por ANTONIO COSTA GÓMEZ UNA CHARLA En enero de 2018 di una charla sobre la saudade en Gabriel García Márquez en la universidad de Cádiz. No quería hacer algo académico porque odio todo lo académico y acartonado. Para mí la literatura es hacer vivir, como Henry Miller o Jack Kerouac. Quería hablar con espontaneidad y no leer un texto muerto. Me olvidé de un montón de cosas, pero daba igual. Había pocos oyentes, porque estaban de exámenes, pero no importaba. De todos modos, con temas literarios siempre llegamos a poca gente, tal vez basta con que una persona o dos te reciban de verdad. Hablé como un solitario desde la mesa del salón de grados. Quiero darles este texto y que sugiera cosas vivas, que no se pudra en un gabinete académico lleno de polvo digital para disposición de hormiguitas especializadas. Tal vez alguien que me lea reciba algo, como si le hablase a un desconocido con la atención abierta en la estación de Zurich, dispuesto a escucharme porque nada le estorba en una espera entre dos trenes. LA SOLEDAD EN ARACATACA Les hablé de Aracataca, el pueblo que inspiró Macondo, de que es un pueblo solitario, hay una estación vacía por la que pasa un tren de 120 vagones que lleva carbón a Santa Marta y no para allí, el tren tarda mucho en pasar y da una sensación kafkiana, algunas personas se sientan en los bancos desolados a verlo pasar, como personajes de Edward Hopper. Cerca de allí está la plaza alargada, unas letras pintadas recuerdan a Comala, el pueblo hermano en la literatura, Remedios la Bella flota desnuda rodeada de mariposas amarillas con el libro abierto de Gabo, en una esquina hay un pequeño circo solitario con un tiovivo minúsculo. En el pueblo hay muchos billares, lo cual me recordaba la película Newman buscándose la vida, quedan las letras que anunciaban El buscavidas de Robert Rossen, con aquel joven Paul, el antiguo cine y los comercios de los turcos, ahora son otros negocios pero quedan las letras solitarias. Una vez llegó al pueblo un joven holandés que se hizo llamar Tim Buendía, fundó el alojamiento Gipsy Residence en homenaje al Mago Melquíades y puso Aracataca en el mapa del mundo, lo hizo salir en guías importantes, publicó informaciones en páginas web, pero sufrió amenazas y se fue a Los Ángeles. Tim Buendía construyó una Tumba de Melquíades, un espacio lleno de piedrecitas con la frase “las cosas tienen vida, solo hay que saber encontrarla”. El pueblo ni siquiera quiere llamarse Macondo, hubo una votación para cambiarle el nombre, pero ganó el no a Macondo, el restaurante “El patio mágico de Gabo y Leo Matiz” tiene las piedras enormes como huevos prehistóricos de que habla el principio de Cien años de soledad, fotos de Gabo, una máquina de escribir nostálgica, homenajea también al fotógrafo Leo Matiz, al que admiraba Frida Kahlo, y exhibe en grande esa foto en que un marinero está solo entre sus grandes redes. Tiene gracia que un fotógrafo se apellide Matiz. Hay poca iluminación por las calles. De noche, el pueblo parece flotar cerca de las estrellas, las casas bajas se esconden detrás de la vegetación, la casa de Gabo es un diseño abstracto y posmoderno, unas habitaciones con paredes altas casi vacías, con objetos simbólicos en medio de ellas, una mesa para fabricar peces, un ejemplar viejo de Las mil y una noches. Lo que si está es el legendario Corredor de las Begonias, y en el jardín queda el ficus gigantesco donde ataron a José Arcadio Buendía. Le pregunté un día a Jaime García Márquez sobre la casa y me dijo que estaba bien, por lo menos se hacía un homenaje a su hermano. Aracataca surgió de la nada a finales del siglo XIX y casi volvió a la nada, está fuera de la carretera principal que lleva a Bogotá. Cuando yo llegué me llevaron unos chicos en moto al centro; una vez fue animadísima, cuando llegó la Compañía Bananera de Estados Unidos, en el autobús hacia allí se ven otra vez grandes plantaciones de plátanos y se cruzan puentes cubiertos que recuerdan Los puentes de Madison de Clint Eastwood. El pueblo está al pie de la Sierra Nevada de Santa Marta, no lejos del mar. Con la compañía hubo una prosperidad legendaria, llegaron productos del mundo entero, tiendas de todas clases, prostitutas francesas, todo tipo de sofisticaciones, se movió tanto dinero que se encendían cigarrillos con billetes de dólar, y todo se derrumbó cuando fue la masacre terrible. Hubo unas protestas de los trabajadores por sus condiciones de vida, incluso solo cobraban en bonos para comprar en tiendas de la compañía; un gobierno conservador mandó al ejército, un general hijo de puta convocó a miles de personas en la estación de tren y los declaró bandidos, les dio cinco minutos para marcharse, los masacró sin piedad; después el ejército cazó por las casas a todos los sindicalistas y activistas obreros, no se sabe si fueron dos mil muertos o muchos más, esa masacre provocó crisis parlamentarias, pero nunca fue castigada, después la compañía bananera se fue y Aracataca se hundió en el olvido, los americanos tenían su propio pueblo separado con alambradas, allí tenían sus chalets lujosos y sus piscinas y sus damas sofisticadas tomando el sol, todavía se ven ahora las alambradas y los chalets restaurados, se marcaba la frontera clara entre dominadores y dominados. LA SOLEDAD EN CIEN AÑOS Aracataca tiene mucho en común con Macondo, el pueblo de la novela. En la plaza principal hay un árbol solitario que se llama Macondo, es un árbol raro que es más grueso por arriba que por abajo. Gabo dijo que cuando se marchaba de Aracataca veía una finca que se llamaba Villa Macondo, pero a ese árbol probablemente lo llamaron así los negros procedentes de África; en el sur de Tanzania hay una cultura que se llama Makonde, sus gentes fabrican unas figuras fascinantes de demonios familiares y los venden en los mercados de la capital. Macondo es un pueblo que fundan unos seres que huyen de más al Este por un crimen de honor, porque alguien duda de la hombría de José Arcadio Buendía, surge de la nada y vuelve a la nada. En Cien años de soledad obviamente el tema central es la soledad, la vemos en el pueblo mismo y en todos los personajes, José Arcadio Buendía acaba solo atado a un árbol hablando con los muertos y perdido en sus sueños, el hombre al que mató está más solitario que él y necesita hablar con un vivo; Aureliano Buendía está tan solo que marca un círculo de tres metros alrededor de él al que no deja entrar ni a su madre; Remedios la Bella tiene la soledad de su belleza desmesurada y de que no tiene interés por la vida concreta, pertenece a otro mundo más cósmico; Rebeca muere en su cabaña solitaria porque le ha fallado el amor de su vida. La vieja Úrsula es la sensatez a lo largo de la novela que equilibra las cosas cuando los personajes se lanzan en caprichos y acciones absurdas, pero al final de su vida, cuando está ciega, es cuando percibe a todos mejor que nunca, se da cuenta de cosas que había ignorado, pero precisamente entonces descartan sus opiniones como frases de vieja chocha, el último Buendía está metido en sus libros y en sus investigaciones y se da cuenta de que el pueblo entero y todo lo que ha vivido es pura literatura, incluso Fernanda del Carpio, a la que Gabo caricaturiza como rígida europea que pone ritmos y ceremonias en el caos y la desorganización de los caribeños, se encuentra radicalmente sola. Macondo está tan solo que, cuando al final de la novela el belga pide que le envíen una avioneta, los europeos la mandan precisamente a Tanzania, donde están los Makonde, y no a Colombia; la prostituta es la amante de un Buendía y la madre secreta de uno de ellos; la soledad atraviesa a todos los seres de Macondo y no tienen una segunda oportunidad sobre la tierra; incluso cuando empiezan a llegar un montón de hijos de Aureliano Buendía los reconocen por la mirada de soledad que tienen todos. LA SOLEDAD EN LAS OBRAS DE GARCÍA MÁRQUEZ Pero la soledad aparece en todos los libros de Gabo, y hay distintos tipos de soledad con distintos significados, en El coronel no tiene quien le escriba aparece el individuo abandonado por la burocracia, como un personaje de Kafka; Gabo admiraba mucho a Kafka, en La hojarasca se habla de los seres que llegaron a Macondo, las hojas arrancadas de las ramas y desarraigadas, pero los propios habitantes de Macondo eran también hojarasca, como en Antígona, un viejo y su hija se empeñan en enterrar a un médico excéntrico al que todo el pueblo odiaba; en Del amor y otros demonios acusan de brujería a una joven porque se mantiene al margen del mundo oficial y conecta más con el mundo de los esclavos africanos; no es que no pudiera aprender la lengua española sino que no le interesaba, y le crece el cabello desmesuradamente como señal de sensualidad (me acordé de la protagonista de Peleas y Melisenda de Maeterlinck y de su pasión y su cabello desmesurado), y se enamora de un sacerdote; aquí aparece la soledad como amor y rebeldía. En La mala hora se ve una vaca muerta en el río al principio de la novela y allí sigue al final; algunos dicen que simboliza la corrupción, pero para mí simboliza la soledad; aparecen unos pasquines acusatorios y todos desconfían de todos; en El otoño del patriarca aparece sobre todo la soledad del patriarca, que no puede confiar en nadie, que no conecta con nadie, y algo parecido puede decirse de Los funerales de la Mamá Grande, perdida en su mansión entre pantanos; Gabo, según su biógrafo Gerald Martin y según su hermano Eligio García, describe en la soledad del patriarca su propia soledad, en El general en su laberinto aparece Bolívar viejo y enfermo, retirado de la Historia, y muere desconectado de la realidad, cuando se dirige a luchar contra la propia Venezuela y nadie ha entendido su sueño de una Sudamérica independiente unida. En Crónica de una muerte anunciada hay una soledad metafísica, el hombre está solo frente al destino, no es solo la soledad ante los prejuicios sociales del honor; todo el mundo intenta evitar su muerte, pero no lo consigue, sus propios asesinos lo anuncian a todo el mundo para que alguien lo impida, y una serie de casualidades conducen a su muerte; en Memoria de mis putas tristes Gabo se inspira en El albergue de las bellas durmientes de Yasunari Kawabata y habla de la soledad de un viejo que trata de comunicarse a través de los objetos y de acciones nocturnas con la prostituta dormida que le presentan todas las noches; en El amor en los tiempos del cólera los dos protagonistas, que se aman sin decirlo durante cincuenta años, deciden al final no bajar nunca del barco en el río Magdalena y separarse del mundo y sus vulgaridades; la soledad en ellos es sueño y romanticismo; en Vivir para contarla Gabo y su madre llegan a una Aracataca espectral y solitaria para vender su casa en ruinas y él trata de mantener su soledad al dedicarse a la literatura contra el criterio de sus padres. En los cuentos aparecen otros tipos de soledad. Por ejemplo, en ‘Ojos de perro azul’ una mujer busca por todas partes quién es el hombre que en sueños le dice la frase “ojos de perro azul” obsesivamente y siguen para siempre perdidos e incomunicados; en ‘Alguien desordena esas rosas’ un muerto solo puede comunicarse con la mujer cambiando un poco las rosas; en ‘Solo vine a hablar por teléfono’ aparece la soledad como angustia kafkiana, la mujer tiene un accidente y la recoge el autobús de un manicomio, y los médicos la retienen allí con tópicos rutinarios y mecánicos, a pesar de sus protestas, y el marido acaba colaborando con los médicos; en ‘El verano feliz de la señora Forbes’ aparece de nuevo la soledad como rebeldía; la señora Forbes es una caricatura de la alemana rígida que impone orden y normas a unos niños, pero de noche anda desnuda por la casa, bebe vino, tiene un amante apasionado, los niños creen que la matan con una botella de vino sacada de un barco pero ha muerto cosida a puñaladas. ‘Maria dos Prazeres’ presenta a una prostituta brasileña que tiene un amante racista y acaba descartándolo, y hace planes para que cuando muera vaya a verla su perro todos los domingos al cementerio; en los cuentos aparecen todas las formas de soledad, como incomunicación, como angustia, como rebeldía, como realización personal, como desamparo ante la sociedad o el universo; en ‘Nabo, el negro que hizo esperar a los ángeles’ el muerto hace que lo esperen los coros de los ángeles porque tiene que aclarar antes algo con el músico que lo llenaba en la taberna; en ‘La noche de los alcaravanes’ los hombres a los que cegaron los alcaravanes ven negada su propia realidad, nadie cree que ese ataque ocurriera, son seres expulsados de todo y de la realidad. LA SAUDADE EN GARCÍA MÁRQUEZ Una forma de soledad que aparece en Gabo y no ha sido comentada es la saudade, es un sentimiento que aparece en Galicia y Portugal, se encuentra en los poemas galaico-portugueses de la Edad Media. Por ejemplo, en ese famoso poema del juglar Meendiño en que una muchacha está en la isla de San Simón, enfrente de Vigo, esperando a su amado, y las olas suben y la separan de tierra, y dice «estaba yo sola en la isla de San Simón / y me cercaron las olas que grandes son / y yo esperando a mi amigo / y yo esperando a mi amigo». También aparece en Teixeira de Pascoaes, el creador del saudosismo, e incluso aparece en Fernando Pessoa, con su nostalgia imprecisa por un Portugal místico y sebastianista. Algunos autores estudiaron las saudades, algunos la comparan con la senshucht alemana o ansia de absoluto. Ramón Piñeiro la definió como el sentimiento de singularidad ontológica del ser humano, de sentirse único y desconectado del universo. También eso es que le da a cada uno su personalidad y su libertad. En todo caso, la saudade se diferencia mucho de la morriña; la morriña es nostalgia de tu pueblo, o de tu país, la saudade es nostalgia de no sabes qué, como aparece en un poema de Rosalía de Castro: «yo no sé lo que busco y que no encuentro / en la tierra, en el aire o en el cielo». García Márquez tenía orígenes gallegos por parte de su abuela materna, por eso su abuela le contaba historias de brujas y de aparecidos, y por eso aparece con frecuencia lo mágico y lo inexplicable en su obra. Además, Gabo admiraba a escritores gallegos, por ejemplo a Álvaro Cunqueiro; llegó a decir que Cunqueiro se merecía el Premio Nobel más que él; Cunqueiro también mezcla distintas culturas con la cultura gallega, une fantasías desaforadas con los detalles más concretos y materiales de Galicia, y hay siempre en él una nostalgia imprecisa de otros mundos. La saudade en Gabo aparece en múltiples libros. Por ejemplo, en Del amor y otros demonios la protagonista tiene nostalgia de un mundo más telúrico e impreciso que la liga a la tierra y a los dioses africanos, la aparta de la doctrina oficial que la condena como endemoniada. Cuando creen que no sabe hablar Gabo dice: «no es que no pudiera aprender el lenguaje, es que estaba más allá de él, no estaba interesada por él. En el cuento ‘Isabel viendo llover en Macondo’ la lluvia enloquecida durante semanas que trastorna la visión del mundo de todos y los deja solitarios también tiene algo de saudade, porque Isabel recuerda los días de calor terrible en que estaba aplastada contra el suelo, por tanto se añora otro mundo que no se sabe dónde está. Remedios la Bella en Cien años de soledad está también apartada de todos por su belleza desmesurada —recuerda a Maria Griselda de María Luisa Bombal, que era tan bella, nadie se comunicaba con ella ni la quería, solo lo intentaba la narradora)—, se marcha a otra dimensión desconocida, se va hacia lo ignorado que siempre añoró. José Arcadio Buendía, amarrado a un árbol, siente un día que avanza por un sueño donde hay miles de habitaciones interminables y no puede agotarlo nunca. De todos modos, él está para siempre metido en los sueños más amplios que la realidad. También el hombre al que mató siente nostalgia de algo que tampoco está en la muerte, es decir, siente saudade. Todos los personajes de Gabo están siempre buscando algo que en realidad no saben qué es, y nunca están contentos con nada, eso es precisamente la saudade. En Crónica de una muerte anunciada, al principio, la madre del narrador canta el “fado del amor invisible”; precisamente esa canción, el fado, es una canción impregnada de saudade y de fatalismo, hay en él una tristeza inexplicable, un sentirse siempre fracasado y deseando algo más pleno, una nostalgia sin remedio. Gabo tiene pocas referencias explícitas a la saudade, pero las tiene muy densas. En El amor en los tiempos del cólera se contrapone el mundo del agua del río Magdalena contra el mundo de la tierra, el primero significa los sueños y la plenitud y la libertad, el segundo indica todos los prejuicios y las vulgaridades y las cerrazones. UN ESCRITOR POPULAR Gabo fue el escritor más popular del mundo y el hombre más rodeado de gente. Eso no es casual. Él siempre buscó ser leído por multitudes; aplicó técnicas modernas y complejas; imitó a Faulkner en los saltos en el tiempo, las elipsis tremendas que omiten decir la acción principal; se inspira en Kafka, al que admiraba, pero sobre todo quiso tener millones de lectores, y lo consiguió por varios procedimientos, uno de ellos es usar las técnicas del periodismo; él vivió de periodista muchos años y varias de sus obras más famosas son reportajes periodísticos como Noticia de un secuestro o Relato de un náufrago; los cuentos de Doce cuentos peregrinos se fraguaron a partir de reportajes periodísticos y tienen el estilo de los reportajes. Gabo prestó atención con humildad y ganas de aprender a expresiones culturales populares. Por ejemplo, una vez visitó en Cuba a Félix Coignet, autor de la novela El derecho de nacer (un médico convence a una chica de que no aborte porque él mismo fue un hijo no deseado y estuvo a punto de no nacer) y el hombre le dio dos consejos claves: el primero, que no haya ningún párrafo sin que ocurra algo, y eso hizo en Cien años de soledad, tiene un ritmo rápido y lleno de acción, siempre están ocurriendo cosas, parece una novela de acción; el segundo consejo fue que no violentase la sintaxis normal de la lengua castellana, y eso hizo también en su gran novela, tiene frases muy largas pero fluyen con naturalidad, tiene mucha imaginación poética pero se entienden fácilmente. También se inspiró en las narraciones orales que le contaban sus abuelos, bebió en el vallenato, que es una especie de balada tocada con acordeón y la voz muy elevada, se dedicó incluso a cantar vallenatos, también imita las narraciones populares de todos los tiempos, como Las mil y una noches, la Biblia, las novelas de caballerías de Europa que tuvieron tanto éxito entre millones de lectores... Por todos esos motivos se acercó a un público amplísimo, que de todos modos se alejó de él cuando publicó libros más vanguardistas como El otoño del patriarca. UN SOLITARIO Y a pesar de todo, Gabo fue un hombre muy solitario, y también con saudade. En su pueblo natal no querían saber mucho de él, lo criticaban por no ayudar económicamente al pueblo, como si eso fuera función de un escritor y no de los gobiernos. Su padre nunca lo respetó del todo: cuando llegaban periodistas de todo el mundo, decía que él también escribía y no sabía por qué le hacían tanto caso a su hijo. En Colombia es un escritor muy discutido, lo critican porque se marchara a México, a pesar de que recibió amenazas de muerte. No se encuadró con rigidez gregaria en ninguna ideología o tendencia: unos lo encuadran en el comunismo, pero cuando viajó en los años cincuenta por Europa del Este se sintió muy decepcionado y no dudó en expresarlo; cuando dirigió una agencia de noticias cubana en Estados Unidos, acabó enfrentándose con el sector más dogmático y tuvo que dejarla. Fue amigo de dictadores, pero también les hizo críticas y trató de salvar con gestiones a personas perseguidas por ellos. Al final de su vida él mismo se sintió reflejado en la soledad de los grandes patriarcas. Su hermano Eligio García Márquez en el libro Así son —lo encontró mi mujer en una basura, sin pastas, y lo encuaderné—, ese libro fascinante de entrevistas con escritores latinoamericanos que necesitaría una reedición, copia párrafos enteros de El otoño del patriarca y se los aplica a él. Llegó a ser un hombre poderoso e influyente en el mundo, pero no se encuadró del todo en nada. Aquí la soledad significa libertad e independencia. Asumió todo tipo de paradojas y contradicciones, lo que le apartó de unos y de otros. Hablaba de los caribeños abiertos, pero cuando llegó famoso a Cartagena de Indias se escondía en su casa, o se iba por ahí cuando la casa se llenaba de visitas para preservar su soledad, y se sentía fuera de todos los tópicos y las trivialidades en las que se convertía su fama, porque la fama, como dijo Sábato, es un conjunto de malentendidos. Él siempre opuso a los costeños vitalistas y espontáneos contra los cachacos supuestamente rígidos y tradicionalistas y europeos (en Colombia hay casi una guerra civil cultural en ese sentido, los de la costa contra los del interior), en una visión caricaturesca y simplista, sin embargo, paradójicamente, los costeños son más cerrados y autosuficientes y no les apetece viajar, y los cachacos viajan más y están más en conexión con el mundo entero; él se siente costeño y nada cachaco, y sin embargo fueron los cachacos los que lo lanzaron al mundo y los que le dieron sus referencias europeas, porque aunque a menudo desdeña Europa, está lleno de referencias europeas, y cuando se fue a México se instaló en el altiplano de la capital, que sería lo cachaco de allí, y no en la Veracruz costeña, donde dijo que se sentía como en casa. Son esas contradicciones las que lo hacen solo e inclasificable. También incide mucho su talante ácrata. Él no tenía una ideología ácrata, pero sí una manera de ser, un estilo en ese sentido, y por eso se separa de las disciplinas de unos y de otros, de los partidos y de las ideologías. De ahí nace su propuesta de eliminar las reglas de ortografía, que tanto escandalizó a la Real Academia. En su discurso de recepción del Nobel, La soledad de América Latina, presenta este continente como un mundo prodigioso y desaforado, tal como lo vieron desde el principio los primeros exploradores, terrible y mágico. Y dice que Europa no lo comprende, que tiene que aplicar métodos menos racionalistas para entenderlo. Una vez más contrapone una América vitalista a una Europa anquilosada, sin embargo él mismo dice que las violencias e injusticias descontroladas de América son cosa del pasado en Europa, y se remite a la cultura europea con Dante y con Homero, y acaba encontrando un terreno común de unión de todos en la poesía, en la literatura como esencialmente poesía, que capta la magia del mundo. Una vez García Márquez contó que se encontraba en Zurich entre dos trenes, entró en un bar, había un pianista en la sombra que animaba a las parejas a besarse con la atmósfera que creaba, era un pianista solitario al que no se le veía en el fondo, pero hacía que otros vivieran y tuvieran magia. Gabo dijo que le gustaría ser como ese pianista, animar a los demás a que vivieran, a que se comunicaran más, a que tuvieran magia. Es curioso, porque también Ernesto Sábato contó que, estando en Zurich entre dos trenes, fue cuando concibió lo esencial de El túnel, que es una de las novelas básicas en que se plantea la soledad, sin embargo lo que Gabo plantea es una soledad creativa y estimulante, una nostalgia que traiga un mundo más amplio a las personas, y Sábato habla de la soledad como incomunicación, pero en el fondo también como nostalgia de no se sabe qué (la mujer mirando al mar esperando una llamada distante), como saudade, igual que en el caso de Gabriel García Márquez. (*) Antonio Costa Gómez (Barcelona, España, 1956). Viajero y narrador.
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por LAURA GIL Andaba un poco alicaída hoy porque abrí un libro por la mañana. Era uno de García Márquez que compré en una librería de segunda mano en Buenos Aires. La dedicatoria decía algo simple; algo demasiado simple: Lucrecia. Navidades 2010. 1as Navidades sin Ernesto. La letra y el color de la tinta y el lado de la página en el que Lucrecia escribió esto me han afectado por completo. Y andaba dolida y en mis pensamientos yo cuando, de repente, se me ha pasado el día y se ha hecho de noche. De camino a casa, he hecho lo que siempre hago, que es cambiarme de línea de metro, pero saliendo a ver el Ring —esa carretera que rodea Viena— iluminado en Navidad. Y allí estaba yo siendo triste, en la calle, esperando al ascensor del metro, cuando ha pasado por mi lado una señora con un carro. Encima del carro llevaba lo que en un primer instante me ha parecido un ataúd. Qué día tan trágico, he pensado. Hasta que aquella mujer me ha empezado a sonreír con una sonrisa de esas que solo se ven en los ojos. Confundida, le he echado un segundo vistazo a aquel ataúd ladeado, con su pata de madera colgando. Y he tardado en caer, pero he caído, en que tenía forma de harpa. Harpa, eso es. Cuánta nota dormía en sus cuerdas. Al darme cuenta de esto la mujer mayor al instante se me ha revelado como lo que en verdad es, y como lo que seguramente lleve siendo toda su vida: un ángel. Un ángel que va por el mundo empujando su carrito de harpa. Y la vida ha continuado. Nos hemos metido en el ascensor, dejando los bosques de luces del Ring en la superficie y, con un poco de dificultad, el ángel le ha dado al botón ‘U2’. Como si estuviera viendo a alguien de la tele, me he quedado de pie, perpleja, fijándome en todos sus detalles: en sus guantes deshilachados, en las gotas de lluvia escurriéndose por la funda de harpa, en su frente arrugada, y en su halo de ángel. Porque juro que llevaba un halo merodeando encima de la cabeza, no muy definido pero marrón. De los corrientes, imagino. Y como si no fuera suficiente esta parafernalia de símbolos evangélicos navideños como para convencer a un alma mortal como la mía, ha pasado otra cosa extraordinaria. El ángel se ha metido en el metro, con su paso tranquilo y su cara cansada, y ha desaparecido delante de mis ojos: a plena luz, detrás de las puertas del vagón al que acababa entrar. No quedaba ni harpa, ni carrito, ni halo, ni mujer mayor.
Me he quedado en el andén, escribiendo esto, y he empezado a echarla de menos. He sacado mi libro de nuevo y, sin tener que abrirlo siquiera, he comprendido un poco más a García Márquez. Desde este episodio me pregunto si el tal realismo mágico es más fantástico que lo que intenta definir. Quizás es un concepto inventado: una conclusión a la que llegaron un grupo de hombres serios chupándose la punta de un lápiz encerrados en un despacho dispuestos a descifrar textos de gente que, a lo mejor, simplemente ve la realidad tal y como es. Quizás la realidad sí es mágica, y lo único que hacen los escritores es transmitirla. Yo solo sé que he visto a este ángel, y que lo sigo echando de menos. Pero en el fondo me alegro de que se haya esfumado de aquella manera. Así es como se despiden los ángeles. Lo sé yo, que he conocido a uno. por ANTONIO COSTA GÓMEZ Me dijeron que era peligroso, que si entraba en el aura de García Márquez ya no podría salir. Y que sufriría una transformación. Estaba buscando a sus personajes en Barranquilla. Me senté en una hamaca frente al mar en la casa de Eduardo Daconte. Había visitado setenta países, había sido monje en Sri Lanka y triunfaba con una biografía de Celia Cruz. Su abuelo era un italiano que puso un cine con un piano en Aracataca. Muchos años después Eduardo quiso usar el piano abandonado en un desván y salieron un montón de palomas de su interior. Meira Delmar me recibió en su casa Art Deco. Era una gran poeta de origen libanés e íntima amiga de García Márquez. Conservaba la belleza atmosférica que había tenido. Cuando García Márquez regresó de inaugurar un tren de un día en Aracataca, fue a comer a solas con ella en Barranquilla. Ella le hizo su comida preferida, el quipe libanés. Me fui al restaurante La Cueva, donde en los años cincuenta se reunía la tertulia de García Márquez: Álvaro Cepeda, Figurita el Loco, el pintor Obregón... Me mostraron unas huellas de elefante en el suelo. Una noche el pintor Alejandro Obregón estaba borracho y el dueño de La Cueva no lo dejó entrar. Había un circo al lado y Obregón alquiló un elefante y se acercó con él y tuvieron que abrirle la puerta. Álvaro Suescún me llevó a una casa donde vivió García Márquez, acababan de descubrirla. La dueña, la señora Casiana, estaba preocupada porque hicieran tantas fotos, tenía miedo de que se la quitaran. El poeta Miguel Iriarte trabajaba en el archivo de la ciudad y trazaba un itinerario garciamarquiano por Barranquilla. Pasaba por el edificio de putas donde vivía, la redacción de El Heraldo, la calle del Crimen. En cada lugar se representaba una pequeña obra de teatro. Iriarte evocaba la vida garciamarquiana de García Márquez. Fui a ver el Museo Romántico de Barranquilla y había un anciano en la puerta. Era el dueño del museo, Alfredo de la Espriella, y no podía entrar porque había perdido la llave. Tuvimos que esperar a que viniera un empleado. Dentro había un caos de objetos antiguos, regalos de colonias extranjeras, la máquina de escribir con que se escribió Cien años de soledad. En una sala estaba la escritora Amira de la Rosa en porcelana sentada en una mecedora con sedas negras y parecía que acababa de morir. Después me fui a Cartagena de Indias y desde la muralla se veía la casa de García Márquez. El exterior era adusto pero en el jardín había un almendro y palmeras y buganvillas. Era el escenario hormigueante de El amor en los tiempos del cólera. Jaime García Márquez me concedió tres horas en su despacho de la fundación Nuevo Periodismo. En un momento llegó su hermana Rita del Carmen, que estaba de cumpleaños. Hablaron de otra hermana que había sido monja y estaba de viaje por Estados Unidos. Hablaron de su hermano Eligio, que murió joven e hizo un periodismo con garra.
Jaime me recordó que Gabo era apasionado del vallenato, iba con un grupo cantando serenatas en Aracataca. Y me habló de su madre. Cuando le dieron el Nobel a Gabo la señora dijo que por fin le arreglarían el teléfono. Me dio una redacción que hizo su hija Patricia a los ocho años, hablaba de cuando se mudaron a una casa en el barrio de Manga: «Estaba embrujada, en la noche aparecía una mujer vestida de blanco, que salía por el baño y entraba en el cuarto de mis tíos, pasaba debajo de la hamaca de mi madre y salía otra vez al baño». Al final se fueron a la calle de los Nísperos y la abuela ya no tenía conciencia: «Ahora cada que voy a los nísperos siento tristeza porque aunque ella no nos hablaba siento el vacío de mi abuelita». Y entonces entré en el aura de García Márquez. |
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SALZBURGO VISIONARIA DE TRAKL LOS AÑOS DE FORMACIÓN DE JACK KEROUAC HAFEZ, LAS TABERNAS MÍSTICAS ALGUNAS FUENTES FILOSÓFICAS EN LA NARRATIVA DE JORGE LUIS BORGES EDWARD LIMÓNOV: EL QUIJOTE RUSO QUE SINTIÓ LA LLAMADA A LA ACCIÓN PERO, ¿QUIÉN ERA FERNANDO PESSOA? EXILIO Y CULTURA EN ESPAÑA VIGENCIA DE LA RETÓRICA: RALPH WALDO EMERSON, MIGUEL DE UNAMUNO Y EL AYATOLÁ JOMEINI LA VISIÓN DE RUBÉN DARÍO SOBRE ESPAÑA EN SU LIBRO "ESPAÑA CONTEMPORÁNEA" LIBROS Y VOLCANES PUNTO DE NO RETORNO JOSÉ MANUEL CABALLERO BONALD: ENTRE LA NOCHE Y LA CREACIÓN PERROS CARIBEÑOS EL HIELO QUE MECE LA CUNA UN VIEJO QUE NUNCA SE RINDE EN EL KALEVALA NO FUTURE MUERTE EN VENECIA: DE LA NOVELA AL CINE NIKOLAUS LENAU, EL OLOR DEL ARMARIO GUILLERMO CARNERO: DEL CULTURALISMO A LA POESÍA ESENCIAL ARCHIPIÉLAGOS DE SOLEDAD DENTRO DE LA PINTURA JUAN GOYTISOLO, NUEVO PREMIO CERVANTES, LA LUCIDEZ DE UN INTELECTUAL CONTEMPORÁNEO LA INFLUENCIA DE LUIS CERNUDA EN LA OBRA DE FRANCISCO BRINES XU ZHIMO, PASIÓN POR EUROPA EL LENGUAJE POÉTICO, REALIDAD Y FICCIÓN EN LA OBRA DE JAIME SILES EL ENSAYO COMO PENSAMIENTO GLOBAL EN LA OBRA DE JAVIER GOMÁ DYLAN THOMAS EN EL CABALLO BLANCO DE NUEVA YORK DESIERTOS PARADÓJICOS, DESIERTOS MORTÍFEROS DOS POETAS ANDALUCES Y UNA AVENTURA EXISTENCIAL "NEO-NADA", DE DOMINGO LLOR EL SOMBRÍO DOMINIO DE CÉSAR VALLEJO SEFERIS EN LAS MONTAÑAS DE CHIPRE LAURIE LIPTON: DANZAS DE LA MUERTE EN UNA ERA DEL VACÍO MUJICA. LA SAPIENCIA DEL POETA IMITACIÓN Y VERDAD. JOHN RUSKIN LA OBRA LUMINOSA DE ÁLVARO MUTIS A TRAVÉS DE MAQROLL EL GAVIERO SIEMPRE DOSTOIEVSKI. REFLEXIONES SOBRE EL CIELO Y EL INFIERNO ANÁLISIS DEL PERSONAJE DE OFELIA EN HANMLET DE WILLIAM SHAKESPEARE SÁNDOR MÁRAI EN NÁPOLES EL QUIJOTE, INVECTIVA CONTRA ¿QUIÉN? ESQUINA INFERIOR DERECHA, ESCALA 1:500 BAUDELAIRE Y "LA MUERTE DE LOS POBRES" "ES EL ESPÍRITU, ESTÚPIDO" CONEXIÓN HISPANO-MEJICANA: JUAN GIL-ALBERT Y OCTAVIO PAZ LADY GAGA: PORNODIVA DEL ULTRAPOP LA BIBLIA CONTRA EL CALEFÓN. LAS IMÁGENES RELIGIOSAS EN LOS TANGOS DE ENRIQUE SANTOS DISCÉPOLO VILA-MATAS, EL INVENTOR DE JOYCE. UNA LECTURA DE "DUBLINESCA" UNA BOCANADA DE AIRE FRESCO: EL NUEVO PERIODISMO COMO LA VOZ DEL ANIMAL NOCTURNO. BREVES ANOTACIONES SOBRE LA TRAYECTORIA POÉTICA DE CRISTINA MORANO LUBICZ-MILOSZ, EL PROFETA CALLADO JOHN BANVILLE: LA ESTÉTICA DE UN ESCRITOR CONTEMPORÁNEO MIROLAD PAVIC, LOCO COMO EL VIENTO DEL ESTE IVO ANDRIC, UNA NOCHE JUNTO AL DRINA KEN KESEY: EL MESÍAS DEL MOVIMIENTO PSICODÉLICO CINCUENTA AÑOS DE UN LIBRO MÁGICO: RAYUELA, DE JULIO CORTÁZAR LA INCOMUNICACIÓN Y EL GRITO QUEVEDO REVISITADO: FICCIÓN, REALIDAD Y PERSPECTIVISMO HISTÓRICO EN "LA SATURNA" DE DOMINGO MIRAS CRUZANDO EL DANUBIO CON ELÍAS CANETTI LAS RIADAS DEL ALCANTARILLADO MÚSICA EN LA VANGUARDIA: LA ESCRITURA DE ROSA CHACEL MULTIPLICANDO SOBRE LA TABLA DE LA TRISTEZA: UNA APROX. A LA TRAYECTORIA POÉTICA DE JOSÉ ALCARAZ ERNESTO SÁBATO, EL EXPULSADO DE CLASE RUBÉN DARÍO EN LOS TANGOS DE ENRIQUE CADÍCAMO THE VELVET UNDERGROUND ODIABAN LOS PLÁTANOS WILLIAM SAROYAN, NO ES PROPIO DE TI ESTAR MUERTO "TREN FANTASMA A LA ESTRELLA DE ORIENTE" DE PAUL THEROUX: EL VIAJE COMO FORMA DE CONOCIMIENTO EL TEMA DEL VIAJE EN LA PROSA FANTÁSTICA HISPANOAMERICANA GUERRA MUNDIAL ZEUTA LA HAZAÑA DE PUBLICAR UN NOVELÓN CON SOLO 25 AÑOS JACINTO BATALLA Y VALBELLIDO, UN AUTOR DE REFERENCIA EL OJO SONDA: LA MIRADA DE TERRENCE MALICK SURF Y MÚSICA: MÚSICA SURF EL PERSONAJE METAFICCIONAL DE AUGUST STRINDBERG MARCELO BRITO: PRIMEROS PASOS HACIA EL TREMENDISMO EN LA OBRA DE CAMILO JOSÉ CELA EPIFANÍAS JOYCEANAS Y EL PROBLEMA AÑADIDO DE LA TRADUCCIÓN EL VALLE DE LAS CENIZAS RASGOS BRETCHTIANOS EN "LA TABERNA FANTÁSTICA" DE ALFONSO SASTRE AL OESTE DE LA POSGUERRA. JÓVENES EXTREMEÑOS EN EL MADRID LITERARIO DE LOS CUARENTA LORD BYRON Y LA MUERTE DE SARDANÁPALO JUAN GELMAN. UNA MIRADA CARGADA DE FUTURO FRANZ KAFKA: UN ESCRITOR DISIDENTE Hemeroteca
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