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TOCAMOS TODOS LOS PALOS, INCLUIDOS LOS DEL FLAMENCO
por DANIEL GARCÍA ARANA Hay una delgada línea que separaba algunas de las teorías lingüísticas de Jacques Lacan, de la escritura, digamos, poliédrica (García Arana, 2013), del dublinés James Joyce, mostrada especialmente en Finnegans Wake (1939), su extraordinaria e imposible novela. Las epifanías joyceanas funcionan como significantes sueltos, como pequeños fragmentos de sinsentido, se da el caso de un encuentro con lo Real ajeno al sentido, Real que se le impone al sujeto y en el cual encuentra la certeza de su ser de artista. Como recuerda Raúl Blengio (1972: 81), Joyce tenía una doble necesidad: aplicar por un lado el psicoanálisis freudiano para expresar los turbios movimientos del subconsciente, y por otro lado, remontarse a los orígenes caóticos de la formación del lenguaje. Ésta última es, en nuestro ensayo, una de las bases a desarrollar y de la que partir. Pues bien, lo que particulariza a Joyce es precisamente el tratamiento que él le da a estas pequeñas piezas-sueltas, palabras que le revelan lo que la cosa es. La función de él como artista es escribirlas, transformarlas en letra, formar el lenguaje a base de la deformación. Si, como nos empeñamos en decir, es un libro que no se puede leer (Butor 1960: 319-20), sino aprender, estudiar, incluso reflexionar, entonces queda patente que Joyce rechaza el lenguaje mediante el propio lenguaje. Su lenguaje es belleza, por lo tanto es epifanía. Oigámosle: First we see that the object is one thing, then we see that it is an organized composite structure, a thing in fact: finally, when the relation of the parts is exquisite, when the parts are adjusted to the special point, we recognize that it is that thing which it is. Its soul, its whatness, leaps to us from the vestment of its appearance. (Joyce 1963: 213) La importancia de la epifanía en y para Joyce es pues innegable, y puede decirse que con ese recurso, sumado a una clara y profunda intencionalidad poética, es posible recuperar por un instante la intensidad de la vida. Como si se tratara de destellos, el enigma se abre por un momento, privado en efecto de las luces que engañan y de las sombras que asustan, del bullicio que resuena y de los componentes e impurezas que amargan el gusto, se dispersan las esencias y adormecen el tacto, y se muestran los misterios en evidencia vibrante e inmediata a los sentidos. La oscilación de esa verdad cambiante en cada individuo se convierte en trascendente para el poeta, en tanto supone una revelación que ofrece al sujeto-personaje una visión simbólica y específica de su realidad. De su verdad esencial hasta ese momento desconocida: By an epiphany he meant a sudden spiritual manifestation, whether in the vulgarity of speech or of gesture or in a memorable phase of the mind itself. (Joyce 1963: 211) Esas manifestaciones están lingüísticamente muy elaboradas en la literatura del dublinés, tanto que uno de sus libros en el que más epifanías hay presentes y en el que más complejas resultan es el Finnegans Wake. El argumento de la obra, como tal, no interesa demasiado, puesto que no es esa su función: es la estrambótica narración de Finnegan —que acaba de caerse en redondo de un andamio, y que animado por el whisky, no sabemos muy bien si resucita o despierta— pero el caso es que aparece reencarnado en otro Finnegan, de nombre H. C. Earwicker, que sueña con dicha caída y por qué ha llegado hasta allí, mientras por dicho sueño se suceden las edades de la humanidad a través de pequeños e innumerables episodios y una enorme cantidad de personajes reales o ficticios. Ya decimos que no interesa la historia, es decir no sólo, de aquel tipo que sueña, sino el hecho de que todo lo allí contenido es un compendio casi único de alusiones históricas, filosóficas, lingüísticas o literarias, que parte de la teoría esencial de Vico, por la cual la Historia tendría un devenir cíclico. No es que los acontecimientos históricos estén determinados y se repitan en cada ciclo, sino que lo recurrente es el marco general en el que se produce dicho acontecimiento (Querejazu 1969: 326-7). En medio de esa circularidad, tenemos una obra que, lejos de contener epifanías (como los primeros escritos de Joyce), es ella una gigantesca epifanía del lenguaje humano. Para Graham Hough (1960: 16), «la epifanía de Joyce, en el momento, es la naturaleza esencial de un objeto, se revela por sí misma, es presentada con buena dosis de vestiduras tomísticas; pero en realidad es una pervivencia del simbolismo mágico». Y, aunque se trate de un work in progress, si Dubliners constituye una serie de epifanías de diferentes personajes, entonces A Portrait puede ser la epifanía del adolescente Stephen; si es Ulysses es la epifanía de Leopold Bloom, podemos aducir que Finnegans Wake es una ampliación de la misma visión, multiplicada por sí misma, y con un ruptura temporal desde su propia secuencia inicial. Rompe no sólo con las bases mínimas del argumento literario, sino con el propio lenguaje. Inventa uno nuevo, a base de la deconstrucción de los diecisiete o dieciocho que emplea, y conoce. Luego, ¿cómo debemos tomar ese texto en nuestras manos? Es claro que traducirlo literalmente resulta no arduo sino imposible, lo epifánico no es tanto lo que contiene el libro sino cómo lo contiene. ¿Pero es en verdad tan intraducible la obra, precisamente por esta deformación ad nausea del lenguaje? El caso elegido por nosotros deja, como podrá comprobarse al final del artículo, la pregunta sin respuesta. Hemos escogido una epifanía, quizá la más inexplicable y extraordinaria de la obra para tratar de responder a esa pregunta: en el capítulo IV, una de las cuatro vignettes que lo componen tiene como protagonistas a Saint Patrick y al archidruida Balkelly (sin duda, George Berkeley, en otro endemoniado juego de palabras de Joyce), y es Berkeley quien, erigido en sumo profeta, le explica a San Patricio cómo la verdad absoluta se impide conocer al vulgo: […] all too many much illusiones through photoprismic velamina of hueful panepiphanal world spectacurum of Lord Joss, the of which zoantholitic furniture, from mineral through vegetal to animal, not appear to full up together fallen man than under but one photoreflection of the several iridals gradationes of solar light, that one which that part of it (furnit of heupanepi world) had shown itself (part of fur of huepanwor) unable to absorbere, whereas for numpa one pura — — duxed seer in seventh degree of wisdom of Entis–Onton he savvy inside true inwardness of reality, the Ding hvad in idself id est, all objects (of panepiwor) allside showed themselves in trues coloribus resplendent with sextuple gloria of light actually retained, untisintus, inside them (obs of epiwo). (Joyce 1980: 611) Nadie podrá negar que, con la salvedad de algunas palabras, el texto roza lo intraducible, más aún lo incomprensible. Habría pues, en principio, tres formas de traducir el fragmento. Vamos a tratar de ofrecer en la medida de lo posible todas ellas y que cada cual compare y quédese con la que prefiera. Existe la que, con objeto de no alargar más el texto original —628 páginas—, se centre en la traducción más o menos literal (lo que resulta una maniobra de sálvese quien pueda, como fue el caso de Pozanco, que se comió e inventó fragmentos a su antojo y que de nuevo vuelve a resultar incomprensible), una menos literal y más improvisada, pero que trata de traducirlo primero a un inglés comprensible y de ahí a su variante castellana y la que, a riesgo de suponer no uno sino hasta cuatro o hasta cinco volúmenes del libro, incluye notas, explicaciones, teorías, influencias… etcétera. Ese es el orden en el que van a ofrecerse aquí: I. Traducción textual Todas esas demasiadas ilusiones, a través de los velos fotoprísmicos del tono de la total visibilidad del mundo espectáculo de Lord Joss, el del cual moblaje animaflorigeológico, desde lo mineral a lo animal, a través de lo vegetal, se oculta del hombre caído como una fotorreflexión de las muchas gradaciones iridiscentes de luz solar, que una cuya parte de ella (moblaje del mundo todobueno de arriba) se había mostrado por sí misma (parte del moblaje del mundo todobueno) incapaz de experimentar, mientras que para el númeroparadisíacoparadójico - - profeta líder en el séptimo grado de sabiduría del ser de seres, él conoce la interioridad de lo real, la Cosa en sí misma que es, todos los objetos (del todosobreelmundo) por cualquiera de sus caras se mostraban a sí mismos en verdaderos colores resplandecientes con esa gloria de luz séxtuple en verdad retenida, unitintada, dentro de ella (enfrente). La primera aproximación resulta de lo más peculiar, puesto que, a simple vista, carece prácticamente de significación y significado. Se respeta el vocabulario, las palabras compuestas —algunas como heupanepi son casi imposibles a primera vista, a no ser que se tengan conocimientos del latín, por ejemplo— y el ¿orden? sintáctico. Es decir, se trata de una traducción fiel al original, por tanto no es errónea, pero nos deriva a un castellano semi-inventado, que resulta tan o menos útil que leer el libro en su idioma original sin conocer el inglés y sus variaciones al slang, u otros idiomas indoeuropeos. II. Traducción e interpretación textual y léxica Todas esas formas fenoménicas visionadas por el ojo de un mortal son comparables a las tonalidades refractadas en las que la luz del sol se rompe por medio de un prisma. Tanto los seres humanos como los minerales, vegetales y animales, son incapaces de experimentar la fuente lumínica completa. Pero el verdadero profeta, en el grado séptimo de la Sabiduría del Ser, conoce la interioridad de lo real, la Cosa en Sí Misma, la esencia de cada cosa; y para él todos los objetos brillan con esa gloria séxtuple del germen luminoso que hay dentro de ellas. Ahora el texto ha cambiado notablemente, se aprecia una reducción de palabras, una simplificación léxica, y un significado más claro. ¿Entonces por qué hemos decidido reseñar tres y no dos formas de traducción? Porque si la primera pecaba de incomprensible, ésta es tan comprensible que resulta complicado probar que la traducción al castellano tiene algo de fiel, ya que tanto difiere del texto presentado en la primera versión. Si una de las facetas más interesantes de este Joyce es precisamente su diversidad de vocabulario inventado a base de palabras compuestas de diferentes idiomas, con esta segunda traducción hemos creado un idioma castellano correcto y existente, real. De esa forma, entenderíamos que el texto de Joyce es también un inglés básico, que se habla normalmente. Lo cual es un error. Veamos entonces una tercera vía, ésta mucho más compleja, pero determinante. No es infalible, y resultaría excesiva para un libro de más de seiscientas páginas, pero mejorará sustancialmente los otros dos proyectos fallidos. III. Traducción, interpretación, notas y resultado El fragmento está basado en la teoría de la visión de George Berkeley, por la que no se puede saber si un objeto es, sólo puede saberse un objeto siendo percibido por una mente. Así, los seres humanos no pueden conocer los objetos reales o la materia que causa sus percepciones, sino que incluso las propiedades matemáticas son ideas semejantes a las cualidades sensoriales y que todo lo que puede conocerse de un objeto es su percepción del mismo, resultando gratuito suponer la existencia de una sustancia real que sustente las propiedades de los cuerpos. Los conceptos abstractos de Locke no existen para Berkeley, ni en la naturaleza ni en el espíritu, es una ficción. Las ideas siempre conservan su particularidad. No es la abstracción, sino el lenguaje, lo que hace posible extender observaciones particulares a lo general. En consecuencia, los objetos percibidos son los únicos acerca de los que se puede conocer. Cuando se habla de un objeto real en realidad se habla de la percepción del objeto. Los cuerpos no son más que haces de percepciones (Alquié 1974: 46-64; Fraile 1966: 821-36). Todas [suprimo el resto de demostrativos y aumentativos libremente] las formas fenoménicas [“ilusiones” valdría si no fuera porque se presta a confusión] a través del velo prismático [con forma de prisma, se entiende] de la visión total [del griego pan (todo) y epifaneia (fenómeno)] del mundo de Lord Joss; mundo —amueblado de piedra, animal y flor-- [Berkeley denominaba “los muebles de la tierra” a cada una de las cosas materiales en él presentes] oculto para cada objeto en el mundo entero [posible aunque no única traducción de heupanepi, formada por tres prefijos griegos: eu (bueno), pan (todo) y epi (sobre, encima)] bajo un foto reflejo de las varias gradaciones iridiscentes de la luz solar; cada una de las partes del moblaje del mundo se ha mostrado incapaz de experimentar [absorber no nos parece el verbo más adecuado, pese a ser la traducción literal del latín, junto con ] dicha luz; mientras que, para el sumo verdadero profeta [del latín Dux (líder)], en el séptimo grado de la sabiduría [programa obligatorio de doce años para los jefes más altos (que también eran profetas en su gran mayoría) de cada grupo poblacional en la antigua Irlanda] del Ser de Seres [del latín entis (de un ser) y del griego ontôn (de seres)], la verdadera interioridad de la realidad será conocida, es decir, la Cosa en sí misma [del alemán Ding an sich (cosa en sí misma) y del danés hvad (que)] en su verdadero esplendor de color con gloria séxtuple de la luz retenida en ellos mismos. III.I Traducción número III sin notas Todas las formas fenoménicas a través del velo prismático de la visión total del mundo de Lord Joss; mundo —amueblado de piedra, animal y flor— oculto para cada objeto en el mundo entero bajo un foto reflejo de las varias gradaciones iridiscentes de la luz solar; así cada una de las partes del moblaje del mundo se ha mostrado incapaz de experimentar dicha luz; mientras que, para el sumo verdadero profeta, en el séptimo grado de la sabiduría del Ser de Seres, la verdadera interioridad de la realidad será conocida, es decir, la Cosa en sí misma en su verdadero esplendor de color con gloria séxtuple de la luz retenida en ellos mismos. La que hemos dibujado en esta tercera y última es la más convincente de las tres, pero sigue sin ser lógica. Es decir, es más o menos lo que dice Joyce pero no es como lo dice. Además, resultaría interminable para un grupo de traductores semejante acto de fe, trasverter seiscientas páginas y convertirlas en unas tres o cuatro mil —puede que nos quedemos cortos— plagadas de notas, crítica, posibilidad de varios significados, todos ellos ofrecidos... Vemos así, finalmente, cómo existen tres posibilidades y cómo ninguna resulta capaz en un ciento por ciento de cumplir las expectativas de una traducción fiel al original. El texto que respeta el vocabulario extraño y renovador de Joyce resulta ininteligible; el segundo, mucho más técnico y elaborado omite partes importantes del texto y por tanto, no es traducción sino adaptación, y el tercero, alargado, técnico, plagado de notas y aclaraciones, sigue los postulados de guías del libro fundamentales como las de Tindall (1969), Campbell y Robinson (1973) o McHugh (1980), además de alguna consulta a manuales de argot, lográndose como decíamos, un texto más clarificador, bastante completo en cuanto a citas, alusiones o juegos de palabras, pero de nuevo e inevitablemente, hemos estropeado el lenguaje que inventa Joyce a partir de lenguas existentes, incluyendo la suya. Concluiríamos que no es traducible del inglés al castellano porque no está escrito en inglés, al menos no sólo en inglés, por tanto es casi imposible traducir palabras formadas por dos o más idiomas distintos, o sin acepción alguna en la lengua a la que se está vertiendo. Y si se hiciese, en el caso de que fuera posible, nunca estaríamos satisfechos con el resultado. ¿Cuál ha sido entonces el pecado de las dos traducciones al castellano que se conocen hasta estos días? Quizás pretender que sí se puede traducir el Finnegans, que es sencillo y posible, y que, por supuesto, cualquiera de los tres tipos, es válido. Francisco García Tortosa nos ofrece, traducido en 1992, el capítulo VIII del Libro I: el mítico Anna Livia Plurabelle. El ejercicio es de un esfuerzo indudable y envidiable, pero el resultado es ineficaz. García Tortosa decide, por su cuenta y riesgo, evocar un castellano tan inventado como el inglés de Joyce, y por tanto, falsifica de alguna manera, al españolizarla, la intención, el significado y la originalidad del Finnegans. Nunca the spoon of a girl podría ser la cuchalada de chica, o Chummy the Guardsman ser simplemente el Garda Civil (García Tortosa 1992: 167), porque el original, en definitiva, no significa eso. Ya digo, pese a todo, resulta en su conjunto una traducción aceptable si no nos importa profanar el lenguaje joyceano. El caso de la versión de Pozanco es bien distinto, pues no parece seguir ningún criterio en la traducción de éste e incluso cuando está en inglés básico, es capaz de cambiar completamente el significado, cortar el capítulo a su antojo, saltarse pasajes fundamentales y cambiar incluso el título de los pasajes. Un ejemplo bastará: para Pozanco, To Keys to Given! (1) es, ni más ni menos que Labioenclave del beso que abre la puerta del Cielo (Joyce 1993: 266). Es decir, que en desconocimiento de las razones que podrían haber llevado a Joyce a usar esa oración, se opta por no sólo la invención sino el unir varios posibles significados, por si alguno de ellos no funciona. En conclusión, lo que está claro es que si es ardua la labor de lectura del Finnegans Wake (ardua pero posible, mediante varias guías, esqueletos, concordancias, etc, y una paciencia soberana), no menos va a serlo la de su traducción. Cabría la posibilidad de esas tres opciones, incluso combinadas, según hemos tratado de explicar en este artículo, y en las tres es necesaria tanto la traducción literal, como la adaptación o la versión, pero supone tal problemática, que casi parece más lógico abandonar a su suerte tamaño propósito y lanzarse a la aventura que suponen sus páginas en el idioma o idiomas originales, con mucha ayuda y una enorme sonrisa, pues no hay mayor belleza que la contenida en una epifanía. Y Finnegans Wake es, no lo olvidemos, toda ella una. Notas:
(1) Que podría ser literalmente Las llaves. ¡Dadas!, o ¡las Dadas llaves!, o, si utilizamos la lógica semántica y fónica de Joyce ¡El beso al cielo! (The kiss to heaven, en un ejercicio de pronunciación peculiar). Referencias: —ALQUIÉ, Ferdinand (1974) : “Berkeley”. En : CHATELET, François [ed.]. Histoire de la Philosophie Vol. 4: Les Lumieres (Le XVIIIe Siecle). Paris: Hachette, pp. 46-64. —BLENGIO BRITO, Raúl (1972): Introducción a James Joyce. Montevideo: Biblioteca Nacional. —BUTOR, Michel (1960): Sobre Literatura I. Barcelona: Seix Barral. —CAMPBELL, Joseph, and Henry Morton Robinson (1973): A Skeleton Key to Finnegans Wake. New York: Viking Press. —FRAILE, Guillermo (1966): Historia de la Filosofía Vol. III: Del Humanismo a la Ilustración (siglos XV-XVIII). Madrid: B.A.C. —GARCÍA ARANA, Daniel (2013): “La escritura poliédrica de Joyce”. Letras, núm. 5. En línea. Internet (30 agosto 2013). Accesible en la dirección: http://www.letras.s5.com/dara220313.html —HOUGH, Graham (1960): Image and Experience. London: Duckuth. —JOYCE, James (1963): Stephen Hero. New York: New Directions. ______ (1980): Finnegans Wake. Harmondsworth: Penguin. ______ (1992): Anna Livia Plurabelle (Finnegans Wake, I, viii). (trad. Francisco García Tortosa). Madrid: Cátedra. ______ (1993): Finnegans Wake (adapt. Víctor Pozanco). Barcelona: Lumen. —McHUGH, Ronald (1980): Annotations to Finnegans Wake. Maryland: Johns Hopkins University. —QUEREJAZU, Alfonso (1969): Filosofía, la verdad y su historia. Madrid: Moneda y Crédito. —TINDALL, William York (1969): A Reader's Guide to Finnegans Wake. London: Thames and Hudson.
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