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TOCAMOS TODOS LOS PALOS, INCLUIDOS LOS DEL FLAMENCO
por SALVADOR GALÁN MOREU CRÓNICA I / TEMA DEL RELOJ PARADO Que se te pare el reloj no es la mejor manera de empezar el día, ni cualquier suerte de texto pero así es como ocurre. Mi Viceroy no anda y siento que hoy todo puede fallar. No me engaño: es el teléfono móvil quien garantiza mi despertar a tiempo y la consiguiente puntualidad al pase de prensa de Un día perfecto, pero así y todo, soy un noble caballero analógico (o anacrónico más bien) y salgo de casa con una desazón sutil que las nuevas generaciones tal vez no comprendan. No soy materialista, pijo o aparentoso, solo un tío que lleva reloj. Es el único que tengo, regalo de mi mujer, y en mi muñeca es donde ha de estar. Para no sentirla desnuda me dejo el aparato puesto con sus manecillas a la deriva. Y así, rezando porque un simple cambio de pila arregle todo, me encamino hacia el preestreno de la nueva película de Fernando León de Aranoa con la tranquilidad de quien acude a una cita con tiempo de sobra, aunque haga falta hurgar molestamente en el bolsillo para consultarlo. Son las nueve y media de la mañana y Fuencarral está libre de captadores de socios para ONGS y campañas solidarias. Mi paso hacia el Palafox es raudo y directo dado que no hace falta sortearlos. Me imagino la escena sin querer: -Perdona, ¿tienes un minuto? Es para los refugiados de Siria. -No, lo siento, he de ir al pase de prensa de la nueva peli de Aranoa, es temprano y llevo prisilla. Luego a la vuelta, si eso… -Ah, qué guay… Va de cooperantes en zona de conflicto ¿no? -Sí, sí… luego… luego ya te cuento... a la vuelta… si eso... De pronto me topo con una joyería con la luz encendida, me asomo y detecto a un hombre de dimensiones delicadas colocando con precisión suiza unos anillos en estuches. Toco el timbre y me mira. Entonces se produce una comunión de almas: el joyero me señala su muñeca donde otro Viceroy ejerce el significado de que no está abierto aún, y yo señalo el mío inerte con gesto de apuro. Mi reloj no va y es lunes, ¿quién puede empezar así la semana? Comprende mi desesperación y me abre, somos del mismo e irreductible bando. Le muestro la esferita de cerca pero no hace falta comentar nada: ya sabe qué le ocurre. Me despojo de él y me conmina a pasar en un par de horas. En eso quedamos. Le doy el número de ese móvil en el que habré de confiar mis coordenadas temporales y él, a cambio, me entrega un resguardo añejo y cuidado. Nuestro intercambio es áspero y concreto, sin las florituras explicativas o los excesos familiares del diálogo con el captador imaginario que he redactado unas líneas más arriba. Tras llegar al Palafox y sellar mi pase, una vez me siento en la butaca que juzgo más conveniente, pienso que he gastado cinco minutos de un tiempo que tenía en mi reloj averiado, pero no hubiera concedido ni medio al captador ficticio. Inevitablemente una coda mental completa al pensamiento: ¿se me habría ocurrido esta reflexión si la película no fuera sobre cooperantes? ¿Si no la firmara Aranoa? Desde la productora no se ha desvelado mucho del pase de prensa en el que me encuentro; no sabemos si lo presentará alguien, si asistirá gente del equipo, o si habrá posibilidad de hacer preguntas. La época estival da estos frutos inconvenientes en los departamentos de comunicación y demás terrenos abogados a la fugacidad de lo nuevo. Por otro lado el anuncio del rodaje hace escasos meses en la Casa de América ya fue escueto, no se permitieron las preguntas, y el proceso ha seguido una ejemplar discreción allá por donde ha pasado: localidades de Granada principalmente, pero también de Cuenca y Málaga. Dado el deslumbrante elenco de actores resulta llamativo que al revisar la prensa de estas provincias sea imposible encontrar alguna entrevista o declaración más allá de testimonios locales sobre lo que supone vivir un rodaje de esas características o de incidencias derivadas del mismo. La más triste que hallo sucede en Monachil, Granada, donde un padre y su hija, ambos sin empleo, la emprenden contra los responsables de casting al no ser posible su selección por no haberse inscrito previamente. La demanda de extras se ve ampliamente excedida debido a la precariedad económica de la población. Se les sanciona con noventa euros por alteración del orden público. Hablo con J. E. Cabrero[1], crítico de cine del diario granadino, que me explica la imposibilidad de acercarse al set o entrevistar a los actores durante su estancia en la ciudad de la Alhambra. Benicio Del Toro se hospedaba en un hotel del centro, me dice, justo al lado de mi casa y una vez intenté abordarle pero el resultado fue nulo. Además de Del Toro, está Tim Robbins, Olga Kurilenko o Sergi López… León de Aranoa se ha rodeado esta vez de un reparto internacional de campanillas y un presupuesto más elevado del que acostumbra, pero ha seguido produciendo con su sello Reposado Producciones y el imprescindible auspicio de Media Pro y TVE. La peli es española y el equipo técnico es netamente nacional y me pregunto: ¿habrá cambiado algo en este film respecto a los anteriores del director? [1] http://saltodeeje.ideal.es/ MY OWN PRIVATE LEON DE ARANOA Las incógnitas que he lanzado al aire hasta ahora remiten a la etiqueta de cine humanista o social que acompaña a nuestro director. Si no las he contestado es porque el tema es más complejo de lo que parece. Me parece indiscutible que Aranoa dirige su mirada cinematográfica hacia la realidad que trata en lugar de limitarse a su impresión individual, como esos nuevos filmes políticos híbridos tan en boga (El futuro, Costa da norte…) que Víctor Lenore cifra como herméticos en el doble sentido de que “evitan explicitar su discurso y producen mundos cerrados sobre sí mismos[1].” Aranoa circula en dirección contraria, sí, pero no renuncia a una fuerte intimidad autoral, ni si quiera en sus documentales. Es del todo injusto, bajo mi punto de vista, resumir sus películas a sinopsis de barra de bar como estos: Barrio, la de los adolescentes, Los Lunes al sol, la de los parados, o, aunque no la hayamos visto aún, Un día perfecto, la de los cooperantes. Es la parodia inversa que nos propone el bloguero Juanjo Ramírez al resumir Los cazafantasmas como “la historia de cómo la falta de subvenciones en el sistema educativo obliga a unos investigadores de la universidad a venderse al sector privado, con los riesgos económicos y los dilemas éticos que ello implica”[2]. No es serio. Lo que viene a continuación es puramente subjetivo, apenas un esbozo de mi condición de espectador atento y en ocasiones entusiasta del director. Me gusta su cine, lo admito, y por tanto estoy deseoso de ver su nueva propuesta, no obstante, gran parte de ese deseo proviene de una esperanza: la de presenciar, y glosar, un gran trabajo suyo otra vez. Y es que Aranoa como ya he dicho me gusta, pero me gustaba más antes. Su filmografía en cuanto a largometrajes de ficción exclusivamente, la divido en dos tramos que distingo en términos de filia personal, para nada estéticos o argumentales, pese a que cronológicamente coincidan. El primero me parece de progresión ascendente, y el segundo, no literalmente descendente pues considero a Amador (2010) superior que Princesas (2005), premios Goya aparte, pero sí menos valioso artísticamente hablando. -El primero abarca sus tres primeros filmes, Familia (1996), Barrio (1998) y Los lunes al sol (2002), obra que considero culmen, no solo de Aranoa sino del cine español de la primera década del siglo que nos ocupa junto a Las horas del día, de Rosales; además de presente en mi top ten del cine español de todos los tiempos, cintas como El extraño viaje, Campanadas a medianoche, El verdugo, Viridiana, El espíritu de la colmena o Arrebato, por ejemplo. Casi nada. Arte con mayúsculas. -El segundo, integrado por Princesas (2005) y Amador (2010) respectivamente, me resulta mucho menos interesante. La diferencia en cuanto a la cantidad de texto que dedico a uno y a otro párrafo resulta clarificadora ¿no? Es solo una opinión que intentaré desmenuzar en los siguientes como buenamente pueda. Como siempre les digo a mis amigos: volvamos a los noventa. [1] Víctor Lenore, , Indies, hipsters y gafapastas (Capitán Swing, Madrid 2014), p. 106. [2] http://demasiadovioleta.blogspot.com.es/2013/10/a-mi-me-gusta-el-cine-social.html De primeras Aranoa se nos presentó como un director que daba continuidad a aquella hornada vasca de Bajo Ulloa, De la Iglesia, Urbizu o el primer Medem. Directores sin complejos que habían empezado a demostrar que otras películas eran posibles en este país superando los estigmas del arte y ensayo o el kitsch de la serie B. Se dejaba atrás la estética de penumbra grave, la eterna postguerra escénica; esa mujer madura con el rostro agrietado del sufrimiento que esperaba junto a la ventana algo que no iba a pasar. No sé, Ana Belén, Charo López, o mejor, Silvia Munt… De pronto nos adentrábamos en géneros que nos parecían vetados como la ciencia ficción, el terror o el thriller, asumiendo los dejes anglosajones a partir de una base totalmente ibérica o estatal, como se quiera, pero nuestra. En 1996 debuta brillantemente con un extraño artefacto, una calmada y atípica sitcom titulada engañosamente Familia. De un costumbrismo retorcido y paródico, nada era lo que parecía en este ingenio meta-narrativo, ni el argumento, los personajes o el tono, que discurría por cauces literarios y teatrales, primando más un original y cáustico humor que el afán explicativo en que caían otros grandes como Almodóvar. La consabida verosimilitud saltaba por los aires hecha añicos cada vez que se producía una réplica o un cambio de escena. La película hizo ruido, Goya a la mejor dirección novel mediante, y el veinteañero director se metió a todos en su bolsillo, especialmente a nosotros, los jóvenes o adolescentes cinéfilos de raíz indie, que valoramos ese controlado desconcierto y que no se nos diera todo masticado. Nosotros, que no nos acababa de convencer el limpito genio de Amenábar, teníamos por fin en casa los códigos que solíamos demandar afuera. Dos años después para su segunda película, Barrio. Aranoa atacó esta vez de frente, sin trucos, ni dobles lecturas, zambulléndose hasta el tuétano en ese costumbrismo que antes había diseccionado. Partiendo de una trama sencilla; tres adolescentes en un barrio deprimido pasando como pueden sus largas vacaciones estivales, Aranoa cruda pero inocentemente, nos llevaba sin fuerces melodramáticos por una senda realista sabiendo muy bien a qué destino llegar: la tragedia abierta. Hondura, verdad y el mismo humor literario, más sutil si acaso, auparon a la cinta a ser una de las grandes de su temporada y a su director con apenas treinta años, al estatus de gran esperanza del nuevo cine español. Ungido por crítica, taquilla y academia (obtuvo el Goya a la mejor dirección y al mejor guión original), para nosotros se confirmaba un hecho: Aranoa era el mejor. Sin las cada vez más azarosas pajas mentales de Medem, el cutrerío paródico y escatológico de de la Iglesia o la irregular deriva de Bajo Ulloa que también nos molaban, claro, pero a otro nivel. Aranoa sabía dar vida a personajes sui generis, que hubieran resultado poco creíbles en manos de cualquier otro, y los echaba a andar en historias jodidamente realistas. ¿Cómo lo logró? Para mí se trata de una cuestión de equilibrio. Nos basta ver con detenimiento estos primeros trabajos para percatarnos de los dos polos entre los que oscila el discurso cinematográfico de Aranoa. Por un lado esa impronta literaria que detiene su mirada en el detalle usual hasta devenirlo raro, especial, terrible a veces. Aranoa procede del guión y este origen marca su forma de contar historias: diálogos inesperados y chocantes bañados de un extraño humor, personajes con vidas encerradas y luz única, además de una concatenación de hechos y situaciones medidas al milímetro. Callejones argumentales sin salida, cuidadosamente construidos. En el otro polo se encuentra la querencia por los desfavorecidos, los marginales, excluidos y golpeados por la realidad injusta. Antihéroes que reaccionan con nobleza humanista y escepticismo entrañable buscando el alivio distante de la ironía. Conciencia ideológica de izquierdas en cada línea de guion, en cada plano y secuencia, que explica, se posiciona y quiere ser útil socialmente. Pequeñas historias que se intentan engrandecerse en su propio contarse. En el equilibrio entre estos dos polos, en la sutilidad para manejarlos e hilvanarlos al servicio del producto se hallaba la clave de su alcance estético. De ahí dependió que sus pelis me llevaran bien alto, o bien se me cayeran encima pocos años después. Todo radica en situar en lugar correcto lo que podemos llamar la región intermedia de Aranoa. Ese lugar en el que un niño puede soltar una frase lapidaria y alambicada de alcance metafísico a pesar del tono realista de la historia en la que se inscribe y a que al espectador le entre, sin que suene la alarma de ese detector de inverosimilitudes que nos hemos forjado película a película, serie a serie, libro a libro... Como en una novela de ese realismo mágico que el Aranoa escritor parece preferir; su libro de microrrelatos Aquí yacen dragones (2013)[1] prueba esta querencia... Espero que detenernos en los dos siguientes filmes clarifique esta teoría cuasi arquitectónica. [1] Fernando León de Aranoa, Aquí yacen dragones (Seix-Barral, Barcelona 2013) Como ya he escrito antes, Los lunes al sol supone para mí una pieza mayor, arte imperecedero con el extra sentimental de haberme contado yo entre los testigos en tiempo real de su grandeza. Esto quiere decir, ni más ni menos, que la fui a ver al cine y la aprecié allí, en primicia y a oscuras (como suceden casi todas las cosas que no olvidamos jamás), igual que me había pasado con El día de la Bestia, o Abre los ojos, pero en mayúsculas, claro. No sé si está relacionado con mi aferramiento a algo tan anticuado como usar reloj de pulsera, pero para mí significa mucho ver una gran película en el cine. Los lunes al sol es el ejemplo perfecto de que el dibujo libre de personajes acuciados por la realidad más puta puede ser una experiencia estética apasionante. Un grupo de parados de una región costera del norte de España sobreviviendo. No hay más. Un bar sucio, un astillero cerrado, pisos grisáceos cuando no directamente infectos, una pensión de mala muerte o un ferri desvencijado como oscuros escenarios. Una fotografía a veces luminosa y a veces sombría, como la vida. La región intermedia queda en esta película en el centro, que es donde debe estar: haciendo diana. Por eso la relación al límite entre la niña Natalia y el simpático e insobornable embaucador Santa nos conmueve, o comprendemos y apoyamos a Ana en su decisión de no abandonar a Jose a pesar de la mala vida que éste le procura. La denuncia social y valores humanos como la solidaridad, la amistad o la justicia casan de manera armónica con el ser y estar de los personajes, sus discursos y sus reacciones. El arte fluye en secuencias como esa en la que Santa acompaña al alcohólico Amador a su piso y descubre la putrefacción que le rodea. Ese plano que recorre el repugnante dormitorio y se detiene en el bellísimo paisaje iluminado del puerto que ofrece la ventana abierta. Ese puerto donde no trabajarán más debido a los intereses especulativos y a la despiadada ley de oferta y demanda. La noche mísera de los desarraigados. Poesía que iba a ser muy difícil de repetir. La siguiente película, Princesas, se me antoja una película excesiva a pesar de lo común del argumento. La concepción coral queda esta vez a un lado y el reflejo de la dura realidad de las prostitutas, se circuncida principalmente al tratamiento de la amistad entre dos de ellas, Caye y Zulema, española y dominicana. Portentosas interpretaciones aparte, el filme no deja ni un resquicio a la ambigüedad, todo está perfectamente medido y orquestado, las situaciones terribles a las que se enfrentan las heroínas se resuelven con frases dulzonas y demasiado ingeniosas, casi de slogan de autoayuda. Hay poco espacio para los matices y la poético, primando lo bullanguero y lo colorido. La región intermedia no se sostiene en ningún momento, es un tenderete deslavazado que no sabe dónde, ni cómo erigirse. Las prostitutas y su mundo caen en el tópico más rígido y lo real queda lejos. Yo trabajaba con prostitutas en la época en que se estrenó y recuerdo mi decepción al ver el fallido romance entre Zulema y un voluntario, nada más lejos de la experiencia que a diario me encontraba. Creo que la película, que fue inmensamente popular al menos en los pisos de mis amigas de la facultad (estudiaba psicología) donde obtuvo el estatus de biblia catódica. No es que no me gustara, la película tiene sus escenas y está bien contada, pero sí salí decepcionado, como ya he dicho era mi trabajo en aquel entonces y me pareció un acercamiento de manual, no vivo, no sincero. Aranoa caía en lo que Godard llamaba películas de pizarra: cine que resulta demasiado pedagógico a causa de su excesiva intencionalidad. Tal vez valoraba demasiado su obra anterior, no sé, y aunque reconozco que un par de visionados más en los años siguientes me han permitido apreciar más la peli (esa mirada redonda de Candela Peña), sigo pensando que no funciona, que Aranoa estaba lejos de sus personajes. Parecía que se había impuesto la mirada limitada del escritor de realismo mágico a la del autor con voz propia y exclusiva. Su quinta película Amador, es mucho más lenta y silenciosa que las anteriores. Retrata con temple delicado la historia de Rita, inmigrante latinoamericana que toma el trabajo de cuidar a un anciano enfermo. Cuando éste muere en los primeros días, su sorprendente reacción para no perder el trabajo le llevará a vivir singulares situaciones dentro del marco realista que engloba la película. La región intermedia está demasiado desplazada hacia un polo. Si bien recupera el pulso en la gestión de lo intencional de su mensaje, los escasos diálogos me parecen que remiten de una forma fría y excesivamente marcada a la literatura. De nuevo, los personajes y las relaciones que establecen entre ellos resultan fríos y alejados de emociones verdaderas. Me parece puro texto y como lector, digamos literario aunque no signifique gran cosa, que soy me gusta pero no puedo dejar de señalar que el producto cinematográfico es fallido. Su abandono de la verosimilitud es una vez más deliberado, pero el exceso de control deviene la historia impostada y artificiosa, reducida a un cuentecito de moraleja extrañamente optimista. La progresión respecto a Princesas, resultaba ascendente, pero en la globalidad de su carrera artística, Aranoa me decepcionaba de nuevo. Al año siguiente veríamos Diamond Flash de Carlos Vermut y Aranoa dejaría de ser el mejor. CRÓNICA II / PERSONAJES Ya acomodado en la butaca miro hacia atrás con una cierta periodicidad, para no parecer perdido o ansioso entre el escaso número de espectadores que, no sé porqué, imagino mejor informados que yo del devenir del acto. Hay un par de grupitos que se conocen y comentan animadamente otras películas aún por estrenar, pero la mayoría permanecen solitarios. Yo abro mi morral y busco algún delgado poemario a sabiendas del riesgo de postureo que ello implica. No me importa: la experiencia me dice que un poema leído al azar antes de ver una película en el cine abre ciertas puertas intuitivas, a veces conducentes a alguna habitación tapiada, pero siempre estimulantes e inspiradoras, más cuando se tiene que escribir sobre ello. Raramente solo hallo el Tractatus, que no es que lo lleve a todas partes conmigo, no piensen mal, es que estoy escribiendo un texto sobre Wittgenstein. El riesgo de postureo aumentaría notablemente caso de sacarlo, pero sigue sin importarme. No obstante, por alguna razón, considero totalmente inapropiado leer alguna de las proposiciones del austríaco antes de ver esta película. Miro a mi alrededor y detecto en las filas de delante un cogote vagamente conocido, afino las dioptrías y vislumbro la cabeza de Matías Candeira, estupendo escritor de relatos y compañero de antología, generación y de alguna juerga que otra, hace ya muchos años, cuando él se hinchaba de ganar premios y yo tiritaba de inédito. Como me queda lejos y mi ejem, móvil marca la hora de inicio del filme, pospongo mi saludo al final del mismo y pienso qué le diré. Por algún motivo que no logro explicar, cada vez que me topo con un escritor, aunque sea conocido como es el caso, intento planificar el tema de conversación. Puede que todo se derive de que yo no me crea aún legitimado para llamarme así, o que simplemente yo sea inseguro, tímido o gilipollas, la verdad es que no lo sé. Recuerdo entonces que Matías tiene a punto de publicación su primera novela en Candaya, merced a la beca Hans Nefkens que obtuvo en 2013. Por supuesto, me digo, le hablaré de esto. No tiene pinta de que nadie del equipo o de la productora venga, de pronto una figura inconfundible irrumpe en la sala: cabello erizado a lo Pumuky, barba rojiza de corte Lincoln o duende irlandés, y planta menuda a la par que atlética. Sí, es él. Se aproxima mediante andares decididos y eléctricos Pablo Motos. Le acompaña una mujer rubia muy elegante con quien mantiene una charla animada a algunos decibelios más, no muchos, que los escasos grupúsculos que socializan. Todos estamos sentados menos ellos. Deduzco que es probable que Motos presente la peli o diga unas palabras al menos antes de la proyección y miro hacia delante. Me concentro en la todavía oscura pantalla. Al poco distingo la voz del presentador muy cerca. Su acompañante y él se han parado en la fila inmediatamente anterior a la mía. Hablan con una periodista que se han encontrado sobre su programa. La dicción de Pablo Motos es también única: delimitada por diminutos chasquidos y risas que incumplen promesas de carcajeo, se propaga en burbujitas de verbo claro y agudo que no se diferencia casi nada del que practica en la tele. O habla así naturalmente o está en modo ON para presentar el pase, me digo. La voz de Pablo Motos resonando en mi cogote, pienso y cierro los ojos, jamás la olvidaré. Decido escudriñarle, ya sin ninguna clase de disimulo, y me giro. Nuestras miradas se cruzan un momento, hola, y la mía desciende hasta que la butaca lo permite. Encuentro un matiz extrañamente ortopédico en su postura corporal. Muy erguido, como tratamos de estar la mayoría de los bajitos, sus brazos se hallan reposados en una doblez exacta, un doloroso ángulo recto que le da aspecto de figura articulada, de ardilla despojada de su nuez. Me sorprende en alguien tan trabajado un descuido tan forzoso. De pronto un fragmento del diálogo (escuchado sin querer, claro) me saca de dudas: -Y tú, Pablo, ¿cómo estás de lo tuyo? -Bueno, me he acostumbrado a usar la izquierda, lo jodido es ponerme los calcetines. Me percato entonces de que lleva el brazo derecho en cabestrillo, con una compleja férula azul en el codo. Nuestras miradas se vuelven a cruzar y yo, avergonzado, me llevo la muñeca al rostro en un gesto que desgraciadamente él no puede imitar, busco inútilmente una hora que no está ahí. Me siento hacia adelante, concentrándome esta vez en la coronilla cubierta por abundante pelaje de Matías Candeira hasta que una pregunta me asalta: -¿Por qué imitar con el brazo sano la misma posición incómoda del herido? E imagino que Motos me responde con su dicción burbujeante: -Simetría, Salva, simetría. Entonces alguien se sienta a mi lado y es él. Motos tiene aquí el mismo estatus que yo: un espectador. Nadie presenta la película pues, la van a proyectar a pelo. Y yo me acuerdo del comienzo fulminante de Los detectives salvajes: “No hubo ceremonia de iniciación. Mejor así.[1]” Y efectivamente es mejor. [1] Roberto Bolaño, Los detectives salvajes (Anagrama, Barcelona 1998) p. 17 LA PELÍCULA Como en sus películas anteriores, Aranoa te sitúa desde el comienzo dentro de la más pura acción, con sus personajes y elementos haciendo y siendo. En este caso, más que situarnos directamente nos deposita en el pozo donde un orondo cadáver flota. Unos créditos de inicio, acuáticos y goteantes, algo nuevo en el director, amigo hasta ahora de envoltorios mucho más sobrios, nos anticipa que esta es “otra” película. Aún así, el recurso queda plenamente justificado cuando nos damos cuenta de donde nos encontramos y lo arriba que queda el cielo bajo el que va a suceder la acción. El punto de partida argumental es a la vez el escénico por tanto: un cadáver gordo que asciende atado a una cuerda y que finalmente cae de nuevo al agua. Estamos en el año 95, en un lugar indeterminado de los Balcanes. Mambrú (Benicio del Toro) y su equipo de cooperantes tendrán que buscar otra cuerda para sacar el cuerpo en las próximas veinticuatro horas o la población civil quedará desabastecida. Los otros pozos están minados. Ese es el resumen de la película. Cualquier dinámica que vemos en los personajes está relacionada más o menos directamente con lograr ese objetivo. No hay trampa o Mcguffin, como en Familia o Barrio, se trata realmente del núcleo central de la acción. Los personajes reflejan el extranjerismo de este tipo de grupos de trabajo. Se trata de la coartada perfecta para reunir un reparto internacional y emplear el inglés como lengua vehicular sin realizar ninguna triquiñuela de guión. Encontramos a B. (Tim Robbins) veterano cooperante estadounidense, Sophie (Mèlanie Thierry) técnica francesa experta en potabilización y Damir (Fedja Stukan) intérprete autóctono. Posteriormente se unen al equipo Nikola (Eldar Residovic), un niño que desea recuperar su pelota y Katia (Olga Kurylenko), una rusa que acude a evaluar el trabajo del grupo y que se ve involucrada contra su voluntad en la misión del pozo. Se masca un desajuste de profundidad entre personajes femeninos y masculinos, y no me refiero solo a las actuaciones sino a la riqueza de caracteres. El de la rusa Katia cae bastante en el tópico, guapísima oficinista, pedante y puntillosa que por la circunstancias se ve envuelta en una acción que desaprueba, y que para más inri había mantenido un explosivo romance con el jefe del grupo y protagonista de la película. El personaje de Sophie es más rico en matices pero también cae en el estereotipo de novata responsable y eficiente que aprende a marchas forzadas las diferencias entre la teoría y la práctica. Tal vez el siguiente personaje en cuanto a carácter esperable sea B. interpretado por un locuaz y algo pasado de revoluciones Tim Robbins, perro viejo curtido en mil guerras, descreído e inscrito en la ironía más gruesa para sobrevivir y hacer la supervivencia más llevadera al resto. Damir, el duro y comedido intérprete encarnado sobriamente por el bosnio Fedja Stukan, tratará de contener el desmadre de B. y del resto cuando la situación lo requiera. Las pocas reacciones que se permite están siempre impregnadas del orgullo de un pueblo que se avergüenza de que les ayuden. El otro oriundo de la zona, el niño Nikola, rescatado de una situación comprometida por Mambrú, se involucra en la misión por el interés en recuperar su pelota. Su tratamiento como personaje resulta desde mi punto de vista el más original de la película; alejado de cualquier cliché infantil hollywoodiense, Nikola adopta su nueva situación con la naturalidad del niño que se apunta a una excursión, la posibilidad de hacer algo distinto a lo que está acostumbrado en tan terrible escenario es más excitante para él que permanecer con su familia. Recuerda este personaje al poema “Intento formular mi experiencia de la guerra”, de Gil de Biedma que recordaba aquel período como tiempo de juegos y libertad: Las víctimas más tristes de la guerra / los niños son, se dice. / Pero también es cierto que es una bestia el niño: / si le perdona la brutalidad / de los mayores, él sabe aprovecharla / y vive más que nadie /en ese mundo demasiado simple, /tan parecido al suyo.[1] [1] Jaime Gil de Biedma, Las personas del verbo (Lumen, Barcelona, 1982), p. 130. Son extremadamente acertados estos versos en cuanto al perfil del personaje, la gravedad en Nikola se revela tan acuciada como sus ganas de jugar y ganar, aprovecharse, del acuerdo que le propone Mambrú. Su objetivo en forma de pelota esconde un valor metafórico insoslayable en el retrato de la guerra que se establece. El trabajo del actor Eldar Radisovic es impecable; natural y salvaje sin infantilismos impostados, además aguanta perfectamente las complicadas escenas que mantiene bis a bis con Del Toro. Su personaje, Mambrú, el jefe y protagonista, le queda una semana de trabajo para dejar la vida de cooperante y establecerse con su novia. Ese cansancio lo maneja del Toro a la perfección con su famosa mirada agrietada que en este papel parece tomar un cariz más escéptico que pendenciero. Duro cuando parlamenta con los militares serbios, entrañable cuando está con Nikola, resignado cuando trata con la estricta Sophie… los registros de este actor son innumerables. Bajo mi punto de vista, posee el don que se encuentra en grandes actores como Robert Redford, Paul Newman o Steve McQueen que siempre parecen que se interpretan a sí mismos, en lugar de jugar al camaleón, del Toro se apropia de los personajes en lugar de interpretarlos, de tal manera que aunque lleve nariz postiza como en Sin City, sabes que esa mirada es suya. Como explica Manuel Jabois en un reciente artículo sobre Brando “no se trata tanto de que el actor se muestre dúctil y maleable, a fin de asumir personalidades diferentes, como de que termine por vampirizar a sus propias creaciones.[1]” En esa onda está del Toro, la estela voluminosa del gran maestro, el vampiro por excelencia. Las numerosas complicaciones e imprevistos que se encuentran los cooperantes derivan del que me parece auténtico tema de la película: la incertidumbre que acarrea una paz reciente. Leo en Juan Bonilla que Sartre decía que el hombre en guerra vive, a pesar de o gracias a ella, aún en sociedad, mantiene la esperanza, conserva mitos, y considera digna su lucha, procediendo sus errores y sinrazones de algún exceso en esa cordura de excepción que se le impone[2]. Cuando finaliza el conflicto se inaugura un período confuso en que las reglas que rigen la realidad cambian bruscamente y quien se empecina en mantener el código anterior pasa de ser militante o soldado, a miserable, o terrorista. Los contendientes devienen vencidos o vencedores sin que muchas veces lo acepten o si quiera lo sepan; las fuerzas de paz o actores internacionales han de atenerse a cambios de protocolo constantes, competencias que se quitan u otorgan y acuerdos tomados a control remoto por diplomáticos ausentes; y por último los sufridos civiles o se confían y sufren más o bien ejercen la picaresca. Aranoa pone el foco en ese paréntesis de orden, como ya hiciera en Buenas noches Ouma, su aportación al documental colectivo Invisibles (2006) sobre la guerra de Uganda. Se nos mostraba en aquel trabajo el testimonio de un profesor que rehabilitaba niños soldado secuestrados por los rebeldes del norte del país. Una frase ejemplifica el tema de Un día perfecto: “La paz no es el final de la guerra”. Aranoa profundiza en ese período pero dejando aún lado el análisis crítico de la realidad, y centrándose esta vez en lo absurdo y esperpéntico bajo el paraguas de la ficción. Las pretensiones explicativas y el discurso moralista de fondo al que nos tiene acostumbrados no se echan de menos. Es muy notable la importancia que se le concede a la semiótica de índole social; una vaca muerta en la carretera significa peligro de mina y ha de descifrarse para elegir bien el flanco por donde pasar, al mismo tiempo una vaca viva te indica el camino libre de explosiones. Y por supuesto: una cuerda es intocable si sujeta el mástil de una bandera, aún a riesgo de que sin esa cuerda las personas a quienes esa bandera representa puedan ser envenenadas. Todo este juego lingüístico se pone al servicio de la historia, como un elemento más, y no con el objetivo descarado de remover las conciencias de los espectadores. [1] http://www.jotdown.es/2012/03/manuel-jabois-mas-grande-que-la-vida/ [2] Juan Bonilla, Teatro de variedades (Renacimiento, Sevilla 2002), p.73. La situación remite a la tragedia, puesto que se baja la guardia en la tarea de sobrevivir y el peligro continúa; pero también a la comedia, que paradójicamente ayuda a distanciarse de la dura realidad. La región intermedia de Aranoa se establece ahí, en la ironía instrumental y necesaria, aunque tensa tanto el tono que el cariz de los chistes nos recuerda el humor negro de los velatorios. Se trata sin duda de un reto difícil y pese a que la película divierte y los gags funcionan, encuentro alguna descompensación en el tono que emplea el paródico y verborrágico B. respecto al resto, sobre todo en las escenas compartidas con Del Toro, mucho más contenido y gestual. Otro punto flaco que puedo señalar es la ausencia de ambigüedad en toda la narración. Esta apuesta de guion de dejar todo atado y bien atado, deudora de las populares series, contrasta con el magnífico retrato de una época tan dada a la incertidumbre y al absurdo. No acaba de superar por tanto Aranoa su tendencia última de resolver sus historias con la medida perfecta para que el mensaje humanista prevalezca, aunque en este caso dicho mensaje quede en un inteligente segundo plano. La película cuenta la desquiciante cotidianeidad de los cooperantes. Las acciones sencillas se convierten en imposibles cuando son llevadas a cabo en territorios en conflicto, no hay más. Alguna crítica nada velada y suave a la ONU y sus cascos azules, algún leve indicio de la brutalidad del ejército serbio, de la desgracia de los civiles, o de la inhumanidad ante el mestizaje, pinceladas estas que se mantienen siempre como decimos en un plano secundario. Tan solo unos personajes que tratan de hacer su trabajo en un entorno hostil. La película es honesta y su ritmo es endiabladamente entretenido. No vemos el rostro de ningún muerto ni oímos tiros, pero la violencia late agazapada por todo el metraje. En la escena en la que ésta asoma levemente, la sutilidad se quiebra de forma descacharrante y atronadora, en formato casi de videoclip, al envolverse en la conocida versión metal de un tema clásico del pop que no desvelo por motivos obvios. También meritorio es el carácter exterior de la película inteligentemente retratado por la fotografía de Alex Catalán. A partir de elementos típicamente western: naturaleza salvaje, colores primaverales y lumínicos, caminos polvorientos y pedregosos y montañas lejanas, la lectura extraída no es crepuscular, ni épica, sino laberíntica y por ello agobiante. Los absurdos que deben superar los personajes casan con este tratamiento visual. Sin embargo el equilibrio entre forma técnica y fondo no se acaba de conseguir del todo debido a cierto abuso de los planos aéreos y de la urgencia ansiosa con que la música rock a todo volumen ilustra las escenas. Dejando a un lado mis manías personales hacia las tomas de helicóptero (que parecen ser el sello personal de Catalán) y mis filias para con el rock a todo volumen (ese estremecimiento cuando suena Venus in furs de la Velvet), hay que reconocer que objetivamente ambos excesos aturden al espectador. El guion está basado en la breve novela Dejarse llover de Paula Farias[1], de la cual Aranoa tuvo conocimiento precisamente mientras rodaba en Uganda Buenas noches Ouma. Ayuda al director el hermano de la autora, el guionista Diego Farias. No he leído la novela pero si algunas críticas y declaraciones de Paula Farias y siempre se señala en ella la gran incidencia del pasaje nebuloso y emocional de los recuerdos de la guerra como estrategia narrativa. No en vano, la escritora admitía en la presentación del libro que “pretende narrar la guerra silenciosa, sin estridencias, ni banda sonora[2]”, de lo que inferimos que el trabajo de guion se encuentra distante de su origen novelesco. En esta dirección sabemos también que se han añadido más personajes de los que la obra literaria cuenta, algo por otro lado habitual en cualquier adaptación que se precie. Desconociendo qué personajes son (intuyo que Katia y Nikola), sí que me atrevo a señalar la pluma de Aranoa en algunas sentencias en las que juega al escritor más que al guionista. Como he explicado lo impostado de estas frases no reside en ellas mismas, sino en el momento de insertarlas, como conclusión a escenas duras y terribles. Un par de ejemplos en el personaje heroico de Mambrú, practicando un suave paternalismo con Sophie en la primera, y animando amistosamente a B. en la segunda: “Nuestros pasaportes no hacen de esto un conflicto internacional.” “A todo el mundo se le echa de menos cuando se han ido, pero a ti te echan de menos antes de llegar.” Afortunadamente, a pesar de estos deslices en este día perfecto que ya acaba no hay ni rastro del que Cayetana le explicaba a Zulema en Princesas, ese día que tenías que aprovechar desde la vigilia porque solo se daba una vez en la vida. En este solo hallamos el paso en falso continuo de la cotidianidad más desesperada y la solución a trompicones de los numerosos inconvenientes que la pueblan y conforman. [1] Recientemente reeditada en 2015 por editorial Suma de letras, Madrid. [2] http://coolread.es/un-dia-perfecto/ CRÓNICA III / EL FINAL Y SU PRÁCTICA Así pues con la región intermedia sólidamente cimentada, la película nos interesa. León de Aranoa escapa de su zona de confort artística sin perder ni un gramo de identidad o voz cinematográfica, bastante más afinada que en sus dos películas anteriores. Es para alegrarse. El desenlace concurre hacia vías engañosamente abiertas, un guiño al realismo mágico del que me parece tan deudora la prosa del Aranoa escritor. La sensación que me queda es que su cine ganará adeptos con esta película y recuperará algunos, como es mi caso. No hace falta compararla con Los lunes al sol para determinar que es una gran película y que puede y se merece funcionar muy bien en taquilla. La mayor parte de mis vecinos de butaca, Pablo Motos el primero, sonríen y manifiestan su satisfacción. Imagino que todos esperamos impacientes el trabajo sobre Pablo Escobar que el director prepara para el año que viene. Lo malo es que Benicio Del Toro no estará de nuevo pues ese rol ya lo ha encarnado. Se le echará de menos. Salgo de la sala contento y satisfecho tras Candeira, cuya silueta se me antoja más endeble de como la recordaba. Habrá perdido peso, me digo, todo el día sentado escribiendo una novela, ha debido de cuidarse de más, o bien se ha consumido. Pero el caso es que también lo veo más alto, ¿un estirón tardío quizá?, todo puede ser. Antes del inminente toque en el hombro me doy cuenta de que no es él, sino un clon enclenque y alargado, por ello aborto mi intención y me felicito de no haber hecho el ridículo. Me dirijo al baño como siempre que termino de ver una peli. Cuando me lavo las manos el falso Candeira entra, y nos miramos a los ojos. Me doy cuenta de que antes, al ir a tocarle el hombro, en lugar de hablar sobre su novela como había planeado, pensaba comentarle acerca de la película. Sí, me seco las manos, complacido: la película mola. Me encuentro afuera a Pablo Motos, dudo de pedirle hacerse una foto para enriquecer la crónica, pero luego recapacito: el pobre está convaleciente y además bien acompañado, no ha ejercido de maestro de ceremonias sino que simplemente ha visto la peli. Junto a mí. Y puesto que sé que me creeréis, dejo al simétrico Pablo en paz charlando con su compañera o amiga. Ya lo decía Michi Panero: en esta vida se puede ser de todo menos un coñazo. Y si no creéis esta historia, creed la aseveración con que cerré el anterior párrafo. Por si acaso, la repito: la película mola. En la joyería pago los cinco euros que estipula el resguardo y vuelvo a sentirme seguro y completo con la agradable y perseverante caricia de mi Viceroy sobre la muñeca. Camino por un Fuencarral mucho más concurrido del que atravesé antes, cuando veo a un captador de Acnur hablando con una chica. Me echo a un lado para dejar paso libre a la manada que acecha cualquier atisbo de ganga restante tras las rebajas y aguardo. Una vez termina, me acerco a él. Me pide doce euros por semestre para ayudar a los refugiados. Así: a bocajarro. ¿Los de Siria?, pregunto, y él asiente con rotundidad, pues claro, me espeta como si no hubiera otros. Le interrogo sobre su posición acerca de los problemas que están teniendo en su paso a Europa, de las mafias y sus precios abusivos, de las trabas que les ponen a los bebés, de los brotes de racismo surgidos en Alemania contra los centro de acogida, de la negativa de República Checa a acoger refugiados no cristianos, también me intereso por el papel que juega Acnur en cuanto a presión para flexibilizar las normas en la Comunidad Europea o respecto al cumplimiento de los acuerdos y compromisos. El captador, más bajo que Pablo Motos y de aspecto aniñado, ignora todas estas cuestiones y me invita a mirar la página web de su organización. Lleva este mes trabajando con ellos, lo hace para pagarse la matrícula en la facultad donde estudia ingeniería y no tiene ninguna experiencia en lo social. Me confiesa con azoramiento que además no es un tío informado, de esos que leen periódicos o ven las noticias, añade. Nos quedamos en silencio. A lo mejor no he hecho bien en avasallarle, su trabajo es otro, ¿no?, es como, no sé, encarar a un comercial de seguros y cuestionarle el sentido de urdir una trama de negocio basada en posibilidades y cábalas, o interrogarle sobre el origen histórico de ese tipo de recursos… Pienso en los cooperantes de Acnur, allí donde estén lo que necesitan es que el tipo que capta en Fuencarral sea un gran vendedor que les asegure el mayor número de socios para tener capital posible con que desarrollar su trabajo. De repente el chico toma la palabra:
-Es un problema de tiempo, tío, cuando salgo de aquí estudio las dos que me han quedado y no me preocupo de nada más… la cosa está muy mal, yo solo sé que el gobierno nos está jodiendo con las becas y como necesito pasta para mi matrícula, pues mejor currar en esto que en otra cosa-sonríe-; no me da tiempo de verdad, pero me interesa mucho eso que dices, en serio, toda esa pobre gente, están peor que nosotros. Yo afirmo con un gesto y me siento avergonzado. ¿Con qué potestad he entretenido a este trabajador? ¿Solo por haber visto la película que acabo de ver? Si dedicarme al sector (soy educador social en un colegio de Carabanchel) no me imbuye de estos comportamientos palizas, ¿cómo un filme sí lo hace? -Es el tiempo tío, te lo juro-insiste. Me imagino en una película que traspase esos límites que Aranoa suele bordear y en los que a veces ha incurrido; una de esas tan preocupada de iluminar la injusticia que se cierne sobre sus personajes, que esté dispuesta a traficar con la coherencia narrativa o la poética visual para conseguirlo; me imagino por tanto antagonista en una película de cine social, ramplona, obvia y edulcorada, y comprendo que solo me queda una opción para darle al final la falacia de autoayuda que me merezco: regalarle mi reloj recién arreglado. Para que tenga tiempo, entendería el espectador con una lagrimita colgando de un ojo. Y la pizarra de Godard rechinaría en nuestros oídos. Por suerte, esto no es una película[1], como diría Jafar Panahir, y me despido pensando en que tal vez no soy tan buen espectador como creía. -La próxima vez que vea Un día perfecto lo haré mejor- me digo con la certeza de que la primera parte de la premisa ocurrirá seguro. [1] http://www.filmaffinity.com/es/film330266.html ¡Véanla si pueden!
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