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QUEVEDO REVISITADO: FICCIÓN, REALIDAD Y PERSPECTIVISMO HISTÓRICO EN "LA SATURNA" DE DOMINGO MIRAS2/6/2014 por CARMEN MARÍA LÓPEZ LÓPEZ 1. Introducción. Un acercamiento a La Saturna de Domingo Miras El propósito de este artículo consiste en abordar el estudio de La Saturna, una obra teatral en doce actos en la que Domingo Miras, el dramaturgo oriundo de Ciudad Real, otorga vida y entidad literaria a uno de los personajes más pintorescos y realistas de las letras españolas: Aldonza Saturna de Rebollo. Este personaje, mejor conocido como Saturna, se reconoce como la madre de don Pablos, personaje protagonista de El Buscón, obra escrita por don Francisco de Quevedo y Villegas. En concreto, Domingo Miras retoma el episodio en el que el hermano menor de Pablos, Clementico, muere azotado de manera vil durante su estancia en la cárcel: «Murió el angelico de unos azotes que le dieron en la cárcel» (Miras, 2005: 484). A partir de este episodio de gran simbología en la literatura española, Miras recrea los ambientes y espacios dramáticos en que pudieran haber habitado Saturna y Clementico, en una historia en la que intervienen distintos personajes que cruzan los planos de ficción y de realidad: Quevedo, don Pablos o Saturna. En cuanto a algunas notas sobre la representación y valoración de la obra, como apunta Ricard Salvat en el prólogo intitulado ‘El resplandor de la hoguera’, a la edición del Teatro escogido de Domingo Miras, La Saturna obtuvo el Premio Diego Sánchez de Badajoz en 1774. Asimismo, solo tres años después, fue estrenada por la Compañía Corral de Almagro, bajo la dirección de César Oliva, en Ibiza el 1 de octubre de 1977. A partir de ese momento, vieron la luz otras representaciones, como la de Madrid en el Centro Cultural de la Villa el 8 de octubre de 1980, a cargo de la Compañía Española de Teatro Clásico que en aquel tiempo dirigía Manuel Canseco (1). La recepción crítica de la obra fue, en general, muy positiva, pues supieron apreciar la lucidez teatral de Domingo Miras al combinar con los episodios literarios una reflexión histórica (Serrano, 1991: 89). 2. Ficción y realidad entre don Francisco de Quevedo y don Pablos Los cuadros I y XII de La Saturna llevan a la práctica un procedimiento teatral en que se cruzan los planos ficcionales con la realidad más inmediata. Por ellos deambulan de manera indistinta el autor de El buscón, don Francisco de Quevedo y Villegas, así como el pícaro protagonista de la obra, don Pablos. 2.1. Don Francisco de Quevedo y Villegas, un autor en busca del nombre de un personaje En el cuadro I, Domingo Miras ofrece en la clave del metateatro la imagen del escritor, ante el folio en blanco, pero no desde el punto de vista romántico, sino como escena de soledad, típica del oficio del escritor. Es Don Francisco de Quevedo y Villegas, quejándose de lo enfadoso que resulta enmendar y corregir sus obras, pero preocupado fundamentalmente por la censura. En concreto, la censura se manifiesta como un aspecto que ha preocupado a buena parte de los escritores, como sucede con Goya en El sueño de la razón de Buero Vallejo, donde el tratamiento de la censura se explica en el contexto histórico del reinado absolutista de Fernando VII. En este punto, emerge la voz de su personaje don Pablos, protagonista de El Buscón. En La Saturna el autor don Francisco de Quevedo y Villegas busca la inspiración, pero más allá de la acuciante imagen del escritor romántico ante el folio en blanco, el genio barroco no atrae a las musas. Comienza entonces un diálogo del autor con el personaje, que establece una clara distancia y obliga tanto al espectador como al lector a estar en guardia, a mirar la acción con cierto perspectivismo, en relación con la teoría de Baquero Goyanes (1963). El problema capital de Quevedo estriba en que el nombre de su protagonista no pasará la censura, porque desconfía de que en la corte de Felipe VII esté bien vista una obra donde la protagonista se llama Aldonza de San Pedro, nombre con claras referencias a la santa fe católica. El temor de Quevedo se fija, por tanto, en la figura de los censores, que hemos de entender en el contexto histórico que recrea la obra: la España del siglo XVII, siglo de luces y sombras, con el escepticismo inherente del escritor. Ante este clima social, Quevedo pide a Pablos que le cambie el nombre de su protagonista. Así pues, la madre de Pablos se muestra tildada con los atributos de «un poco alcahueta, un poco hechicera, un poco puta…» (Miras, 2005: 416). En este punto, Don Pablos da la idea a Quevedo de que llame a su madre y protagonista de la historia Aldonza Saturno de Rebollo, nombre más digno que, si no es verdadero, «agora lo hacemos de verdad nosotros» (Miras, 2005 : 417), según don Pablos. Así pues, el personaje de la Saturna se convierte en figura del acervo popular en el clima de la época, en el que opera un rebajamiento en el nombre propio (de Aldonza de San Pedro a Aldonza Saturno de Rebollo), procedimiento empleado por Cervantes en el capítulo XVIII de El Quijote, cuando se dispone a mencionar el nombre de los distintos capitanes: «el señor de la trapovana» (en lugar de tropa vana); «Pentapolín», en sentido etimológico “cinco veces burro”; o el topónimo «carcasón», ciudad medieval amurallada que alberga la palabra carcajada. Estos personajes son de baja estofa, de baja calidad moral y espiritual, por lo que no son dignos de tener un nombre cristiano que no casa bien con sus sospechosas cualidades. En la obra de Quevedo, el cambio del nombre adviene como procedimiento para esquivar la censura. Se pudiera extrapolar esta situación de la censura no solo en el contexto del tiempo interno de la obra, el siglo XVII español con don Francisco de Quevedo y Villegas como personaje histórico de la cultura española del momento. Más allá de ese momento histórico concreto, el teatro de postguerra ha vivido de manera escabrosa los avatares de la censura. Mediante el diálogo entre el personaje y el autor, Quevedo extrae la información sobre la vida de Don Pablos, sobre la figura de su padre Clemente Pablo, de oficio barbero, y sobre la imagen de su madre, Aldonza Saturno de Rebollo, mezcla de alcahueta, hechicera con el aderezo de ser entendida en hombres. De este modo, don Francisco de Quevedo y Villegas va conformando los atributos de historicidad o realidad que luego habrán de verterse en materia literaria mediante la escritura de la obra. Igualmente, don Pablos presenta a su hermano Clementico, que ayudaba a su padre en el oficio de barbero. Sin embargo, la información que Don Pablos proporciona a Quevedo no siempre es fiable, porque se somete al modelo de verdad que anteriormente la Saturna reveló a su hijo Pablos: QUEVEDO.— ¿Y qué se hizo de Clementico? ¿Heredó el mayorazgo paterno, mientras tú te hiciste pícaro por ser el segundón? DON PABLOS.— ¿Quiere vuesa merced saber la herencia que tuvo? Mi madre me dijo unas cosas y ocultó otras, pero atando cabos con lo poco que me acuerdo y lo que luego oí de otras gentes… QUEVEDO.— Cuéntame todo, Pablos. No te detengas (Miras, 2005: 418) 2.2. Saturna, don Pablos y Quevedo En el cuadro XII se retoma el ejercicio metateatral, con una acción situada al mismo nivel ficcional que el cuadro I. Vuelve a aparecer Francisco de Quevedo, reconociendo que se acabó el cuento, como en el capítulo XX de El Quijote, cuando en la aventura de los Batanes Sancho relata a viva voz a su amo el cuento del pastor Lope Ruiz y de la pastora Torralba. No obstante, a Quevedo no lo interrumpen como a Sancho, sino que más bien el autor de El buscón siente que se ha perdido la unidad en la historia, que es demasiado larga, por lo que el autor aúna esta idea de estirpe cervantina: «Abrevia, Sancho». Sin embargo, si en la oscuridad se oye la voz de don Francisco de Quevedo, pronto el autor pide que haya «¡luz, más luz!», recordando las palabras de Goethe en su lecho de muerte. Con todo, Quevedo no va a morir, sino a despertar hacia el reino de la imaginación literaria y los fantasmas del escritor. La singularidad de este último cuadro de La Saturna estriba en el diálogo meta-literario que establecen autor y personaje. Don Pablos, personaje de El buscón, pregunta a su autor qué le ha parecido la historia contada, de manera que autor y personaje pueden comentarla. Quevedo la encuentra prolija y, además, excede el tema de El buscón en que el protagonista ha de ser don Pablos y no su hermano Clemente. Para el ideal de la brevedad de Francisco de Quevedo, la historia relatada por don Pablos podría compendiarse en esta idea: «Murió el angelico de unos azotes que le dieron en la cárcel» (Miras, 2005: 484). El personaje interroga al autor sobre detalles de la historia, de modo que Quevedo se siente intrigado por saber qué pasó después de que azotaran a Clementico. ¿Qué fue de la Saturna? La reconstrucción histórica está presente, esta vez en virtud de las palabras fidedignas de don Pablos: QUEVEDO.— ¡Famosa Saturna!... Y dime, ¿qué fue della? DON PABLOS.— Luego que mataron a mi hermano se dio más a la hechicería, que antes no había hecho sino florear. Años después, siendo yo mozo, la prendió la Inquisición y la quemaron en Toledo. (Miras, 2005: 485). El autor, en pos de escribir una verdad fundamentada en ciertos personajes del contexto histórico del siglo XVII español, fundamenta su escritura en las palabras de su personaje don Pablos, de manera que puede saber que Saturna fue quemada en la hoguera por la Inquisición, si bien es cierto que «las historias nunca acaban». Entre historias, Don Pablos y Don Francisco de Quevedo y Villegas pasan la noche, no para salvarse de la muerte como Sherezade, sino de la vida y sus demonios. De esta manera, don Pablos puede entender su historia, su vida como pícaro que adquiriría forma literaria en El buscón. En La Saturna los cuadros I y XII constituyen el relato marco teatral en el que se sustentarán los otros diez cuadros intermedios. Los diez cuadros restantes son el resultado de una historia desarrollada en un tiempo interno de dos horas que, en palabras de don Pablos, es el tiempo de duración del relato de su vida. La Saturna es una obra que solo por la validez histórica y universal de los cuadros I y XII merece considerarse como una de las grandes obras del teatro de posguerra. No obstante, no debiéramos considerar estos cuadros I y XII como un simple guiño pirandelliano, si bien Quevedo reconoce que don Pablos es un mero personaje: «Pero yo soy de carne mortal, y tú no. Agora es cuando puedes soplar el candil». (Miras, 2005: 485). Quevedo pide a don Pablos que apague el candil, quizá porque solo entonces podrán emerger las luces de la imaginación, los faros de la conciencia. Esa luz es la inspiración de un escritor que ha escuchado una historia contada por el personaje protagonista de una de sus grandes obras: El buscón. La originalidad es mayor cuando casi al término de la obra, emerge la voz de La Saturna, personaje que ha cobrado vida para pedir al autor que no se duerma. La Saturna reivindica su estatuto de realidad, hasta el punto de revelarse contra Quevedo por su voluntad de adquirir una entidad realista, más allá de la ficción. QUEVEDO.— Es la fiebre que tengo, solo fiebre y delirio… Esa lumbre, no es sino mentirosa apariencia, ilusión vana de mis sentidos, tramoya y fingimiento… SATURNA.— (Gritando.) ¡Tramoya y fingimiento, dices! ¡Ay, sí! ¡Para ti sí lo es, pero no para mí! ¡Ay, si para mí también lo fuera! Entonces, estaríamos iguales; pero no lo estamos, no. ¡No son fingidas las hogueras que a mí y a los míos nos abrasan vivos! ¡No son fingidas las torturas y las cárceles! ¡Ni el hambre ni la miseria, ni el dolor y la desesperación! ¡No, no son fingidas para nosotros, sino muy verdaderas! ¡Para ti sí, que sólo te las imaginas, pero nosotros las sufrimos! ¡Esa es la diferencia que va de unos a otros! ¡La maldita diferencia! QUEVEDO.— También yo padezco, Saturna, créeme. Siento tus dolores en el corazón… SATURNA.— ¡Ay, yo los siento en toda mi carne! ¡Siento hervir la grasa y romperse los nervios y tendones! ¡En el corazón no siento dolor, ahí no tengo sino odio… ¡Malditos seáis tú y cuantos son como tú! ¡Malditos seáis todos! ¡Todos los que escribís y los que leéis, los que coméis y dormís mientras las hogueras alumbran las palabras y los gritos rompen el aire! ¡Los que sufrís fingidamente un dolor que sólo es nuestro!... Vuestro dolor de corazón no nos sirve de nada ni en nada nos ayuda vuestra mala conciencia es cosa vuestra, no esperéis gratitud a cambio della… (Miras, 2005: 487). El dolor de Saturna universaliza la experiencia. La crueldad en sus palabras se justifica por el dolor inherente de las mismas, hasta el punto de que llega a culpar a Quevedo de la muerte de su hijo. No solo don Pablos sino también la Saturna constituyen personajes o voces eternas que han de gritar su verdad. Por encima de todo, son fantasmas del Quevedo del siglo XVII y fantasmas de la España de la posguerra, que tenía que vivir siempre con la culpa a cuestas, bajo la sombra de una guerra fratricida y dolorosa. 3. Conclusiones A lo largo de este estudio, se ha pretendido establecer algunos vínculos entre la visión del personaje de Saturna adoptada por Quevedo y por Domingo Miras. De esta manera se puede concluir que Domingo Miras conoció la estatura dramática de un escritor de la entidad literaria de Francisco de Quevedo, de modo que supo integrar en su producción teatral a algunos de los personajes de El buscón, así como al propio autor de la obra: Don Francisco de Quevedo y Villegas. La Saturna se erige, por ello, como un testimonio histórico, literario y, por añadidura, artístico, que sobrepasa su contexto de escritura y se eleva como cima dramática en la que confluyen el horror de la opresión y la virtud esperanzadora que al final se desprende de las palabras de Saturna, ante Quevedo: SATURNA.— (Gritando.) ¡Tramoya y fingimiento, dices! ¡Ay, sí! Para ti sí lo es, pero no para mí! ¡Ay, si para mí también lo fuera! Entonces, estaríamos iguales; pero no lo estamos, no. ¡No son fingidas las hogueras que a mí y a los míos nos abrasan vivos! ¡No son fingidas las torturas y las cárceles! ¡Ni el hambre y la miseria, ni el dolor y la desesperación! ¡No, no son fingidas para nosotros, sino muy verdaderas! (Miras, 2005: 486) Saturna se rebela porque todavía cree en la esperanza, en el amanecer de la justicia en que el ser humano viva su libertad por encima de yugos y cadenas. Como escribió Buero Vallejo en El sueño de la razón, «¡Si amanece, nos vamos!». Que amanezca, debiera pedir cualquier lector de La Saturna, para que los errores del pasado no se sigan sucediendo y para que la literatura descubra mejores a los hombres. Quevedo, Pablos y Saturna desbordan la categoría de personajes para coronarse como verdaderos símbolos en la sociedad del siglo XVII, una sociedad de la que el hombre del siglo XXI puede extraer un mensaje más allá de los siglos. _____
(1) La obra La Saturna. Pipirijaina Textos (1974) va precedida por un texto «Entrevista con Domingo Miras», a cargo de Alberto Fernández Torres, en el que se ofrecen algunos datos reveladores sobre el contexto de escritura de la obra (apud Serrano, 1991: 89). Referencias bibliográficas —Aristóteles (2010): Poética, Madrid, Alianza. [Nueva reimpresión, traducción, introducción y notas de Alicia Villar Lecumberri]. —Baquero Goyanes, Mariano (1963): Perspectivismo y contraste (de Cadalso a Pérez de Ayala), Madrid, Gredos. —Buero Vallejo, Antonio (1984): El sueño de la razón, Madrid, Espasa-Calpe. Cervantes, Miguel (2004[1605]): Historia del Ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, Barcelona, Austral. —Miras, Domingo (2005): Teatro escogido, Madrid, Asociación de Autores de Teatro. [Coordinación, introducción, bibliografía, Virtudes Serrano; prólogos, César Oliva, Mariano de Paco et al.]. —Oliva, César (1989): El teatro desde 1936, Madrid, Alhambra. —Quevedo, Francisco (1994): El buscón, Madrid, Castalia. —Serrano, Virtudes (1991): El teatro de Domingo Miras, Murcia, Universidad de Murcia.
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