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EL PERSONAJE METAFICCIONAL DE AUGUST STRINDBERG: AUTOECOS, PERSONAJE RECREADO DESDE FUERA Y AUTOFICCIÓN BIOGRÁFICA

18/3/2014

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por ELENA NICOLÁS CANTABELLA
ImagenE. MUNCH
    Hipersensible, visionario, atormentado, esquizofrénico y paranoico son adjetivos aplicables al gran genio de la literatura sueca, August Strindberg (1849-1912), escritor de narraciones, en muchos casos de difícil catalogación, y fundamentalmente de teatro, género en el que es precursor de líneas tan importantes para el siglo XX como son el teatro de la crueldad y el teatro del absurdo, con obras tan rotundas, duras y humanas, como El padre (1887), La señorita Julia (1888), Acreedores (1888-89), La danza de la muerte (1900), El sueño (1901), El pelícano (1907), entre otras, en las que los profundos e irreparables conflictos entre padres e hijos, las violentas guerras entre hombres y mujeres, la intensa misoginia, la disputa entre lo viejo y lo nuevo, conforman una visión del mundo como una lucha agresiva y brutal, que se mostrará en la llamada “lucha de cerebros” que conducirá al “crimen psicológico”; en ella los personajes aplicarán una violencia y una crueldad verbal sin límites para poder reducir, someter y humillar al contrario.

    El teatro de Strindberg, como podemos intuir, es incómodo para el espectador que se ve enfrentado, sin que se le permitan concesiones, a su parte humana más terrible. Y quizás el espectador no sepa que el dramaturgo sueco cuyos personajes y situaciones le provocan una inquietud creciente, un reconocimiento desagradable de sí mismo, y una enorme desazón, se debatió durante toda su vida entre la genialidad y la terrible sombra de la locura.

    Precisamente es esa frontera, a veces inexistente, entre el genio y el loco, que en Strindberg procede de su naturaleza hipersensible y supraperceptiva a los fenómenos del mundo lo que, por una parte, confiere a su teatro su gran rotundidad, complejidad y fuerza y, por otra, hace del propio autor un material perfecto para ficcionalizar. Y es en este aspecto del Strindberg ficcionalizado donde queremos detenernos precisamente y desarrollar nuestro objeto de estudio.

    Para mostrar, analizar y describir al personaje metaficcional de August Strinberg, objetivo del presente artículo, hemos elegido tres obras diferentes entre sí que aportan una visión del autor sueco desde muy distintos niveles y enfoques: en primer lugar, Comedia onírica del propio Strindberg, una obra de teatro en la que aparecen autoecos del autor; La noche de las Tríbadas del dramaturgo Per Olov Enquist, también de nacionalidad sueca, en segundo lugar; y, finalmente, en tercer lugar, la autobiografía de Strindberg, Inferno. En cada una de estas obras vamos a encontrar al escritor ficcionalizado, pero de muy diferente manera, como vamos a ir comprobando a continuación.

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    Comedia onírica (I) es una obra de teatro de raíz alegórico-simbolista, en sintonía con el teatro lírico del siglo XX, escrita en 1901 por August Strindberg y que ha sido llevada a los escenarios por directores tan insignes como Max Reinhart, Antonin Artaud, Olof Molander e Ingmar Bergman entre otros, llamados por su vanguardismo y modernidad. La obra dramatiza el descenso a la tierra del personaje de “La Hija de Indra”, esto es, una divinidad, que se encarna en un ser mortal, lo que evidencia la clara inquietud de Strindberg por la religión cristiana, y realiza un viaje al conocimiento de la existencia del hombre que le lleva a repetir una y otra vez, alzándose como auténtico leitmotiv de la obra:

          ¡Triste destino el de los hombres! ¡Qué pena me dan! (II)

    Pues bien, lo que nos interesa de esta obra es que aparecen tres personajes que contienen rasgos de la personalidad del propio autor, por lo que nos encontramos con lo que hemos venido a denominar “autoecos”, esto es, reflejos de la personalidad, del carácter de una persona real, en este caso, Strindberg, quien de manera consciente, construye personajes añadiéndoles esos rasgos o características psicológicas.

    El primero de estos tres autoecos o autorretratos de August Strindberg presentes en la obra es el del “Oficial”, personaje que por su boca expresa la concepción fatalista, incluso llegando a ser nihilista, de la existencia del hombre, que es un discurso propio del autor. El personaje se encuentra preso en el castillo, lo que simboliza la prisión existencial del ser humano y la que experimentó el autor durante gran parte de su vida. Este existencialismo es todavía más terrible cuando el personaje, exponente de un gran dolor, nos explica que aún dicho dolor llegaría a ser doble si alcanzara la libertad, porque como también afirma Strindberg en sus escritos autobiográficos:

          Pues francamente no lo sé, porque en cualquier caso me reportará algún mal. Todo placer en la vida hay que pagarlo con el doble de dolor. Aquí donde estoy ahora lo paso mal, pero si compro la dulce libertad seguro que sufriré el doble. (p. 23)

    El Oficial, como el propio Strindberg pone por escrito en sus autobiografías, tiene la convicción de que la vida ha sido injusta con él y culpa a la propia injusticia de la desviación de su destino. El autor sueco, por su parte, encuentra en los más pequeños elementos que le rodean auténticos símbolos de una especie de confabulación universal contra él que lo aparta de la, no ya felicidad, sino paz. Y, entre los dos, el Oficial y Strindberg, el personaje de “La Madre” expresa la complejidad de la vida y la imposibilidad de actuar bien, que es causada por un relativismo extremo:

          ¡Uf, qué vida! Cuando tienes un bello gesto y actúas generosamente siempre hay alguien que lo encuentra feo… si le haces un bien a alguien, le haces, al mismo tiempo, un mal a otro. ¡Uf, qué vida! (p. 27)

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    Por otra parte, el Oficial es el símbolo universal del hombre que espera lo que nunca va a llegar, ya que cuando es liberado de su prisión, decide esperar con flores a la bailarina, pero ella nunca sale y el personaje va deteriorándose delante del espectador, marchitándose sin alcanzar su tan deseado objetivo. Es pues, un personaje iluso, amante, pero ya viejo y decadente, que no puede abrir la puerta que tiene delante, pero que observa día tras día.

    Finalmente, es el personaje del Oficial mediante el cual Strindberg trata el tan importante en su teatro tema de la autoridad, el tema del choque que se produce entre el hombre y las normas represivas, lo que hace lanzar al personaje un grito en el que se nos hace inevitable escuchar la voz de Strindberg:

          ¡Oh, Dios mío, qué follón se arma siempre que alguien quiere hacer algo nuevo y grande! (p. 41)

   El segundo personaje en el que percibimos autoecos del dramaturgo es el del “Abogado”. Éste posee una visión terriblemente negativa del ser humano y de su existencia, tal es así, que la realidad ensucia al propio personaje imposibilitándolo para el amor y la felicidad. Esta concepción podemos observarla al decir el Abogado:

          ¡Un puro lamento, eso es lo que es ser hombre! (pp. 42-43)

    Y en ese lamento que se ha convertido el ser humano, como ya advirtiera Rainer María Rilke en su archifamoso grito de la “Elegía I de Duino”, Dios ha abandonado al hombre, algo en lo que insisten tanto el personaje del Abogado en Comedia onírica, como Strindberg en su autobiografía Inferno, al explicar que Dios no podría permitir las diferencias sociales entre los hombres si prestase atención a éstos.

   El Abogado, por otra parte, es un claro trasunto del dramaturgo sueco, pues ambos desarrollan la misma labor: defender a los hombres, asumir la difícil tarea de la defensa del ser humano. El problema es que esta tarea es la que sume al personaje del Abogado en una tristeza y un sufrimiento que lo alejan de la felicidad, al igual que le sucede a Strindberg. Y si, por una parte, tanto el escritor como el personaje lanzan su defensa al exclamar:

          ¡No hables mal de los hombres, yo he asumido su defensa! (p. 47)

   Esta es una defensa de los hombres que los propios hombres no saben apreciar, sino que rechazan a sus propios defensores, los estigmatizan, los marginan, al no comprender que la actitud y la personalidad de los defensores de la raza humana están llenas de cicatrices causadas por tan ardua e ingrata labor. Así parece lamentarse Strindberg a través de las palabras del Abogado:

          Entonces los hombres me llamaban cascarrabias, el eterno descontento y decían que el diablo me hacía ver todo feo… y otras lindezas. (p. 47)

    El Abogado, al desarrollar esta misión, realiza un sacrificio, que la Hija de Indra va a señalar al ponerle una corona de espinas, trazando una concordancia entre Cristo y el misterio de la Redención humana y el del Abogado y su labor de defensa. Pero esa relación evidente entre Cristo y el Abogado, basada en el carácter sacrificial de la labor de ambos, se rompe cuando el personaje de Strindberg expresa la paradoja existencial que frustra la felicidad del ser humano, la contradicción de que todo lo que produce la felicidad en éste es, al mismo tiempo, la causa de su pena y su sufrimiento y, lo que es más terrible aún, que esta paradoja es la base de toda la religión cristiana. Todo ello podemos verlo cuando el Abogado contesta a la pregunta de La Hija de si no existe nada que alegre al ser humano y asegura:

          Sí, lo más dulce que es lo más amargo, ¡el amor! ¡Esposa y hogar, lo más excelso y lo más bajo! (p. 49)

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    Y la propia Hija va a vivirlo personalmente cuando se case con el Abogado y su matrimonio adquiera ese carácter sacrificial y se inscriba dentro de la paradoja de la existencia del ser humano que el Abogado le ha mostrado, porque, y esto es una reflexión muy del gusto de Strindberg y aplicable a su vida matrimonial, el matrimonio es en palabras del Abogado:

          ¡Es decir, una vida común en el dolor! ¡El placer de uno, es la tortura del otro! (p. 55)

    Ante esta desalentadora realidad, al hombre, con su existencia penosa, llena de angustias, sufrimientos, penalidades, esperas sin fruto y actos sin recompensas, sólo le queda fingir, autoengañarse y vivir sin la valentía de afrontar esta terrible verdad, como expresa el personaje del Abogado:

          Seré humano y ocultaré lo que pienso y diré a todo que sí, y seré un hipócrita. (p. 56)

    El último autoeco de August Strindberg en Comedia onírica es el personaje del “Poeta”, que ya, desde el inicio, posee una relación con el dramaturgo a través de su vocación de búsqueda de la Belleza y la Verdad en el mundo. El Poeta refleja la otra parte de la personalidad de Strindberg, la de la visión idealista de la Poesía y de la Literatura, como demuestra al aparecer al inicio mirando al Cielo, a pesar de que lleva un pozal lleno de barro en la mano.

   Este personaje también demuestra esa lucha de contrarios irreconciliables a la que Strindberg reduce la existencia humana. En este caso, el Poeta señala la oposición existente entre la Belleza y el Deber, que se observan en la destrucción de la primera, causada por el deber de la existencia, y de la que es ejemplo el personaje de Lina al casarse y tener hijos, como explica el Poeta:

          ¡Mire la pinta que tiene ahora! Cinco hijos, los quehaceres diarios, los llantos, el hambre, las palizas. ¡Contemple bien cómo se ha marchitado la belleza, cómo ha desaparecido la alegría! Ambas aniquiladas por el cumplimiento de los deberes, ese cumplimiento que debería, dicen, haber proporcionado una satisfacción interior que se manifestaría en las armónicas líneas del rostro y el fuego sereno de la mirada... (p. 64)

    De esta manera, el mundo para el hombre se muestra, como asegura el Oficial (p. 63), lleno de contradicciones, siendo una de ellas el gran problema del Poeta frente a la Sociedad, el mismo que experimenta el propio Strindberg: la irresoluble paradoja de ser atacado por los hombres si se permanece callado y criticado si se habla. Esta situación extenuante para el Poeta-Profeta es expresada por el Poeta en estos términos:

          ¡Eso dicen todos! Y si te callas te dicen: ¡Habla! ¡Qué gente tan incomprensible! (p. 64)

    Y otra contradicción que señalan tanto el Poeta como La Hija de Indra es la reflejada en la parábola del hijo pródigo y, aunque no se especifica que ambos personajes se refieren a dicha referencia neotestamentaria, queda claro que a ninguno de los dos les parece bien que el personaje de Lina, que trabaja de manera incansable nunca sea recompensada por ello, sino que, como expresa el Poeta:

          ¡Cuando Lina está libre la mandan a la iglesia donde se le reprocha su imperfección! ¿Es esto justicia? (p. 65)

  A partir de este momento de la obra, cuando los tres personajes autoecos del autor ya han sido presentados y caracterizados, nos vamos a encontrar con los tres en escena, lo que permite tres voces que se erigen en portavoces de las ideas y de algunos aspectos de la personalidad de August Strindberg y que lo hacen de manera complementaria.   Tanto el personaje del Oficial, como el del Abogado van a coincidir en señalar la condena que representa la concepción del tiempo como una espiral, pues, a diferencia del tiempo lineal con pasado, presente y futuro, aquél no tiene una meta, un destino al que llegar; el hombre está entonces esperando únicamente la muerte, como explica el Oficial al afirmar que:

           Lo peor que hay después de ese maldito dos por dos es volver a la escuela cuando uno no solo ha sido aprobado, sino promovido a doctor, hacer las mismas preguntas hasta la muerte. (p. 69)

     O como señala el Abogado al expresar el hastío vital del hombre al volver a repetir una y mil veces las mismas cosas:

           ¡Las repeticiones!... ¡La reiteración!... ¡Volver atrás! ¡Repetir una asignatura suspendida!... ¡Vuelve! (p. 81)

   Todos los personajes, no sólo los tres que estamos utilizando en nuestro estudio, señalan durante toda la obra la imposibilidad de la felicidad humana y piden piedad, y lo hacen porque, como contrapone el Oficial, frente a la Lógica, en la que no existe una contradicción, en el mundo real sí que todo es contradictorio, presentándonos Strindberg, de esta manera, unos personajes que nos recuerdan a los personajes de Kafka, dado que sufren por cosas absurdas y no pueden escapar de ellas.

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    Esta concepción fatalista de la existencia humana, que nos recuerda, como ya hemos mencionado, al poeta austriaco Rainer María Rilke, alcanza su máxima enunciación cuando el personaje del Esposo exclama:

          Porque en la felicidad crece la semilla de la desgracia. La felicidad se consume a sí misma como la llama… no puede arder eternamente sino que se apaga y esta premonición del inevitable final aniquila la felicidad en su cénit. (p. 78)

    En la interpretación strinbergiana de lo humano existen dos fuerzas de signo contrario, dos tensiones irreconciliables pero que inevitablemente están unidas. El Abogado es una de las voces que se erige como portavoz del pensamiento del dramaturgo sueco y muestra la lucha entre el Deber y el Placer al asegurar dogmáticamente que:

          Todo lo agradable es pecado. (p. 81)

    El dolor es engendrado por el placer, como los remordimientos, que son un lastre de la religión, surgen precisamente del mismo placer. Como les sucediera a nuestros padres, Adán y Eva, después del placer, la memoria reinterpreta lo sucedido y se produce el sufrimiento, así lo explica el Abogado:

          Sí, me despierto por la mañana con dolor de cabeza y entonces comienza la recapitulación, la perversa recapitulación. De manera que todo lo que anoche era hermoso, agradable, ingenioso, hoy por la mañana aparece feo, repugnante, estúpido en el recuerdo. El placer se pudre y la alegría se desmorona. (p. 82)

    Además de esta terrible reinterpretación del placer, el hombre no puede ser feliz por su sentimiento de envidia hacia el resto de lo mortales. Al contemplar la felicidad ajena, el dolor del hombre aumenta, nos dice el Abogado.

    Ante todo este sufrimiento humano, Dios es sordo, recuerda el Poeta, evidenciando otra vez la concepción fatalista de la existencia humana, puesto que, la vida del hombre es dolor de principio a fin y no existe salvación. Así lo demuestra al comentar lo que le sucede a la tripulación de un barco que representa a toda la humanidad:

          La tripulación grita horrorizada cuando ve a su salvador… Y ahora… se tiran por la borda por miedo a su redentor… […] ¡Ahora gritan porque van a morir! ¡Gritan cuando nacen y gritan cuando mueren! (p. 99)

    Toda la desolación del ser humano se escenifica cuando la puerta que ha estado cerrada durante toda la obra, aquélla que el Oficial observaba en su larga y tediosa espera, es abierta y, para asombro de todos, no hay nada, lo que simboliza que detrás de los mayores enigmas de la existencia humana no exista nada. Estamos delante de una las concepciones más desalentadoras y nihilistas que nos haya dado el teatro.

    La vida humana, así entendida, produce una gran ansiedad, pues, como dice el Poeta: el hombres es incapaz de abarcarlo todo, de cumplir con todo, de agradar a todos; la vida humana es ambigua, extraña, absurda y cruel, como deducimos de la siguiente intervención del Poeta cuando expresa:

          La gente me llama infame y canalla y no me sirve de nada que la conciencia me diga «Has hecho bien», porque un momento después me dice «Has hecho mal». ¡Así es la vida! (p. 110)

    Finalmente, para terminar el breve análisis de esta obra, queremos destacar la importancia que tiene una de las últimas intervenciones del personaje de la Hija, en la que explica cuál es la misión del Poeta, porque nos parece que en ella es el propio Strindberg el que nos está hablando a los espectadores. El Poeta tiene como misión entender mejor la vida humana, para lo que debe sobrevolar lo humano y descender rozando la tierra, pero intentando no quedar atrapado; así el final de la obra es un poema de este divino personaje cuyo fragmento dice:

            ¡Adiós! Hijo del hombre, soñador,

            tú, poeta, que entiendes la vida mejor que nadie,

            vuelas con tus alas sobre el mundo

            a veces desciendes hasta la tierra

            para rozarla no para quedar atrapado en ella! (p. 116)

    Poema éste de la Hija de Indra que sintetiza en cinco versos el auténtico sentimiento humano para Strindberg: dos pulsiones que desgarran la existencia del hombre, puesto que:

            El corazón escinde en dos mitades

            que se ven arrastradas en direcciones contrarias,

            los sentimientos son desgarrados como entre dos caballos

            que tiran en direcciones opuestas

            por contradicciones, conflictos, indecisiones. (p. 117)


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    La siguiente obra que queremos analizar es la pieza teatral sueca del siglo XX que más veces ha sido representada. Se trata de La noche de las Tríbadas del novelista, dramaturgo y crítico literario, nacido en 1934, Per Olov Enquist. En ella los cuatro personajes que aparecen son: una ficcionalización del propio August Strindberg, su ex-esposa Siri Von Essen-Strindberg, la amante de ésta, Marie Caroline David, y el actor Viggo Schiwe. La acción transcurre durante el ensayo de una obra del dramaturgo sueco, en la que la acción es mínima y lo que realmente se desarrolla son los conflictos de Strindberg con su esposa y la amante de ésta.

    Debemos recordar que en 1884, año en el que Strindberg vive asediado por la paranoia y la manía persecutoria, acrecentada por la enorme crítica que provoca su obra Casados, Siri, su entonces esposa, que vive pensando que August está perdiendo la razón, mantiene una relación lésbica con Marie Caroline David, motivo por el que la presente obra se titula La noche de las Tríbadas, pues “tríbada” es sinónimo de “lesbiana”, y también suceso que intensifica la misoginia de August. La pareja no se divorciará hasta 1891.

    El Strindberg ficcionalizado por Enquist es un personaje definido por el tremendo rencor hacia su esposa y la amante de ésta por haber dañado su hombría, que expresa de manera cruel su intensa misoginia, y que necesita recordar sus éxitos y su poder delante de los otros tres personajes. En principio se trata de un personaje muy negativo, pero, conforme avanza la acción, observamos que, no es que cambie de manera radical, sino que no es tan superficial y plano como habíamos pensado en un primer momento. La obra desarrolla una lucha dialéctica constante como un ejemplo de la “lucha de cerebros” que vertebra muchas de las obras de Strindberg.

    Ese rencor del que hemos hablado y la intensa misoginia son los que hablan por boca del personaje Strindberg cuando se dirige hacia Siri y demuestra su mayor estatus sobre ella al decirle:

          Como eres la directora del recién fundado teatro Strindberg de Copenhague… nombrada por mí… exijo… lo que es humano y razonable… que se respeten los horarios. Que empiecen los ensayos. Y que terminen. Que se lleven las cuentas. ¡La mujer que quiere mantenerse a sí misma y ser libre no puede ser perezosa! (p. 148)

    Pero, contradictorio como su concepción de la existencia humana y fruto de dos pulsiones que luchan y desgarran al hombre, al momento, Strindberg muestra su lado cobarde, sus miedos e inseguridades al increparle otra vez a Siri, pero en voz baja:

          Sabes que tengo claustrofobia. No puedo… ni siquiera pensar en la cárcel. Cada vez que trato de imaginarme… una celda, me muero un poco. (A gritos) Además comprendiste, maldita zorra, que ¡no habría podido ganar dinero si me hubiesen metido en la cárcel!”. (p. 149). “¡Por eso! ¡Porque si hubiese escrito la verdad, que tenía miedo, y además un miedo espantoso! ¡Y que me escapé! ¡Y que en realidad no quería acostarme con aquella zorra! ¡Entonces todo el mundo hubiese pensado que me había portado como una mujer! (muy tranquilo y objetivo) y no como un hombre. (p. 150)

    A su inseguridad y cobardía, Strindberg, como comprobamos, añade en esta intervención uno de los rasgos que más se han destacado del dramaturgo y que Enquist utiliza en su obra: la misoginia. Justo después de que el personaje de Strindberg muestre sus flaquezas, se dispone a atacar activamente a Siri y al sexo femenino al comentar:

          Además mis estudios sobre el alma de la mujer me han despertado el interés por la psicología del criminal. Tú sabes… la mujer tiene también una naturaleza criminal… son cosas que están muy ligadas unas con otras. Hay que estudiar todo eso. (p. 150)

  Otros dos rasgos con los que Enquist caracteriza a su personaje de Strindberg son los de soberbia, vanidad, tanta que no es consciente de que el actor Schiwe lo halaga de manera hipócrita e interesada, y la no aceptación de los usos y convenciones sociales. Esto puede verse cuando le pide al mismo personaje dinero sin casi conocerlo y, además, utilizando estos términos:

          Estoy sin blanca. Necesito pasta, dinero contante y sonante. También acepto pequeñas calamidades. (p. 152)

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     El Strindberg de Enquist no tiene, por momentos, escrúpulos, ni se asoma el idealismo de los personajes que hemos visto en Comedia onírica, como el del Poeta. En ocasiones, el personaje Strindberg se muestra desde una perspectiva degradada y con un móvil económico y no poético. Así lo vemos cuando afirma:

          ¡Escuche, señor Schiwe! Yo soy una máquina, ¡una máquina, ¡una máquina que sirve para mantener a unas personas! ¡Estoy obligado a producir textos como una máquina para mantener a niños menores de edad y a mujeres que parasitan a mi costa! ¡Las señoras exigen sangre y dinero! Por eso, ¡no puedo permitirme el lujo de tener la visión sentimental de mis obras que tiene usted, jovencito. (p. 154)

    Además es un personaje con un carácter violento, que expresa abiertamente y de manera visceral sus celos y su rabia, como lo hacen los personajes de sus obras teatrales. Al referirse a Marie, la amante de su esposa, estalla:

          La pequeña y repugnante tríbada danesa. ¡Joder! Debería haberla matado, sin más historias, en Grez, hace tres años. No es suficiente haberla echado de casa. (p. 155)

   Su rabia impregna sus obras, nos dice, en las que puede desquitarse de aquellas personas que le han ofendido o dañado. Escribir parece ser una manera de venganza personal, como comenta al explicar la obra La más fuerte, en la que uno de los personajes se basa en Marie, personaje al que concibe mudo y, además:

          M de marimacho, u de usurpadora, d de demonio, o de obscena ¡Mudo! ¡Permanecerá sentada ahí! ¡Y muda! (p. 157)

   Y cuando parece que Strindberg es un dios cruel, rencoroso y vengativo, que trata de vengarse de sus enemigos a través de sus personajes teatrales, Marie David nos descubre a un Strindberg que en nada se parece al anterior y lo define, en un pasado lejano cuando se conocieron en la ciudad de Grez como:

          Una persona tan dulce, tan amable. En realidad, usted es una de las personas más dulces, más delicadas, más sensibles que conozco, no es ni mucho menos... (p. 157).

  Marie revela una de las claves interpretativas de la compleja personalidad de Strindberg: su vulnerabilidad. Es precisamente ese rasgo el que le hace sentirse inseguro y estallar en violentos ataques de ira, crueldad y rabia. Su personalidad es bipolar o ciclotímica. Strindberg siente, según Marie, la presión de la sociedad que no le permite ser vulnerable:

          A qué viene ahora ese exabrupto tan… violento… tan viril… es como si tuviese que aparentar… como si tuviese miedo de no ser un hombre si no lo hiciese. (p. 158)

    Podríamos poner múltiples ejemplos de la humillación y degradación a la que somete el personaje de Strindberg al resto de personajes, sobre todo a las dos mujeres, a las que siente conspiradoras, frías, manipuladoras y enemigas, pues la obra está llena de insultos, ataques y castigos, pero no creemos conveniente alargarnos en exceso por lo que concluiremos afirmando que el Strindberg de Per Olov Enquist es un personaje inseguro y vulnerable, rayano en la paranoia, que sufre de manía persecutoria, creyéndose siempre el centro de los planes malvados de los demás. Pero, al mismo tiempo, asoman en él por momentos, dulzura, una gran intuición, respeto por sus semejantes y dolor. El personaje que traza Enquist es un bipolar con delirios de grandeza, narcisista, con grandes conflictos en su interior, marcado por la vulnerabilidad del “albatros” baudeleriano.

   Pero, ¿cómo se muestra el personaje Strindberg descrito por el propio Strindberg? ¿Cómo es el ficcionalizado autorretrato que realiza el dramaturgo en su autobiografía Inferno? (III)

   La extraña autobiografía del escritor sueco es el relato de un personaje atormentado que vive una crisis existencial que titula con el significativo título de Inferno, y que se presenta, en muchas ocasiones, como el diálogo de un loco consigo mismo. En la obra, que comienza con una minipieza teatral de tema religioso, se mezclan momentos narrativos, con reflexiones sobre la existencia humana, la religión, y episodios de profunda esquizofrenia.

    De esta obra sólo vamos a mostrar algunos de los rasgos que se extraen del personaje autoficcionalizado de Strindberg con algún fragmento como ejemplo. En primer lugar, nos encontramos con algo que ya hemos observado en la obra de Per Olov Enquist; la sensación del autor de que su esposa, en este caso Frida Uhl, siente celos de su éxito, lo que lo hace sentirse solo y desplazado, como así expresa:

          El cartero me trae una carta de mi mujer. Es de una frialdad glacial: se ha sentido herida por mi éxito, y finge fundamentar su escepticismo en la opinión de un químico profesional. (p. 30)

  Strindberg se refiere a su fijación con la química, y su obsesión por fabricar oro como los alquimistas. Debemos recordar que en estos momentos el escritor se ha marchado a París, lejos de su esposa, con la que mantiene una relación a distancia en plena crisis matrimonial, aunque nunca en la obra tratará de manera cruel a Frida. Su relación se basa en esa lucha de contrarios que sostiene todo el pensamiento de Strindberg, como observamos al leer:

          Yo la amo, ella me ama, y nos aborrecemos con un terrible odio de amor, que la ausencia no hace sino acrecentar. (p. 39)


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   Por otra parte, de la misma manera que los personajes o autoecos de Strindberg en Comedia onírica ponían de manifiesto esa visión pesimista y negativa de la existencia humana, el propio autor bajo su autoficción va a insistir en esta idea al expresar:

          O traducido libremente: la tierra es un centro penitenciario en el que tenemos que penar por los crímenes cometidos en una existencia anterior, de la que guardamos un vago recuerdo en la conciencia, que nos impulsa hacia el perfeccionamiento. Somos todos, por consiguiente, unos delincuentes y no deja de tener razón el pesimista que piensa y habla siempre mal del prójimo. (p. 72)

    Lo que también observamos en este fragmento de la obra es una de las constantes de este relato autobiográfico: la búsqueda de una respuesta existencial del autor que, inestable, inseguro y, por momentos, loco, se plantea una y otra vez los temas sagrados. De esta manera, va a mostrar sus relaciones con la Teosofía, con las ciencias ocultas, sus intentos de ser católico y, sobre todo la enorme influencia de las lecturas de Swedenborg.

    Las lecturas del científico y teólogo suizo Emanuel Swedenborg (1688-1772) le llevan a creer de manera inmediata sus enseñanzas, sin meditación ni reflexión, como una vía de escape a una locura incipiente. De esta manera se muestra así de entregado tras leer Serafita:

          ¡No me cabe ninguna duda de que estoy preparado para una existencia superior! Desprecio la tierra, este bajo mundo, a los hombres y sus obras. Me tengo por un hombre justo, carente de iniquidades, a quien el Padre Eterno ha puesto a prueba, y que el purgatorio de este mundo hará digno de una liberación próxima. (p. 93)

    Y días después, casi sin transición, su carácter voluble, bipolar y ciclotímico le hace afirmar lo contrario al decir:

          Como un condenado en el paraíso. Es aquí donde comienzo a descubrir que soy un condenado. (p. 135)

    La religión se convierte para Strindberg en el asidero de un loco, en la justificación de su manía persecutoria y de sus delirios paranoicos de una conspiración contra él. Ésa es una de las más curiosas revelaciones que hace el dramaturgo en Inferno, la de su terrible manía persecutoria. Strindberg sufre un agudo episodio de psicosis paranoide en esta época, que le hace ver en cualquier elemento mínimo, suceso anecdótico, ruido, sueño, encuentro fortuito, etc., la mano de un ser superior, llámese Dios o Lucifer, que, además, lo que pretende es frustrar sus planes de alcanzar la fórmula química exacta que está buscando, o la publicación de una de sus obras. Aunque los episodios de esta crisis mental son muchos en la obra, pondremos uno que sirva como ejemplo, que se corresponde con la estancia del autor en el Hotel Örfila, en el que cualquier ruido es interpretado como un signo de agresión hacia él o, incluso llega a pensar que están intentando envenenarlo. Así lo expresa él mismo:

          No se atreven a matarme, únicamente quieren volverme loco, mediante artimañas, para luego hacerme desaparecer en un sanatorio mental. […] Por otra parte, todo cuanto se dice se ve momentos después contradicho, y, ante sus mentiras, mi fantasía se desboca y rebasa los límites de lo razonable. (p. 147)

    Otro aspecto muy strindbergiano que aparece de manera constante en Inferno es la misoginia. Tanto es así, que el escritor sueco muestra el amor del hombre hacia la mujer como una entrega del alma, un desdoblamiento de sí mismo, una pérdida de una parte de sí, un sacrificio que, en ocasiones, se ve castigado de manera inmisericorde por la mujer, que huye, abandona al hombre y lo deja vacío. Así, el hombre posee capacidad de amar, pero la mujer no, como leemos en el siguiente fragmento:

          El amor es un acto de autofecundación del macho, porque es el hombre el que ama, y es ilusorio creer que es amado por la mujer, su doble, su propia creación. (p. 289)

    En otro momento de la obra, tras la lectura de un pasaje de San Crisóstomo, Strindberg vuelve a repetir sus ataques misóginos al preguntarse de manera retórica:

          ¿Qué es la mujer sino el enemigo de la amistad, el suplicio inevitable, el mal necesario, la tentación natural, la desgracia deseable, la fuente inagotable de las lágrimas; la maliciosa obra maestra de la creación vestida totalmente de blanco?

          Si la primera mujer tuvo ya que tratar con el diablo, ¿por qué sus hijas no habrían de hacer otro tanto? Nacida de una costilla del costado, ¡todo su espíritu se halla naturalmente inclinado al mal. (p. 313)

    Como hemos podido comprobar, ya sea como autoeco, como personaje de ficción en una obra escrita por otro autor o como personaje de su propia fantasía o locura, August Strindberg es uno de esos autores de personalidad compleja y atormentada que nos ha dado la Literatura, en el que la línea entre genialidad y locura no están nunca claros. Será quizás el precio que todo genio debe pagar por su visión superralista, hipertrofiada de la realidad y de la existencia humana, o, como dice Rilke, el precio de “lo terrible”, porque Strindberg era capaz de soportar algo más allá de lo humanamente soportable. Sus demoledoras e incómodas obras son muestra de un genio con un terrible abismo en su interior.

   Para concluir, queremos reproducir una cita del final de la obra Inferno en la que el propio Strindberg se muestra contradictorio, como la existencia del hombre, y expone cuál era la misión que se proponía con su teatro, esto es, la liberación del hombre, y su choque contra la realidad:

          Liberar, sí, era la consigna de la literatura escandinava entre 1880 y 1890. Y yo desempeñé mi papel en ella. He liberado a las mujeres. Ello ha tenido como consecuencia que las madres de familia se hayan vuelto semejantes a las prostitutas, y hayan atacado a su libertador, golpeándole con sus cadenas rotas. He liberado a los miserables y a los oprimidos, pero la sociedad está regida por los peores opresores, llegados al poder. ¡He querido liberar a la juventud de los remordimientos y de la locura, y la juventud caída en el vicio y en el delito me acusa de ser un Catalina, y los padres y las madres me han incluido en el Índice! Por tanto, no hay necesidad de liberar a nadie, porque la vida es ya de por sí un correccional, cosa que yo ignoraba y que me excusa a mis propios ojos, habiendo actuado de buena fe y con la voluntad de quien desea seguir el ejemplo del Salvador, que absolvió a la adúltera y al ladrón. Sólo que, y éste es el punto capital, mentí negando los terribles remordimientos que acompañaron la caída de un muchacho, y este mea culpa me hace enrojecer ante la divisa de la medalla; pero ¡fui yo quien la encargó! (pp. 364-65)

            Notas:

       (I) STRINDBERG, August y ENQUIST, Per Olov (2007). Comedia onírica. La noche de las Tríbadas, Madrid: Nórdica.

       (II) Ibídem, p. 29, 30, 44, 55, 70, 78, 107, 117.

       (III) STRINDBERG, August (2002), Inferno, Barcelona: Acantilado.

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