unos a otros, para buscar el sentido de la vida. El relato cervantino, su famoso Quijote, está dentro de ese espíritu de Goytisolo, las diferentes perspectivas y un afán por desdramatizar al personaje, hacerlo risible y, a la vez, profundo. Hay una voluntad en el escritor de realzar lo ficticio sobre lo real, como ocurre con Don Alonso Quijano, hacer que el personaje traspase las páginas y esté más vivo que nuestros amigos o amores, más carnal y, a la vez, esencialmente, espiritual, en este proceso de vivificación del personaje inventado. Hay ecos en el escritor de Pirandello y Unamuno, en su famosa Niebla, donde el personaje se rebela al autor que lo ha creado; hay, también una algarabía de voces y puntos de vista, Goytisolo impone la voz del personaje, su alter ego que sirve para explicar el mundo y sus contradicciones. Sobrevuela otro tema en la obra del escritor catalán, la idea del exilio, que está presente en Reivindicación del Conde don Julián, el punto que lo domina es la ciudad de Tánger, que sirve de perspectiva multicultural para hablar de un territorio que quiere y siente a España, que ama el pasado que los une y que lamenta el tiempo que los separa. Y, como último tema, el humor, muy presente en su obra, porque la ironía lo asola todo, una mirada que burla las apariencias, pero que presencia ese tiempo de crítica y censura que fue el franquismo, hay una lucidez presente en el hombre que ha entendido la mediocridad de la España de la dictadura y el afán, siempre vivo, de ir más allá, hacia una modernidad, que no anule lo bueno de nuestro enriquecimiento cultural en el Medievo.
Hay un último Goytisolo, el poeta, que hace lirismo de su prosa, como dijo Luis Vicente de Aguinaga en otro artículo del monográfico dedicado por la revista República de las Letras al escritor catalán, dice lo que sigue: la obra de Goytisolo es arriesgada y compleja, sin duda alguna, porque su prosa está imbuida de una poesía que radica en lo mejor de nuestra lírica española, como muestra en Reivindicación del conde don Julián, donde late Góngora, el poeta cordobés que hace del verso una luz interior, llena de sombras y de claroscuros. En su Polifemo entiende Goytisolo la España lúcida, pero trágica, fea, hermosa, pacífica, pero con genes de violencia, la España que genera arte y lo destruye. Como conclusión a esta mirada a un escritor que ahora recibe el Cervantes por su alto compromiso con la literatura y con el pensamiento, cabe decir que se trata de un escritor de gran calado intelectual, casi un visionario, que en la época de la dictadura ya alumbró el deseo de una España multicultural, que recuperase aquel espíritu perdido por los Reyes Católicos y su afán homogeneizador y de pedante beaterio, donde la Iglesia era el poder omnímodo en sintonía con el de la Monarquía. Hubo, nos dice Goytisolo, una España plural, sabia, sincrética, multicultural, que el tiempo ha recuperado y que no debemos perder, tierra de emigrantes como de emigrados, se trata de una España que algunos quieren olvidar, aquellos que de forma sectaria imponen sus criterios, pero que debe seguir creciendo, tal es el legado de este hombre que ha cultivado la narrativa como si fuese un ensayo y este como una novela, porque no entiende de géneros, todo es literatura y esta anida dentro de nosotros, como espejo de nuestra vida, merecido Cervantes el de este hombre lúcido de pensamiento inquietante y provocador, como deben ser los grandes hombres de la cultura de cualquier tiempo que se precie de serlo. por PEDRO GARCÍA CUETO Antes de pasar a comentar la estricta comparación entre las obras de ambos poetas, es necesario dejar clara, a través de las palabras de Francisco Brines, la admiración que este último ha sentido por el poeta sevillano. Una muestra relevante y muy interesante aparece en el discurso que Francisco Brines dio en su ingreso en la Real Academia de la Lengua sustituyendo a Antonio Buero Vallejo, ocupando el sillón X mayúscula, extraído del libro Unidad y cercanía personal en la poesía de Luis Cernuda, que publicó la editorial Renacimiento en el año 2006. El discurso de ingreso (contestado por Francisco Nieva) es un repaso por la pasión adolescente de la lectura que se centra en su admiración desde niño por la poesía de Bécquer y de Rubén Darío. Será, sin embargo, Juan Ramón Jiménez primero y Luis Cernuda, después, los que convirtieron a Brines en un lector apasionado de poesía, en un hombre vinculado emocionalmente al mundo de los versos, influyeron, sin duda, en su deseo de escribir. El poeta valenciano habla de “conmoción” para referirse a la lectura del poeta sevillano. Lo que descubre Brines es la verdad del hombre, la autenticidad de una voz que le marcará para siempre, como lector y como poeta. Dice en el célebre discurso: Nadie como Cernuda, en mi experiencia lectora, había sabido incorporar con tanta verdad y completud al hombre que él era en las palabras escritas. Era una experiencia que me conmocionaba y una posible lección de proyección personal en el poema. Brines sabe que Cernuda es un poeta que vive la ansiedad de lo ideal, un hombre que se desgasta por pensar en una vida mejor, un ser que sufre en la monótona realidad y que aspira a una mayor celebración de la vida a través del arte. Hay conflicto, sin duda alguna, entre el deseo y la realidad, en la línea de lo que va a sentir el poeta valenciano a lo largo de su vida: La esencia de su poesía la constituye el conflicto que se establece entre esos dos términos, ya que el deseo, en muy contadas ocasiones logra el “acorde” con la realidad, que se muestra esquiva. (Discurso de ingreso en la Real Academia Española) Son los momentos en que el poeta valenciano (cuando se produce en Cernuda ese conflicto entre realidad y deseo) llama a ese ansia de lo eterno “la eternidad en el tiempo”. Sólo el arte, la naturaleza o el amor pueden producir esa ansia vital. Para el poeta valenciano, Cernuda le habla y consigue que el poema tenga siempre un lector cercano, dotar al mismo de una intimidad que no han podido obtener otros poetas contemporáneos. Da la impresión que Brines dialoga con Cernuda, ambos en una continua charla sobre el sentido de la vida: Tuve la impresión de que allí yo tocaba al hombre que me hablaba con una cercanía mayor que a las personas que conocía en cuerpo y alma. Ningún poeta me había producido una reacción tan emocionante y novedosa. Sin duda, el poeta valenciano se refiere a la simbiosis entre el cuerpo y el espíritu, cualidades que presenta el poeta sevillano. La conjunción entre lo racional y lo afectivo no se produce, de forma tan magistral, en otro poeta contemporáneo. Brines dice que el monólogo dramático triunfa en Cernuda como en muy pocos. Y para terminar esta valoración que nos ofrece sobre la influencia de Cernuda en su obra, cito estas relevantes líneas: A Cernuda siempre le importó desvelar en el poema la verdad del hombre que él era, conocerse a sí mismo en él. Y por ser su verdad, podría ser la de otros. […] Es Cernuda un poeta completo, que concilia con sorprendente conformidad lo que podría parecer distante (pureza y amargura) y aún contrario (intimidad y distanciamiento): es clásico y romántico, poeta de un alto lirismo y acerbamente crítico, abierto con la misma intensa fruición a la tradición poética española y a las tradiciones poéticas de otras lenguas, metafísico y cotidiano, esteta y moralista. No se puede decir mejor lo que supone un poeta para otro, el influjo poderoso que ha dejado en su obra y su vida. Sergio Arlandis, crítico y poeta valenciano de reconocido prestigio, señala, con acierto, en su edición crítica de Las brasas, publicada en Biblioteca Nueva en el año 2008, algo muy significativo: habla de un texto de Brines donde cita las cualidades formales de Cernuda en su poesía: el encabalgamiento, para buscar un ritmo musical interior, coincidencia clara con Brines, legado que nos demuestra el peso esencial que tiene la obra del sevillano sobre la que ha ido gestando el valenciano. Arlandis dice lo siguiente: De esta declaración de voluntades estilísticas cabría ir resaltando aquellos puntos que resultan, cuanto menos, esclarecedores y sintomáticos de su propia poesía, ya que —sin intención alguna— proyecta en la obra de Cernuda todos aquellos rasgos que, de alguna manera, le han marcado su vocación lectora y, en consecuencia, su determinación creadora. (p. 44) Sin duda alguna, la obra de Cernuda es un claro precedente de la actitud de Brines ante el poema, el cual pretende el diálogo con el lector que reconoce en las obsesiones del poeta sobre temas como el amor, la infancia, el paso del tiempo, la muerte, sus propias obsesiones. Seguidamente, paso a comentar las comparaciones que he encontrado entre los dos grandes poetas españoles, cuya poesía nos deslumbra cada que nos enfrentamos a ella al arrullo de nuestra mejor intimidad. 1) El amor en Brines y Cernuda Tema clave para ambos poetas, aparece en Cernuda en Las nubes, donde se vislumbra el fantasma de la vejez y del paso del tiempo. Hay un poema titulado ‘La vereda del cuco’ donde el poeta dice lo siguiente (habla de la fuente): Y tú la contemplabas, / Como aquel que contempla / revelarse al destino / Sobre la arena en signos inconstantes. Para Jenaro Talens: El hombre, que en principio veía en el amor una forma de romper la soledad, queda condenado ahora a la apetencia del amor, fuente de todo. (Jenaro Talens, El espacio y las máscaras, Anagrama). Aparece en Cernuda también la “ceniza” como apareció en la poesía de Brines, refiriéndose al “cuerpo”: Que si el cuerpo de un día / Es ceniza de un día, / Sin ceniza no hay llama / Ni sin muerte es el cuerpo / Testigo del amor, fe del amor eterno, / Razón del mundo que rige las estrellas. Como vemos en el poeta sevillano, el amor es proceso que se acaba y al hacerse ceniza puede ser evocado y ser eterno. Brines conoce esa ceniza del tiempo, ceniza como resultado del amor que evoca. Lo dirá en ‘Noche estrellada’: Acaso existe un Ser, alguna mano oculta / con llamas en los dedos, que está quemando / el tiempo. Y es el hombre y la piedra / los restos que amontona la ceniza. Como vemos, aparece la “llama” como en el poema de Cernuda, si para el poeta sevillano la ceniza es el resultado de lo que se ha querido (y a la inversa, se quiere ya para que el amor muera después), para Brines la “llama” es aquello que nos agarra a la vida, compuesta ya de briznas de ceniza, resultado final de todo amor. Ambos cantan lo que se pierde. Veamos el poema titulado ‘Remordimiento en traje de noche’ de Luis Cernuda, perteneciente a Un río, un amor, en este poema vemos la concepción del hombre como un cuerpo vacío: Un hombre gris avanza por la calle de niebla; / No lo sospecha nadie. Es un cuerpo vacío. / Vacío como pampa, como mar, como viento. / Desiertos tan amargos bajo un cielo implacable. Como podemos deducir, el poeta expresa ese ser que no está lleno, que aparece exento de vida y amor, la comparación con la naturaleza le lleva a unir al hombre a su eternidad (la naturaleza que no ha de perecer). Si leemos a Brines y sus poemas de Aún no, veremos la semejanza (en el poema de ‘Reminiscencias’): ¿Cómo devolver al vacío / los gestos gastados del amor, / las cálidas imágenes desnudas / del espejo / los cuerpos llameando en la penumbra?. Vemos también el vacío como resultado de todo, si el hombre de Cernuda era gris y sin cuerpo, Brines expresa que el “vacío” es principio y fin de lo vivido, por ello, emplea el verbo “devolver”. Magnífica semejanza de ambos poetas (influencia segura de Cernuda en Brines). 2) Los espacios de la naturaleza: la luz y el jardín Veamos en el poema de Cernuda ‘El intruso’ esta sensación: Mientras, en el jardín el árbol bello existe / Libre del engaño mortal que el tiempo engendra / Y si la luz escapa de su cima a la tarde / Cuando aquel aire ganan lentamente las sombras / Sólo aparece triste a quien triste le mira. Como se puede apreciar, aparece el jardín, como en los poemas de Brines, la luz que escapa en la tarde, al llegar el ocaso (nos recuerda la importancia de la luz en los poemas de Brines: luz diurna que engrandece al niño, luz nocturna que es revelación para el joven y condena para el adulto). Aparece en ambos poetas el tiempo y su engaño. La mirada también aparece en la poesía de Cernuda (en un diálogo con su espejo). Recordemos la mirada en el poeta valenciano: Ciego, / miras la luz, las olas, las abejas, / los veleros, los astros. Cernuda dirá en ‘Viendo volver’ (perteneciente a Vivir sin estar viviendo): Mirando, estimarías / (La mirada acaricia / Fijándose o desdeña / Apartándose) irreparable todo / Ya, y perdido, o ganado / Acaso, quién lo sabe. Vemos cómo la mirada es todo, armonía, lucha de contrarios, alegría y desolación. 3) La juventud y el erotismo Ambos poetas coinciden en la juventud como el objeto de deseo, el tiempo (junto con la niñez) de gozar la vida. Recordemos el poema ‘La sombra’ de Cernuda: Al despertar de un sueño, buscas / Tu juventud, como si fuera el cuerpo / Del camarada que durmiese / A tu lado y que al alba no encuentras. ¿No nos recuerda mucho a los poemas que Brines dedica al goce erótico, al amor a la juventud? Desde luego. Atendamos a unos versos de ‘Canción de los cuerpos’: La cama está dispuesta, / blancas las sábanas, / y un cuerpo se ofrece / para el amor, y termina diciendo: Con un cuerpo, / de quien nada conozco / sino su juventud. Vemos ese deseo de gozar con alguien desconocido, anónimo, como en los poemas eróticos de Cernuda. No parece casualidad tanta coincidencia. Hay un ideal pagano y hedonista en los dos poetas, ambos han hablado en sus poemas de los dioses y no de un solo Dios (salvo para dudar de su existencia o rechazarlo plenamente). 4) La infancia: el edén perdido No hay que olvidar la infancia como el lugar de la felicidad para Brines y para Cernuda. Veamos el poema X de Donde habite el olvido: Bajo el anochecer inmenso / Bajo la lluvia desatada, iba / Como un ángel que arrojan / De aquel edén nativo. Aparece en Cernuda la “lluvia” como símbolo de destrucción, al igual que demuestra Brines en su poesía. Además, el edén nativo, esa nostalgia, es la misma que Brines siente por la niñez, recordemos ‘El barranco de los pájaros’ y el poema nº I: Mis amigos / en el agua reían y en ellos / mojé mi cuerpo. Comenzaba cerca / la senda que llevaba a las alturas / gratas, La libertad nos encendía. Vemos dos tiempos, en Brines la felicidad en su plenitud y en Cernuda, a través de la lluvia y el anochecer, la infelicidad. Es curioso que Cernuda haga mención de un ángel que cae, símbolo claro del ángel caído que fue título de un libro del poeta valenciano Insistencias en Luzbel. Va a mostrar Cernuda esa ansiedad del niño por la felicidad en ‘Soliloquio del farero’, hermoso y largo poema que dice: De niño, entre las pobres guaridas de la tierra, / Quieto en ángulo oscuro / Buscaba en ti, encendida guirnalda, / Mis auroras futuras y furtivos nocturnos / Y en ti los vislumbraba. Como vemos, el niño invoca a la soledad para crear, para ser feliz. Ese mismo objetivo late en el poema de Brines ‘Balcón en sombra’, perteneciente a Palabras a la oscuridad, cuando dice: Es el verano, y una música viene / que otros oídos escucharon. Se refiere entonces a los jóvenes felices del tiempo pasado: adolescentes que sintieron por vez única / sus corazones oprimidos / ya muertos para siempre / por el puñal, la soledad o el tiempo. La soledad para Brines ya no es el tiempo de la creación, pero sí lo fue en una época dorada donde, solo o con alguien, podía ser dichoso. Para Cernuda, esa soledad se remite al niño, desconocedor de la condena de la vida y aunque admira al adolescente despreocupado, él (en algunos momentos de su vida) confiesa que nunca lo fue en la juventud (fue un hombre herido antes de tiempo). Para que quede más claro, Armando López Castro en un excelente estudio acerca de Cernuda titulado: Luis Cernuda en su sombra, dirá: La soledad no anula la comunicación; al contrario, es lo que la hace posible. Adentrarse en la soledad para establecer nuestra morada en ella es estar a la escucha, permanecer atento a la llamada de los dioses, según hizo Holderlin en su momento. Todo ello coincide con lo ya dicho, para Cernuda, como para Brines, el joven que está solo es feliz, porque está comunicándose con la vida a través de su deseo amoroso o su deseo de saber. 5) El fracaso del amor Debido a la sensación de pérdida y fracaso nacieron los poemas de Donde habite el olvido, llega a decir Cernuda lo siguiente en el poema XII: No es el amor quien muere / Somos nosotros mismos. Para Brines, el fracaso del amor es la herida que estraga el corazón, así lo dice en ‘Mendigo de realidad’: Retiraste mi mano de tu mano / y me has dañado el ser. (de Aún no). Cernuda dirá en el poema VII: Perder placer es triste / Como la dulce lámpara sobre el lento nocturno; / Aquél fui, aquél fui, aquél he sido / Era la ignorancia mi sombra. Vemos en ambos el dolor de la pérdida, el desaliento por el desamor. Cernuda reitera a través de la repetición de los tiempos verbales la carcoma del tiempo. Además hace una loa a los sentidos (poema XII): Sólo vive quien mira / Siempre ante sí los ojos de una aurora, / Sólo vive quien besa / Aquel cuerpo de ángel que el amor levantara. Para ambos poetas la vida consiste en tocar, mirar, abrazarse. 6) Los amantes para Cernuda y Brines Para terminar este análisis, merece la pena indagar en los amantes, ¿qué sentido tienen para ambos poetas? En ambos hallo coincidencias, los amantes se muestran siempre en la juventud, nunca en la edad adulta. Dice así Cernuda en un bello poema perteneciente a Invocaciones (1934-1935) titulado ‘Dans ma peniche’: Ante vuestros ojos, amantes, / Cuando el amor muere, / La vida de la tierra y la vida del mar palidecen juntamente; y, además, Cernuda conoce el sentido profano de la vida que tienen los amantes: Jóvenes sátiros / Que vivís en la selva, labios risueños ante el / exangüe dios cristiano. Fuera del mundo cristiano los amantes se realizan, pueden conseguir la felicidad. La religión cristiana lleva implícito el pecado y la condena de la vida. Aparece en el poeta sevillano el cuerpo, concretamente el “pecho”: Cuando el amor muere, / Vuestra crueldad, vuestra piedad pierde su presa, / Y vuestros brazos caen como cataratas macilentas, / Vuestro pecho queda como roca sin ave. Cernuda muestra esa extensión del amor a los brazos, al pecho, lo sensual está presente (como lo está en Brines que también hace hincapié repetidas veces en el pecho, la boca). En el poeta andaluz, esta sensualidad se relaciona con la naturaleza, partícipe (como en Garcilaso) de los sentimientos amorosos de los seres humanos (cataratas, roca, ave). Si nos fijamos ahora en Brines, podemos observar en ‘Extasis’, corto poema perteneciente a El otoño de las rosas la visión de los amantes en su momento de máxima sensualidad: Ven, dame tus sollozos y estréchate en mis brazos, / y deja que te bese las mejillas / mojadas. Criatura que reacoges, / caída en ese rapto de la pena, / a un pecho tan oscuro, Y escucha como bate / dentro del amor, allí naciendo el mundo. Hay fusión amor de los cuerpos-naturaleza, como vimos en Cernuda. El pecho es oscuro pues es símbolo de entrega, de tristeza y alegría al mismo tiempo, como el acto amoroso. Lo íntimo, lo profundo está dentro y fuera del lecho, entregándose como una ofrenda a la naturaleza. 7) El tiempo, lugares evocados: Sansueña y Elca Cernuda vuelve para escribir el pasado, el lugar de la dicha en ‘Sansueña’ que es espejo de su Sevilla natal. Para Brines será ‘Elca’ su paraíso de la infancia. Por ello, Cernuda necesita ubicar su niñez a algún sitio, pero tiene que inventar un nombre, como también tuvo que inventarse su propia vida para ser algo feliz. Veamos un fragmento de su libro en prosa Ocnos titulado ‘El tiempo’: ¡Años de niñez en que el tiempo no existe! Un día, unas horas son entonces cifra de la eternidad. ¿Cuántos siglos caben en las horas de un niño? Como vemos, para Cernuda, el niño no conoce el tiempo. Veamos ahora el tiempo del niño para Brines y apreciaremos las coincidencias: No existía la muerte; cuánto orgullo / feliz. El salto era atrevido, siempre / cruzó la viva hoguera pastoril, / la que dañaba el monte. Para el niño no sólo no hay tiempo, sino que no conoce el miedo, es libre y verdadero, como la naturaleza. (pertenece a ‘Otras mismas vidas’ de Las brasas). Para Cernuda, como ya ha quedado claro en los versos de Ocnos, la muerte no existe en el vivir del niño, es solo el resultado del paso del tiempo. Para Brines, la muerte está fuera del mundo de la infancia, donde la vida es dicha y no hay conciencia del dolor. Ambos poetas sienten como suyas la verdad de la vida: el tiempo y su devastador presencia en nuestras vidas. Brines bebe en las fuentes de Cernuda, como también lo hizo de otros grandes clásicos de nuestro tiempo. 8) Otros elementos de la naturaleza Aparece el jardín en Cernuda, así lo manifiesta ‘Jardín antiguo’, perteneciente a Ocnos. Cernuda dice: «Allí en aquel jardín, sentado al borde de una fuente, soñaste un día la vida como embeleso inagotable». Nos recuerda, desde luego, a Bécquer (poeta muy admirado por Cernuda), cuya elegancia y maestría demostró en toda su obra. También Cernuda derrocha elegancia en sus versos. La luz está muy presente en Cernuda, baña cada página de muchos de sus poemas. Recordemos ‘Cuatro poemas a una sombra’, en la 1ª sección. “La ventana” (perteneciente a Vivir sin estar viviendo), dice: «Todo esplendor, misterio / primaveral, el cielo luce / Como agua que en la noche orea». Para el poeta sevillano, la luz del cielo es esplendor y la noche es misterio, lugar de encuentro: «Miras la noche en la ventana, y piensas / Cuán bello es este día de tu vida». Para el poeta valenciano, la noche va a ser “honda” en muchas ocasiones, también aparece la noche que posibilita la creación. Dirá Brines en ‘Mirándose en el humo’ que pertenece a Palabras a la oscuridad lo siguiente: «La vida muerde aún, / mientras la sombra de la tarde viene / para apagarle su dolor, / su vida toda / y un aire llega que deshace el humo». Y no olvidemos la presencia del mar en ambos poetas. Tanto Cernuda como Brines están marcados por las aguas (aparecen en los poemas de ambos poetas el agua, la fuente, el río, el baño, como celebración del cuerpo de los niños). Recordemos a Cernuda en ‘La fuente’ (perteneciente a Las nubes): «El hechizo del agua detiene los instantes: / Soy divino rescate a la pena del hombre / Forma de lo que huye de la luz a la sombra, / Confesión de la muerte resuelta en melodía». Se aprecia el agua como símbolo de la vida que camina hacia la muerte. Igual ocurre con el mar. Para el poeta lleva la caricia y el dolor de la vida. Recordemos el poema VI de Donde habite el olvido: «El mar es un olvido, / Una canción, un labio; / El mar es un amante / Fiel respuesta al deseo». Vemos el mar como símbolo de lo vivo, puede ser muchas cosas, porque entra en la vida del poeta. Veamos el inolvidable poema ‘El joven marino’ (perteneciente a Invocaciones) cuando dice: «El mar, y nada más / Insaciable, insaciable / Con pie desnudo ibas sobre la olvidada arena». Vemos el mar como un todo para el joven marinero, idealizado por Cernuda. Repite la palabra “olvido” como en el poema anterior, porque el mar sufre la soledad del poeta, es querido y amado, pero después olvidado por el hombre. Dirá, en esa fusión magnífica del hombre y el mar: «El mar, única criatura / Que pudiera asumir tu vida poseyéndote». La identificación es absoluta, poeta y mar son lecturas de la vida, con su alegría y su tormento (las olas en calma o agitadas simbolizan el estado de ánimo humano). Aparecen en el poema las “nubes”: «Aquellas oscuras tardes, cuando severas nubes, / Denso enjambre de negras alas, / Silencio y zozobra vertían sobre el mar». Vemos a las nubes como presagios de desdicha y al mar como un ser humano atormentado y solitario. Y además, las aves: «En el atardecer. Las aves del día / Huyeron ante el furtivo pensamiento de la sombra». Las “aves” que simbolizan la libertad huyen ante la desdicha que se avecina. Aparece también el “cuerpo” repetidamente: «Cambiantes sentimientos nos enlazan con este o aquel cuerpo». Y, desde luego, el “pecho”, símbolo del amor carnal que se va haciendo cósmico en el poema: «Hasta las anchas barcas resbaladizas sobre / el pecho del mar. / Quién podría vivir en la tierra / Si no fuera por el mar». Se transforma el mar en símbolo del sentimiento, de lo que nos hace soportable la vida. Hay un matiz de esperanza en el mar para Cernuda, como si éste pudiese devolvernos a la infancia perdida. Este poema tan hermoso nos sirve para ver el sentido que cobra el “mar” para Brines. El poeta valenciano también utiliza (como ya vimos) el mundo de la naturaleza: las aves, las nubes, el viento, etc. Comento ahora un breve poema, pero muy esclarecedor para apreciar las influencias de Brines sobre el mar. Se titula ‘Elca’ (pertenece a Palabras a la oscuridad): «Porque todo va al mar: / y el hombre mira el cielo / que oscurece, la tierra / que su amor reconoce, / y siente el corazón / latir. Camina al mar, / porque todo va al mar». Vemos la misma identificación con el mar, todo va hacia allí, como en Cernuda el “mar” es símbolo de la vida con sus emociones (el dolor, la dicha, todo eso es el mar). Poema de esplendor, donde el mar alumbra la vida, la sustenta y le da sentido. Brines siente el mar como efusión vital, pero no olvida (como le ocurría al poeta sevillano) ese lado de misterio y extrañamiento que produce el ritmo monótono de las olas, al igual que los días de nuestra existencia. 9) La mirada en Brines y Cernuda Para terminar este estudio comparativo, debemos pararnos en la mirada. Cernuda mira el mundo en su proceso, en ese “ir muriendo”. Brines mira (e incluso se observa cuando mira) ese mundo que se va perdiendo con el tiempo. En el primer poema de Las nubes, ‘Noche de luna’, Cernuda habla del hombre y de su necesidad de “mirar” lo horrible y lo hermoso de la vida, repite el verbo “mirar” en varias ocasiones, para subrayar la importancia del acto: «Miró sus largas guerras / Con pueblos enemigos». Después dice: «También miró el arado / Con el siervo pasando / Sobre el antiguo campo de batalla, / Fertilizado por tanto cuerpo joven». Aparecerá, de nuevo, el acto de mirar, pero ahora con más hondura: «Mas una noche, al contemplar / Morada de los hombres, sólo ha de ver más allá / Ese reflejo de su dulce fulgor». Mirar, contemplar, ver; para el poeta es el acto principal, el que da y otorga conocimiento, acto de revelación. Veamos qué ocurre con Brines. Como dijimos en el estudio sobre su obra, Brines hace de su poesía una forma de “mirar” el mundo. Como podemos ver en ‘Plaza en Venecia’: «Alzó los ojos, miró / la luz que cubre el día, / la plaza en que ahora estoy». Y repite el verbo “mirar”: «Es el tiempo el que reina, / yo lo miro pasar / hacia el poniente, cubre / mi cuerpo con su polvo». Brines se deleita en esa sensación de confusión de tiempos, el tiempo de la plaza, el de su niñez, el de su futuro que se encamina hacia la muerte: «cubre mi cuerpo con su polvo». Pero también es importante el olor, cuando dice: «Ya todo es flor, las rosas / aroman el camino». Todo es presencia de los sentidos: el tacto, la mirada, el olor. Muy hermoso cuando dice insistiendo en que la mirada es creación y recoge todo lo que le rodea, haciéndolo vida y poesía: «Y allí pasa el aire, / se estaciona la luz, / y roza mi mirada / la luz, la flor, el aire». Fusiona así la vista, el olor y el tacto del aire que le toca acariciándole. Todo se recoge en la importancia de “mirar”. Vemos de nuevo la influencia de Cernuda en Brines, la mirada es conocimiento, acto revelador de la hermosura y de la desdicha del mundo. Tanto para Cernuda como para Brines hay un hombre que puede ser visto por él, como en un espejo, desdoblamiento del hombre solitario que se mira a sí mismo. Cernuda lo revela en ‘Remordimiento en traje de noche’ (pertenece a Un río, un amor). Dice así: «Un hombre gris avanza por la calle de niebla; / No lo sospecha nadie cuerpo vacío; Vacío como pampa, como mar, como viento, / Desiertos tan amargos bajo un cielo implacable». El hombre vacío, no cabe duda, es el poeta que se mira en la calle de niebla, poeta en soledad, vacío del amor y de la dicha. Brines, en Las brasas, expresa también la llegada de ese hombre que sufre el tiempo, consciente de su término, de la fatídica condena de la muerte: «Es un hombre / cansado de esperar, que tiene viejo / su torpe corazón, y que a los ojos / no le suben las lágrimas que siente». Deducimos que ese hombre es el poeta henchido de soledad, mirándose en el poema que escribe. El poeta valenciano expresa el dolor y, sobre todo, la angustia de saber cierto el final del camino. Para Cernuda el hombre viejo mancha al cuerpo joven y es, sin poder hacer nada para remediarlo, un cuerpo vacío. Merece la pena terminar con unos versos de Cernuda que serán del agrado seguro para el propio Brines que tan serenamente con su maestría poética ha sabido guiar este trabajo (a través de sus reveladores versos): «Donde penas y dichas no sean más que nombres, / Cielo y tierra nativos en torno de un recuerdo; /Donde al fin quede libre sin saberlo yo mismo, / Disuelto en niebla, ausencia, / Ausencia leve como carne de niño: / Allá, allá lejos; / Donde habite el olvido». Como su nombre indica, estos versos pertenecen al primer poema de Donde habite el olvido y es una declaración del joven poeta sevillano hacia la vida que ha de venir tras la muerte, una vida sin dolor, sin amor, tan solo hecha de paz y de inconsciencia. La Nada, al fin y al cabo. Para Brines esa Nada será un lugar hermoso, donde no pese la vida y el poeta, feliz por haber sido, pueda, sin dolor, dejar de ser. BIBLIOGRAFÍA UTILIZADA
—Andujar Almansa, José: La palabra y la rosa, Alianza editorial, Madrid, 2003. —Arlandis, Sergio: Francisco Brines. Las brasas. Biblioteca Nueva, Madrid, 2008. —Brines, Francisco: Poesía completa (1960-1997). Tusquets, Barcelona, 1997. —Brines, Francisco: Unidad y cercanía personal en la poesía de Luis Cernuda, Discurso de ingreso en la Real Academia Española, Renacimiento, Sevilla, 2006. —Cernuda, Luis: Antología poética, Cátedra, Madrid, 2003. —López Castro, Armando: Luis Cernuda en su sombra, Verbum, Madrid, 2003. —Talens, Jenaro: El espacio y las máscaras, Anagrama, Barcelona, 1975. por PEDRO GARCÍA CUETO Jaime Siles, poeta, profesor, especialista en lenguas clásicas, poseedor de una obra ya consolidada, articulista y crítico literario, hombre que ha viajado por el mundo y ha compartido tantas experiencias con otros poetas y escritores, conoce la evanescencia de la palabra, su fugacidad, lo efímero de un lenguaje que siempre se deshace por el poso de la vida, donde el lenguaje oral carece de consistencia, solo lo escrito permanece, puede pasar a la posteridad, dejar una huella en las generaciones futuras. El hombre lucha con el tiempo, solo a través del lenguaje concitamos lo eterno, buscamos la pervivencia de las palabras, como si nos sobreviviesen, pero el poeta, consciente de esa fugacidad de la palabra que se le escapa al decirla o escribirla, siente el dolor de la desposesión, lenguaje que se rebela al autor, en la senda de Unamuno y su célebre Niebla, donde el protagonista se rebela contra su creador. Sin duda alguna, la metamorfosis de nuestro proceso vital acompaña nuestras palabras, pero ellas nos abandonan tan pronto las hemos creado, como entidades autónomas que nunca se quedan con nosotros. Como afirmó Rosa Navarro Durán, acerca del lenguaje de Alegoría (1973-1977), libro del poeta valenciano donde el lenguaje lo llevará a ir «de la nada a la nada» (Rosa Navarro Durán, “La poesía de Jaime Siles: la identidad y el lenguaje”, pp. 9-47), texto aparecido como prólogo en la Antología poética que la Institución Alfonso el Magnánimo publicó en el año 2007 sobre la obra de Jaime Siles. Muy cierta esa apreciación de la investigadora, ya que en Alegoría, el lenguaje se deshace ante la voz que la crea, en un proceso de descomposición de lo creado, lo apreciamos en el primer poema, como ejemplo, de un tema clave que sobrevuela en el libro: Como esas voces / que una palabra dicen / mientras suenan / y que luego no son / pero ya han sido / una palabra sola / mientras suenan: / una palabra ya / como esas voces. En este poema, el lenguaje pierde su identidad, se está continuamente deshaciendo, si suenan las palabras, deberían quedar como eco, pero todo es pasado, la búsqueda solo contiene su apariencia, descompuesta en el mismo momento de ser dicha. Sin duda, la metafísica de la vida, que se pierde en múltiples apariencias, como si el lenguaje fuese también una fantasmagoría que ya no tiene entidad, solo lo sonoro queda, en el recuerdo, pero se incorpora a otras voces idas, que mueren con el cantor. En “Interiores”, perteneciente al mismo libro, Siles vuelve al juego de los espejos, lo real y su apariencia, la realidad y la ficción, conviven, sin que el cantor pueda saber quién es quién en ese juego. Las gaviotas que aparecen en el poema reflejan los seres que han de volar, efímeros, seres que no permanecen, pero que vemos pasar, en su belleza, como un interrogante vital, como el cisne de Darío: En el tacto interior de esas gaviotas / hay un eco de sombras que conduce / a una intemperie toda de cristal / Lo que el aire levanta es su presencia / que, en un compás de luces, se diluye / hacia una abierta y sola identidad. / ¡Qué profundo interior éste del aire, / cuyas formas modulan su no ser! Sin duda alguna, Siles logra en esta primera parte del poema plantearnos la apariencia de un ser que vuela, que perdemos al instante de verlo, como un compás de luces, se diluye, nos dice, como si el cielo fuese ya impenetrable y nos cegase para no ver a la gaviota, un ser tan cerca del lenguaje, efímero también, cuya luz perdemos al instante de crearla. El libro anida en una necesidad de un lector, porque la obra solo se completa con este, ya que la inmensa soledad del creador que pierde el lenguaje al darlo forma, nos lleva a un cómplice, alguien que fundamente este lenguaje efímero y lo haga sobrevivir, en un afán de necesaria comunicación, para que no muera del todo. Por ello, recordando a otro gran poeta, Francisco Brines, la poesía se vuelve creación en dos fases, la del poeta que la crea y la del lector que genera un nuevo poema, donde podemos ver la importancia del lenguaje que se va. En Música de agua el poeta valenciano inicia una senda hacia una poesía iluminadora, donde la realidad cada vez sea más esencial, el signo como representación y el silencio como su oponente. Françoise Morcillo dice, en su gran trabajo sobre Siles, Jaime Siles: un poeta español “clásico contemporáneo”, publicado en la editorial L´Harmattan de París en el año 2002, que su poesía, en este libro, es des-significación, idea que toma de las palabras del propio autor en su nota a la edición de Poesía 1969-1980, publicada por Visor, ya que el lenguaje deja de ser, se reduce a lo esencial, para conseguir que el lector conozca la identidad verdadera de la realidad, reducida al signo y al silencio. Libro doblemente premiado, Premio de la Crítica Nacional y Premio de la Crítica del País Valenciano, donde el poeta valenciano reduce el fulgor de la palabra a un espacio menor, donde el espacio en blanco cobra significado, como nos recuerda muy bien el poeta, profesor e investigador valenciano Sergio Arlandis en el excelente prólogo a Cenotafio (Antología poética de Jaime Siles (1969-2009), aparecida en Cátedra en el año 2011, ya que, como nos dice Arlandis, el espacio en blanco es metáfora del silencio, necesidad del poeta ante la ficción del lenguaje y su efímero poder ante la realidad. Yendo al libro, comento un poema que me llama especial atención, ‘Final’, dentro de la gran valía del libro, donde la palabra muere, se deshace ante el ser que ya deja su presencia en las cosas, en la página (cobrará esta una gran relevancia en Pasos en la nieve, pasos en la página blanca donde las palabras van y vienen, para no permanecer), pero en el poema el no ser lo es todo, la inutilidad de fingir una presencia que el tiempo nos niega, la imposibilidad de eternizarse en la palabra: Ningún sonido o signo se te impone. / Nada de lo que eres / te invita a ser tu voz. / En vano insiste. / Sólo / este silencio firme te acompaña. / Este silencio / más tuyo ahora que tu propia voz. / El invisible punto / ya ha llegado. / Ya solo en ti / final / la transparencia. Como si el poema muriese en su decir, el silencio gana a la voz, lo impone, demostrando que la existencia de la condición vital está llena de sombras y solo el no decir puede conciliarnos con nuestro misterio humano. El poema logra su propósito, enunciar y deshacer lo enunciado, para que la transparencia llegue, nuestro encuentro con nuestra hondura existencia. Sin duda, la metafísica está presente, el poeta renuncia a llenar de palabras lo que el silencio dice mejor. En Columnae, el poeta indaga en la sonoridad como un trasunto del yo que se revela desde la ausencia. Solo podemos vivir la integridad de lo real desde lo que no se nos revela, siendo el esfuerzo del creador necesario para restablecer el eco que deja lo que no se manifiesta, en realidad, nos hallamos ante una búsqueda de la complejidad del mundo, pero con la sensación de no hallarla sino en aquello que está ausente. Vuelve el tema de la página en blanco, que ya desarrolló Sergio Arlandis en el prólogo a su antología poética llamada Cenotafio, la obsesión es la creación de una página que llene de tinta (metáfora indudable de la negrura que atisba la claridad y la luz de lo real), la blancura del papel. Sin duda alguna, nos hallamos ante un libro que reivindica el poder de la palabra como representación de lo real, a sabiendas de la inexactitud que esa analogía produce, nada puede ser igual a lo que vemos, pese a que queramos expresarlo con palabras. Podemos ver, como ejemplo, en Blanco, azul, gaviotas la sensación que queda de ese lenguaje representativo de la inmensidad del mundo, pero también de su inexactitud, como si la creación del poema fuese un icono de nuestras aspiraciones donde la perfección del mundo busca su espejo en el lenguaje. Por ello, el poema se va componiendo de dos espacios, el de la naturaleza, el mar, las palomas, etc y el lenguaje: comas, puntos. La necesidad de encontrar una afinidad entre lo real y lo representado lleva al poeta a esa conjunción, una simbiosis que el poeta busca en este muy logrado poema: El mar se transparenta / en una idea: olas, / con que se identifica / la inteligencia. Cosas / en transparencia, siendo / ondulación en forma / de sal hacia lo blanco / del azul en palomas. La idea (representación mental) tiene su analogía en un ente real (el mar), como si la búsqueda de la asimilación del mundo real al que solo lo representa fuese una necesidad para dar sentido y entidad al mundo, el poeta necesita esa analogía para sentirse vivo realmente. Después nos lleva al lenguaje, donde convive la palabra y la naturaleza, dos esfuerzos de asimilación que el poema consigue: Un brillo lento irisa / el cielo gris de comas. / Alas en vuelo leve. / Picos, patas, gaviotas / no vuelan, se suceden / en círculo, redondas, / y pigmentan de puntos / alas, hilos y olas. Como si la página en blanco se llenase de imágenes, las comas son los espacios de luz del cielo, pausas en nuestro pensamiento cuando lo miramos en su enorme trascendencia, los puntos son sin duda las grafías que hacen las gaviotas, son representaciones de esa dualidad, lo real y la ficción que es su espejo en la página. La necesidad de crear, no dejar que el tiempo de la meditación gane al de la acción se conjugan en este libro, buscando una asociación de imágenes que tengan su espejo en el idioma, único capaz de acercar el poderoso y fascinante mundo real al lector. En 1989 llega Semáforos, semáforos, un libro que fue premiado con el II Premio Internacional Loewe con un jurado presidido por Octavio Paz y compuesto por Carlos Bousoño, Antonio Colinas, Francisco Brines, Juan Luis Panero y Luis Antonio de Villena. El esfuerzo de Jaime Siles de acercarse a lo cotidiano, dejando la poesía metafísica o más intelectual, logra un libro fresco, lleno de imágenes muy logradas, donde podemos ver el gran espíritu observador del poeta que en toda situación saca partido de una realidad que podemos ver desde lo real o desde sus apariencias. El poeta utiliza el mundo real para crear un mundo de imágenes que lo acerquen al mundo moderno, porque este también tiene su luz, su fascinación, no todo empieza y acaba en el mundo clásico, el mundo moderno contiene briznas de luz, que le sirven para hacer un libro de gran contenido estético, donde el lenguaje, su poder de representar la realidad, cobra relevancia. Como dijo muy bien Sergio Arlandis en Cenotafio, el mundo real aparece adaptado al ritmo clásico para quebrar el simulacro de cotidianeidad y reforzar el concepto de artificio (p. 72-73). Cierto, porque los poemas navegan en esa línea donde se da paso a una simbiosis entre lo visual (el video clip, el zoom (del lenguaje cinematográfico) con el ritmo clásico, pero sometido a un dinamismo vertiginoso, parecido al cine, se trata de imágenes que se suceden con rapidez, lo que me recuerda al esfuerzo de Gimferrer en La muerte en Beverly Hills (1968), lo que emparenta este libro al estilo de los novísimos, al que Siles también perteneció. Lo vemos en unos versos de uno de los más famosos, que da título al libro, ‘Semáforos, semáforos’: La falda, los zapatos / la blusa, la melena. / El cuello, con sus rizos. / El seno, con su almena. / El neón de los cines / en su piel, en sus piernas. / Y en los leves tobillos, / una luz violeta. / El claxon de los coches / se desangra por ella. / Anuncios luminosos / ven fundirse sus letras. / Cuánta coma de rímel / bajo sus cejas negras / taquigrafía el aire / y el aire es una idea. Como vemos, hay ritmo trepidante, como en el cine, la visión de la mujer, su descripción renacentista, del cuello al seno, también tenemos la versificación clásica, no utiliza el verso libre, más acorde para un poema de estilo posmoderno, sino versos heptasílabos, también la alusión al lenguaje de nuevo (coma, taquigrafía, idea) y un deseo de iluminar el poema, como si la luz lo fuese todo (campo semántico clave en estos versos y en todo el poema: neón, luz violeta, anuncios luminosos, fundirse sus letras). Sin lugar a dudas, el poeta crea, desde su herencia, un poema que contenga todo lo necesario para que el lector se deje llevar por su ritmo, por su estética y por una lectura que no se rompa, ante el poder de las imágenes. La realidad, por tanto, puede ser representada, llevada al papel, para que el lector contemple fascinado el ritmo de los versos en analogía clara con ese universo donde triunfa la mujer hermosa y su escenario de luces de neón. El lenguaje ya no tiene límites, conviven mundos antagónicos, pero que sí viven en la imaginación del poeta valenciano, en una especie de surrealismo que late en su necesidad de hacer un poema muy visual, donde todo quepa: Lloran los diccionarios / lloran las azoteas / y dicto mis mensajes / en una lengua muerta. Sin duda alguna, Jaime Siles arriesga y vence en el combate por hacer que el idioma pueda ser clásico y moderno, por esa conjunción de mundos en pleno esplendor, el de los semáforos, los escaparates, la mujer bella y el de las palabras arraigadas a la melancolía (otoño de terrazas, costura del cielo, blondas de niebla). En Himnos tardíos (1999), el poeta valenciano ya se deja llevar por otro mundo, sabe que el creador debe contar con el lector, dejando a un lado el valioso experimento realizado en Semáforos, semáforos, ahora el lenguaje es un nosotros, que debe contar con el lector, en la idea ya expuesta por mi anteriormente, legado de uno de los grandes de la poesía valenciana, Brines, donde el lector se convierte en un segundo poeta que enriquece el texto, lo da forma y sustancia, hasta hacerlo un segundo poema. Ya lo dijo Rosa Navarro Durán, en “La poesía de Jaime Siles: la identidad y el lenguaje”, esclarecedor prólogo a la antología poética de Siles, publicada por el Magnánimo en el año 2007, cuando decía que Siles se identifica en el libro desde un yo poético a un nosotros, ya que es necesario el lector, para que el poema sobreviva realmente. Sin duda alguna, el libro está tamizado de desengaño, ya queda lejos el optimismo de Semáforos, semáforos, donde todo era juego, el poeta valenciano vuelve a su meditación existencial, una metafísica necesaria para entender sus obsesiones creadoras. Convive entonces un mundo que se va abriendo al lector con la complejidad de un desencanto vital, que el poema, a través del lenguaje, pretende desbrozar. Arlandis señala en Cenotafio que es la imperfección de la vida, lo que lleva al poeta a ese desencanto y los poemas dan fe de ello. Por lo tanto, me parece interesante comentar uno de los que más me gustan, para ejemplificar ese deseo de exponer la insuficiencia de la vida para el hombre meditativo, me refiero a “Pasos sobre el papel”, en este poema ya dice el vate valenciano que las palabras se van, llegan y no permanecen, tienen su fragancia, su perfume, pero de repente, se deshilachan con la impronta de su propio vacío, quizá el lector pueda recomponer lo ido, pensamos los lectores del poema: Hoy todas las palabras me vinieron a ver. / Iban todas vestidas y yo las desnudé. / Tenían agua dentro y yo se las quité. / Bebí toda su agua y me quedó su sed. / No me quedó su habla: me quedó su mudez. Sin duda alguna, el lenguaje llega y se anuncia, pero el poeta lo vacía, tras haber mancillado la virginidad de la palabra, solo queda su silencio, su mudez. Necesitamos al otro (tema clave del libro) para que ese himno, acorde con el título del libro, pueda vivir y no nos deje huérfanos de su esplendor, por ello, dice en otros veros del poema: Las palabras son pasos dados sobre el papel / hacia nosotros mismos pero con otra piel. / Ellas y nosotros formamos un vaivén / en el tiempo que dura nuestro yo en otro quien. Palabras que van y vienen, que no nos pertenecen, que son nuestras y de nadie, ese es el tema clave que sustenta el libro, donde Siles logra, probablemente uno de los mejores libros de su obra poética, esos himnos tardíos ya llegan tarde, están lejos y cerca y en ninguna parte. Después surge Pasos en la nieve (2004), otro libro que me ha interesado mucho, porque Siles completa sus obsesiones creadoras y nos dice que las palabras están en la página para que brillen por un momento, aunque sean evanescentes, como la propia vida. Como dijo Francisco Ruiz Soriano sobre el libro, en un extenso artículo, este busca la salvación por la memoria poética a través de preocupaciones existenciales (p. 133). Cierto, ya que el libro quiere que el recuerdo nos salve de la muerte total que nos asedia y las palabras son náufragos de ese derrumbamiento que supone la vida, son botes salvavidas, a través de la memoria y de su espíritu de evocación, para que nada acabe del todo, que el papel (nieve) se llene de pasos (palabras) que nos ayuden a vivir, el poder regenerador y salvador del idioma y de la palabra es indudable. Aparecen recuerdos de países vividos, amados, pero también personas, todo vale en ese deseo de no morir que significa el libro, comento, para no extenderme demasiado, unos versos del poema ‘Volver’, dedicado a Leopoldo de Luis:
Volver mañana y siempre. / Volver, siempre volver / a la vez de las voces / y a la voz de la vez. / Vivir en los instantes /de una y otra piel / y en la plegada imagen / que son sobre el papel. / En ese doble puente / donde página y piel / confluyen, abismarse: / resbalar hacia el ser. Sin duda alguna, el volver nos salva, el recordar no nos aniquila, nos deja intactos ante el poder devastador del paso del tiempo y el lenguaje ayuda, sin duda, a evitar el destrozo de la vida sobre nosotros. La página y la piel se hermanan, porque late dentro de nosotros el deseo de inmortalidad, de no dejar de ser, la evocación, a través del poema, devuelve al lenguaje su poder y a nosotros nos sana para siempre, pese a que nunca olvidamos que vamos muriendo, en la senda del gran Manrique. Concluyo, diciendo, que vuelve en sus últimos libros, a ese deseo de explorar la vida, de desvelar y desbrozar la madeja de lo aparente, como demuestra Colección de tapices, cuando dice, en el poema titulado ‘Tapiz marino’, lo que sigue: Existe lo que vemos / o aquello que perdimos? / ¿Existe lo que somos / o solo lo que vimos? / ¿Existe lo que existe / o solo es un río / cuya corriente arrastra / nuestro yo sucesivo? Todo son preguntas, nada está claro, el poeta conoce la duda y nunca hay certezas, su inteligencia, como un bien y un mal que lo rodea como gangrena, le lleva a meditar, a sufrir por lo vivo, en una eterna contradicción entre lo real y lo imaginado, el lenguaje, sin duda le acompaña, pero, ¿es real o también es un sueño como la propia vida? No lo sabemos, la poesía de Jaime Siles sigue interrogando al mundo, como el cisne de Darío ante la incertidumbre del ser humano hacia la belleza, con su esplendor y su ruina, que nos rodea, cada día. Con sus últimos libros, Actos de habla y Desnudos y acuarelas, ambos del 2009, el poeta sigue buscando el por qué de la existencia, el por qué el lenguaje no basta para representar la realidad y nos ofrece un claro ejemplo de gran poesía, de hondo calado existencial. |
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LOS AÑOS DE FORMACIÓN DE JACK KEROUAC ALGUNAS FUENTES FILOSÓFICAS EN LA NARRATIVA DE JORGE LUIS BORGES EDWARD LIMÓNOV: EL QUIJOTE RUSO QUE SINTIÓ LA LLAMADA A LA ACCIÓN EXILIO Y CULTURA EN ESPAÑA VIGENCIA DE LA RETÓRICA: RALPH WALDO EMERSON, MIGUEL DE UNAMUNO Y EL AYATOLÁ JOMEINI LA VISIÓN DE RUBÉN DARÍO SOBRE ESPAÑA EN SU LIBRO "ESPAÑA CONTEMPORÁNEA" PUNTO DE NO RETORNO JOSÉ MANUEL CABALLERO BONALD: ENTRE LA NOCHE Y LA CREACIÓN EL HIELO QUE MECE LA CUNA NO FUTURE MUERTE EN VENECIA: DE LA NOVELA AL CINE GUILLERMO CARNERO: DEL CULTURALISMO A LA POESÍA ESENCIAL ARCHIPIÉLAGOS DE SOLEDAD DENTRO DE LA PINTURA JUAN GOYTISOLO, NUEVO PREMIO CERVANTES, LA LUCIDEZ DE UN INTELECTUAL CONTEMPORÁNEO LA INFLUENCIA DE LUIS CERNUDA EN LA OBRA DE FRANCISCO BRINES EL LENGUAJE POÉTICO, REALIDAD Y FICCIÓN EN LA OBRA DE JAIME SILES EL ENSAYO COMO PENSAMIENTO GLOBAL EN LA OBRA DE JAVIER GOMÁ DESIERTOS PARADÓJICOS, DESIERTOS MORTÍFEROS DOS POETAS ANDALUCES Y UNA AVENTURA EXISTENCIAL "NEO-NADA", DE DOMINGO LLOR EL SOMBRÍO DOMINIO DE CÉSAR VALLEJO LAURIE LIPTON: DANZAS DE LA MUERTE EN UNA ERA DEL VACÍO MUJICA. LA SAPIENCIA DEL POETA IMITACIÓN Y VERDAD. JOHN RUSKIN LA OBRA LUMINOSA DE ÁLVARO MUTIS A TRAVÉS DE MAQROLL EL GAVIERO SIEMPRE DOSTOIEVSKI. REFLEXIONES SOBRE EL CIELO Y EL INFIERNO ANÁLISIS DEL PERSONAJE DE OFELIA EN HANMLET DE WILLIAM SHAKESPEARE EL QUIJOTE, INVECTIVA CONTRA ¿QUIÉN? ESQUINA INFERIOR DERECHA, ESCALA 1:500 BAUDELAIRE Y "LA MUERTE DE LOS POBRES" "ES EL ESPÍRITU, ESTÚPIDO" CONEXIÓN HISPANO-MEJICANA: JUAN GIL-ALBERT Y OCTAVIO PAZ LADY GAGA: PORNODIVA DEL ULTRAPOP LA BIBLIA CONTRA EL CALEFÓN. LAS IMÁGENES RELIGIOSAS EN LOS TANGOS DE ENRIQUE SANTOS DISCÉPOLO VILA-MATAS, EL INVENTOR DE JOYCE. UNA LECTURA DE "DUBLINESCA" UNA BOCANADA DE AIRE FRESCO: EL NUEVO PERIODISMO COMO LA VOZ DEL ANIMAL NOCTURNO. BREVES ANOTACIONES SOBRE LA TRAYECTORIA POÉTICA DE CRISTINA MORANO JOHN BANVILLE: LA ESTÉTICA DE UN ESCRITOR CONTEMPORÁNEO KEN KESEY: EL MESÍAS DEL MOVIMIENTO PSICODÉLICO CINCUENTA AÑOS DE UN LIBRO MÁGICO: RAYUELA, DE JULIO CORTÁZAR LA INCOMUNICACIÓN Y EL GRITO QUEVEDO REVISITADO: FICCIÓN, REALIDAD Y PERSPECTIVISMO HISTÓRICO EN "LA SATURNA" DE DOMINGO MIRAS LAS RIADAS DEL ALCANTARILLADO MÚSICA EN LA VANGUARDIA: LA ESCRITURA DE ROSA CHACEL MULTIPLICANDO SOBRE LA TABLA DE LA TRISTEZA: UNA APROX. A LA TRAYECTORIA POÉTICA DE JOSÉ ALCARAZ RUBÉN DARÍO EN LOS TANGOS DE ENRIQUE CADÍCAMO THE VELVET UNDERGROUND ODIABAN LOS PLÁTANOS "TREN FANTASMA A LA ESTRELLA DE ORIENTE" DE PAUL THEROUX: EL VIAJE COMO FORMA DE CONOCIMIENTO EL TEMA DEL VIAJE EN LA PROSA FANTÁSTICA HISPANOAMERICANA GUERRA MUNDIAL ZEUTA LA HAZAÑA DE PUBLICAR UN NOVELÓN CON SOLO 25 AÑOS JACINTO BATALLA Y VALBELLIDO, UN AUTOR DE REFERENCIA EL OJO SONDA: LA MIRADA DE TERRENCE MALICK SURF Y MÚSICA: MÚSICA SURF EL PERSONAJE METAFICCIONAL DE AUGUST STRINDBERG MARCELO BRITO: PRIMEROS PASOS HACIA EL TREMENDISMO EN LA OBRA DE CAMILO JOSÉ CELA EPIFANÍAS JOYCEANAS Y EL PROBLEMA AÑADIDO DE LA TRADUCCIÓN EL VALLE DE LAS CENIZAS RASGOS BRETCHTIANOS EN "LA TABERNA FANTÁSTICA" DE ALFONSO SASTRE AL OESTE DE LA POSGUERRA. JÓVENES EXTREMEÑOS EN EL MADRID LITERARIO DE LOS CUARENTA LORD BYRON Y LA MUERTE DE SARDANÁPALO JUAN GELMAN. UNA MIRADA CARGADA DE FUTURO FRANZ KAFKA: UN ESCRITOR DISIDENTE Hemeroteca
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