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TOCAMOS TODOS LOS PALOS, INCLUIDOS LOS DEL FLAMENCO
por GUILLERMO MONTOYA GRACIA [Artículo original publicado inicialmente en el número 32 de la revista] Poeta, cantante y novelista. Cantante, poeta y novelista. Poeta, novelista y cantante. Novelista, cantante y poeta. Y así hasta el infinito. No me atrevería a clasificar a un genio inmortal de semejante tamaño porque cometería un grave error, pero me voy a quedar con su excelente faceta musical, que es la que me tiene atrapado. Por suerte no voy a abandonar las dos restantes, puesto que forman una sola unidad. La poesía lucha contra la novela, la canción se alimenta de la poesía y la novela no se puede disfrutar sin la música, y cuando todo converge en el mismo punto se produce el nacimiento de un artista único e irrepetible. Elegante, sereno, sobrio, oscuro, pausado, misterioso e inquietante son algunos de los adjetivos que definen a Don Leonard Cohen, pero son tantos que tengo que dejar alguno fuera aunque ellos mismos se enfaden conmigo. Alejado del plano comercial y más cercano al plano personal, su música se puede catalogar de depresiva. Sí, aunque parezca una contradicción y nos sorprenda que pueda ayudarnos a lanzarnos por una ventana o apoyarnos a dar el último y decisivo paso para ponernos una soga al cuello, en su depresión podemos encontrar una fuente de belleza. Aquí encontramos el gran encanto de su obra, el secreto que lo hace diferente al resto y que hace que resulte tan complicado “enamorarse” de él. En estos tiempos en que la música ha pasado a ser un simple negocio y ha perdido totalmente la esencia para la que fue creada, siempre nos queda recurrir a los grandes mitos que nunca nos han abandonado. Han desaparecido las grandes leyendas y los grupos y solistas actuales, y sus temas tienen fecha de caducidad hasta el siguiente disco. No nos queda ningún mensaje más que grandes estadios llenos y mucha publicidad, la esencia y el contenido de una buena canción que dura para toda la vida han desaparecido de nuestras almas. La buena música está quedando olvidada y casi nadie es capaz de quererla, de defenderla, de cuidarla, de mimarla, de mirarla a los ojos y de traerla de vuelta a casa. Es deprimente, sí, y eso es lo que siento cuando escucho al señor Cohen.
Si The Doors abrieron las puertas de la percepción, Leonard las cerró. Si Bob Dylan protestaba, Leonard mantuvo la serenidad. Si The Beatles revolucionaron al mundo, Leonard lo calmó. Si The Rolling Stones agitaron a las masas, Leonard las volvió a poner en orden. Todo cambia bajo los pasos de un estilo tan inconfundible y personal, alejado de posturas fáciles y de falsos elogios. Distinto, diferente, discreto en su justa medida, todo está englobado bajo el sombrero de este gran artista del siglo XX, pero perfectamente preparado para lo que pueda llegar. Siempre he tenido devoción por los grandes personajes, como Cohen, que fueron capaces de aportar una nueva visión de la triste y aburrida realidad. La llegada al mundo de Leonard Norman Cohen se produjo el 21 de septiembre de 1934, en el seno de una familia judía de clase media residente en el barrio de Westmount, Montreal (Canadá). Si la familia hubiera residido en Europa, posiblemente dicho nacimiento no se hubiera producido, por lo tanto podemos sentirnos afortunados de tal acontecimiento. Hijo de Nathan Cohen (Cohen en hebreo significa “sacerdote”), de ascendencia polaca y madre lituana, el pequeño Leonard fue querido como un mesías y calificado como descendiente de Aarón (en hebreo palabra que significa progenitor de mártires, posiblemente relacionado con el egipcio «Aha Rw», “León Guerrero”, fue un sacerdote levita, hermano mayor de Moisés y primer Sumo Sacerdote de los judíos). El padre, propietario de un negocio familiar de corte y confección, y según la tradición familiar descendiente de los Kohaim, falleció cuando su hijo tenía 9 años, hecho que claramente lo marcó y que dejó el marchamo de seriedad que siempre le ha caracterizado. En el libro de Silvie Simmons Soy tu hombre. La vida de Leonard Cohen aparece una anécdota que explica el principio de un aspecto clave para entender al personaje: su obsesión sexual, que le convertiría en un donjuán imparable. En su adolescencia, Leonard desarrolla un notable interés por la hipnosis. Llega a comprar un pequeño libro de bolsillo sobre hipnotismo y descubre que posee un talento natural para tales procedimientos. Tras un éxito inmediato con animales domésticos elige a la criada de la familia como objetivo. Siguiendo sus instrucciones, la joven se sienta en el sofá de su casa, y Leonard le indica entonces que se desnude. ¡Qué gran momento debió de representar para el adolescente Leonard, exclama Simmons, aquella acertada fusión de sabiduría arcana y deseo sexual! Sin embargo, cuando vio que le costaba despertarla, Leonard sintió pánico. Le aterrorizaba que su madre llegara a casa y los pillara, aunque cabe imaginar que eso solo habría vuelto aún más exquisitamente leonardcoheniana aquella mezcla embriagadora de sensaciones al añadirle cierto sentimiento de inminente fatalidad, desesperación y pérdida. Ya en su tercer año de carrera abandona el techo familiar para irse a vivir con un amigo a un piso. Las relaciones con su madre nunca habían sido demasiado cordiales y dicha decisión ocasionará un nuevo enfrentamiento con ella, enfrentamientos que se sucederán repetidamente convirtiéndose en habituales y con un peligroso y grave incremento de la violencia. Su madre acabó internada en un hospital psiquiátrico. Ella era muy judía, afirmará su rabino años más tarde. Cuando murió su marido, Leonard se convirtió en el objeto de su indulgencia, reprobación y devoción absoluta. El joven poeta, buen estudiante, aprendió a tocar la guitarra a los 15 años, gracias a un joven español que conoció en un parque al asomarse una tarde por la ventana y escucharle tocar unos acordes de flamenco con su guitarra española, el cual se suicidó antes de la cuarta clase, y que como recordó Cohen 60 años más tarde yo no sabía nada de aquel hombre, por qué había venido a Montreal, por qué se había quitado la vida, pero aquellos seis acordes que me enseñó han constituido la base de todas mis canciones y de toda mi música. En aquellos días llegó a formar parte de un grupo de country-folk llamado Buckskins Boys. Cursó sus estudios de secundaria en el instituto Herzliah hasta que en 1951 ingresa en la Universidad de McGill, en Montreal, donde obtuvo la licenciatura en Literatura Inglesa. Empezó a destacar en el aspecto literario y tenía dotes para la poesía, pero hasta 1956 que se traslada a la Universidad de Columbia (Nueva york), donde estudió su gran ídolo Federico García Lorca en 1929, no aparece su primer poemario, Let Us Compare Mythologies, dedicado a su padre, tras recibir una subvención del Canadá Council y editado por las McGill Poetry Series, destacando sus cualidades aún cuando sólo era estudiante de primer ciclo. La obra, inspirada en García Lorca, recopila sus poemas escritos entre 1949 y 1954, y nos muestra la que serán las líneas que seguirá en su obra, el holocausto nazi, la religión y la sexualidad. Había nacido un poeta, un mesías para su religión y su familia, un joven amante de mujeres, de los sentidos y las palabras encadenadas de forma libre y sincera, plasmadas con la más bella ternura y dolor. En 1961 alcanza su primer momento de celebridad en los círculos de poesía canadiense con The Spice Box of Earth. Fue publicado por primera vez por McClelland y Stewart, cuando Cohen sólo tenía 27 años. El libro llevó al poeta una medida de fama literaria temprana. Uno de los biógrafos de Cohen, Ira Nedel, afirmó que la reacción al libro terminado se mostró entusiasta y admirada y el crítico Robert Weave declaró que era probablemente el mejor poeta joven en inglés de Canadá en este momento. En él estaba impresa su marca personal y exclusiva de la religión y la sexualidad, de lo sagrado y lo profano, destacando uno de los aspectos más fascinantes de su obra, la elasticidad que el autor presentaba en sus diferentes creaciones. En esta etapa de plena creación pura y de desarrollo de su obra poética, viajó por toda Europa y se trasladó a vivir de manera intermitente a la isla griega de Hydra, en una casa sin agua y luz que compró por unos 1.500 dólares, junto a la novelista sueca Marianne Jensen y su hijo Axel. El fruto de esta relación será la maravillosa canción ‘So Long, Marianne’.
Todo artista necesita una musa, una fuente de inspiración carnal que le permita desarrollar plenamente todas sus inquietudes mentales y físicas. La bella Marianne fue la primera y, más tarde, ella se convertiría en una preciosa canción. Aparece su segundo libro, Spice-box Of Earth (1961), publica las novelas The Favourite Game (1963), el segundo y famoso libro de poemas Flowers For Hitler (1964) y en 1966 las obras Beautiful Losers y Parasites Of Heaven. Tras siete años de experiencia en Grecia, se traslada a Estados Unidos para aparcar su etapa de escritor y comenzar a cantar en locales del barrio neoyorquino de Grenwich Village, lo que le permitirá aparecer en festivales de folk. Su primera canción importante será ‘Suzanne’, basada en el poema ‘Suzanne Takes You Down’ (Parasites Of Heaven), que la cantante Judy Collins convirtió en gran éxito en 1966, y que le supuso la firma con Columbia Records gracias a John H. Hammond. En 1967, a la edad de 33 años, aparece su primer álbum en el mercado, titulado Songs Of Leonard Cohen, en el cual se destapa un estilo clásico, su voz de barítono, sus letras que englobaban sexo, amor, religión, y su lucha personal bajo una instrumentación minimalista. Aparecían en el disco grandes temas como ‘Suzanne’ y ‘Sister Of Mercy’ (relato de un encuentro “amoroso” en un hotel con dos mujeres de Edmonton). El poema estaba dedicado a Suzanne Verdal, que estaba casada con el escultor Armand Vaillacourt, amigo íntimo de Cohen. La historia de Suzanne y Leonard está llena de misterio. Él mismo contó en una entrevista en la BBC realizada en 1994 la verdad sobre aquella “comprometida” relación. Explicó que el poema y la canción estaban basados en un encuentro que tuvieron en Montreal, lo que le sirvió de inspiración para escribirlo. Ella lo invitó a su casa y tomaron un té aderezado con trozos de naranja. La bebida, el río San Lorenzo y la pequeña capilla de Notre-Dame-de-Bon-Secours, situada cerca de la bahía y mirando al sol naciente, extracto del poema, fueron parte de los elementos que le llevaron a su creación, lo que Cohen llamó «el rocío», el origen del nacimiento de la obra literaria. La gran duda y la eterna pregunta que dejó aquella visita fue la posibilidad de que ambos mantuvieran relaciones sexuales aquel día, pero fue algo que siempre negaron.
Por lo visto fue la única mujer que dejó escapar, ya que la lista de conquistas es interminable, casi todas ellas terminarían en un poema o canción, y con un excelente pedigrí. Marianne, Suzzane, Annie, Janis Joplin, Nico (The Velvet Underground), Kelley Lynch, la que fuera su manager, y Rebecca De Mornay, que se convertiría en su pareja más estable, entre otras. Según sus propias palabras, «las mujeres no se enamoraban de lo que era, sino de lo que decía». El episodio más destacado y relatado en su biografía contada por Simmons fue la relación y felación memorable que Joplin le realizó cuando ambos residían en el mítico Hotel Chelsea de Nueva York, cuna de artistas de toda índole. Para los más puristas del “sexo, drogas y rock’n’roll” que identificó a los años 60, nos encontramos ante el momento cumbre y soñado para cualquiera que hubiera conocido aquel gratificante acto. Curiosamente Leonard buscaba encontrar a Brigitte Bardot y se cruzó con Janis en uno de los ascensores. Todo terminó relatado en la canción ‘Chelsea Hotel’, donde relatará musical y poéticamente su grata experiencia con la cantante.
Sus canciones empezaron a colocarlo en las primeras filas del panorama folk, destacando tanto por sus creaciones como por su compleja personalidad. Pero, arrastrado por las drogas y el alcohol, entró en una profunda depresión que le llevó a un estado peligroso muy cercano a la locura. A su complicada personalidad se le une una profunda depresión que no abandonará su compañía a lo largo de su vida. “Los maravillosos sesenta”, aquella década de creación y destrucción, de flores y armas, de grandes decisiones que destrozaban al mundo y sus consiguientes protestas, de rebeldía estética y musical, de los meses revolucionarios de Mayo que cambiaron totalmente el panorama social, de la desaparición de grandes artistas musicales, tan enormes como sus excesos, pero que el joven y descentrado Leonard pudo superar. El incipiente éxito termina con sus huesos en el hospital con síntomas y episodios de trastorno bipolar. 1970 se convierte en el año de su primera gira europea. Lo que se suponía una plácida muestra de su obra y un descubrimiento de ella por parte del viejo continente, se convierte en una pesadilla debido al excesivo consumo de sustancias estupefacientes. Su mayor “actuación” se produjo en Hamburgo, cuando para protestar por la prohibición en las emisoras americanas de la canción ‘Ohio’, dedicada por Neil Young a los cuatro estudiantes abatidos por la Guardia Nacional en las protestas de la Universidad Estatal de Kent, la conocida Matanza del 4 de mayo (1970), apareció en el escenario realizando el saludo nazi y chocando sus talones y para darle un toque más personal realizó una danza judía sobre un pie y comenzó a cantar en yiddish (idioma oriental de los judeoalemanes). Entre las protestas, gritos y abucheos del público apareció un espectador con una arma que intentó asesinarle, hecho que no se produjo gracias a la seguridad del evento. El grupo que lo acompañaba amenazó con abandonarlo si no olvidaba sus salidas de tono y sus actos agitprop. Realizó otra gira paralela por manicomios de Inglaterra, charlando y cantando con los pacientes, que amplió posteriormente en Estados Unidos y Canadá. En dicha etapa de desconcierto social y personal aparecen en el mercado Songs From A Room (1969), con una excelente acogida por parte del público, y Songs Of Love And Hate (1971), lo que le supuso destacar como uno de los autores más importantes y reconocidos del momento del momento. Desarrolla ampliamente su etapa musical, pero sin abandonar la poética con la publicación de The Energy Of Slaves (1972). Su relación con la fotógrafa Suzanne Elrod, fundamental en su primera etapa, produjo el nacimiento de sus dos hijos, Adam (1972) y la pequeña Lorca Cohen (1975), en un evidente homenaje a su poeta preferido. Adam sufrió un grave accidente de coche en 1993, entrando en un coma que se le diagnosticó irreversible. Su padre permaneció junto a él leyendo pasajes de la Biblia noche tras noche, hasta que cuatro interminables meses más tarde su hijo logró despertar y le pidió a Leonard que «le siguiera leyendo un poco más». Lorca se convertiría, a sus 36 años, en la madre de alquiler del cantante Rufus Wainwright y su pareja Jorn Weisbrodt. En esta etapa de paternidad aparece el álbum Death Of A Ladies’ Man (1977) en el cual abandona su minimalismo más habitual bajo la producción de Phil Spector. Llegamos al gran momento de su faceta musical con la publicación de los discos Recent Songs (1974), dentro de su línea más clásica, y el espiritual Various Positions (1984). Curiosamente no fue lanzado en EEUU por la compañía, puesto que el éxito del artista en dicho país siempre estaba por debajo del que obtuvo en Canadá o Europa. En el disco encontramos la famosa y universal canción titulada ‘Hallelujah’, lanzada a la fama por el galés John Cale (The Velvet Underground) en 1991, que introdujo acertadamente en su versión el piano que se convertiría más tarde en instrumento imprescindible para la canción. Más de 150 artistas y grupos de todo el mundo han realizado una versión o interpretación de la canción, entre los que podemos encontrar a Bob Dylan, Bon Jovi o Rufus Wainwright, e incluso aparece en la banda sonora de Shrek. Se la ha llegado a catalogar de himno religioso, pero la interpretación de la canción admite otras posibilidades lejos de una etiqueta tan potente. La obra de un poeta es muy subjetiva y personal y siempre deja la puerta abierta a distintos caminos que nos pueden ofrecer un mismo sentimiento en nuestros corazones, sentimiento que cada oyente expresará a su libre albedrío. Lo más evidente es que nos invoca a entonar un largo y deseado “¡¡Aleluya!!”.
Pero si algo le faltaba al Señor Cohen —nunca dejará de sorprendernos— era tener una aparición televisiva y se produjo nada más y nada menos que en ¡Corrupción en Miami! Sí, señor, ahí apareció nuestro amigo Leonard como jefe de la Interpol luchando contra el crimen junto a la pareja de detectives más ambigua sexualmente de la historia de la pequeña pantalla. Grabó dos episodios en 1986. En 1988 se produce un regreso musical y un giro en su carrera con la publicación de I´m Your Man. Su octavo disco lo volvió a lanzar a la fama y se convirtió en uno de sus álbumes más vendidos. La colaboración con Sharon Robinson produjo un cambio radical en su música y se lanza a la aventura del pop, un pop muy relajado, quizás más adaptado a los sonidos de los ochenta. El uso de sintetizadores es una clara muestra de ello. Fue líder de ventas en nuestro país y aquí nació mi pasión por su música. La poesía se vuelve más alegre, dentro del universo Cohen, y el momento cumbre llego con ‘First We Take Manhattan’, grabada un año antes por Jennifer Warnes, el tema que sirvió de promoción del disco y que me dejó una huella imborrable. Escoltado por dos bellas voces femeninas, Leonard se lazó a la conquista de Manhattan...
Una indestructible maravilla musical que me sirvió para conocer y adentrarme en la obra de Leonard y que ahora puedo plasmar en estas líneas. Para comprender la obra musical de cualquier leyenda debemos indagar en su vida, conocer el porqué de lo que dice y de dónde surge la inspiración. Esta es una de las grandes diferencias entre los grandes y los mediocres. Los mediocres pueden sacar un disco y no tienen nada interesante que contar ni que transmitir en su música, se limitan a tener un contrato y ser el número uno en determinadas listas, y su legado quedará reducido a un triste karaoke en una noche de borrachera o viaje de pensionistas alegres intentando alcanzar una juventud que nunca tuvieron. Las leyendas y su música nunca mueren y sus apasionantes vidas están llenas de inquietudes, desgracias, locuras y todo tipo de contratiempos que nunca nos sorprendemos de leer y de querer conocer o imitar. El disco contiene otra joya que no pasó inadvertida. La adaptación musical del poema de su maestro Federico García Lorca, ‘Pequeño vals vienés’, convertida en obra maestra en ‘Take This Waltz’. Lástima que en mis planes vitales no entre el de casarme y tener una boda, pero sería capaz de llenar una gigantesca sala de invitados sólo por el hecho de bailar, junto a la chica de mis sueños, esta auténtica debilidad. Animo a alguno de los lectores que estén preparando sus nupcias a escucharla y que prueben a sentir las mismas sensaciones que experimento yo. No podemos pensar que el discípulo superó al maestro, pero sí que lo igualó y lo convirtió en una nueva forma poética con movimiento propio. El dúo Lorca-Cohen no tiene comparación ni nunca la tendrá, son palabras mayores para el resto de los mortales.
Alcanza la estabilidad emocional, de manera sorprendente, en los años noventa de la mano de su pareja Rebecca De Mornay, aunque no llegaron a contraer matrimonio. Quizá dicha estabilidad le desconcertó tanto que, sumado al accidente de su hijo Adam en 1993, le llevó a ingresar en un monasterio budista de meditación zen en la localidad de Mount Baldy, en Los Ángeles (1994) tras la publicación y promoción de su décimo álbum The Future. Posiblemente el futuro que visionó Leonard le llevó a apartarse de todo y encontrar un poco del orden que perdió en su alocada juventud. Cinco años más tarde, tras ser ordenado monje budista zen, Jikan Dharma (el silencioso) abandona su retiro espiritual y vuelve a componer en 2001, algo que dejó olvidado con su silencio, y aparece The New Songs, con una nueva colaboración y el sello de Robinson, y ya en 2004 Dear Heather, que contó con la brillante colaboración de la cantante americana de jazz Anjani Thomas. Pero la tranquilidad en la vida de Leonard no había llegado, puesto que un año más tarde descubre un desvío de cinco millones de dólares de sus cuentas por parte de su agente y ex amante Kelley Lynch, la cual fue condenada a 18 meses de cárcel por acoso al artista. Correos de más de cincuenta páginas y llamadas al contestador de diez minutos fueron algunas de las lindezas que le mandaba su ex agente tras ser despedida en 2004. Leonard ganó una demanda de 9,5 millones pero el juicio se celebró por las amenazas y el acoso que recibió el artista. Debido a este desagradable suceso el cantante tuvo que volver a los escenarios a los 70 años para recomponer sus finanzas, cosa que realmente agradezco. Vuelve a escribir y publica el libro Book Of Loving (2006), que fue musicalizado en 2007 por el compositor minimalista estadounidense Philip Glass, y colabora de nuevo con la cantante Anjani Thomas, esta vez en un el disco Blue Alert, publicado por la artista de jazz. Aparece un primer documental sobre su vida titulado I´m Your Man, con actuaciones y entrevistas a grandes artistas que le realizaron un concierto de homenaje. Sus grandes influencias en músicos de la época le permite reunir a grandes artistas del momento que relataban sus opiniones y lo que habían aprendido y absorbido del gran poeta.
Vuelve a aparecer en público en mayo del mismo año en Toronto, interpretando algunos de sus temas más emotivos acompañado por el cantautor local Ron Sexsmith y la banda canadiense The Baranaked Ladies. Vuelve a componer y ya en 2009 aparece Live In London, un directo de su actual gira. En octubre del mismo año aparece Live At The Isle Of Wight 1970, una joya musical y visual que recoge su actuación en el festival de la Isla de Wight, al sur del Reino Unido, y que se celebró en 1968, 69 y 70, y contó con las actuaciones de Joan Baez, Jethro Tull, Dylan, Hendrix, The Who o The Doors, entre otros, ante 600.000 personas. Se puede considerar un hermano del gran Woodstock, icono de la contracultura y el movimiento hippie. Songs Of The Road, que se publica en 2010, recoge temas de su gira mundial realizada en 2008 y 2009. En 2011 el poeta y cantante se convierte en Príncipe de las Letras al recibir el Premio Príncipe de Asturias, un merecido y destacado premio que reconoce la dilatada carrera de un genio, un enorme artista que fue considerado «el depresivo no químico más poderoso del mundo». En su discurso de agradecimiento agradeció su carrera musical al misterioso y desaparecido maestro musical español que conoció en el parque de Toronto, a su gran maestro y fuente de inspiración Federico García Lorca, e incluso recordó su primera guitarra Conde, que guarda desde entonces. La influencia de nuestra cultura en su obra está tan perfectamente definida como oculta para el oyente ocasional. Su último disco, Old Ideas, se publicó el año pasado llegando al número uno en nuestro país. Una vuelta a un Leonard más íntimo y personal que nunca, con temas narrados más que cantados, dejando una sensación de pureza espiritual sin precedentes. Leonard Cohen, genio y figura hasta después de su sepultura, el inconfundible poeta que canta sus versos y recita sus canciones, el adolescente alocado que atraía con sus palabras al sexo femenino, el señor elegante de imponente figura y extrema sobriedad. Una vida para conocer y un legado para escuchar. El Príncipe que conquistó Manhattan y que desea que bailemos hasta el final del amor...
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por ALFONSO GARCÍA-VILLALBA Adoramos el caos porque amamos producir orden. M. C. ESCHER Cada espectador va a sacar una cosa diferente. Eso es lo que pasa con la pintura, la fotografía, el cine. DAVID LYNCH No me gusta ver arte, hablar sobre arte o pensar sobre arte, incluso el mío. CASPER KANG M. C. Escher jugaba con el bucle, los laberintos, la repetición. Al contemplar sus cuadros comprobamos cómo, en algunos casos, las escaleras que dibujaba terminaban por trazar asfixiantes laberintos que traducen un universo caótico y sin escapatoria. En casos semejantes, la repetición puede terminar generando una suerte de mantra visual, un juego que se convierte en un callejón sin salida. Al igual que en el terreno musical Terry Riley se ha caracterizado por la repetición y la diseminación de reiteraciones a lo largo de sus composiciones (como por ejemplo en Persian Surgery Dervishes de 1971, donde el minimalismo y la improvisación a partir de un órgano eléctrico Yamaha componen un mantra sonoro con visos de eternidad), Casper Kang (Toronto, 1981) juega también en sus producciones plásticas con repeticiones, bucles y extraños laberintos, laberintos que aparentemente no lo sean para un espectador convencional pero que pueden introducir a quien los observa con detenimiento en un universo donde la realidad parece clonarse a sí misma, hacerlo ad infinitum como en un dédalo del que no pudiéramos escapar, uno semejante a aquellos que Escher soñara en sus cuadros. En la obra de Casper Kang estas repeticiones y laberintos dibujan paisajes confusos donde el propio bucle aparece distorsionado por pequeñas mutaciones, unas sutiles transformaciones de los patrones que las repeticiones siguen que, en cierto modo, desequilibran el conjunto o que hacen de sus propuestas una suerte de caleidoscopio mutante donde hay fracturas y ciertos cambios no siempre abruptos.
Así, Casper Kang (al igual que Reich) ejecuta en su caso bucles visuales donde la repetición se fractura levemente de modo que se transmiten irregularidades (semejantes a esa evolución que apenas es percibida en la obra del músico norteamericano), unas irregularidades que —no obstante— rompen con el continuum visual, con la apariencia de homogeneidad y sus posibles imperativos. Sin embargo, tales tendencias a la fragmentación no inciden en la percepción de algunas de sus obras como un alejamiento respecto al punto de partida o como un cambio en relación con el patrón que homogeneiza la pieza, el paradigma constructivo que lo anima. Si dentro del caos (o la búsqueda del orden) Escher escribía un discurso homogéneo y coherente, Kang juega a destruir la homogeneidad y los equilibrios con gran sutileza de modo que ejecuta un discurso que transmite inestabilidad, propio de un mundo en crisis donde ni siquiera la certeza del laberinto llega a ser válida, donde el mito o el símbolo se descomponen dentro de la conciencia contemporánea. En líneas generales la obra de Casper Kang se caracteriza por la presentación de un universo plástico donde la arquitectura (más que la naturaleza) define sus imágenes, una arquitectura polícroma que se funde con los bucles visuales en los que construcciones y nubes parecen fundirse casi en una sola dimensión que llega a imprimir un acabado casi naif a sus piezas. Por otra parte, algunas de las obras de Casper Kang se hayan cerca de la estética del mandala, un territorio donde el orden rige la composición plástica. Pero si el mandala se caracteriza por tal orden —que, además, responde a cierto sistema cósmico— y pretende representar el universo a través de un patrón geométrico, en el caso de Kang el mandala tiende a la erradicación de tales preceptos, a la eliminación de la geometría por una estética más difusa. Aquí no hay una intención de representar el universo desde un paradigma ordinario: no hay un centro concreto, sino que el centro tiende más bien hacia lo borroso en muchas de sus obras. Sin embargo, esto no lleva a la confusión a la hora de ver sus mandalas, sino que Casper Kang establece otro tipo de orden, un equilibrio que estaría más cerca de las teorías propias de Bart Kosko en su libro Fuzzy thinking, donde la verdad es más volátil, menos dogmática. No hay aquí tampoco un intento de reproducir miméticamente la realidad, sino que ésta queda sugerida a través de (en algunos casos) formas vegetales fraccionadas. Estas imágenes que desautomatizan la idea tradicional que tenemos del mandala se adentran en una concepción plástica que no busca reproducir la realidad o el orden cósmico de forma tradicional sino que trascienden tales nociones mediante la creación de un universo visual que va más allá de la construcción de significados a partir de una estética convencional y que, más bien, tendría que ver —al igual que sus piezas arquitectónicas— con la claustrofobia o la pérdida de sentido de la realidad, aspecto este último esencial dentro del trabajo de Casper Kang. La obra de este artista procedente de Canadá pero en la actualidad asentado en Seúl recodifica una serie de imágenes que, tal y como hemos dicho, giran en torno a la arquitectura, el laberinto y el mandala, proponiendo una relectura de una serie de materiales, conceptos y símbolos que aquí van más allá de su significación usual y que responden a patrones plásticos que suponen una ruptura con la tradición sin abandonarla completamente y que, al mismo tiempo, inoculan nuevas formas de ver, nuevas formas de estar ante el eclipse del mundo que nos rodea, ese caos que nos hipnotiza y al que queremos dar forma. Todas las imágenes de este texto pertenecen a Casper Kang
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