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TOCAMOS TODOS LOS PALOS, INCLUIDOS LOS DEL FLAMENCO
por LEONARDO J. ESPINAL La fecha es el 25 de octubre de 2018, un día que no posee relevancia histórica. Sin embargo, en retrospectiva, quizás venga a ser recordado como el parteaguas del renacimiento contemporáneo de la expresión artística. Con esto me refiero a la fecha en la que el retrato Edmond de Belamy fue vendido en el sitio de subastas Christie, en Nueva York, por la estratosférica suma de 432,000 dólares. Y es en estos casos que el poder de la información queda en evidencia, pues a simple vista pareciera un retrato artístico como cualquier otro. No obstante, se trata de una obra completamente generada por una inteligencia artificial. Hablamos de un retrato al óleo de 70x70 centímetros, creado por un GAN, que, básicamente, se define como un sistema dual de computadoras, las cuales analizan miles de muestras sobre un tema específico —en este caso, el colectivo de arte galo, Obvious, nutrió a esta red de algoritmos con miles de retratos clásicos— para interactuar entre sí y generar imágenes “auténticas”. Lo último refiriéndose a una de las cualidades primordiales en una obra, tornándola original y sincera, es decir, lo que eleva a la creación a ser considerada como una expresión artística de la consciencia. Al tratarse de un aspecto tan fundamental de lo que significa ser humano, como vendría a ser el arte, debemos preguntarnos si un ser artificial, sin la inherente cualidad de la expresión emocional, sería, en cualquier capacidad, capaz de crear arte auténtico, por lo que abordaremos una odisea existencial para intentar ser el cielo estrellado de esta oscuridad. En su libro Existencialismo y emociones humanas (1957) Jean-Paul Sartre, asumiendo la inexistencia de Dios, aborda temas relevantes a la consciencia humana y la expresión auténtica. Entre ellos sobresale lo siguiente: «...hay por lo menos un ser en el que la existencia precede a la esencia, un ser que existe antes de poder ser definido por ningún concepto, y que este ser es el hombre o, como dice Heidegger, la realidad humana». Lo anterior presentándose como la diferencia primordial entre el hombre y la máquina, dado que el humano nace sin un propósito predeterminado, lo cual, a posteriori, le permite autodefinirse, mientras que una máquina es diseñada con un concepto y propósito en mente. En otras palabras, una máquina es una creación cuya esencia precede su existencia; lo opuesto al ser humano. Bajo análisis, este concepto hace que toda creación que acabe en la segunda categoría sea, fundamentalmente, incapaz de tener experiencias auténticas y libres, ya que carece de la cualidad de autodefinirse. El tener un propósito predeterminado dicta sus experiencias. Ahora, ¿cómo se traduce esto ante la expresión emocional auténtica? Para Sartre, la única manera de determinar el valor de una emoción se basa en realizar un acto que la confirme y defina. Él agrega que la autenticidad se deriva de actuar sobre un sentimiento, independientemente de la esencia predeterminada, lo cual, por lo menos hoy en día, está muy lejos de las capacidades de la inteligencia artificial. No obstante, la constante evolución tecnológica de la sociedad es un factor que no se puede dejar de lado sin tanta previsión, y qué mejor medio para explorar las posibilidades del futuro que el arte capaz de predecir, una y otra vez, los avances tecnológicos: el mundo cinematográfico. En la galardonada película Blade Runner 2049 (2017), del maestro moderno Dennis Villeneuve, nos sumergimos en una expedición filosófica y distópica sobre lo que, verdaderamente, significa ser humano, y por ende, lo que significa tener emociones auténticas. Nos situamos en un futuro distópico con androides, llamados replicantes, fabricados para servir como mano de obra esclava en la exploración y colonización de otros planetas. Por añadidura, a pesar de que estos androides están diseñados para actuar y razonar como humanos, estos se encuentran en la, aparente, imposibilidad de elegir su propia esencia. Ahora, en Blade Runner 2049 nos encontramos en los pies de un replicante cuya labor es cazar y “retirar” (matar) replicantes prófugos, el agente K. A lo largo de la película, el hecho de matar a otros como él en ningún momento se le presenta como un dilema moral. Lo anterior cambia cuando se le ordena matar al bebé nacido de una pareja de replicantes, puesto que la existencia de semejante ser tendría el potencial de sacudir los cimientos de la humanidad. Al ser dado dicha tarea, K se muestra angustiado, por lo que dice: «Nunca he matado algo que haya nacido». A lo cual su jefa responde con una interrogante sobre la diferencia entre algo nacido y algo artificial, por lo que K replica: «Nacer es tener un alma, supongo». Esta tangente sobre el alma nos reconecta con Sartre, pues K, al demostrar angustia ante la labor otorgada, ejemplifica algo que Sartre menciona al respecto de todo ser con emociones auténticas: este posee la libertad de elección, lo cual le provoca angustia. Le provoca este sentimiento porque su nivel de consciencia es capaz de medir las consecuencias de sus acciones. Además, para el hombre, la existencia precede a la esencia, proveyéndolo con el alma como derecho de nacimiento que K menciona, ¿no? Sin embargo, Sartre asume la inexistencia de Dios, precisamente, porque si este existe y somos producto de él, esto, al igual que los androides, nos convertiría a los humanos en seres cuya esencia antecede su existencia. Asimismo, dirigiéndonos hacia una obra cinematográfica afín, Ghost in the shell (1995) nos deja con un dilema existencial similar cuando Kusanagi, un androide, le pregunta lo siguiente a un hombre: «¿Qué pasaría si un ciber cerebro —consciente del ‘yo’ afirmador que lo diferencia, existencialmente, de los demás— fuera capaz de generar un alma? Y si lo hiciera, ¿cuál sería el valor de ser humano?». «Si escribo lo que siento es porque así disminuyo la fiebre de sentir», expresa el décimo segundo fragmento de la incompleta y caleidoscópica obra de Fernando Pessoa: El libro del desasosiego. Una obra que al igual que los monumentales escritos modernistas de Kafka, gozó de génesis tras el verdugo de su autor —en 1982, 47 años post-mortem— pues se trata de un libro al cual el adjetivo ‘peculiar’ le haría deshonra al tratar de describir la singularidad de su mística. Imperfectamente compuesto por 500 fragmentos carentes de orden aparente, los cuales fueron encontrados en el olvido de su habitación. Algunos en extremo concisos y otros tan densos como un lingote de oro transmutado en papel. Por ejemplo: «Yo, realmente yo, soy el centro que no hay en todo esto sino como una geometría del abismo; soy la nada en torno a la cual gira este movimiento sólo por girar, sin que ese centro exista por otra razón que no sea la de que todo círculo lo tiene. Yo, verdaderamente yo, soy el pozo sin paredes, pero con la viscosidad de las paredes, el centro de todo con la nada en torno». Expresiones profundamente humanizadoras que epitoman el verdadero valor de ser humano, y que nos dejan cara a cara con las cualidades que el arte —la máxima expresión de la esencia humana— nunca puede carecer: propósito y autenticidad. Ante ello, simplemente debemos preguntarnos si, como las indomables expresiones de Pessoa, Edmond de Belamy cumple con algún propósito que sobrepase la trivialidad, ya que su autor con esencia como prólogo y existencia como epílogo, desconoce la fiebre sentimental que nos obliga a confesar nuestras emociones con aspectos definibles y realizables, dejando en duda cualquier atisbo de autenticidad presente en su obra. Y si a fin de cuentas somos un producto de Dios, Sartre nos diría que, semejante hecho, nos convertiría en seres compartiendo el mismo plano existencial que una inteligencia artificial, poniendo en riesgo nuestro entendimiento de la esencia de lo que nos define, así como la expresión cruda y apasionada de nuestro ser: el arte, pues el arte es largo y la vida breve. Bibliografía
—Barad, J. (2007). Blade Runner and Sartre: The Boundaries of Humanity. University of Kentucky. Recuperado 29 de enero de 2024, de https://philosophy.as.uky.edu/sites/default/files/Blade%20Runner%20and%20Sartre%20-%20The%20Boundaries%20of%20Humanity%20-%20Judith%20Barad.pdf --Hello Future Me. (2019, 23 marzo). The Philosophy of Blade Runner 2049: What is the soul? [https://www.youtube.com/watch?v=1Gb8WmbC08Q] —Sartre, JP. (s. f.). El existencialismo es un dualismo (A. Sartre, Ed.). https://www.maristaslujan.edu.ar/files/3.-Filosofia_Sartre_El-existencialismo-es-un-humanismo.pdf —Durán, C. A. (2023, 17 julio). ‘El hombre está condenado a ser libre’ de Jean-Paul Sartre. Cultura Genial. https://www.culturagenial.com/es/el-hombre-esta-condenado-a-ser-libre/ —Barceló, R. (2007). El problema del teísmo «El existencialismo es un humanismo» de Jean-Paul Sartre. Universitat de Barcelona. Recuperado 29 de enero de 2024, de https://dialnet.unirioja.es/descarga/articulo/2794788.pdf —Artcontemporaneo. (2020b, enero 6). Arte con algoritmos: Edmond de Belamy, o el arte artificial/arte contemporáneo. Arte Contemporáneo. https://artcontemporaneo.com/arte-con-algoritmos-edmond-de-belamy-o-el-arte-artificial —Villeneuve, D. (Director). (2017, 5 octubre). Blade Runner 2049. Warner Bros. Home Entertainment. —Oshii, M. (Director). (1995, 18 noviembre). Ghost in the shell. Production I.G Bandai Visual Manga Entertainment.
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por BELÉN LÓPEZ MARÍN A Santiago, mi padre. Garcilaso de la Vega dio por finalizada su vida el día 14 de octubre de 1536 a los 35 años de edad. Se encontraba inmerso en una importante campaña militar en Francia cuando improvisó, ante cientos de testigos, una delirante acción mucho más que temeraria: suicida. Sin embargo, en torno a este más que probable hecho, el de la salvaje inmolación de Garcilaso de la Vega, no he encontrado en los libros casi nada, por no decir absolutamente nada. Como ya estarás adivinando, reader, este párrafo inicial constituye tan sólo una bella conjetura que apenas hallarás hilvanada a continuación. Piénsate bien si es verdad que deseas seguir leyendo estas dolorosas líneas. Porque el joven poeta, que aún lo era, aunque había dado muestras en el pasado de tener un carácter fuerte, tal vez, incluso, bravucón, nunca antes había llegado al extremo al que llegó aquel día. Y existen muchas razones para pensar que hubiera algo detrás de aquel arranque de arrojo que resultó ser el definitivo. Vamos a ver qué pudo ser y algunas otras cosas. Fue soldado por obligación como consecuencia de ser el hijo segundo de sus nobilísimos padres. No logró satisfacer plenamente, por lo tanto, su inclinación literaria por lo de siempre: la falta de tiempo; vida le sobró. Y sus amores por la damísima portuguesa también desembocaron en vía muerta aunque no se le pudrieran en el tintero: la bella, la noble, la culta y superacompañante de una reina, la, por demás, a sus ojos, mal casada Isabel Freire no le hizo caso. A ella, le habría dedicado Garcilaso, in vita, su magno soneto V, que cerró de un modo iluminador al respecto del tema que nos ocupa. Ahora y aquí lo puedes leer si te apetece, o te lo puedes saltar si ya lo conoces mucho. Haz como te plazca:
Por ella —¿por qué, por quién si no?—. Él, dejando a un lado nobleza y jerarquía, con muy pocas armas, sin casco ni coraza, como atestiguan quienes lo vieron, que fueron muchos, se subió solo por el muro que asediaban las tropas españolas, desde la más profunda de las frustraciones. No había nadie por encima de él. Era el maestre de campo, el mandamás. Más allá de su voluntad, aquel día, en Niza, solo estaba la del emperador, que nunca lo habría autorizado, jamás en la vida, a andar escalando almenas tan desarmado y, mucho menos, tan en vanguardia. Garcilaso estaba al mando de unos 3029 cuerpos vivos, entre arcabuceros, piqueros, alabarderos, mosqueteros, capitanes, alféreces, sargentos..., un tercio español al completo. Pues bien: de entre toda esa gente fue él, precisamente él, quien asaltó la fortaleza de Le Muy en el primer lugar, como si se tratara de un simple y pobre soldado raso, recibiendo una pedrada mortal en la cabeza, a cuya consecuencia murió días después, apenas horas si lo medimos con una perspectiva de siglos, tras una terrible agonía. La guarnición entera, unos 600 hombres, fueron ejecutados por orden de Carlos V en venganza y como consecuencia de esta enorme pérdida. Isabel Freire había muerto, muy poco antes, en 1534, en la misma ciudad, en Niza. Pero Garcilaso, seguramente, habría empezado a morir tiempo atrás, acaso cuando la dama rechazó al poeta, que le habría declarado su amor estando casado pero con alta honestidad enamorada; y esto también lo sabemos. Isabel debió de ser un Ferrari y debió de pasar bastante de la literatura. Garcilaso había entrado en el Patronato de Toledo espada en mano y con su gente armada cuando contaba sólo 18 años. Sufrió castigo, multa y destierro por ello. Era valiente, o se envalentonaba con facilidad. Estaba cabreado con el mundo. Más tarde, se disgustó gravemente con el emperador desafiándolo, acudiendo a una boda no autorizada. Una boda. Debió de significar mucho para él la libertad, la libertad de elegir esposo o esposa. Ya que no pudo hacerlo entre las armas y las letras, debió de constituir un símbolo para él, al menos, poder seguir la verdadera inclinación, y no verse obligado, ni él ni sus amigos, a seguir políticas matrimoniales. El de la Vega se apropió de su libertad. Se casó como se casara pero vivió muchas historias de amor. Y, al final, la peor fue la de Isabel, porque no se materializó, y porque lo frustró y lo cansó hasta la médula. Muy probablemente, asaltara esa almena recibiendo la primera pedrada en la cabeza en 1526, cuando la conoció, y cuando conoció a Navagero. Doble pedrada. La amorosa y la poética. Luego, vino una obra magnífica que hizo furor desde muy pronto, una obra que Cervantes reivindica entera, toda, junto con Horas de Nuestra Señora, para señalar con este rigurosísimo escrutinio a qué tendría que haberse visto reducido el canon literario de su momento, según él. O según la tendencia. Lo deja escrito en El licenciado Vidriera. Don Miguel hizo siempre alarde de la retranca que lo hizo universal porque esto, ya lo habrás cogido, reader, era una ironía, claro. Otra más de las suyas. Cervantes apreciaba más obras. Y más autores. Muchos, por cierto. Pero, seguramente, lo que proliferaba, por Garcilaso, en su siglo, era verdadera fiebre y ya le debía de andar tocando las narices tanta tontería por el poeta muerto. El escrutinio es el de un joven al que Cervantes quiere caracterizar como un buen chico y sencillo, pero se advierte el tono jocoso, de broma, que siempre maneja. La constante antífrasis, que defiende Paco Rico. Además, debía de haber entonces, igual que hoy, demasiados escritores a juicio de los escritores. Después hablamos del canon. No he sacado yo el tema, ha sido don Miguel. Su personalidad, así, en general, resulta poco decorosa. Garcilaso fue un pez gordo. Un noble pero no de la baja nobleza, como el Cid, sino de la alta, de la altísima nobleza, leemos por todas partes. Su imagen ha sido, sin duda, por ello, secularmente protegida por los constructores de la tradición, del mito, que nunca nos lo pintan fanfarrón, ni mujeriego, ni rebelde. Ni suicida. No vaya a ser que el poeta renacentista resulte ser un romántico, un ateo, un protestante, un donjuán. Ni víctima mortal de una pataleta. O de un apártate allá que ya verás cómo se hace, yo te lo voy a enseñar. Y trepó por la escala. Y, de igual modo, igual que la escala, le mostraron los metros italianos diez años atrás. Y Garcilaso dijo aparta que yo lo hago mejor. Y lo hizo mejor. Se nota su pericia en que hay sonetos suicidas. ‘A Boscán desde La Goleta’ es uno de ellos. Un soneto en el que el dominio de la estrofa es tanto que el toledano parece estar, antes que enamorado o espantado de la guerra, ufano, asombrado de sí mismo, y restregándole a Boscán, que debió de quedarse de una pieza al leer aquello, lo bien que lo hacía y, de paso, contándole con ironía —el recurso mayor, el más inteligente, el indestructible— que, en medio de una alta ocasión como no han visto los siglos, él no era más que un simple, un atolondrado que lloraba incapaz de olvidar el amor y que, aun en un contexto tan llamativo, podía y aun debía marcarse el sonetazo del que estamos hablando, que es un monumento, una de las catedrales de la literatura universal por muchas razones, y es una de ellas que contiene, en su propia estructura, la dinamita con que hacerla saltar por los aires. Porque tiene una lectura profana y otra sacra: una, particularísima, la convencional, la del amor cortés; y otra, panamorosa o, lo que viene a ser lo mismo, narcisista, la expresión del amor cósmico, la expresión del agradecimiento a una persona inspiradora, a una de esas personas que constituyen el alimento de otras, las que te ofrecen un espejo mejorado para verte a ti mismo. Seguramente, fue el poeta más deconstruido como hombre de su época. El más. Garcilaso, el más delicado; Garcilaso, el más fino; Garcilaso, el más poeta pero también, asómbrate, el más machote, el que no desatiende la brújula de la testosterona en ningún contexto. Atención ahora, reader, porque no sé si este párrafo que comienzas a acariciar ahora con tus pupilas es la continuación lógica de lo que venías leyendo o es una mera digresión de esas que estudiaste en tus últimos cursos del bachillerato. Una de esas digresiones que te hacen sospechar que, tal vez, este artículo debería ser libro, con sus capítulos, con su orden, con su concierto. Ojalá nos tomemos un café y lo comentemos. Ahora, lo único que puedo hacer es seguir escribiendo. Porque, tal vez, Antonio Machado tampoco olvidara a Pilar Valderrama en sus últimos días como muchos odiadores quieren hacernos pensar ninguneando a la poeta porque tenía posibles y puso al incorruptible viudo de España, al intelectual puro y casto de izquierdas, a comer de su mano de mujer rica y, tal vez, los días azules hallados en el bolsillo del muerto sí que hicieran referencia al hábito del añil en el vestir de su burguesa amante sin sexo. Ojalá Antonio muriera con el recuerdo de su diosa carnal en lo alto, soñando con sus palabras, con sus ojos, con su voz. Mucho mejor que morir en la realidad de su último tiempo, de su agónica huida, de sus últimas cuatro paredes en un cuarto de Colliure. Tal vez se suicidó a base de destrozarse el cerebelo y el hipotálamo escribiendo horribles artículos y soflamas, y a base de nicotina. También se suicidó destrozándose el corazón, resistiéndose a cortar con ella. De ella no hay quien recuerde un verso, ni de tantas otras. Hablando del canon, ya lo hemos puesto sobre la mesa y lo volveremos a hacer después: la misoginia nos hace mirar estrecho. En el tesoro de libro que es Ellas cuentan la guerra, edición de Reyes Vila-Belda, hay muchas mujeres escritoras coetáneas al grupo poético del 27. Anónimas. No tenían enchufe. No eran hombres, no eran profesoras. En ocasiones, no eran ni de izquierdas. De Pilar Valderrama, que sí gozó de contactos, pues fue señora pudiente, monárquica y de derechas, amiga del rey y amiga de Machado, a quien los suyos de hoy en día desprecian por mujer, por adúltera y por amiga del rojísimo autor de La Lola se va a los puertos, la antología de Vila-Belda recoge esta belleza que muy poca gente conoce y, mucha menos, lee en un aula. Fue mujer libre en espíritu. La pongo casi completa porque no es fácil de hallar por internet ni por ningún sitio:
Garcilaso, seguramente, murió así, con su amada en lo alto, como tampoco se olvidó de su enamoramiento recién tomada La Goleta (por vos he de morir) pero con un halo de superioridad con respecto a don Antonio, porque llegó a estos límites de la expresión atravesándola por la autoparodia. Supo reírse de sí mismo y de la estrofa y del propio amor, de la enfermedad amorosa. ¡Qué grande, Garcilaso! Aquí tienes el soneto en el que suceden estas cosas y del que te hablé un poco más arriba.
Hace muy poco tiempo, un amigo y poeta, Pedro López Martínez, se mostraba preocupado, en pleno proceso de oposiciones en que actuábamos de tribunal, por el futuro de la actividad poética. Es una reflexión que muchas personas están realizando ahora: unas, para hacer trampas; otras, para evitar que se las hagan. Hay rasgos y habilidades que ninguna inteligencia artificial podrá nunca remedar. El suicidio de Garcilaso de la Vega, que ha quedado sobradamente demostrado en los párrafos anteriores, nunca habría sido un harakiri ante la aparición del ChatGPT. La inteligencia artificial no es ninguna amenaza para la creación poética de verdad. De momento, no cuenta sílabas. De momento, no es capaz de mostrar la inteligencia de un Garcilaso. De momento, la poesía con métrica, la poesía con figuras de pensamiento, con símbolos inexplorados, es imposible para la IA y ello puede ser no ya nuestro último bastión, sino el acicate para una nueva época, un renacimiento, un humanismo, en el que el estilo y los recursos sean revalorizados como una forma de demostrar la humanidad de una obra. Su personalidad. El captcha. Siempre fueron cuestión principal en un mundo donde la edición de libros termina por servirnos productos sin voz, sin carácter, sin estilo personal porque la necesidad del mercado obliga a las editoriales a pasar los textos por varios ojos y manos antes de que lleguen a los lectores. No estamos en un mundo de autorías personales sino de buenísimos editores afanados en borrar a los escritores para imprimir el sello de la vendibilidad a unos libros cada vez más depurados y que, sin necesidad de IA, suenan todos a lo mismo. El problema es que, para lograr un buen libro, personal, estiloso, único y vendible es necesario tener inteligencia natural y, al parecer, no abunda tanto como se pueda pensar visto el plantel y el volumen de libros que se publican al día en todo el mundo. Garcilaso fue un hombre libre y deconstruido. Hasta donde puede pensarse y saberse. Isabel Freire le lanzó una pedrada, le tiró un limón. Tal vez, Isabel era, asimismo, una mujer capaz de moderneces como la de no dejarse embaucar por un arrebatado y un loco. Tal vez le habían valido los mensajes de la Tragicomedia de Calisto y Melibea y solo veía en Garcilaso a un perturbado. ¿Podríamos calificar hoy a Garcilaso de bovárico, entendiendo que el bovarismo consiste en buscar en los libros soluciones a la vida? Desde luego, Isabel, ni estaba ni era bovárica. El Humanismo, según explica Jorge García López en una estupenda conferencia disponible en Youtube sobre el estilo de Cervantes, no supone una vuelta a los ideales estéticos de la Antigüedad Greco-latina. Hubo varios tiempos en esta revolución y él sitúa a Cervantes y a sus contemporáneos en un segundo momento. Según explica, el primer Renacimiento estudia a Cicerón, Ovidio y Horacio. El segundo, a Sexto Empírico, Arquímedes o Diógenes. Sin embargo, Platón y Aristóteles no se abandonaron nunca y constituyen los pilares de la Escolástica medieval. Esto sucede del mismo modo que el Barroco sigue siendo Renacimiento: el Barroco es el Renacimiento del siglo XVII. El primer humanismo no tuvo tantos visos de novedad, por tanto. Como me recordó frente a un combinado de tartas y más amigos esta primavera pasada David López Sandoval, a quien la historia de nuestras letras habrá de dedicar algún día capítulos destacados y, si no, es que nos hemos atontado definitivamente, la famosísima caída de Constantinopla repartió por Europa libros que no habían sido manejados antes. En la Edad Media ya se estudiaba a Sócrates, a Platón, a Aristóteles, y a muchos más, y se los traducía, y se los filtraba, censuraba e, incluso, quemaba. Este fue un primer humanismo no nombrado como tal, porque los posteriores, los italianos de la última Edad Media, simplemente tuvieron más recursos y diferentes para estudiar lo que siempre había sido el canon: Grecia y Roma. Además de la Biblia. Y lo destacado que llegaba de Oriente. Parece una explosión, pero no lo es: es solo un cambio en las preferencias, el olvido de algunos autores por manidos, por aborrecidos en las escuelas, y la asunción de otros que llegaban del Mar Negro después de 1553, multiplicados por las nuevas imprentas, y los recursos materiales disparatados, impensables con que empezó a contar una Europa embarcada en el colonialismo, la piratería y las guerras pseudoreligiosas constantes. El Renacimiento es una Edad Media forrada de pasta. O un retorcimiento de la Edad Media. Plagas, index, exterminios, autos de fe, inquisición. El Renacimiento del XVI es un humanismo a lo bestia que pone de moda a escritores marginales, de serie B, pero extraídos del mismo lugar que los canónicos despreciados. David me enseñó, con su soneto ‘A Kafka desde su tumba’, que nunca se debe dar por cerrado un tema literario por muy trillado que esté. Puedes leerlo en su increíble libro En carne vivo. El Renacimiento construyó grandísimos, lujosísimos edificios civiles y religiosos al estilo griego, y enormes mecenazgos para los artistas, que lo siembran todo de belleza como no habían podido hacerlo los miserables medievales, que no sólo no construyeron, sino que derribaron para reciclar materiales. En Cartagena pudimos ver muy recientemente, de manera palpable, cuando visitamos las excavaciones y el actual museo, cómo comercios y viviendas de los siglos V y VI habían reutilizado magníficas piezas extraídas del teatro: mármoles, frisos, columnas, tallas... No se trataba sólo de rechazo cultural, de ignorancia o de política; también era necesidad, pura y dura miseria. Pensemos que el estilo primitivo medieval es el románico, que es un romano pobre. La moda del austero gótico, con sus torres, sus alturas, sus piedras flamigeradas, que viene del norte, triunfa en una época concreta porque refuerza el sentido de la existencia como un camino en verticalidad y como una senda de terror: vivimos sometidos al poder, vivimos en la espera de ascender al cielo después de morir, porque en la Tierra no puede haber lujo ni placer. Cuando hay recursos, el Mediterráneo vuelve a su esencia, la democracia, el hedonismo, y quiere remedar o superar el Panteón de Agripa, el Partenón de Atenas, el Foro de Roma. El equilibrio, la proporción. Los mármoles. El Estado Vaticano da buena fe de todo lo expuesto. ¡Qué lujo y qué belleza y qué impresionante resulta para cualquiera la Basílica de San Pedro! En Estados Unidos, el Imperio, cuando tuvieron que construir sus edificios civiles, adivinen qué estilo arquitectónico eligieron. Adivinen a qué se parece el Monumento a Lincoln. Sólo más recientemente, el modelo vertical ha sustituido de nuevo al gusto griego. Esto ha ocurrido cuando la inspiración ha dejado de ser la belleza desbancada por el mercado y la practicidad. Además, son edificios fálicos, babélicos, que buscan sembrar el caos, en competencia constante con el imperio de al lado. Un desastre. Un canon literario sin verticalidades, humanista, democrático es cambiante por definición. El actual, líquido como mucho, hay que volver a purgarlo, depurarlo, filtrarlo o, digamos todo esto sin tintes totalitarios ni políticos, digámoslo de otro modo más de ahora, menos impositivo: es necesario curar el canon, porque este que tenemos es el resultado de una acumulación, de un todo vale, de un ninguna moda pasa. Es muy probable que esta tendencia acumulativa constituya un rasgo fascista. Estamos ahogados en datos y en nombres. La consecuencia más inmediata es que no leemos, buscamos. Y no leemos a gente viva. O recurrimos a la gente viva para lograr textos más fáciles que los antiguos. De ello se deriva la falacia de que, en literatura, cualquier tiempo pasado fue mejor, mucho mejor. No leemos autores vivos buenos. Y, lo más importante, no leemos a mujeres. No leemos a la otredad más relevante. Con tanta nómina, se nos quedan en el tintero, por compromiso, nombres altamente significativos. De ello trataremos más adelante. Y con tanta postergación, reader, ya puedes ir adivinando que se avecina un final de artículo en apoteosis. Espero no defraudarte. Hace falta un nuevo humanismo, que altere las programaciones escolares y culturales en general, en lo público, desviando la atención de los escritores de siempre hacia otros que conecten mejor con el mundo de hoy. Cualquier tiempo pasado, como diría Nieves Concostrina, fue anterior, simplemente anterior. El presente de las clases de literatura suele resultar ímprobo y melifluo. Hay que ir a lo poderoso. Recurrir a los extranjeros. Y a los vivos. Y a las mujeres de todos los tiempos. De entre los muertos, a Garcilaso lo salvaría, por supuesto. Por su calidad. Y porque tal vez se suicidó en un gesto de desesperación hacia una tendencia, la del amor cortés, que lo agotó, que lo hastió. Tal vez Garcilaso cedía con ese gesto la palabra a su Isabel. Tal vez estaba harto de hablar solo. Tal vez calló para que otras hablaran. Cambiar el canon es humanista. El humanismo consiste precisamente en eso, en cambiar el canon. ¿Quién se atreve a afirmar, en el mundo de hoy, que no se considera humanista? El cambio de canon será humanista, será feminista o no será. Y habrá que leer a las glorias contemporáneas antes que a las pasadas. Y, de entre las pasadas, habrá que volver la vista, por ejemplo, sobre Pilar Valderrama y muchas mujeres más cuyas voces fueron silenciadas en el siglo XX. Las glorias contemporáneas son, en su mayoría, mujeres. Su mensaje es nuevo y, por ello, relevante. Las mujeres están descubriendo al mundo otro tipo de discurso. Por lo tanto, están descubriendo el mundo. Son la apertura del foco. Me basta encontrarme en Paul Auster otro personaje resucitado en su novela 4, 3, 2, 1 para darme cuenta de lo putrefacta que está la literatura de los hombres. A los misóginos Murakami y Houellebecq. A Mario Bellatin. A Cela. Incluso al solipsista Jon Fosse, que ha declarado estos días que no escribe para expresarse sino para alejarse de sí mismo. La disociación y la alienación como búsqueda literaria: un nuevo Flaubert, que dicen que probó el veneno para poder escribir sobre el suicidio de Mme. Bovary. ¿Qué haría para escribir el resto de la novela? Me basta haber tenido que leer a Clarín, el perfecto, que cifró el éxito femenino en la maternidad. A tantos otros. Me basta leer a las exitosas Annie Ernaux, Elena Ferrante, Cristina Peri Rossi e Ida Vitale, a las clásicas Katherine Mansfield, Jane Austen, Emilia Pardo Bazán, a Sor Juana Inés de la Cruz, Carolina Coronado, a las geniales Clarice Lispector, Carilda Oliver, Rosa Montero, a Sara Mesa para comprender la vitalidad y la fuerza de una literatura marginal que los hombres no leen o, si lo hacen, lo disimulan, porque les da vergüenza, como ha revelado que intuye, recientemente, Siri Hustvedt en sus redes sociales. Que cada una y cada uno piense en las mujeres que desee. Hay tantas... Están vivas. Su visión del mundo es inaudita, es inexplorada, es disidente. Es el futuro. Mis amigas María Sáez, Laura Sahagún, Eva Martínez, Laura Escudero confiesan cómo buscan, cada vez más, libros escritos por mujeres porque se están haciendo, poco a poco, inexorablemente, al prejuicio de que no se conectarán como lectoras con autores varones. La filología está en retroceso y ello tiene mucho que ver con todo esto. Hace unos meses, mi amigo y colega José Antonio Sánchez preguntó, en una reunión de filólogos forzada, otra vez, por nuestra participación en los tribunales de oposición, qué es la filología. Nadie contestó en ese momento. Anduve pensando unos días en ello y recordé una entrevista a Dámaso Alonso que está en Youtube y que me asombró bastante en su día. En ella llama bestezuelas a las mujeres. Pero no entraré en eso. Para simplificar, diré que parece que son unos estudios que comenzaron en el siglo XIX con Menéndez Pidal y que pasaron a extenderse y definirse como licenciatura universitaria en el siglo XX y que tenían como misión descubrir, lustrar y dar relieve mediante libros y otras publicaciones a los libros nacionales escritos en español castellano para mayor gloria de la patria, esa cosa de hombres. Nada de lo que concluyeron ni concluyen hoy en día puede ser admitido sin un filtro crítico fortísimo, que huya de la política imperialista de la que tanto nos nutrimos, y nos desnutrimos, aún. De ahí tanto interés, en su momento, por la épica, tanto interés por tantos textos perdidos, y por el Cantar de Mio Cid, por qué no decirlo, un texto muy bello, roto, lleno de imperfecciones, y que no gozó de tanta popularidad en su momento como impulso le dieron los estudios pidalianos para que en el siglo XXI lo adoremos y lo mantengamos colocado en un lugar preeminente del canon y de los currículos. Don Ramón trataba de igualar a Castilla, el núcleo del concepto España, con Francia y con los otros reinos emergentes medievales, que ya tenían su Chanson, su Beowulf, su rey Arturo, sus nibelungos. Y con la Eneida, la Ilíada y la épica oriental. Nuestra tradición no podía carecer del elemento épico. No podíamos ser inferiores a las razas circundantes. Por lo tanto, esta preferencia decimonónica no es puramente literaria sino política y es removida a posteriori. Podemos decir que, incluso, llega tarde, cuando el gran imperio que habría merecido un gran pasado está exhausto. La vuelta a las gestas medievales tiene mucho de nostalgia del esplendor del imperio de Carlos V, quien no habría prestado la más mínima atención a Rodrigo Díaz de Vivar ni aunque hubiera obrado el milagro de los panes y los peces. En la época del emperador, don Rodrigo es un gárrulo. Hoy, hemos olvidado por qué debemos conocer el cantar, la épica medieval en general, y nos seguimos empeñando en ello, en olvidar, desechando otros textos como los Libros de horas o las compilaciones de cuentos, que son bellísimos. El Cantar de Mio Cid es hermoso por motivos que nadie busca ya, empeñados todos en resumir el contenido narrativo de los tres cantares: “Destierro”, “Bodas” y “Afrenta de Corpes”. Nadie busca ya el verso, la rima, el ritmo, el enfoque de la historia. ¿Fue utilizado con fines políticos o el autor se valió de la política para dar más aceptación a su personaje y a su historia? La respuesta a esta pregunta, en la escuela, es siempre la misma: que el autor del cantar sirve a los intereses de Castilla. Nunca se explica que pudo ser al contrario. Que el juglar buscara audiencia, es decir, comer, y que la audiencia no quisiera escuchar las aventuras de un mercenario aficionado a las intrigas o a cambiar de amo. Ya en la época venderían más los personajes puros, virtuosos. Y las historias basadas en hechos reales. Claro, el público no cambia, siempre es el mismo. Pero quien gobierna necesita tener una sensación sostenida de control sobre los hechos. Los estudios de la casi extinta filología también tenían como misión demostrar o, al menos, reforzar la teoría del origen eminentemente latino de la lengua española, la koiné castellana, para emparentar así, prepárate, a nuestro país con Augusto y, a través de este, con Troya. Las estirpes, la pureza de la sangre, el prestigio lo era (¿lo es?) todo. Una complejísima sistematización de evoluciones de grupos fónicos con los sonidos yod y wau justifican el supuesto paso del latín al latín vulgar y, de ahí, al castellano. Hoy, existen teorías cada vez más plausibles que defienden la fuerza que el sustrato ejercía y sigue ejerciendo en las lenguas del medievo y en las actuales debido a que ya el ibero, las lenguas galaicas, el italo (el latín), incluso el sajón, o el normando presentaban notables rasgos comunes, entre ellos, el léxico propiamente dicho. La familia indoeuropea, según parece, ya gozaba de gran vigor cuando, según las teorías pidalianas, la romanización convierte a los europeos en competentes hablantes de latín en muy pocos siglos. De entre los filólogos actuales, me gustaría encomiar aquí el trabajo de Rosa Navarro Durán. Uno de sus trabajos más populares versa sobre el Lazarillo. Ella defiende haber encontrado al autor. Y yo la creo. Creo que ella cree haber encontrado al autor. Creo en su mensaje. Ella lleva por delante siempre una actitud entre elegante, irónica y juguetona, introduce su conferencia sobre el caso con una anécdota simpatiquísima que le aconteció con un revisor del gas y concluye sus alocuciones con unas miradas cómplices que no puedes sino celebrar porque te están diciendo muy sutilmente y con mucho cariño que nada de lo que has visto ni oído desde el señor Pidal hasta el momento actual tiene consistencia alguna. Se trata de simples juegos de mentalismo. Son divertimentos que nos dan de comer, así defiende ella su disciplina, nos permiten vestir con elegancia en el día a día y nos dan prestigio, pero nada más. ¡Qué suerte la nuestra! Borra de tu memoria todo lo que has leído hasta el momento sobre el tema porque las conclusiones a que conducen son sólo producto de tu imaginación. La filología está en retroceso, probablemente en extinción, porque la intención nacionalista, esencialista de las ciencias positivas ha sido sustituida actualmente por la mercantil. Hoy existe el grado universitario de Lengua y Literatura Española que en algunas universidades se llama Estudios Hispánicos. Ya no se trata de ser filo-nada. Se trata de leer, de conocer, de comprender. Sin una alta misión en el horizonte. Y muchos libros se están quedando muy muy desfasados. El Lazarillo. Cada vez hace menos gracia el chiste de la barragana, palabra que no aparece en el libro, por cierto, porque cada vez importa menos el tipo de pacto amoroso y comercial que se da entre las parejas o los tríos. El poliamor, el contrato de convivencia, el cura casado no da pie a estas alturas de la película a ninguna suspicacia, a ninguna solicitud a Lázaro de Tormes, que no tiene ya motivo alguno para escribir un extenso relato con sus adversidades y fortunas por justificarse ante ese vuestra merced a quien ya se la trae al pairo lo que haga Lázaro con su vida, así como su esposa y el obispo. El Lazarillo, hoy, tiene sentido sólo para una minoría social: la de los católicos que se confiesan. O para los católicos reformistas. Y Estudios Hispánicos vende más. Este nombre nuevo para el nuevo grado universitario vende más. Que es de lo que se trata. De vender libros, de vender ideas, de vendernos a nosotros mismos. Sin embargo, hay una vertiente en los estudios literarios que seguramente aún no se ha inventado como tal, aunque ya exista en la ficción pura, y que es adonde tendemos también sin remisión. La filología-ficción. Es, probablemente, la única forma digna en que puede sobrevivir la filología. No sé si Borges se tomaría un café conmigo por escribir esto o me echaría directamente a los perros. Ya existen productos así. Recientemente, hemos visto, en Madrid, una obra con los hermanos Machado como protagonistas: Los Machado de Alfonso Plou. Ya hemos visto la obra de Amenábar con Unamuno de protagonista, Mientras dure la guerra; ya hemos visto Shakespeare in love, Lope, Emilia y otras biografías. Series sobre Lorca, Cervantes, Juana Inés... Gala escribió Anillos para una dama. Sólo falta tomárnoslas más en serio, porque no tienen menos validez que los miles de rigurosas monografías que se esfuerzan en la historia por convencernos de ideas y perspectivas que no valen más. Por pura humildad, un filólogo no tendría que salirse de los tres grandes géneros para hablar de filología. El ensayo tendría que arriesgarse también en los caminos de la estética y de la subjetividad. Hemos visto como Woody Allen y otros artistas nos avisaban en cintas como Zellig de la escasa credibilidad que merece hoy en día un documental por el mero hecho de poderse catalogar como tal. Hay que comprobar siempre quién lo financia. Los filólogos no somos políticos ni policías de la moral lingüística. Estaría bien volvernos gente más sucia, menos positivista, suicida, sin formas, pringarnos con los lodos de los escritores que estudiamos y amamos, subirnos sin protecciones los primeros por el muro, no amagar la cara amarga de esos libros ni de los artistas dando por hecho que nunca nos vamos a poder, siquiera, aproximar a ellos limpiamente, ni siquiera Martín de Riquer lo hizo en su Aproximación al “Quijote”. Es lo más honesto. Todos somos filosofastros, salvo quienes mejor lo disimulan. He leído sobre ello en el libro de otro queridísimo amigo, Víctor Cases, que cita a Damiens en Opinión pública y opinión popular en la Francia del siglo XVIII... En este libro he comprendido que aún nos queda por aprender mucha más humildad. Así, la que escribe, que bien podría haber sido la hija del soldado al que Garcilaso apartó de un manotazo antes de subirse el primero por el muro, se toma muy poco en serio lo escrito y lo ofrece al orbe con total humildad. Porque su vocación nunca fue la filología, sino salir de su estado, y una vez llegada la madurez y arrimada a los buenos, querría escapar del todo de las convenciones a que obligan su clase, su sexo y su formación académica, para gozar, por fin, de la libertad que tanto esfuerzo le ha costado ganar. Volviendo a la primera persona: mi padre trabajó muchos años como policía nacional y vive una vida plena actualmente a sus 83 años, quién sabe si gracias a la intervención suicida de algún héroe de alta cuna. Le gusta citar a Sócrates cuando no se cree algo que le están contando: sólo sé que no sé nada. Su actitud, sus palabras sabias y vividas siempre me han guiado muy bien, aun a riesgo de que alguien me sirva pequeñas dosis de cicuta de vez en cuando. Así, gracias a él, la hija de un soldado del siglo XXI también podría, quizás, presumir de encarnar el ideal de las armas y las letras. Las armas, como testigo y por herencia. Las letras, como profesora y escribiente. Y a ello se deben, seguramente, la crudeza y la combatividad de los juicios que acabas de hallar en este texto, reader. Y a la envidia. Nunca podré ser un Garcilaso. Sobre él quisiera ahora que me bastara con aportar a la corriente en la que navegan tantos y tantos libros interesantes este soneto pobretón pero sincero. Ojalá te guste. Y fin. EN TORNO A TU SUICIDIO
En torno a tu suicidio, Garcilaso, no he encontrado en los libros casi nada. Es una historia apenas hilvanada en tanto considero el triste caso. Comenzaste a morir, maestro, acaso, con alta honestidad enamorada, a los pies de una almena acorazada que asaltaste como un soldado raso. Escalando el primero por el muro, dejando obligación y jerarquía, le robaste a la Historia tu futuro, te cubriste de gloria en sólo un día. Por dentro, te cruzó un dolor oscuro en tanto que olvidabas tu valía. |
ARTÍCULOS
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