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TOCAMOS TODOS LOS PALOS, INCLUIDOS LOS DEL FLAMENCO
por HÉCTOR TARANCÓN ROYO El hombre no tiene una sola y única vida, sino muchas, enlazadas unas con otras, y ésa es la causa de su desgracia. (Chateaubriand, citado en Auster, 2011: 7) El viento mece las velas, bailan en el mar mientras José Alcaraz, nacido en 1983 en Cartagena, observa cómo se pierde el puerto a lo lejos, cómo se difuminan los contornos poco a poco en el viaje hacia el centro de la existencia humana, cruzando sin prisa la calma de la felicidad, batiendo el envite de las fuertes olas de la tristeza. Dando rodeos, visitando otros lugares en busca de su Ítaca personal, con añoranza y optimismo, sin dejar de pasar, de forma obligatoria, por la fatalidad de la Laguna Estigia: la felicidad como superación de los momentos de tristeza. Como la pulsión tejedora de Penélope, como el Destino tejido por Las Moiras, y las vidas acumuladas, que no terminan de acabar, en 2006 comienza La tabla del uno (Accésit Injuve, 2012) para (re)componerla a lo largo de los años, en el fragor de las experiencias, resultando una nueva producción, más matizada y profunda, como estadio intermedio de la tristeza. Al ritmo de la multiplicación, además, confirma su presencia con Usted está aquí (Premio Murcia Joven, 2007), primera incursión en el panorama literario, al mismo tiempo que oda a la visión poliédrica juvenil, caracterizada por su acercamiento y fascinación únicos. No obstante, como lo de las matemáticas, por desgracia, no encajaba muy bien para un hombre de hispánicas, decide seguir la máxima de Roland Barthes: escribir en blanco, dejar que los sentimientos afloraran sin dejarse abatir en Edición anotada de la tristeza (Premio de Poesía Joven de RNE 2012), donde los versos sobrevuelan las páginas a baja altitud, rozando el riesgo, palpando la vida: la propia huella del lector. Tres obras, todas premiadas, juegan en la rayuela temporal compartiendo vivencias, erigiéndose como verdaderos palimpsestos, siempre inacabados, a la espera de completarse con las sensaciones del lector. Finalmente, con el ánimo de no fallar prematuramente, nos deshacemos del diabólico tiempo del reloj (como bien decía Cortázar), para dejar que los conceptos que destilan los poemas fluyan, vertiginosos e incandescentes, por el texto sin sujeción alguna. A modo de conclusión, un truco: los versos dan cuenta de la esencia de la existencia humana, por lo que pueden mezclarse sin problemas, nada perderá su sentido. Emprendamos el viaje, nada volverá a ser lo mismo. «Entonces, ¿por qué no palparnos, de arriba abajo, para ver si estamos todos o nos falta algún trozo de espíritu?, ¿por qué no vivir todo si el mundo es cuestión de todos? Ubiquémonos. Encontrémonos» (Alcaraz, 2007: 10), situémonos en la cartografía emocional de la sociedad, tracemos circunferencias que nos permitan (re)encontrarnos, porque «la vida ha enterrado el mapa, / no el tesoro» (Alcaraz, 2013: 7). La recompensa tintinea a la espera, el objetivo es encontrar los detalles sutiles de la vida, buscando los sueños, disfrutando de la experiencia en comunidad. En todo caso, se trata de sintonizar una banda sonora en concreto, que José Daniel Espejo interpreta a la perfección al enfatizar en los versos de 2007 los compromisos, y los ideales, que modelan nuestro futuro, el tono enérgico que emana de uno mismo para adherirse a los demás, así como el tono atrevido y sencillo presente en toda la obra: «la clave está en la búsqueda de un ideal: el de una visión (mejor diríamos cosmovisión) totalizadora capaz de extraer lo concreto sin perder de vista el plano general en, vuelvo a machacar, el aquí absoluto y el absoluto ahora» (Espejo, 2008). Presta atención, «no desatiendas nunca ni la tierra ni el cielo. / Cuida de tus principios, educa tus finales. / En un cuaderno limpio mantén al día siempre / tus sentimientos. Llora, para limpiar la atmósfera / de malas emociones. Y si algún día tiemblas / sin remedio, convéncete de que tú sólo vibras» (Alcaraz, 2012: 63). Transmite tu propia energía como un altavoz a todo volumen a todas las personas que lo merezcan, crea tu propia historia, tu propio mundo, lejos del ruido desinformativo, no dejes que corten tu voz: «me suena demasiado esta leyenda, / tanto como me suenan los hombres ignorados, / la sociedad perfecta, las ideas gastadas, / la desinformación, las tarjetas de crédito… // Pero hay un tiempo / de paz y de sosiego, / fíjate bien, / tras el atronador ruido de los anuncios / de la televisión. / Entonces reflexiona» (Alcaraz, 2007: 19). Propongamos nuevas formas de contactar en la presentidad, en la corporalidad del instante, silenciando las tecnologías, las sirenas que nos intentan atraer. Hay que hacer un esfuerzo por «comprender. / Comprender. / Comprender. / Extenderse / como una mancha de alegría / en la conciencia» (Alcaraz, 2013: 15). No es fácil irradiar, y la energía deviene en muchas ocasiones en una rabia y furia ante el ilógico devenir de la vida sin objeto, vacía: «cuando me ocurre abismarse así es porque no hay más lugar para mí en ninguna parte, ni siquiera en la muerte. Es un duelo artificial, sin trabajo: algo así como un no-lugar» (Barthes, 2005: 22), apretamos profundamente desilusionados los dedos contra la injusticia, contra el sentido de la existencia, como Roy Batty al hacerlo con su creador en Blade Runner (1982). De este modo, escribir es, en cierto modo, un proceso continuo de tensión, de tour de force contra el vacío blanquecino, de puesta en escena con los males danzando, con final catárquico: «La he desatado, una vez más. La ato y la desato de forma rutinaria» (López, 2013: 52). La escritura es caprichosa, nos inspira y nos esquiva, pero es necesaria como modo de expresión frente a la vida: «Pero eso es justamente lo que necesito, tensión. Si ahora perdiera empuje, me desmoronaría. Saldría volando en cien direcciones diferentes, y nunca sería capaz de recomponerme» (Auster, 2011: 35). Aunque expresar los sentimientos siempre es una tarea incompleta, non finita: «Trazar otra vez la misma distancia. La distancia de la partida en la que quedaste partido. Partida que no supiste ganar y que habrás de repetir una y otra vez. Para volver a perder. Para volver a partirte» (Hernández Navarro, 2011: 14), en constante acecho de volver a recaer: «ha sido fuerte, pero es frágil, ya se está desmoronando. ¿No lo oyes? ¿No oyes cómo se derrumba?» (Serrano Larraz, 2013: 145). Por eso Alcaraz se muestra como un observador en la lejanía de los anteojos, como un flâneur fantasmal, que (des)aparece, que pasea por la vida, con maleta llena de recuerdos y paraguas protector, que recupera los instantes desapercibidos a diario: «Sale el sol y el parque alumbra / otro niño al que se le escapa un globo. / Unos se fijan en lo alto que sube, / otros en el llanto del pequeño, / hay quien ve una metáfora de la vida / (hilo frágil que sujetamos / hasta el último instante). / Y yo, que venía a respirar, / siento vértigo por la altura del globo, / pena por las lágrimas del niño, / rabia por la vida, que nos exige / apretar fuerte los puños para sujetarla» (Alcaraz, 2013: 36). Como la nube que atraviesa el cielo, como la cuchilla que traspasa el ojo en un Un perro andaluz (1929): «Quieren ponernos / una venda en los ojos / y no saben que es la cinta / que vamos a cortar / en la inauguración / de una nueva mirada» (Alcaraz, 2013: 19). Mirar los acontecimientos bajo una nueva perspectiva, como esos palimpsestos antes mencionados, aunque puedan producirnos una asimetría irrecuperable: «Pensé que cuando conocemos mejor a las personas, estas dejan atrás imágenes de ellas mismas, visibles solo si nos esforzamos para verlas: las que tenían cuando nos produjeron impresiones que no se corresponden totalmente con las que un tiempo después ya nos hemos hecho de ella, corregidas. Desconocidos perfectos, fantasmas mudos que solo recuperan su elocuencia en nuestra remembranza o a través del ejercicio de la fantasía» (López, 2013: 43). Los momentos, en una mirada de Jano, capaz de ver de manera simultánea el origen de los acontecimientos y su final, nos obligan a pararnos a reflexionar: «Qué bueno haberme dado la vuelta / a mitad de tantos caminos, / elegir otros que ni siquiera lo parecen, / desmitificar las oportunidades, / los beneficios, el orgullo. // La gente lo llama perder trenes, / pero trenes —como dice / Jorge Riechmann en su poema— / solo son los que conducen a uno mismo. // Billetes por favor. / Salimos cuando a mí me lo parezca» (Alcaraz, 2013: 52). Los versos nos ofrecen una multitud de sensaciones que entran dentro de nosotros para acompañarnos: «La verdadera vida no es reducible a palabras habladas ni escritas, por nadie, nunca. La verdadera vida ocurre cuando estamos solos, pensando, sintiendo, perdidos en el recuerdo, soñadoramente conscientes de nosotros mismos, los momentos submicroscópicos» (DeLillo, 2010: 27). Por esto, como también sugiere Paul Auster en Fantasmas (1986), el lector deja su huella en la obra, pero también debe inscribirse en el espacio vacío, llenando los segundos, dosificando las notas, los poemas, asumiendo esa perspectiva durante todo el día. De esta manera, podremos ver lo que el poeta ha visto, sentir lo que él ha sentido, experimentar lo que una vez fue, tocar, en definitiva, el vértigo al andar: «Hablar con uno mismo / es ir haciendo patria / del corazón. // Para cualquier viaje, / para cualquier paseo, / el espíritu / de una mudanza. // […] Una tarde luminosa, / sin índices / ni prólogos. // Tan sólo ser. // El perfume / es la mejor / de las ausencias. // Cada vez / más / cadáver. // Vivo aconteciéndome» (Alcaraz, 2012: 81-82). Tú, lector, «tú que me estás leyendo, ya tienes media culpa / de este poema. / Te has ganado el permiso, / la licencia para matar / cualquiera de mis pensamientos, / porque ahora también son tuyos. / Pero, cuidado, / piensa que cuando me abandones / tus recuerdos serán / las huellas de este dulce crimen, / y sólo yo, / arrugado entre las palabras, / el cuerpo del delito» (Alcaraz, 2012: 65). En la lejanía «alguien habla en voz alta / de la canción perfecta. Dice / que ha de tener poesía en los versos / e invitar al baile. // La imagino, a medida que la voz / de quien la define queda al fondo. / Y me veo bailando esa canción / extasiado por el ritmo, / creyéndome parte del aire, / de todo el universo, ilimitado. // Hasta que la música, de pronto, se detiene / a escuchar esa parte de certeza incómoda / que con su espada de silencio / atraviesa el corazón de los poemas, // y, como en el juego de las sillas, / pierdo, vuelvo a quedarme de pie, / vuelvo a quedarme solo» (Alcaraz, 2012: 85). Quedarse solo, sumergirse en el mar, disfrutar de los silencios. Son las consecuencias de alejarse, ¿o no? Juan de Dios García analiza la tristeza característica del poemario de 2013 desde el frío, desde otra visión que enfatiza el margen, el distanciamiento necesario que no se deja abatir: «Muchas de estas notas son poemas de situación emocional y, otras, de reflexión sensitiva, de pensamiento que impresiona, de sacudida breve y directa. Todos ellos con su dosis de entusiasmo, melancolía, belleza o lo que tenga a bien llegar a la orilla de los versos […] Nuestros fracasos, pues, aparecen mezclados con nuestros éxitos más felices» (García, 2013). Desde este punto de vista, le damos la vuelta al asunto para decir que la felicidad, más bien, se produce por la superación de los fracasos, del sentimiento de realización ante el imparable giro de la vida: «y él [Proust] mira hacia atrás y decide que todos esos años en los que sufrió, aquellos fueron los mejores años de su vida, porque le hicieron ser cómo era» (Dayton y Faris, 2006). Como bien dice el autor ante las oportunas preguntas de Ruby Fernández: «Me gustaría aclarar que escribí el libro en nombre de la tristeza que aprende y no se deja abatir. Esa no teme nada. Ahora mismo la imagino como una bala que, en vez de entrar, sale de la herida» (Fernández, 2013). Enfrentarse contra la adversidad es arduo, pero obligatorio y, con el paso del tiempo, satisfactorio, por lo que no es de extrañar que, en esta línea, a veces partida, encontremos un uso, muy sugerente e inteligente, del humor: «¿Te imaginas que Dios existe / y que al buscar en Google la palabra Universo / no lo reconoce ni de milagro? // Asusta suponerlo: / si también los dioses tienen amnesia, / ¿qué dèjá vu ancestral / hará que vuelvan a creer en nosotros?» (Alcaraz, 2007: 12), quizá no haga falta, ya que «[…] Tal vez no te parezca nada justo, querida / pero, como ya sabes, la justicia / es un gran cuento chino, / o romano, no sé. / Además, esto sólo es un poema» (Alcaraz, 2007: 16), o también una forma alternativa de aprovechar el tiempo: «Vaciar relojes de arena en la playa, / sería una bella forma de perder el tiempo» (Alcaraz, 2013: 33). Y esta manera no es casual tampoco, ya que, progresivamente, los poemas se escapan, como granos de arena, entre los dedos, en el aire, en nosotros mismos… Las frases se cortan, se interrelacionan, y también se alejan jugando al escondite, resultando, sobre la unicidad de los versos, una autonomía conceptual magistral. En el primer poemario las disposiciones varían sin demasiada atención a las rimas, jugando con el espacio: no sólo es importante qué se dice, sino cómo se dice, para más tarde introducir en su última obra las gotas de lluvia caídas, como un animal agazapado en la hierba, un catálogo de las emociones irrepetible, que hace pensar que «la vida discurría en voz baja, se movía con una lentitud astuta, como un animal acorralado en su madriguera. El mundo parecía estar a siglos de distancia» (Baricco: 2005, p. 42). El círculo, poco a poco, se está terminando de abrir (porque cerrarlo, está comprobado, es imposible). Mirando al paisaje nos (re)encontramos: «Era extranjero. Aún no lo sabía: / en los Balcanes se habla con la nieve. // Alguien se lo contó mientras buscaba / la niñez contenida en tres bobinas / de celuloide mudo: hilanderas / griegas iban tejiendo el horizonte / de sus últimos días en Avdella // […] Sangre y persecución. No entiende ya en qué guerra ha combatido […] Era extranjero, pero entonces supo: la guerra está tan cerca que parece estar lejos» (García, 2014: 28-29). Una lejanía irrepetible ante los acontecimientos, un buceo por uno mismo, un pensamiento honesto en el mundo que nos relata Rilker, su gran poeta: «No hay medida en el tiempo: no sirve un año, y diez años no son nada; ser artista quiere decir no calcular ni contar: madurar como el árbol, que no apremia a su savia, y se yergue confiado en las tormentas de primavera, sin miedo a que detrás no pudiera venir el verano. Pero viene sólo para los pacientes, que están ahí como si tuvieran por delante la eternidad» (Rilker, 2014: 41-42), «esto, sobre todo: pregúntese en la hora más silenciosa de su noche: ¿debo escribir? Excave en sí mismo, en busca de una respuesta profunda. Y si ésta hubiera de ser de asentimiento, si hubiera usted de enfrentarse a esta grave pregunta con un enérgico y sencillo debo, entonces construya su vida según esa necesidad: su vida, entrando hasta su hora más indiferente y pequeña, debe ser un signo y un testimonio de ese impulso» (Rilker, 2014: 26-27). That’s How People Grow Up, canta Morrissey en la lejanía de la melancolía. «El amor se hace amor en el recuerdo / al igual que los hombres se hacen hombres / en su reflexión» (Alcaraz, 2007: 17). La vida nos ahoga, pero sólo buceando se encuentran los tesoros. Burbujeando, segundo a segundo, sin parar de buscar en el fondo. «No se puede estar siempre pensando en lo que habría podido ser. Hay que pensar que la vida que uno lleva es tan satisfactoria, o incluso más, que la de los otros, y estar agradecido» (Ishiguro, 1990: 245). «Siempre se vuelve a él con más gozo, con más gratitud, y, no sé cómo, mejor, más sencillo en la mirada, más profundo en la fe en la vida, y más dichoso y grande en la vida…» (Rilker, 2014: 40). Encontrando la recompensa, atesorando las ganancias. «El libro ha sido mi monasterio; el silencio, / mi maestro; la soledad, mi noviciado. / Y en todo este tiempo, el pensamiento de ser / contra la adversidad / ha prosperado por encima del resto, / como el silencio por encima del ruido» (Alcaraz, 2012: 87). __________ —Alcaraz, J., (2007), Usted está aquí en López García, V. (ed.) et al., Poesía: Literatura Murciana Joven 2007. Murcia, Instituto de la Juventud. —Alcaraz, J., (2012), La tabla del uno en Vives Duarte, Isabel (ed.) et al., Catálogo Poesía Injuve 2012. Madrid: Instituto de la Juventud. —Alcaraz, J. (2013): Edición anotada de la tristeza. Valencia: Pre-Textos (Premio de Poesía Joven de RNE 2012). —Auster, P. (2011): El libro de las ilusiones. Barcelona: Anagrama (2002). —Baricco, A. (2005): Seda. Barcelona: Anagrama (1996). —Barthes, R. (2005): Fragmentos de un discurso amoroso. Madrid: Siglo XXI (1977). —DeLillo, D. (2010): Punto omega. Barcelona: Seix Barral. —Edición anotada de la tristeza (2013) Cortometraje dirigido por Domingo Llor. España, Cartagena. —Espejo, J. D. (2008): “José Alcaraz Pérez / Usted está aquí”, en Trabajando con el vacío [En línea] España, disponible en: http://josedanielespejo.blogspot.com.es/2008/01/jos-alcaraz-prez-usted-est-aqu.html [Consultado el día 20 de abril de 2014]. —Fernández, R. (2013): “Entrevista a José Alcaraz”, en Koult [En línea] España, disponible en: http://www.koult.es/2013/10/entrevista-a-jose-alcaraz/ [Consultado el día 21 de abril de 2014]. — García, J. D. (2013): “Introducción a Edición anotada de la tristeza, en Alcaraz, José, Como no iba diciendo [En línea] España, disponible en http://josealcaraz.blogspot.com.es/2014/04/resenas.html [Consultado el día 21 de abril de 2014]. ___ García, J. D. (2014): Ártico. Valencia: Germanía. —Hernández Navarro, M. A. (2011): Cuaderno […] duelo. Murcia: Nausícaä. - Ishiguro, K. (1990): Los restos del día. Barcelona: Anagrama (1989). — López, J. Ó. (2013): Los monos insomnes. Lisboa: Chiado. —Pequeña Miss Sunshine (2006) Película dirigida por Jonathan Dayton y Valerie Faris. Estados Unidos, Fox Searchlight Pictures / Big Beach [DVD]. - Rilke, R. Mª. (2014): Cartas a un joven poeta. Madrid: Alianza (1903-1904/1908). —Serrano Larraz, M. (2013): Autopsia. Barcelona: Candaya. Imágenes de DOMINGO LLOR basadas en la lectura de Edición Anotada de la Tristeza de José Alcaraz
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