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TOCAMOS TODOS LOS PALOS, INCLUIDOS LOS DEL FLAMENCO
por DAVID GUIJOSA AEBERHARD Puede que sea ya tarde y el sol esté comenzando a caer tras un horizonte aserrado donde se recorta la silueta de las montañas, es posible que el terreno sea árido o que sea una selva frondosa con hojas de palmeras balanceándose lentas. Quizá no, quizá sea de noche y llueva sin cesar mientras el nivel del barro sube por encima de las rodillas o esta vez sí que es el viento, el viento y la arena que queman los ojos al mediodía, en el desierto. Y entre tanto, más allá de los escenarios, se abre paso la guerra. La guerra donde se materializan los cuerpos falibles y no basta el lenguaje. Pero donde al otro lado de las balas aún hay voces que se empeñan en construir un poema. Durante la historia se ha escrito sobre batallas, sobre guerras y sus protagonistas, a través de la poesía épica o los cantares de gesta, entre otros géneros, intentando retratar con palabras los sucesos bélicos y sus escenarios y personajes, reales o legendarios, presentando hechos o invenciones sazonadas de mitología, resultando casi siempre en un ensalzamiento de guerreros y conquistas, a veces en un amargo lamento; de entre las muchas obras que ilustran la temática podríamos mencionar dos, La Ilíada de Homero, como clásico imperecedero, o El cantar de Mío Cid en la tradición de la literatura escrita en español. Sin embargo, en la historia reciente de este siglo y en el anterior, se introduce un nuevo paradigma a la hora de escribir sobre la guerra, al menos en la poesía. A principios del siglo XX, durante la Primera Guerra Mundial, en la lucha que se desata entre los grandes imperios colonialistas de la época, se envían al frente cientos de miles de personas que por primera vez experimentarán un nuevo tipo de guerra a escala mundial, que de la mano de la industrialización será capaz de masacrar de una forma nunca antes vista. Y es en ese momento en el que surge el fenómeno de los poetas de guerra, war poets. Aunque se acuña este término inicialmente en el ámbito de la literatura anglosajona, veremos cómo la figura del poeta soldado o de guerra no solo se circunscribe a las letras escritas en inglés. La necesidad de abarcar con palabras los terribles escenarios de la Primera Guerra Mundial, nunca antes vistos, y sus consecuencias, iniciará un florecimiento de poetas británicos (los más conocidos, aunque, por supuesto, no los únicos), entre los que hoy destacan nombres como Wilfred Owen, Siegfried Sassoon o Robert Graves, que buscarán una forma directa y sin adornos que haga llegar su mensaje antibélico, sus reflexiones sobre el precio de la vida y la muerte o el destino o sus anhelos amorosos, como se puede leer en el sencillo poema de amor de Mary Borden escrito para su amante en un hospital de campaña durante la batalla de Somme. En esa lucha por encontrar un código que refleje sus experiencias sin grandes filtros estéticos, los soldados poetas trabajarán exhaustivamente para lograr que el lenguaje pueda nombrar lo inenarrable para, a la vez, mostrar la humanidad que habita incluso en medio de la muerte y la destrucción. Esta forma de escribir sobre la guerra seguirá en la Segunda Guerra Mundial con poetas soldados que pertenecen en ese momento a un mapa del mundo más fragmentado, ya no pertenecientes a imperios, sino a distintas naciones, y que plasmarán su voz en lucha con un lenguaje con el que, junto con el tiempo que les toca vivir, también estarán en conflicto, buscando expresar esta nueva realidad de la guerra para la que necesitan nuevas palabras. Además en la Segunda Guerra Mundial se suma la literatura escrita por soldados rusos o franceses, entre otros, que se añade a la de los poetas anglosajones, creando un mosaico de voces impactante. Como ejemplo de esta lucha con el idioma y la realidad de una nueva guerra mundial, sobresale la figura de Guillaume Apollinaire, que, como poeta y soldado francés de ascendencia polaca, es central para situar hasta qué punto el lenguaje necesita reensamblarse para poder expresar lo que nunca antes se había adentrado en las palabras. En su libro Caligramas, que recoge poemas sobre la guerra a la vez que es un testimonio de la vanguardia que está transformando en ese momento el arte europeo, Apollinaire declara en su poema ‘Victoria’, que en los viejos lenguajes solo se usan cobardía o hábito, dejando claro que es necesario un nuevo lenguaje para representar esta nueva era. Caligramas es, por tanto, un libro que se adentra en esa búsqueda a la vez que lanza una propuesta poderosa para forzar los límites de la lengua, sobre todo en lo que atañe al aspecto formal y visual, y estableciéndose casi como uno más de los precursores de la poesía del lenguaje o el concretismo. Más adelante, ya en el siglo en el que nos encontramos actualmente y al final del siglo pasado, después de las guerras mundiales, aún seguirán apareciendo nuevos conflictos de los que nos llegarán noticias a través de poemas escritos por soldados que presenciarán guerras, declaradas o no declaradas, como la guerra de Vietnam. Allí, después de todos los avisos, todas las advertencias escritas en los poemas, como dejó dicho Wilfred Owen, seguirán habiendo hombres y mujeres que tendrán que volver a escribir que la sangre se derrama, que no terminan las atrocidades, como lo atestiguan, entre otros, los poetas americanos John Balaban o W. D. Ehrhart, que entraron en Vietnam como soldados, o en el caso de Balaban como voluntario para trabajar como profesor primero y luego con niños heridos de guerra, dejando ambos un recuento amargo, crítico pero también tierno y lleno de humanidad de un escenario catastrófico. Es de esa manera en la que la obra de Guillermo de Jorge se enlaza con la tradición anterior de los poetas soldados del siglo pasado, y se hace imperiosamente actual y necesaria. Su poesía llega también para avisarnos y desnudar al ser humano que hay al otro lado de las trincheras, y así es como nos escribe desde el campo de batalla de una guerra no declarada y aún en marcha, haciéndonos llegar el eco de una realidad abrumadora. La que lleva al soldado hasta una geografía desconocida y lo que traerá de vuelta si esquiva la muerte. En Afganistán: Diario de un soldado (Playa de Ákaba, 2016) recibimos la historia que nos cuenta otro soldado poeta más, alojado en la periferia de lo que significa escribir sobre la guerra desde España, aunque perfectamente encajado por temas, reflexiones e intención discursiva en la tradición de los war poets británicos o el mismo Guillaume Apollinaire, aunque sobre todo muy cercano a los poetas veteranos de la guerra de Vietnam. Con ellos y su tradición comparte el tono antitriunfalista en el retrato de la vida como soldado en guerra, la descarnada inmediatez de sus versos: «aquí la vida // vale menos / que la arena». También las contradicciones derivadas de una situación de violencia diaria en la que conviven el hecho de que la guerra es a la vez destrucción pero también la fuente de valor personal y político para el individuo, como apunta Mark Rawlinson en su conferencia sobre la poesía de guerra de la Primer Guerra Mundial. En un episodio en el que se relata la muerte de tres insurgentes se dejan ver esos sentimientos contrapuestos, esa contradicción, desde la que se eleva una reflexión ofrecida al lector para que este la termine. «Algunos, en algún lugar de este mundo, se felicitan por la muerte / de tres hombres; [...] // yo / sólo / pienso en qué culpa tendrán sus hijos [...] // reconozco que, por esta vez, no tengo que lamentar la muerte de un/ soldado». En este sentido Afganistán: Diario de un soldado no es un recuento histórico. Aunque es el testigo de la historia, es, como otros libros de poetas que vivieron la guerra, una incursión en esa realidad para que el lector la reciba y la haga suya como pueda sin ahorrar ninguna arista, sin ofrecer comodidades. Así se construye en el libro una crítica a la sociedad, la nuestra, la global, y al individuo, a nosotros y al mismo hombre que escribe los versos. Aunque no es un trabajo de expiación, el diario-poema es una obra que se cuestiona y cuestiona a la vez a la sociedad que ha decidido la guerra y a sus representantes en esa guerra. Personas que, en palabras de de Jorge, pagan a otras para no enfrentarse a su propio dilema, el dilema que implica imponer la muerte a otro ser humano. Porque el poeta que hay detrás de estos versos no solo batalla físicamente sino que lo hace también emocionalmente, así lo atestiguan los poemas dedicados a su esposa o a su familia. Todo esto para completar un mapa de significado que se extiende sobre la situación de un soldado que debe adaptarse como ser racional y emocional al presente desquiciado de la guerra/no guerra de Afganistán, de la que de alguna manera todos somos partícipes. Pero, como decía al principio, cuando ponía en contexto la obra de Guillermo de Jorge con respecto a los poetas que escribieron sobre las distintas guerras mundiales o la guerra de Vietnam, ésta no es solo una obra que pretende informar o desafiar, es también literatura como artefacto en el que cada página muestra el trabajo de un autor que ha diseñado los espacios para que se encuentren con el lector de una manera determinada. Es evidente que el aspecto formal cuidado al milímetro y que rompe con las estructuras ordinarias de un libro de poesía, con su amalgama de géneros que van desde el diario y la prosa poética hasta el poema de verso libre o lo aforístico, y el trabajo del aspecto visual para empujar el lenguaje un poco más allá, son la voluntad de un autor con una idea clara, que trabaja el contenido y la dimensión estética para añadir capas de significado. Quizá, un poema que puede representar bien a Afganistán: Diario de un soldado es el que aparece justo al final de este texto. El poema, en suma, recorre transversalmente lo que John Balaban describe como los temas que debería tratar toda poesía, tomándose alguna licencia, cuando cita a Dante en De Vulgari Eloquentia y que, según el poeta americano habría dicho: «Los temas apropiados para la poesía son el amor, la virtud y la guerra». Se puede discrepar o no, aunque lo cierto es que estos temas están presentes en el libro de Guillermo de Jorge y de la mano del autor se adentran en nuestro siglo para volver a redactar una advertencia, esa que deberíamos haber tomado en serio cuando los poetas de la Primera Guerra Mundial la dejaron por escrito. DÍA D + 31 DÍAS AFGANISTÁN. LUDHINA - SANG ATESH (COP Ludhina - Sang Atesh) anclado con mi cuerpo entre las grietas de una roca , avanzo con un lanzagranadas de 40 mm los últimos designios de la tarde : sobre el mismo cielo incierto que devo -ran los pájaros ; sobre el mismo cielo donde el aún no sí de tus labios cuelga sobre mi cuerpo ; sobre el mismo cielo incierto que reparte todo el dolor de los hombres sobre todos los hombres. Breve bibliografía: —‘John Balaban in conversation with Michael Silverblatt’, Readings and Conversations, 6 de noviembre de 2002. Lannan Foundation. [lannan.org/events/john-balaban-with-michael-silverblatt]. —‘War Poetry’, British World War One Poetry: An Introduction. Mark Rawlinson. Conferencia, Facultad de Lengua y Literatura, Universidad de Oxford. 14 de septiembre de 2014. [podcasts.ox.ac.uk/war-poetry]. —‘Guillaume Apollinaire to Sarojini Naidu: the war poets you don’t study at school’. New Statesman. Owen Clayton. 3 de julio 2014. [www.newstatesman.com/politics/2014/07/guillaume-apollinaire-sarojini-naidu-war-poets-you-don-t-study-school]. david guijosa. Ha publicado, entre otros, los libros Planeta Turista. Poesía reunida (Amargord, 2014), volvemos en breve (Playa de Ákaba, 2017) y tiempo sin detener (Trea, 2018). Ha traducido del sueco la poesía de Anne-Marie Berglund, Tomas Tranströmer y Lasse Söderberg.
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